Viernes 30 de agosto de 2013 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Semana de homenajes La originalidad de un religioso y hombre de letras fue evocada con sensibilidad por diversos intelectuales y por el papa Francisco, que hizo llegar un sencillo mensaje Hugo Beccacece | para la nacion
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onseñor Eugenio Guasta fue un hombre de Iglesia y también un hombre de letras. Esas dos vertientes de su vida se hicieron evidentes en el homenaje que le ofrecieron la Fundación Sur y la Fundación La Nación en el Museo Mitre. Un mensaje de adhesión del papa Francisco, leído por Julio Saguier, destacó el bien que Guasta le había hecho a la Iglesia. Juan Javier Negri, presidente de la Fundación Sur, anunció que para perpetuar la memoria del intelectual y sacerdote se va a crear un ciclo de conferencias Eugenio Guasta; en la primera de ellas, el 24 de septiembre, hablará Carlos Pagni. La disertación se ofrecerá en el Museo Mitre, cedido por su directora, María Gowland quien fue la encargada de abrir la serie de discursos. Uno de los primeros en hablar, después de la bienvenida de María Gowland y de Norberto Frigerio, fue el artista Blas Castagna, al que Guasta le encargó la decoración del altar mayor de la basílica de La Merced. Según contó Castagna, a medida que trabajaba en esa obra se produjo en él una conversión. Natalio Botana se refirió al valor de Guasta como escritor. Eugenio, como todos lo llamaban, fue uno de los miembros del grupo Sur y llegó a ser muy amigo de Victoria Ocampo. Ella, al final de su vida, le confió sus papeles. Botana, que escribió el prólogo de dos libros de Guasta (Cuadernos de Tarsis y la Correspondencia María Rosa Oliver-Eugenio Guasta), señaló de qué modo el sacerdote había defendido a rajatabla la autonomía de la cultura respecto de cualquier tipo de censura o intervención. Ruth Corcuera conoció a Guasta durante la restauración de La Merced. Contó que le acercó antiguas casullas y cerámicas. En cierto período, él, apasionado por la belleza de esas piezas, pensó en crear un museo litúrgico, pero la crisis económica y social del país lo llevó a resignar ese proyecto para organizar un comedor destinado a los pobres de la parroquia. El sacerdote Fernando Ortega dijo que Guasta tenía un “don icónico” que lo llevaba a ver lo infinito en lo finito, lo divino en lo
cotidiano. Por su parte, José María PoirierLalanne resaltó la originalidad de Guasta en su concepción de la literatura como arte y en los lazos que tejía entre las letras, la pintura y la música. Esa originalidad también era visible en su condición de sacerdote que no mostraba ningún rasgo clerical, a la manera de Pablo VI. El arquitecto Eduardo Ellis y el párroco de La Merced trabajaron juntos en transformar un sótano abandonado de la basílica en un hermoso oratorio. Ellis dijo que su amigo le enseñó a descubrir la unidad en la diversidad, el sentido en el caos del mundo. Juan Carlos Cassagne destacó uno de los rasgos que distinguía a Guasta de muchos religiosos: lo querían los creyentes y los no creyentes. María Garciarena de Saguier, presidenta de la Fundación El Arca, conoció a Guasta en los últimos diez años de vida del sacerdote. Poco después de su matrimonio (en La Merced), María Garciarena y su esposo, Julio Saguier, empezaron a almorzar periódicamente con él. Entre los tres nació una intimidad en la que no faltaba el humor; tampoco el recuerdo de la madre del obispo que éste recordaba con dulzura. El mensaje del papa Francisco sobre el acto contenía una frase sencilla, a manera de puente tendido más allá del espacio y del tiempo: “Así como él (Eugenio Guasta) estará presente desde el cielo; yo lo estaré desde Roma”. Los amigos de María Esther de Miguel se reunieron, a diez años de su muerte, en un acto organizado por la Biblioteca de Mujeres, dirigida por Aída Torres Vera, y la Fundación Victoria Ocampo, presidida por María Esther Vázquez. Uno de los momentos más conmovedores fue la proyección de una entrevista televisiva que Cristina Mucci le hizo a la autora de Las batallas de Belgrano hacia el final de la vida de la escritora. Los ojos celestes, clarísimos y brillantes, de María Esther iluminaban la pantalla. Nino Ramella se ocupó de dialogar con las numerosas amistades que la evocaron. Antonio Requeni la conoció en la década de 1950 en la época en que ella
“Era un ángel, si quería; pero como enemiga sabía ser terrible”, dijo de ella su amiga María Sáenz Quesada María esther de Miguel novEliSta
Supo defender a rajatabla la autonomía de la cultura respecto de cualquier tipo de censura o intervención eugenio guasta SacErdotE
todavía era una religiosa paulina. En esos años, había creado una suerte de tertulia literaria visitada por figuras como Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y José Donoso. María Esther recibía con hábito talar y su trato era austero pero muy amable. A principios de 1960, se fue a Italia con una beca. Al regreso, Requeni la fue a buscar a Ezeiza y la vio descender del avión con falda corta y medias de red. La consagración a la vida religiosa había terminado. Araceli Otamendi, por su parte, evocó las reuniones literarias y políticas que María Esther convocaba y presidía los sábados en La Biela. Julio Crespo se encontró con De Miguel cuando ella era bibliotecaria en la obra del cardenal Ferrari. Él era un adolescente interesado por los libros de François Mauriac y de Georges Bernanos, que retiraba en préstamo de la biblioteca. Se puso a hablar con la religiosa y se dio cuenta de que era una fina lectora. Se hicieron amigos. Con el tiempo, María Esther pasó de colaborar en la revista Señales a dirigirla: la convirtió en una revista literaria. Crespo señaló que la vida religiosa fue una etapa en el desarrollo de María Esther cuya verdadera vocación era la de escritora. Por último citó una frase notable de ella: “Si no puedes ser una estrella en el cielo, sé una lámpara en tu casa”. Cristina Piña y María Sáenz Quesada ahondaron su relación con María Esther, cuando las tres militaron alrededor de la candidatura a la presidencia de Raúl Alfonsín. Sáenz Quesada le habló de Juanita Sosa, un personaje que le inspiró a De Miguel su obra de mayor éxito: La amante del Restaurador, que dio comienzo al auge de la novela histórica en la Argentina. Todos los retratos coincidieron en destacar la generosidad, la entrega al prójimo y a la acción social que desplegaba la autora, pero tampoco dejaron de mencionar la cólera que le producían las cosas mal hechas y la fama dañina de los figurones. “Era un ángel, si quería; pero como enemiga sabía ser terrible”, dijo Sáenz Quesada. Por último, Ana Padovani leyó uno de los cuentos de De Miguel. C