7. La vocación de servicio - Comunidad

Si a este panorama le sumamos la anomia creciente, el creer que todo vale y que el fin justifica los medios, nos sentimos regidos por la ley de la selva. Durante ...
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Los nuevos líderes actúan con una profunda vocación de servicio. Conciben la utilización del poder como servicio y no como beneficio personal. Por Alan Clutterbuck

La vocación de servicio

7. La vocación de servicio

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lan nació hace 48 años en Palo Alto, California, Estados Unidos, pero optó por la ciudadanía argentina. Se casó con Lucrecia y tuvieron cuatro hijos: Angie, Tommy, Juanchi y Lucas. Estudió Economía en la Universidad Católica Argentina. Posteriormente realizó un Master en Administración en la Universidad de Stanford y un programa ejecutivo en el MIT de Boston. La mayor parte de su carrera profesional la desempeñó en el sector privado como directivo de Alpargatas. Como consecuencia de la crisis del 2001 decidió buscar formas de involucrarse en temas relacionados con la cosa pública, intentando realizar un aporte hacia la mejora de la política. En el 2002 fue miembro del Consejo Directivo y coordinador de los equipos técnicos del movimiento político “Ahora Argentina”. Hacia fines del año 2002 co-funda RAP (Red de Acción Política), una organización de la sociedad civil que propicia la formación y el desarrollo de una mejor dirigencia política a partir de un auténtico espíritu republicano, una vocación de fortalecer el marco institucional y un conjunto de valores, principios y conductas. Actualmente es Presidente de Fundación RAP, con dedicación de tiempo completo, y Socio de Poliarquía Consultores. Es además miembro de los Consejos del Hospital Británico, del San Andrés Golf Club, y de Asociación Conciencia. Desde el 2007 es Líder de Avina y Emprendedor Social Ashoka desde 2008. Fue miembro de las Mesas Directivas de la Cámara de Sociedades Anónimas, del Instituto para el Desarrollo Empresarial Argentino (IDEA), productor ejecutivo de “Pensando con IDEA” (programa de cable de TV) y de la Mesa Ejecutiva de Reforma Política Ya!, iniciativa de la sociedad civil que propicia la aprobación de una reforma política para abrir y democratizar el sistema político argentino.

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John F. Kennedy Es preferible encender una vela a maldecir la oscuridad. Proverbio Chino

Aquellos días negros Difícil para un argentino olvidar los hechos ocurridos los días 19 y 20 de diciembre de 2001. Recuerdo que ese jueves 20 estaba en mi oficina –a pocas cuadras de Plaza de Mayo– y mientras organizaba mis cosas, ya que al día siguiente salía con mi familia de vacaciones, sentía todavía el impacto por el “cacerolazo” del día anterior, las imágenes de la Plaza llena de gente reclamando “que se vayan todos” que había derivado en la renuncia de Cavallo como ministro de Economía, y las noticias de saqueos en diversos puntos del país. La Plaza se volvió a llenar de gente esa tarde, pero el panorama se percibía distinto. Se escuchaban claramente los gritos y las bombas de estruendo, mientras por televisión transmitían las violentas imágenes de los desmanes y de la represión. Las noticias hablaban de saqueos, de cortes de ruta y piquetes en distintos puntos del conurbano y del resto del país. Entrada la tarde, se empezó a oír hablar de muertos. Todavía está en mi memoria el olor de los gases para tratar de dispersar a los manifestantes en la Plaza, mientras una capa de humo muy visible se esparcía por toda la zona. Emprendí camino a mi casa ubicada en el conurbano norte, sin saber si podría llegar por los numerosos cortes y manifestaciones. En el camino, mientras escuchaba la radio, me enteré de la renuncia del presidente De La Rúa. En las semanas siguientes, recuerdo haber seguido por televisión las escenas de las sucesiones presidenciales, el caos social, la bronca y la frustración de una sociedad que volvía a hundirse, a caer en un precipicio. No hace falta ahondar en los detalles vividos en esos momentos, me parece que todos los argentinos los tenemos bien presentes.

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Pregúntense qué pueden hacer ustedes por su país.

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No se pregunten lo que su país puede hacer por ustedes.

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¿Qué nos pasa? Mirando hoy hacia atrás, advierto que esos tiempos fueron claramente una invitación a una profunda reflexión. ¿Cómo podía ser que volviésemos a caer en una nueva crisis, esta vez, casi terminal? ¿Qué nos pasa para generar este tipo de situaciones explosivas? ¿Cómo puede ser que en el “granero del mundo” se padezca hambre? ¿Cómo hicimos para generar tanta pobreza y marginalidad? ¿Por qué tanto desmanejo en los asuntos del país? ¿Por qué los argentinos vivimos tan enfrentados y somos incapaces de lograr consensos? El listado de preguntas era mucho más extenso… Pero esos tiempos también fueron una invitación a la introspección, a plantearnos qué niveles de responsabilidad, por acción u omisión, teníamos cada uno de nosotros, en lo que nos pasaba como sociedad. ¿Por qué no nos involucrábamos en los temas de la cosa pública, como si fueran cuestiones de otros y no de todos? ¿Por qué fuimos educados en el “no te metas que te vas a ensuciar”? ¿Por qué no buscamos comprometernos más y tratar de ayudar a que las cosas cambien y mejoren? De alguna manera, supongo, asumíamos que alguien iba a ocuparse, mientras nosotros nos dedicábamos a nuestras carreras o profesiones, a nuestras familias, a los temas de nuestra realidad más cercana… olvidándonos de que el entorno también era nuestra responsabilidad. Y esa omisión no fue gratuita. Muchos veces siento que los argentinos hemos caído prisioneros de una especie de “paradigma de suma cero”. Nos hemos vuelto tan sectarios o corporativos que vemos una torta estática y sólo creemos que nos puede ir mejor si le sacamos un pedazo a otro. Hemos generado una cultura donde nos cuesta, cada vez más, pensar en un esquema virtuoso de desarrollo, donde todos, de alguna manera, podamos estar mejor. Esta situación nos lleva a que nos resulte muy difícil construir de a poco una cultura de colaboración. Por el contrario, vivimos entre confrontaciones y luchas de poder. Si a este panorama le sumamos la anomia creciente, el creer que todo vale y que el fin justifica los medios, nos sentimos regidos por la ley de la selva. Durante mucho tiempo, el lema era el “no te metas”. Después vino el “no se queje si no se queja”. Tuvimos también nuestro tiempo de “animémonos y vayan…” ¿Cómo no sentir frustración e impotencia al final de cada día? Pero a raíz del proceso del 2001-2002, algo empezó a cambiar. Creo que esa autorreflexión a la que hice mención antes nos sacudió del tal forma que logró despertarnos de nuestro letargo y empezamos a sentir la necesidad de tomar una postura más activa, de involucrarnos de otra manera. Algunos argentinos decidieron, finalmente,

Desde lo personal, durante esas semanas me fui convenciendo de que no podía seguir siendo un mero espectador de la realidad. Empecé a sentir que quienes habíamos tenido la suerte de que nos fuera razonablemente bien en la vida, que quienes de alguna manera ocupábamos roles de dirigencia y gozábamos de derechos, beneficios y oportunidades, nos estábamos olvidando que también teníamos responsabilidades y obligaciones. Sentí que debíamos hacer algo, que debíamos asumir posturas tendientes a encontrar soluciones, en lugar de ser parte del problema. Las vueltas de la vida habían determinado que por esos tiempos estuviera yo en una etapa de transición laboral. A principios de ese año había dejado mi trabajo en Alpargatas, después de más de diez años de dedicarle mucho tiempo y esfuerzo, y había decidido ocuparme de asuntos personales y familiares, mientras pensaba cómo quería seguir mi carrera laboral. Por mi formación universitaria (estudié Economía e hice un posgrado en Administración de empresas) y mis antecedentes familiares, siempre pensé que me reinsertaría en el ámbito empresario. Nunca, hasta ese momento, se me había cruzado por la cabeza dedicarme a temas relacionados con lo público o con la política; es más, hasta podría decir que fui educado, de alguna manera, en la cultura del “no te metas que te vas a ensuciar”. Pero la realidad de fines del 2001 y principios del 2002 fue claramente una invitación a pensar y a repensar qué era lo que quería hacer, lo que me llevó a darme cuenta de que “no hacer política” era hacer política; era dejar espacios vacíos, era desinterés por los asuntos de todos. Con este bagaje de reflexiones y preocupaciones, y con la sensación de que al menos parte de la solución pasaba por lograr una mejor dirigencia, especialmente de la política, empecé a buscar la manera de contribuir para que ese cambio se diera. Casi naturalmente el primer impulso fue buscar un acercamiento participando y colaborando en un partido político. Al poco tiempo de tomar esta decisión, un amigo que había tenido el mismo tipo de motivaciones me introdujo en uno de los nuevos partidos en formación y en cuestión de semanas me encontré trabajando activamente con ellos. La experiencia partidaria –que en mi caso duró unos ocho meses– fue un muy interesante proceso de aprendizaje. Lo primero que recuerdo de esos días fue darme

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Y yo, ¿qué hago?

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hacer algo, mientras que otros corrieron a preparar las valijas o a hacer cola frente a las embajadas.

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cuenta de que se estaba gestando un proceso de cambio, ya que era evidente que otros también habían tenido la misma inquietud y habían decidido buscar nuevas formas de participación. Personas que provenían de ámbitos académicos, de la sociedad civil y del sector privado habían decidido explorar en el mundo de la política. Éramos muchos los que con más ganas y entusiasmo que certezas nos empezábamos a mojar los pies; los que por primera vez interactuábamos directamente con personas de la política, con años de militancia. Y las diferencias culturales entre ambos grupos salieron a la superficie rápidamente. Quienes veníamos desde fuera de la política tendimos a juntarnos y pretendimos, con cierta impaciencia, extrapolar a la política prácticas y esquemas de trabajo usuales en nuestras actividades del sector privado; mientras los que venían de la política mostraban cierta desconfianza y resistencia. Por otro lado, empezamos a conocer la otra dimensión de la política: la de los juegos del poder, los posicionamientos, las internas, prácticas a las que si bien estábamos acostumbrados en el ámbito de las empresas, en la política se hacen mucho más relevantes. Empezar a entender las dinámicas y vicisitudes de la política fue todo un aprendizaje. Para aquellos que veníamos del ámbito privado y no teníamos vocación de ocupar espacios de poder, sino, más bien, un profundo deseo de aportar desde nuestras habilidades, capacidades, conocimientos y recursos, la inserción en un partido político no fue fácil. No siempre hay espacios de contención para sumar nuevas voluntades y, al poco tiempo, se tiene la sensación de que uno no pertenece a ese ámbito, de que está perdiendo el tiempo y de que el esfuerzo para promover el cambio es demasiado grande. Caer en la frustración y la desesperanza es habitual en estos casos, sentimientos que pueden llevarnos a la decisión de pegar un portazo y volver a nuestras actividades de siempre. Así, el sistema tiende a expulsar a muchas personas de valor, y es la sociedad misma la que se ve privada de un gran capital humano. Más allá de los aprendizajes que me dejó este período, lo que más rescato es haberme dado a mí mismo la oportunidad de conocer a muchísima gente que proviniendo de ámbitos diversos de la sociedad y motivada por el contexto y la realidad del país, sintió la vocación de involucrarse, de tratar de hacer un aporte para que las cosas cambien y mejoren. Durante esos meses de vida partidaria, se fue dando un proceso natural donde

Y seguimos buscando… Es difícil poder determinar precisamente cuándo termina una etapa y comienza otra. Lo cierto es que a principios del segundo semestre de 2002, la frustración por nuestra experiencia partidaria crecía, y muchos ya pensamos que este no era el espacio en donde queríamos insertarnos. A pesar de la frustración que sentíamos, las ganas de hacer permanecían intactas, sólo debíamos encontrar la forma de canalizarlas. Este proceso de búsqueda comenzó a sistematizarse a partir de septiembre de ese año. Con un grupo de personas que nos habíamos conocido en el partido donde habíamos militado, empezamos a juntarnos para pensar como podíamos seguir. Estaba claro que lo que queríamos hacer era algo distinto; lo que no sabíamos era exactamente qué y cómo. Las reuniones se intensificaron y se sumaron otros que estaban o habían estado militando en política, pero que se sentían igual de insatisfechos. También se sumaron a nuestros encuentros algunos políticos que sí estaban trabajando desde adentro de diversas estructuras partidarias. En poco tiempo, empezamos a entusiasmarnos con la calidad del grupo humano que habíamos conformando y con las perspectivas de encarar algo distinto en forma conjunta. Había llegado el momento de traducir la vocación en acción.

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los que veníamos desde afuera de la política, que teníamos motivaciones similares y enfrentábamos frustraciones parecidas empezamos a juntarnos cada vez más para pensar y conversar, para explorar formas de trabajar juntos, para automotivarnos y no claudicar en el esfuerzo. Rápidamente esta realidad sobrepasó los límites del partido donde estábamos colaborando; era evidente que este tipo de fenómeno se replicaba en otros lugares y que desde distintas realidades estábamos en un proceso de buscar de qué manera podíamos hacer un aporte que generara resultados y satisficiera nuestras inquietudes. Las redes se fueron multiplicando y, con el paso del tiempo, fuimos constituyendo naturalmente un grupo con afinidades personales muy fuertes, con visiones compartidas, pero, por sobre todas las cosas, con una gran vocación para contribuir con nuestro trabajo en la construcción de un mejor país. Desde este punto de vista, la experiencia fue excepcional y riquísima.

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Mirando hacia atrás, creo que uno de los grandes aciertos de aquella etapa fue que al poco tiempo de mantener esas reuniones en forma rutinaria buscamos concretar qué era lo que queríamos hacer. Dentro del mismo grupo surgiendo dos subgrupos; por un lado, estábamos los que tratábamos de pensar y generar ideas sobre los objetivos y la metodología que nos queríamos plantear y, por otro lado, las personas que acompañaban el esfuerzo desde otros ámbitos, como también políticos, que hacían vida partidaria activa. Así fue como elaboramos e intercambiamos distintos documentos sobre los objetivos, valores y principios que compartíamos, y el 23 de diciembre de 2002 firmamos el Acta Fundacional de lo que dimos en llamar Movimiento Red de Acción Política (RAP).

La vocación de servicio toma forma En ese documento muy breve, sosteníamos “la necesidad de la participación política como un instrumento eficaz para construir un futuro posible, en lo humano, lo político, lo social y lo económico”, y nos fijábamos “la necesidad de convertirnos en actores del cambio, fomentando la participación política activa de los ciudadanos, brindándoles un marco de contención que les permita desarrollarse en la vida política, ya sea desde una estructura partidaria, o desde fuera de ella”. Acompañaban esta acta una serie de anexos con una definición de valores, principios y conductas compartidas; verdades de perogrullo tal vez, pero que marcaban, de alguna manera, la esencia de lo que queríamos construir. Habíamos trazado el camino para canalizar la vocación que nos había motivado a principios de año a acercarnos a la política, con la idea de realizar un aporte hacia la formación de una mejor dirigencia política. El proceso de búsqueda empezaba a rendir frutos. A principios de febrero de 2003, retomamos nuestras reuniones y rápidamente se consolidó un pequeño subgrupo, de unas cinco o seis personas, que queríamos avanzar en la toma de definiciones sobre cómo traducir la visión que habíamos plasmado en el Acta Fundacional, en algo más concreto. La idea fue delinear un plan de acción. Nuestras reuniones se alternaban entre bares diversos y mis oficinas, y el funcionamiento grupal era muy horizontal. En una de esas charlas, decidimos que debíamos organizarnos si queríamos llevar adelante nuestra iniciativa, y mis compañeros me pidieron que liderara el grupo. Recuerdo bien que en ese momento me

• La ampliación y consolidación de los integrantes de la “mesa chica” que, de alguna manera, asumía la responsabilidad de impulsar el proyecto. No dudo en decir que en pocos meses pudimos conformar un grupo humano excepcional, altamente cohesivo, muy compenetrado y con una enorme vocación de servicio. • La decisión de hacer nuestro mejor esfuerzo para encarar el trabajo con niveles de excelencia y profesionalismo, comparables a los que estábamos acostumbrados en el sector privado. • La elaboración de un plan estratégico que incluyera una visión de mediano plazo, que tuviera objetivos claramente definidos y actividades diseñadas en función de ellos, con un diseño institucional y organizacional para implementarlo. • Definir claramente una estrategia de desarrollo de fondos para financiar nuestro proyecto. En el grupo impulsor de RAP, todos compartíamos una gran vocación de servicio; pero casi tan importante como esta actitud, era saber que, además, debía existir una idea clara y precisa de qué queríamos hacer y de cómo pretendíamos hacerlo. Terminamos el 2003 con una definición estratégica clara de la misión, de los objetivos de nuestra organización y del tipo de actividades que queríamos desarrollar, y lanzamos, entonces, la constitución del vehículo formal (una Fundación) para llevar adelante la iniciativa. Definimos un esquema organizacional donde, más allá del trabajo voluntario del grupo impulsor, contaríamos con personal rentado. Iniciamos gestiones para conseguir apoyo financiero. Inicialmente, contamos con el soporte de familiares, amigos y conocidos del grupo impulsor.

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sentí sorprendido; si bien es cierto que yo era de los que más tiempo le dedicaba al proyecto, nunca había pensado en asumir algún tipo de rol de liderazgo, y la idea de hacerlo me generaba ciertas dudas sobre si podría satisfacer sus expectativas. Sin que mediara una aceptación formal de mi parte, las cosas se fueron dando naturalmente y, con el transcurrir del tiempo, empecé a sentirme más cómodo con la idea de coordinar el equipo, algo que, para ser franco, no era una tarea demandante, debido a la excelente química entre todos nosotros y a la visión común por la cual estábamos trabajando. En esta etapa, avanzamos en la definición de objetivos y actividades, y logramos un mínimo de institucionalización. Destacaría cuatro aspectos centrales de este proceso:

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Definir la misión fue sumamente interesante como proceso, ya que si bien todos sabíamos que queríamos apoyar el desarrollo de una mejor dirigencia política, el primer debate serio se dio cuando tuvimos que decidir si nos limitaríamos a un sector con una razonable homogeneidad ideológica o si nos animaríamos a apostar por algo mucho más transversal y plural. Esta última postura fue la que primó, luego de un amplio proceso de diálogo y debate. Finalmente definimos que RAP tendría como uno de sus elementos distintivos una cultura de diversidad y pluralidad, buscando acompañar y apoyar a políticos que militaran en diversos partidos y espacios ideológicos, y que la homogeneidad estaría dada, fundamentalmente, en el hecho de compartir un auténtico espíritu democrático y republicano, una vocación por el fortalecimiento del marco institucional y un conjunto de valores, principios y conductas compartidas en cuanto a la forma de desarrollar la actividad política. El desafío más grande fue el de poder generar un espacio donde pudieran cohabitar políticos provenientes de diversos partidos e ideologías. La cultura política de nuestro país se ha ido cerrando cada vez más, y el elemento central que parecería acaparar toda atención es la lucha de poder, lo que lleva a que cada vez existan menos espacios de diálogo y debate de ideas y, por ende, una menor capacidad de generar pactos, acuerdos y consensos básicos. Frente a esta realidad, el aspecto más diferencial del proyecto de RAP era fomentar la generación de “amistad cívica”: redes de relaciones personales con un anclaje basado en la confianza. La expectativa, que hoy ya empieza a hacerse realidad, era que a partir de la confianza se constituyeran canales de diálogos que ayudaran a la generación de consensos y de oportunidades de trabajo conjunto. Cuando comenzamos a desarrollar la idea, muchos amigos nos decían que era ingenuo pensar en sentar en una mesa a un político de derecha con uno de izquierda, a un peronista con un radical o un oficialista con alguien de la oposición. Hoy, la realidad de RAP nos dice que no sólo es posible sentarlos en la misma mesa, sino que, además, es posible que conversen, que generen acuerdos y consensos respecto de algunos temas y que compartan vivencias y trabajos conjuntos. Esta experiencia nos hace mirar el futuro con optimismo, porque nos damos cuenta de que es posible romper los antagonismos que tanto daño le han ocasionado a nuestra querida Argentina y que es posible soñar juntos con un país mejor.

• Los argentinos no podemos seguir siendo espectadores de nuestra realidad y de nuestros problemas; es necesario un mayor involucramiento y participación en los temas relacionados a la cosa pública y a la política. Especialmente aquellos que tuvimos la suerte de que nos fuera bien en la vida, debemos recordar que, además de beneficios y derechos, tenemos responsabilidades y obligaciones. • La vocación de servicio no es algo que viene dado en nuestro ADN. Yo jamás imaginé que algún día haría lo que hoy estoy haciendo. Uno puede tener un plan de vida armado, pero la verdad es que nunca sabemos lo que nos espera a la vuelta de la esquina. Muchas veces la vida nos pone en situaciones que nos despiertan inquietudes y está en nosotros definir qué queremos hacer cuando ello sucede. • A la vocación hay que ayudarla. Es una condición necesaria, pero no suficiente, para hacer una contribución, un aporte en la construcción de un cambio. Hay que encontrar la forma de encauzarla inteligentemente, y buscar insertarse en un lugar desde donde uno sienta que puede ser útil. • Creo firmemente en la importancia de sentir pasión por lo que uno hace; de perseguir los propios sueños. No hay que rendirse ante el primer traspié. Las cosas generalmente no salen como uno quiere de entrada. Hay que persistir en la búsqueda, esforzarse por encontrar el lugar adecuado para cada uno. Y hay que estar preparado para soportar los cachetazos y fracasos que se presenten en el camino.

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Han pasado casi seis años desde que empezamos con esta idea de RAP. A principios de 2002, varios de los que hoy llevamos esta iniciativa adelante, sentimos la necesidad de involucrarnos y aportar para que las cosas cambien y mejoren. A partir de una primera experiencia frustrante, donde sentíamos que no podíamos canalizar nuestra vocación política, empezamos a generar algo nuevo, distinto, con un objetivo original compartido. El cambio es un proceso, no un evento; tenemos bien claro que lleva mucho tiempo y esfuerzo, que no hay garantías de éxito, que queda mucho por hacer y que irán surgiendo complicaciones a medida que vayamos avanzando. Pero lo que también tenemos muy claro, es que con dedicación, perseverancia, trabajo, ingenio y entusiasmo es posible hacer un aporte para que el cambio ocurra. Haciendo un repaso final de estos seis años, me quedan algunos aprendizajes, resultados de esta experiencia activa, que quisiera, también, compartir con ustedes:

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Conclusiones

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• Es fundamental encontrar un grupo con el cual compartir una misma visión. Sólo ahí podremos trabajar a gusto, divertirnos y sentirnos contenidos. No hay anclaje más importante para promover mejoras y cambios que la voluntad de un grupo de personas altamente comprometidas que busquen el mismo objetivo. • Como dije antes, tener vocación de servicio es importante para llevar adelante una iniciativa, para promover transformaciones. Hay que amalgamar esa vocación con un fuerte espíritu de trabajo y con un verdadero profesionalismo a la hora de definir objetivos y planes. Dar siempre lo mejor de uno es un valor cultural que se traduce en mejores resultados. • Al final del día tenemos que darnos cuenta de que el cambio empieza por uno mismo. Es muy difícil lograr que el otro se involucre y participe, si no lo hacemos a partir de nuestro ejemplo. No nos resignemos a ser espectadores. Todos podemos ser parte del cambio y podemos hacer un aporte para la construcción de un país mejor.