Vladimir Maiakovski, el payaso trágico

7 abr. 2014 - gante narciso y ególatra, agitador y poeta genial, autodidacta, exhibicionista y pa- yaso, estuvo en el centro de esos dos hu- racanes, creyendo ...
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OPINIÓN | 19

| Lunes 7 de abriL de 2014

arte y política. La fascinante personalidad del gran poeta de la

revolución rusa es el eje de la novela Prohibido entrar sin pantalones, en la que la figura del escritor se recorta sobre las utopías y las traiciones de la experiencia bolchevique

Vladimir Maiakovski, el payaso trágico Mario Vargas Llosa —paRa La NaCIoN—

E

LIMa

l personaje principal de Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla, que ha ganado la primera Bienal de Novela, en Lima, y que acabo de leer, no es Vladimir Maiakovski, sino el astuto, invisible y multifacético narrador: cuenta la historia simulando ser un cronista desapasionado y, de pronto, se convierte en lo que narra, es decir, en el protagonista del relato, para, unas frases o páginas después, volver a contar desde una cercanía impersonal. No hay cesuras entre lo objetivo y subjetivo, presente y pasado, lo privado y lo público, en la prosa serpentina de esta excelente novela que narra lo que crea y transgrede (sin que el lector lo note) todas las fronteras, transformándose también, por momentos, en los poemas estentóreos y las proclamas y manifiestos que el poeta futurista componía y recitaba casi al mismo tiempo en cafés, teatros, plazas, fábricas, convencido de que la poesía de vanguardia y el marxismo, aliados, cambiarían el mundo. Gracias a esta oleaginosa y veloz manera de narrar, Prohibido entrar sin pantalones traza un soberbio fresco de la Rusia de los primeros decenios del siglo XX, sacudida por dos terremotos simultáneos, el de unos poetas rupturistas y enloquecidos que, como Rimbaud, creían que a golpes de poesía se podía revolucionar la vida, el amor, la belleza, los sentidos, la moral, el lenguaje y las costumbres, y el de unos revolucionarios profesionales que, con el telón de fondo del caos y los estragos de la guerra mundial, instalarían bajo el liderazgo de Lenin la primera revolución proletaria y comunista de la historia. Vladimir Maiakovski, futurista ruso, gigante narciso y ególatra, agitador y poeta genial, autodidacta, exhibicionista y payaso, estuvo en el centro de esos dos huracanes, creyendo, el muy ingenuo, que ambos sismos podían fundirse y complementarse. Su obra y su absorbente y corta vida fue una heroica y desesperada aventura en pos de conseguir aquella imposible alianza, para descubrir, poco antes de suicidarse, que las revoluciones políticas, una vez que se convierten en poder absoluto y burocracia cancerosa, se tragan siempre a los poetas y a la poesía, domesticándolos y poniéndolos a su servicio. Las páginas de la novela que describen la guerra de guerrillas entre los distintos grupos y movimientos literarios y artísticos –los simbo-

listas, los acmeístas, los futuristas– en los cafés, los periódicos y revistas, los teatros y plazas de Moscú y petrogrado son de una gran vivacidad y color y muestran que, en aquellos años que preceden a la Revolución de octubre, la vida cultural alcanzó en Rusia una extraordinaria versatilidad. Juan Bonilla modela con su versión de Maiakovski a un personaje fascinante, una fuerza de la naturaleza del que la poesía brotaba como una transpiración natural, no sólo en aquello que escribía, también en lo que hacía, decía y vivía. Sus ideas eran contradictorias y confusas, pero la manera como las exponía, con pasión contagiosa, insolencia y audacia verbal, deslumbraban a sus oyentes y lectores, y, en los primeros tiempos de la revolución, también a sus jerarcas: Trotsky, Lenin, Lunacharski lo leyeron con admiración y le permitieron atrevimientos y majaderías. Con Stalin cambió su suerte. El “padrecito de los pueblos” tenía una idea muy precisa de la función utilitaria y propagandística de los poetas y la poesía y a los literatos refractarios los silenciaba, a veces matándolos y a veces sólo humillándolos, como a Bulgákov, a quien, pese a haber sido su amigo, lo rebajó de autor a barrendero del teatro donde antes se montaban sus obras. pese a que Maiakovski estuvo dispuesto a hacer algunas concesiones, que decepcionaron a sus antiguos compañeros del futurismo –durante el gobierno de Lenin aceptó ser testigo de cargo de la Cheka contra el primer marido de anna ajmátova, Nikolái Gumiliov, que fue fusilado, y durante el de Stalin escribió un poema de homenaje al primer plan Quinquenal– su suerte estaba sellada. Los ataques a su persona y a su obra no sólo provenían de la asociación de poetas proletarios; también la prensa, los jóvenes universitarios, el público en general lo abucheaban en sus presentaciones, las editoriales rehusaban editarlo y hasta el circo de Moscú se negó a escenificar una de sus piezas. La prensa y los críticos oficiales habían convencido a la opinión pública de que el antiguo ídolo era un elitista, un decadente y, acaso –infamia suprema– hasta un trotskista. ¿Era Vladimir Maiakovski una persona que, además de leerlo, uno hubiera querido tratar? a pesar del cariño y la admiración que delatan la vasta información sobre su vida, su obra y su época que despliega esta novela y la delicadeza del tratamiento que guía la palabra del narrador, Juan Bonilla

expone todo este material con absoluta objetividad, de manera que yo respondería a aquella pregunta diciendo que no. Maiakovski era uno de esos escritores a los que es preferible leerlo que conocerlo, pues, en persona, debió ser inaguantable: un genio matón, petulante, autorreferente y vanidoso. Todos los personajes que congenian con él son satélites que gravitan a su rededor, colonizados por su irresistible fuerza de atracción, como osip Brik, que lo mantuvo desde muy joven y le permitió ser el amante de Lili, su mujer. Ésta es otro

La Argentina pendular

líNea Directa

Breve incursión por la moda y la minería

Eugenio Kvaternik —paRa La NaCIoN—

C

omo Raymond aron definió en su momento a Francia, la argentina es inmutable y cambiante. Inmutable, porque sigue siendo pendular, y cambiante, porque los gobiernos civiles y militares que se alternaron antes de 1983 han cedido su lugar a un péndulo nuevo: en éste, la democracia se transforma por un tiempo en lo que polibio denominó la jeirocracia. En griego, jeira significa fuerza. polibio alertaba, en su reflexión sobre el auge y la decadencia de las formas de gobierno, sobre el futuro violento que acechaba a Roma En la edad de oro de la república clásica, los conflictos entre patricios y plebeyos se dirimían pacíficamente. pero a partir de la victoria sobre Cartago y la revolución de los Gracos, Roma fue brutalizada por la violencia. primero, por las bandas de las facciones políticas que rivalizaban en las calles y en el Foro, y luego, por sus continuadores, los ejércitos proconsulares de las guerras civiles. Nada de eso determinó que la violencia afectase el funcionamiento relativamente regular de las instituciones republicanas. También los treinta años de nuestra restauración democrática parecen dar razón a polibio: la violencia se reitera periódicamente, pero las instituciones mantienen su funcionamiento. Éste es el signo de recientes episodios de violencia, así como de las crisis precedentes: el colapso de la convertibilidad en 2001 y la hiperinflación y los saqueos de 1989. En todas esas situaciones, el protagonista principal fue un curioso tipo de hombre público que, valga la ironía, nos rescataba de una crisis para sumirnos luego en otra igual o peor. Las acciones de algunos de estos líderes, aferrados, como alfonsín, al dogmatismo de los principios, y las de otros, como Cavallo, confinados al dogmatismo de los medios, nos traen a la memoria a pascal y a su reflexión

sobre las consecuencias paradójicas del dogmatismo. Luego de la aventura bélica de Malvinas, alfonsín rescató la identidad democrática de la nación, pero aferrado exclusivamente a la legitimidad democrática. Subestimó la eficacia gubernamental y pagó esa omisión con la hiperinflación y los saqueos. Cavallo se encadenó a la convertibilidad para rescatarnos de la hiperinflación y, prisionero de ella, nos condujo al colapso de 2001. El kirchnerismo vuelve a repetir la historia, con una nueva entropía de violencia y muerte, con rebelión policial y connivencia con el narcotráfico incluido. No se entiende, entonces, qué celebraron las huestes oficiales el 10 de diciembre, al compás de los trágicos saqueos. ¿El aniversario de la democracia o el retorno de la jeirocracia? No deja de ser una ironía del destino que el trigésimo aniversario del retorno de la primera haya coincidido con una reiteración de las peores manifestaciones de la segunda. ¿Ironía del destino o castigo póstumo de la historia para quienes conmemoran la violencia que brutalizó la democracia restaurada en 1973? La reciente devaluación sin un plan que controle las expectativas trae a la memoria de los observadores el recuerdo del Rodrigazo. Según estos analistas, paritarias mediante, el aumento de los salarios se trasladaría inevitablemente a los precios, anularía las ventajas de la devaluación y escalaría, como en 1975, aún más la inflación. afinando la visión retrospectiva, parecería que las recientes medidas del Gobierno se asemejan, en cambio, a la receta aplicada por el entonces ministro de Economía, Mondelli. En la agonía del gobierno de Isabel perón, Mondelli puso en marcha un plan antiinflacionario ortodoxo para deprimir el salario real. Contó con la anuencia del sindicalismo capitaneado por Lorenzo Miguel para congelar la protesta laboral,

personaje que hechiza al lector casi tanto como el poeta, sin duda el único amor verdadero de Maiakovski, a la que nunca logró dominar y usar (como usó siempre a las muchas mujeres que cayeron en sus brazos) y que, en cambio, fue capaz de dominarlo y enjaularlo con su belleza, inteligencia y brujería. Lili Brik fue el único ser humano, entre sus amigos y próximos, capaz de entrar en ese vendaval arrasador que era la personalidad de Maiakovski y salir de allí absolutamente indemne. La descripción de las aventuras y desventu-

ras de Lili Brik, actriz, feminista avant la lettre, musa de artistas, actores y literatos, emperatriz del sexo e inspiradora de los mejores poemas y los peores sufrimientos de Maiakovski es uno de los grandes logros de esta novela. Con todo lo que ha pasado después, tendemos a olvidar algo que este libro resucita con brillo. Que, en sus primeros años, en vez de regimentar la vida cultural y convertirla en un instrumento de la propaganda del régimen, la revolución rusa –por lo menos mientras Lunacharski estuvo al frente de la educación y la cultura– propició la experimentación en todas las manifestaciones del arte e hizo un gran esfuerzo para que las obras de los mejores escritores y artistas rompieran su confinamiento y llegaran a las masas sin censura alguna. Este intento sedujo a pintores, músicos, actores, directores de teatro y de cine, poetas, novelistas, que, de este modo, contribuyeron a prestigiar la imagen de la revolución y a mitificarla. En verdad, el maridaje del gobierno soviético y la vanguardia literaria y artística fue fugaz y terminó con la subida al poder de Stalin. En este breve paréntesis, Maiakovski fue la estrella máxima del espectáculo. Su talento hecho de improvisación, destreza, instinto, desmesura, encontró un auditorio a su medida en una sociedad que parecía estar cambiando desde sus raíces la historia de la humanidad y creando un mundo nuevo, tan original, perfecto y coherente como la mejor poesía. Eso le inspiró poemas, manifiestos y espectáculos sobresalientes, así como una vida de libertinaje y excesos temerarios que, a menudo, atropellaban la vida de los otros, como sus puños desbarataban la cara de los críticos que se atrevían a negarle la genialidad. Todo aquello era el resultado de un malentendido. Cuando Maiakovski lo descubrió, fiel a su amor por el ruido y la truculencia, se pegó el pistoletazo en el corazón con que se cierra esta intensa novela. © LA NACION

a fin de que el cambio en los precios relativos perseguido por la devaluación no fuera anulado por el alza salarial. Si la finalidad del plan Mondelli fue detener el golpe militar, hoy esta amenaza no existe. Lo que de verdad desvela al Gobierno es la resolución del otro enigma setentista que lo envuelve: ¿cómo evitar el Rodrigazo recurriendo a un “Mondellazo”, para que Cristina Kirchner no termine haciendo voluntariamente lo que Isabel perón fue obligada a hacer por la fuerza de las armas? El Gobierno se columpia así en dos planos: en el económico, entre Mondelli y Rodrigo, y en el político, entre la democracia y la jeirocracia. En el económico, su dilema, como dice un proverbio alemán, es tener que recurrir a Belcebú para poder desembarazarse del diablo. En el político, si bien la presidenta muestra –felizmente– una mayor flexibilidad que los líderes causantes de las crisis anteriores, corre con una desventaja. Las medidas económicas se imponen a una sociedad históricamente más propensa a aceptar las soluciones quirúrgicas a sus crisis que a someterse a las terapias gradualistas que las prevengan. El futuro dependerá, entonces, de cuán cerca o de cuán lejos estemos de ese punto de saturación, como observaban Cicerón y Tito Livio en las postrimerías de la república romana. a partir de ese punto crítico, los ciudadanos no toleran los males que el gobierno les provoca ni los remedios que les propone. Se trata de un atavismo que los argentinos hemos incorporado a nuestro carácter nacional, convirtiéndolo en el resorte principal de nuestra cultura política pendular, a tal punto que bien podría figurar en la letra de una versión aggiornada de “Cambalache”. © LA NACION

El autor es profesor emérito de la Universidad del Salvador

Graciela Melgarejo —La NaCIoN—

H

ablemos del español de hoy, aquí y ahora. El lector Naldo Lombardi lo encuentra cada día más ajeno. En su correo electrónico del 24/3, advierte: “Cuando era niño (muchos años ha), en el pueblo en donde pasaba mis vacaciones, se reunían los «sabios» del lugar a comentar los buenos usos de la lengua. La referencia permanente era: «Lo vi en la nacion» y eso bastaba. Hoy, cuando leo el diario, encuentro en la sección Moda y Belleza lo siguiente: «p.4, foto: se lookean de pies a cabeza», o «p.7, Twitter: ítem fashionable», etcétera. No creo necesario comentar nada. pero de ahora en más, voy a writear mis cartas, speakear con mis amigos y walkear en el park”. La moda, por definición, es un ámbito cambiante, agradablemente voluble. Si hace cincuenta años o más, cuando parís era el centro mundial del fenómeno, no se concebía una buena crónica de un desfile sin usar por lo menos una decena de términos en francés, hoy, que el inglés es la lengua franca internacional, se comprende su uso y abuso no sólo en epígrafes, sino también en títulos, volantas, copetes y bajadas en textos dedicados al tema. pero nadie sabe si en cinco o diez años no será el español el idioma “de moda” en la moda mundial. aspiración lógica, sobre todo por la parte que les toca a los jóvenes diseñadores latinoamericanos: después de todo, han contribuido con aguayo y tulma, voces de origen quechua. Lo dicho no justifica por supuesto que se abandonen las palabras en español cuando bien pueden ser equivalentes. algo parecido ocurre cuando se trata de tecnicismos en otra lengua. En una columna pasada, ante la palabra inglesa fracking, algunos comentaristas lamentaron que no se hubiera transcripto

a continuación la palabra o expresión correspondiente en español. Repararemos esa ausencia. Como bien apunta Fundéu (www. fundeu.es) “fracturación hidráulica e hidrofracturación” son mejores que fracking, para “aludir a un modo específico de extraer gas o petróleo”. Fracturación hidráulica es la expresión que recoge el Diccionario español de la energía, agrega Fundéu, por lo cual se la recomienda, aunque la forma compuesta hidrofracturación, si bien no goza de un uso muy extendido, “respeta las reglas de formación de palabras en español y no ofrece dudas en cuanto a su significado”. ahora bien, si por ejemplo buscamos en Google la palabra fracking, esta tendrá más de 6.000.000 de resultados, en tanto, fracturación hidráulica, solo poco más de 121.000. Se entiende ahora la preocupación del director del Instituto Cervantes, don Víctor García de la Concha, por que el español pueda extender su dominio también en el área de las ciencias, lo que es todavía una “asignatura pendiente”. Todos conocemos los esfuerzos de la Real academia Española por equilibrar el tema. En un reciente tuit, la lectora Graciela Falabella (@GraciFalabella) compartía esta información: “La voz «pósit», adaptación de la marca registrada inglesa «post-it», figura en el DRaE y su plural es «pósits»”. Sí, en el avance de la 23ra. edición del Diccionario, “la hoja pequeña de papel, empleada generalmente para escribir notas, con una franja autoadhesiva en el reverso, que permite pegarla y despegarla con facilidad” ya tiene su entrada. © LA NACION

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