MÚSICA | DISCOS
paba de recoger las aceitunas de los olivos que le había dado en dote su suegro. En aquella época la dote era obligatoria. La ley correspondiente fue anulada recién por el primer gobierno socialista, mucho después del matrimonio de Irini con Dimitri. Rápanos había tenido que pagar una dote mucho más elevada que la habitual, porque Irini no había tenido pretendientes. La negociación fue larga y penosa. El padre del novio era muy exigente y eligió los mejores árboles de Rápanos. Los marcó con pintura roja, rodeado de un séquito de curiosos de todos los sexos y todas las edades. Finalmente, el futuro consuegro accedió como de lástima: Endaxi, kanonízume, o sea: Listo, formalicemos. Rápanos, buen padre, se alegró tanto como se entristeció. Al fin y al cabo, esos árboles habían sido plantados hacía siglos, bajo el dominio veneciano, y seguramente habían producido aceite que había alumbrado a más de una góndola. Irini debe de haber tenido sus encantos, como cualquiera. Pero también tenía un defecto que los compensaba de lejos. Perdón, tendría que haber dicho peculiaridad, no defecto, ya que ella no afectaba para nada sus sentimientos ni su conducta. En todo caso, esa característica no era su culpa ni de sus padres. ¿Acaso alguien que no sea el Todopoderoso tiene la culpa de haber nacido bizco? En una gran ciudad, como Atenas, los bizcos pueden pasar desapercibidos. No así en Lákones. Irini era la única bizca no sólo en Lákones sino también en toda la región. Sus compañeritos de escuela se lo habían hecho saber desde el primer día de clase, con esa inocente y desinteresada crueldad propia de los niños. Irini no era fea cuando ella o uno cerraba los ojos, pero creció tímida y sin motivo para acicalarse: ninguno de los muchachos de la aldea se le acercaba. Rápanos se empeñó en casarla, porque eso es lo que se esperaba de toda muchacha de veinte años. Pero se casó por olivos, no por amor, ni siquiera por simpatía. Y se casó con Dimitri, el vago del pueblo, no con un hombre responsable y emprendedor como Nikos, el mozo del único hotel de la región, quien se quedó con la bella Eleni; ni con Yorgos, el más apuesto, chofer de ómnibus y esposo de María, la maestra. A Irini le tocó la última aceituna del barril, una aceituna podrida. Irini limpiaba la casita que nos alquilaba su padre y nos preparaba diariamente el almuerzo que sabía hacer: papas y berenjenas saltadas al aceite de oliva. El asado de cordero tocaba sólo en Pascua y estaba a cargo de hombres: era demasiada responsabilidad para una mujer. Ya sabe que las mujeres están hechas para menesteres humildes, tales como criar chicos, cocinar con poco más que suspiros y procurar la protección divina. Desde el primer día Irini apareció con manchas rojas, azules y verdes. Nos explicaba que había tropezado, o se había quemado, o había sido rasguñada por el gato. Pero un día se desató y nos confesó, en medio de un gran llanto, que todas esas magulladuras eran obra de Dimitri. Nosotros le dijimos e insistimos que tenía que divorciarse, pero esto le pareció inconcebible. ¿Vivir sin hombre pese a no haber enviudado? ¿Quién querría casarse con ella, y para peor sin dote, ya que a su padre apenas le quedaba lo indispensable para sobrevivir?
Pasado ese verano, perdimos de vista a Rápanos, su hija y su burro. Pero pocos veranos después nos contaron que Irini había enviudado y había vuelto a vivir con su padre y con su fiel Gáidaros. ¿Cómo acabó Dimitri? Siga leyendo y lo sabrá. Panaguía (Todos los Santos) es celebrada por todos los aldeanos que habitan cerca de la antigua fortaleza bizantina de Angelo Kastro. Ésta está montada sobre una cumbre uno de cuyos costados cae a pique sobre el mar azulísimo. Quienquiera que se pare al borde de este precipicio debe pensar cuán fácil le sería eliminar a su peor enemigo con sólo darle un empujoncito. Pues bien, una vez, cuando Rápanos y su familia celebraban Panaguía comiendo y bebiendo a la sombra de una de las murallas de la fortaleza semiderruida, se oyó un ulular escalofriante: ¡Aaaaaa! Los asistentes advirtieron que faltaba uno de ellos: Dimitri. Todo el mundo miró abajo y alcanzó a divisar una mancha oscura en una piedra golpeada por las olas. Despacharon a un chico que saltaba de piedra en piedra como un chivo, y al cabo de media hora se confirmó la sospecha de todos: allí yacía Dimitri despachurrado. Inmediatamente Miltiades, el secretario de la Comuna, convocó a los demás cerebros de la aldea: Sokratis, Alexandros y Yannis. El sacerdote no fue convocado porque sólo entendía de cocina. Los notables de Lákones no deliberaron mucho tiempo: todos creían que Dimitri, habiendo bebido demasiada retsina, había dado un traspié y había caído al precipicio. La policía quedó satisfecha con el informe, redactado en el estilo oficial que le gustaba a Miltiades y que, según él, era el de los burócratas bizantinos. En esas aldeas no hay lugar para detectives de novela. Yo no soy mal pensado, pero no puedo dejar de imaginar la sonrisa conejil de Irini. Nadie hubiera sospechado de esa mosquita muerta. Eso es lo más admirable de esas aldeas: la solidaridad. Muchos años después, al entrar a un almacén, su dueña me sorprendió con una exclamación de alegría: O kirios Marios! Me costó reconocerla: era Irini, sin duda, pero estaba muy cambiada. Ya no parecía una perra apaleada. Ahora pisaba fuerte, sonreía y estaba lo mejor vestida que puede estarlo una lakonida, y no precisamente de luto. El bienestar que trasuntaba era tal, que apenas se notaba aquella peculiaridad que la había marcado tan cruelmente los mejores años de su vida. Evidentemente, la viudez le sentaba muy bien a Irini. Se la había ganado. Para que no se crea que la tragedia que acabo de contar no está a la altura de las tragedias de Esquilo, Sófocles o Eurípides, dejo constancia de que la nuestra ya ha originado dos complejos; al menos hablamos de ellos en mi familia. Complejo de Rápanos: el arrepentimiento del padre que paga por haber vendido a su hija en lugar de cobrar por esta transacción, tal como manda la Biblia (Éxodo: 21). Complejo de Irini: la indecisión de una mujer que duda demasiados años en deshacerse del marido que la maltrata. Todavía no se sabe si también existe el complejo de Gáidaros, y ni siquiera sabemos en qué consiste. La cuestión queda en manos del lector imaginativo que tenga acceso a burros dispuestos a dejarse psicoanalizar sin cocear ni pagar.
Yusa, cubana abierta a los sonidos del mundo POR HÉCTOR M. GUYOT De la Redacción de La Nacion
C
uando la escuché por primera vez, me recordó a alguien que hacía mucho no escuchaba: la británica nacida en el Caribe Joan Armatrading. No sólo por el color grave y dulce de su voz, por el modo de imprimir emoción en el fraseo, sino también por el sonido de guitarra con cuerdas de nylon y por una música acústica siempre rítmica, en cuyo fondo late la identidad negra del blues y el soul. Cubana ella, Yusa suma el sabor y los ritmos centroamericanos. Todo esto, amalgamado naturalmente gracias a una extraordinaria musicalidad, hace que Haiku (MDR Records), el disco que está presentando en la Argentina en estos días, suene moderno y muy a tono con la world music de estos tiempos globalizados. Pero cuidado, que no le falta raíz: hay en su música rumba, son y hasta ecos de la trova isleña. Nacida en 1973, Yusimil López Bridón pasó por conservatorios y escuelas de música de la isla y es una sólida guitarrista que además toca el piano y el bajo. En muchos de los diez temas del CD, que le pertenecen casi en su totalidad, ella misma se hace cargo de todos los instrumentos. Haiku es el tercer disco de esta cubana modelo siglo XXI que vive en La Habana pero sale de gira por todo el mundo y ha compartido escenario con Lila Downs y Susana Baca. Yusa (2002) y Breathe (2004) fueron editados por el sello inglés Tumi Records. En Buenos Aires, adonde llegará tras presentarse en distintas ciudades del interior del país y dentro de una gira latinoamericana, tocará mañana junto a Facundo Guevara en percusión y Mariel Barreña en teclados y voz. Los que quieran una muestra pueden verla en YouTube, como parte del Trío Planetario, que integró con el cantautor brasileño Lenine y Ramiro Musotto, percusionista argentino que falleció tristemente la semana pasada de un cáncer de estómago en San Salvador de Bahía, a los 45 años, tras haber hecho una gran carrera en Brasil (tocó allí con Caetano Veloso, Gilberto Gil, María Bethânia y Daniela Mercury, entre otros músicos). La bienvenida a Yusa y un recuerdo admirado para Ramiro Musotto. © LA NACION
CONCIERTO. Yusa se presenta mañana a las 21 en Café Vinilo, Gorriti 3780, con Facundo Guevara y Mariel Barreña. Reservas, 4866-6510. Entradas, $ 30.
© LA NACION
Sábado 19 de septiembre de 2009 | adn | 19