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Un avión en la jardinera

lo otro que le sacaba de las casillas era encontrar papeles o manchas de helado en el suelo. Para qué decir cuando había fiesta en el último piso: don. Rogelio ...
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Un avión en la jardinera Cecilia Beuchat Matías dobló la prueba global de matemáticas formando varios pliegues, hasta convertirla en avión. Los números escritos con tinta lo hacían aparecer como un avión de combate camuflado, si no hubiese sido por la nota de color rojo que se destacaba en el ala izquierda. Jugó un rato echándolo a volar en el espacio que conformaba la terraza del edifico donde vivía. La primera vez el avión se elevó por el aire sin problemas, y aterrizó de punta sobre una de las sillas. La segunda vez, descendió en picada justo arriba de la planta que según decían era tan fina, y quedó atascado entre dos hojas. Tomó la pruebaavión y se puso a pensar, no sabía nada más que hacer. En la noche tendría que mostrársela a la mamá y enfrentar su calmada paciencia que a los cinco minutos desembocaba en una fuerte reprimenda. “Ya sé lo que va a decir”, pensó, pasando la punta del dedo índice para marcar mejor los dobleces del papel: “Sí, que debo estudiar más, que ahora estamos a fin de año, que le profesor dijo que si no subía las notas iba a repetir, que la hago rabiar justo ahora que el papá anda de viaje y no sabe si va a regresar para Navidad…en fin, ¡qué desastre!”. Lo peor de todo era que él estudiaba, él se esforzaba, pero nadie le creía, y eso era muy injusto. Observó el avión de papel estacionado sobre la transparente superficie de vidrio de la mesa, cuando grande él iba a ser, piloto y manejaría un avión parecido, sólo que estaría pintado de otro color y no lleno de números con éste, y menos con un número rojo destacado en un círculo. Una vez más tomó la prueba-avión, y la lanzó con fuerza. Ésta alcanzó altura, y haciendo una gran curva, fue a parar exactamente en la terraza del departamento del lado. Matías, con gran estupor, tardó algunos segundos en aceptar lo que realmente había ocurrido. Entonces, sin vacilar, se asomó por la baranda para ver dónde había caído. Allí, en medio de un macizo de flores rojas que crecían en la jardinera, había aterrizado la prueba. Su primer impulso fue subirse al borde del muro e intentar alcanzarla, pero no pudo. Estaba demasiado lejos y corría peligro si se asomaba mucho por encima de la baranda. Intentó acercarla con una escoba que encontró en un rincón, pero fue imposible. Molesto por lo sucedido, pateó la escoba lejos. Ahora no sólo tenía que contárselo a la mamá, lo terrible iba a ser el tener que explicarle al profesor cuando pidiera las pruebas firmadas, especialmente Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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después de la última entrevista, donde había quedado muy claro que otra anotación en el libro de clases significaba irse suspendido por tres días a la casa. Suspiró al ver que la prueba-avión permanecía impávida en medio de las flores rojas. Decidió esperar hasta la noche, otra solución no había por el momento, y esto porque al avión se la había ocurrido caer justo en la casa de al lado: allí vivía ni más ni menos que “el ogro”. Ese era el nombre con que los niños del edificio habían bautizado al único habitante del departamento 23. Y no era para menos: de anchas espaldas, voz gruesa y modales toscos, don Rogelio no contaba con la simpatía del ninguno de los jóvenes habitantes del edificio. Vivía solo. Salía muy poco y rara vez conversaba con alguien. Pero cuando se trataba de hacer callar a los niños que jugaban en los pasillos o se deslizaban por los peldaños de las escaleras, entonces no tardaba en aparecer, y asustándolos los obligaba a irse a sus hogares. El ogro no soportaba que le interrumpieran su siesta, pues ésta había sido su máximo deseo antes de jubilar. Eso se lo había contado una vez al mayordomo del edificio. ¡Ah!, y lo otro que le sacaba de las casillas era encontrar papeles o manchas de helado en el suelo. Para qué decir cuando había fiesta en el último piso: don Rogelio, reloj en mano, subía a las doce de la noche en punto, y exigía que los muchachos bajaran el volumen de la música. Matías no quiso pensar más. El sólo imaginarse tocando el timbre en el departamento del ogro le producía un nudo en el estómago. Pacientemente esperó que llegara la noche. Ya cerca de las nueve, recibió la llamada de la mamá que le avisaba que llegaría tarde, sin darle tiempo para explicarle nada. -¡Mañana me cuentas!- le dijo, y sin más se había perdido, señalando que en el refrigerador había quedado la comida lista. Matías no estaba para comidas recalentadas, así es que decidió tirarse sobre la cama y ver televisión hasta que se le cayeran los ojos de sueño. Esa mañana, los niños entraron al colegio como todos los días, en forma ordenada. Matías arrastrando mochila y pies se dirigió a su sala. Para colmo de males, no le había podido pedir ayuda a la mamá, porque aún estaba durmiendo. ¿Qué se hacía en estos casos? Recordó entonces lo que su abuelo decía siempre: la verdad, eso es lo principal; al que dice la verdad no le puede ir mal. Y así fue cuando el profesor solicitó las pruebas firmadas, Matías le dijo: -Señor, mi prueba está enterrada entre las flores… Matías no pudo seguir, porque al profesor casi se le cayeron los lentes y también el lápiz con que iba registrando en el libro de clases. El curso lanzó una carcajada general. Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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-¡Ojeda, no se haga el gracioso! Su prueba… ¡entréguemela, por favor! Matías muy nervioso explicó nuevamente, tartamudeando un poco: -Señor…es verdad. Mi prueba cayó en la jardinera del vecino… -¡Salga de inmediato! Y diríjase a Inspectoría. No quiero volver a verlo por aquí el resto de la semana. Matías partió a casa, libreta de comunicaciones en mano. Al doblar la esquina de su calle se encontró con la mamá que se dirigía al trabajo. Cuando ella se enteró de lo sucedido se puso furiosa, y respirando profundo, como lo hacía cada vez, que iba a tener una decisión drástica, señalo con voz firme: -¡Se acabó, Matías! Yo te advertí. Ahora tendrás que arreglártelas tú solo. Esta tarde irás donde el vecino y recatarás tu prueba. Después tú vas a ir al colegio y explicarás lo que sucedió. Eran las cuatro de la tarde cuando Matías resolvió, por fin, armarse de valor y tocar el timbre en casa del ogro. Inseguro y temeroso alargó el brazo y presionó la tecla. Un suave sonido se escuchó al otro lado, luego unos pasos y se abrió la puerta. -¿Sí?- Matías sintió deseos de arrancar lejos. -¿Qué quieres? La voz ronca de don Rogelio resonó en sus oídos. -Perdone, pero es que… -¿Qué sucede? ¿Tú no eres el chico de al lado? -Sí… mi prueba…es decir, el avión… mi avión cayó en sus flores… Por fin lo había dicho. -¿Qué avión? ¿En mis flores?- repuso el vecino algo impaciente. Entonces Matías le indico con la mano el movimiento que había hecho el avión de papel desde su terraza hasta la otra, explicando que él lo había lanzado. -¿Y tanto escándalo por un avión de papel? Lo más probable es que lo haya botado a la basura. Ándate a tu casa, estoy viendo la teleserie de las cuatro… Matías lo miró con desesperación. -Está bien, pasa… pero francamente no entiendo por qué tanto problema… Entonces Matías le explicó todo, y lo más increíble fue que a don Rogelio le bajó un ataque de risa al escuchar que se trataba ni más ni menos que de la prueba de matemáticas convertida en avión. Sus fuertes carcajadas resonaban por las habitaciones, mientras se dirigía a la terraza. Con sus toscas manos cogió la prueba-avión, pero al descubrir el número rojo sobre el ala izquierda, se le terminó la risa, extendió la hoja plegada y examinó con detención los números. Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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-¡Vaya, vaya! Parece que no nos va muy bien…ya entiendo por qué tanto jolgorio…- comentó. Se sentó e una silla y luego de unos minutos agregó. Sin dejar de mirar la prueba: - Igual me sucedía a mí cuando chico… Su voz se había suavizado. Permaneció en silencio durante unos segundos. Luego miró a Matías y le devolvió la prueba. - Vete…ya me he perdido más de la mitad del programa contigo. Matías no se movió. Nadie me cree- murmuró, pasando sus manos por la hoja bastante arrugada. -¿Qué es lo que no te creen?- preguntó Rogelio, dirigiéndose al interior del departamento. Matías le relató brevemente todo, mientras le seguía. Problema tuyo… y ándate y déjame tranquilo… -repuso don Rogelio. Matías se alejó lentamente, y luego, decidido, entró a su casa. Los tres días en que Matías permaneció en su casa pasaron con rapidez. Por suerte, a la mamá se la había quitado el enojo y había resuelto ir la próxima semana a hablar al colegio. Lo que no había cambiado era su decisión de que Matías fuera primero y explicara lo sucedido, ahora que había recuperado la prueba. Sin otra solución, a Matías no le quedó más remedio que enfrentar el problema. Esa mañana se levantó muy temprano y partió de inmediato. Quería hablar con el profesor a solas, porque sus compañeros, de seguro, se iban a reír mucho. Mientras caminaba hacia la esquina, divisó la figura inconfundible del ogro. Había ido a comprar pan. ¡Hola! No me digas que hoy es el día…le dijo saludándole. Matías, sonrío tímidamente. Y entonces sucedió algo insólito, don Rogelio se acercó, y poniendo la mano en su hombro le dijo: - Te acompaño. Me hará bien caminar y recordar mis viejo tiempos de estudiante. Matías no se atrevía a mirar para el lado y caminaba con pasitos rápidos al lado de ese tremendo hombre que era don Rogelio. Poco antes de llegar a la escuela, divisó al profesor, quien al verlo se acercó y dijo: Veo que no vino tu mamá… bueno, no importa… ¿es usted familiar del niño? Matías iba a responder, cuando don Rogelio dijo con voz muy tranquila: -No, soy simplemente su vecino, y vengo a explicar que el niño no mintió. Lenguaje y Comunicación 4º Básico

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La prueba, efectivamente, cayó en mi departamento. Cosas de niños… usted sabe. Creo que este jovencito ha aprendido, por fin, que las pruebas no son para volar, ¿verdad? El profesor iba a responder, pero en ese momento sonó la campana. Le hizo una seña a Matías para que entrara, y luego se quedó algunos minutos más conversando con don Rogelio. Esa tarde Matías regresó muy contento. El profesor había hablado largamente con él, y ahora se iba a esmerar más, y cumpliría mejor con todo lo que se le pedía. El resto lo iban a ver con la mamá. Matías sacó un vaso de leche del refrigerador y se fue a la terraza. Se sentó en una de las sillas, y entonces descubrió con asombro que sobre la mesa había un avión de papel. -¡Oh, no!- exclamó tomándolo-. ¡No más aviones! Y cuál no fue su sorpresa, cuando al extender la hoja de papel plegada vio escrito con tinta de color rojo y grande letras de imprenta: “Te espero a las cuatro y media. Repasaremos matemáticas. Firmado: el Ogro”.

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