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LA MEDIA HORA Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Ezequiel 11:19-20 Texto Clave: “Mi corazón está dispuesto, oh Dios; cantaré y entonaré salmo; esta es mi gloria”. Salmo 108:1 “Emily” fue un huracán que recorrió el mundo a través de los noticieros, por haber sido catalogado en la categoría 4, que es de las más destructoras. Después de tocar tierra en uno de los estados del sur de la República Mexicana, llegó y se apostó justo en el Golfo de México, frente a la línea divisoria entre México y Estados Unidos. Empezaron los avisos preventivos en la radio y la televisión cuando las primeras lluvias se dejaron sentir. El plan del gobierno para la prevención de desastres fue echado a andar y la gente se volcó en los supermercados de ambos lados de la frontera, vaciando sus existencias para aprovisionarse por si los efectos del huracán duraban varios días. Sin duda, el muro de protección que los cristianos levantamos por medio de la oración alcanzó de Dios la gracia para librar a nuestra ciudad de un desastre. En realidad los efectos fueron leves para lo que se esperaba y no hubo pérdidas humanas. Dos días después de la amenaza del huracán, tuve que presentarme en el hospital donde extenderían el documento de “incapacidad para trabajar” que mi hija ameritaba debido al nacimiento de su niña. Tuve que buscar lugar en un estacionamiento público para dejar el vehículo cerca de la institución. Fueron más de dos largas horas lo que tardaron en recibirme la documentación y realizar el trámite. Salí del hospital haciendo cuenta de lo que pagaría en el estacionamiento cuyo letrero anunciaba a 8 pesos por hora. El encargado del lugar era un joven simpático y cortés que empezó a contar con los dedos para obtener el total que me cobraría por la fracción de la tercera hora que había ocupado. Después de unos minutos me miró con una gran sonrisa en su rostro y me avisó que solamente me cobraría las dos primeras horas y la media hora restante no tendría que pagarla. Y agregó con una bondadosa sencillez:”es que por esto del huracán, tenemos que darnos la mano unos a otros”. Ignoro si al dueño del estacionamiento le hubiera agradado la actitud de su empleado, pero sin duda nuestro Padre Celestial se gozó del cambio efectuado en ese corazón. Gran lección. Quizás el temor ante la posibilidad de perder la vida por causa de un suceso de tal naturaleza, o tal vez la convicción del cuidado de Dios para todos los habitantes de la ciudad, fueron los que dejaron en el corazón de aquel joven la premisa de hacer el bien a todos aquellos con quienes tuviera que tratar. Gracias a Dios por ello. OREMOS POR TODOS LOS EMPLEADOS DE ESTACIONAMIENTO Señor Dios, te rogamos en el nombre de Jesús, que veas con bondad a todas las personas que trabajan en los estacionamientos públicos y que les permitas tratar con amabilidad a quienes necesitan de ellos. Amén. Usado con permiso

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