Triste Mel·lina

Y Antonino, padre de Tiberio y esposo de Candela, aparece. ... Antonino lo suelta, sonriéndole. ...... Al otro lado de la calle hay un muro, separa la calle de un.
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SIGLO XVI, plaza central en Mel·lina, fiesta del 20 aniversario del estado de paz.

“Están invitadas todas las casas, todas las familias. Bienvenidas sean esta noche” Todos bailan contentos y se regocijan con los alegres pasos de cada nuevo compás, riendo, sonriendo, carcajeando. En el centro del gran patio, con el fresco que amaina la noche en verano, las familias forman un corro integrado por parejas de cada casa, intercambiándose intermitentemente. Hay palmas y el laúd, las flautas, el sacabuche y la chirimía, acompañan con regocijo el alborozado ajetreo. Tiberio se mueve entre la gente, alrededor del círculo de danzantes, buscando, ha creído ver a Beatriz entre la multitud. La distingue al fin al fondo del otro lado del patio, cerca de las escalas, charlando con su nodriza y su amiga Sofía, hermana de Patricia, ambas primas segundas de Tiberio, ambas buenas amigas de Beatriz. Tiberio que la mira ya de lejos, se busca una máscara y se cubre parte de la cara, juguetón, buscando esconderse entre las columnas de las escalas para acercarse de incógnito a Beatriz, cesando la música, aplaudiendo todos y llegando Tiberio a su altura por fin, para apoyarse contra la columna más cercana a ella y girar apareciéndosele por el lado, haciendo el tonto. Beatriz se ríe. - ¿Qué hacéis? – Le pregunta. - Buscaros – Responde Tiberio – Os estaba buscando. - ¿Para qué? La música comienza de nuevo. - Para pediros un baile – Tiberio le acerca la mano – ¿Me lo concedéis? – Se quita la máscara con la otra. - Por supuesto… - Complace Beatriz. Beatriz le toma la mano y comienza a bailar con Tiberio. El ritmo esta vez es mucho más lento y Tiberio aprovecha para hablarle. - Vuestro rostro es un poema que no logro expresar – Le susurra. Cambian de mano, bailando. - Yo si que no logro expresar – Confiesa Beatriz – Con tanta gracia como vos, lo guapo que me parecéis. Disculpad mi torpe lenguaje, que me condena a ser explícita en demasía. - Estáis disculpada – Le perdona Tiberio, tornando pícara su dulce sonrisa. La madre de Tiberio lo busca con la mirada, queriendo hablarle. Lo ve por fin, bailando con Beatriz. Se sonríe, contenta. Beatriz es de la misma casa y la madre de Tiberio, Candela, se alegra de que su hijo se haya ido a fijar en una muchacha con la que comparte escudo. Las casas están compuestas por diversas y grandes familias, todas sin relación de parentesco entre sí. Pero están unidas bajo un mismo escudo y una misma bandera, son parte de una unión común, sus ancestros comparten rey, príncipe y linaje. Otras casas tienen normas distintas, gentes y apellidos distintos, linajes diferentes. La casa de los Capricci está formada por siete familias, cada una de ellas con más de cuarenta miembros, que formaban parte a su vez de otras familias de la misma casa. Nadie se casa con nadie que sea de la misma familia, o de distinta casa. Moldavio también es de la casa de los Capricci, sin embargo no está tan contento, mira a la pareja con mal humor mientras bailan y se hablan, está celoso porque le gusta Beatriz y también la pretende, con menos éxito, pues Beatriz tiene demasiado claras

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sus preferencias, por ello Moldavio no puede evitar odiar a Tiberio, pues desde que él ha aparecido acapara la atención de Beatriz, que, a pesar de que nunca le ha mostrado afecto a Moldavio, ahora no le presta ni atención. Pero mientras, la fiesta continúa y ambos tórtolos han quedado a la cola de la doble fila que se desplaza despacio por el patio, al lento ritmo de las notas, cogiendo Tiberio la mano de Beatriz, pero esta vez para llevarla a un lado apartado, de repente, ocultos lo máximo posible de todos los curiosos ojos que puedan querer mirarlos. Le besa la mano. - Has capturado mi corazón – Le dice. - Y tú el mío. Tiberio besa los labios de Beatriz suave y fugazmente, soltando su mano y desapareciendo. La nodriza de Beatriz se le está acercando deprisa por detrás, pues ha visto cómo Tiberio y ella se escabullían del baile. Beatriz hace por recuperarse del momento y sonríe solo levemente, disimulando, viendo a su nodriza rodearla y ponerse ante ella. - ¿Qué ha pasado? – La interroga. - Nada hermana Matilde. - Te he visto con Tiberio, ¿qué hacíais? - Me estaba hablando. - ¿No te ha besado? - No, has visto mal, solo me hablaba muy de cerca. - ¿Para qué? - Para que nadie pudiera escuchar lo que me decía. La nodriza se enfurruña. - ¿Y por qué quería que nadie os escuchara? - Porque me hablaba solo a mí – Se enfada Beatriz. Le da la espalda, saliendo ambas del patio. La fiesta continúa.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso.

Candela recibe una nota sellada, la abre y comprueba que es una invitación de la familia Rabello, que celebra ese fin de semana el cumpleaños de Moldavio. Candela sabe que Tiberio y Moldavio no se llevan bien desde hace un tiempo, han tenido sus rifi rafes y encontronazos, incluso en público, y aunque tiene una idea de porqué, no quiere arriesgarse a dar por supuesto que tiene que ver con Beatriz. Lo que sí que sabe, es que Tiberio va a querer ver a Beatriz en la fiesta, pues como de costumbre, su familia también estará invitada. Candela tiene visita en ese momento, precisamente Marccela Magione, la madre de Beatriz, viene a verla. “Buenos días” Se saludan. Se dan dos besos y toman asiento. - He recibido nota de los Rabello – Informa Candela - ¿Y tú? - Sí, esta mañana, antes de salir precisamente. - Estoy preocupada – Confiesa Candela. - ¿Por qué?

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Porque Tiberio y Moldavio… No se llevan bien. No. Temo por su comportamiento, pero más por la incomodidad de Tiberio. Deja entonces que no asista. No…, querrá hacerlo, no puedo no decírselo y negarle – Candela mira conmovida a Marccela – Negarle ver a Beatriz..., seguro que eso le importa más que la presencia de Moldavio. Marccela se sonríe contenta. - Que alegría, tú también piensas lo mismo. Sabía que no podía estar errada, mi pequeña y tu Tiberio, están enamorados, ¿verdad que sí? - Que Dios mismo me lleve si no es así – Sentencia Candela con regocijo – Estoy tan segura de que se aman como de que hoy es hoy. - Que alegría querida amiga. - Y que alegría la mía, porque se haya ido a fijar en tu hija. Es una gran calma saber que su corazón ha ido a elegir a alguien, que mi cabeza encuentra tan adecuada. Ambas ríen aliviadas. Se levantan y pasean. - Tiberio también es un buen chico – Dice Candela - Algo enérgico, pero de gran corazón. - Es buen muchacho, pero siempre está con la mano al estoque… - Es el mejor de los espadachines, nadie lo gana, su padre lo apoda “el duelista de los botones de seda”. Pero es un hombre hecho y derecho, del que una se siente orgullosa de ser su madre, y aunque mala pieza fuera, que no lo es, aún así, habría que dar gracias, pues mejor seguiría siendo él que no un Monasque. Por un momento solo hay silencio, no se oye nada, Marccela mira a Candela con aire algo perturbado, ha notado odio en sus palabras y no está segura de darle contestación sincera, pues ella no procesa tal sentimiento. - No sería para tanto, querida Candela, si estuvieran enamorados. Mejor un Monasque que un mal amor, ¿no crees? - Eso nunca – Niega categórica Candela – Los Monasque no son más que basura, todos, todos y cada uno de ellos – Reniega conteniendo el dolor y la rabia – Un Monasque mató a mi hermano mayor, siendo él solo un muchacho y yo una niña cuando lo vi. Marccela comprende, bajando la vista. - Solo un monstruo puede obrar de semejante manera, sin motivo, sin causa, un irracional acto sin sentido – Candela mira a otro lado – Jamás pondrá un pie en esta casa un Monasque, odio su nombre, su escudo, escupo en su estirpe. Ya tengo bastante con tener que verlos por la calle. Nunca. Jamás entrarán aquí ni en mi familia. Se produce otro silencio, en que Candela se va serenando. Se oyen los pájaros y Candela vuelve a mirar a Marccela. - Celebro con todo mi corazón pues, que Tiberio y Beatriz se hayan encontrado. - Lo mismo digo – Responde Marccela – Algo me dice, que si Tiberio le pide la mano de Beatriz a Julio, se la concederá encantado. Candela coge las manos de Marccela. - Gracias amiga, por venir a visitarme y por hacerme partícipe de tan buen augurio, que poder transmitir a mi querido hijo. - A ti por recibirme, confirmar tan buena nueva me ha alegrado el día. - Y a mí.

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Suerte con Tiberio, yo voy a hablar con Beatriz, creo que tampoco le hace gracia tener que ver a Moldavio, será mencionar a Tiberio y esperar a ver qué pasa.

Ríen.

CALLES de Mel·lina, en pleno mercado de la fruta.

Un niño está tocando un cesto con fruta, fuera del amparo de su madre, que intenta hacer callar a su otro pequeño, un bebé de a penas meses, al tiempo que paga por su compra terminada. El tendero no se da cuenta tampoco, un hombre sin embargo, que está tomando fruta de ese cesto, se molesta porque el niño tiene las manos muy sucias de haber estado jugando con la tierra en el suelo. El hombre es de la casa de Monasque. - ¡Quita ya niño! – Le aparta la mano – Estás guarreando como un sucio cerdo, ¡tu madre, ¿dónde está metida?! La madre se gira rápido. - ¡Señor! - ¡Su hijo! – Protesta. Tiberio lo ha visto. Se acerca deprisa y desenfunda. - ¡Ya basta! – Exige, estoque en mano. El Monasque para y deja en paz al pequeño, la madre lo arropa, su bebé sigue llorando. - ¡Que me aspen, un hombre contra un niño y una mujer! – Se enerva Tiberio. - Y tú un Capricci tenías que ser – Lo reconoce el Monasque – El gato de nueve vidas, el bailarín carnicero ¡siempre el primero! – Se burla – La espada más rápida que el cerebro. Tiberio cruza su estoque y le corta el cinto, al Monasque se le caen las pertenencias al suelo. El gentío se altera. - ¡Menos mofa! – Le amenaza Tiberio. - ¡Tengo testigos! – El Monasque alza ambos brazos, buscando llamar la atención de todo el mundo - ¡Soy un hombre desarmado! y aquí este espadachín tan descarado me ultraja. - Ultrajar…¡pobre ignorante!, vos no sabéis lo que significa esa palabra, ¡andad!, buscaos un arma y complacedme, veremos qué importa más, si mi cerebro o vuestro estoque. - No tengo arma ni pienso buscarla, ahora si tenéis la sangre fría de la que hacéis tan gratuita gala, complaceos vos mismo y matadme. Tiberio retira el estoque. - Cobarde – Lo insulta – Solo un Monasque podíais ser. Se da media vuelta, marchándose y volviendo las aguas a su cauce. El público se dispersa.

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CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso.

Tiberio entra agitado, atravesando la casa con el pulso disparado y el estoque aún en la mano, avanzando. - Tiberio – Lo llama Candela – Hijo mío, ¿de dónde vienes? Tiberio que la ha oído se detiene, buscándola con la vista hasta verla bajando las escalas. - Madre – Y enfunda su estoque. - Hijo mío – Candela se fija en su arma – Dime, ¿qué ha pasado? - Nada – Disimula Tiberio – No. Nada. Candela se detiene frente a él, preocupada. - Por favor Tiberio, no me mientas. - Solo ha sido un encontronazo. - ¿Por qué causa? - ¡Era un Monasque, madre! – Confiesa Tiberio, enfadado. Candela se sorprende. - Un Monasque… - Susurra. - ¡Un Monasque te digo!, amenazando, ¡a un niño además! Y un silencio sepulcral por un instante. - No he podido evitarlo. Candela lo arropa. - Perdóname hijo, pero es que sufro con cada ocasión en la que desenfundas tu arma, entiéndeme – Lo mira – Soy tu madre. - Lo sé y lo entiendo. - Además, no debes tomar la costumbre de hacer sufrir a quienes te quieren, sobre todo, habiendo ahora otra persona que también te profesa amor… Tiberio se extraña. - ¿Qué? – La mira con rareza - ¿Pero de qué hablas? Candela duda, separándose levemente para meditar por un instante. - Hijo…,¿no habré estado tan equivocada…? no puede ser. - ¿Con qué, pero a qué te refieres madre? - Hijo, dime por favor, qué sientes por Beatriz, la hija menor de Marccela y Julio. Y Tiberio que cae en la cuenta, sonríe contento, infla el pecho y, orgulloso de ellos, proclama sus sentimientos. - La amo madre – Dice, cogiéndola de las manos - ¡La amo! - Celebra – De un modo más hermoso del que puedo expresar, la amo porque no puedo evitarlo, porque me hace feliz hacerlo ¡y porque sí! Tiberio ríe, también Candela. - ¡Lo sabía! – Se alegra – Sabía que la amas. Me alegro tanto hijo mío, he de hablar con tu padre, con tus hermanas y hermanos, ¡con todo el mundo! Pero antes – Cae en la cuenta – Debo decirte, que esta misma mañana ha llegado una invitación, una invitación para ir a la fiesta de cumpleaños de Moldavio. Te lo digo hijo, porque Beatriz estará allí. Tiberio se aseria. No le ha gustado la noticia. - ¿Beatriz irá, cómo, obligada? - Hijo, supongo que no, ella también busca verte. - Absurdo – Replica Tiberio – Yo quiero verla, pero no a Moldavio, ese villano la ha perseguido ancho y largo, no me gusta tenerlo cerca, ni de mí ni de Beatriz.

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Pero Tiberio, Moldavio es de nuestra casa, le merecemos un respeto, a él y a su querida familia, como bien han respetado ellos a los Magione al invitarlos, como bien hace Beatriz en asistir… - Candela se apena – No le llames villano, él solo pretende a Beatriz, pero si ella te ama, como creo bien que hace, no debes preocuparte por Moldavio. Sin embargo, si no lo deseas, has de saber que no tienes obligación de presentarte. - Gracias madre, pero sí quiero ver a Beatriz, la echo de menos, echo de menos cada segundo que no paso con ella, pero verla en la fiesta de ese… - Tiberio – Corrige Candela. - ¡Le pedirá un baile! Y luego otro, y otro – Gesticula Tiberio, enojado – Por ser su aniversario y tendrá que dárselos, por ser su día, y yo iré para tener que verlos bailar, ¡maldita sea mi suerte! Y Antonino, padre de Tiberio y esposo de Candela, aparece. - ¿Qué es todo ese griterío? – Se sorprende - ¿Quién maldice tanto? - Perdonadme padre – Pide Tiberio – He sido yo. - ¿Pero por qué? Tiberio agacha con frustración la cabeza, mirando hacia otro lado. - Tu hijo sufre mal de amores – Explica Candela. - ¿De amores? - Beatriz de la familia Magione, asistirá al aniversario de Moldavio Rabello, que también tiene interés por ella. - Por ella él, que ella bien claramente lo repudia – Espeta Tiberio – No se hable más, no pienso dejar que esto continúe, ya mismo me voy a verle. - ¡Hijo! – Pide Candela. - Tiberio – Lo llama su padre. Tiberio ya ha echado mano del estoque, caminando ligero, raudo hacia la salida. Se detiene al oír a su padre, girando el rostro hacia atrás para mirarlos. - No irás a ver a Moldavio para retarle – Le prohíbe Antonino – Si quieres aclarar las cosas, dejarás tu estoque aquí, en casa. - Pero – Tiberio no continúa su frase. Se ha quedado parado, respirando entristecido con gran pesar. - Tiberio – Antonino se acerca – Sé que te debe doler en el corazón, que debes de sentir impotencia y rabia al pensar en lo que te ha hecho gritar tanto. Pero recuerda que los duelos más importantes de la vida, no se libran con el estoque, si no con la palabra, o incluso con el silencio. Tiberio baja la cabeza, Antonino lo abraza, consolándole. - Ve, ve a esa fiesta que dice tu madre hijo mío y baila con Beatriz todo lo que quieras, sea el aniversario o la fiesta de quien quiera, si ella es digna de ti, que no lo dudo, sabrá encontrarte, lo mismo que tú a ella. - Gracias padre – Susurra Tiberio. Antonino lo suelta, sonriéndole. Tiberio enfunda el estoque y se marcha hacia el interior de la casa, pasando por el lado de su madre, de quien recibe un cariñoso beso en una mejilla. Antonino toma la mano de Candela, mirando ambos a su hijo.

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CASA de los Capricci, hogar de la familia Rabello, fiesta del aniversario de Moldavio.

En el gran salón, el corazón de la casa de la familia Rabello, es en donde está el baile y la cena, donde los sirvientes ponen comida y bebida para todos los invitados, que siguen entrando. El ambiente está animado, Moldavio está recibiendo felicitaciones constantemente y atiende a todo el mundo con una gran dosis de paciencia y agradecimiento. Tiberio entra escopetado al fin por la puerta, llega tarde, por el camino se ha entretenido con su buen amigo Fabio, que lo acompaña. - Maldición – Dice Tiberio – Esto está plagado, no veo nada. - No te ansíes, tú búscala que yo voy a ver si localizo a Moldavio. Se separan. Tiberio va caminando entre la gente, mirando a un lado y a otro. Ve a algunos conocidos, saludando con la cabeza según se van cruzando las miradas. Se detiene. Ha visto a Patricia pero Beatriz no parece estar con ella. Entonces alguien se planta frente a él. Tiberio reacciona, es la hermosa Cordelia, arreglada, tan exuberante como de costumbre. - Buenas tardes Tiberio – Le saluda, alzando su mano. - Buenas tardes Cordelia – Tiberio le besa la misma con cierta desgana. - Dichosos los ojos. La otra noche desaparecisteis del baile… - No desaparecí, me fui. - Pues lo que yo digo – Cordelia se abanica – ¿A qué miráis tanto por encima del hombro? - Estoy buscando a alguien. Y ahora si me disculpáis. Tiberio la reverencia con la cabeza para marcharse. - Pues no, no estáis disculpado – Le frena Cordelia. Tiberio, que ya le ha pasado por el lado, se detiene y se gira. - Moldavio tiene razón, sois el príncipe de los mal educados – Recrimina Cordelia. - No deberíais repetir tan sucias palabras, no sea que queráis ensuciaros vuestra bonita lengua. - ¿Acaso no tengo razón? Os estoy hablando y me dejáis con la palabra en la boca. - No era mi intención ofenderos y si lo he logrado, ruego me perdonéis por ello. - No os perdono – Cordelia retira su abanico, altiva – Tendréis que compensarme, empezando por concederme un baile. La obligación está escrita en el rostro de Tiberio, que ofrece su mano y claudica, para acompañar a Cordelia a bailar. Se reverencian levemente, tomando de nuevo la mano del otro y comenzando. Cordelia le sonríe a Tiberio, que no borra la seria mueca que ha dibujado. Pero la danza continúa y Beatriz también le está buscando. Ya le ha encontrado. Tiberio da un giro más y junta su palma con la de Cordelia, viendo en aquel instante a Beatriz, mirándole. Se detiene. Cordelia se gira y la ve también, sonriéndose pícara. Tiberio suelta inmediatamente la mano de Cordelia, pero Beatriz le ha dado la espalda. La sigue, oyendo sin escuchar a Cordelia llamarle, que en vista de su rechazo, busca a la nodriza de Beatriz. Beatriz ha salido del salón, buscando soledad, triste. - ¡Beatriz! – La llama Tiberio. Beatriz se gira, Tiberio la coge de una mano.

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No – Dice Beatriz – Aquí no. Estoy harta, Matilde aparecerá y no podremos hablar de nada, como siempre, viéndonos de estas maneras, fingiendo entre obligaciones. - No me importa – Tiberio no suelta a Beatriz – Te necesito, te he estado buscando como un tonto, no te encontraba. - Ni yo a ti. - Y después esa pesada de Cordelia me ha puesto en obligación de concederle un baile – Tiberio se acerca más a Beatriz – Te he echado de menos, te echo tanto de menos cada minuto que no estoy contigo… - Y yo… Tiberio tiene a Beatriz ya casi en sus brazos, está tan prendado y abstraído como ella, cerca, muy cerca. - Te amo – Le susurra Tiberio. - Yo también te amo. Beatriz besa en la mejilla a Tiberio con pasional cariño, Tiberio la abraza con ternura. La nodriza de Beatriz llega. - ¡Dios vendito! Que terrible desastre. ¡Ni un minuto!, ni un solo minuto puedo dejarte. Ya sabía yo que mala intención tenía ese pillo avieso, que lleva rondándote tanto, que era muy extraño que no quisiera sacar provecho del esfuerzo que ha empleado. - ¡No es cierto! – Defiende Beatriz. - ¡¿Qué ocurre?! – Se alarma Vitto. “¡¿Qué está pasando?!” Y así todos los que están cerca, que les van rodeando, hasta que llega Moldavio, queriendo tomar cartas de la revuelta en su propia casa, viendo al fin a Tiberio abrazando a Beatriz, la está consolando ahora, pues Beatriz llora. - ¡¿Qué le has hecho, maldito fulano?! - ¡Ya basta! – Tiberio se enfurece – Ni amar puede ya uno tranquilo, que la ciudad entera ha de venirlo a juzgar, a él y a quien le ama. Y tú más que nadie deberías callar – Le dice a Moldavio – Y vos menos voces deberíais dar – Le dice a la nodriza – Y con menos drama un abrazo de amor habríais de tomaros. Preocuparos más por el escándalo que estáis montando y el mal trago que le hacéis pasar a Beatriz. ¡No permito en modo alguno que ensuciéis su nombre! Beatriz es tan dama ahora como lo era ayer y como lo era antes de conocerme. ¡Que se marchen los curiosos, fuera, fuera! La gente se aparta, Moldavio se adelanta. - Su nombre es lo que yo defiendo – Asegura – Sois un descarado y un desvergonzado sin modales. Lleváis escrita la palabra libertino en el estoque, ese que movéis tanto por doquier sin hacer más que garabatos en el aire con él. ¡Vamos!, tened coraje y batíos conmigo por Beatriz de una maldita vez. Tiberio se contiene, ha sentido a Beatriz dar un vuelco en sí misma, asustada. La gente les mira, hay tensión en el aire, se corta con un cuchillo, pero Tiberio no desenfunda. - ¿Batirme? Matarnos por algo que no nos pertenece, es tan absurdo como lo eres tú. Moldavio desenfunda. - ¡Sella tu boca con esa maldita lengua viperina coleteando dentro! - ¡Beatriz no es ningún bártulo! No puedes decidir por ella, ella ya lo ha hecho y tú no eres lo que quiere, y aunque me mataras, cosa que dudo que pudieras hacer, seguiría sin quererte. - ¡Gusano!

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Moldavio arremete contra Tiberio, Tiberio desenfunda rápido y para el ataque por los pelos. Beatriz se ha apartado para ponerse a salvo, las mujeres gritan. - ¡Ya basta! – Se oye. Moldavio se detiene, mirando hacia atrás, ha creído oír la voz de su padre. En efecto, Vincenzo se aproxima al cerco alrededor de los espadachines formado, abriéndole paso la gente conforme avanza. Se detiene. - Guarda ese arma – Le ordena a Moldavio. Moldavio obedece algo cabizbajo. - Mis disculpas – Le dice Vincenzo a Tiberio. Tiberio asiente, Moldavio se marcha, Tiberio busca a Beatriz y toma sus manos. - ¿Estás bien? – Pregunta Beatriz. - Sí ¿y tú? Beatriz asiente, ambos se abrazan. La fiesta se da entonces por terminada, el homenajeado se ha retirado y Vincenzo disuelve y despide a los invitados, que se marchan cada uno por donde ha venido. Tiberio se despide de Beatriz con un beso en la mano y tristeza en su corazón, pero Beatriz le toma la mano con la que le coge la suya y también la besa, rodeándola con sus dos manos, juntando ambos las dos manos con las del otro, besando Tiberio las de Beatriz y Beatriz las de Tiberio. - Llévame contigo en tu corazón – Le pide Tiberio. Beatriz asiente. - No puedo evitar hacerlo. Te amo tanto. Acaricia efímeramente el rostro de Tiberio, que cierra los ojos prendado al sentir el leve roce. - Ya basta – Interrumpe la nodriza – Estamos en público, Beatriz por Dios, que los ojos miran y las lenguas hablan. Se separan. - Adiós mi amor. - Hasta mañana.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso. Un medio día claro y veraniego en que los pajarillos cantan.

Fabio ronda por la habitación de Tiberio y le escucha cada vez más preocupado. Tiberio habla desde su cama, tumbado. - Descansa Tiberio. - ¡No puedo! - Pues algo que no sea pensar en ella tendrás que hacer, o te acabará el cerebro blando y los ojos cegados. - Ya es tarde mi querido amigo, pues ya lo están, tanto que solo veo su rostro, allí donde miro solo atino a ver a Beatriz, sus labios y sus ojos, su cabello en movimiento, su perfume, su cálida respiración contra mi pecho, su dulce voz, su suave piel… - Ya lo hemos perdido señor. - ¿Cómo perdido?, jamás estuve tan encontrado. - Como se encuentran los enamorados, de aquella manera.

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Menos palabras Fabio, que cuando tú te enamores, lo cual te deseo con todo mi corazón, también sabrás lo que se siente y créeme amigo mío, que no querrás cambiarlo por nada. - Pues no entiendo. Si tan feliz eres estando enamorado, ¿a qué viene tanto pesar y tanto llanto? - Porque el amor es tan dulce, tanto que cuando te falta penas. - Pero no te falta, Beatriz te ama aunque no estés con ella. - ¿Pero es que no ves que el amor a distancia es la tortura del que está enamorado? - Me he vuelto a perder. Y Tiberio se levanta de su cama, andando hacia la ventana y mirando anhelante al mundo sin poder verlo. - No es necesario que te encuentres – Dice – Amar no es buscar nada Fabio, solo sentir, sentir algo tan grande… - Suspira – La echo tanto de menos. Solo quiero estar con ella, solo eso, no pido tanto. - ¿Y para qué tanto necesitar estar con ella, es por deseo a su cuerpo que lo quieres contigo? - ¿Para hacerle el amor dices? No. No solo es eso. La carne solo es carne. Sería feliz e inconmensurablemente mucho más feliz estando solo abrazado a ella, que fornicando con cualquier otra. No se trata solo de sexo, eso es deseo, yo no solo deseo a Beatriz, no necesito su cuerpo solo para desnudarlo, lo necesito para amarlo y amar no solo es yacer, Fabio, es algo tan grande, tanto, que no puedo expresarlo. - Esto si que ya es demente. Dices que prefieres abrazarla a hacerle el amor, ¿tú te oyes? - Mil veces y un millón sería aún poco, para decir el número de veces que sería aún más feliz solo con una visión suya por un instante, que con el cuerpo de la mujer más esculturalmente hermosa durante el resto de mis días. - Yo desisto – Fabio se gira – Si me quieres ver ven a buscarme, yo ya no creo serte útil aquí, pues no es a mí a quien necesitas. Y Fabio se marcha, saliendo de la habitación y bajando solo por las escalas mientras piensa en voz alta. - Que extraño mundo en el que se ha adentrado mi buen amigo. Si por lo menos lo entendiera. Pero es que habla tan raro, diciendo cosas extrañas todo el tiempo, con esa cara y esos ojos, como si estuviera drogado. ¡Que desastre!, ya ni entender a mi mejor amigo puedo. Que será de mi pobre alma, sola, sin conocimiento. ¿Será valioso desear conocer su estado? No se si debo rendirme a antojarme a perseguir sentir tales estados, eso de estar enamorado, no me sabe apetecer en este momento. No, no lo creo. Que venga cuando tenga que venir, ni antes ni después, pues si algo he sacado en claro, es que Tiberio bien es esclavo de lo que siente, yo también lo soy entonces, del no estar enamorado, supongo, pero al menos ambos somos conscientes, así que no es tan diferente. Sí, ciertamente, creo que no tengo porqué entenderle, pues si realmente uno ama y el otro nunca ha amado, para él debe ser tan difícil y tan inútil como para mí describir lo que es no estarlo. ¡Mil demonios! Que voy entendiendo, que no es tan complicado, que lo más sencillo es lo más extraño, para el que solo piensa y no siente, para el que busca entender con la mente, lo que tan sencillo es vivir con el corazón. Y así ha llegado hasta abajo, viendo a Candela acercase. - Fabio – Dice preocupada - ¿Cómo está Tiberio, ha comido ya algo, ha dormido?

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No, no hay forma de hacerle comer, ni dormir, ni nada que no sea estar ahí plantado o tumbado pensando, suspirando o recordando. Yo creo que nada de lo que yo le diga va a cambiarlo, por eso me marcho, a ver si estando solo… - Eres un buen amigo nuestro Fabio – Candela lo abraza – Gracias por todo. - Yo ya me marcho – Fabio saluda. Candela sube las escalas, toca la puerta y entra en la habitación de Tiberio. - Hijo. Tiberio se gira. - Madre. - Tienes que comer algo. - No tengo hambre. - Pero tampoco has desayunado, ¿por qué? - Porque no puedo hacer otra cosa que no sea echarla de menos – Se apena Tiberio – No puedo más, tengo que verla, tengo que hablar con ella, aunque solo sea un momento. Entraré por su ventana si es necesario, ¡soy capaz! - No hijo mío, calma, comédete, que no son formas esas que llevan por mal camino, las hay mucho mejores. Digamos que de algún modo sé, que si por un casual fuese tu intención, pedir la mano de Beatriz, su padre, Julio, te la concedería contento. ¿Sería eso una buena noticia? - ¡Madre! – Tiberio la abraza - ¡La mejor de todas! Tiberio coge el chaleco, también el cinto con su estoque, raudo, corriendo ya a toda prisa escalas abajo, pasando como un veloz rayo ante Abel y Loretta, que ven a su madre bajando. “¿Pero qué pasa?” Se sorprenden. - Vuestro hermano hijos míos. Que Dios me ayude, que ímpetu el suyo para todo lo que hace, cuanta energía. Abel ríe. Loretta señala a su madre. - Eso lo ha heredado de ti – Asegura contenta. - Pues debe ser, vuestro padre siempre fue más calmado que yo. Pero desde que me hice madre… - Lo sabemos – Abel ríe de nuevo. - Anda vamos – Pide Loretta – Explícanos madre que le anda pasando a Tiberio últimamente.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione, en la habitación de Beatriz con la nodriza.

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¿Y en qué piensas? ¿En qué voy a pensar…? - Responde Beatriz – En quién más bien… Hay que peligroso es ese muchacho. Es el mejor de los hombres Matilde. Es de buena casa, pero a mí me da miedo verlo contigo – Confiesa la nodriza – No puedo evitarlo, es que es verlo acercársete y pensar en que va a tentarte, con esas miradas y esos besos en la mano.

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Nunca se ha propasado conmigo, no siendo porque no pudiera, si no porque él no es así. No. Sé que no es eso lo que busca. Mi saber debería bastarte para confiar en él, tanto como yo lo hago. - Pues no, nunca escuché a una joven enamorada. - Poco me conoces entonces. - Mi hija, sé que tú no eres liviana, pero…he visto chicas jóvenes corrompidas antes. - La corrupción no es amor Matilde, solo pasión mal conducida. - ¡Hay Dios! – Se lamenta la nodriza – Mal rayo me parta, cuanto voy a echarte de menos el día en que te cases. La más centrada y menos tonta, la más hermosa para ser tan inteligente. Si no fuera porque es mi obligación no hacerlo, te dejaría marchar ahora mismo por ese balcón para ver a Tiberio, a sabiendas de que volverías pura. Pero yo no puedo… - Lo sé Matilde, tanto como sabes tú lo mucho que amo a Tiberio. Comprendo tu miedo y confieso que solo deseo besarle. Por Dios te juro que si estuviera ahora con él, no cesaría hasta no haberle transmitido todo mi amor a fuerza de abrazos, caricias y besos, lo amo con ternura y con pasión, pero no es lo mismo amar que desear, yo no ansío solo su cuerpo, le ansío a él, su calor, su compañía, su voz, su abrazo. Quiero dormir en sus brazos, quiero sentirle rodeándome con candor eternamente, quiero su compañía, su dulce compañía, porque cuando no la tengo, languidezco como una planta sin su sol. - ¡Eso es amar! Y que Dios me perdone, que apuro. - No te apures, que ya me apuro bastante yo por las dos. Matilde la abraza. Pero en la planta baja, Tiberio ha golpeado ya la puerta de entrada y espera a ser atendido. Le abren. - A Don Julio Magione quiero ver, por favor – Pide. - Sí señor. El criado se va en su busca y poco después aparece Julio, muy serio, viendo a Tiberio plantado en la entrada, mano izquierda apoyada en la cincha del estoque y espalda tiesa como una estaca, que le reverencia. - Adelante muchacho, ¿qué ocurre? - Don Magione, vengo desde mi hogar corriendo tan rápido como mis pies me han permitido, pues mi corazón solo pertenece a la más hermosa de vuestras hijas. Y perdonadme si os resulto desmesurado, pero a estas alturas mi alma perdida lleva tal carga consigo que no mide si no el tiempo que no paso a su lado – Pone la rodilla en el suelo, postrándose – Os pido mi señor, por ello, con todo mi amor y con mi alma desnuda, en las manos, que tengáis a bondad en concederme, la mano de Beatriz en matrimonio. - Mi buen muchacho – Julio sonríe – Que mayor alegría que poder llamarte hijo. Te la concedo contento. Ahora levanta, ve a verla, que ella tampoco hay noche que pase, sin suspirar tanto por ti, que ya todo el aire de su cuarto ha consumido. - Don Julio – Se alegra Tiberio, incorporándose. - ¡Anda, ve! Y Tiberio salta a correr echando chispas hacia la habitación de Beatriz, golpeando exultante la puerta hasta que la nodriza abre. - ¡Beatriz! – Tiberio entra. - ¿Qué ocurre? – Se asusta la nodriza. - ¡Tiberio! – Beatriz lo abraza.

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- ¡Casémonos! – Tiberio la levanta en vuelo. - ¡Sí! – Beatriz ríe. Y también Tiberio, entusiastas, exaltados. - Tu padre me ha dado tu mano – Dice Tiberio - ¡Ya mismo!, si pudiera me casaba contigo ya mismo, te amo, ¡te amo tanto! Beatriz besa sus labios, incontinente, pletórica. - ¡Beatriz! – La alerta la nodriza. Pero Beatriz solo atina a reír en brazos de Tiberio, abrazándose enamorados, contentos. - Déjales – Dice Julio, que ha subido despacio – Que disfruten de su alegría ¡Querida! – Llama a su esposa - ¡Ven a celebrar con nosotros! - ¿Qué es tanto grito? – Marccela entra. - Saluda a tu nuevo hijo – Dice Julio. - Tiberio – Marccela va conmovida a abrazar a Tiberio – Dios mío como me alegro. - ¡Fiesta, fiesta esta misma noche! – Anuncia Julio. Y todos ríen. - Aquí en casa la celebraremos, que corra la voz. Que las dos familias unen dos de sus miembros, los Carosso ganan una hija y yo un hijo, ¡que bien venido sea! Tiberio y Beatriz se abrazan radiantes, Marccela llora de alegría, Julio llama a todos, comienza el revuelo. - ¡Corre Tiberio! – Le pide Julio – Corre a tu hogar y llama a los tuyos, que pronto caerá la tarde y esta noche es para vivirla juntos, que la menor de mis niñas se casa ¡y eso no pasa cada día! - ¡Ya mismo! – Tiberio besa a Beatriz – Te quiero – La suelta - ¡Ya mismo vuelvo! Y Tiberio sale corriendo raudo de nuevo, mientras familia, criados y todo ser presente en el hogar de los Magione, se entera y prepara para los festejos.

CALLES de Mel·lina.

En pleno vuelo fugaz que va Tiberio atravesando las calles de vuelta, hasta llegar a la plaza, que cruza esquivando a la gente, intentando pasar sin chocar con nadie, zigzaguea y corre, hasta toparse con alguien, con quien se golpea levemente en el hombro por accidente. Se gira. - Perdón. - ¡Tú! – Moldavio. - ¡Moldavio! - Ya te veo hasta en la sopa. - No quiero problemas. - Pues los has encontrado. - ¡Debo irme! - ¡Ah, no!, tú no te vas a ningún lado – Moldavio desenfunda – Aquí y ahora exijo de ti una compensación. Acaba lo que no terminaste el otro día. - Yo no lo empecé y no tengo pues que acabarlo. - ¡Cobarde!

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La gente que los rodea ya se alarma. - ¡Búscate otro pasa tiempos! Moldavio le ataca, las mujeres gritan, Tiberio desenfunda para guiar hacia el suelo el estoque de Moldavio, que casi se cae, arremetiendo de nuevo contra Tiberio con odio. - ¡Maldito danzante! – Y otro golpe - ¡Lucha como es debido! - Imposible contigo – Tiberio lo aparta – No se puede luchar con quien no sabe controlar su arma. Moldavio vuelve una y otra vez, pero con cada golpe que lanza, Tiberio lo aparta, o burla, jugueteando como un gato con una pelota de lana. - ¡Bastardo! – Rabia Moldavio. Y con mano fuerte y ánimo descontrolado le ataca una última vez, en que Tiberio hace girar magistral su estoque para acabar soltando el de Moldavio de su mano, que ve sorprendido como su arma sale volando. Y ahora la punta del arma de Tiberio está justo contra su cuello. Moldavio queda aterido. - Ya te he dicho, que contigo no hay lucha pendiente – Dice Tiberio – Una y mil veces te quitaré el arma – Enfunda – Y ahora déjame, tengo prisa y mi tiempo no es para perderlo. Tiberio vuelve a correr, dejando a Moldavio solo, frustrado.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione, fiesta de compromiso de Tiberio y Beatriz.

Música, comida, unidas las dos familias, Carosso y Magione, con la feliz celebración. Antonino se levanta de la mesa, todos están cenando mientras charlan. Alza su copa. - ¡Mis queridos amigos! – Dice Antonino. Todos le escuchan. - Hoy aquí, en este lugar, paz y amor, se unen con gran felicidad. Regocijémonos en los buenos tiempos, que pasan rápido, precisamente por ser tan maravillosos, y agradezcamos, familia mía, la buena hospitalidad del padre de la prometida, el señor Julio Magione. Hoy mi hijo ha recibido el mayor de los tesoros que puede desear recibir un hombre, una mujer que lo ama tanto como él a ella. Desde el fondo de mi corazón os deseo, todas las riquezas que el alma enamorada concede, pues de ahora en adelante los dos sois hijos míos. - ¡Bravo! – Celebra Julio, alzando también su copa. “¡Bravo!” Acompañan todos, bebiendo, riendo y felicitando a la pareja, que está sentada junta, sin parar de sonreírse, de tomarse de la mano, de susurrarse y de intercambiarse miradas y discretas caricias. - Te amo – Le susurra una vez más Tiberio a Beatriz. - Y yo a ti, mi amor. Los comensales se van incorporando ya para comenzar a bailar, beben, danzan y se divierten. Tiberio toma de la mano a Beatriz y, en lugar de bailar, salen corriendo a escondidas hacia el solitario jardín, a solas. Corren entre carcajadas hasta detenerse, aún viéndose las luces que les guardan de perderse, lejos pero cerca. Beatriz se apoya de espaldas contra una columna del patio exterior, frente a Tiberio. - Llevo demasiado tiempo deseando hablarte, deseando confesarte los pruritos de mi alma – Tiberio rodea a Beatriz por la cintura.

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Mi amor – Exhala Beatriz – Confiésame ahora todo lo que hayas deseado. He deseado cada noche compartir mi lecho contigo, abrazarte en silencio y suspirar en tu pecho, cálido, rodeado de tus caricias y del sonido de tus palabras y de tu respiración tranquila, en mi oído. De los pálpitos de tu corazón latiendo contra mi pecho, sintiendo cada sonido. Tiberio acerca su rostro, poniéndolo junto al de Beatriz, para hablarle cerca del oído, con tono bajo y cándido. - Te añoro cada segundo que no estoy contigo, nunca sentí tanta gracia en compañía de nadie, no logro, no soy capaz de expresar lo que siento, solo quiero tenerte a mi lado el resto de mis días, pasar cada minuto a tu lado es cuanto necesito. - Tiberio – Beatriz le rodea el cuello tiernamente – Mi amor, te quiero tanto que lloro por dentro de felicidad… Tanta calma y sin embargo tanta exaltación. Dime porqué no veo el momento de comenzar a besarte y no parar ya nunca. Tu piel, tu rostro, tu cuerpo, tu olor, el sonido de tu hermosa voz, tu cabello. Quiero abrazarte eternamente. Beatriz acaricia suavemente con su mano la nuca de Tiberio e introduce sus dedos por su cabello para desplazar su mano de abajo hacia arriba. Tiberio inclina la cabeza, exhalando incontinente aire por su garganta. Beatriz le besa el cuello. - Dios – Susurra Tiberio – Por favor, para. No me hagas esto…Dulce Beatriz, no me toques de este modo, que nublas mi razón y no me hago consciente de cómo reacciono. - No puedo evitarlo – Aseguran los labios de Beatriz sobre su piel – No te hagas consciente – Le tienta. Tiberio exhala excitado, notando los dedos, el cuerpo y los labios de su amada por su piel, contra su ser. - Beatriz… – Y busca su boca. Ambos se besan, por fin solos, apasionados. Se besan largo y tranquilo, nadie viene a interrumpirlos. - Esto es una locura…- Susurra Tiberio – Pero tan necesitada locura… como te necesito a ti, necesito todo tu ser, necesito tu respiración, tus suaves caricias que me colman, tu tierna voz susurrando en mis anhelantes oídos, tu cariño, esa sensación tan increíble que me produce tu maravillosa compañía, necesito despertar a tu lado cada mañana, del resto de mi vida. - Te amo Tiberio. - Y yo a ti mi amor. Y se besan de nuevo con sosiego. Y en medio de la fiesta, Antonino busca. - ¿Pero en dónde se habrán metido? – Pregunta – Patricio, Abel, ¿habéis visto a la parejita? - No padre, desde hace ya un rato. - Pues yo creí verlos caminar hacia la parte de atrás. - Ay esas manos – Se preocupa Candela. - Tranquila, Tiberio sabrá contenerse. Además, Beatriz también es buena mujer. No pongamos el grito en el cielo, que esta noche es festivo y precisamente, porque esos dos tórtolos están prometidos. Alza su copa, toma a Candela y la invita a bailar. Todos siguen con los festejos, es hora de alegría y no de preocupaciones. Y a arreglar preparativos al día siguiente, si quedan fuerzas, pues los dos enamorados ya han expresado sus mutuas ganas de celebrar la boda lo antes posible, que la espera se hace eterna cuando la recompensa es tan plena.

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Pero a oídos de los Rabello pronto han llegado las noticias, y Moldavio ya ha reunido a sus amigos y hablado con su primo Vitto, para que le acompañe, a buscar a Tiberio.

CALLES de Mel·lina, por la mañana, en el mercado de las flores.

La mañana es clara y tranquila, en el mercado, hombres, mujeres y niños buscan su compra, las flores más bonitas y frescas están expuestas. Tiberio ronda los puestos seguido de Fabio, que descarta todas las opciones de Tiberio. - No me la imagino con eso en las manos – Rechaza Fabio. - Curioso, yo me la imagino con cualquier cosa… - Ya te me vas a las nubes. Hay pobre de ti, que no paras ni medio segundo de perder la visión de este nuestro mundo real, chico, vas a acabar mal a este paso, siempre rondando mentalmente por oníricos parajes. - ¡Oh! – Tiberio se acerca a otro puesto - ¿Qué tal estas? - No sabes nada de flores. Eso son margaritas iluso, es la flor de la indecisión. - Pues elige tú entonces, maldita sea, que no me dejas más que como un ignorante todo el tiempo. - Si lo eres. Estarás enamorado pero bien poco sabes de flores. - No veo que tengan que ir de la mano ambas cuestiones. Y Fabio responde algo que Tiberio no escucha, ha visto a Beatriz paseando por el otro lado del puesto, mirándole con una sonrisa, acompañada de su nodriza, yendo hacia donde está la fruta y la verdura. Tiberio le sonríe también, viendo cómo pronuncia en el aire con sus labios para él, las palabras “te quiero”. Tiberio gesticula “yo también te quiero”. Se ríe suave y recoge un beso que Beatriz le ha lanzado en el aire. Fabio golpea su brazo. - ¡Pero bueno, que te estoy hablando! - ¿Eh?, perdóname amigo, pero es que miraba… - ¿A qué mirabas con tanto entusiasmo, alguna otra flor hortera? - ¡De hortera nada! Miraba a la más hermosa de todas, a Beatriz. - Aaaah, bribón, ya decía yo que tan impunemente obviabas mi voz. Fabio ve cómo el rostro de Tiberio cambia muy rápido de feliz a serio y apaga su sonrisa. Tiberio no le mira a él. Fabio gira la cara y ve a su espalda a Moldavio, acompañado de su bien querido primo Vitto y de sus amigos a falta de hermanos, Piatto, Gustavo, Hilario, Piero y Mario, que así cuentan siete en total, que se acercan a ambos amigos, mano a la cincha, preparados. Fabio se gira para ponerse frente a ellos. Se detienen todos en forma de un corro ante ambos. - Moldavio – Dice Tiberio. - Buenos días tenga, el ladrón más zafio y cobarde de todo Mel·lina. - ¿Qué pretendéis Moldavio? – Se preocupa Fabio – Aquí en plena vía pública. El Rey ha prohibido tajantemente todo enfrentamiento armado en las calles de Mel·lina. - El Rey cena en mi casa. - Y tú le limpias los labios con las cortinas ¿verdad Moldavio? – Responde Tiberio.

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- Mal rayo te parta maldito – Moldavio se enerva - ¡Lucha! Y desenfunda. - ¡Ya basta! – Intenta frenarlo Fabio - ¿Acaso habéis perdido todo juicio? El Rey cena en muchas casas. ¿Pero qué pretendéis? aquí hay mujeres, niños y ancianos. Sois siete además ¿a qué honor brindáis semejante ataque? siete contra uno y vos ganáis ¿es eso? - Yo no persigo la ganancia, lo persigo a él. Moldavio ataca a Tiberio, que se aparta hacia un lado sin querer pelear. Se miran. Los transeúntes se alarman, apartándose también los que están más cerca. Moldavio aferra el estoque y le lanza otro ataque, Tiberio le esquiva de nuevo. - Cuantas veces huyas, tantas iré en tu busca – Moldavio le sigue. Corriendo llegan a una fuente circular, perseguidos de Fabio y del resto, Tiberio la rodea, mareando a Moldavio, que lo busca a su alrededor. - ¡Miserable! La gente se va alarmando según los encuentran, al ver el arma de Moldavio desenfundada, huyendo de la misma entre algunos gritos de susto. Moldavio casi le atina a Tiberio en uno de sus intentos. - ¡Entrad en razón, señor! – Intenta intervenir Fabio. Pero Mario lo retiene y le impide acercarse a separarles, como pretende. Tiberio está volviendo loco a Moldavio entre las columnas de los pórticos, pero sus amigos ya se han acercado a ellos, al espacio de donde la gente ha huido y en donde Tiberio juguetea con Moldavio para cansarlo. Pero Hilario se ha puesto detrás de Tiberio y Piero a la izquierda y Gustavo a la derecha, todos cortándole el paso según intenta escapar. Moldavio ve cómo lo cercan mientras recupera el aliento. - Huye, huye que solo tú sabes hacerlo tan bien – Se burla Moldavio - Inténtalo con todas tus fuerzas a ver qué pasa. Tiberio se ve rodeado, en el centro de un cerco al que Moldavio se acerca para encabezarlo, poniéndose ante Tiberio. - ¿Y ahora? – Ríe Moldavio. - Sarna. - Insulta cuanto se te apetezca. Hoy no me vas a burlar más. Se forma público. Los asustados han dado la voz de alarma y los curiosos han corrido en dirección opuesta para ver de qué huyen. Tiberio desenfunda, aún ante seis hombres. - ¿No te das por vencido? – Moldavio lo acecha – No podrás contra todos, es batalla perdida. - No hay batalla más perdida que en la que uno desiste antes de empezar. - ¡Que así sea pues! Moldavio empieza, Tiberio se defiende, pero sus amigos y su primo arremeten después contra él, mientras se mueve y se desplaza para intentar evitar que le vengan todos a una, entorpeciéndole los movimientos los cuatro gatos que observan por las esquinas, haciéndose cada vez más difícil rechazar a todos sus atacantes, que Tiberio encara fiero y acertado. Ha burlado a Gustavo, girando entre las columnas bloquea a Piero, esquiva el estoque del fiero Hilario, una y otra vez, luchando sin descanso, pero llega de nuevo Gustavo y Tiberio se vate contra los dos, apartándose, esquivando por arriba, por abajo, burlando sus entradas y saliendo de ese pórtico para correr hacia otro, en donde lo atacan Moldavio y Vitto, repeliéndoles también los embates. Huye de nuevo, pero ha aparecido Piatto, que lo empuja traicionero por un costado al verle parar ante Piero, chocando Tiberio de lado contra una columna, perdiendo el estoque y cayendo de rodillas contra el suelo. Por su espalda se ha apresurado a llegar Moldavio, que

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aprovecha para apresarlo raudo con su brazo izquierdo, pasándolo por debajo del de Tiberio y poniéndole la hoja del estoque alrededor del cuello. La gente grita. “¡No!” Se oye. Moldavio alza la vista, creyendo haber percibido la voz de Beatriz. Y en efecto, Beatriz sale de entre la gente. - Por Dios, Moldavio, no me lo arrebatéis – Ruega. Moldavio la mira, Tiberio también, respirando agitado, con el cuello lo más inclinado posible para que no sea cortado, pero ya le sangra, pues la hoja de Moldavio ha atravesado su piel ligeramente. - Hermosa Beatriz – Dice Moldavio – ¿Qué desconocida fuerza puede llevaros a gritar por este ser, acaso es merecedor de vuestra compasión, de vuestro entendimiento, o peor aún, de vuestro afecto? - No solo es merecedor de todo cuanto habéis supuesto, mi señor, es más, es él, el dueño de todo sentimiento, cuyo origen puedo recordar hermoso. - ¿Insinuáis pues…? - No lo insinúo, lo afirmo recia. Lo amo. Moldavio baja la vista, suelta a Tiberio y se aparta. Beatriz acude de inmediato junto a Tiberio, arrodillándose ante él, sacando un pañuelo y cubriendo rápidamente el corte de su cuello que mana sangre. - Mi amor… - Le susurra, besándole. Tiberio la abraza con fuerza. Los amigos de Moldavio se van disgregando, comenzando su marcha. Fabio queda libre, viendo con vendita calma cómo Tiberio está aún vivo, allí arrodillado, abrazado a Beatriz. Moldavio cabizbajo se acerca a Vitto, que lo espera con desánimo al ver su corazón roto en pedazos. Su rostro marchito es un poema del desconsuelo amargo, que ha dejado tan clara demostración de afecto en su interior. Pero un hombre al fondo está riéndose a pulmón ancho mientras se acerca. Es el Monasque con quien se encaró días atrás Tiberio, que vuelve para formar gresca, ya preparado, con el estoque en mano. - ¡Pazgüatos! – Los insulta. Moldavio y Vitto se paran y se giran. Tiberio lo mira. - Casi os cuesta una de vuestras nueve vidas, tan ridícula disputa que en aguas disueltas ha ido a acabar – Le dice a Tiberio – ¿Y por qué?, pues por una mujer. ¡Mirad como un Capricci gana una batalla! Salvado por una mujer, ¡que vergüenza! ¿Cuántas vidas te quedan ahora gatito? – Ríe – Y aún peor ¿cómo es posible que no te hayan cortado el pescuezo para acabar con las nueve de una sola tirada?, pues porque aquí su amigo – Se dirige ahora a Moldavio – O su declarado enemigo, obedece las órdenes ni más ni menos que de esa misma fémina, como si esta fuera su madre y él fuera el orgulloso infante primero, del circo insulso que tienen tan mal montado en plena calle. - Escoria – Farfulla Moldavio – ¡Monasque! Y todo lo demás está dicho, pues no creo que exista peor insulto que ser de la calaña que vos sois. - ¿Qué decís señorita? Moldavio se encara a él, listo para atacarle. - ¡Moldavio, déjalo, no vale la pena! – Intenta detenerle Vitto – Esto ya no tiene sentido, te enzarzas con él por estar dolido con otras cuestiones. - ¡Olvídame! – Moldavio lo aparta de un empujón y se lanza a la batalla. - ¡Moldavio! – Se alarma Tiberio, viendo que el Monasque lo burla veloz. Las hojas siguen sonando, no para el encuentro mientras se van desplazando, Moldavio está encendido y encadena bruscas embestidas, una tras otra. El Monasque no lucha mal, lo va repeliendo. Tiberio se incorpora alarmado y se separa de Beatriz, siguiendo

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a Vitto y yendo ambos a observar la lucha de cerca. Detrás quedan Fabio y Beatriz, que esperan guardando las distancias, a que nada malo pase. - ¡Luchas como te comportas, como una niña! – Zizaña el Monasque. - ¡Calaña! - ¡Moldavio ya vasta! – Insiste Vitto. Moldavio no para, el Monasque lo esquiva, dejándolo esta vez al descubierto y clavándole su estoque en el estómago. - ¡¡No!! – Grita Vitto. El Monasque se aparta, Vitto se acerca y coge a Moldavio. - ¡Primo! Moldavio se aferra al agarre que le proporciona Vitto. - Vitto… - Espira - Maldito sea este día de hoy, en que muero… - ¡Hijo de mil padres! – Se enoja Tiberio. Y desenfunda. El Monasque se ríe. - ¡A ver si tan rápido eres conmigo! – Amenaza Tiberio. - ¿No era ese vuestro enemigo? – Se burla el Monasque – Ni claro tenéis ya lo que hacéis, estúpido. No sabéis por quién dais la vida, ni quién es el que os la quita. - ¡Monasque! Y ya está todo dicho, pues si es cierto que hay un enemigo mío y de todos, ese es el que lleva tan despreciable nombre. Tiberio le ataca. El Monasque se defiende, pero ahora ya no es lo mismo, Tiberio se mueve más rápido que Moldavio y con mucha destreza, los estoques se golpean rápida y numerosas veces, pero el Monasque empieza a temer por su vida, cada golpe lo hace retroceder, temiendo no ser capaz de parar el siguiente, la hoja de Tiberio se desplaza alada y casi es imposible verla venir. El Monasque intenta huir, rodea columnas y se aparta de balcones y escaleras para evitar caer. Pero Tiberio lo sigue y arremete contra él furiosa e incasablemente. El Monasque no puede más, Tiberio lo ha arrinconado contra una esquina y ahora lo desarma, hundiendo finalmente el estoque hasta el fondo de su pecho. Lo saca. El Monasque se va resbalando mientras sangra, hasta caer al suelo. Tiberio se mira las manos manchadas. - ¡Moldavio! – Retrocede sobre sus pasos – Moldavio, amigo mío. Moldavio, tumbado en el suelo aún moribundo junto a Vitto, toma su mano. - Moldavio, el Monasque. - Lo sé… - Susurra Moldavio – De entre todos los nombres tenía que ser el tuyo, el que fuera a poner venganza sobre mi muerte. Que curioso tiempo en que uno pierde el aliento para siempre, en él las cosas se ven desde un lugar distinto, tanto, que uno lamenta no haber estado antes en él para decir y hacer las cosas qué y cómo debió hacerlas, antes de llegar al mismo. Siento el viento en mi piel… – Mira a los ojos a Tiberio – Perdóname, viejo amigo, por haber dudado de ti, de tu amor por quien yo tanto amo y de tu nombre, del que tanto despotricaba. Perdona mi pecado, que por ser egoísta y obtuso he caído en la más tonta de las trampas, que tan caro cuesta, que no tengo precio con lo que pagarla. Perdóname – Exhala. - Te perdono Moldavio, claro que te perdono amigo – Tiberio aprieta su lánguida mano – Moldavio – Mueve sus hombros y mira a sus fijos ojos – ¡Moldavio! Nada. Beatriz y Fabio llegan. Al verlo a Beatriz se le saltan las lágrimas. Fabio intenta consolarla. Tiberio mira ahora a Vitto, llorando. Vitto también pierde lágrimas, pero ya lo hace enfadado. Tiberio le baja los párpados a Moldavio y lo abraza desolado. Vitto se

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incorpora enfurecido y aunque las lágrimas recorren todavía su rostro, saca su estoque iracundo y dice gritando a todos los presentes. - ¡Yo maldigo a los Monasque, a todos y a cada uno de ellos. Y es desde este momento, que yo les proclamo la guerra. No quiero ver ni a uno solo, ya sea niño, adulto, mujer o viejo, en las tierras de nuestra casa, pues dad cuenta que si así es, con mi propia mano firme le arrebataré, lo que sin compasión, ese miserable, le ha arrebatado a mi amado primo Moldavio! ¡¡La vida, traidores, la vida os costará a todos!! ¡No entraréis en mi tierra ni en la de mi familia, nunca más! - ¡Ni en la de la mía! – Grita Tiberio. - ¡Ni en la mía tampoco! – Se une Fabio. - ¡Ni en la mía! – Se une otro Capricci. “¡Ni en la mía!” corean ya todos sin descanso, viendo a los Monasque presentes, salir huyendo precavidos, una mujer y su hijo, un joven desarmado y unos señores mayores espantados. Y así Moldavio yace en el suelo desangrado, vacío de toda vida, abriendo su muerte de nuevo las puertas de la callada discordia, entre los que pisan las calles de la triste Mel·lina.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Rabello. En el comedor los padres de Moldavio, sus tres hermanas que lo lloran, los padres de Vitto y él mismo.

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Y vi impotente, con mis propios ojos, cómo aquel Monasque le arrebataba la vida a nuestro querido Moldavio – Explica Vitto – Que tanto dolor me causa recordarlo, que tan vivo está aún el momento en que eso ha ocurrido, que ya no puedo ni quiero retener u ocultar mis pobres lágrimas, que se me escapan ya incontrolables y sin a penas medida – Y llora. Hijo – Benedetto lo abraza, también desconsolado – Vincenzo, hermano mío, ¿qué vamos a hacer, qué justicia vacía nos espera, si Moldavio ya no está con nosotros y quien nos lo arrebató yace ya bajo tierra? Solo un nombre – Responde Vincenzo – Solo eso salva esta familia. Que ningún Monasque pise más por este lugar es lo único que dará paz a mi ser. Solo las palabras de Vitto a ese gentío, calman con levedad el dolor que acompaña a mi triste alma, en este momento de vacío. ¿Pero y el príncipe, querido? – Se preocupa Guiseppina – Mantiene con mano dura, el mandato que ha impuesto su padre. No me importa, a él precisamente iremos a pedir justicia. Justicia quiero para reinar en mis tierras, que para eso son mías, que si no me es dada, habrá guerra y no solo mía, que Mel·lina ya no está herida, si no que vuelve a estar dividida.

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CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso. Tiberio en el patio trasero, solo.

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Que por mis venas corre sangre, que ya no corre por las de Moldavio. Y solo fue ayer que el mismo hombre que me amenazaba, muere, yo mato a su asesino y nada más. Es como si el tiempo maldito se hubiera detenido ¿qué me pasa, porqué solo veo el recuerdo de lo que ayer aconteció vivo y ahora se esfuma tardío para no dejar si no un borroso ayer, un extraño recuerdo, una extraña sensación de vacío? Y es que pienso en Moldavio y veo la nada. No puedo verlo, no puedo odiarlo, ni culparlo por lo que me deseaba, por lo que demente iba a hacerme en aquel instante, antes de que Beatriz me salvara. Pero entonces ¿por qué solo siento pena y rabia por su marcha?, porque ya no está, ¿por qué no logro si no llorarle en lugar de no hacer más que ignorarle? Y eso que yo mismo le di caza a aquel bellaco, en el mismo instante. Pero mi corazón padece. ¡Dios, que cruel desdicha!, que el hombre que a mi amada intentó arrebatarme, atentando contra mi vida con tanta saña, burlesco y cruel, con mala intención y daño, dejándome marcado el pescuezo para que siempre lo recuerde en cuanto me lleve la mano al cuello, sea ahora el ser por quien mi corazón padece y no vive contento, a pesar de tener a Beatriz, a pesar de ser…no logra mi triste lengua ni pronunciarlo, no puedo… ¿Cómo puede un corazón sufrir por quien nunca ha latido? Siento pesar y no quiero sonreír. Ni puedo siquiera de este lugar salir, de la prisión invisible que son mis palabras flotando en este aire cargado, que si miro fijamente hasta puedo ver dibujando mi pesar. Amargor callado, silencioso inunda mi ser, para no dejar si no descontento, para ahora y para los días que llegarán. Líbrame, por Dios, líbrame te pido, que de este sentido loco no puedo salir solo. Ayúdame, te lo ruego.

El ánimo de la casa Capricci está hundido, todos lloran con pena el luto de la familia Rabello, los acompañan en el sentimiento y sufren con ellos su mal tiempo. Pero en la casa Monasque también se sufre y también se busca ajusticiar, más que justicia, y todos quieren hablar con el príncipe, que ya ha tomado conocimiento de lo ocurrido por bocas más o menos inclinadas a un bando u otro.

CASA REAL, ante el altar del príncipe regente. Reunidas la familia Rabello de la casa de los Capricci y la familia Caletto de la casa de los Monasque. Hay público de ambas casas que observan como oyentes.

El príncipe, que en sustitución de su enfermo padre menos dispuesto, llega para tomar por el Rey, como de costumbre, las riendas de las cuestiones que su padre no puede atender ni subsanar. Los presentes lo reverencian ligeramente. El príncipe toma asiento.

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Llega a mis oídos una triste noticia – Dice – Que no se puede cambiar, que no tiene cura ni vuelta atrás. La más difícil de las noticias, la más complicada de comunicar – Hace una breve pausa – Decidme pues, quién quiere comenzar, qué voz neutral puede explicar, lo que aconteció realmente el día ya pasado en que dos hombres murieron, uno de la casa de los Capricci, cuya familia aquí presente aboga por la inocencia de Moldavio Rabello, y otro de la casa de los Monasque, cuya familia aquí presente, aboga por la inocencia de Arrigo Caletto, y ambos a su vez apelan a la justicia que se ha de dar al culpable. ¿Pero qué culpable hay si ambos son inocentes? - Fue mi primo quien murió primero – Dice Vitto – Quien fue asesinado sin motivo alguno. - Y fue vuestro primo también – Interviene Ivano – Quien alzó la espada primero, luego quien comenzó el ataque. Mi hermano solo se defendió como bien corresponde, por eso su muerte es injusta y por eso él es un asesino – Culpa enfadado, apuntando con su dedo tieso a Tiberio. La gente se espanta, murmuran por lo bajo, observan la escena. - ¿Y quién es ese a quien apuntáis? – Pregunta el príncipe. - Es Tiberio Carosso – Responde Vitto – Dios bendiga su nombre, pues cuando yo lloraba el cuerpo de Moldavio yaciendo sobre el suelo en plena calle, incapaz de mover un solo músculo de mi aterido y compungido cuerpo, ese hombre que con tanto odio señala el Caletto, se alzó y luchó contra quien había afrentado a mi familia, para librar por mí, la batalla que yo no pude. Es un caballero. - ¡Es un asesino, eso es lo que es! – Grita Lorena Caletto. Y rompe a llorar. Un familiar la consuela, es la esposa de Arrigo Caletto, que continúa iracunda insultando. - ¡Asesino! Hijo de una mala madre. - Ya basta – Prohíbe el príncipe – No tolero infamias en ninguna de sus formas en mis audiencias – Mira a Ivano – Pero decidme pues, Caletto, si fue el Rabello que empezó la contienda, cuál fue su motivo. - Ninguno. - ¡Mentira! – Interviene Vitto – Él con gran descaro y mala educación se entrometió en un asunto ajeno, insultando primero a Tiberio y después a Moldavio, al ver que con el primero no le surgía efecto la treta. - Calumnias – Niega Ivano. - ¿Qué treta? – Pregunta el príncipe. - La de enredarnos con malas palabras e insultos para batirse con uno de nosotros. - ¿Qué clase de treta es esa? – Ridiculiza Ivano - ¿Con qué fin semejante actitud? - Con el de ridiculizarnos al devolvernos la deshonra con la que fue tratado, días atrás, según él, por… Vitto se quiere girar y apuntar a Tiberio, pero se queda parado, temeroso de las consecuencias de su aclaración. - ¿Por quién? – Insiste Ivano. - Por Tiberio – Acaba por responder Vitto. La gente murmulla de nuevo, el Monasque se sonríe con disimulo, la casa de los Capricci se tira piedras sobre su propio tejado con tal confesión. El príncipe mira a Tiberio muy fijamente. - Vaya muchacho, parece que al final todo gira a tu alrededor. Tienes la palabra concedida, para responder a las preguntas que me intrigan, con el objeto de

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llegar a desenmarañar toda esta trama absurda, de la que según se va tirando del hilo, menos sentido tiene. Espero no encontrar que el inicio es tan absurdo como una mala mirada o un golpe accidental en el codo… Tiberio se adelanta, poniéndose al lado de Vitto. - ¿Cuál fue ese trato, que le hizo sentir deshonrado al Caletto? – Pregunta el príncipe. - Le apunté con mi estoque en el mercado. - Mi hermano siempre va desarmado – Interviene Ivano – Vileza en semejante acción. Pero el príncipe lo ignora. - ¿Por qué le apuntaste? - Había un niño, tocando con las manos sucias la fruta de un cesto del que quería servirse…el Caletto – Explica Tiberio – Su madre ahogada no daba abasto para controlarlo, con un bebé en brazos y pagando su compra. Yo lo miraba, estaba algo lejos de su madre, me pareció gracioso cómo jugaba con las manzanas, dándoles vueltas sin parar. Pero al Caletto le molestó, tanto que apartó al crío de mala manera y culpó raudo a la madre a la que llamó la atención a gritos, asustándola a ella y al tendero. Cuando la reprendía furioso le apunté. No pude evitarlo. No quise reprimirme. Le reté, pero se negó a contentarme, dándose por ofendido y dejándole yo en paz. - ¡Embustero! – Replica Lorena – Mi esposo era un santo, jamás dañaría a un niño. Ni siquiera iba nunca armado, ¿cómo se explica? - ¿Y cómo se explica entonces, si vuestro esposo era tan santo y si viajaba siempre sin estoque, que lo llevara el día de la contienda consigo, en la mano y desenfundado? listo para ser usado – Responde Tiberio, enfadado. - ¡Embustero! – Repite Lorena, llorando a moco tendido. Hay un momento de silencio, en que el príncipe observa el gesto desencajado que por un momento se ha dibujado en el rostro de Ivano. - Buena pregunta…¿Tenéis respuesta para ella, buen Ivano? Ivano se gira hacia el príncipe y reacciona rápido, el odio le ayuda a responder. - No dudo que se previniera, mi señor, por si después de lo ocurrido se encontraba a algún otro Capricci indisciplinado por la calle. - Bobadas – Desacredita Vitto – Llevarlo en la mano por si acaso, menuda sandez. - Una vida por otra – Resuelve el príncipe – Ni más sabio ni más santo, ni más violento ni menos bravo, ambos lucharon, ambos perdieron, quien queda vivo mató al asesino, quien mata a quien ha matado, se libra de la muerte. Doy por saldada esta contienda demencial, que no tiene ni pies ni cabeza, si con la lógica se ha de mirar. Solo dos hombres iracundos podían ser, quienes llevaran a cabo tales actos, sin conciencia ninguna, en medio de la calle, de la gente inocente. A sabiendas también de la prohibición dada y repetida sobre este menester. No me pronunciaré más. - ¡Es injusto! – Protesta Ivano - ¿Qué castigo pensáis dar al Carosso, ninguno? - ¡Queremos justicia! – Exige Lorena – Que reciba lo que recibió mi esposo. - No – Solloza Candela entre los que observan. - ¿Y qué recibiremos nosotros, majestad? – Vincenzo se adelanta - ¿A quién pediremos que maten? – Mira a Lorena - ¿A quién pediremos justicia? – Mira a Ivano - ¿Quién nos devolverá la calma, a nuestras tierras? – Mira finalmente de nuevo al príncipe. - ¿Qué insinuáis? – Se extraña el príncipe.

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Si no hay justicia en las calles, si no hay paz en las vidas – Responde Vincenzo – Entonces no quiero trato, con quien infunde tristeza y procura miserias a nuestras familias. Mientras mi tierra sea mía, en ella no habrá lugar para nadie cuya casa no sea la de los Capricci. - Se os recuerda amablemente Rabello, que esas tierras son primero de vuestro Rey y luego vuestras. - Esas tierras eran de los Rabello, antes de que vuestro padre fuera persona, o el padre de su padre, o el padre de su padre, de su padre. - Esas tierras que llamáis vuestras son un pedazo que conforma esta tierra, sobre la que reina el Rey tanto como lo hace en las tierras que no son de vuestra propiedad, porque por ello es señor de este lugar, superior a vuestra posesión, por muy lejana que sea su herencia. Y si desafiáis su poder, será aplastado vuestro desafío como lo será cualquiera que no cumpla con la ley regia, bajo la que se haya todo habitante de Mel·lina, sea o no, viva o no viva, en tierra de Capriccis o de Monasques. He dicho. El príncipe se levanta. Todos le reverencian y sale. Vincenzo mira a Ivano. - El príncipe podrá decir lo que más se le antoje – Amenaza – Pero un pie Monasque sobre tierra Capricci es un pie cortado, en cualquiera, de las tierras de los Capricci. Tenedlo presente. - Tened presente vos que por cada pie que cortéis, una cabeza de las vuestras rodará, ante la supervisión de los soldados de su majestad. Y recordad también, que la primera que lo hará, será la cabeza del Carosso, que por magnanimidad hoy se ha salvado, pero que por accidente un día se le despegará del cuello. Tiberio lo ha oído, también su familia y el cercano Vitto. Se disipan los dos bandos, la guerra está pactada bajo cuerda, de nuevo el corazón de la ciudad late triste, de sangre manchada y por el odio marcada. Candela llora sobre el hombro de Antonino, no quiere perder a su hijo. La suerte está echada, nadie tiene ya por delante un mañana tranquilo.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Rabello, en el patio, junto al jardín trasero. Charlan Vitto, Fabio, Piatto y Tiberio.

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Nada los detendrá – Asegura Piatto, contundente. Tiene razón Tiberio – Dice Vitto – Tu sentencia está firmada, o el Monasque o tú. - ¿Y qué sugerís pues que debe hacer? – Se asusta Fabio - ¿Matarles a todos? Si mata a Ivano Caletto, otro Caletto vendrá, sus primos, sus amigos, el cuñado de Lorena, ¿qué más da, cuántos queréis contar? - ¿Cuál es pues tu sugerencia? – Se burla Piatto – ¿Que se siente en la fuente hasta ver rodar su cabeza? Tiberio escucha en silencio. - Hay otras formas – Insiste Fabio. - Ilumínanos, profeta. - Hablar con Ivano y Lorena, ellos también sienten dolor, también quieren venganza, es comprensible, si Arrigo Calletto siguiera vivo, vosotros también buscaríais matarlo ¿qué os calmaría esas ansias?

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Matarlo – Responde Vitto. A él y a su familia – Añade Piatto. Por Dios, que sadismo, ni una disculpa, ni una palabra de un corazón dolido. Si la cadena se extiende, no pararía la matanza, hasta que alguien con cordura suficiente, examinara cuan absurdo es matar al que ha matado, al que mató, a quien mató a tu amigo. - Anda ve y cuéntale esa mindundinada a Ivano Caletto, y si para cuando pronuncies la segunda palabra siguen tus cuerdas bocales funcionando, por no haber sido rebanadas, te daré un premio. - ¿Qué dices tú, Tiberio? – Le pregunta Vitto. Tiberio, que está absorto, sentado en un banco de piedra mirando al suelo, alza su cabeza y mira a Vitto. - Yo no tengo nada que decir. - Tu triste alma no es excusa. El dolor está en todos. - Nunca escuché las palabras de un hombre herido. Su mente rota no funciona con cordura. Si no escucho las tuyas, tampoco tengo palabras mías que pronunciar, que quiera ni yo mismo escuchar. Se miran entre sí. - Otro día será – Dice Tiberio. - ¿Qué día, el día que acierten tu pescuezo? – Se enerva Vitto – El día que tus pies estén hartos de rondar por tus tierras, allí encerrados de por vida ¿y qué vida?, la que no puedes tener fuera de tus muros. Murió Moldavio creyéndote digno de Beatriz ¿cómo serás así digno de ella? - ¿Y cómo podré serlo muerto? Vitto se queda aturdido, no salen más palabras de su entreabierta boca. - No deseo comentar más este tema, hoy no – Dice Tiberio. - ¿Cuándo entonces? – Insiste Vitto – Hace días que no sales de casa. - Por el pesar de mi ser. - Hace días también que intentamos convencerte de que hagas algo que no sea remorderte la conciencia, hiciste lo correcto. Tiberio mira a Fabio al oír las palabras de Vitto, viendo en su rostro tristeza. - Estoy cansado – Se excusa Tiberio con desánimo – Agradezco en el alma vuestro esfuerzo, pero no deseo continuar hablando de este tema, no ahora, necesito un cambio, salir de este aire tan viciado. - No hay peor aire que el que no quieres respirar Tiberio, yo también añoro a Moldavio, pero no podemos hundirnos, no podemos permitirnos venirnos abajo, los Monasque están alerta y nosotros debemos curarnos de espanto, este es el peor de los momentos para bajar la guardia. - Quizás sea la guardia, lo que realmente nos hunde y lo que realmente está sobrando… Tiberio camina cabizbajo hacia la salida. Piatto y Vitto se miran incomprensivos. Fabio se queda con ellos, dejándole volver a solas. Tiberio comienza a recorrer el camino de vuelta a su hogar, andado a paso lento, cansado, buscando apoyo en un pilar, con el ánimo rendido. - Beatriz… - Susurra – Oh, mi hermosa dama. Cuánto te echo de menos y cuánto echo en falta ahora el momento, que los que se lamentan recuerdan mejor que el que viven. Siento desánimo, mi alma triste y sin fuerzas ahora languidece porque no te tiene, porque no se reconoce – Avanza unos pasos, pensativo – Con este enorme pesar, hasta siento que lo más debido sería no sentir felicidad,

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ni por algo tan glorioso como verte, pero te añoro y sobre todo ahora te necesito. ¿Cómo librar batalla con tan extraño pensamiento? Solo puedo recordar lo que es felicidad y no sentir derecho de hacer uso de algo de tanta altura, en horas tan bajas. Hilarante, radiante y dichoso, son ahora pecados para un alma rota, que busca regodearse en tristes sentimientos, porque estos a los que hago mención, no me permitirían guardar el respetuoso luto del que mi corazón busca ir vestido. Pero, ¿será tan indigno sentir su mano? Ciertamente estoy cansado, si más acreciento este terrible bagaje, no tendré ya fuerzas para seguir sintiendo nada. Y es que me consume la duda, no soporto pensar que no hice lo correcto, que tal vez lo que en su momento, que con tanta rabia acometí, no fue más que el producto de la misma causa que movió al Monasque a arrebatarle a Moldavio, lo que yo igualmente arrebaté. Oh, Dios y si así fue, ¿qué diferencia habría pues entre ambos…? Ninguna. ¿Soy entonces un asesino, un vengador o un justiciero…? Ya no lo sé. Castigado o no, el estigma de lo que hice, acompaña en el odio de aquellos a quienes produje un sufrir tan intenso como el mío, al arrebatarles a su ser querido, a mi persona, condenándola. No sé ya ni qué pensar, necesito paz, necesito verte Beatriz, ayúdame a volver a sentirme a mi mismo, a salir de este torbellino extraño, en el que me consumo. Una voz grave y alta se oye entonces al fondo de la calle, un crío aparece corriendo como alma que lleva el diablo. “¡Monasque!” Se oye por el fondo “¡Tus pies por pisar estas tierras!” Tiberio que lo está oyendo se queda helado, el crío le ha visto y asustado, se para, por el otro lado viene el Capricci que le sigue, por este está Tiberio. Está acorralado y no sabe qué hacer. Tiberio se queda petrificado, se le para el pecho que no coge aire, mirando el rostro de congoja y lamento del niño, hasta que oye de nuevo algo, pero son pasos ahora y cada vez más cerca, reaccionando al fin y tomando al crío de un brazo para ponerlo tras una columna del pórtico de ese corto callejón, ordenándole silencio. El Capricci aparece, Tiberio disimula. - Señor – Saluda el Capricci agitado – Un Monasque – Dice - ¿Habéis visto un niño? Tiberio finge cierta sorpresa. - ¿Un niño decís…? N-no – Titubea. - ¿Seguro? Juraría que giró por este callejón. - Pues no sé, se os habrá imaginado así… De ser lo contrario, lo habría visto, sin duda, llevo aquí ya rato, meditando en silencio mis pensamientos, y si algo he oído ha sido únicamente vuestra voz a lo lejos, y si algo no he visto, ha sido, desde luego, a un niño. - Mil gracias amigo. Y el hombre se marcha. “¡Ya verás cuando te coja, alimaña!” se oye al fondo. El niño asoma la cabeza, Tiberio sabe bien lo que le espera en esa tierra, la muerte para todo Monasque en tierra Capricci. Tiberio mira su pobre rostro infantil, no siendo capaz de apreciar diferencia, con el infante que en su día le hizo avanzar un pie y desenfundar su estoque en el mercado. Se acerca de nuevo, lo coge del brazo, mira a su alrededor y le habla bajo. - ¿Qué haces aquí? – Regaña - ¿Que no sabes que esto es peligroso, y tu madre? - Me perdí señor, me he perdido en el mercado – Solloza – Estaba persiguiendo una mariposa y ya no sé dónde estoy, ni tampoco mi mamá. Tiberio rumia un instante. Al otro lado de la calle hay un muro, separa la calle de un campo de otra finca.

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Escucha bien lo que vas a hacer – Le indica Tiberio – Te ayudaré a saltar ese muro de piedra, que no es muy alto, me esperas al otro lado, yo salto después, te acompañaré hasta tierra Monasque, pero no puedo entrar en ella, solo te llevaré lo más cerca que pueda, ¿entendido? El niño asiente, Tiberio lo coge, lo levanta y lo ayuda, pasándolo al otro lado del pequeño muro.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione, patio con flores de las tierras de los Magione. Beatriz paseando sola.

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Mi amor…- Suspira – Te echo de menos… ¿Dónde, cómo estarás…? Mi niña – Aparece la nodriza – Mi pequeña, vengo a verte. No quiero compañía Matilde… Que desaliento el tuyo. Vi mucho hasta la fecha, vi mujeres cegadas, jóvenes deslumbradas, pero nunca una prometida, que no deseara ver a su futuro esposo. - ¿Cómo dices? - Lo que oyes. Tu querido Carosso está esperando, he venido a avisarte. - ¿Pero a qué esperas y a qué le haces esperar? Dile que pase, rápido – La empuja suave. La nodriza ríe, saliendo y quedando Beatriz impaciente a la espera. Tiberio entra. Parece cansado, se le acerca con los brazos abiertos. - Beatriz. - Mi amor – Beatriz lo abraza. Se abrazan, ambos toman unidos asiento en un banco del jardincillo. - Te quiero Tiberio, te echo tanto de menos. - Y yo a ti Beatriz…Mi Beatriz, ayúdame por favor – Pide Tiberio – Necesito tu ayuda desesperadamente. Solo deseo calma para mi descompuesta alma y no sé como hallarla. - ¿Qué te aflige tanto mi vida? – Se preocupa Beatriz. - Lo que hice. Ya no siento dolor, dolor es poco para describir el calvario que atraviesa mi ser. He matado a un hombre y ayudado a un Monasque mintiendo a un Capricci…ya no sé que hacer, solo contigo puedo buscar consuelo, mi familia…Oh, Dios, mi familia y la de Vitto, ellos, quién sabe qué dirían si confesara lo que he hecho. - ¿Qué has hecho Tiberio, qué es eso tan grave? - He llevado a un niño hasta su tierra, a un Monasque, que perseguía un vecino Rabello, lo protegí, mintiendo al Rabello y ocultando al chiquillo, al que luego saqué de la tierra, para guiarlo hasta donde no corriera peligro. - Tiberio… – Beatriz lo consuela, acaricia su rostro y repasa su cuerpo – No tienes porqué producirte calvario ninguno, con el que torturar tu alma, eres un ser maravilloso. ¿Qué sabrá un pobre crío de los líos que traen quienes le controlan su inocente vida? Sea de donde sea, él no ha hecho mal ninguno. - Oh… Beatriz, siempre me comprendes, siempre empapas mis penas y las transformas en felicidad… ¿cómo lo logras? No puedo evitarlo, me es imposible no encontrar un modo sencillo de amarte.

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Yo también siento lo mismo contigo. Mi amor – Tiberio la mira - ¿Cómo podré entender lo que soy, si salvo a un Monasque y mato a otro? - Mataste por venganza Tiberio – Responde Beatriz – La rabia y el dolor te llevaron a hacerlo. No lo pensaste, solo actuaste. Lo que tan a fuego se ha gravado durante tantas generaciones atrás, que hasta hace bien poco, era la vida diaria de quienes crecieron con odio, se ha querido cambiar en poco tiempo y hay todavía quien sigue sin olvidar, pues vivió con ese odio del que no se ha podido desquitar. Y hay además quien lo ha transmitido, a sus hijos, nietos y a quien esté por llegar. Tú no conoces ese odio por causa propia, solo tu madre pudo hacerte conocedor de su sufrimiento y transmitirte al sentir empatía tú con él, ese extraño odio que no es tuyo y que se convirtió en un reflejo automático al ajusticiar a quien mató a un Capricci. No te tortures más Tiberio, lo hecho, hecho está. Los Rabello no tienen a Moldavio y los Caletto no tienen a Arrigo. Qué más da. - Salvo por mi vida, da. - ¿A qué te refieres? - Pues a que los Caletto han puesto fecha a mi pescuezo. - Tiberio, ¿me estás diciendo…? - Sí mi amor, me quieren muerto. - No – Beatriz llora. - Beatriz – Tiberio la arropa – No quiero matar a Ivano Caletto, no quiero continuar con este continuo sin sentido. Puede que ya no entienda tan bien como antes lo que debo sentir por los Monasque, pero desde luego sé que no voy a caminar tranquilo, pensando que nuestros vecinos rabian por clavar un estoque a un niño, por haberse perdido, ni voy a aceptar atacar antes, para matar a quien quiere matarme y evitar así mi muerte, solo además por un tiempo…Beatriz…, mi padre tenía razón, las batallas no se libran con las armas, es más peligroso el silencio. - ¿Qué vamos a hacer? – Beatriz enjuga sus lágrimas. - No lo sé… Siguen abrazados. Pasa un instante largo de silencio. - Me gustaría poder hablar con ellos – Dice Tiberio – Confieso que desearía acabar esto de una forma correcta, sin más trapicheos. - ¿Y cómo? - No lo sé…, un duelo quizás, para contentarles. Sé bien que no querrán perdonarme, sin más. Pero por lo menos sería algo legal, entre las dos familias ofendidas, la que defiende mi acto de venganza y la que me quiere muerto por el mismo, aunque sea por la espalda. Sería injusto para ambos y justo para los dos. - No te dejarán hablar, te matarán antes de que llegues a su casa. - Lo sé, por eso me consumo. - Consumirte no nos dará respuesta, ni soluciones. - ¿Qué hago entonces? - Vuelve a tu hogar mi amor – Beatriz le mira – Resguárdate de los Monasque por el momento y propón tu idea a los Rabello, es lo más sensato que se me pasa por la mente, que puedas hacer ahora. Tiberio asiente. - Tienes razón, lo es… Beatriz toca su barbilla.

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Y lleva mi beso para consolarte – Le besa – Y mis labios para darte fuerza – Lo besa de nuevo más apasionadamente – Y mi corazón en tu mano para acompañarte, eternamente. De nuevo se besan, abrazados, juntos, compartiendo los ínfimos minutos de amor que pueden otorgarse. Su boda ya no tiene fecha, sus vidas están vestidas de negro y su felicidad aguarda, hasta que pueda volver a buscarles.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso, en el comedor, Candela y Antonino juegan a las cartas en la mesa.

Tiberio entra, Antonino y Candela se giran al verle. - Padre, madre – Dice Tiberio. - Hijo, ¿ocurre algo? – Pregunta Antonino. - Debo hablaros. Dejan las cartas y le escuchan. - Hace ya que estoy inmerso – Comienza Tiberio – En un camino sin retorno. Que por mi culpa se desata, con el inicio de una tontería, una consecuencia bárbara, que no parece tener fin. Soy responsable pues, de tal mal acontecido últimamente, cuyo principio sabéis bien cuál es y cuyo mal sabéis bien a cuál me refiero. Es por lo tanto mío el deber de acabar con lo que yo di comienzo. Os pido pues que escuchéis, ya que me he pronunciado por una solución, que creo justa y digna para todos y para nadie, con el fin único, de acabar con tan absurda reyerta que se ha desatado, tras lo mencionado. Estoy determinado a lograr un encuentro justo, en que Ivano Caletto y yo nos rindamos cuentas y podamos poner fin así, a esta contienda, que intentan llevar a un sin sentido, contando muertes, una tras otra, de quienes no han cometido ningún acto despreciable antes. - Pero hijo mío – Se espanta Candela - ¿Qué dices? - Candela, tranquila – Pide Antonino. - ¿Tranquila? No descansaré tranquila, sabiendo que te ofreces como presa fácil para ese degenerado hijo de una bruja. - Madre, estoy resuelto a proceder de este modo, no hay otro más sencillo, justo e imparcial, no quiero más muertes. - Ni yo la tuya. Mi hijo no morirá, mientras yo me quedo impasible escuchando, a manos de un carnicero Monasque, casa que ya bastante daño hizo a esta familia en el pasado ¿acaso quieres repetir la historia? - ¿Y quieres repetirla tú madre? - ¡¿Cómo dices?! - Estoy harto de oír repetir que los Monasque son asesinos ¿Y qué soy yo? Maté a ese hombre, que como yo tiene seres queridos, que lo lloran y lo añoran también, ¿en qué se diferencia su sufrimiento del nuestro, acaso en menor, es menos sufrir, es menos digno? - ¿Sufrir el de esa mentirosa? – Acusa Candela – Su querida Lorena, arpía como ella sola, ¿y vas a darle complacencia a ese bicho? - Si ella es bicho y no sabe ser otra cosa, siento por ella que así sea, pero yo tuve la suerte de recibir de vosotros diferente educación, para saber distinguir lo que

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está bien de lo que no, y no la dejaré aparcada mientras veo cómo el mundo se cubre los ojos con una venda elegida de odio, malicia y cobardía, para insultar, tirar la piedra y esconder después la mano, denigrando a los que hacen lo mismo que ellos y creyéndose, por algún motivo que desconozco, mejores a los que critican. - ¿Me estás llamando hipócrita? – Candela se levanta. - Estoy diciendo que razonas con odio madre y estoy harto de oír a todo el mundo moverse por lo mismo, creí que había algo más en esta familia, que un intenso y desaforado anhelo por matar a todo ser de una casa, por compartir un nombre. Mucho me he preguntado estos días, porqué soy como soy y porqué hice lo que hice, porqué tanto manar de donde no conocía antes, semejantes sentimientos, que nunca antes me planteé porqué ocurrían. Nunca había matado a un hombre madre, ¿a cuántos más queréis que mate, acaso ese número no os importa siempre que no lleve nuestro nombre? Pudiera ser el nombre de un niño, de un hombre bueno amante de su feliz mujer, no distinto de mi, si no por ese nombre. ¿Acaso eligió él nacer donde lo hizo y que un descarriado loco matara a alguien que hiciera que otros odiaran a quienes se lo pusieron, para luego desearle y darle muerte por ello? No, no continuaré esta cadena tan insana solo por complacer a unos pocos, que no se saben ver a sí mismos, llenos de lo que tú misma un día me enseñaste, que nos aleja de sentir felicidad. Candela se echa a llorar. Antonino se levanta. - Lograré ese duelo madre, es mi decisión y mi voluntad y sé que sabréis entender y respetar, que ocurra lo que ocurra, es lo que yo decidí y estos son los motivos por los que lo hice, para intentar devolver algo a esta tierra, que está necesitando desde hace mucho. - Tiberio – Antonino arropa a Candela – Ve con cuidado hijo. Tiberio asiente y sale. - ¿En qué mal día me convertí, Antonino, en lo que mi hijo ha dicho? – Pregunta Candela, llorando. - Mi amor, el tiempo a veces pasa silencioso, por los que no escuchamos lo que nos dice. Nuestro hijo hoy ha hecho alarde del más noble de los comportamientos, eso lo aprendió de nosotros, y aunque nuestros sentimientos nos traicionaran con respecto a los Monasque, me siento orgulloso y tú también deberías, de poder llamarlo hijo nuestro, y de poder decir, que lo que aprendió sobre la justicia, el coraje y la bondad, se lo enseñamos también nosotros. No solo lo malo Candela querida, recuerda. - No lo quiero muerto Antonino. - Ni yo tampoco Candela. Ni yo tampoco.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione, Beatriz en el cuarto de costura, sola.

Beatriz pasea sola por su casa, hasta decidir pararse en el cuarto de costura. Piensa en voz alta. - Tiberio…- Repasa despacio un telar – No descansará, no cesará su camino hasta no encontrarse a sí mismo de nuevo. Pero nadie en este mundo excepto él

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mismo puede devolverse la paz a su alma. Pero él busca un duelo, es lo que desea para darle tan necesitada calma a su ser. Así, si eso es lo que necesita, eso debiera ser lo que tendría yo que ayudar a conseguirle, ¿pero cómo? – Mira un bordado de su madre, descansando sobre su silla – Claro… ¿Será posible, que por mi mente se cruza una idea? Solo Ivano puede aceptarle ese duelo, solo él decide, así que a él se ha de pedir aceptación y ya se me ocurre cómo llegar a él… ¿Pero quién querrá hacerlo? Nadie querrá prestarse. A menos que… Beatriz toma su costurero y su bastidor. - Por Dios y por todo lo más santo, que voy a conseguirle ese favor a Tiberio. Beatriz sale y, a escondidas, se dirige a su habitación. Cada casa, la Capricci y la Monasque, tiene su escudo propio que la identifica. Antes de que el Rey impusiera la paz, cada casa llevaba orgullosa el mismo bordado en las prendas, en un abrigo, en el chaleco, en una camisa, en un pañuelo. Ahora ya pocos lo conservan por miedo a represalias, pues como la tierra es común, uno corre peligro de adentrarse en donde la mayoría, no sea de su casa. Pero sin signo identificador, no hay posibilidad de conflicto. Beatriz ha comenzado a bordar el escudo de la casa Monasque en uno de los hombros de un vestido. - Dentro de mis tierras llevaré un pañuelo, alrededor de mis hombros, para que nadie lo vea. Dentro de la tierra Monasque descolgaré la prenda para dejarlo a la vista y así evitar problemas. Dentro de la casa de los Caletto, si es que puedo llegar a entrar…, que Dios me ampare – Beatriz cose – Amor mío, todo saldrá bien, ya lo verás, ten fuerza, que pronto se acaba a lo que pronto se le pone final. Beatriz se cambia el vestido, se pone el que está bordado y se cubre los hombros con un bonito pañuelo. Sale con cuidado, sigilosa para no ser oída, la nodriza está comiendo, sus hermanas están con ella y sus hermanos de caza, es el momento perfecto. Beatriz se escabulle, corretea por sus tierras y se adentra en las calles de Mel·lina, con el paso tranquilo, sin llamar la atención. Conforme se adentra en tierra Monasque, va dejando descolgar el pañuelo, dejando entrever el escudo. La gente no la mira, no parecen saber quién es, al menos con los que se cruza. Da un par de vueltas, no es una tierra que conozca demasiado bien y le cuesta encontrar la casa de los Caletto. Mira hacia arriba, ha visto algo que recuerda, es una maceta muy grande que cuelga de un muro, con flores y hojas verdes rebosando. Es la entrada del hogar de los Caletto. Llama a la puerta de madera y aguarda un momento. Dentro, Ivano juega a las fichas sentado con su sobrino pequeño, Fermín, al que está ganando todo el rato. Ríen. - Señor – Le dice un criado – Tiene una visita, una joven pregunta si puede recibirla. - ¿Una joven?, por Dios que sorpresa, menos mal que tu madre no está en casa – Le dice Ivano al pequeño, riendo – Que pase, que pase. - Sí señor. Una jugada más, Fermín pierde otra vez y entonces, mientras ríen, entra Beatriz. Ivano se queda helado, la mira y no reacciona. - Mi señor – Le saluda Beatriz. - ¿Quién sois?, que torpeza la mía que no atino a reconoceros. - No os culpo, pues solo una vez habéis tenido ocasión de poder verme y vuestra atención estaba mucho más fijada en otros menesteres de mayor importancia. - ¿Cuándo?

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Tan solo anteayer, mi señor. ¿Y cómo no pude yo ver a tan hermosa dama, donde quiera que fuera que estábamos? - Porque estábamos en la sala de audiencias del Rey. - Oh…ya veo. - He venido mi señor, sin ninguna intención de ofenderos. - ¿Ofenderme, por qué? - Porque soy una Capricci. Ivano se torna fuego, levantándose. - ¡Calaña ¿cómo te atreves a insultarme de este modo? fingiendo ser de otra casa para entrar en mi hogar ¿quién te has creído que eres?! Beatriz no se amedrenta, no se ha inmutado, pero el pequeño Fermín sí que se ha asustado. Beatriz lo mira, Ivano se da cuenta. - Sal de aquí Fermín, vamos – Le ordena, cogiéndolo de un brazo. - Mi señor – Dice Beatriz. - ¡Cállate! - Solo la muerte podrá silenciarme y si de antemano sabía que iba a hallarla aquí, ¿por qué razón iba a arriesgarme a recibirla solo con la intención de insultaros? Ivano la mira desconcertado, el pequeño Fermín la mira también, soltándole Ivano muy despacio el brazo que le tiene cogido. - Bien… - Acepta Ivano – ¿Qué razón pues es esa, tan poderosa, que os trae aquí, a no insultarme? - ¿Vos sabéis lo que es amar? - Pues claro que lo sé, niña tonta, amar era lo que hacía por mi hermano. - Pues yo amo más que nada tres cosas en esta vida, igual que vos, amáis las vuestras. Yo amo a mi familia, amo a mi prometido y amo la paz. Vos amenazáis dos de esas cosas y si realmente, como afirmáis, sabéis lo que es amar, sabréis también darme la razón, en que vale la pena arriesgar la vida por ello. - Sin duda, sois muy valiente, pero muy estúpida, pues que no os mate ahora, no significa que no vaya a hacerlo después. - No – Dice el pequeño Fermín – No la mates tío… - Te he dicho que te marches. - Su sobrino merece la paz – Dice Beatriz, mirando fijamente a Ivano – Sus hermanas, sus hijos, sus amigos, todos cuantos hay y cuantos vendrán. Ivano se incomoda, Beatriz le habla tan seria y fijamente que está comenzando a ver algo extraño en sus ojos, una convicción y una fuerza, expresada con tal sentimiento, que le mueven a sentir entendimiento. - Dura ya esto demasiado – Sigue Beatriz – Tanto tiempo de odio, que pagan familias, ancianos, padres, hijos, niños inocentes. También hay Monasque que desean esa paz, que se merecen descansar ¿se la vais a negar vos? - ¿Y qué me vienes a decir, que perdone al asesino de mi hermano como si nada…, es eso? - No mi señor, no espero eso, pues sé de sobras que no lo haréis. Pero mi prometido, vuestro asesino, quiere proponer a la familia que lo defiende, que acepte un duelo, para cesar este eterno río de sangre que nunca es lo suficientemente caudaloso. - ¿Qué duelo? - Entre vos y él, para que podáis satisfaceros. Propone un duelo justo, ante ambas familias, la que defiende su acto y la que desea vengarlo.

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Se queda el Monasque en silencio. - No intentaré convenceros de nada – Susurra Beatriz, triste – Ni de cómo es Tiberio, ni de cómo debéis sentiros hacia él, pues sois libre de vuestros sentimientos y yo no he venido aquí a juzgarlos, ni a cambiarlos. Pero sí que podéis pensar, en lo que pasará si matáis a Tiberio. Vendrán sus hermanos a mataros entonces, si os matan, irán vuestros amigos en su busca y quien muera de nuevo tendrá quien le quiera vengar. Y así hasta hacer interminable, esta absurda guerra, que como todas, solo trae sufrimiento. Fermín mira triste a su tío Ivano, que lo ve de reojo, mirando después a Beatriz. - Todos hemos perdido algo – Dice Beatriz – Yo puedo perder al único hombre que amo, pero no me importa que así sea, si eso es lo que él siente más adecuado, si eso es lo que desea hacer por ocurrírsele lo más justo. Yo no puedo decirle lo que debe, o no debe hacer, tampoco a vos, por eso busco con estas palabras, transmitiros solo el mensaje que él no puede traeros. - ¿Y tan cobarde es, que manda a su prometida a hacerlo? - Él no sabe que he venido, mi señor. Tiberio jamás me ha pedido favor semejante. - Vaya…sin duda sois una mujer temeraria, ese hombre tiene suerte de teneros por futura esposa. - Y yo a él mi señor, pues si su alma busca concordia, lo hace por encima de la desaprobación que a esta idea da su propia familia y la familia por quien vengó a su amigo, lo hace por intentar hallar la paz, que pueda volver para todos, lo hace por intentar dar con el modo, de que cesen las muertes, sean del bando que sean. - Si ese hombre es tan noble y tan sacrificado pues ¿cómo me explicas lo que hizo? - Creció odiándoos mi señor, a vos y todos los Monasque. Yo tuve suerte, mi madre nunca ha albergado tan tristes sentimientos contra nadie, sin importar la casa me enseñó en igualdad, pues yo no veo diferencia entre vos y yo. Pero Tiberio, igual que muchos otros Capricci y muchos otros Monasque, ha crecido oyendo historias y sintiendo sentimientos, que no eran suyos, si no que eran heredados y le eran implantados, desde muy niño. - Mi hermano siempre llevó consigo ese legado…, nuestro padre odiaba vuestra casa, desde pequeño, ya no recuerdo ni tan siquiera porqué… Ivano toma asiento despacio, se ha quedado en silencio, pensando. Fermín viene a consolarlo. - Ya Fermín, te he dicho que te fueras, esta no es conversación para infantes – Ivano mira a Beatriz – Muy bien jovencita, dile a tu prometido Tiberio, que así será, lo más justo y noble, para saldar esta deuda de una vez por todas. Mañana, en el olmo perdido, junto a la zanja del viejo bosque, a las tres. - Mil gracias, por vuestro tiempo y vuestra escucha, mi señor – Beatriz le reverencia – Y que Dios os ayude, a ambos. - Mil gracias a ti muchacha, por ser mujer respetuosa como pocas y por recordarme, que aún hay quien no se mueve por el odio, con prepotencia y superioridad, por este mundo de locos. Beatriz lo reverencia una última vez, saliendo de la casa y volviendo a la suya.

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CASA de los Capricci, hogar de la familia Rabello, en el comedor Vincenzo, Vitto y Tiberio, que les habla. -

Has perdido el juicio muchacho – Dice Vincenzo. ¿Qué te ocurre, acaso reniegas de lo que hiciste? – Se enfurece Vitto. Ya no lo sé, pero lo que sí sé es que reniego de las consecuencias absurdas que ha acarreado – Responde Tiberio – No puedo evitar que los Monasque me odien, pero sí creo poder evitar que ese odio se extienda por más tiempo. Tú mismo lo dijiste Vitto, es necesaria una solución, Fabio ya lo vio, seguir con esta contienda es un absurdo, alguien tiene que pararla y es obligación mía hacerlo ahora, antes de que nadie más muera. - ¿Y qué me dices de ti, y si Ivano te mata, creerás contentos a tus padres y justo tu acto para con ellos? – Pregunta Vincenzo. - Ellos tendrán que entender, que es la decisión más justa, yo la he tomado y nadie podrá revocarla. - Salvo Ivano – Dice Vitto - ¿Qué te hace pensar que esa sarna aceptará tan alta justicia? No quiere morir Tiberio, solo te quiere muerto. - Ya pensaré cómo hacerle convenir. - Lo dudo. A la puerta se oyen golpes, una voz llama desde el exterior. “Mi señor, una de las hijas de los Magione, pregunta si se haya aquí el señor Tiberio Carosso” - Pasad, pasad – Permite Vincenzo. Y entra Beatriz. Se saludan. - Mis señores Rabello – Beatriz les reverencia – Tiberio – Se acerca a él – Te traigo lo que espero, sean las mejores noticias. - ¿Qué llevas en el hombro? – Se extraña Vitto. - Eso precisamente vengo a explicaros. - Ese escudo… - Sí Vitto, me he bordado el escudo de armas de la casa Monasque, porque era así como más segura entraba en sus tierras. - ¿Qué has hecho qué? – Se alarma Vincenzo – Mi joven niña, ¿cómo has hecho semejante cosa…? Tiberio está mudo, no da crédito. - Por amor, mi señor Rabello – Responde Beatriz – Amor a la paz y amor a un hombre, el mejor de los hombres – Mira a Tiberio. - Beatriz… - Tiberio toma sus manos - ¿Estás bien…? - Sí, si que lo estoy, mejor que nunca. Ivano me ha escuchado, ha decidido darle el beneplácito a tu propuesta. - Imposible. - No puede ser. Vincenzo y Vitto quedan boquiabiertos. Tiberio abraza a Beatriz. - Más fácil ha sido convencerle a él, que no a los de nuestra propia casa, entonces – Susurra Tiberio – Beatriz, ¿por qué…, por qué semejante riesgo has ido a correr? Si lo hubiera sabido… - Si lo hubieras sabido no me habrías soltado ni a sol ni a sombra, para no dejarme ir, y eso a mí me habría gustado, pues te habría tenido más tiempo cerca del que te he podido tener en estos últimos días. Pero repetiría lo hecho una y mil veces, si así puedo conseguirte lo que traiga a tu ser la calma y a Mel·lina la paz.

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Beatriz – Vincenzo se acerca – Lo que has hecho nos deja sin habla y sin excusas. Tu riesgo no será corrido en vano. Incluso Ivano ha aceptado este pacto. Sea así pues, que nuestra familia asistirá a ese duelo y digna aceptará como ganador, en paz, a quien limpiamente sobreviva. - Gracias mi señor Rabello – Dice Tiberio – Solo espero que de este modo, sea cual sea mi suerte, Mel·lina pueda recuperar la cordura y con ella, la calma que se merecen sus habitantes. - Que así sea pues. Dime niña – Pide Vincenzo – Dime en dónde será que debemos acudir y cuándo. - Mañana, en el olmo perdido, junto a la zanja del viejo bosque, a las tres – Responde Beatriz. - Bien, nos veremos entonces Tiberio. - Nos veremos. Se saludan. Tiberio y Beatriz abandonan la casa juntos, caminando de la mano. Vincenzo debe anunciar su decisión a su familia, Ivano también tiene que hacerlo. Ninguna de las dos gustará del encuentro, pero una vez los afectados se han decidido, parece que los demás respetarán sus decisiones, pues si los más afligidos aceptan, de esperar es que lo hagan el resto.

ZANJA del viejo bosque en Mel·lina, junto al olmo perdido. En dos bandos, las familias Rabello y Caletto.

Es por la tarde, el sol calienta. Hay unos cuantos árboles por el prado que se extiende tras la zanja que separa una de las últimas casas de Mel·lina, del bosque. Una frente a otra, las familias afectadas por la causa que mueve el encuentro, esperan su inicio. Son las tres. Ivano sale de entre los suyos, estoque enfundado. Tiberio también. No está su familia, ni tampoco Beatriz, es una contienda entre los Rabello y los Caletto y solo Tiberio es la excepción. Ambos se saludan en silencio, en el centro del cerco. Se acercan y se dan la mano. - Que bien sea sabido – Dice Ivano – Que de este duelo será el fin de este asunto y nada ni nadie podrá pedir más compensaciones, por respeto a la marcha de quien caiga de nosotros dos. ¿Todo dicho? - Todo dicho – Acepta Vincenzo. Ivano se separa de Tiberio, Tiberio de Ivano. El cerco se amplía, las dos familias son grandes y hay que moverse despacio, los de atrás se desplazan y dejan paso, para que el círculo sea lo suficientemente espacioso. Ivano asiente, ambos desenfundan, comenzando Ivano a atacar raudo a Tiberio, que lo esquiva y burla para hacerle perder el equilibrio, pero Ivano se recupera. Ante los ojos temerosos de ambas familias, que observan con miedo pero con decisión a no perderse un movimiento, ambos contendientes se asestan golpes uno tras otro, veloces. Las hojas de los estoques suenan constantes mientras Tiberio le gana terreno a Ivano, que lucha bravo pero se ve torpe ante semejante adversario, Tiberio es muy rápido y su técnica muy depurada, Ivano tiene que parar un instante. Ambos se apartan en una pausa, en la que respiran cansados y aprovechan para limpiarse el sudor de la frente mientras recuperan el aliento. Caminan por los márgenes del círculo, despacio, sin dejar de encararse en ningún momento.

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Fermín que está al fondo quiere ver, su madre, hermana de Ivano, intenta retenerle, pero Fermín es pequeño y se escurre entre sus mayores, su madre lo sigue. Tiberio emprende ahora el nuevo ataque, volviendo a la carga con sagaz movimiento, descentrando a Ivano, que no distingue su propia hoja, perdiéndola de su mano y viéndola ahora cómo vuela, para quedar helado ante la punta del estoque de Tiberio, desarmado. Su madre solloza al verlo, no puede evitar echarse a llorar, pierde dos hijos en una semana. También se acongojan sus hermanas, sus primos, todos sus familiares. Tiberio que ha oído a su madre, alza la vista y la ve. Ivano ha quedado postrado, esperando su resolución, que no llega. Alza la vista y ve a Tiberio, mirando de frente a los Caletto, duda. - ¿Pero qué ocurre? – Le pregunta Ivano, serio. Tiberio lo mira ahora a él. - No puedo – Dice. - ¿Cómo que no podéis? - Tiberio ¿Qué dices? – Se asusta Vitto, contrariado. Tiberio sigue con su mirada clavada en Ivano. - No puedo – Repite en susurro. Y retira su estoque. - ¿Pero qué haces muchacho? – Le reprende Ivano – Esto es una contienda seria, zanja lo que has venido a zanjar, tu estoque ha sido el más rápido, tu mano la más diestra, acomete tu deseo. - Yo no deseo mataros – Responde Tiberio. - Es él tío – Fermín sale hacia Ivano. - ¡Fermín! – Lo llama su madre. Fermín abraza a Ivano, que no da crédito. Tiberio reconoce al pequeño. Es el niño que corría por la calle y al que un Rabello quería matar. - Él fue el hombre por quien me preguntaste – Explica Fermín – Él me escondió del hombre que me perseguía y me trajo a casa. Ivano mira a Tiberio, contrariado. - ¿Él es quien te salvó, estás seguro Fermín? - Sí. Hola – Le dice Fermín a Tiberio. - Hola – Saluda Tiberio, sonriéndole afable. - ¿Que le salvaste? – Pregunta Vincenzo - ¿De qué le salvaste Tiberio? - De la muerte – Responde Tiberio – Estaba perdido y uno de vosotros lo reconoció como Monasque que es, en vuestras tierras. - ¿Pero…? - Se había perdido, yo solo le ayudé a llegar hasta donde estuviera a salvo. - ¿Mentiste a uno de los tuyos, por salvar a un Monasque? - ¡A un Monasque no, a un niño! – Tiberio tira su estoque al suelo, enervado ¡¿Qué os pasa a todos, qué le ha pasado a este sitio?! Un niño perdido que busca a su madre tiene que huir de la muerte que le quieren sus propios vecinos, ¿y por qué? ¡por nada!, decidme qué demonios ha hecho ese pobre crío, para que merezca la muerte sin más, ¿acaso no es eso irracional, acaso no es brutal? - ¿Lo trajiste hasta tierra Monasque, aún sabiendo que tu cabeza tenía precio? – Pregunta Ivano. - Y lo llevaría de nuevo – Responde Tiberio – Y no tendría que mentir a alguien de mi propia casa, si no nos comportáramos todos como locos – Responde a Vincenzo – ¿Qué nos ha pasado, cuándo perdimos el juicio? Nos levantamos un día y pensamos en matar y ajusticiar a infantes, en cortar cuellos por la espalda

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y escupir sobre las tumbas de quienes nos hicieron lo mismo que planeamos contra ellos – Mira ahora a los Monasque – Yo no quiero matar a vuestro hijo, señora – Le dice a la madre de Ivano – Sé que tampoco puedo hacer nada por devolveros al que os arrebaté y arrebatándooslo, tampoco conseguí que volviera Moldavio… La madre de Ivano y sus hermanas lloran de nuevo, también Vitto, solloza Vincenzo y su esposa Guiseppina. Ivano se contiene. - Una y un millón de veces os pediré perdón – Continúa Tiberio – Tantas como sea posible. Puedo pedirlo cuantas veces lo hubiese podido hacer Arrigo por matar a Moldavio, pero no habría logrado con ello que la muerte se deshiciera. Solo dolor, solo eso ha traído desde que recuerdo, la larga historia que divide nuestros linajes, y ahora que tenemos la oportunidad de disfrutar de la paz, que el Rey ha impuesto, nos dedicamos a desquebrajarla bajo cuerda, a mutilarla ocultamente, para que en un futuro, otros como nosotros, nuestros hijos, nuestros amigos, paguen por nuestros actos. Yo ya no sé cómo parar esto, en que se entiende una ofensa mentir para que no maten a un niño, yo ya no entiendo estos tiempos, ya no sé donde encajo, pero sí sé, que no voy a matar a nadie más. Y ahora si queréis – Mira a Ivano – Acabad vos con esta contienda, porque yo ya no mancharé mis manos de sangre, nunca más. Solo se oye silencio, todos esperan. Ivano suelta a Fermín, puede coger su estoque que está en el suelo, como el de Tiberio, pero no lo hace, solo le mira cayado. Ha perdido unas lágrimas, no puede evitarlo. Se acerca aún en ese silencio y alza su mano, abierta, ante Tiberio. Tiberio, que estaba cabizbajo esperando su sino, le mira y alza despacio la suya, estrechándola ambos. La familia de Ivano llora de felicidad, pues ya no lo pierden, la de los Rabello llora también, pues Tiberio vive. - Sea este momento – Dice Ivano – El momento en el que pongo fin a este sinsentido, mi hermano descanse en paz, como lo hace vuestro amigo. Lorena llora. - ¿Por qué…? - Lorena, mujer – Dice Ivano – Hay que aprender a perdonar, como él me ha perdonado a mí la vida. - No más muertes pues en nuestras tierras – Dice Vincenzo – Sean de quien sean los pies. Que la paz llegue, así sea entendido, porque ambas casas hemos perdido y no hay forma ya alguna, de poder ganar. Los que se han ido ya nunca volverán y tiene razón Tiberio, en que matando a más de vosotros, no volverán los nuestros, al contrario, más seremos los que suframos y menos serán los que descansarán. - Gracias Tiberio, te digo – Dice Ivano – Por ayudar a mi sobrino. - Perdóname Ivano, si puedes algún día – Pide Tiberio – Por arrebatarte a tu hermano y a vuestro esposo – Dice a Lorena, que sigue llorando. - Perdonad a mi hermano, que en paz descanse – Pide Ivano a los Rabello – Por arrebataros a Moldavio, que en paz descanse también. - Gracias – Dice Vincenco, limpiando sus lágrimas. - Cuánto dolor por cuan absurda causa – Se lamenta Ivano – Que de mi mano no saldrá nunca más una amenaza, os lo prometo. Tiberio, has preferido morir para mostrarnos cuan loca era esta contienda, a matar para seguir vivo en ella. Te debemos la concordia. - Nada más me debéis, de lo que yo os debo, mi señor. Ambos se sueltan las manos.

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Guardemos luto por quienes hemos perdido – Recuerda Ivano – Pero demos gracias por lograr que no haya más lutos, que guardar. Ambas familias se van dispersando. Cada uno vuelve por donde ha venido, el dolor aún es patente, los familiares dolidos van a sus respectivos hogares, a buscar consuelo y calma, para recuperarse de todo lo que ha ocurrido en tan poco tiempo, en la cuidad ahora apagada, que despacio se recompone, de Mel·lina.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Carosso.

Por la entrada de su casa, en silencio, Tiberio pasa despacio, con las prendas aún algo desarregladas del encuentro y sudadas por el calor. Está cansado. Se detiene, ve a su madre, Candela, que ha creído oír ruido y ha salido para comprobarlo. Ambos se miran en silencio al tiempo que Candela se acerca, Tiberio está triste, ya no se mueve. Candela lo abraza mientras llora, su hijo está vivo. Y aparece Antonino. - Hijo – Susurra. Se acerca, viendo cómo Candela suelta despacio a Tiberio, para abrazarlo seguido Antonino, que lo nota triste. - Hijo mío, a Dios doy gracias por tu vida intacta – Reza. - Gracias padre. - Te siento derrengado – Antonino se separa despacio, mirándole al rostro – Aquí hay alguien, para bien animarte, creo. Antonino suelta a Tiberio, que ve al fondo a Beatriz esperando algo llorosa. Beatriz corre hacia él. - Beatriz – Tiberio la abraza. - Mi amor… - Beatriz suspira profundo – Estás bien. - Bien mi cuerpo, amor mío. - No… - Se lamenta Beatriz – Le has matado… - No mi amor. Beatriz encara su rostro para mirarle a los ojos, llorando por los suyos. - ¿Qué ha pasado entonces? – Le acaricia. - Nos hemos perdonado la vida – Responde Tiberio – Pero aún es pronto desde que ha ocurrido que íbamos a matarnos y me tiembla el cuerpo entero. - Mi amor… Salen al patio y buscan en dónde sentarse. Candela va a la cocina, Antonino a buscar a sus hijos. - Que pase por Dios el tiempo rápido – Pide Tiberio – Que librarme de esta sensación quiero, lo antes posible. - Tiberio, si no le has dado muerte y él a ti tampoco ¿de qué sensación necesitas aliviar tu corazón? - Siento en la boca del estómago un sabor agrio y amargo, un sentimiento rancio, de culpa, porque por fin siento claro que no debí matar a Arrigo Caletto. Hoy lo he visto todo más claro que nunca, ninguno hemos obrado correctamente, ni los que están, ni los que se fueron. No sé que hacer Beatriz, no sé que hacer para librar mi pena ahora que ya la entiendo, creí que podría liberarla al entenderla, pero ahora la pena solo se ha convertido en dolor conocido.

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Al menos ya la conoces, es mejor que el sufrimiento que padecías, sin ni tan siquiera poder paliarlo. Ahora podrás hacerlo. - ¿Cómo, cómo podré? - Perdonándote por lo que hiciste y cuando lo hagas, tu pesar se irá con tu culpa. - Beatriz, estoy cansado. Tiberio apoya su rostro triste sobre un hombro de Beatriz, que lo arropa. - Mi amor, descansa. Ningún alma merece más descanso que la tuya, que errante ha estado consumida por su larga trayectoria demasiados días. Tu dolor se irá pronto, deseo con todo mi corazón que así sea y cuando se haya ido, volveremos a sentirnos dichosos de seguir perteneciendo a este mundo, pues mientras te acompañe la tristeza, me acompañará a mí también. - Beatriz – Suspira Tiberio - ¿Recuerdas aquel primer día en que bailando, choqué contigo y pisé tu vestido? Beatriz sonríe. - Sí, lo recuerdo… - Tú te giraste, casi te caes, yo fui a cogerte y preocupado creí que me abofetearías por tal impertinencia. Beatriz ríe, Tiberio se sonríe contento al ir recordando. - Y en lugar de golpearme, yo con el rostro blanco y la boca abierta, vi con sorpresa cómo comenzabas a reírte en respuesta. - Sí – Beatriz continúa riendo – Me pareciste tan dulce, tan preocupado, no pude evitar tomarlo con buen humor… - Y yo no pude evitar fijar mis ojos en ti – Tiberio la mira a los ojos, cansado pero con una sonrisa – Para el resto de mis felices días. - Tiberio – Y Beatriz le besa – Mi amor. Se abrazan. - Todo saldrá bien – Dice Tiberio – Te prometo que a partir de hoy, no habrá más guerra que libre, contra nadie. - Tiberio – Beatriz le mira – Yo te amo, luches o no, libres guerra o no. Te amo tal y como eres, solo deseo que seas feliz y si algo de esa felicidad depende de mí, ten por seguro que haré todo lo que esté en mi mano para conseguírtela, pero no pienses ni por un solo segundo, que dejaría de amarte por ser, lo que crees que yo no quiero que seas, porque te amo, siendo como eres, precisamente por eso te amo, te amo a ti, Tiberio y solo a ti. - Amor mío – Y Tiberio la besa – Yo también te amo. Se abrazan de nuevo. Candela y Antonino miran de lejos. - No creo mejor compañía para nuestro hijo que esa buena joven – Opina Antonino – Ella lo curará pronto, pues tiene dolido el corazón y no existe mejor medicina para el corazón, que lo que ella le da. - El amor – Candela mira a Antonino – Que la calma llegue pronto – Desea – Y que su amor le cure para devolvernos a nuestro hijo, feliz y sano. Antonino rodea a Candela y se marchan, andando despacio y dejando a solas a Tiberio y a Beatriz en el patio, abrazados.

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PRADO de la Solana, afueras de Mel·lina.

Entre las flores y la hierba corta, Tiberio avanza tranquilo y reflexiona solo. Fabio se ha quedado un momento en el camino, hablando con su hermana Vittoria. Mientras, Tiberio ha decidido adentrarse solo en el campo para caminar por el mismo, pensativo. - Mi ángel – Susurra Tiberio – Mi Beatriz amada. Me gustaría comprarle el regalo más grande, desearía colmarla con las riquezas más increíbles, pero no se me ocurre nada. Que triste imaginación la mía que no alcanza ni a concederme la posibilidad de concebir algo. Me siento dichoso, pero desearía poder entregarle algo a Beatriz con lo que agradecerle, el que haya recuperado esa dicha gracias a ella. Que torpe seré, tanto como para no poder pensar, ¿estaré cansado? Que excusa tan penosa. - ¡Tiberio! – Lo llama Fabio – ¡Pero bueno, ¿qué haces ahí tan lejos?! - ¡Pensar, buen amigo, pensar, que ya ni eso puedo! Y se acercan. - Se me ha quedado el cerebro seco – Protesta Tiberio – Debe de estarlo, pues soy incapaz de usarlo. - ¡¿Qué dices?! De exageración es de lo que padeces amigo. - Dime tú pues, porqué demonios no soy capaz de pensar en algo que regalarle a Beatriz, que le demuestre y le exprese lo mucho que la amo y lo muy agradecido que le estoy por haberme ayudado tanto. No tengo palabras y lo peor, ¡no tengo ideas! - Calma, calma. A ver Vittoria – Le dice Fabio a su hermana – Tú que eres mujer, de buen gusto y con aire recatado, dime por favor qué opinas sobre un regalo que debiera expresar semejantes características, para una mujer prometida. - Primero – Responde Vittoria – De recatada no tengo nada, soy decente, pero no recatada, que más bien es sinónimo de sosa, y segundo, no creo que haya regalo en el mundo que pueda expresar semejantes deseos que buscas, eso solo puede darse con actos, no con palabras ni con regalos, si casarse con esa dama no es suficiente demostración de amor, que me aspen, porque no conozco mejor modo de demostrar lo que pides. - ¡La boda Tiberio! – Recuerda Fabio - ¿Que todavía no hay fecha?, que estoy deseando beber vino a tus expensas, comer hasta que se me salte el ombligo de dentro hacia fuera, bailar y bailar con las damas invitadas, pero más que nada, ¡despertarme de resaca con una dama hermosa a mi lado! – Ríe. - Que delicado, hermano. - Los padres de Beatriz han ido a ver a los míos, no sé qué decidirán, pero por Dios te juro que voy a explotar como esto se alargue más. - No padezcas tanto Tiberio – Le consuela Vittoria – Ya verás como deciden pronto, una boda es complicada. - Pero yo no quiero complejidades, solo quiero ir a la iglesia y decir sí quiero. - ¡Qué prisas las tuyas! – Fabio ríe de nuevo. Pero Tiberio no, se ha quedado serio. - ¡¿Qué prisas? como para no tenerlas, ya estoy harto! – Maldice – Desde que esto empezó no he tenido más que problemas, primero Matilde, luego Moldavio, luego Arrigo, después Ivano, y ahora para colmo aquí como un lelo plantado de camino a mi casa. ¡Ya no aguanto más! Si es que parezco tonto aquí a expensas de todo el mundo, ¡siempre esperando!, tengo ganas de hacer

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caso a mi corazón y olvidarme ya de tanta parafernalia, esto es el acabose, ya no aguanto ni un segundo más. Y Tiberio arranca a andar en dirección contraria. - ¿Pero a dónde vas? – Le pregunta Fabio. - ¡A casa de Beatriz, y que se preparen todos, porque ya estoy más que harto de tanta espera! - Mi madre, que ímpetu tiene tu amigo, Fabio. - Yo también lo tendría si estuviera en su lugar. Hombre de energía como pocos que conozco, pero de gran corazón. Ya verás como todo le sale bien, o al menos, eso le deseo.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione. Por la parte de atrás, el balcón que da a la habitación de Beatriz.

Y la nodriza se asoma. - ¡Ya, ya!, ¿qué serán esos gritos y semejante escándalo? No se puede estar tranquilo ya, que se tumba una a descansar la siesta y la despiertan entre tantas voces en sobresalto. Que desperdicio, que perturbación – Ve a Tiberio - ¡Qué locura! - Nodriza – Dice Tiberio – Pronto, llamad a Beatriz, que venga, que venga. - ¿Pero es que has perdido el juicio? – Se espanta la nodriza – Chico, sé de buena tinta de tus locuras, pero no será por mi boca que le llegue la condena a mi buena niña por culpa de tus locas ideas ¿qué pretendes ahora? - Casarme ahora mismo quiero y si no la llamáis, andaré yo para encontrarla, os guste o no. - Pero qué loco, de remate os digo. Y aparece Beatriz. - ¿Qué es lo que pasa? – Pregunta a la nodriza - ¿A qué tanto escándalo y tantas voces?, se te oye desde dentro. - Maldita mi suerte. - ¡Beatriz! – La llama Tiberio. - Tiberio – Se sorprende Beatriz - ¿Pero qué haces aquí? – Y le sonríe. - He venido a buscarte, ya no puedo más. Estoy más que harto, cuando no es por una causa es por otra, cuando no hay un tema hay otro. ¡Ya no aguanto!, dime si te vienes conmigo. - A donde quieras – Beatriz ríe. - ¡Pero locuela ¿qué dices?! – Se espanta la nodriza. - A la iglesia ahora mismo quiero llevarte – Dice Tiberio – A casarnos ya mismo. Hablaré con el padre Alessio para que nos despose en cuanto lleguemos. - ¿Sin la familia? – Objeta la nodriza – Y sin amigos, ni tan siquiera testigos. Buena suerte os digo, muchachos descerebrados. - Es verdad – Dice Beatriz – Tú serás nuestro testigo. - ¡Yo!, no ni hablar. Que me culpen a mí de vuestros desdichados actos, no es mi idea. Sois jóvenes e impetuosos y yo lo comprendo, pero no paso por eso. He criado a tus tres hermanas y vi casarse a dos. - Mayor motivo para asistir – Dice Tiberio.

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¡Ah no, ni hablar! ¿Acaso querrás perderte mi boda? – Pregunta Beatriz. ¡Hay que par de locos! Eso ya lo has dicho – Beatriz ríe de nuevo – Anda Tiberio, ve a la puerta que ahora mismo salgo. - Volando y si Matilde no quiere, llamo a Fabio. Tiberio sale corriendo, la nodriza y Beatriz entran dentro. - Pero por Dios dime que no habláis en serio – Pide la nodriza – Tenéis que pensar en vuestras familias. Ay por todos los santos, que terrible desgracia, que desastre, que desdicha. - ¡Qué alegría! Beatriz sale, la nodriza se queda. - Pues yo no voy, me lo prohíbe la moral. - Pues yo sí – Beatriz sonríe desde la puerta – Me lo reclama el corazón.

IGLESIA de Mel·lina.

Tiberio patea por el altar de ida y vuelta, esperando a Beatriz, mientras Fabio se arregla, abrochando el chaleco. - Vaya con las prisas – Protesta Fabio – No creí que te refirieras a esto cuando te vi tan ajetreado esta mañana. Y para ya de andar, anda, que vas a hacer un agujero en el suelo tanto recorrerlo. El padre Alessio aparece. - Muy bien, muy bien – Se repasa las manos – Ya estamos aquí ¿el testigo? - Yo mismo – Responde Fabio. - El padrino… - El padre Alessio mira a su alrededor – Será el monaguillo, Domenico, bien, bien. Ponte hijo, ponte – Le dice – Y la novia…¡Ah sí!, está esperando, Domenico, ve a buscarla. - Sí padre. - Que nervios, no me aguanto – Confiesa Fabio. Y aparece Beatriz junto al monaguillo, yendo hacia el altar. Llegan y el monaguillo la suelta, Tiberio la toma de la mano, ambos sonrientes como dos soles que irradian luz. El padre Alessio se repasa la toga, abre la biblia y, con una lente en uno de sus ojos, comienza a leer.

CASA de los Capricci, hogar de la familia Magione.

Andando con aflicción, la nodriza de Beatriz avanza por el pasillo buscando a Giacomo, uno de los tres hermanos de Beatriz, pues ninguno de los otros dos está. Entra en su habitación. - ¡Ay Giacomo! – Le dice - ¡Corre, corre! Que tu hermana pequeña se dirige a la iglesia.

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Pero Matilde – Le dice el joven Giacomo - ¿Qué mal habrá en eso? ¡Que va a casarse! ¡Urra por ella! ¡No tonto! – La nodriza desespera – Ay por mi vida, por la de tu santa madre y por la de todo bicho viviente bajo este techo. ¡Óyeme Giacomo! y óyeme bien, que de la felicidad de tu hermana depende que me entiendas estas palabras. Has de ir a casa de los Carosso, que tu hermana se quiere casar con Tiberio sin consentimiento ni aviso a nadie, usando de testigo un amigo del mismo, para así poder mal casarse, sin que nadie más esté presente. - ¡¿Cómo?! – Se espanta Giacomo – Por Dios Matilde, ¿y cómo no me lo explicas así de clarito antes?, como un rayo voy ahora mismo a detener semejante encuentro, presto. Y coge su estoque, corriendo hacia la salida. La nodriza se agarra el pecho, respirando fuerte. - Por el espíritu santo y la virgen, que una no tiene salud para estos casos, es evidente, y es que el corazón no me galopaba tanto desde ya no recuerdo cuando. ¡Ay, a Dios pido que se solucione pronto todo!, ¿quién podría a mí decirme, que se casaba antes que su hermana mayor y que además lo hacía con tanto caos? Que desdicha la mía, pues bailar en su boda era uno de mis deseos más queridos. Esperar ya tan solo puedo, que si no espero, desesperaré.

CALLES de Mel·lina, por la plaza principal, camino de la Iglesia que queda a la vuelta.

Por la calle grande, que cruza la ciudad y conecta con la plaza principal, caminan tranquilos el matrimonio Carosso y el matrimonio Magione. Por una callejuela adyacente, corriendo como un rayo va Giacomo Magione, al encuentro de los enamorados en la iglesia, pero se detiene, ha visto a sus padres, así que corre a alcanzarlos. Los llama, se giran los cuatro con las voces y sorprendidos le reciben. - ¡Padre, madre! - ¿Qué ocurre? - ¿Qué pasa? - A la iglesia, a la iglesia voy corriendo – Giacomo respira agitado. - Y nosotros. - ¿Ya lo sabéis? - ¿Saber el qué? – Pregunta Julio – Pero hijo cálmate, nosotros vamos a la iglesia a hablar con el padre Alessio, a ver si nos puede decir sobre qué fecha le viene mejor oficiar la ceremonia de tu hermana querida. - ¡Ya mismo padre! – Dice Giacomo - ¡Entrad, entrad por Dios, que se están casando mientras hablamos! - ¡¿Casando?! – Se espanta Candela - ¡Ay Tiberio! Que desastre, ese ímpetu suyo que todo lo apresura. - ¿Y Beatriz qué? – Recuerda Marccela – Será que ella no ha tenido que aceptar para venirse con él. Tanto monta que monta tanto. - Vamos, vamos dentro – Dice Antonino.

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Andan todos apresurados hacia la iglesia, que ya no queda lejos. Mientras, el padre sigue con la ceremonia. - Y así fue como aquellos higos, representaron el símbolo de la unión en sagrado matrimonio – Lee con lentitud el padre Alessio. - Que largo es esto – Susurra Beatriz. - Más que un día sin pan – Coincide Tiberio. - No os quejéis – Reprende Fabio. - Hijos, hijos – Interrumpe el padre Alessio - ¿Es que pasa algo? - Pues pasa padre que la ceremonia se nos hace larga – Responde Tiberio. - Ya tubo que hablar – Protesta Fabio - ¿No querrás que se salte el discurso entero? - ¡Por Dios os pido que no os saltéis nada padre! – Grita Julio desde la entrada, acercándose. Se sorprenden los tres. - Bueno, bueno, como queráis – Dice el padre Alessio – Pero a ver si nos ponemos de acuerdo. Entran todos. - ¡Tiberio! - ¡Beatriz! - Debería encadenarte a la cama – Regaña Antonino. - Y yo debería encerrarte en tu cuarto – Regaña Julio. - Pero seguro que saldrías de casa arrastrando la cama y todo – Dice Candela. - Y seguro que para ti el balcón sería otra puerta – Dice Marccela. - Es la demanda de nuestro corazón – Explica Beatriz. - Ya no podíamos esperar más – Asegura Tiberio. - ¿Pero sigo o no sigo? – Pregunta el padre Alessio. - Muy bien, muy bien – Acepta Antonino – ¿No queréis esperar?, pues busquemos a todo el mundo y que la cosa continúe, que las prisas, si son de vuestros corazones, cosa mala no serán, ¡festejemos pues! - ¡Bravo! – Celebra Julio – Pues que la ceremonia siga. Giacomo hijo, ve en busca de todos, que vengan, avisa a los buenos hermanos y hermanas de Tiberio, que se vengan también. Padre Alessio, continúe usted, que para cuando haya llegado a los “sí quiero”, media Mel·lina estará ya aquí. Giacomo sale a buscar a todo el mundo, los padres toman asiento y la ceremonia continúa tranquila, mientras entre sorpresa y alegría van entrando el resto de familiares en la iglesia, hasta que los “sí quiero” llegan y por fin el matrimonio se sella con un beso. Venid, venid a celebrar, uníos a la gran fiesta que en honor de tan jubilosas bodas se da, pues hoy la Mel·lina triste ha dejado ya de serlo, hoy la Mel·lina triste se desvanece, para dejar paso al amor, a la risa y a la paz, hoy Mel·lina, ya no será triste nunca más.

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