CAPÍTULO 23 LA VIDA ABUNDANTE BAJO EL CONTROL DEL ESPÍRITU SANTO Romanos 8:1-16 Por Dr. G. Ernesto Johnson INTRODUCCIÓN: Vuelvo a dar el último repaso de nuestra “salvación tan grande”. Lo hago porque ya tenemos en Romanos 8 el último toque del lienzo colorido y perfecto. La repetición es la madre del aprendizaje. Pablo empieza a describir el camino largo del evangelio: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela [tiempo presente progresivo] por fe y para fe, como está escrito: el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17). Aquí en pocas palabras nos da una descripción práctica: la iniciativa de Dios se revela en una nueva posición jurídica regalada, no por ningún esfuerzo nuestro sino por la pura fe en lo escrito, una base objetiva. Primero Dios trató de una vez con el cáncer del pecado (1:18-3:20), el remedio siendo que Dios puso a su Hijo en propiciación por medio de la fe en su sangre por el pecado del mundo (3:25) y, en base a tal muerte sustitutiva, el “impío que cree” es declarado tan justo como su propia Hijo. En breve, es la justificación, el ancla de la salvación (3:21-4:25). Pero a continuación desarrolla cómo la misma justificación viene resultando en la santificación en base de la fe en el mensaje de la cruz. Tal base práctica estriba en esa nueva posición. Estamos en el postrer Adán, ya no nos corresponde el control del primer Adán en quien nacimos en el pecado. En el postrer Adán morimos al pecado – un mundo de diferencia (5:12-25). EL MEOLLO DE LA SANTIFICACIÓN, Romanos 6 Romanos 6 viene siendo el meollo del mensaje de la cruz, la verdad de nuestra identificación con Cristo. Define la frase clave: “¿Perseveraremos en el pecado [la naturaleza adánica]? De ninguna manera. Porque los que morimos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (6:1-2). Anuncia la Magna Carta de nuestra victoria. “Sabiendo [conociendo] esto, que nuestro viejo hombre fue [co] crucificado con él para que el cuerpo del pecado sea destruido [anulado], a fin de que no sirvamos más al pecado” (6:6). No canso nunca en volver a repasar los pasos esenciales que nos conducen a la victoria. Son cuatro con el resultado firme: 1.) “Contaos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro 2.) No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal 3.) Ni tampoco vayáis presentando los miembros al pecado 4.) Sino presentaos a vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos.” 5.) El resultado firme es: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (6:11-14). Esto es lo único que nos conviene hacer: CONTAR, PRESENTAR, DAR GRACIAS. Los judíos preguntaron a Jesús: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha envidado” (Juan 6:28-29). Esta es una lección muy profunda. No hay nada que podamos nosotros hacer que pueda aceptar Dios. Por eso cita Habacuc 2:4 en Romanos 1:17 “…por fe y para fe como está escrito; el justo por la ve vivirá”.
Se debe notar que Pablo no habla nunca de ganar la victoria por leer la Biblia, diezmar, testificar, orar o buscar a Dios u obedecer los mandamientos. Estas virtudes y buenas disciplinas vienen después como los resultados de tomar por fe nuestra nueva posición en Cristo; no son los medios de ganar la victoria. Sólo por creer e ir creyendo y dando gracias que estamos en Cristo resulta la victoria. La victoria en Cristo siempre está más allá de nuestros mejores esfuerzos. Tanto de lo arriba expuesto se le dice al nuevo creyente o santo de años y está al revés, dando la idea que debemos esforzarnos más o poner nuestra parte, tratar de imitar a Jesús. Ponemos un yugo extraño sobre el nuevo creyente por poner el énfasis en lo que debe hacer. Sólo le corresponde creer esta gloriosa verdad: murió al pecado de una vez en la cruz con Cristo. Por fe acepta su identificación con Cristo muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús. Todo esto es de Dios. No es lo que hago yo sino lo que hizo Dios en Cristo y por fe se me pone a cuenta mía. Es mío por fe porque la Palabra de Dios me lo afirma. Digo un cordial - Amén. Basta la verdad; queda el mapa en la mano, pero aún queda por delante el viaje frente a la realidad de la vida. EL ACOMPAÑAMIENTO DEL GUÍA, EL ESPÍRITU SANTO, Romanos 7 Hasta ahora el mapa está en la mano, pero algo sumamente mejor viene; es la presencia y el poder del Espíritu Santo, el guía divino. La solución no es nada menos que el casarnos con Cristo por medio del Espíritu. El mapa, la Palabra de Dios, nos sirve en cada paso, pero quien mora en nosotros conoce el camino y nos da el cómo.”Así también, vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de llevemos fruto para Dios” (7:4). Bajo la figura nueva de novio ya nos casamos con el Cristo resucitado. Pero, tal como lo hacemos tantas veces, empezamos mal por esforzarnos tratando de dominar el mal adentro y nos frustramos y por fin nos desalentamos. En dicha ocasión Pablo comparte su propia reacción de no confiar y creer sino en esforzarse con los tristes resultados de ello. “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24) Pero, de inmediato, él cree y cuenta con la verdad de su identificación con Cristo muerto a la ley o a sus mejores esfuerzos y luego da gracias:”Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.” En ese preciso momento el Espíritu le iluminó y creyó. Pablo exalta en una nueva vida: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. . . porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me [nos] libró de la ley del pecado y de la muerte” (8:1-4). El Espíritu le devuelve a su co crucifixión con Cristo (6:6) y a quien le da el poder y la dinámica del Espíritu mismo para triunfar sobre la presencia de la ley del pecado. Pero ahora no es Pablo el vencido sino el vencedor. En cierto sentido Pablo termina su viaje largo, empezado desde Romanos 1:17, con esta conclusión: “Así que, hermanos, deudores somos, no la carne, para que vivamos conforme a la carne;. . . más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (8:12-13). Se puede preguntar ¿por qué otro repaso tan largo? Todo el argumento de Pablo tan profundo es un solo argumento pero compuesto de importantes elementos o verdades. Considerémoslas una por una. Estas verdades son: los medios de la gracia, la sangre y la fe que resultan en la justificación; luego nuestra posición en el postrer Adán mucho más fuerte que el primer Adán; viene la muerte judicial y representativa nuestra; la fe en acción contando con los pasos de Romanos 6:11-14; nuestra participación en el matrimonio espiritual con el resucitado hijo de Dios y fruto para su gloria; el rechazo de los mejores esfuerzos nuestros y, por fin, el hacer morir las obras de la carne por el Espíritu Santo (8:12-13). Pablo como “perito arquitecto”, bajo el Espíritu Santo, pone estos elementos uno por encima del otro. Sólo por tomarlos todos en cuenta sacamos la gloriosa perspectiva de Dios. La salvación es de Dios mismo. Él recibe
toda honra y gloria. Andamos contentos por fe, dependiendo de él, y realizamos diariamente la morada abundante del Espíritu. LAS BENDICIONES QUE FLUYEN DE TAL “SALVACIÓN TAN GRANDE”, Romanos 8:14-17 1. La guía Pablo, habiendo puesto en claro la obra magistral de Cristo, enumera las bendiciones que continúan dando al que se ande por fe. Debemos tomar nota de que el verso 14 realmente sigue como el resultado del 13, una conexión íntima: “mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos lo que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. Las bendiciones acarrean al creyente que continúa tan sólo haciendo morir las obras de la carne por medio del Espíritu. No hay la perfección absoluta espiritual mientras vivimos en este cuerpo mortal, pero Dios nos asegura que habrá dirección divina en este mundo que yace en el regazo del maligno (1 Juan 5:18). Tantas veces se oye: ¿Cómo puedo saber la voluntad de Dios? Todos pasamos por momentos así cuando nos urge saber cuál es la voluntad de Dios en cierta ocasión. El creyente, dirigido por el Espíritu, al fin de cuentas sabrá; quizá no en el mismo momento que quiere. Pero caminando bajo el mensaje de la cruz, Dios le garantiza que sabrá a tiempo. ¡Qué paz y descanso hay en la fidelidad de Dios! Sobre todo, Dios desea más que nada obrar más profundamente en nuestras vidas que sólo darnos la información que nos urge. 2. Hijo de Dios en plena posesión de lo suyo La guía es la marca del verdadero hijo. Esta relación íntima no se puede ganar por ningún esfuerzo suyo menos que el renacimiento, nacido de arriba. Pero el hijo de Dios se vale de todo lo que le corresponde sin hacer preguntas. Es su legado, su herencia. Pablo toma muy en cuenta que ningún ser humano nace ahora con esta distinción. Nacimos en el primer Adán, rebeldes, perversos, enemigos de Dios. Pero el milagro del renacimiento del Espíritu, “nacido crucificado” como suele decir un teólogo francés, cambia para siempre su estatus delante del Padre. Por eso dice: “Pues, no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Recordamos que cuando nuestros primeros padres pecaron en el huerto de Edén, al oír la voz de Dios, se hicieron delantales para tratar de ocultar su desnudez; luego se escondieron de la presencia de Dios. ¡Qué cosa más fútil! No pudo decir Adán menos que: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:7-10). Pero ahora el creyente tomando su lugar de crucificado con Cristo no tiene nunca por qué ocultarse. Al contrario puede con perfecta conciencia clamar: “Papi,” lo cual sólo un hijo indefenso puede dirigir a su padre. Respeto sí, pero profunda intimidad asegurada de su aceptación total. 3. Heredero en plena posesión de lo suyo Pablo introduce algo muy paulino sólo en Romanos y Gálatas, no hallado en otras epístolas, el espíritu de adopción. En la cultura judía el hijo mayor recibió la primogenitura dándole posesión de toda la riqueza de su padre. Era su derecho; pero Esaú despreció su primogenitura y por un potaje no más se lo vendió a Jacob. Luego Esaú iba a recibir la plena bendición de Isaac cuando lo mandó a cazar y traerle el guisado. Pero Jacob lo engañó. Dios no aprobó la manera de engañar a Isaac, pero soberanamente por razones sagradas lo había escogido de antemano para darle la preferencia a quien había escogido en contra de la cultura judía (Hebreos 12:16-17). En la cultura romana en la cual Saúl había nacido en Tarso, siendo ciudadano romano en plena libertad, un mero esclavo pudiera llegar a ser adoptado por su dueño llegando a ser ciudadano. Por pura gracia el esclavo alcanza lo que de otra manera le hubiera sido totalmente imposible tener. ¡Qué cuadro más perfecto! Asimismo ha sido adoptado el creyente quien nació esclavizado, pero por la gracia de Dios Padre ahora es adoptado en
plena posesión de las riquezas de la cruz. Con Dios no hay grados de aceptación; todo estriba en los méritos de su amado Hijo. Pero Pablo sigue agregando algo como resultado de este espíritu de adopción. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (8:16). Podemos pasar por encima de este versículo sin tomar en cuenta la mención específica del espíritu humano. Aquí el Espíritu de Cristo da testimonio a nuestro espíritu. La Biblia no nos da un análisis sicológico de ser humano. Afirma que nos creó el Dios trino según su imagen. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). UNA SUGERENCIA PSICOLÓGICA: EL ESPÍRITU RENOVADO COMO LA CORONA DE LA NUEVA CREACIÓN A veces la Biblia sólo habla del espíritu/alma como si fueran lo mismo y el cuerpo, bien diferente. Así algunos teólogos describen el ser humano con bipartito. Pero a veces hay porciones del Nuevo Testamento que hacen distinciones entre los tres elementos, siendo el hombre tripartito. Sin ser dogmático donde la Biblia no lo define, favorezco la siguiente interpretación. En la doxología paulina “El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23). “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz. . . y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Se ha definido los tres elementos de la siguiente manera: el espíritu, órgano o vehículo antes muerto pero ahora regenerado y vivificado por el Espíritu de Dios en el cual mora y con el cual comunica directamente el Espíritu Santo con nuestro espíritu; el alma viene siendo la personalidad humana que se compone del intelecto, las emociones y la voluntad. El cuerpo físico sirve del templo del Espíritu Santo y nos pone en contacto con nuestro mundo. Bajo el plan salvífico el espíritu renovado dirige, el alma responde y toma decisiones bajo órdenes del espíritu y el cuerpo obedece tales órdenes. Jesús proclamó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice las Escrituras, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:37-39). Pablo afirma lo íntimo y estratégico del espíritu renovado: “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17). Lo triste es que tantos creyentes hoy día viven desapercibidos de su propio espíritu ante Dios. Obedecen a sus emociones, toman sus decisiones a criterio de la cultura que los rodea; resultan tantas veces como víctimas de las pasiones de su cuerpo. Dios quiere cambiar el orden. El Espíritu nos da testimonio directamente a nuestro espíritu, revelando, según las Escrituras, la voluntad de Dios la cual es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4:3). Esta facultad del Espíritu de querer comunicarse con nosotros es valiosísimo para la seguridad de nuestra salvación, la dirección a diario de cómo vivir y en todo lo que nos toca como sus verdaderos hijos. Nos toca pedir que Dios nos haga más sensibles a nuestro propio espíritu en obedecer la palabra de Dios. Dios usó a la autora Jesse Penn-Lewis grandemente en traer más orden al final del gran avivamiento Galés en 1906. Frente a las manifestaciones demoníacas, ella deduce correctamente que la verdadera obra del Espíritu en avivarnos y bendecirnos nunca no se dirige principalmente a nuestras emociones, ni mucho menos a nuestro cuerpo. El fanatismo que busca sentir estremecimientos o ser tumbado no es del Espíritu Santo. Es posible que cuando el Espíritu nos avive y bendiga a nuestro espíritu pueda haber lo que rebosa en las emociones, pero nunca es lo permanente, esencial y transformador. Por eso se debe exigir mucha precaución en tales momentos para que los demonios no aprovechen esas supuestas manifestaciones del poder del Espíritu. La obra del Espíritu siempre resulta en más santidad, más humildad y en un andar derecho según la Palabra de Dios. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.