Un futuro sólido F. Javier Trapero Alonso
6. Ganímedes, el satélite más grande del sistema solar. Cuando Galileo Galilei lo descubrió en 1610 lo llamó simplemente “III”, por ser el tercero más cercano a la superficie de Júpiter. Curiosamente, hasta el tercer intento no se consiguió poner a un hombre en la superficie. Algo sabían, o quizás tan solo suponían. Ganímedes se convirtió en objetivo prioritario de la exploración. La precipitación produjo varias muertes, accidentes que se podían haber evitado. La insistencia que demostraron los exploradores no era normal. Estaba claro que algo habían detectado allí, algo hallaron cuando las primeras sondas se pasearon entre los satélites del gigante gaseoso. Allí, tan lejos, perdidos en el silencio, a ochocientos millones de kilómetros. En ese momento, el hombre ya había pisado Marte y una pequeña colonia de científicos habitaba la Luna. El viaje más allá no se valoraba debido a su duración. Con los medios de la época, un viaje a Júpiter duraba unos dos años, ¿por qué insistir en Ganímedes? Allí enterrado, entre los silicatos comunes, habían detectado un mineral especial que podía cambiar al ser humano por completo. Lo llamaron “Aonio”, del latín Aonius, que significaba “perteneciente o relativo a las musas”. Algo mágico, como la mitológica ambrosía, el alimento de los dioses. El Aonio multiplicaba exponencialmente el rendimiento de cualquier combustible fósil conocido por la humanidad. En forma mineral sólido, se podía triturar y añadir a las mejores mezclas del momento. Las primeras pruebas fueron increíbles, tanto para los combustibles como para la simple generación de energía eléctrica. Ya no existían límites para el ser humano. Empero actualmente, como con todos los combustibles fósiles, existía el temor de que esa maravilla llamada aonio, algún día se terminara. ¿Qué iba a pasar entonces? La piedra verde se extendía por todos los cinco mil kilómetros de diámetro de la luna, bajo su manto rocoso y el hielo. Pero, ¿que ocurriría cuando los extractores de mineral planetarios llegarán a su núcleo de hierro? La minería descontrolada estaba variando la rotación del satélite, y los temores de los científicos iban tomando forma. El aonio estaba terminándose. El carguero Defait estaba allí para tomar un poco de ese aonio y crear una pequeña reserva privada. Era un paso necesario para poder sufragar los gastos del rescate. Mariya debía llevarse bien con ciertas personas. Esas personas a las que les iba a facilitar el aonio. Necesitaba equipo para su misión, y saldar varias pequeñas deudas pendientes. Iba a conseguirlo con 25
este intercambio de favores. Algo así como yo te rasco tu espalda y tú me rascas la mía. Las líneas de codificación eran aburridas, algo demasiado mecánico para el gusto de Mariya. Tecleaba sin parar hasta unificar todas las líneas de código y que todas se comporten como una sola. Era un carguero muy grande, y para más inri tenia que ocultar la presencia humana de su interior, dado que los cargueros mineros navegaban en automático, sin patrón. -Estamos cerca -la voz de Casla sonó por el intercomunicador. Era hora de prepararse.
El Defait III se acercó suavemente a los exteriores de Ganimedes, Entraban en zona de scanner. A partir de ahí, estaban a la vista de los postes de protección rotacional, sondas autónomas que reconocían cualquier nave que se acercaba. Esta iba a ser la primera prueba de fuego, si pasaban, se enfrentarían a otra; si fracasaban y eran descubiertos, no tenían ni tiempo ni modo de escapar, no en ese carguero de transporte, que no podía maniobrar ni huir. Es más, en caso de avería tan solo contaba con una nave de escape individual. No tenían escapatoria. Pero, el fracaso no era una opción, y se habían preparado para ello: el faro de navegación, y todos los manifiestos habían sido puestos al día por Mariya. El Defait III ya no era el Defait III, actualmente se llamaba Gagarin VI, nombre de un carguero real que se dedicaba a este mismo transporte de aonio. Actualmente se encontraba en reparación, pero este detalle no había sido programado, lo que les permitía suplantarlo durante un periodo corto de tiempo. Por eso los manifiestos del Defait decían lo que tenían que decir para que las sondas no plantearan preguntas ni dudas sobre su identidad. No tenían nada que ocultar. -Únicamente el número de serie del casco exterior
-susurró
Casla-. La ruta que he recomendado da siempre la otra cara a los postes cercanos. Eso debería ser suficiente. -A no ser que la sonda más lejana le dé por hacer un scanner visual -musitó Lamsfus acurrucado en una esquina-. ¡Joder que frío!
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