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página dos

| Domingo 8 De Diciembre De 2013

Página dos el medio es el mensaje

ilustrado

Un periodista renegado

Pablo Bernasconi —LA NACION—

Pablo Sirvén —LA NACION—

L

a vida de Héctor Timerman, de un tiempo a esta parte, se divide en malos momentos y en peores. Desde que Jorge Capitanich intenta una ligera lavada de cara del Gobierno, que procura limar sus aristas más ásperas, el perfil talibán del canciller quedó más en evidencia. Ni sus planteos contra el proteccionismo desde Bali lo salvarían de quedar a un lado si avanza la renovación en cuotas del gabinete, que se viene operando desde que se instaló el part-time presidencial. Por lo pronto, la propia Cristina Kirchner instruyó a su vicecanciller para que protestase porque Obama osó comparar a Jamaica con la Argentina. Aunque es difícil imaginar un final feliz para el acuerdo con Irán, ese delgado hilo lo mantiene atado con fragilidad al sillón máximo del Palacio San Martín. Al menos, el juez Rodolfo Canicoba Corral acaba de brindarle una pequeña alegría al considerar improcedente el amparo presentado por la AMIA y la DAIA contra el memorándum de entendimiento. Tal vez también pueda departir con su par iraní en las tribunas del Mundial. Ciertos hechos que Timerman no puede dominar, sin embargo, lo sumergen otra vez en peligrosas arenas movedizas. El lunes, en este diario, Martín Dinatale dio cuenta de las denuncias por reducción de salarios, charlas de adoctrinamiento y manejos económicos poco transparentes que se están dando en el seno de la Cancillería. UPCN lleva contabilizadas más de 20 denuncias por maltrato y 60 por acoso laboral. Agrega que sobre 104 directores de carrera, 63 fueron desplazados para ocupar esas vacantes con gente de confianza de Axel Kicillof y también de La Cámpora. La diputada Elisa Carrió, antigua camarada de Timerman, presentó una denuncia penal contra la Cancillería. El tío abuelo de la dirigente política, Genaro Carrió, fue quien en los 70 llevó adelante la estrategia judicial que permitió ponerle fin al calvario impuesto por la dictadura militar a Jacobo Timerman, el célebre padre de Héctor, hacedor de fundamentales éxitos periodísticos del siglo XX. El pequeño Timerman, el libro que acaba de publicar Gabriel Levinas, con la colaboración de Sergio Serrichio, es una filosa biografía sobre el canciller. Sólo alude a Jacobo indirectamente al rotularlo como diminuto a Héctor. Cuenta entretelones y recuerdos incómodos del controvertido funcionario. El peor de todos es su infeliz paso como muy joven director (tenía entonces sólo 22 años) del vespertino La Tarde, que su padre había pergeñado para competir con La Razón y Crónica, a manera de contracara populista de su intelectual matutino La Opinión. La Tarde salió a la calle ocho días antes del 24 de marzo de 1976 con un título progolpista: “Isabel, ¿sigue gobernando?”. El titular principal de aquella infausta fecha decía: “Prestó juramento la Junta Militar, para reorganizar a la Nación”. En la doble central se mostraba más que entusiasta: “Para terminar con el

desgobierno, la corrupción y la subversión”. Levinas recopila títulos increíbles de los días siguientes (“Para no creer: carne barata”, “Actividad normal en el país” y “Exclusivo: la infancia del Teniente General Videla”). El día en que el país cambie de signo político, seguramente Diego Gvirtz (6,7,8, TVR y Duro de domar) no se privará de hacerse un gran picnic con esta colección que, por razones obvias, hasta ahora prefirió ignorar. Las contradicciones profundas han signado la vida del “pequeño Timerman”. Pasó de dirigir el diario más panfletario a favor del Proceso a tener que ocuparse a tiempo completo de la situación de su padre, capturado por los militares por ser socio de David Graiver, cuyas acciones se licuaron, según cuenta el libro, a favor de la familia Timerman y del otro socio, Abrasha Rotenberg. Pasar de vivir a la sombra de ese gigante talentoso y arbitrario que fue su progenitor a tener que ponerse al frente de las angustiantes gestiones para liberarlo de su injusta prisión lo sometió a tensiones extremas. También pasó con los años de las proximidades de Carrió al ecléctico vecindario peronista; de escribir áridas notas en la revista Noticias, fundar dos publicaciones (trespuntos y Debate) y ser columnista de Mariano Grondona a despreciar al periodismo no K; de con-

El pequeño Timerman alude indirectamente al gran Jacobo, pero es sólo la biografía del canciller vertirse en ciudadano norteamericano a volverse antiimperialista y acometer, alicate en mano, contra un avión militar yanqui. El canciller fue un adicto fugaz de Twitter, cuya cuenta debió cerrar porque llevó a la enésima potencia sus rencillas domésticas e internacionales. Su caricatura televisiva en el programa de Jorge Lanata (“Timerpunk”) subraya sus rasgos chinchudos y parodia su cero empatía con la diplomacia. La sensación que deja la lectura de las casi 300 páginas de El pequeño Timerman es que el canciller ha renegado de todos los hitos esenciales de su biografía. Los psicoanalistas dirían que denostar al periodismo es una manera de pasarle una involuntaria factura a su padre. Al dejarse llevar por la aventura con Irán, a su vez, se indispone con la comunidad judía. Por último, al lucir como un antiimperialista superficial rompe lanzas con su patria de adopción, Estados Unidos. En la Cancillería echó a los funcionarios de carrera y no terminó de simpatizar con los jóvenes que se le metieron por la ventana. Timerman, solitario y en su laberinto, ya programa su próxima diáspora.ß [email protected] Twitter: @psirven

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Página 14

noticias incorrectas

catalejos

El flagelo de la inflación de los Papá Noel

Una nueva víctima del darwinismo digital

Mariano Donadío

Carlos Guyot

n diciembre, junto con los jazmines y los mosquitos, llega la invasión de los Papá Noel. Es una ofensiva breve e intensa; dura unas semanas y desaparece por arte de magia porque no hay especie que soporte tanto calor vestida así. Se los ve en los shoppings, los anuncios callejeros, las esquinas calurosas. Es un misterio que los niños todavía crean en Papá Noel, no por falta de pruebas sino por exceso de evidencias. Hay una ciudad especialmente asediada por ellos. El 14 de diciembre, en Nueva York, se celebra SantaCon en la que los gordos barbudos se reúnen con un fin caritativo. El encuentro degenera en una fiesta con “miles de fiesteros deambulando intoxicados por las calles, ensuciando y causando actos vandálicos”, según la policía. Como medida precautoria, el municipio pidió a los bares que no vendan alcohol a ningún Papá Noel en esos días. Cuidémonos de los Papá Noel criollos. No arman peleas de borrachos, pero se los ve empeñados en vendernos productos de todo tipo. Y en convencernos de que la virtud no está en dar o en recibir, sino en comprar.ß

uando Evan Schwartz publicó en 1999 el libro Darwinismo Digital, describió allí las características de este fenómeno: las empresas y marcas que no logran adaptarse a los cambios que el ecosistema digital provoca en sus clientes, corren el riesgo de terminar como los dinosaurios. Uno de los ejemplos de éxito que menciona en el libro es el de America Online, un proveedor de Internet estrella que a los pocos meses se fusionaría con Time Warner, pero que con los años entraría en una profunda crisis de la que aún no logra salir. Este mes, el darwinismo digital se cobra en los EE.UU. una nueva víctima: la cadena de alquiler de película Blockbuster termina de cerrar sus últimos locales. Hace tan sólo nueve años tenía 9000 puestos de venta en todo el mundo, pero no supo cambiar frente a nuevos actores, como Netflix, que nació al igual que Blockbuster como una tienda de alquiler de videos, pero cuyo servicio online hoy tiene 36 millones de clientes globales. En el nuevo ecosistema, el business as usual puede ser una gran desventaja competitiva.ß

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