Atlas secreto de una alegoría

sólo estéticos. Es lo que sucede con algunos calificativos que Marechal prodigó a su álter ego, Adán. En el manuscrito éste es llamado. “literato de miércoles”.
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Viernes 23 de agosto de 2013 | adn cultura | 9

Atlas secreto de una alegoría Sesenta y dos fichas todavía inéditas, que incluyen bocetos que no fueron incorporados en la redacción final, dejan vislumbrar la trastienda más íntima del Adán Buenosayres inserción sólo serviría para impedir la lectura de la novela. Se optó por una selección radical de aquellas más importantes que revelaran, o bien significados desechados por el autor, o bien correcciones estilísticas de cierto calado. Otro de los aportes está en el señalamiento de todos los comentarios del autor en el manuscrito, que aportan información suplementaria al texto. Varias “claves” residen en ellos: caricaturas de políticos, periodistas, poetas, cantantes de tango o historiadores de la época retratados de forma humorística. Muchas de estas atribuciones nunca se habían registrado hasta ahora. Marechal era extraordinariamente minucioso en la labor de escritura. Por testimonios orales (entre otros, el de Elsa Ardissono, sobrina del escritor) sabemos que pasaba en limpio cada capítulo varias veces hasta llegar a la copia definitiva. Esto acaso pueda explicar el estado ultracorregido del material. Se han seleccionado como notas aquellas variantes del manuscrito que parecían muy pertinentes para conocer las elecciones y las supresiones que Marechal imprimía a sus obras. A menudo las opciones responden a reemplazos que siguen una determinada orientación estética y, en definitiva, a la alta exigencia que se imponía el autor. Otras variantes obedecieron a motivos no sólo estéticos. Es lo que sucede con algunos calificativos que Marechal prodigó a su álter ego, Adán. En el manuscrito éste es llamado “literato de miércoles”. Pero en la versión final la expresión se suaviza, ya que es sólo “un literato”. Ciertas eliminaciones se explicarían por no dar detalles acaso indiscretos (los nombres propios de antiguos amores suprimidos aquí y allá) o por alguna razón más interesante para la interpretación de la obra. Es el caso de las frases desaparecidas en la última página de la novela. Los lectores de Adán Buenosayres saben que allí aparece una figura misteriosa y ridícula: el Paleogogo. Si leemos el manuscrito, vemos que el monstruo se hace equivaler a Satanás, lo que subrayaría explícitamente el mensaje religioso del texto. Sin embargo, al eliminar esta referencia desde la primera edición, Marechal abriría su simbología hacia una visión más difusa, sin cerrarse al mismo tiempo a la posibilidad de que se leyera de acuerdo con su plan primitivo. Esta última variante redondea el núcleo significante de Adán Buenosayres, obra inquieta y sugerente, rebelde a cualquier interpretación simple y reduccionista. C

Marisa Martínez Pérsico para la nacion

L

a literatura argentina del siglo pasado ha sido próspera en novelas cuya singularidad le ha valido denominaciones exclusivas. “Novelas con prefijo”, relatos infractores de las convenciones del género que precisan designaciones a medida. Rayuela (1963) fue bautizada como “antinovela” o “contranovela” por su novedosa gestión del espacio narrativo y sus intrépidas piruetas de lenguaje. “Protonovela”, “prenovela”, “no-novela” fueron tentativas para abordar ese audaz experimento de Macedonio Fernández que se llamó Museo de la Novela de la Eterna (1967), un rosario de prólogos a una novela prometida pero nunca escrita. A la luz de recientes hallazgos de manuscritos de Leopoldo Marechal –exhumaciones aún inacabadas– Adán Buenosayres (1948) se afirma en su carácter de relato extraordinario: “paranovela” amplificada por nuevos universos narrativos aportados por variantes, anotaciones y otros textos encontrados en archivos y bibliotecas que enriquecen su hermenéutica proveyendo claves de lectura. Estos materiales que viven a la sombra del texto definitivo –la paranovela, es decir, las notas al margen de, junto a o contra la novela final– nos revelan un proyecto ambicioso que no cesa de interpelar a sus lectores. Recientemente Corregidor publicó una edición crítica de Adán Buenosayres, a cargo de Javier de Navascués, de la Universidad de Navarra. ¿En qué se diferencia esta edición de sus precursoras? Nada menos que en las más de 1200 notas explicativas y en el manejo de buena parte del manuscrito recuperado, que abarca el estudio de diez cuadernos, lo que significa haber ampliado el corpus de tres cuadernos conocidos a otros siete jamás cotejados con anterioridad. 62 modelos para armar En el año 2009 llegaron a mis manos 62 fichas manuscritas con nuevas apostillas. Me las ofreció María de los Ángeles Marechal, primogénita del escritor, quien logró fotocopiarlas durante una laboriosa travesía a Rosario, en cuya universidad se aloja la que fue biblioteca de su padre. Realizó el viaje junto con el profesor canadiense Norman Cheadle, interesado en indagar posibles huellas lectoras esparcidas en la edición francesa del Ulises de Joyce, traducida por Monnier y Fourcade, cuando ambos se toparon con estas glosas inesperadas y fuera de catálogo. Marisa Martínez Pérsico es doctora en Filología hispánica e hispanoamericana por la Universidad de Salamanca.

¿Qué universo conforman estos bocetos no incluidos o integrados con variantes? Las “periferias textuales” compuestas durante el proceso de fijación de la novela nos permiten vislumbrar la trastienda de la producción, obtener información adicional, reconstruir el proceso creativo, indagar constelaciones temáticas y conjeturar motivos para las supresiones. Este material, sin numerar, se podría clasificar en seis categorías: a) Variantes de episodios publicados (8 fichas); b) Alusiones al mundo aborigen (5 fichas); c) Dichos, refranes, máximas, trabalenguas, adivinanzas, jerigonzas, versos de conjuro, fábulas, leyendas tradicionales o inventadas (19 fichas); d) Alusiones musicales (11 fichas); e) Inventarios de palabras (17 fichas); f) Material de dudosa clasificación (2 fichas). El escritor volcó sus notas en tarjetas idénticas, de alrededor de 10 centímetros por 15, donde trazó líneas maestras de su novela en una instancia de reelaboración tardía. Transgresión El grueso del corpus pretextual revela a un Marechal interesado en preservar la tradición oral. Plasma por escrito un reservorio de canciones –populares o inventadas–, tonadillas infantiles (como la de la vieja picotueja de Pomporerá) o frases cristalizadas del habla coloquial rioplatense (“saquito de cagar parado”, “fuerte olor a bronca”, “cajetilla de mala muerte”). Algunas fueron incorporadas a la textura de la novela. Entre las adivinanzas y coplas excluidas abundan dobles sentidos eróticos, notas transgresoras en tono de cachada que algunos juzgarían malsonantes (en 1948 González Lanuza, desde Sur, vituperó el “lenguaje coprológico” que Marechal usaba para escandalizar al lector): Fui al mercado – compré una moza – le alcé las polleras – y le toqué la cosa (coliflor) ¿Ande han visto un moribundo con el cigarro en la boca preguntándole a las almas si en el cielo venden coca?

En los años veinte un Marechal vanguardista escribía poemas de asociaciones insólitas, de inspiración ultraísta-creacionista; en los cuarenta preserva la tradición. Los dichos y refranes presentes en la novela y en numerosos bocetos podrían ser leídos como uno de los tantos homenajes que practica con el martinfierrismo. Recordemos que Borges y su primo Guillermo Juan ejercitaron una ingeniosa inversión paródica de proverbios para contradecir su aparente sabiduría generalizadora; en Martín Fierro n° 42 (1927) dirán que “A buen hambre no hay pan duro, pero no conviene alimentarse exclusivamente de postes de ñandubay, vigas de resistencia...”, “Agua que no has de beber déjala correr, pero no hasta el punto de

inundar la casa...” o “El amor es ciego, pero no hasta el punto de casarse con una draga”. Las fábulas ocupan un espacio destacado, dentro y fuera de la novela. En el Libro Séptimo, el astrólogo Schultze cuenta las del zorro y la oveja, la garrapata y el surí, el sembrador, el tigre y el zorro. De esta última hay un boceto integrado con variaciones, mientras que “la leyenda de la luna” y “la del cuervo calvo” no son incorporadas. Y en las fichas se respetan las marcas de oralidad rural que en la novela serán normativizadas: el criollista Arturo Del Solar se comunica con giros gauchescos, pero “miando” pasará a “meando” y “güeyes” a “bueyes”. La caída de la “d” o el apócope de “para” también se conservan en las glosas: En un rajao/ lo meto duro/ y sale mojao (el freno) Andando por los caminos/ me decía un elefante:/ yo no entiendo logaritmos/ ni pa’tras ni pa’delante

Lo aborigen silenciado En “El origen y lo aborigen en la narrativa de Leopoldo Marechal”, María Rosa Lojo se pregunta por qué la aparición de los habitantes originarios en la novela es tan exigua. Surge durante la gesta a Saavedra bajo la forma de un cacique ranquel inspirado en las apostillas de Lucio V. Mansilla, construido “sobre el patrón de imágenes cristalizadas” (el salvaje desnudo). Este vacío reforzaría la hipótesis del aborigen “como reliquia, relicto o fósil” situado en la prehistoria de la vida nacional. A contracorriente de su presencia acotada en la novela, cinco fichas aluden al universo precolombino. Una de ellas bosqueja una leyenda cosmogónica toba donde se explica el origen del fuego: Los indios no tenían fuego en que cocer sus alimentos. El carancho (cañagadí en toba) compadecido se ofrece para ir a buscarlo a un pueblo donde unas viejas palomas lo usan. La iguana (kaliguisak) se opone a la idea [...]. El carancho, en un descuido, roba el mejor tizón [...] y lo entrega a los indígenas, que desde entonces lo usan.

Existen variantes de este mito prometeico en distintos pueblos autóctonos que vinculan el fuego con la acción de un ave (los jíbaros y el “quinde” en Ecuador, la leyenda teogónica guaraní sobre los pájaros “urubúes”). Otra ficha presenta una leyenda que reelabora un mitologema de la cultura maya quiché: la creación de los hombres de maíz presente en el Popol Vuh. En otras tres tarjetas Marechal resalta la musicalidad de la lengua quichua y reproduce cantos, curiosidades, coplas y frases en versión bilingüe. La ausencia del aborigen en la novela definitiva se colma de la presencia de argentinos Continúa en la página 10