Un liderazgo forjado en tiempos turbulentos

17 mar. 2013 - de St. George, cerca de Fráncfort. “Pasó aquí algunos meses para asesorarse con algunos profesores acerca de un tema de disertación”,.
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EDICIÓN ESPECIAL

| Domingo 17 De marzo De 2013

Bergoglio, papa | la dictadura, la democracia y el trabajo social

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6 fotos: fernando massobrio, rodrigo abd y aP/archivo

1. Bergoglio y Alfonsín, en el Episcopado, en 2006. 2. Con Carlos Menem, en la catedral metropolitana, en 1998. 3. Con De la Rúa, en el tedeum de 2001. 4. Con Eduardo Duhalde, en la Casa Rosada, en 1999 5. Bergoglio saluda a Néstor Kirchner en el tedeum de 2004, en la catedral. 6. El entonces arzobispo de Buenos Aires y la Presidenta, en la Basílica de Luján, en 2008

Un liderazgo forjado en tiempos turbulentos El Papa es uno de los hombres más influyentes de los jesuitas locales, a los que formó y lideró de 1973 a 1979 Humildad y la opción por los pobres son dos de los rasgos que convergen recurrentemente en el papa Francisco. El tercero, oculto y preservado, es su liderazgo evangélico, que dejó huella dentro de la Compañía de Jesús cuando ocupó cargos de conducción; primero, prefecto de brigada en los colegios secundarios de la orden; después, provincial y, finalmente, rector del Colegio Máximo, de San Miguel. Eran tiempos turbulentos para la región y la Iglesia, que ya enfrentaba a los movimientos ideologizados de la progresista teología de la liberación. Al mismo tiempo, la Provincia Argentina de la Compañía tenía un amplio arco ideológico. Con una inteligencia que supo interpretar aquellos signos, cuando era provincial, entre 1973 y 1979, creó un dream team con gente preparada que no se quedó detrás de un escritorio, sino que salió al país a misionar. El equipo dio grandes frutos por su inserción entre los más necesitados, en momentos en que se hablaba mucho del contacto con los pobres. Eran misioneros itinerantes que crearon parroquias muy populares en Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Santa Cruz. Ésa no fue una respuesta activa de la Compañía hacia la teología de la liberación, sino que hubo una convergencia del impulso pastoral de la orden con el pensamiento libertario. “La teología de la liberación en la Argentina tuvo y tiene características especiales; la opción por los pobres estuvo más ligada al acompañamiento de la religiosidad popular que a cuestiones ideológicas”, reconoce un jesuita testigo de esos momentos. La red de contención de Bergoglio para preservar a los miembros de la Compañía se extendió, entre 1979 y 1985, durante su rectorado en el Máximo, la cantera de la orden en la que imprimió un carácter muy especial a la formación. “Mucho estudio, más del que les

achaca la fama a los jesuitas; una profunda vida interior hacia la espiritualidad ignaciana, y un gran compromiso con los barrios circundantes de San Miguel. Barrios inmensos y que formaron mi corazón. Es una inserción social más profunda que hace distinta a la manera de pensar y de hacer teología en la Argentina”, contó el padre Ernesto Giobando SJ, alumno y luego entrañable amigo del Sumo Pontífice. “Pocos hoy, eh”, les decía el párroco Bergoglio cuando los seminaristas volvían con los chicos de los barrios humildes para la misa de las 10 en la parroquia San José, de San Miguel, responsabilidad adjunta a la rectoría del Máximo. “Todavía te faltan 25 minutos para servir al pueblo de Dios”, les soltaba a los mismos estudiantes que volvían, tras misionar en la zona, al seminario a las 20 para comer media hora después. Otro detalle poco mencionado es que esa reacción moderada de Bergoglio contuvo y cuidó una explosión de vocaciones abrazadas por la Compañía. Ingresos de aspirantes que se explicaban como una manera de responder a inquietudes espirituales y sociales en los principios de la orden, un histórico ariete pastoral de la Iglesia Católica. Ese liderazgo, luego más desinhibido, lo llevó a realizar titánicas campañas para despertar vocaciones sacerdotales. “Cuando era provincial, insistió en principios que se basan en nuestra espiritualidad. «Recen por las vocaciones, necesitamos vocaciones», decía. Mandaba cartas o decía: «Pidan, pidan, pidan»”, reveló otro hombre de la Compañía. Esa tarea “del pastor en el cuidado de sus ovejas” estuvo apoyada por el provincial Andrés Swinnen SJ y el padre general de la Compañía Pedro Arrupe SJ, uno de los dos referentes de Bergoglio. El segundo, y quizás el más cercano durante la formación de su liderazgo, fue el padre Miguel Ángel Fiorito SJ, uno de los máximos maestros espirituales de la Compañía de Jesús.ß

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En 2010, Bergoglio declaró, pero como testigo, ante la Justicia por esos secuestros, dentro de la “megacausa ESMA”. Explicó que había pedido por ellos ante Jorge Videla y Eduardo Massera, y que tanto antes como después de su captura había procurado protegerlos. Más aún, indicó que con Jalics sigue en contacto y está en paz. La Justicia nunca lo imputó de cargo penal alguno. El propio Jalics salió al cruce de las acusaciones contra el Papa, desde el monasterio de Wilhelmsthal, en Alemania, donde reside. “No fue sino años después que tuvimos la oportunidad de hablar con Bergoglio para conversar sobre lo sucedido”, dijo anteayer. “Después de eso, celebramos una misa juntos en público y nos dimos un abrazo solemne. Estoy reconciliado con los eventos y considero el asunto cerrado”, agregó. La dictadura, sin embargo, trajo mucho más. “Él ayudó a mucha gente perseguida”, rememora el padre Musante desde Angola. Lo mismo afirmó uno de aquellos seminaristas de Angelelli que habían quedado desprotegidos, el hoy sacerdote Miguel Ángel La Civita. “Yo he visto que ayudó a mucha gente a salir del país en esos momentos en que había tanta gente desaparecida y recuerdo especialmente cómo en el Colegio Máximo se escondía gente, se preparaba la documentación y lo necesario para hacerla salir del país. Eso lo he visto yo”, dijo a la radio LT3 AM 680 de Santa Fe. “Él [Bergoglio] cubrió el vacío que había dejado la muerte de monseñor Angelelli.” Esas gestiones lo llevaron incluso a usar su propio documento de identidad para facilitar un escape. Se lo dio a un muchacho parecido a él para que pudiera cruzar la frontera disfrazado de cura. “Le dio su cédula y su clergyman [la camisa que visten los sacerdotes cuando no usan sotana] para que pudiera escapar”, detalla Pierini, a quien cuidó a su vez luego de que la dictadura la echara de su puesto de jueza y corriera riesgos junto con sus hijos. El 8 de diciembre de 1977, sin embargo, un grupo de tareas comandado por Alfredo Astiz secuestró a su otrora jefa en un laboratorio y guía en las lecturas políticas, Esther Ballestrino de Careaga. Tras la desaparición de su hija Ana María y dos yernos, Careaga se había convertido en una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Su hija fue liberada más tarde, pero ella continuó con la labor hasta que fueron por ella. “En 2005 aparecieron los restos de mi mamá”, relató Mabel Careaga, otra de sus hijas, al diario español El País. “Quisimos enterrarlos en el solar de la Iglesia de la Santa Cruz porque era el último territorio libre que ellas [Careaga y Mary Ponce de Bianco, también de Madres] habían pisado, el lugar donde la secuestraron. Le pedimos permiso a Bergoglio, y él autorizó el entierro”, detalló. En 1979, de todos modos, el liderazgo de

Bergoglio en la Compañía llegó a su fin. Con 42 años, asumió como rector del Colegio Máximo, entre 1980 y 1986, y de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, además de presidir un área de la Universidad del Salvador, y escribir dos libros: Meditaciones para religiosos, con aquel recuerdo para su otrora director espiritual, el salesiano Enrique Pozzoli, y Reflexiones sobre la vida apostólica. “A los chanchos” En el Colegio Máximo dejó recuerdos imborrables. “Vos, a los chanchos”, le ordenó en 1984 a uno de los recién llegados, Gustavo Antico, entonces de 18 años y hoy sacerdote y rector de la Iglesia Santa Catalina de Siena. Pero eso sí, aclara Antico, “él nunca te mandaba a hacer algo que él no hubiera hecho”. Así fue como aquel enero después del retorno de la democracia, ambos terminaron en el chiquero. “Él venía todos los días y nos solía ayudar con los chanchos”, dice Antico. “Era muy exigente; las horas destinadas a trabajar durante la formación sacerdotal eran para Jorge muy importantes.” Tras tantos años –y varios chanchos– compartidos, Antico celebra que Bergoglio haya llegado al Vaticano. “Es un hombre entregado, bondadoso, de mucha escucha y carácter firme. Es muy decidido y exigente, pero al mismo tiempo es esa persona que vemos ahora en Roma, ese papa que despliega frescura y libertad. Es una persona de una vocación muy clara, un sacerdote popular y carismático. Los que estuvimos cerca de él sabemos que es un papa urgido por la realidad.” Como si fueran pocas sus obligaciones, entre 1980 y 1986 se desempeñó además como primer párroco de la parroquia del Patriarca San José, en la diócesis de San Miguel, donde organizó la catequesis y fundó cuatro iglesias

Esas gestiones lo llevaron incluso a usar su propio documento de identidad para facilitar un escape En el Colegio Máximo, dejó recuerdos imborrables. “Vos, a los chanchos”, ordenó, en 1984, a uno de los recién llegados Quienes lo cuestionaron afirman que marchó a Córdoba castigado

y tres comedores infantiles. Si quería pastoral social concreta, allí la encontró. “Los momentos más lindos como cura son los que pasé con la gente –admitió Bergoglio, en aquella entrevista radial–. Eso me queda siempre en el corazón, el haber caminado junto a un pueblo que busca a Jesús.” Esas “urgencias de la realidad” le aportaron un ida y vuelta que enriqueció y complementó su bagaje doctrinal, cuentan quienes lo rodean, en una simbiosis entre lo que la Iglesia propone y la gente necesita o los problemas que afronta: desempleo, drogas, inseguridad y miseria, entre otras. Hasta restarles dramatismo a temas que para otros sacerdotes son casi tabú. Así, no son pocos los que repiten diálogos como el que tuvo con Paula, madre de una villa: –Mi hijo se apartó de la Iglesia, no está yendo a misa y… –¿Es buen pibe? Eso es lo que importa. En marzo de 1986, viajó a Alemania. Estudió para completar su tesis doctoral en la pequeña Universidad de Teología y Filosofía de St. George, cerca de Fráncfort. “Pasó aquí algunos meses para asesorarse con algunos profesores acerca de un tema de disertación”, indicó un vocero de la casa de estudios. Según Bergoglio, allí hizo “estudios especiales de espiritualidad”, un eje central de su formación y de su personalidad. ¿Un destierro cordobés? Otra vez en la Argentina, rumbeó para Córdoba, donde asumió como director espiritual y simple cura confesor en la Iglesia de la Compañía de Jesús. ¿Qué pasó? ¿Decisión propia? ¿Víctima de una purga? La respuesta depende de a quién se escuche. Quienes lo quieren sostienen que él deseaba retornar al terreno, a la pastoral comunitaria, sentirse como un “cura de barrio”, como apenas “el padre Jorge”, abandonar las pujas por el poder humano y cualquier atisbo de vanidad, y dejarle vía libre para que las autoridades de la Compañía dispusieran a voluntad sin nadie que pudiera eclipsarlo. En cambio, quienes lo cuestionaron –y con los que luego se reconcilió– afirman que marchó a Córdoba castigado, que no le pasaban las llamadas y que hasta le revisaban su correspondencia. ¿El motivo? Diferencias entre jesuitas por cómo lideró la Compañía. Su capítulo cordobés duró seis años, los de auge y ocaso del alfonsinismo, y el arribo a la Casa Rosada de Carlos Menem, con quien tendría sus chisporroteos. Pero antes, debió abrirse de la jurisdicción formal de la Compañía de Jesús, a la que deben pedir permiso para acceder a cargos como obispo o cardenal, para así acceder a un pedido directo de Juan Pablo II. El 20 de mayo de 1992 lo nombró uno de los cuatro obispos auxiliares de la ciudad de Buenos Aires.

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