Sobrevivir a la pérdida

llevárselo a vivir con ella a San Juan, cerca de las montañas y del río Jáchal, donde ha armado su vida. Es antropóloga y está obsesionada con la búsqueda de ...
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Viernes 1º de marzo de 2013 | adn cultura | 13

Mitchell, el traductor

El británico David Mitchell, autor de El atlas de las nubes, abandonó momentáneamente la narrativa. Por un lado, trabajó en el libreto Sunken Garden, ópera de Michel van der aa que se estrenará en abril de 2013. Por el otro, apareció una traducción que lleva su firma. lo curioso es que no se trata de una ficción: con la colabioración de su esposa Keiko Yoshida tradujo del japonés con el título the reason I jump , las memorias de un adolescente autista. “Él tiene 13 años –dice Mitchell– y es más escritor que yo.”

El ExtranjEro

lItEratura arGEntIna

Sobrevivir a la pérdida Con prosa trabajada, el argentino Gabriel Bellomo explora la precariedad del mundo afectivo y la posible recomposición de los lazos familiares dolf que nunca les ha caído bien, lo matan y Lennon concluye: “Al menos no murió solo, ¿verdad?”. En el original, “Christmas “se transforma en “Chrisbus” (literalmente el “ómnibus de Chris o de Cristo”). Ehrenhaus elige para su traducción usar “Vanidad” y los adornos del arbolito mutan en “abortos navideños”. Unas páginas más adelante “Jungle Jim” (Jim de la Selva) cambia a “Jumble Jim” (Confuso Jim) y en la versión castellana se convierte en “Jim de la Acelga”. Lo mismo ocurre con “Jack the Ripper” (Jack el Destripador) que se deforma en “Jack the Nipple” (Jack el Pezón) y halla su equivalente español en “Jack el Destetador”. “Yo tenía una especie de actitud de compositor profesional en relación con las canciones pop –rememoró Lennon en una entrevista de 1970–, pero para expre-

Casi medio siglo después, estos libros siguen planteando el mismo desafío a los lectores desprevenidos sar mis sentimientos personales escribía A Spaniard in the Works y In His Own Write.” La influencia de Bob Dylan lo impulsó a tratar de volcar sus propias emociones en los temas interpretados con los Beatles. La rabiosa letra de “I Am The Walrus”, como bien señala Jon Savage en el prólogo, es lo que más se acerca al estilo literario de estos dos libros. Ellos revelan el lado más iconoclasta de John, que apunta sus dardos satíricos contra la religión, la política, los medios de comunicación, el matrimonio burgués y todo lo que en esa época era considerado respetable o sagrado, al menos por la mayoría de las personas. “A ojos de Dior –predica el reverendo de “Yo soy creyente, pelo…”–, todos somos un manojo de plátanos, columpiándonos en la brisa…” En “No podemos olvidar las erecciones generales”, una ilustración muestra a una mujer desnuda arrodillada frente a un inodoro encima del cual un cartel dice: “Vote por Harold”, en referencia al político laborista británico Harold Wilson. Albert Goldman, en Las vidas de John Len-

non (1988), realizó una maliciosa interpretación freudiana de “Frank sin mosca” arguyendo que ese cuento reflejaba las frustraciones de la vida conyugal de su biografiado con Cynthia, su primera esposa. El breve relato narra cómo Frank asesina a su mujer, la mete en una bolsa y la lleva “a su dulce hogar” para devolvérsela a su madre. El humor negro también reina en “Una sorpresa para el pequeño Bobby” con un garfio como regalo de cumpleaños y en esta estrofa de “El periquito gordo”: “Hay gente que no estima/ a los pericos guapos/ y se los desayunan/ o entregan a su gato”. El bestiario lennonesco contiene, además, una vaca que da leche embotellada. Su talento para la parodia puede comprobarse en las imitaciones burlescas que ejecuta contra Blancanieves, Sherlock Holmes y La isla del tesoro. Los críticos hablaron mucho sobre las influencias literarias que creían vislumbrar en esas obras a las que emparentaron con la tradición británica del nonsense (sinsentido). La única influencia concreta que reconoció John fue la de Lewis Carroll. Intrigado por tanto alboroto, decidió explorar a Chaucer y a Edward Lear, pero no encontró ninguna semejanza. Incluso se atrevió con un capítulo de Finnegans Wake y “le pareció que lo conocía desde siempre”. Casi medio siglo después In His Own Write y A Spaniard in the Works siguen planteando el mismo desafío a los lectores desprevenidos, el mismo tómalo o déjalo sin medias tintas mercadotécnicas ni concesiones a la corrección política. En ellos conviven –en violenta armonía– lo refinado y lo grotesco, lo popular y lo vanguardista, como si esos textos obsesionados por subvertir el lenguaje fueran los incontrolables balbuceos de un idioma que hemos olvidado o que todavía no ha sido inventado del todo. C

Mapas Gabriel bellomo

Paradiso 224 páginas $ 86

Laura Cardona Para La nacion

E

scribir sobre la experiencia de la pérdida –de un ser querido, de la memoria, de la vista– o sobre el dolor extremo por la muerte de un hijo e indagar “cómo es seguir viviendo, cómo es la esperanza de hacerlo” sin transitar por caminos ya recorridos, sin rozar la sensiblería o el golpe bajo, es un riesgo. Pero las apuestas de Gabriel Bellomo son, en este sentido, riesgosas. En sus cuentos y novelas retorna a situaciones y lugares, incluso a los nombres de los personajes para dar una vuelta más alrededor de esas experiencias, para explorarlas desde perspectivas diferentes, intensas, intimistas. Mapas se estructura en torno a la relación distanciada de un padre y su hija, quienes, por el azar de la ceguera de él, vuelven a compartir una misma casa y tendrán una oportunidad para reconciliarse. Sin embargo, esto sucede menos a través de las acciones que de sus pensamientos, de las reflexiones, de los repasos de sus memorias. La infancia de Ana ha transcurrido en la más absoluta soledad: su madre siempre enferma, encerrada en el dormitorio por una dolencia que no se nombra, y su padre, fotógrafo, siempre de viaje, encerrado a su vez en su universo privado. Ana creció así cuidada por Maruca, una mujer incondicional y muy religiosa, con el temor de que su padre no regresara, con la amenaza de la orfandad definitiva una vez muerta su madre. Treinta años más tarde –la trama oscila entre dos tiempos: 2003 y 1973–, cuando el padre comienza a quedarse ciego, Ana decide llevárselo a vivir con ella a San Juan, cerca de las montañas y del río Jáchal, donde ha armado

su vida. Es antropóloga y está obsesionada con la búsqueda de la momia de una niña huarpe sacrificada trescientos años atrás, dato que ha leído en un manuscrito hallado en el sótano del museo donde trabaja. El texto, mezcla de bitácora, ensayo y diario personal, perteneció a Brenda Connery, una antropóloga venida desde el desierto de Arizona a comienzos de la década de 1970 que desapareció en las montañas y nunca más se supo de ella. El mundo de Ana se completa con su novio Esteban, el guardaparque, y un viejo indio huarpe, el carpintero Juan. Los personajes de Mapas son sobrevivientes. Todos, sin excepción, han sobrevivido al dolor de la pérdida de algún ser querido. Atrapados en un hálito de orfandad, se relacionan desde una zona debilitada, arrasada y construyen precariamente su mundo afectivo en torno a un vacío fundante que no les permite entregarse con plenitud a los afectos. Se aíslan, pues “el dolor vuelto hacia adentro los hace enmudecer”. Montan espacios propios en los que intentan desplegar sus deseos, sus añoranzas, sus búsquedas o que, de otro modo, les sirven para soportar la vida, como escape del presente. El padre de Ana lo tendrá con sus viajes y sus exposiciones de fotografía; Esteban, en la escucha nocturna del radio transmisor, para constatar su teoría infantil de que las voces viajan en el tiempo (entonces él podría escuchar las voces y risas de sus muertos: su esposa y su pequeño hijo); Ana, atrapada en el mundo de Brenda y la busca de la niña huarpe; Maruca, en su fe religiosa. La necesidad de comprender, de evaluar la magnitud del daño ejercido, de reconciliarse con el otro, va trazando un mapa narrativo hecho de voces y de memoria, de tierra y de pasado. Si las fotos del padre son un mapa del desasosiego, las vidas de los personajes constituyen territorios de esa memoria geográfica construida desde la pérdida. “¿Qué otra evidencia hay del hombre en esta tierra que la de su muerte?” Bellomo nos ofrece una historia sensible, conmovedora, de personajes difícilmente olvidables. Y lo hace con una prosa trabajada, exquisita, ajustada a la sabiduría de lo incierto, a la atmósfera de lo amenazador, de la muerte, pero sobre todo, al venteado centelleo de la vida. “Lo difícil para todos es vivir, tener un propósito para vivir, y perseverar en ese propósito.” C