Carlos Orlando Pardo Pijao Editores

almanaque está colgado detrás de la puerta y recuerdo que como nunca supe ni el año ni el día de mi nacimiento, mi última madre miró el calendario y me dijo ...
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Verónica resucitada

Novela

Carlos Orlando Pardo Pijao Editores

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo De formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges

UNO Un sólo instante fue suficiente para cambiar el destino de toda mi familia. Uno sólo porque en aquel momento una no conocida sensación rodó por dentro de mis venas y por cada poro de mi cuerpo.

Ese segundo en apariencia fugaz de mi existencia no me hizo saber sino de un relámpago pero luego, al regresar de las presentaciones y una conversación formal para que siguiera acompañándolo, supe que estaba prendida desde adentro y debía olvidarme de los míos. Me sentí hipnotizada y con un ritmo interior distinto como si corriera el agua fresca por mi lado y quisiera abandonar mi antigua vestidura. Era entender de pronto cómo no debía seguir malgastando mi vida en acciones que ya no me agradaban y de la noche a la mañana entrara a un nuevo universo donde retornaría a los viajes así tuviera el costo de la despedida. Presentí que la suerte en vez de abandonarme me llegaba de pronto como si tuviera una deuda conmigo y no entendía si estaba siendo ligera por transformarme en alguien ruin al no pensar sino en mí misma. Aprendí desde niña que los imanes traen buena suerte alejando los daños y aquel hombre surgía como uno poderoso de cuya súbita energía no

quería separarme. Lo único cierto es que todo eso me ha servido como una regresión para juzgar que no me encuentro contenta con mi vida y veo surgir el perdido sabor de regresar a los viejos caminos sin ninguna atadura. Odio el ritmo monótono en que estoy consumiéndome en medio de un tiempo detenido y una puerta se abre de improviso para darme ocasión de irme cuanto antes. No soy amiga de pensar como lo hace mi marido enredado en su estudio y las investigaciones de la enciclopedia sino de sentir, sentir siempre por encima de todos los prejuicios. Quiero notar que vibro a cada rato porque mi corazón se invade con demasiadas cuerdas ardiéndome en el cuerpo, pero apagado por la invariabilidad de mis días repetidos, por el aburrimiento que a veces me conduce a estar desesperada así me ocupe diligente en otras cosas. Soy como el perro del vecino que no puede ladrar y el tiempo pasa sin que me de cuenta de lo que me pierdo. Corre por mi interior un kilo de fastidio al

ver en el espejo mi cara de cansancio y distinguir la misma gente, las calles repetidas, el mismo caminar y la misma emisora diciendo las noticias que varían apenas con los nombres de los últimos muertos. Sé que todo eso es parte de la vida pero no para mi que jamás me detuve en parte alguna y he sido una intranquila trashumante. Lo fui desde mis recuerdos más remotos hasta que a él le dio porque debíamos quedarnos para echar raíces. Me he armado de serenidad contagiada por Arturo y la paciencia es buena pero cansa y a todos he escuchado que el aplomo también tiene su límite. Pretendo ser dueña de mis silencios porque en boca cerrada no entran moscas y sólo me gusta descifrar los ojos para ver esas mechas que se prenden sin caer en las trampas de mi naturaleza. Juego a la indiferencia y así me he mantenido hasta este momento en que estoy inundada por los escalofríos que me salen por la mirada ardiente de ese hombre y la propuesta para que lo acompañe.

Supongo que estoy jugando mi futuro esperando que la moneda que he tirado me caiga en cara o sello como si estuviera loca o ciega y me diera yo misma la espalda. Podría estar demente diciéndome todas esas cosas seguro en forma irresponsable, pero he conservado la cordura así le de rienda suelta a las imaginerías pero ninguna vez jugando a la traición. Nunca le he sido infiel ni siquiera con el pensamiento pero es ahora, cuando la mano del hombre le da un apretón a la mía que siento cómo voy a cambiarme siendo otra. Pero no es sólo la mano la que me transporta sino cuando me da una ojeada como desnudándome y veo de qué manera ha destapado todo lo que guardaba oculto sin saberlo. Saboreo la libertad en forma plena y decido en ese instante mi rescate para no ser hipócrita con nadie. Estoy mirando a Arturo sumido en un sueño profundo. Lo recorro con detenimiento como si tratara de apresar su rostro y su cuerpo por última

vez. Antes de abandonarlo siento que me despierta gran ternura porque crecí prácticamente con él y por él soy lo que soy en el mundo que nos tocó en suerte. No sé si es que me falte la vergüenza para ir demasiado lejos o me he convertido en un ser sin sentimientos como para marcharme. Todo se me revuelve de pronto y por eso no quiero pensar sino huir como si unas alas invisibles me salieran. El miedo me fabrica pretextos pero no aspiro perder por eso la construcción que he soñado de saborear la libertad entre los viajes y lejos de la esclavitud de la familia. Seguramente el temor se me pinta en la cara pero cuando pase estaré yo sola en el camino sin mirar atrás porque así me recriminaré la falta de prudencia, la torpeza de irme que a lo mejor me lleve al arrepentimiento. Me siento perturbada y con el ánimo desfalleciente por lo que voy a hacer, pero no quiero por eso obstruir lo que quiero, que me suceda lo contrario a mis deseos, así me sienta amenazada por mi misma. Sé que la conquista de

mis intereses me hará perder lo que hasta ahora tengo ya ganado y que es real y concreto por encima de lo desconocido. Aún así, no me dejaré manejar por el temor porque aprendí a sobreponerme a todas sus facetas desde niña. Sentada al borde de la cama siento un escalofrío al querer levantarme como si fuera a caer a un abismo si doy el primer paso, pero me atrae la sensación del vacío así sea para quedarme en él eternamente. Vuelvo a mirarlo y me niego a escuchar al corazón y al desprecio que sé me estoy ganando. Lo que no quiero y me lo he propuesto como si fuera una asesina, es voltear la cabeza adonde están las niñas con la sonrisa inocente de sus sueños. Viajo para huir y sola caminaré más de prisa desertando a ser esclava de las obligaciones y de las apariencias aunque me esperen las tempestades y las condenas, las recriminaciones y el desprecio, el odio y los señalamientos. Pretendo volver realidades mis deseos y soy como una enferma que quiere

cambiar de cama, tener otro paisaje y un aire diferente así tenga que correr mil riesgos pero con franqueza, rompiendo como lo voy a hacer para ser capaz de decir en voz alta lo que pienso en voz baja. Seguro al cerrar los ojos me engaño suponiendo que estoy ciega para no darme cuenta de lo que hago, para imaginarme que yo no soy yo y no tengo nada de qué arrepentirme, nada que pueda hacerme rehusar el cambiar mi destino como si no olvidara la lectura de la mano que una gitana amiga de mi madre me leyó alguna tarde amarillenta. Veo mi cuello amarrado por la fuerza de mis obsesiones y no por la obligación que tengo al frente. Me levantaré por encima de los temores hipnotizada por la suerte que avizoro en medio de los nubarrones de esta madrugada en que huiré como un ladrón. Reviso lo poco que llevo en la maleta antes de abrir la puerta y pienso al verlo por última vez que me hice mujer a su lado, que estrené las emociones

que ni siquiera sospechaba pudieran existir porque mi vida de antes fue sólo de dolor y de abandonos. Mientras lo examino recuerdo que lo conocí siendo poco más que una niña y tuve admiración por sus encantos, por su manera tan caballerosa por encima de los otros ignorantes que se portaban como unos peones mal hablados. Descubrí el placer a su lado y supe que por primera vez era feliz como si ascendiera cada vez al cielo. Los dos éramos sin duda uno solo y su sombra era mi sombra como la mía era la suya. Aunque apenas me lleva cinco años lo miro a veces como el padre que no tuve. Él fue primero como una sombra y después como un sueño y al final como una pesadilla. No sé si vaya a olvidar el sentimiento de odio que seguro le despertaré y encuentre alguna forma de vengarse. Creo que la culpa la ha tenido el tiempo porque nos envolvió la rutina como si a nuestro alrededor crecieran imparables muchas telarañas, como si despertáramos a cada rato invadidos por la

monotonía y el bostezo. La necesidad que tengo de huir parece disculparme el desliz que es un pecado horrible y que da mucha pena pronunciarlo porque se llama la traición. Seguro la conciencia me acusará siempre por el paso que estoy dando pero su amor morirá de mal de ausencia. Como no deseo regresar, se apagarán sus fuegos cuando entienda mi perfidia y saboree lo agrio de mi ingratitud. Me siento mala con él pero me siento buena conmigo. Tal vez por lo que siempre estuvimos en la misma dirección y mirando al mismo lado mantuvimos compacta la armonía, pero comenzaron a invadirlo los miedos, a dejarse creer de los sueños y de las pesadillas que se le aparecieron para que cambiáramos de oficio y nos estacionáramos aquí donde no pasa nada, donde el tiempo parece detenido como el aire y la rutina creciendo para obligarme a pensar en el deseo de tener libertad, de moverme de un lado a otro como lo hicimos al ir de pueblo en pueblo cuando éramos niños y nos hicimos

grandes y nos volvimos fuertes. Extrañaré seguro sus mimos y sus manos seguras, sus palabras amables y ante todo sus historias que nunca se agotaron. Por algo ha leído toda la enciclopedia Espasa sin saltar una página y devorando con ansiedad los tomos gruesos que pesan demasiado. No le es extraño nada. Ni los personajes de la historia ni los nuevos inventos ni los hechos de guerra ni las grandes leyendas de amor. A lo mejor podrán servirle para consolarse, para admitir con propiedad que no es el único al que su mujer abandona de la noche a la mañana. Por dentro suyo existe un mundo mayor al que los ojos pueden mirar y la gente entender. Dicen que quien ama nunca abandona pero no es fácil juzgar que lo haga si tiene mi cariño, pero lo he sopesado, lo he decidido sin afanes como si no fuera difícil tener la sangre fría en estos casos. Si hubiera continuado con las alas para seguir volando de un lado a otro como siempre lo hicimos, seguro que no tendría que reducirlo a un recuerdo pulcro

ni al grito interior que quizá no podré silenciar en mucho tiempo. Sus lágrimas no me impedirán ver las estrellas ni prohibirme que vaya con el viento entre el aroma de la libertad. El amor podrá unirnos pero nos separa la vida, aunque su memoria dulce no vuelva a encontrarla con ninguno si es que se atraviesa la trampa de otro amor. Me voy sin despedirme y sin dudar porque debo ser fuerte de aquí en adelante, sin permitirme desahogos ni tristezas, sin dar lugar a los temblores de la indecisión y a las murallas de la duda y sólo caminar sin atender en nada al corazón. Me siento como un barco que parte así me esperen los naufragios porque nada me atará, si siquiera el amor, a una vida donde no esté contemplando nuevos lugares y distintas estrellas entre la lejanía. Lo sigo mirando en su sueño profundo y sé que nunca volverá su mirada de nuevo hacia mis ojos no sólo porque al abrirlos esté apenas mi ausencia sino porque nunca, de volver a encontrarnos, hallaré su perdón.

Las niñas están dormidas como Arturo. Me he dicho si es mejor que no tengan una madre que ya se anda con tantas cosas metidas en la mente. No había querido siquiera pensar en ellas porque todo me cambia, pero me tranquiliza la unión que se conservan y están todavía muy pequeñas para que se sientan destruidas. Creo que nunca estuve predispuesta para tener hijos. Lejos de mi imaginarlo siquiera porque ni el tiempo dedicado a mi oficio ni mi vocación por la vida me dejaban el más mínimo espacio para pensar en anhelarlos. Quizá por lo que nunca tuve una familia verdadera y en vez de una madre me tropecé con tres, no estuvo dentro de mis cuentas formar una. Fui a lo largo de esos años un ave migratoria hasta cuando Arturo apareció y jamás tuve un nido por temporada larga. Crecí como las plantas silvestres en medio de indiferencias o atenciones colectivas porque era como una mascota por ser la única pequeña en el grupo donde estaba mi segunda mamá. La primera

un poco grandecita y yo ya tenía uso de razón según me lo dijeron, veló por mi hasta los cinco años y dizque me encontraron perdida llorando en una esquina en medio de una noche que empezaba. Con el tiempo olvidé buena parte de esos días y sólo se me aparece en ocasiones, cuando estoy sola, la imagen de su risa amplia con unos dientes blancos y parejos y después del almuerzo invitándome a saborear un dulce de breva que nunca ha dejado de gustarme. No recuerdo hermanos ni vecinos y ni siquiera la cara de mi padre si lo tuve conmigo. Lo demás es borroso cuando siento la angustia de verme alejada de la casa y luego mis lágrimas al saberme en los brazos de una mujer que corre y me tapa con una cobija y le faltan tres dientes y los tiene amarillos. Creo que el agotamiento por el llanto terminó cansando mis pataleos y no sobrevivió sino la sensación de perder a mamá cada vez más lejos por el tiempo que duró la carrera, por los

gritos y las advertencias que hacían dos hombres para que me taparan la boca y porque sentía, al detenerse de pronto, que estaban huyendo de algo porque decían cuidado, cuidado y asegúrese que tenga la boca cerrada. No recuerdo el resto, a lo mejor porque olvido fácil los dolores o mi cabeza se niega a repetirlos. Parece que desde entonces he sido selectiva para olvidar lo malo y si alguna vez por entonces cometí mis errores, serían pilatunas, las ignoro del todo. Tal vez por esas escenas que cubren mi pasado no tenga arraigo alguno ni ejemplo cercano para darle importancia a la familia. No quise el nacimiento de mis hijas y llegaron las dos en contra mía e inclusive para mi sorpresa, ante todo de la primera, porque no tuve ninguna formación. Ni idea entonces que la suspensión de la regla por varios meses era una señal del embarazo. La advertí al sentir un poco de mareo, náuseas, apetito continuo y sobre todo cuando mi vientre se abultó, cuando empecé a recibir abrazos, mimos y

felicitaciones de la gente con la que trabajaba y yo, como buena ignorante, inocente de lo que verdad ocurría y mas bien molesta porque se desfiguraba mi cuerpo que era tan apreciado en los desfiles. Seguí los consejos de la gente mayor, tomé con disciplina la leche, los quesos y los huevos frescos recibiendo cada día atenciones y consentimientos de Arturo que sí se emocionó con la noticia. Fue grave para mi porque necesité dejar de trabajar y tuvieron que conseguirme un reemplazo con dificultades porque no era de la noche a la mañana que encontraran otra como yo. Mi marido trabajó solo y yo iba cada noche a mirarlo para que continuara sintiendo mi compañía y mi presencia que él decía le era indispensable y le atraía sin dudar la buena suerte. Lo hice casi hasta la última noche en que los dolores cada cinco minutos me impidieron seguir ahí sentada. Fueron por desgracia los anuncios de uno mayor cuando nació la primera, en la segunda sería más duro,

despertando en contra de las otras mujeres no un sentimiento de amor sino de rabia. Se llevaban tres años. Asumí la tarea de su crianza a medias porque me faltaba la vocación y por fortuna Arturo que parecía mejor una madre, se encargaba de cumplir los detalles, preparar el tetero, cambiarle los pañales, colocar el babero y darle golpecitos en la espalda después de comer. Durante horas las contemplaba como a unas muñecas y además de cumplir con su trabajo que era de pocas horas, distribuía su tiempo entre la lectura de los gruesos tomos de la enciclopedia y el cuidado amoroso de las niñas. Yo lo cuidaba a él en las noches calmando sus ardores de hombre fuerte hasta quedar igualmente agotada y satisfecha y cuidaba mi cuerpo comiendo únicamente frutas y verduras y un poco de carne, puesto que no iba a permitirme destruirlo para que en los desfiles se burlaran de mi. No niego que jugaba con ellas y me gustaba su sonrisa viéndome retratada cuando

yo era una niña y queriendo sobre todo que les quedara la mía, la caricia jugando con su pelo y las acostumbré al dulce de brevas repitiendo mi historia. Después huía y me alteraba con su llanto, al momento de tener que cambiarlas o preparar teteros e inclusive, al asumir el sacarlas al parque los domingos para que vieran otros niños y saborearan el algodón de azúcar con una cara en regocijo. Desde aquellos días para romper las horas grises y quietas, empecé los sábados a acompañar a Arturo con sus amigos que se reunían a escucharle sus lecturas de la enciclopedia y a tomar cerveza. Nunca probé el licor hasta entonces tomándole gusto a sentirme diferente sin llegar al exceso pero experimentando sensaciones placenteras, olvidándome de las perturbaciones y del aburrimiento, aliviando mis tensiones, haciéndome sentir más lúcida y sobre todo amorosa con Arturo como si fuera así que le encontrara todas la cualidades que antes no veía.

Pasábamos buenos ratos conversando cuestiones sin importancia y aunque él me dijera que ya era tarde no deseaba retirarme del lugar y odiaba que alguien recordara la hora. Tenía derecho a divertirme, escuchar los programas musicales de la emisora que se sintonizara y era justo estacionarnos en el esparcimiento tras una semana de trabajo. Podríamos demorarnos porque al fin y al cabo al otro día era domingo y las canciones me parecían más bonitas que otras veces y nos reíamos mucho y contábamos chistes hasta cuando aparecía el tema de la política que nada me gustaba pero que a Arturo le sabía a pasión. Era fijo que por allí pasaran los músicos ambulantes y como ya conocían la rutina se ponían a hacer retumbar las guitarras y los tiples y muchas veces, sin nadie pedirlo, arrancar con las tonadas que nadie podía rechazar. De pronto todos nos volvíamos cantantes y el que más levantara la voz era mirado con admiración como si en sus otros oficios perdiera su tiempo porque

se trataba de un artista verdadero y oculto. Ahí era cuando dejábamos de conversar y Arturo se aburría porque le gustaba era eso y cuando manoteaban y repetían y golpeaban la mesa pidiendo otra y otra, él se levantaba de una diciendo buenas noches porque siempre fue un hombre culto y educado. Tomémonos la última, decían y hasta lo señalaban de borracho porque llevaba callado largo rato. Pero me estoy metiendo mucho en los recuerdos mientras reviso la maleta como si esas viejas sensaciones me amarraran y el viaje a través del tiempo le diera un toque fresco y de pasión a mi vida, de nostalgia de pronto antes de ingresar a nuevas sensaciones y caminos. Tal vez extrañaré las historias de Arturo. No creo que haya en parte alguna un hombre que mejor las cuente porque tiene el talento de hacer vivir cada una al que lo escuche. Parece un sueño hablando y un mago lleno de luces con el poder de la palabra. Sólo con él es posible vivir las historias de las mil y una

noche como si nos llegara el rumor de los caballos corriendo al ritmo de Alí Babá, como si hiciéramos un viaje en la alfombra mágica y nos caían encima las historias de jeques, pescadores, asnos, mujeres despedazadas, jorobados y médicos judíos. Nos enamorábamos del barbero y sus hermanos, de las doncellas, los príncipes y los vampiros, de la inolvidable Sherezada, navegantes aéreos, bárbaros, antropófagos y todas esas joyas orientales en ciudades árabes encantadoras como el Cairo y Damasco según las describía. Pienso que Arturo era una visión masculina de Sherezada pero hubo un momento en que no logró atraparme, ni siquiera con la última historia dicha antes de dormirse como para evitar que me marchara. Extrañaré también las horas de placer puestas al gusto por la poesía porque se las sabía todas de memoria y durante una tarde entera era capaz de recitarlas con su voz llena de matices poniéndole a las palabras sólo música. Paro aquí porque no quiero seguir ahogándome

con las escenas gratas que borraré de un tajo si me acuerdo cuando me era infiel. Debo encajarme ahora de primero con su maldita falta de respeto por los años en el trabajo que cumplíamos antes. Con la disculpa del cansancio cuando terminaban las jornadas ya tarde en la noche, se iba a celebrar con sus amigos y físicamente se volaba para llegar con colorete pintado en su camisa. En un comienzo me hice la loca suponiendo que serían imaginaciones porque nunca antes ocurrió y lo vi siempre con entrega total y sin reservas. Imaginé que serían admiradoras de su declamación que enloquecidas por sus palabras o de pronto no sé si alguna historia se lanzaban emocionadas a abrazarlo. Desde aquellos días empecé a creer que era mentira aquello de hasta que la muerte los separe. Intuyo que fueron esporádicos los hechos porque al hacérselo saber, sus camisas llegaban tan impecables que a lo mejor las lavaba por fuera de la casa. Lo sabía mío y jamás le hice ni controles ni

acosos salvo que la evidencia fuera incontrovertible. No puedo negar que fueron días de acumulada tensión y sentía deseos de pegarle pero me arrepentía. Por esos tiempos me alteraba, me dolía el estómago, no tenía apetito y el sueño se descompuso, mantenía mal genio y hasta lágrimas sin que me viera y no quería cruzarle una palabra. Luego intentaba reír, lo trataba con cariño y con paciencia y hasta me convencía de todas sus explicaciones dándolas por ciertas. No dudé en mirarme al espejo para examinarme y hacerme las preguntas de si estaba muy fea como para que me cambiara por otra así fuera por algunas horas. Sentí temor no tanto por él sino por mi que empezaba seguro a perder los encantos que supuse tenía como si ya hubiera pasado de moda. Me di entonces a la tarea de maquillarme temprano antes de que abriera los ojos para parecerle una reina y que me repitiera esas palabras de preguntarme si iba a alguna fiesta.

Lo vi normal y cariñoso como todas las veces y sin afán alguno por irse de la casa evitando las tertulias donde yo no estuviera como una muestra más de su cariño. Si me fue infiel como en el fondo me niego a creerlo gracias a mi orgullo, también me digo que lo fue muchas veces para sacarme rabia y justificar mi huida, para que no haya una razón que me impida los motivos alocados o no de irme cuanto antes. Con toda la familia de mi segunda madre me acostumbré hacerle honor a la palabra. Por eso quiero continuar con algunas de las tradiciones que logré heredarles y si he dicho que me voy me voy. No sé si tenga los rasgos endurecidos gracias al riesgo que me tomo o si sean todas esas confidencias que yo misma me hago las que me aniquilan dejándome sin fuerza. Quiero irme cuanto antes y evitar las demoras con tantos pensamientos y dudas como si fuera a faltar a la palabra y como si la ropa se me devolviera después de echarla a la maleta. Deseo irme ya, me lo repito

y quitarme cuanto antes las visiones de mi pasado porque empiezan a cobrar un precio alto que no estoy dispuesta a pagar. Refriego con aliento los ojos para que se alcen y desaparezcan las imágenes provocadoras que sacuden mi interior pudriéndome por dentro en vez de salvarme, igual que en otras ocasiones. Son un peregrinaje que me despierta un vacío y me obliga a escapar de mi agonía. Tomo la maleta fuerte para que no me tiemble la mano y para nadar vigorosa de aquí en adelante en mi fragilidad. No sé si me gustaba el nombre que tenía. Me cambiaron el primero que era Esperanza y yo les insistí, pero mi segunda madre me dijo que me llamaría Verónica. En un principio ni siquiera me daba por entendida cuando me llamaban, aunque con la vuelta del tiempo lo asumí sin que quedara otro remedio. Por fortuna a mi tercera madre cuando la otra quedó presa no le dio por lo mismo y me quedé con el segundo nombre. Fue Arturo el

que me dijo que era de origen hebreo y significaba verdadera imagen. Para mi era mentira porque la real también se la habían robado como a mi y yo ya no era Esperanza sino lo contrario. Sólo lo acepté cuando él analizando explicó que de acuerdo al tratado de los números Verónica era emotiva y amiga de la actividad, que me expresaba por medio de la perseverancia y amaba las innovaciones. También me dijo que era complaciente, con miras al presente y al futuro, enamorada de lo práctico y el número de mi suerte era el dos. Después cuando leyó otros libros me dijo que se había equivocado porque significaba la que alcanza la victoria y era de origen griego, que era sensible, alegre, desconfiada y de carácter fuerte, así como en temas del amor cuando me enamoraba era de verdad. Repaso ahora todas y cada una de sus palabras para entender que es cierto que yo soy así y que de muchas maneras he seguido casi al pie de la letra las definiciones. Comprendo que no ha sido de manera conciente,

pero pienso más en el hoy y en los días del futuro sin que me ataje lo que a otras las impide. El almanaque está colgado detrás de la puerta y recuerdo que como nunca supe ni el año ni el día de mi nacimiento, mi última madre miró el calendario y me dijo que santa Verónica se celebraba el cuatro de febrero. Es hoy precisamente y veo justo celebrar mi cumpleaños regalándome la libertad, entregándome un camino nuevo, soñando con lo maravillosa que es la vida así mis sentimientos sean ciegos. Creo tener radiantes los ojos sin preocuparme por nada, sin que ninguna sombra se atraviese, sin imaginarme para evitar remordimientos que lo dejado atrás pueda ser destruido. Nada de eso porque si aprendí el significado de mi nombre también recuerdo que Arturo significa guardián y él lo será para las niñas siempre. He cerrado la puerta y estoy en la calle. El mundo parece estar a mi espera para ser devorado por mis ojos. Voy caminando y la maleta parece no pesarme

como tampoco el cuerpo que siento muy liviano. Noto que floto y estoy por encima del polvo de la calle y nada me importa la llovizna que cae sobre mi pelo. Saboreo firmeza y veo que no tengo que deshojar más margaritas preguntando a cada pétalo si me voy o me quedo. Avanzo sin dificultad y sin mirar atrás para no convertirme en sal como dice la Biblia de la mujer de Lot. Llevo apenas los cuatro vestidos del trabajo que debo ampliar porque los siento estrechos. También y por si acaso me ataca la nostalgia cualquier día, la foto con Arturo en el parque del pueblo que abandono. Y una pequeña de las niñas del último domingo cuando estuve con ellas saboreando el algodón de azúcar. Traigo los polvos de la cara, el colorete rojo que siempre me ha gustado y el perfume de sándalo. Voy camino a recoger aplausos que ojalá no le gusten a mis hijas porque no es sólo la energía del hombre que me trae de narices sino la sensación de la victoria. Parece un consuelo ruin y por eso deseo que no

disfruten como yo de esas cosas porque también las moscas y zancudos se mueren entre ellos. Camino segura entre las nubes como si levitara y me siento hermosa y joven. Sé que mi belleza será frágil y algún día tendrá que oscurecerse, pero por ahora ilumina antes de que se refugien los males en mi cuerpo. No creo que vaya a soportar ser una vieja porque esa enfermedad si es incurable. Avanzo y sé que estaré sola si es que llego al final natural de mi camino pero mi porvenir por ahora es inevitable y podría salvarme de las penas si no tengo memoria. He oído mucho que más vale un hoy que diez mañanas, así la novedad de hoy sea lo antiguo de los nuevos amaneceres. Creo haberme levantado con el pie derecho y pienso que si la vida es breve por qué no aprovecharla y mucho mas cuando estoy en la creencia de que no hay otra vida, de cómo es pura mentira lo de los infiernos y los cielos. A lo mejor me esperen demasiadas sorpresas pero todo es un aprendizaje y a veces aburrido como ese

que emprendí a la fuerza de especializarme en la carpintería, en ser ebanista para muebles finos y en las nociones de la historia del mueble que Arturo me enseñó. En el fondo maldigo la amistad que él mantuvo con Eduardo por allá en su pueblito desde niños. Si no se lo hubiera encontrado de pronto, me lo he dicho mil veces, estaríamos en la misma y sin necesidad de que yo huyera porque viéndolo bien estábamos felices y nada me aburría ni nada me hacía falta. No fue sino que Eduardo apareciera y Arturo le contara de sus sueños y de sus pesadillas para que lo invitara a quedarse, a aprender el oficio, a dejar de mantener de trashumante como si esa en verdad no fuera nuestra vida. Sus perturbaciones le ganaron a mi tranquilidad, a la existencia de lugar en lugar conociendo otros sitios y otra gente y recibiendo aplausos repetidos. Que no hay que llevar como el caracol la casa encima, que un hogar es hogar si se echan raíces, que no hay nada mejor que el techo fijo y el trabajo fijo

como si ya no lo tuviéramos así fuera ambulante. Y ahí nos estacionamos a nombre de las niñas y a nombre de una labor distinta y lejana a lo que éramos. El cambio nos mató, por lo menos a mí, porque me puso a luchar contra mi misma, contra lo acostumbrado, contra Arturo y las niñas, contra lo que yo disfrutaba plenamente. Allí todo era fácil y suave aunque no dejara de ser peligroso, pero no me era posible desatarme de las costumbres viejas aprendidas desde el tiempo de niña. Pienso que ahí empezó nuestra desgracia y el amor a esfumarse como si el encierro y la rutina lo mataran. Traté de buscar el equilibrio y de tener resistencia, pero descubrí que era débil y en ese nuevo quehacer una gran fracasada. A mi juicio había perdido una razón para vivir y estaba haciéndolo por lo demás sin parecerme a mi misma, así las niñas fueran un reflejo en pequeño de lo que era yo. Me parecía estar en un laberinto y no soñaba sino en buscar una salida para no permanecer en la

calle de la amargura, para no llegar a ser una demente y quitarme el sabor a pena entre la boca. La ansiedad no me permitía ningún razonamiento y entraba en cólera contenida como si atajara un animal por dentro. Mi imagen no era buena para nadie y luego de la clase de Eduardo sobre cómo manejar el cepillo y el serrucho, la sinfín y el formón, el martillo y el metro, conservaba la boca cerrada sin opinar de las noticias y sin hacerle gracia a las historias de Arturo. Era cuando me infundía valor para irme algún día y el tedio parecía una enfermedad que me mataba de cansancio. Querer aventurarme más allá del límite de mi propia casa, romper sus barreras, quitarme las cadenas invisibles, convirtieron mi ambición en vicio y voy rumbo a apagarme esa maldita sed. Cuando me vio parada al frente suyo con mi maleta al lado, soltó una sonrisa iluminada que me vistió por dentro. Fue suficiente que me dijera gracias y tomando mi valija me llevó hasta donde sería mi

lugar para dormir, por fortuna privado como le había advertido cuando le dije antes que iba a pensarlo porque tenía asuntos que aún no había resuelto. Ese encuentro que no era fugaz sino alimentado por la fantasía, rompía mis esquemas anteriores como si esa energía uniera y liberara aumentando entusiasmo. Tuve mis temores, como era natural, pero la confianza se instalaría poco a poco porque no era fácil tenerla con quien realmente yo desconocía y sólo habíamos hablado de trabajo, de cómo en ese campo la pareja era buena. Sabría más de él con el tiempo sin imaginarme al principio que pudiera ser mi alma gemela sino que me servía de disculpa para obtener otra vez mi libertad. No tenía dentro de mis planes, por más que me gustara su presencia, ir a iniciar como una principiante la entrega de mis dones, así el cuerpo llegara a delatarme por mis gestos, por la manera en que al escuchar sus instrucciones me obligara a tocar el cabello, alisar la ropa, ponerme una mano en

la cintura y hacer una mirada intensa buscando todas las preguntas. No tengo claro si mi excitación dilatara mis pupilas y encendiera mis mejillas, si era capaz de sorprender mis miradas de reojo o si se fijara cuando levanto una ceja pero sin morderme los labios ni lamerlos, ni siquiera mojarlos ni dejar una uña entre los dientes para no provocar. Estoy serena por fuera así me ardan los adentros Esta noche no sé si tenga miedo a la soledad como si no se pudiera ser feliz sin la pareja, miedo a levantarme como una sonámbula creyendo que están las niñas y a alguna la asalta no se qué pesadilla, miedo a querer devolverme como una tonta. Pienso que tal vez esos temores me llegan desde la infancia por los años de la orfandad dejándome sin sosiego y como si dependiera de él aún y necesitara arroparme con su recuerdo. No tendré la ingenuidad de ir a las fotos amargándome prematuramente como si entrara en la desolación y no en la soledad, la que al fin y al cabo añoraba y no voy a dañarme yo misma la

fiesta. Supongo que ya rompí el cordón umbilical y no debo intentar conectarme con ellos ni siquiera en forma fragmentaria, sin evocaciones ni nostalgia, sin nada a lo que me ate a mi pasado. Había traicionado a Arturo con el abandono pero no lo cumplía con mi intimidad. Por más que ardiera en deseos para probar la fruta prohibida me negaba a la facilidad con él y a que las cosas le resultaran a pedir de boca. No era mi pretensión causarle inconvenientes y mal genio, en ocasiones indiferencia como si ya le hubiera dejado de importar, sino que realmente no quería dejarme arrastrar por los sentidos aunque eso era parte de mi modo de ser. Nunca lo cumplí apostándole a los cálculos sino a preservar en parte respeto a la memoria de Arturo porque al fin y al cabo merecía ese honor. Era como si purificara un poco mi alma y me sintiera conforme conmigo misma antes de dar el paso de aceptar otro y empezara a ganarle la guerra a los remordimientos, a ilusionarme con sentirme mejor y no dañarme

para sufrir antes de tiempo. Lo sentí como un juego ambivalente de aproximarme y alejarme, de estar interesada e indiferente a la vez. Todos eran momentos fugaces que me arrastraban aunque tuviera certeza de atrapar y caer en las redes de una atracción nacida desde el momento en que lo conocí y tuve un impulso irrefrenable. Lo había elegido no para compartir la vida sino las noches y distraerme del trabajo juntos. Era más alto y un poco mas atlético que Arturo pero no tenía su cultura ni la trayectoria ni la fama ni esa gran experiencia que lo volvía una estrella donde él se parara. Una podría ser la circunstancia de estar flechada y sentir a su lado una corriente de vértigo, un impulso que me atraía a sus brazos, pero el fantasma del hombre abandonado se atravesaba cada rato. Si bien es cierto había trastornado mi atención como si él fuera en sí la laguna encantada, como si su fortaleza hubiera entrado por mis ojos sin pedirme permiso, como si me motivara una pasión desconocida,

también lo era que para dar y recibir pasión debía sentirme un poco enamorada. Se mordía la boca con rabia contenida cuando le dije que esperara un poco, que tuviera la mínima prudencia y que al tiempo había que darle tiempo. Fue así que pasaron varias semanas con mi negativa que en él despertó las urgencia de la conquista, de los detalles diarios buscando enamorarme, del dulce, del café y la cerveza cuando terminábamos y hasta de una flor silvestre que recogía para entregarla después de darle un beso. La seducción secreta seguía su camino hasta hacerme sentir segura, amarrarme un pañuelo en los ojos para hacerme sentir enganchada y sentir finalmente que él tenía la sartén por el mango. Parecía una mosca detrás de la fruta zumbando a toda hora y quise devolverme pero el efecto de las cervezas rompe mi fortaleza y mi energía, me doblegan sus ojos y sus manos y le digo no con la boca pero un sí con todo el cuerpo. No quiero demorarme más porque me hace sentir que

soy la única y como si con él tomara un tren que me lleva a la felicidad. Me siento valiente sin desmayar, con fuerza para arrojarme a los abismos y cuando siento que me inunda la humedad empiezo a navegar entre sus piernas. Ignoro la mañana como si todo el cansancio del mundo me impidiera moverme. Por allá en el fondo mi tercera madre me abraza y me tapa los ojos mientras el tropel en la calle, los gritos de la policía, el de los hombres y el de mi madre segunda retumban entre mi cabeza. Yo estoy simplemente en su tienda comprando cigarrillos para los grandes y no tengo la menor idea de que ella vaya a convertirse en mi nueva mamá. Mi familia ha quedado en las afueras del poblado adonde siempre se instalan y todo parece normal cuando salgo a cumplir una orden. Quiero regresar rápido porque me gusta estar en el columpio meciéndome siempre. Soy huérfana de educación pero ahora de afecto porque la veo llorar mirándome y me dice con sus ojos que leo, es lo

único que leo por entonces además de las nubes, que la espere ahí, que ella vuelve y los uniformados les pegan y les dicen ladrones, los empujan sin piedad y una tempestad empieza a caer sobre sus cuerpos. Todo es oscuridad para mi y le quito sus manos de mis ojos y sigo viendo todo negro amenazada por el viento y la soledad, por el frío y los relámpagos. Mi corazón se acelera, se excita y se sorprende y quiero arrancar a correr detrás de ella pero la fuerza sobre mi cuerpo me lo impide. De nuevo una tenaza cae sobre mi boca para evitar que grite, al tiempo que los insultos y los hombres fieros muestran sus dientes y me muerdo la lengua y entierro mis uñas en los brazos de la mujer que se convertirá en mi madre. Los veo avanzar entre los golpes y el aguacero, las maldiciones y los ayes y siento que su dolor me duele y no me recupero. No quiero apartarme de ella ni de ellos ni de mi columpio y siento miedo de las armas y me orino. Me resisto y muevo las piernas pataleando y la mano

que tapa mi boca no me deja morderla. Aunque tengo ropa me sé una niña desnuda que perdió su risa porque lo que amo se aleja y sus voces parecen rumores cada vez más distantes. Las lágrimas siguen saliendo como cuando perdí mi primera muñeca y no quiero vivir sino que también me lleven presa, que la mujer que me tiene no me siga hablando ni dándome consuelo porque nada me calma y me da rabia que me diga tranquila, tranquila como si fuera fácil. Siento que voy cayendo a un abismo, que no puedo pensar y que estoy ciega, que todos son crueles y lo único que quieren es hacerme daño, que todos son mis enemigos y que nadie me cuida. No me puedo finalmente mover como ahora y duro dormida no sé cuánto tiempo hasta que la mujer me despierta acariciando mi pelo, contándome que no me preocupe que ella volverá por mi, que me mandó decir que me quedara, que estuviera juiciosa y me portara bien. Siento que floto y no quiero

pensar porque si pienso lloro y si sigo llorando será inútil porque no tengo lágrimas. Suspiro apenas desahogándome y me paso la lengua por la boca y el sabor a la sal de mi llanto me produce sed y quiero saber que todo es mentira, que es inútil mi disgusto porque nada ha pasado y cuando veo que me engaño me culpo y me maldigo, pero también maldigo a la policía y a mi madre por haberme ordenado que viniera a la tienda, a los hombres por no haber peleado sin dejarse vencer y odio el cielo y las paredes y lo que me cerque y que me pise y quiero estar en paz y no alerta y quiero que el dolor me abandone pero no mi madre y mis ojos recuperan las lágrimas pero yo no recupero a ninguno y suspiro y me duermo, me duermo profundamente y deseo los brazos de mi madre, sus mimos y caricias y en vez de esta amargura saborear como con la primera el dulce de breva y el algodón de azúcar. Azúcar, mucha azúcar y es cuando el cansancio me vence como ahora y

despierto y entiendo que he recordado cosas que me amargan pero es el dulce el que me despierta con la sensación de placer como el que tuve anoche. Durante las mañanas es que tengo tiempo de pensar. La noche es para recibir aplausos, para pasear en medio de ojos que me admiran y sueltan piropos y sentirme que soy una estrella. No quiero quitarme las cobijas de la cara porque el frío afuera es intenso y ambiciono estar sola conmigo. Ahora veo que mi tercera madre duró parada en la puerta desde las cinco de la tarde durante varios años. Yo suponía que se trataba de un descanso pero ella me explicó, poco antes de irme para siempre, que veía en un principio con expectativa ver llegar a mi segunda madre para reclamarme y luego se llenaba de preguntas porque nunca regresó. Pudo pensar que después de esa noche, o la misma noche, los habían matado a todos para tirarlos después al río, aunque nunca oyó de masacres ni desapariciones. Alguna vez alguien le dijo que los

llevaron a la frontera prohibiéndoles su entrada al país y otra persona más informada le señaló cómo, para evitarse líos con el robo de niños y tuvieran la prueba, decidieron no emprender el retorno. En el fondo de mi corazón, porque sentía su cariño, supuse que iba a aparecer de un momento a otro y creyendo en las palabras de su mirada cuando me dijo con lágrimas en medio de los gritos de todos que esperara. Tuve no poco tiempo un gran sentimiento de tristeza como si las sombras de nuevo hubiesen cubierto mi vida y como si estuviera condenada a esperar la luz resplandeciente de su cara. La esperanza me mantuvo y soñé que aparecía tendiéndome los brazos, llorando de dicha y que regresaría a las giras con su gente para que nunca más me faltara el columpio donde pasaba horas alegres. Llegué a pensar que me había engañado y que su boca y sus ojos estaban llenos de mentiras, que en verdad nunca me había querido y que por algo la vida me

había permitido reemplazarla. Supuse entonces que me había ilusionado vanamente pero nunca pude comprobar la verdad. Quedé llena de preguntas y ninguna respuesta. No debo negar que lloré muchas noches hasta cuando mi tercera madre me matriculó en la escuela y tuve la alegría de aprender. Me di cuenta que no era como todas agarradas a sus muñecas porque desde que perdí la primera y la única que tuve me despertaron fue desprecio. No fue difícil concentrarme en las clases y bien calladita estuve atenta a lo que la profesora me dijera. Me gustaban las canciones de la primera hora que aprendí sin dificultad e inclusive las oraciones para que nos fuera bien en ese día. Abrían los ojos al ver que no me sabía ninguna, pero el orgullo me llevó a no pecar de ignorancia aunque de manera mecánica. Los poemas me agradaron mucho por la música que cargaban y así pasó el tiempo hasta que tuve la dicha de escribir mi nombre que se veía bonito, no sin antes recibir el reclamo de la

maestra por no poner la tilde. Miraba a las otras con suficiencia porque fui la primera en dar los resultados de las sumas y las restas, en leer con voz clara y a escribir con prontitud. Durante toda la primaria continué siendo la mejor y mi última madre orgullosa de recibir felicitaciones se había encariñado conmigo y yo con ella como si el pasado no existiera. Al culminar los estudios porque no había después de quinto de primaria ninguna alternativa, ella me organizó una fiesta con mis amiguitas, llenó la casa de bombas, me compró un vestido nuevo y me abrazó tanto y con tanta fuerza que sentí a mis tres madres estrechándome. Advertí que el número cinco me perseguía respecto a ellas porque reconstruyendo mi otro tiempo cinco eran los años que había pasado con cada una. Me reconstruyo esa tarde de domingo arreglándome frente al espejo porque mi tercera madre me dice que de cumpleaños me llevará al circo que inicia su temporada y soy realmente feliz. Nunca

he estado en un espectáculo y cuando ingreso lo observo todo con mucha emoción. La señorita de la taquilla, los vendedores de crispetas de colores que me provocan, los de las bombas con una cara de payaso estampada, las colombinas grandes, los que ofrecen la fotografía instantánea y al fondo el ruido de los leones que voy a conocer. Hasta hoy creo que el impacto fue de asombro y mientras soltaba risotadas porque mi tercera madre me compró todo lo que yo quería, el desfile de los artistas del circo me hizo aplaudir a rabiar. Sin embargo, ahora que reconstruyo el comienzo de lo que sería mi existencia, veo que el impacto mayor lo tuve cuando vi a la trapecista dando volantines primero, colgándose del cabello para dar vueltas desde su columpio y luego lanzándose desde las alturas para producir gritos y un frío por dentro que estremecía a cuantos estuviéramos ahí. Me sentí capaz de hacer lo mismo porque allá en al aire se saboreaba el aire de la libertad y era lo que

quería por dentro porque la monotonía y los días grises me dejaban como prisionera en la repetición de las horas hasta la noche antes de acostarme. Durante la semana que estuvo el circo no hubo momento que desaprovechara para ir a pararme en las afueras quedándome hipnotizada con cada cosa que pasara y con el deseo de estar ahí por siempre. Contra mi timidez pregunté qué se requería para trabajar con ellos y el hombre que escuchó me miró de arriba abajo y me dijo que para mí sólo el permiso de la familia y supe que estaba condenada a devolverme. Afuera en el circo escucho el ruido de las carretillas con los hombres que van a dar de comer a los animales, pero también el ronquido de los enanos que es superior a su estatura. Pienso en mi tercera madre que debe estar llorando por mi ausencia y a lo mejor preguntándose qué hizo mal para que me volara de la casa. Seguro que no podré explicarle que nada si me trataba bien, pero ella jamás entendería mi sueño de alcanzar a ser yo misma.

No fue fácil tomar la decisión porque me sentía protegida después de los abandonos y la orfandad y aprendí a ver el mundo de otra manera gracias a ella tan dedicada y llena de ternura. Todas las mañanas pasaba su mano con delicadeza sobre mi cabello para despertarme sin sobresaltos y cuando abría los ojos me enfrentaba a una sonrisa grande. Como un guardián esperaba fuera del baño para felicitarme por mi cara fresca, revisar mis uñas y la invitación a desayunar era motivo de alegría. No repetía los platos salvo los huevos que preparaba en diferente forma evitando me aburriera y me alisaba la falda cuando salía para la escuela, no sin antes, la noche anterior, revisar que tuviera las tareas listas y no faltara una. Los domingos me llevaba a pasear al parque poniéndome el vestido más bonito y no faltó un agosto para ir de su mano a elevar cometas hasta que oscurecía. Nada me gustaba más que mirar hacia el cielo y quería convertirme en una porque era atractivo

y envidiable verla ascender juiciosa por el cielo. Ninguna lágrima me producía cuando la fuerza del viento me la arrebataba rompiendo el hilo para perderse en el espacio. Sonreía al verla libre y sin cadenas así terminara rompiéndose contra alguna roca o cayendo para deshacerse en un pantano. Saborear la alegría de leer y escribir me hizo sentir también por los aires como si colgara del trapecio y ascendiera cada vez leyendo una página o recitando un verso. Nunca pude leer en silencio sino en voz alta y a mi tercera madre le gustaba escucharme porque decía que oyendo aprendía y lograba sentirme cerca. No sé si hubiera tomado la determinación de irme si el circo no pasa nunca por el pueblo e inclusive si no me sintiera extrañamente atraída por aprender las maromas vertiginosas y arriesgadas de la trapecista. Para mi fue como un desafío que a lo mejor cargara en el alma desde siempre y me obligara a permanecer en ese placer de atreverme

a hacer algo distinto, de intentar correr así fuera peligroso irme de la casa, compartir la vida con extraños, someterme a las durezas lejos de las ternuras de mamá. Vi allí una razón fuerte por la cual vivir en adelante. No me sentía ninguna heroína sino una pecadora por malagradecida pero todo tiene su tiempo como las cosechas en el campo y como las flores que deben ser cortadas para evitar que se marchiten. Cuando le hice la pregunta a la mujer de si podía irme con ellos porque me gustaba, sólo me dijo que me veía ya grandecita y si tenía permiso de la casa. Al responderle que ni se lo soñara, me indicó el nombre del lugar adonde estarían al mes y luego de conversar largo rato conmigo de manera amable, de explicarme que necesitaban niñas jóvenes y bonitas como yo, que siempre habría trabajo en el circo, me entregó unos pocos pesos para mi transporte. Los billetes me ardían en el bolsillo quemándome por dentro al ver que no era ya un deseo sino una posibilidad

el que lograra convertirme en una estrella, en una trapecista como lo que añoraba. Pensé que de quedarme terminaría viviendo con alguno de los clientes usuales de la tienda cuyas miradas me daban temor y llenándome de hijos como todas las de mi edad que habían hecho lo mismo sin otra alternativa. Odiaba eso de ser madre por los sacrificios que implicaba y me sentía lozana para enredarme en esas cosas. Mamá me dijo que cuando estuviera madura a lo mejor me casaría con uno de los notables del pueblo para no pasar necesidades y que ella se sentiría bien de verme realizada. Esas últimas palabras me sirvieron de estímulo para hacer lo que hice sin que pudiera explicarle mientras me convertía en una excelente vendedora. La tienda a la que había llegado muy pequeña cuando mi segunda madre fue detenida por la policía permanecía intacta, salvo que ahora contaba con mi habilidad para atender bien y hacer mejor las cuentas. Ya mi tercera madre no se paraba

como lo hizo tanto tiempo hacia las cinco de la tarde para ver si regresaban por mi y de haberlo hecho no me reconocerían por los cambios que tuve. Su familia era numerosa y me asumían como una de ellos y yo igualmente sin hipocresías, por lo que calculé que no estaría sola si decidía marcharme. Al frente me esperaba el sueño de ser trapecista pero fue mucho lo que tuve que esperar ejerciendo oficios menores hasta que Arturo, el mejor de todos, se fijó en mi y me prometió que me enseñaría a serlo cuando le quedara lugar. Sigo engolosinada con el hombre que me hizo regresar al circo. No sé si Arturo se creyó la historia de mi solidaridad con la gente por la enfermedad momentánea de la titular para que yo la reemplazara, no sé si tomó en serio lo de mi regreso cuando llegara la otra y si no soltó la risa burletera cuando los viejos trajes de luces me quedaron estrechos. Gozo aún del vértigo emocional con su presencia y cualquier tontería que diga me parece genial. Los días se me hacen más

cortos y aunque no lo conozco plenamente proyecto con él mis ilusiones de seguir adelante y continuar esta vida que me gusta. No me han pasado con él los escalofríos ni la excitación cuando conversamos y deseo siempre estar a su lado no sólo en el trabajo. Su pasión es para mi como una fuente de energía y tengo a flor de piel la avidez porque nos encontremos solos y saborear la alegría de vivir, sus declaraciones de amor y creer que sinceramente sí me quiere. No le conozco sus defectos ni él los míos y aún no hemos peleado por las pequeñas ni las grandes cosas. Tampoco tenemos promesas pero sí una relación profunda, así lo creo, y no crecen todavía las dificultades salvo mis recuerdos. Veo de nuevo la vida con el color rosa y la risa permanente y jamás me ha preguntado si estoy arrepentida, a pesar de verme en ocasiones con la mirada puesta en el camino. No se asoma sin embargo a mi presente la hora de los sufrimientos aunque me molesta ver a sus admiradoras detrás

suyo buscando conversarle y provocarme rencor de imaginar siquiera ir a perderlo. Cuando lo veo en esas se me acelera el corazón y la inseguridad desde el tiempo de mi niñez parece revivirse. La pequeña rabieta pasa por fortuna rápido y me aferro a él con deseos de siempre retenerlo. Temo a veces que pueda recibir su traición como yo se la hice a Arturo y lo siento cuando conversa con sus amigos y habla de las relaciones de su pasado y ante todo de la juventud de esas mujeres. No soy vieja ni mucho menos pero me trastorna la ansiedad de verlo añorando algunos detalles como si vigilara su camino anterior pero no refleja preocupación alguna. Creo que no seré desplazada nunca y espanto la idea de sustitución que pueda hacerme porque no hay otra como yo. Realmente no hago sino hacer suposiciones puesto que no hay peligro y como vamos de un lado para otro ninguna puede quedarse el tiempo suficiente para conquistarlo si es que se lo propone. Jamás me cambiará porque

lo dice a cada rato y entonces desaparece mi nerviosismo, desaparece el nudo en la garganta, desaparecen las jaquecas y vuelvo a estar relajada. La intensidad de nuestro trabajo y nuestras noches en la intimidad me hacen olvidar que puedo perder el control, dejan a un lado mi sudoración en las manos y me evitan el dolor de estómago, el deseo de llorar desconsoladamente y el mareo súbito que surge cuando lo veo con admiradoras. Me dice que me ama y ya el rostro no se pone rojo de la furia sino colorado por la emoción de sus palabras y si la respiración se acelera no es de temor ni de angustia ni de preocupación por el futuro. Me lavo la cara con agua fría y dejo de valorar a cada mujer como una enemiga y más manotadas de agua me quitan esos pensamiento sin razón y las ideas locas. No me creo dueño de su vida ni admito que él lo piense de la mía así nos pertenezcamos uno al otro. Sonrío para no parecer insoportable con mis escenas de celos y elevo mis valores evitando que la culpa mía con

Arturo termine dominándome. Termino riéndome por lo ridícula y me prometo no volver a temer ni a sentir aunque una nube negra de remordimiento me nubla los ojos al pensar en Arturo como si me arrepintiera de haber manchado su honor, su dignidad, haberle pagado mal y vuelvo al agua fría sobre la cara para no dejarme hundir por el pasado. Nada mejor que el mundo en que yo vivo. La noche se inicia entre carreras y preparativos, los tres pitos largos que anuncian el comienzo de la función y en un principio el desfile donde mantenemos la sonrisa amplia mirando al público mientras nos aplauden. Los trajes de luces iluminan la pista ofreciendo dos horas de gala y los ojos curiosos y expectantes de los asistentes siguen sin perderse cada movimiento. Entre tanto, el presentador vestido de smoking pone a su voz énfasis en la revelación de cada artista que da la vuelta y hace varias venias. La risa brota con sólo observar a los payasos llenos de colorines llamativos, accesorios exagerados, pelucas y orejas

grandes, pantalones bombachos, muecas excedidas y su eterna nariz hecha de bola de ping pong. El maquillaje tornasolado y brillante provoca hilaridad, pero pronto desaparecen tras los mismos chistes con los cuales río así me los sepa de memoria. Me agrada siempre gozar a los malabaristas que salen manipulando varios objetos a la vez y así los volteen mantienen su equilibrio despertando atención al arrojarlos al aire sin que caigan al suelo. No es sino verlos convenciéndonos de que es casi imposible lograr tanta habilidad con las manos, los brazos, los pies y la cabeza. Coordinan el movimiento y las extremidades con precisión de matemáticos, al igual que los contorsionistas con su habilidad en todas las posturas como si las articulaciones parecieran

de goma. Yo aprendí desde muchacha a arquear la espalda en sentido contrario y nunca me fue difícil poner los pies en mi cabeza. Despertar el asombro con cada número es la compensación. Cuando le toca al mago, la gente cree que se trata de un hechicero o que por fin ven a un brujo de cuerpo presente. El de mi circo es un ilusionista de primera y cuando hace juegos para simular poderes y crear espejismos visuales, se recrean y se maravillan con una diversión incomparable. Yo no lo hago tanto porque cuando tuve que hacer de asistente supe que todo no era más que habilidad e ingenio y que lo aparentemente inexplicable para hacer parecer realidad lo imposible no era tanto.