Espectáculos
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Tabarís Con glamour
ARCHIVO
MARIANA ARAUJO
En sus 83 años, por su escenario y su sala transitó buena parte de la historia del espectáculo porteño
que renovó al Maipo y uno de los que construyó el Hotel Alvear). Mucho glamour, pero la primera noche comenzó con el pie izquierdo: cuentan que como la calefacción no funcionó, los invitados cenaron y bailaron con sus sobretodos puestos. El encargado del lugar, y luego su propietario, fue Andrés Trillas, un francés hijo de españoles que había llegado a Buenos Aires a los 14 años. Antes de hacerse cargo del Tabarís había logrado experiencia trabajando en Armenonville, otro cabaret de la época. Con tanta influencia europea en la ciudad, el Tabarís nada tenía para envidiarles a los shows de Londres, París, Berlín o Nueva York. A lo sumo, el toque local era el tango y la actuación de la orquesta de Francisco Canaro era un clásico. En el 28, Enrique Cadícamo escribió “Che, bacán de rango mishio, te diré que algo me alegra relojearte entre la mersa que la va de Tabarís...”. El músico recordaba que pasada la medianoche el consumo de champagne era obligatorio. Las mujeres francesas y polacas introdujeron allí la moda de fumar en público. Eran las poupées de importación. La concurrencia era más que distinguida en aquellos años locos del 20. En 1925, un gordito que luego se hizo famoso circulaba por ahí. “A los catorce años, ya de panta-
Sábado 3 de marzo de 2007
MARIANA ARAUJO
y desenfado La historia del Tabarís se cuenta a partir del champagne, cierto toque bacán, mucho cajetilla viendo a las coristas de la época, sugestivas piernas con media de encaje, humos de cigarrillos en el ambiente, cortinas que disimuladamente se cierran y tango, mucho tango del mejor. Con Troilo. Con Pugliese. Con la Merello. Y Josephine Baker en el escenario. Y Orson Welles, Gatica y Manucho Mujica Lainez asomándose de un palco para ver a los mejores números que venían de París. El Tabarís es también la historia de la revista porteña y la picaresca. Es Fidel Pintos, Moria Casán, José Marrone, Emilio Disi, Estela Raval, Carlos Petit. Y es Alfredo Alcón cerrando Teatro Abierto frente a Dragún, Gambaro, Cossa, Halac. Y cuando parecía que no podía haber nuevas reconversiones posibles, vinieron los evangelistas para pasar la crisis de 2000 y evitar que la bella sala se transformara en una playa de estacionamiento. Cuando parecía un territorio perdido para el espectáculo, Carlos Rottemberg, su dueño, lo acaba de recuperar y pondrá ahí El champán las pone mimosas, con Florencia de la V y dirección de Gerardo Sofovich, en una clara demostración de que la historia continúa. Una historia fascinante que comenzó en la Corrientes angosta de 1905, sobre el local donde estaba el diario francés Le Courrier de la Plata. Allí se levantó el cabaret Royal-Pigalle, que se desplegaba en dos plantas (el Royal, un teatro, y el Royal-Pigalle, un cabaret donde actuaba Calcagno y Calderilla). En el gran vestíbulo, las veladas vespertinas estaban animadas por el sexteto de Francisco Canaro. Tiempo después viene la primera transformación de la sala y todo el espacio pasa a ser un teatro. El 7 de julio de 1924 abrió sus puertas el Tabarís, reconvertido por los arquitectos Brodsky y Sammartino (Valentín Brodsky fue el mismo
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lón largo, empecé a trabajar de contrabando en el Tabarís. Allí conocí a Vardaro, a Pascual Contursi. Hacíamos el tango de vanguardia. Entrábamos a trabajar a las seis de la tarde y no parábamos hasta que se iba el último borracho. Había días que terminábamos tocando con el sol en la cara”, contaba Aníbal Troilo a María Esther Giglio. El debutó junto a Osvaldo Pugliese el 1° de abril del 33. En aquellos años de loco desenfreno, los cabarets Armenonville, Marabú y Tabarís aparecen unidos a grandes tangos de los gloriosos tiempos del despilfarro. En 1949, el Tabarís celebró sus 25 años de vida. Andrés Trillas ofreció a los concurrentes champagne y faisán para el festejo. Pero la belle epoque ya había pasado. Dicen que el glamour llegó hasta la Segunda Guerra Mundial y luego sobrevivió, como tantos otros sitios en la ciudad. En la vida de Carlos A. Petit, el gran empresario teatral, el Tabarís aparece en el 1954/5. Durante 14 años fue el director de los espectáculos musicales. En ese lapso, por ejemplo, una noche de mayo del 57 debutaron Los Cinco Latinos. “Hacíamos espectáculos hasta con 70 artistas en escena”, comentó Petit en un reportaje. No exageraba. La cantidad de camarines desparramados por los pasillos del Tabarís lo confirman. Todo era
a lo grande. Y si los shows de Artaza o Cherutti actualmente no superan las 20 personas en escena, él metía a 70 artistas y músicos. Años más tarde, Petit convierte al Tabarís en una sala teatral. Esa nueva etapa comienza con una comedia protagonizada por Ana María Campoy y Pepe Cibrián.
De Corona a Alcón En 1981 alquilan la sala Carlos Rottemberg y Guillermo Bredeston. Instalan sus oficinas en unos cuartos que dan a la calle, que hace años que no se abren. “Se la alquilamos a un tal doctor Picardo, que era el dueño. En el momento que entramos incendian el Picadero, donde había comenzado Teatro Abierto”, recuerda Rottemberg. Enterado del asunto, ofrece el lugar y así fue como el mayor movimiento teatral contra la dictadura pasó a desarrollarse donde estaba la revista Cosa de locos, con Locatti y Corona, de Petit. Cuentan que cuando Petit vio entrar a Luis Brandoni y a buena parte de los que hacían Teatro Abierto, dijo: “Muchachos, a los bomberos los ponemos a porcentaje”. Apenas termina Teatro Abierto, la dupla Rottemberg-Bredeston estrena una obra de Rozenmacher y, luego, un texto de Roberto Cossa. “Sin embargo, todos los días teníamos un es-
pectador que preguntaba: «¿Acá va la revista?»” En el 82, comienza la saga exitosa de la revista con Moria Casán, en invierno, y José Marrone, en verano. En 1985, Carlos Petit estrena Los años locos del Tabarís, con Moria Casán y Violeta Montenegro. En el elenco estaba también Carmen Barbieri (la futura ex amiga de Moria) y las Bluebels Girls. Cuentan que las trasnoches de los sábados eran de armas tomar. “Cuando terminaban las peleas en el Luna Park la gente subía por Corrientes y hacían Astros o Tabarís y comía una pizza en Las Cuartetas. Ese era el plan. El Luna te tiraba unos 10 mil tipos con guita en el bolsillo para ver algo, por eso era muy fácil llenar. Y como dependíamos de las peleas, anunciábamos la trasnoche a la «una y pico» porque no sabíamos a qué hora terminaba la cosa. Si había un knockout había que apurarse”, cuenta Rottemberg.
A la izquierda, foto de la fachada cuando se daba Mas pinas que las gallutas y de cuando estuvo alquilada, hasta el año pasado, a la Iglesia Evangelista. Arriba, la sala actual luego del trabajo del arquitecto Ariel Aidelman, el mismo que recicló el Liceo, otra de las salas de Carlos Rottemberg
Evangélicos y revisteriles En los noventa, la revista no cierra económicamente y deja de existir. “Entonces comienza esa cosa atípica que es la comedia arrevistada”, agrega. Ahí llegó otra pareja al Tabarís: Emilio Disi y Tristán. Ellos dan vida a la saga de títulos que merecerían figurar en la historia del teatro. Veamos: Más pinas que las gallutas, La noche de las pistolas frías; Debajo del tapado, nada; Todas las noches, tres; El último argentino virgen; Potras; Chupame el huesito. Encontrar el título adecuado era el gran divertimento de Rottemberg y Hugo Sofovich. Una vez que daban con uno, recién ahí se armaba el show. Rottemberg, para ese entonces ya dueño del teatro, vio venir la crisis económica de 2000. Y entre alquilar la sala para que se pusiera una playa de estacionamiento o rentársela a la Iglesia Evangelista, optó por lo segundo. Justo él que se considera un ateo por convicción y un judío “por tradición”. Y allí fueron a parar ellos con sus cánticos y sus nobles propósitos. Justo ahí, por donde circulaban las despampanantes chicas con una copa de champagne para el niño bien habitué de esa verdadera fábrica de erotismo que fue el Tabarís. A partir del 15 de este mes buscará su tiempo de revancha. Ahora volverá a abrir las puertas de sus dos bellísimas salas porque, por suerte, el show debe continuar.
Alejandro Cruz
Fina, sobria y con sus nuevas 550 butacas, la sala principal del Tabarís aguarda la llegada de los nuevos espectadores MARIANA ARAUJO
Sofovich, el señor de la nueva etapa Para la reapertura del Tabarís, Carlos Rottemberg optó por Gerardo Sofovich para que se hiciera cargo de la programación. “Siento que la marca Sofovich coincide con la marca Tabarís. Y comienzo con El champán las pone mimosas porque es la primera obra en recaudaciones en todo el país por arriba de Artaza y Cherutti”, dice el empresario. Sofovich conoció el Tabarís cuando tenía unos 20 años, hace unas cinco décadas. “Era el cabaret paquete de los señores bacanes de la época –recuerda Sofovich–. Para mí, era como entrar en un mundo fascinante.” Y si el champagne era uno de los protagonistas de aquellas noches locas, ahora llega al Tabarís con El champán las pone mimosas, versión de Florencia de la V. Y como hay varias historias circulares en todo esto, vale apuntar que su debut teatral fue justamente
Etapas
en el Tabarís haciendo un reemplazo de Cris Miró. La obra se estrenó en 1983. Llegaron a hacer 14 funciones semanales. Cosas de los tiempos, el gran desafío actual será llegar a las 8 funciones, de martes a domingo. Más adelante, una de las sedes naturales de la revista porteña intentará volver a dicho género al mejor estilo Sofovich: “Con mucha gente en escena, grandes decorados y vestuario. Así se hace”. En un formato más intimista, en el Petit Tabarís, la sala del sótano, se presentará a mediados de marzo un show flamenco con Baldomero Cádiz y su grupo. “Acá probé hacer teatro serio y no cuaja; nunca prendió. Sin embargo, toda vez que rescatamos la frase «la picardía de París, ahora en el Tabarís», la gente venía. No puedo ir contra la corriente”, se sincera Rottemberg, el señor de los teatros.
Foto de la fachada en la década del 60 ARCHIVO
Noches de excesos, lujuria y famosos El restaurante del Tabarís (el nombre es un homenaje a otro cabaret que había en Marsella) contaba con una cocina de altísimo nivel. El lugar era el orgullo de su propietario, Andrés Trillas. El salón lucía una frase que manifestaba el nivel gastronómico que poseía: “Sólo hay dos casas en Buenos Aires donde usted puede comer a gusto: la suya y la nuestra”. La bodega llegó a contar con once mil botellas de las marcas más importantes (obvio, importadas). Dicen que una copa equivalía a casi medio sueldo de un empleado raso. Hoy todo eso está cerrado y hace años que nadie abre esas dos enormes puertas que dan al fondo del escenario donde estaba el restuarante. Pero la historia está ahí, latiendo, viva, esperando ser desempolvada. La sala principal cuenta con dos bandejas de palco. En la de arriba estaban (y siguen estando aunque están tapados) los reservados. Para evitar miradas indiscretas, había finos cortinados de brocatos. Entre pasillos se paseaban las cocottes que, si así daba, se recostaban en mullidos divanes a vivir la vida loca mientras abajo continuaba el show. La pista de baile se elevaba y se convertía en prolongación del escenario. “Tenía dos pisos de palcos con múltiples alfombras y pesadas cortinas. Lánguidas rubionas, que recordaban a la protagonista de Gilda, Rita Hayworth, se ocupaban de ser ocasionales compañías de solitarios clientes”, escribió Germinal Nogués. Entre esas mesas anduvo la fotógrafa Annemarie Heinrich. El resultado fue la muestra Tabarís: la bohemia o el glamour del desenfado. A fines de los 30, por su escenario desfilaron figuras internacionales: Luccienne Boyer, famosa chansonier; Josephine Baker, con unas provocativas faldas que causaron furor, y madame Mistinguette, las piernas más lindas de la época. Personajes de la época a su paso por Buenos Aires no se privaban de una noche en el Tabarís. El listado de lujo incluye a Federico García Lorca, Maurice Chevalier, Carlos Gardel, Orson Welles, Juan Duarte (el hermano de Eva Duarte), Albert Camus, Eduardo de Windsor, Luigi Pirandello, Jacinto Bonavente, Lily Pons, Antoine Saint-Exupéry y el maharajá de Kapurthala (un verdadero top de la época que llegaba con catadores de comida). El Tabarís estaba en su momento de mayor esplendor.