ESPECTACULOS
I
Miércoles 31 de agosto de 2011
CLASICA
((((( MUY BUENO
OPERA
Una imagen impactante
Lucia di Lammermoor Buen momento musical de la mano de Donizetti AUTOR: G. DONIZETTI L DIRECCION MUSICAL: HERNAN SANCHEZ ARTEAGA L REGIE: LEONOR MANSO L CON: LAURA POLVERINI, LEONARDO PASTORE, SEBASTIAN ANGULEGUI, ROMAN MODZELEWSKI, VERONICA CANAVES Y OTROS L PROXIMA FUNCION: MAÑANA, A LAS 20.30
L
Lucia di Lammermoor es uno de los títulos más representativos del melodrama romántico italiano, uno de los más exitosos de Donizetti; junto a Don Pasquale y L’elixir d’amore conforman las cumbres más apreciadas de su catálogo que ronda los sesenta títulos. De ahí que su inclusión en una programación artística, desde el día de su estreno en 1835, asegura el beneplácito y la nutrida presencia de entusiastas del género, tal como aconteció en la primera presentación de las cuatro anunciadas por la benemérita entidad. Fue responsable de la versión musical el director de orquesta Hernán Sánchez Arteaga, quien puso a disposición del espectáculo claridad en la batuta para obtener el mejor ajuste entre foso y escenario. Pero esa prolija marcación y manera de gesticular las palabras, que sin duda infundió tranquilidad al elenco, quizás haya contribuido a pergeñar una versión sin mayores sutilezas ni expresiones seductoras en la faz interpretativa. Un ejemplo fue la escena de la torre o del duelo que genera un gran dúo de tenor y barítono –tantas veces suprimido y que es un ejemplo incuestionable del romanticismo italiano de la época– que careció de la vibración y el ímpetu de ambos cantantes, características imprescindibles. Como protagonista, la ya consagrada soprano Laura Polverini cumplió su cometido destacando buenos recursos de actriz y cantante, aún cuando en la coronación de los agudos finales de los principales momentos, como en la escena de la locura, se los escucharon cortos por falta de aire o acaso por carecer aún de mayor experiencia, que sin duda llegará en poco tiempo. Por su parte, el tenor Leonardo Pastore que en esta primera función reemplazó al uruguayo Nazareth Aufe, logró un Edgardo aplomado, cantando en todo momento con buen fraseo y dando evidencia de haber alcanzado en este momento de su carrera un lugar importante entre los artistas que han abordado al extenuante personaje. En relación a este detalle, con el rol de Ed-
gardo, acontece algo parecido al Duque de Mantua en el Rigoletto de Verdi, que sin ser ambos los protagonistas, son los más complejos y esforzados del reparto, y acaso del repertorio para tenor lírico. El barítono Sebastián Angulegui, como Ashton, cumplió su cometido con decoro, en tanto que el también barítono Román Modzelewski fue un sobrio Raimondo, papel que en realidad debería haber sido abordado por la voz de un bajo de caudalosa sonoridad en los graves. Por fin es merecedor de elogio el tenor Iván Maier, a quien se lo vio aplomado para crear un personaje como el de Lord Arthur y cantar su breve parte con calidad, buen fraseo y mesura, virtudes que sin duda lo enaltecen. Asimismo pareció un acierto por su juventud el trabajo de Verónica Canaves como Alisa, y el muy aplomado Santiago Sirur como Normanno. Un detalle algo extraño aconteció con la versión del célebre sexteto de la gran escena de los esponsales de Lucia, porque pareció que hubiera sido cantado por siete personajes, acaso un espejismo de la imaginación, o un detalle novedoso de la despojada puesta escénica, que resultó reiterativa en el uso del molesto plano inclinado, cámara negra con algún simbolismo o mueble como decorado, pobre en ideas teatrales que por supuesto no modifican la opinión de haber escuchado un buen momento musical. De ahí que sería injusto el no señalar los méritos de cantantes líricos de hoy, que como en este caso, se avienen, con disciplinada actitud, a continuar ofreciendo su técnica de emisión, manejo de la respiración y todos los detalles de su auténtica vocación que es hacer música, sumisos ante tantas insensibilidades por su quehacer específico. Es que dan evidencia de reconocer que la ópera es la suma de lo audible y lo visible en equilibrio. Como no debía ser de otro modo, el público se manifestó complacido con un aplauso significativo.
Juan Carlos Montero
Laura Polverini desplegó buenos recursos como actriz y como cantante
((((( MUY BUENA
ANIBAL GRECO
SALA: TEATRO AVENIDA
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Con imaginación y creatividad, y tal vez algo de inspiración beckettiana, se puede crear un espacio aparentemente simple que resulta al mismo tiempo muy elocuente en su significado. Esto lo ha demostrado Leonor Manso en la puesta escénica de la ópera Lucia di Lammermoor, de Donizetti. En un escenario despojado, donde se impone una tarima de plano inclinado, el drama inspirado en Walter Scott cobra vida tan solo con la actuación y el canto. Claro que, si además se cuenta con un diseño de luces como el que pergeñó Gonzalo Córdova, entonces se puede afirmar que se está frente a un hecho artístico de acabada factura estética. Con un poco de mobiliario, adquiere gran presencia una estructura circular iluminada que en el primer acto puede recrear un espejo de agua en el parque para luego ir transformándose en una gigantesca luna que va ascendiendo al compás que le marca el sonido del arpa. Luego se convierte en un sol o vuelve a ser la luna. Es un componente protagónico de la puesta que además de contener valores dramáticos enriquece la imagen. Además, la luz establece un gran juego de contrastes que acompaña los climas anímicos de los personajes. Aunque las acciones originalmente están ambientadas en el período de la Reina Ana (1702–1714), Mini Zuccheri, para responder al espíritu de la obra, diseñó un vestuario de la época romántica lo que brindó al espectáculo una pátina de atemporalidad sin perder verosimilitud. El aporte de Roxana Grinstein permitió romper el estatismo del coro con escenografías que complementaron las acciones y eso favoreció a la imagen. Finalmente, la actuación de los cantantes que volcaron una gran dosis de emoción en sus interpretaciones destacándose Laura Polverini, en una sobresaliente escena de la locura que conmovió por su grado de dramatismo; Leonardo Pastore, como Edgardo, pasional en su desesperación, y Sebastián Angulegui, en la piel de Enrico, trabajando su faceta siniestra con total naturalidad. Hubiera tenido un resultado más impactante si se hubiera logrado aligerar el estatismo de la escena del sexteto del segundo acto, que contiene tanta carga de amor y odio y no se luce visualmente.
Susana Freire
CLASICA s TRADICION TUCUMANA DESDE LOS 60
DANZA
Un septiembre musical Conciertos y distintas actividades, este mes, en toda la provincia
CONCIERTO
Onieguin OLIVER KORNBLIHTT/AFV
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Jason Reilly y Alicia Amatriain, como Onieguin y Tatiana
Imponente puesta inspirada en el poema de Alexander Pushkin ONIEGUIN, POR EL BALLET ESTABLE DEL TEATRO COLON: DIRIGIDO POR LIDIA SEGNI L DIRECCION MUSICAL DE LA ORQUESTA ESTABLE: JAVIER LOGIOIA ORBE L BAILARINES INVITADOS: ALICIA AMATRIAIN Y JASON REILLY L COREOGRAFIA: JOHN CRANKO, BASADA EN EL POEMA EVGUENI ONIEGUIN, DE ALEXANDER PUSHKIN L MUSICA : PIOTR TCHAIKOVKY, ARREGLADA Y ORQUESTADA POR KURT-HEINZ STOLZE L COREOGRAFOS REPOSITORES: AGNETA VALCU Y VICTOR VALCU L DISEÑO DE ESCENOGRAFIA: PIER LUIGI SAMARITANI L DISEÑO DE ILUMINACION: ALFREDO MORELLI Y CARLOS MORELLI L DISEÑO DE VESTUARIO: ROBERTA GUIDI DI BAGNO L
La versión de Onieguin que presenta el Ballet Estable del Teatro Colón irradia romanticismo no sólo a través de la música, sino también de la coreografía, de la escenografía, de la iluminación y, por supuesto, de los personajes. El verso de la novela de Pushkin invita a proyectar la imaginación con el velo de melancolía que envuelve a los protagonistas de la historia. Tamara, sencilla y tímida muchacha de campo, se enamora de Onieguin apenas lo conoce, pero él, un citadino soberbio y amoral, la rechaza indolente. El es el promotor de generar celos en su amigo, Lenski, prometido de la hermana de Tatiana, hasta que el enfrentamiento se termina por resolver en un duelo en el que Lenski pierde la vida. La rueda de la fortuna lo vuelve a mostrar en la casa del príncipe Gremin, donde se le revela que la princesa consorte no es otra que Tatiana. Al descubrir una súbita pasión por la joven, Onieguin trata de recuperar su amor para encontrarse en ese momento rechazado por
ella, que prioriza su condición de mujer casada por sobre sus propios sentimientos. La resolución estética que ofrece este ballet es de una entrañable belleza. Se conjugan la escenografía con una arquitectura asentada en altas columnas y amplios espacios; el vestuario con diseños que varían según las escenas campestres o los grandes salones, por la iluminación que establece climas tanto brillantes como oníricos y, fundamentalmente, por la interpretación de los bailarines que dan relieve a la coreografía de John Cranko. Alicia Amatriain, como Tatiana, alta y espigada, puede transmitir físicamente la vulnerabilidad de los espíritus románticos y muestra con su arte una imagen etérea y volátil, que se transforma en brazos de su partenaire en un pluma desplazada, rítmicamente, por la brisa. Jason Reilly, por su parte, impone su presencia con gallardía, impecable en su desenvolvimiento personal, y demuestra que, como partenaire, posee todo el aplomo y
la seguridad para brindar a su compañera la tranquilidad de tener un soporte inefable. No fue menor el desempeño de Juan Pablo Ledo, como Lenski, en transmitir su enamoramiento y pasión, y Carla Vincelli, chispeante y alegre, muy convincente en el papel de novia. Todos los protagonistas con un alto nivel expresivo. El Ballet Estable, a partir de la dirección de Lidia Segni, demuestra un afianzamiento mayor como cuerpo, aunque es justo reconocer que el elenco femenino se ensambla con más precisión que el masculino. Finalmente, la Orquesta Estable sonó brillante bajo la dirección de Javier Logioia Orbe, que con mano firme destacó los momentos cruciales del drama traducidos por temas de Tchaikovsky, especialmente los fragmentos del ciclo Las estaciones y de la sinfonía fantástica Francesca da Rimini. Un espectáculo que se mereció las ovaciones que le brindó el público.
Susana Freire
Hace más de cincuenta años comenzaba una aventura que, a pura persistencia, no sólo se mantiene con vida, sino que cuando la primavera comienza a asomarse se renueva con una constancia llamativa. En 1960, el ya desaparecido Consejo Provincial de Difusión Cultural de Tucumán anunciaba la realización del Septiembre Musical, un proyecto de actividades musicales para que “los creadores, los intérpretes, la crítica y el público” tuvieran la oportunidad de encontrarse y compartir una historia. Desde entonces y hasta hoy, el paisaje, la vida, la realidad, las relaciones humanas y, propiamente, la historia han cambiado, mucho más de lo que aquellos fundadores visionarios imaginaron. Pero el Septiembre Musical Tucumano, ahora llevado adelante por el Ente Cultural de Tucumán, con muchas más variantes y escenarios que aquellos eventos iniciales, se mantiene incólume. Lo suficiente como para despertar admiraciones y para arrojar elogios sin restricciones. Este año, el Septiembre comienza con Aida, la ópera de Verdi, una apertura riesgosa y que se apoya, en última instancia, en la tradición operística que, año a año, tiene lugar dentro del festival. Por fuera de la función de la apertura, la heroína Aida paseará sus amores y desventuras en otras cuatro presentaciones más. En el campo de la música clásica, desparramados a lo largo de todo el mes, habrá muy notables grupos de cámara, como el Cuarteto Bozzini, de Canadá; el Ensamble Mondrian, de Basilea; el Cuarteto Aron, de Viena; el dúo de violín y piano que conforman el mexicano Manuel Ramos y el tucumano Oscar Buriek, y el del armenio David Haroutounian con el francés Romain Descharme. Habrá dos recitales de piano: uno a cargo de Valentina Díaz-Frenot, de Paraguay, y otro con Yejin Gil, de Corea. Más allá de la ópera inicial, habrá también otras oportunidades para gozar del canto lírico. Se presentarán Maico Hsiao, el muy reconocido tenor taiwanés que reside en nuestro medio, y también Patricia Salazar, ofreciendo un programa de música del Renacimiento inglés. Además, se abrirá el Teatro San Martín para poder presenciar proyecciones de títulos del Metropolitan Opera House de Nueva York. Pero no todo es música clásica.
Participan el dúo integrado por Haroutunian y Descharmes y el Ensamble Mondrian de Basilea
Teatro, ballet, exhibiciones, encuentros, festejos colectivos y mucha música popular coexisten con Bach, Verdi y Brahms. Por Tucumán andarán actores como José Sacristán y músicos populares como Gustavo Patiño, Coqui Sosa, Gabo Ferro, Viviana Taberna y músicos de tango, folklore, jazz, rock y de la canción urbana. Y la diversidad es para todos porque, además, no todo queda en la capital provincial y en un único ámbito. El Festival late en el Teatro San Martín, en el Orestes Caviglia, en el Centro Cultural Juan B. Terán, en la plaza Independencia, en la estación del Ferrocarril Mitre y en diferentes hogares y salas. Y democrático y paseandero, además,
late, vigoroso, en Concepción, Tafí Viejo, Monteros, Alderetes, Lules y Yerbabuena. Mayormente pensado para los tucumanos y los habitantes de las provincias linderas, el Septiembre Musical Tucumano es un ejemplo de variedad cultural y artística que merece, incluso, ser visitado desde otros confines argentinos para compartir vivencias y buena música de distintas tradiciones, matizadas, por supuesto, por los sabores de empanadas, tamales y otras exquisiteces del Jardín de la República. Después de todo, no sólo de buena música y mejor arte viviremos los argentinos.
Pablo Kohan