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el seleccionado
| Martes 13 de novieMbre de 2012
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| Martes 13 de novieMbre de 2012
“Tengo todo lo que quiero, no necesito más. Sólo pienso en seguir ganando cosas, en no quedarme nunca” LioneL Messi
“Si me decido por un grupo de jugadores es difícil que cambie, pero no puedo tener la certeza absoluta de que no cambie” Agüero se lleva todas las marcas en el Ritz Carlton y Zabaleta aprovecha
Foto: télam
“Arabia es un equipo al que le gusta jugar por abajo, por el estilo que tiene y por su técnico, Frank Rijkaard”
“Siempre es bueno ampliar el espectro y a partir de ahí quedar con un grupo base que sea sólido” ALejAndro sAbeLLA La caótica llegada en Riad, donde un custodio lo apuntó sin querer
Foto: reuters
Lionel Messi pisó Arabia Saudita y, como en cualquier lugar del planeta, convulsionó al país ● Una explosión de efusividad impropia para una cultura milenaria y conservadora se rindió a sus pies ● Atrae las miradas rumbo al amistoso de mañana
Revolucionó otro mundo
Un padre orgulloso; Messi muestra la camiseta del seleccionado dedicada para su hijo Thiago que le regaló la AFA
Ariel Ruya
envIADo eSPecIAL
R
IAD.– Leo Messi es el petróleo en envase diminuto y fascinante: su zurda es oro negro. Leo Messi es la representación del mismísimo desierto: provoca calor sofocante y recorre la garganta sedienta. Leo Messi es el sinónimo de la monarquía absoluta, su genialidad es exclusiva, es la menos democrática del mundo. Leo Messi trae desde el otro lado del mundo un mensaje que entienden todos: su gambeta. Leo Messi es un oasis inventado, ahora mismo, en la árida, histórica y conservadora Arabia Saudita. Provoca lo que nadie: evita el último rezo árabe, de los cinco de cada día, porque su presencia es algo así como la del dios del balón. Pisa la tierra caliente, en-
marcada entre el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, y parece que empezara el fin del mundo. es el comienzo, en realidad, de una suerte de explosión de efusividad impropia para una cultura milenaria, restringida y tradicionalista. Cuatro horas de locos Messi desnuda al mundo entero: lo pone patas para arriba. cuatro horas, desde las 20 hasta el final del lunes saudita, para comprender, en vivo, en directo, que lo suyo no es normal. Hay que estar un poco loco para llamarse Leo Messi. el de los récords, el papá reciente, el goleador, el campeón, el genio loco. Son las 20, minutos más, minutos menos, en el aeropuerto local. Una multitud fervorosa lo aguarda, escoltada por militares armados hasta la dentadura. Uno de ellos, antes de pedirle un autógrafo, una foto-
grafía, lo que sea por recordarlo para siempre, lo roza con un arma en el rostro. La cara de Leo recorre el mundo: no lo quería herir, sólo pretendía llevárselo a su casa. El viaje desde Europa se acaba con un avión privado, vuelo relámpago, con la compañía de Mascherano, Ricky Álvarez, Di María y Palacio. Hay un amistoso previsto para mañana, en esta ciudad, frente a los Hijos del Desierto. Un detalle en el calendario. Por eso, Leo está aquí, mezclado en el gentío desbordado. No le piden la visa exclusiva, ni siquiera el pasaporte: Leo es el de los dos goles del domingo pasado, el que conoce todo el mundo. Rodeado de monarcas, lo saluda, lo abraza, lo besa (un gesto común entre los varones en un universo restringido para las damas) el príncipe Salman bin Abdulaziz al-Saud. Dicen que es el tercer hombre más
Foto: télam
poderoso de Arabia. Chocan los planetas: millones de gambetas y petróleo, cuando ya son las 21, pero no es de noche: si parece que el sol brillara. Las caras de los sauditas lo delatan: hay lágrimas, camisetas de Barcelona y banderas argentinas. La demostración de afecto pública, por siempre evitada, es una bofetada a la idiosincrasia local. Leo crea el desplante a la tradición. Camisa de jean, remera blanca y un fastidio que sube la temperatura, antes de tomarse el ómnibus rumbo al paraíso del lujo. Eso es el Ritz Carlton, un antiguo palacio, en la exclusiva zona diplomática, inaugurado en octubre de 2011 a cambio de dos billones de dólares. El petróleo es el petróleo. La Royal Suite, la habitación más cara, parecida a su hogar transitorio del piso nueve, sale unos 18.000 dólares la noche. Leo viaja veloz en el micro, cuando antes de
las 22 se escucha a lo lejos el desborde de túnicas, religiones, curiosos y hasta mujeres de negro apenas visibles: sólo se desnudan sus ojos. Esos que buscan lo que todos: a Leo. El volantazo vuelve sobre sus pasos: el ingreso del micro, lamentablemente, es por la puerta trasera. Zeyad, de nueve, y Rayan, su hermano, de seis años, vestidos de Barcelona, lloran en silencio. El genio argentino está en el segundo piso, ya vestido de uniforme de selección, a punto de deglutir carne, verduras y agua mineral sin gas. En su mundo, el de fantasía; aunque el otro, el verdadero, lo añora desde afuera. La sobremesa es la mejor parte: comparte risotadas con Kun Agüero, arribado apenas unos minutos más tarde, historias divertidas de dos amigos de la vida. Casi no se habla de fútbol: la pelota, como la gente, se quedó afuera. Son casi
las 23.30: aparece de pantalones cortos, zapatillas desatadas, casi un pibe normal, sacándose algunas fotografías y firmando un par de autógrafos a los valientes que cruzaron un par de barreras para comprobar si el ídolo, en Occidente y en Oriente, es de verdad. Germán Lerche, el director de los seleccionados nacionales, le obsequia un cuadro esperado: camisetita celeste y blanca, con fondo de padre baboso y apenas seis letras. Thiago, reza la espalda de la pequeña remera. Le encanta: toma la postal entre sus brazos como si fuese su hijo, como si respirara. Y sonríe, cuatro horas después de un frenético recorrido apasionado, en un mundo nuevo, nada nuevo para él. Dice que es feliz. Que tiene todo lo que quiere. Lo suyo, en realidad, es una verdadera locura. También en Arabia Saudita.ß
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De lesiones, suspenso y desorden Confuso. Un amistoso con un plantel diezmado y sin horario RIAD (De un enviado especial).– No sale una. La verdad: no sale una. “Son imprevistos, igual no íbamos a tener más de un día de práctica. Hay que sobreponerse a las adversidades... Once tenemos”, grafica Alejandro Sabella, el conductor. “Hay algo de mala suerte”, define Germán Lerche. “¡No se puede creer, qué sal!”, exclama Carlos Bilardo. El amistoso del seleccionado nacional contra Arabia Saudita, previsto para mañana, en el estadio Rey Fahd, está embrujado. Al menos, para los nuestros. Pasa de todo. Primero, Gonzalo Higuaín: una rotura fibrilar en el bíceps femoral de la pierna derecha. Fuera de la lista. Después, Fernando Gago: molestias en el músculo sóleo de la pierna izquierda. Apartado de la nómina. Sin el artillero de Real Madrid, sin el cerebro de Valencia. Qué más. Alejandro Sabella hace malabares con bolas de fuego. Ezequiel Garay y Enzo Pérez no van a llegar nunca a Arabia. El virus de las lesiones se apoya en Benfica, en Portugal. Las malas nuevas no piden permiso: hay una detrás de la otra. Sergio Romero se pierde la conexión romana: si llega hoy al mediodía, es un alivio. ¿Se puede ensayar algo con cuatro hombres? ¿Táctica, estrategia, pizarrón y pases cortos? Nada de eso: a correr en un gimnasio interno para Andújar, Augusto, Di Santo y Coloccini, los únicos cuatro seleccionados, al menos, hasta antes de la llegada de la tropa general. Un día como hoy para reconocer el campo de juego, refrescar conceptos, cobrar el millón de dólares por el amistoso (¿o será algo más por esta aventura lejana?) y hasta el año que viene, al menos, para los extranjeros. Qué más: hay más. Un cambio de hotel de un día para otro: del Al Faisaliah al Ritz. El horario del partido es un misterio: puede ser a las 14, a las 15 y hasta las 13.30 de nuestro país. Hoy, seguro, se va a saber. “Lo importante es que se entienda el mensaje. Y que los chicos nuevos se acoplen rápido”, cuenta el conductor, víctima de la mala pata. De desprolijidades, lesiones y suspenso en un mundo exótico. Y además, habrá un partido...