Siempre se esconde un secreto en una narración

–En sus discusiones, los miembros del. Club Sub Rosa hablan de dos jardines ideales: el edénico, creado como una con- tinuación de la naturaleza salvaje, ...
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14 | ADN CULTURA | Viernes 2 de agosto de 2013

“Siempre se esconde un secreto en una narración” El regreso de Sigmundo Salvatrio. Crímenes y jardines, la nueva novela de Pablo De Santis, es la continuación de El enigma de París, libro con el que el autor ganó el premio PlanetaCasamérica 2007. En esta oportunidad, el joven detective que protagoniza ambas historias deberá resolver una serie de asesinatos inspirados en la mitología griega Martín Lojo | la nacion

A

l finalizar El enigma de París, novela con la que Pablo De Santis ganó el Premio Planeta-Casamérica 2007, el joven detective Sigmundo Salvatrio regresaba a Buenos Aires luego de haber resuelto los crímenes de la Exposición Universal de 1889, y obtener un lugar entre Los Doce Detectives, la organización que reúne a los más importantes investigadores del mundo. Luego de tal consagración, era impensable que la posibilidad de ver al personaje en un nuevo caso no sedujese tanto al autor como a sus lectores. De Santis confirma su amor por las series policiales con Crímenes y jardines (Planeta), su nueva novela, en la que, luego de la muerte de su mentor, Renato Craig, Salvatrio enfrenta su primer caso en solitario. En esta entrega, tan oscura como la primera, el detective debe descubrir al asesino de Isidoro Rainer, un anticuario que apareció golpeado y maniatado en el fondo de un estanque, junto con una pequeña estatuilla de mármol que representa a Orfeo. Los crímenes que siguen, cada uno firmado con su correspondiente mito griego, involucran a los miembros del Club Sub Rosa, un grupo ocultista de aficionados a la creación imaginaria de jardines. Con el correr de las páginas la sospecha recaerá sobre el cazador Ignacio Clemm, el psiquiatra Máximo Rank, el poeta y periodista Jerónimo Seguí y el “señor de la sal”, el empresario Baltazar Dux Olaya. O sobre Irene, la hija de Olaya y musa de la sociedad secreta, una joven víctima de la locura que fascina al grupo con sus visiones precisas y terroríficas de la ciudad perdida de la Atlántida y su población de tritones y sirenas. –Comencé el argumento de Crímenes y jardines apenas se publicó El enigma de París. En algún momento me quedé paralizado. Incluso llegué a terminar otra novela con el detective Salvatrio, que todavía no corregí. Pero ésta era cronológicamente anterior, así que finalmente, con bastante trabajo, logré terminarla. –¿Cuáles fueron las primeras ideas? –En una novela, más que la historia en sí, importa el ambiente, el mundo simbólico en el que se sitúa. Me atraía esta sociedad de aficionados a la jardinería teórica. La idea de que un jardín tenga cierta simbología escondida me permitía crear teorías inventadas por cada personaje para enriquecerlos. Por supuesto, no me lo tomo en serio y siempre hay humor

en esas construcciones imaginarias. Yo no tengo mucho registro de las plantas, igual que ellos, que se dedican a imaginar pero son incapaces de regar un malvón. Me gusta el jardín porque es un mundo acotado. Una novela también crea un mundo tan cerrado como sea posible. –En sus discusiones, los miembros del Club Sub Rosa hablan de dos jardines ideales: el edénico, creado como una continuación de la naturaleza salvaje, y el de la Atlántida, un ideal plátonico y artificial. ¿Cómo aparecieron esos modelos? –Son las tendencias entre los constructores históricos de jardines. Leí mucho sobre el tema, aunque en la novela haya hecho mi propia interpretación. Había dos corrientes bastante definidas: el jardín artificial que somete la naturaleza a la geometría, como los de Versalles, por ejemplo, y el jardín inglés, un poco más salvaje. Me gusta mucho un texto de El libro del té, del japonés Okakura Kakuzo. Uno de estos maestros filósofos del té le dice a su hijo que ordene el jardín. El hijo barre las hojas con cuidado y frota las lámparas para que quede impecable. Pero el padre le dice que no es suficiente. El chico repite el procedimiento con más cuidado, pero vuelve a ser reprendido. Luego de intentarlo por tercera vez, el padre sacude un arbusto para que caigan algunas hojas sobre los escalones de piedra y dice: “Así se ordena un jardín”. Hay un elemento inesperado y azaroso en la naturaleza no domesticada que debe permanecer. Es una buena descripción del modo en que funciona la corrección literaria. Uno revisa el texto para que quede lo más limpio posible, pero a veces se necesita cierta distracción en el estilo para que esté vivo. –¿Aun en el policial que, se supone, debe funcionar como una máquina perfecta? –Uno siempre se enamora de la dificultad. Elijo el policial porque es lo que no debería hacer. Me distraigo fácil, y el policial necesita una atención muy precisa. Me cuesta no equivocarme con los detalles. En otra novela, un error pasa inadvertido, en este género no. Pero bueno, trabajo mucho y me gusta corregir. –Tanto El enigma de París como Crímenes y jardines transcurren a fines del siglo XIX, lo que le obligó a hacer investigaciones históricas. ¿Cómo las resolvió? –Leo un poco al principio y construyo el argu-

“Hago una investigación más profunda cuando tengo la novela armada. Me sirve para corregir” “Leon Edel dice que hay un momento en que uno empieza a sentir que se hunde entre papeles”

mento con algunas nociones generales. Después hago una investigación más profunda cuando tengo la novela armada. Me sirve para corregir más que como punto de partida, si no, me paraliza. Leon Edel, que escribió la biografía de Henry James, dice que hay un momento en que uno empieza a sentir que se hunde entre papeles, parece que el infinito de una vida lo aplasta. En el momento de la escritura es mejor estar lo más libre posible. En este caso, uno de los textos que me sirvió fueron los escritos de Carlos Thays. Me inspiré en ellos para las teorías de los personajes, pero las imaginé por completo. Los modelos del jardín edénico y el jardín de la Atlántida son pura invención mía, los constructores de jardines tienen un lenguaje técnico mucho más riguroso. –Las discusiones de la sociedad secreta pasan de los jardines a la ciudad de la Atlántida, a partir de las visiones enajenadas de Irene Olaya, que finalmente va a ser una figura central de los crímenes en la novela. ¿Cómo surgió ese personaje? –Me gustaba el tema de la iluminada, la visionaria, una especie de escritora oral que inventa un mundo inhumano y un poco terrible que es la Atlántida. Mi esposa, Ivana Costa, enseña la filosofía de Platón en la Universidad, así que en casa hay muchos libros viejos y raros sobre la Atlántida. La isla hundida es una idea que, se sabe, inventó Platón en el Timeo y el Critias. Es una completa ficción, pero siguió teniendo resonancia como si hubiese existido. Hay una voluntad de encontrar atlántidas, secretos y cosas escondidas, que nos lleva a fascinarnos con estos enigmas. Por eso construí esta teoría de que la Atlántida no está en el fondo del mar sino en la memoria de la especie, los hombres

la llevamos en nuestro inconsciente. –En El enigma de París, las sociedades herméticas rechazan la construcción de la Torre Eiffel. En esta novela el Club Sub Rosa intenta disputarle a Carlos Thays el diseño de los jardines de Buenos Aires. Se repite en ambos casos la aparición de sociedades secretas que confrontan la racionalidad científica con su visión ocultista y se oponen a la modernización. –Siempre me gustó el mundo del ocultismo en las novelas. Cuando tenía poco más de veinte años, trabajaba en la revista Radiolandia. Ahí me cruzaba con Enrique Sdrech, el periodista de policiales, que escribía sobre ocultismo. En una época sin Internet, en que era muy difícil comunicarse telefónicamente con una redacción, la gente lo venía a ver personalmente: astrólogos, especialistas en pirámides, adivinos. Me divertía mucho ese mundo, muy parecido al de los novelistas. Los especialistas en lo oculto relacionan el macrocosmos con el microcosmos, un poco como ocurre en una novela. En la literatura siempre hay una relación directa entre lo particular y el cosmos, como cuando en las tragedias de Shakespeare los momentos de crisis de los personajes coinciden con grandes tempestades. En estas novelas siempre hay un dejo romántico. Tengo cierta simpatía por estos personajes un poco absurdos. Me representan más que los que saben hacer bien las cosas. Están siempre en busca de que aparezca el sentido y no los satisface la cuestión técnica, intentan que el mundo se amolde a sus teorías. En el género policial, a pesar de que se ponga la razón en primer lugar, hay una insatisfacción que despierta un pathos romántico. Como el Teniente Columbo, siempre se trata de un héroe solitario que trata de descubrir la verdad. –En esta novela hay un segundo detective, Juan Troy, que ve algunas de las claves que Sigmundo Salvatrio no puede ver. ¿Por qué apareció este álter ego más astuto? –Es una especie de doble y guía de Salvatrio. Un personaje que permite que el protagonista no sea demasiado hábil. Troy entra en la serie de los detectives que están un poco locos, mientras que Salvatrio es una especie de doctor Watson, que tiene más sentido común. En la historia de los detectives clásicos hay