Cristina Allende Casal, g.51 Periodismo Interpretativo Mercedes Pinto Maldonado LA ESCRITORA REBELDE Mercedes Pinto Maldonado es autora de cinco libros, con el sexto en camino. No sería nada del otro mundo (muchas personas escriben libros, de eso vive la industria del libro) si no fuera porque de esos cinco, tres son autopublicados, dos porque nunca pudo encontrarles editorial y el último porque ella quiere. Mercedes, la escritora que se rebela contra el statu quo de las editoriales.
No conocía a Mercedes Pinto hasta hace un mes. Dos lecturas rápidas de sus libros más conocidos y exitosos La última vuelta del scaife y Maldita, me habían transmitido la imagen de una mujer decidida, una escritora implacable y una persona oscura. Luego me topé de frente con su suave acento del sur en una cafetería del centro de Madrid. Vino desde Málaga a visitar a su hijo y de paso va promocionando su nuevo libro, Los hijos de Atenea, aquí y allá, concediendo entrevistas a blogs, haciendo presentaciones en librerías minúsculas y tuiteando frenéticamente. “Es la vida del escritor”, suspira. “Te pasas más tiempo haciendo promoción que escribiendo”. Escritura Mercedes no cree en la inspiración y es de las escritoras que se sienta hasta que acaba sus hojas diarias. No aparenta más de cuarenta y cinco años, aunque deja entrever que son más. Pide café con leche, pero con más azúcar, por favor, gracias. Se ofrece a pagar, ofrece chicles, pañuelos, bolígrafo, papel, una copia de su próximo libro. Todo eso y más sale de su enorme bolso de cuero, de la misma manera que de su cabeza salen las historias, con prontitud y despreocupación. Es la única escritora del mundo que nunca se ha quedado en blanco, sus personajes nunca le han dejado que lo haga. “Antes de empezar a escribir, ya sé lo que voy a poner, por eso nunca me he bloqueado. Puede no salirme una frase, no salirme una palabra, o una escena entera, pero me doy un paseo y me despejo”. Es una autora que no está en los circuitos tradicionales, que se autopublica y que publica sobre todo en Internet. No le sorprende que alguien la entreviste: su libro Maldita estuvo durante todo el año 2013 en la lista de los diez más vendidos de Amazon, a pesar de estar gratuitamente por capítulos en su blog. Me cuenta que no creería la cantidad de mails, tuits, relatos y manuscritos que le llegan al día, no por la publicidad de las grandes editoriales sino por el boca oreja. Parece obligado preguntarle a una escritora por sus libros preferidos. Delibes es su debilidad: El camino, Las ratas. El protagonista de esta última, el pequeño Nini que cazaba ratones para sobrevivir, es el primer personaje que se le viene a la cabeza cuando le preguntas quién es su preferido; Castorp, esa especie de buscador del grial en La montaña mágica va justo después, pisándole los talones; y el sabio Kotve, de El nombre del viento, también tiene su lugar. Todos tienen en común un cierto tipo de inocencia muy concreto y el ansia por la sabiduría y el conocimiento. Ella se encoge de hombros, no había pensado en ello nunca. Simplemente le transmiten ternura, emoción.
“Lo que tienen todos estos libros en común es, sobre todo, la elegancia y un manejo del lenguaje excelente, extraordinario, además de unos personajes muy vivos. A mí me llama más la literatura que la historia, a mí me interesa que comuniquen, que emocionen. Los libros que me dejan huella suelen ser así, más emocionantes que didácticos, y los que están bien escritos, que me enseñan como escritora. Cuando eres escritora no tienes tiempo de leer y eso es lo peor, la muerte del oficio. Por eso solo leo clásicos, para que me enseñen”. ¿Y de los que ha escrito, cuál es su preferido, su niño del alma? Mercedes no lo piensa y sonríe ampliamente: “Carlos, Carlos de La última vuelta de scaife. Es una de mis obras menos leídas y sin embargo es la más valorada, esas cosas pasan [ríe de buen humor]. Todo el mundo está de acuerdo conmigo, es un personaje que tiene muchas aristas, muy libre, y con un sentido de la amistad muy profundo, muy auténtico. Yo creo que es un personaje que me salió bastante redondo”. Carlos, al igual que sus otros personajes preferidos, es un hombre con ansias de saber, inocente, bondadoso, que valora la amistad, con un carácter marcado por la tranquilidad, el optimismo, la comprensión y la ternura. Mercedes aprecia las emociones. Le pregunto que si le tiene tanto cariño porque es la novelización de un alguien cercano, de alguien al que quiera mucho. La sola insinuación de eso parece horrorizarla. Niega vehementemente que sus personajes estén en basados en alguien. ¿Por qué tanto ímpetu? “No, no, mis personajes, son retales de todo lo que conozco pero tienen autonomía propia, igual que un niño que se parece a sus padres pero es él, él solo. No tengo ningún personaje que…, bueno, puede que alguno se parezca especialmente a alguien que conozco pero en general tienen mucha autonomía y personalidad y son únicos”. La escritora apunta que se guía por las emociones para escribir, que sus libros son emocionales. Le pregunto por las críticas, pues sin duda alguien tan comprometido con sus personajes y su obra tiene que sentirse mal cuando alguien los ataca. No Mercedes, lo que no deja de ser sorprendente. Ella asegura que ha aprendido a aceptar las críticas, aprendido a distinguir las que tienen una intención constructiva y las que tienen una destructiva “Yo tengo seguridad en mi misma para la bueno y para lo malo. Sé lo suficiente de mi obra para saber cuándo una crítica negativa es buena, es válida, y cuando no lo es, cuando busca doler. Cuando alguien me comenta algún aspecto negativo de mi obra y sé que es verdad, porque me conozco, no me puedo molestar, aunque cuando sé que tiene doble intención no me afecto, ni por un lado ni por otro. Sinceramente te lo digo, no me afecta. Yo ya soy en mi mayor juez, sabes. Yo ya sé lo que está mal”. Lo que dice es verdad: en todos los blogs que reseñan su obra y que comentan algún aspecto negativo, hay un comentario de Mercedes Pinto agradeciéndoles que se tomaran el tiempo en leer su novela, en pensar en ella y que trabajará en ello. En todos. Lo que más le critican son sus finales, cuenta. Unos finales que son la antítesis de los de Spielberg, su director favorito. Sabe que eso de finalizar una obra de doscientas cincuenta páginas en las tres últimas es un vicio, pero está trabajando en ello. Aún así, no le parece muy grave. Ella sigue escribiendo sin importarle nada demasiado (“Yo primero escribo, las dudas y las inseguridades me llegan luego, a la hora de publicar”), porque escribe desde los seis años, desde que empezó a juntar letras. A los
quince ya escribió la primera novela, de la que se niega, entre risas, a revelar nada. Ni argumento, ni personajes, ni longitud, mutismo absoluto. “Tenía quince años, ya te puedes imaginar cómo sería. Tengo que poner en mi testamento que la quemen cuando me muera”. A cambio, revela que está trabajando en una novela que ha tenido que dejar por la mitad: la historia de una estudiante universitaria que es alumna modelo de día y súcubo de noche, una especie de Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Sin embargo, tanto asesinato no era para ella. A las tres muertes lo dejó. Se queda sorprendida cuando le pregunto si alguna vez le habían dicho que escribí literatura para mujeres y si eso la ofendería. “No me gusta la literatura para mujeres, que no quiere decir la literatura romántica, ojo. El amor en los tiempos del cólera es una novela bellísima pero no es para mujeres. Te hablo de esa literatura viciada, la de heroínas y víctimas… yo creo que estamos por encima de eso, que esa lucha ya pasó”. Se azora un poco, tal vez porque sabe que su punto de vista no es muy feminista que digamos. “Me siento más libre en un punto de vista masculino sobre todo porque en las épocas de las que hablo ellos eran más libres, no vayas a pensar…”. Mercedes hace una pausa para pedir agua a la camarera. “Hacía mucho que nadie me entrevistaba, fíjate tú, y ya estoy desentrenada”. Hasta ahora todo ha ido bien. Me pregunta qué hago, para qué es esta entrevista. Se lo explico y se queda pensativa. No dice nada, y me pide que se la pase cuando la acabe. Edición A primera vista, Mercedes Pinto parece pertenecer más a la generación analógica que a la digital. Sin embargo, la forma en la que maneja su móvil, un híbrido entre smartphone y tablet, lo desmiente. Ese aparato es su oficina portátil: tiene aplicaciones para todo, incluso una que le permite apuntar y organizar ideas literarias repentinas. Lo saca de vez en cuando durante la conversación, aunque le da apuro. “No me gusta que me lo hagan a mí, pero estoy pendiente de que me confirmen una firma de libros”. No pasa nada, la tranquilizo. Me cuenta que a pesar de estar tan digitalizada, aún escribe en papel. Le permite más libertad, dibujar en los márgenes, escoger la tinta, jugar con el tamaño de las letras. Es la diferencia física entre un primer borrador muy personal y un algo tan frío como la pantalla de un ordenador, a la que tiene que acabar rindiéndose para hacer llegar a su novela a las personas, para emocionarlas. Sus dos primero libros fueron totalmente analógicos, con editoriales muy pequeñas. Pero no le gustó la experiencia (“Me daba la sensación de que había perdido en control de mis obras, de mis creaciones personales”), así que dejó de mandar manuscritos. Su hijo mayor la animó a crear un blog, una amiga a publicar una novela por capítulos y una lectora a subirlo todo a Amazon. “La verdad es que yo no sé mucho de estas cosas, no me muevo por ese mundillo. Me dejo aconsejar y luego me informo”. Otro libro autopublicado siguió a ese, y de pronto, dos editoriales estaban interesadas. Dos de las grandes, de las que ponen “pilas de libros más altas que tú en la Casa del Libro”. Una oportunidad única en la vida, publicar con los grandes, libros de tapa dura y lomo ancho con olor nuevo en todas las librerías de España. Sin embargo, de nuevo la experiencia no le gustó.
“Me arrepiento, porque no fue justo y no tuvo sentido, no lo pensé bien. Aún así no me engañaron, cuidado, yo sabía lo que firmaba, pero pensaba que estar con ellos me iba a dar una publicidad especial, iba a poder escribir más”. No fue así y Mercedes pasó a ser una autora con más prestigio pero menos ingresos. “No me compensaba. Perdí la libertad total de mi obra”. Esa libertad bien vale el estigma que tienen los autores autoeditados, esos que no han sido lo suficientemente “buenos” como para ser reconocidos por las editoriales al uso, explica. Eso está cambiando poco a poco, según dice Mercedes, pero la distinción persiste: “Me lo encuentro sobre todo en los mismos compañeros que sienten que son superiores a ti. Se les suele pasar cuando les digo que yo he autoeditado solo en ebook porque yo he querido. Tenía sobra la mesa dos ofertas de grandes editoriales y he autoeditado en ebook porque yo he querido. Hay prejuicio y lo seguirá habiendo mientras no se den cuenta de que no son peores escritores los que publican en ebook, ahora ya no. Lo hacen porque lo deciden. Tienen más libertad”. Las editoriales son un desastre ahora mismo, eso es lo que dice esta autora, algo que no sabía hasta hace poco. “Hubiera considerado un fracaso ser autopublicada no hace veinte años, ni diez, sino cinco. Hasta entonces, el mayor logro era una edición en tapa dura y lo peor, un ebook. Ahora ya sé lo que de verdad hay en ese negocio, claro, pero mi visión de las editoriales no ha cambiado hasta que he tenido que pasar el mal trago”. Distribución La conversación deriva inevitablemente a la piratería. Es un tema delicado entre los autores, sobre todo los autopublicados: según el Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo Digitales, en 2013 se piratearon libros por valor de casi dos mil millones de euros. Y esta tendencia no deja de crecer. Mercedes se enciende, empieza a hablar y es imposible pararla. Se nota que le ha dado vueltas al tema y que le ha dado más de un quebradero de cabeza. ¿Es que le han pirateado alguna de sus obras? “No, pirateada no, lo siguiente. En todas partes, en todas las páginas de descargas. Hay muchas, muchísimas, yo qué sé, una barbaridad está en todas partes. Mis libros están todos pirateados en todos los formatos, en todas partes. Incluso en algunas páginas de piratas, es curiosísimo, ponen toda la gente que lo ha descargado, por lo menos su alias e incluso su Facebook y dan las gracias porque se lo dan gratis. Por ejemplo en Maldita la lista es enorme, interminable, la gente que se lo ha descargado gratis en una página concreta, en esa solo. Ese es un enemigo que no sé cómo vamos a vencer, no lo sé”. En casa su casa no hay nada pirateado, nada. Todo lo que le llega por ese medio, da media vuelta, lo saca de su casa e intenta que todos sus conocidos renuncien a esa práctica, aunque sin mucho éxito, dice abatida. Sus tres nietos ven películas pirateadas constantemente y ella no puede dejar de pensar en toda la gente a la que le están haciendo daño. “Pero no me hacen caso, no sé”, comenta. “La piratería no es nada buena no tiene ningún aspecto positivo, de verdad. Este me parece un enemigo feroz para el creativo y no tiene sentido. Mi último libro que lo subí a Amazon por un euro y medio y es completamente absurdo que al día siguiente ya
estuviera subido en diecisiete páginas pirata. Por un euro y medio. Por favor, es que eso es absurdo. Eso no beneficia a nadie” “Normalmente son personas que tienen lo que yo llamo ‘síndrome de Diógenes literario’ porque acumulan en su lector electrónico porque sí, por tener. Sé anécdotas de gente que le compra el lector electrónico a su mujer y ya se lo dan con cien o doscientos libros descargados gratis, se lo regalan cargadito. ¿Eso en qué te beneficia como escritor? En nada, porque igual ni siquiera se lee tu novela. Si le gusta, si lo quiere, que elija a los autores, que lea las críticas, que elija el estilo que le gusta, eso es lo que te beneficia. Al final ni se lo van a leer, al final esa gente ni se lo lee o lo lee sin prestar atención, sin saber de quién es. No, esto es un error y hay que combatirlo”. Hace poco, la autora estuvo con un editor alemán de una importante cadena de distribución de ebooks. Hablando, también salió el tema de la piratería y Mercedes le preguntó cómo combatían esa lacra. “No tenemos que hacerlo”, fue su respuesta. “En Alemania no hay piratería”. Mercedes quiso irse a vivir allí, proyecto imposible por su limitado vocabulario en alemán y el cariño que le tiene a Málaga. Se resigna a quedarse aquí y a mirar, impotente, cómo sus novelas son tratadas como obras de segunda, como cosas por las que no merece la pena pagar. “Me encantaría vivir de esto por supuesto, pero es muy difícil. Ahora mismo me ‘subvenciona’ mi marido y me dedico solo a escribir, pero preferiría que mis obras me dieran de comer claro. Pero es imposible”. Promoción Aunque insisto en indagar en su vida, esta parece reducirse a la escritura. Su pasión, su niña. “Vomito mis historias una detrás de otra. Me debo a mis libros, a los que ya he escrito y a los que escribiré, incluso a los que no puedo escribir porque no me veo capaz”. Hubo un tiempo en el que pintó para que el ansia de escribir en una época mala (“me casé muy pronto, tuve tres hijos y nunca era el momento”) no la arañara por dentro. Eso explica la demora entre que empezó a escribir cuentos con dibujos y cuando una novela suya alcanzó por fin el gran público. Ahora ya no pinta, no por razones creativas, ni porque entorpezca otras artes. La razón en muy sencilla: el aguarrás. “Pintaba al óleo, incluso hice alguna exposición”, explica, “pero el aguarrás me mareaba, sobre todo en invierno. Intenté pasarme al pastel pero no me transmitía tanto, no era tan poderoso”. Titubea a la hora de enumerar más hobbies: pasear, leer, viajar. Es incapaz de concretar algo y parece quedarse desconcertada. “Es que escribir se lo come todo, hija. Es lo que más me gusta, es un trabajo a tiempo completo que no da dinero, me tiene que subvencionar mi marido. Pero qué le voy a hacer, no puedo dejar de escribir”. Al final no le confirman la firma de libros, pero sí que sus nietos están esperando para verla así que tiene que despedirse. Ha escrito un cuento de Navidad y quiere que ellos sean sus beta readers, ‘lectores cero’. De su bolso saca una libreta de espiral pequeña y roja y la enseña orgullosa. Le ha quedado un poco largo, dice, pero da igual. Le queda sacarle brillo, ilustrarlo, maquetarlo, buscar una manera de distribución, lidiar con el registro. Pero a ella le da igual. Ahora solo piensa en escribir. “Quñe quieres que le haga, es lo que me gusta. Es lo que hago”.