Se situó frente al espejo, intentando imaginarse a sí mismo como ...

Tampoco su negrísima y rizada melena hasta la cintura estaba causando tanta conmoción. Era su cara. No recordaba haber visto una cara así ni en sueños.
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CAPITULO 1

Se situó frente al espejo, intentando imaginarse a sí mismo como mero espectador. “No está mal”, pensó, “supongo que con esto bastará”.

Después de todo, no se trataba de ningún concurso de belleza. Aquello tenía que ver con actuar. ¿Y qué experiencia reunía él en ese campo? Un par de funciones escolares, como mucho. El anuncio, insertado en letras pequeñas en un periódico gratuito, tal vez ni iría en serio. “¿Qué tendré que hacer exactamente?”, siguió preguntándose, mientras analizaba cada parte

de su anatomía como si la viera por vez primera. Claro que sabía de qué se trataba: invertir miles de horas frente a una pantalla desde la adolescencia le da a cualquiera una idea acertada de un empleo así. Pero el nerviosismo le hacía dudar hasta de su propio nombre. La fecha del casting se aproximaba y el nudo en su estómago se hacía más apretado. ¡Cómo envidiaba la naturalidad de aquellos actores! Parecían nacidos para hacerlo. Ya solo se fijaba en la parte masculina del reparto, comparando sus cuerpos con el suyo, incluso ensayando frases y expresiones delante de su cámara digital… No pudo evitar una risotada nerviosa al recordar todo esto, mientras seguía examinando cada centímetro de su piel. Con ayuda de otro espejo más pequeño se miró la espalda. Observó satisfecho su bien proporcionado cuerpo, sintiendo aumentar la confianza en sus posibilidades. Sí, de manera definitiva: sería capaz. Y no tenía otra alternativa. Le parecía el último recurso. Si decides malgastar tu vida dedicándote al arte, olvídate de los ingresos fijos. No lograba recordar cuándo había vendido un maldito cuadro por última vez. Para colmo, ni siquiera pudo retener a Elena. La echaba de menos a ratos, sobre todo ahora que las noches eran tan largas y frías. Puro egoísmo, cierto, pero, ¿acaso ella no se había comportado de la misma manera? Había admitido que aquel idiota no era mejor que él, pero estaba harta de pasar hambre a su lado. Y, para ser honestos, Raúl también estaba harto. Siempre la misma rutina. Rompiendo el tópico, fue quien empezó a fingir dolores de cabeza. Era un peso quitado de encima, ahora que recapacitaba sobre ello. Un relámpago de especial luminosidad le recordó que cortarían la luz si no pagaba a tiempo la factura. Tenía que decidirse de una vez. “No es el momento de ser tímido”, decidió al fin, mientras se metía en la cama, dispuesto a

pasar otra noche en blanco.

El acceso al edificio se encontraba tan escondido como el anuncio del periódico. Entró casi a hurtadillas, sin apenas creer en lo que se estaba metiendo. Su sensación de irrealidad aumentó al llegar a una especie de sala de espera llena de hombres de aspecto variopinto, aunque destacaba una mayoría con idéntico look: corte de pelo a la moda, tatuajes asomando por debajo de ajustadas camisetas, al menos un piercing visible… No tuvo ocasión de fijarse con detenimiento, aquella chica le estaba extendiendo una especie de formulario. —Cuando lo rellenes, entrégalo junto con lo demás que te pedimos.

Raúl no tenía ni idea de cómo funcionaban esas cosas y no podía compararlo con ninguna experiencia anterior; lo más parecido que pudo encontrar en su cerebro fueron las esperas antes de las sesiones con el dentista. Ya sabía por el anuncio que el casting era masculino en exclusiva. Con la sensación de ser el chico nuevo el primer día de clase, se dirigió a tomar asiento entre el grupo de hombres, cualquiera de ellos, en apariencia, más tranquilo que él. Se sentó cerca de una puerta pintada de rojo y trató de sonreír de manera despreocupada al individuo de su derecha. —Hola —dijo este—, acaban de leer nuestros nombres hace un momento. —¿En serio? –respondió Raúl—. Joder, no encontraba el lugar y el tráfico era… —Dejó de

hablar en cuanto se percató de reojo de la expresión burlona de su compañero. —Era broma tío, ja ja. Relájate…

El tipo bromista no dejaba de observarlo, como si él llevase escrito en la frente que era un completo novato. Intentando disimular su desastroso estado de nervios, siguió hablando con un tono que, esperaba, sonara indiferente. —Bueno, el caso es que acabo de recoger los resultados de la prueba del SIDA hace un rato

—añadió, mostrándole el sobre que llevaba en la mano— y creí que llegaría tarde. —Ya, ¿y qué? Hay un montón de castings todos los días, ¿no?

Raúl no respondió; su comportamiento demostraba con toda claridad que no conocía ni ese ni ningún otro dato relacionado con el negocio. Pero no se permitiría a sí mismo que se le notara; si había algún rasgo de su personalidad del que se sintiera por completo satisfecho, ese era su amor propio. Solo por dignidad había rechazado dejar la ciudad para volver a refugiarse en la comodidad del hogar paterno en su pequeño pueblo. Se preguntaba hasta dónde le arrastraría el afán de arreglárselas por sí mismo.

Rellenó el formulario en dos minutos. No pedían demasiados datos: información personal y experiencia previa, si era el caso. Dejó el papel y el sobre encima de una mesa donde se veían apilados los demás y volvió a sentarse. Todo lo concerniente a aquel asunto, desde el anuncio hasta esa habitación, parecía algo amateur, nada de superproducciones. Buscaban actores para películas de adultos y tan solo pedían una fotografía y un certificado de buena salud, con especial hincapié en estar limpio de enfermedades de transmisión sexual. No tenía ni idea del resto de condiciones, tipo de contrato, sueldo y otros detalles. “Bueno, pues aquí me enteraré de todo”, pensó, mientras sacaba el móvil y, de manera

inconsciente, comprobaba que no había recibido mensajes de Elena. La puerta roja se abrió y la misma chica de antes apareció con una hoja de papel en la mano. Agitándola en el aire, como para llamar la atención del grupo, dijo que debían entrar siguiendo el orden de la lista. Pinchó el folio en un trozo de corcho colgado en la pared y se giró hacia la puerta. La voz del vecino de Raúl la retuvo un instante más. —¿No hay guión? —No —respondió con tono rutinario—, tendréis que improvisar esta vez.

Algunos sonrieron con socarronería ante sus palabras; otros parecían sorprendidos; Raúl sintió simple y puro pánico pero, al captar la expresión de los ojos de su compañero, forzó también una sonrisa, intentando calmarse. "No debo preocuparme; esto será siempre igual, estas cosas tienen poca variación… No creo que esperen nada del otro mundo”. Se levantó para mirar la lista, como estaban haciendo los demás. Su nombre aparecía de manera aproximada hacia la mitad de la hoja. Decidió cambiar de asiento, lejos del escrutinio de aquel tipo. Pero el otro, tras pasearse un rato por toda la sala, se sentó justo enfrente de él. La puerta roja empezó a abrirse y cerrarse a intervalos que oscilaban entre un par de minutos y el cuarto de hora. Raúl se refugió de nuevo en su teléfono hasta que le llegó el turno a aquel hombre para entrar por la puerta. Cuando lo vio reaparecer, algunos minutos después, con su aspecto despreocupado, tan satisfecho de sí mismo, Raúl sintió que sus nervios se desvanecían de golpe. “Si ese cretino puede hacerlo, yo también”. —Número quince, te toca —dijo, sin mirar a nadie en particular.

Ese era su número.

Tras la puerta roja encontró un pasillo iluminado de manera tenue por luces de emergencia y, al final, una puerta entreabierta. Tras dudar un instante, golpeó con los nudillos un par de veces. —¡Adelante! —gruñó alguien desde el interior—, no tenemos tiempo para diplomacias…

Cuando se abrió la puerta del todo le deslumbró la intensidad de la luz en la amplia sala, con focos apuntándole desde cada pared. De repente, se sintió consciente de su propio cuerpo con plena lucidez. Era inútil fingir que no estaba nervioso de nuevo. El hombre que había hablado un momento antes ocupaba la típica silla de director. Su aspecto era bastante peculiar. Llevaba puesto lo que parecía un montón de pañuelos largos entrelazados y un gran sombrero de paja le ensombrecía media cara. Con la misma mano sostenía una pequeña botella de agua y un cigarrillo. Se giró hacia Raúl y habló en un tono más amigable. —Bien, ponte en esa marca del suelo y mira a esta cámara. Imagínate que es una chica…

Quiero que te desabroches el pantalón y digas algo. Permaneció con la mente en blanco un segundo. Luego tragó saliva y obedeció, sin atreverse a mirar a los ojos de nadie. “¿Y ahora qué coño digo yo?...”

Decidió decir la verdad. —Hola, me llamo Raúl y no sé qué carajo estoy haciendo aquí.

Se preguntaba qué vendría a continuación. Siempre le había intrigado cómo funcionaba todo aquello de los rodajes. Es decir, ¿era algo así como: preparado, acción y allá vas? Porque, si así era, no podía hacerlo, ¡no en ese preciso instante! Sentía todos sus músculos tensos; todos, excepto el principal en semejante situación. El director estaba escribiendo algo en una libreta apoyada sobre las rodillas. Lo siguiente que hizo fue gritar con toda la potencia de su grave voz. —Pero, ¿dónde puñetas se mete esta? ¡Lola! ¡Ven aquí ahora mismo!

Después se dirigió a Raúl en un tono neutro. —¿Estás resfriado, chico? —¿Perdón? —dijo él, sintiendo aumentar su confusión por segundos. —No, lo digo porque como no quieres enseñarnos el pecho y lo demás…

Reprimió el impulso de responder que no había escuchado ninguna orden de seguir desnudándose y empezó a desabrocharse los botones de la camisa. Estaba casi desnudo cuando

ella entró en la habitación dando un portazo. —¿Qué tripa se te ha roto, Charlie? —Oh, vaya, aquí está la reina al fin… No me eches la culpa si contrato a un enano tuerto de

ochenta años la próxima vez. Es lo que os merecéis todas… Vosotras dos también —añadió, señalando con su gordo índice a un par de rubias que habían soltado unas risitas ante las palabras de su jefe. Raúl no se daba cuenta de que la camisa se había quedado medio colgando de uno de sus brazos, de la misma manera que tampoco era consciente de que todos los ojos de la habitación estaban posados sobre él. Pero no podía sentir nada en ese momento, ni siquiera el contacto con el suelo bajo sus pies. El aire se había quedado atrapado en sus pulmones, mientras miraba sin parpadear a la única persona en toda la sala que, por una cruel ironía, no estaba mirando en su dirección. Aquella criatura parecía salida de un sueño. Algo empezó a ocurrirle allí abajo, sin que pudiera evitarlo. No se debía a que estuviera medio desnuda, mostrando casi todo su perfecto cuerpo, ni a esas largas piernas sobre tacones de aguja. Tampoco su negrísima y rizada melena hasta la cintura estaba causando tanta conmoción. Era su cara. No recordaba haber visto una cara así ni en sueños. Para empezar, sus ojos tenían la forma de los de un ángel, pero la intensidad de los de un demonio y además… Pero no era momento para seguir con sus pensamientos, Charlie le estaba diciendo algo. —Veamos, chico, tenemos tu foto aquí, esto es solo para comprobar que no era la foto de tu

primo o algo así. A la gente que conocemos no les hago la otra prueba… Ahora te vas a sentar en ese sofá y… bueno, tú síguele el juego a las chicas. ¡Intenta no ponerte de espaldas a la cámara! Raúl miró hacia el sofá y vio la cámara apuntando a menos de un metro. Se subió el pantalón desde los tobillos y se lo colocó en su sitio para dirigirse hacia allí con toda la dignidad que su media erección le permitiera. El equipo estaba tomando posiciones.