POR EL AGUA Y EL ESPÍRITU Un entendimiento metodista unido sobre el bautismo (Traducido al español por Aquiles Ernesto Martínez del documento “By Water and the Spirit: A United Methodist Understanding of Baptism”, The Book of Resolutions of The United Methodist Church-2000, páginas 798-817. Derechos de autor © por La Casa Metodista Unida de Publicaciones, 2000. Usado con permiso.)
El metodismo unido contemporáneo está tratando de recuperar y revitalizar su entendimiento del bautismo. Para lograr esto, necesitamos examinar nuestra herencia como metodistas y hermanos unidos evangélicos y, por supuesto, los fundamentos de la tradición cristiana. A través de la historia, el bautismo ha sido interpretado de diversas y hasta contradictorias maneras. Un entendimiento integral del bautismo, es decir, uno que recobre la mezcla wesleyana de lo evangélico y lo sacramental, nos permitirá participar en este sacramento como metodistas, con una nueva apreciación por este don de la gracia de Dios. Dentro de la tradición metodista, por mucho tiempo el bautismo ha sido materia de mucha preocupación y hasta controversia. Juan Wesley retuvo la teología sacramental que recibió de su herencia anglicana. Él enseñó que en el bautismo el niño o niña era limpiado(a) de la culpa del pecado original, iniciado en el pacto con Dios, admitido dentro de la Iglesia, hecho heredero del reino divino y nacido de nuevo espiritualmente. También dijo que aunque el bautismo no era esencial ni suficiente para la salvación, éste era el “medio común” que Dios había designado para aplicar en las vidas humanas los beneficios de la obra de Cristo. Por otra parte, aunque Wesley afirmó la gracia regeneradora del bautismo de infantes, también insistió en la necesidad de que las personas adultas, que habían caído de la gracia, se convirtieran a la fe. Una persona que ha madurado en responsabilidad moral debe responder a la gracia de Dios en arrepentimiento y fe. Sin una decisión personal por Cristo y compromiso con él, el don del bautismo se considera inefectivo. El bautismo para Wesley, por lo tanto, era parte de un proceso de salvación que duraba toda la vida. Él entendió el nuevo nacimiento espiritual como una doble experiencia en el proceso normal de desarrollo cristiano (el cual debía recibirse por medio del bautismo durante la infancia y más tarde en la vida a través del compromiso con Cristo). La salvación involucraba tanto el acto de gracia inciado por Dios como la voluntad humana. Durante el desarrollo del metodismo en los Estados Unidos, éste fue incapaz de mantener el balance wesleyano de lo evangélico y lo sacramental. Durante la última parte del siglo dieciocho y a principios del siglo diecinueve (tiempo cuando el movimiento metodista estuvo en gran parte bajo el liderato de personas laicas no autorizadas para administrar los sacramentos), el acceso a los sacramentos fue limitado. En la frontera americana donde se hacía hincapié en las aptitudes y acciones humanas, el avivado llamado a tomar decisiones personales, aunque importante, fue sujeto a exageración. Había una tendencia a ignorar las enseñanzas sacramentales de Wesley. Dentro de este marco, mientras que el bautismo de infantes siguió siendo no
sólo practicado sino defendido vigorosamente, la importancia de dicho bautismo se debilitó y llegó a ser ambigua. Más tarde, hacia el final del siglo diecinueve, las ideas teológicas de gran parte del metodismo fueron influenciadas por un nuevo conjunto de ideas, las cuales habían llegado a ser dominantes en la cultura americana. Estas ideas incluían el optimismo por el mejoramiento progresivo de la humanidad, y la confianza en los beneficios sociales provistos por los descubrimientos científicos, la tecnología y la educación. Creencias sobre el pecado ori-ginal dieron lugar a la aseveración de que la naturaleza humana era esencialmente buena. En este ambiente intelectual, la antigua insistencia del evangelio sobre la conversión y el nuevo nacimiento espiritual parecía extraña e innecesaria. Así la creativa síntesis wesleyana de sacramentalismo y evange-licalismo fue partida en dos y ambos elementos devaluados. Esto trajo como consecuencia que el bautismo de infantes fuera interpretado de varias maneras y con frecuencia reducido a una ceremonia de dedicación. El bautismo de adultos fue algunas veces interpretado como profesión de fe y reconocimiento público de la gracia de Dios, pero fue visto más frecuentemente como un simple acto de unión a la Iglesia. A mediados del siglo veinte, el metodismo en general había dejado de entender el bautismo como algo auténticamente sacramental. Más que un acto de la gracia divina, éste fue visto como una expresión de decisión humana. El bautismo fue también asunto de preocupación y controversia en la tradición evangélica y en la tradición de los hermanos unidos, las cuales se unieron en 1946 para formar la Iglesia Evangélica de los Hermanos Unidos. El avivamiento pietista temprano de estas tradiciones (el cual se basaba en la creencia de que la gracia divina estaba disponible y que los seres humanos tenían la libertad para tomar decisiones) hizo hincapié en traer personas a la salvación por medio de la experiencia cristiana. Al final del siglo diecinueve y comienzo del veinte, tanto teólogos evangélicos como teólogos de los hermanos unidos enfatizaron la importancia del bautismo como parte integral de la proclamación del evangelio, como rito de iniciación de personas a la comunidad del pacto (evento paralelo a la circuncisión) y como señal del nuevo nacimiento, ese acto divino de gracia por medio del cual las personas son redimidas del pecado y reconciliadas con Dios. La antigua Iglesia Evangélica favoreció constantemente el bautismo de infantes. Los Hermanos Unidos permitieron el bautismo tanto de adultos como de infantes. Luego de la unión en 1946, la Iglesia Evangélica de los Hermanos Unidos adoptó un ritual que incluía servicios de bautismo para infantes y adultos, y también un nuevo servicio diseñado para la dedicación de infantes, el cual no tuvo precedente en los ritos oficiales de ninguna de las dos iglesias anteriormente. La revisión de The Methodist Hymnal [Himnario Metodista] de 1960-1964,1 incluyendo la de los rituales, dio a los líderes de nuestra denominación la oportunidad 1
En este documento, todas las citas o comentarios sobre los himnarios metodistas unidos se refieren a varias versiones en inglés.
de comenzar a restaurar la naturaleza sacramental del bautismo para el metodismo contemporáneo. En 1964, “The General Commission on Worship” [la Comisión General de Adoración] hizo sonar esta nota explícitamente en su introducción al nuevo rito: Al revisar el orden de culto para la administración del bautismo, la Comisión de Adoración ha tratado de tener en mente que el bautismo es un sacramento, y de conformar el mismo al concepto metodista-evangélico establecido en nuestros Artículos de Religión... Se le dio el debido reconocimiento a la reevaluación crítica de la teología del sacramento del bautismo (hecho que está tomando lugar en la actualidad en círculos ecuménicos) y también al contenido teológico e implicaciones de éste.
La Comisión proveyó una breve perspectiva histórica, demostrando que el entendimiento del bautismo como sacramento se había debilitado (o descartado del todo) con el correr de los años. Muchos en la Iglesia consideraron al bautismo, tanto de infantes como de adultos, como una dedicación en vez de sacramento. La Comisión señaló que en la dedicación ofrendamos a Dios una vida para que Dios la acepte, mientras que en el sacramento Dios nos ofrece la dádiva de su infalible gracia para que la recibamos. La revisión del ritual sobre el sacramento del bautismo, que tomó lugar en 1964, comenzó a recuperar el significado histórico y original de este rito como un sacramento. En The United Methodist Hymnal [Himnario Metodista Unido] de 1989, los cultos para los pactos bautismales I, II y IV continúan este esfuerzo por hacer hincapié en la relevancia histórica del bautismo. Estos ritos, al acentuar la realidad del pecado y de la regeneración, la gracia divina iniciadora y la necesidad de arrepentimiento y fe, son consecuentes con la combinación wesleyana del sacramentalismo y evangelicalismo. El metodismo unido no está solo en cuanto a la necesidad de recobrar la relevancia del bautismo o en su esfuerzo para lograrlo. Otras comuniones cristianas están reivindicando también la importancia de este sacramento para la vida y la fe cristianas. Para llegar al centro del significado y la práctica del bautismo, todos se han visto en la necesidad de regresar, por medio de la vida de la Iglesia, a la era apostólica. Una convergencia ecuménica ha surgido de este esfuerzo, tal y como se puede ver en el muy aclamado documento Baptism, Eucharist, and Ministry [Bautismo, Eucaristía y Ministerio] (1982). El Comité para el Estudio del Bautismo, el cual fue establecido por la Conferencia General de 1988 y autorizado para conti-nuar su trabajo por la Conferencia General de 1992, está participando de este proceso al ofrecer un entendimiento funcional y teológico del bautismo y como éste se expresa en el rito de la Iglesia Metodista Unida. Al hacer esto, se ha tomado en consi-deración un amplio espectro de recursos tales como la Escritura, la tradición cristiana y las experiencias tanto metodista como las de los hermanos unidos. También el creciente consenso ecuménico ha sido de ayuda en nuestra reflexión.
SOMOS SALVOS POR LA GRACIA DE DIOS La condición humana Como se afirma en los primeros capítulos de Génesis, en la creación Dios hizo a los seres humanos a Su imagen (lo cual implica una relación de intimidad, dependencia y confianza). Como tales, estamos abiertos a la presencia de Dios dentro de nosotros(as), y se nos da la libertad de trabajar con Dios para cumplir su voluntad y propósito para toda la creación y la historia. El ser un ser humano, de acuerdo al propósito de Dios, es tener una comunión de amor con Dios y reflejar la naturaleza divina en nuestras vidas tanto como sea posible. Trágicamente, como Génesis 3 lo narra, somos infieles a esa relación. El resultado es una distorsión completa de la imagen de Dios en nosotros(as) y la degradación de toda la creación. A través de acciones llenas de orgullo o rechazo a las responsabilidades que Dios nos ha dado, exaltamos nuestra voluntad, inventamos nuestros propios valores y nos rebelamos en contra de Dios. Nuestro mismo ser es dominado por una inclinación inherente hacia el mal, a la cual se le ha llamado tradicionalmente “pecado original”. Es una condición humana universal la cual afecta todos los aspectos de la vida. Por causa de nuestra condición de pecado, estamos separados de Dios, alienados los unos de los otras; somos hostiles al mundo natural y estamos en desacuerdo aún con lo mejor de nuestro ser. El pecado puede expresarse como decisiones que son prioritarias pero erradas, como hechos mal intencionados, apatía ante las personas en necesidad, y la cooperación con la opresión y la injusticia. El mal es tanto cósmico como personal; aqueja tanto a individuos como a las instituciones de nuestra sociedad humana. La naturaleza del pecado aparece en los pactos bautismales I, II y IV en The United Methodist Hymnal [Himnario Metodista Unido], en las frases “las fuerzas espirituales de maldad” y “los poderes malignos de este mundo”, al igual que en la frase “sus pecados”.2 Ante Dios todas las personas están perdidas, son incapaces de salvarse a sí mismas y necesitan el perdón y la misericordia divinas. La iniciativa divina de la gracia A pesar de que nos hemos alejado de Dios, Dios no nos ha abandonado. Más bien Dios, por gracia y continuamente, busca restaurarnos a esa relación de amor con Él (para la cual fuimos creados), a objeto de hacer de nosotros las personas que Dios quería que fuéramos. Para este fin Dios actúa de manera preventiva, es decir, Dios intenta salvar a la humanidad antes que seamos parte de ella. El Antiguo Testamento registra el relato de las obras de Dios en la historia de la comunidad del pacto (Israel), a fin de llevar a cabo el propósito y voluntad divinas. En el relato del Nuevo Testamento, aprendemos que Dios vino a este mundo pecador en la persona de Jesucristo, para revelar todo lo que la mente humana puede comprender acerca de 2
Estas palabras se encuentran en Mil Voces para Celebrar, Himnario Metodista (Nashville: The United Methodist Publishing House, 1996), página 22, sección 4.
quién es Dios y lo que Dios quiere que seamos. Por medio de la muerte y la resurrección de Jesús, el poder del pecado y de la muerte fue derrotado y somos liberados para ser el pueblo de Dios otra vez (1 Pedro 2.9). Ya que Dios es el único iniciador y fuente de gracia, toda gracia es preveniente en el sentido de que ésta precede y permite cualquier movimiento que hacemos hacia Dios. La gracia nos hace estar al tanto de nuestra condena por causa del pecado, y de nuestra inha-bilidad para salvarnos a nosotros(as) mismos(as); la gracia nos motiva al arrepentimiento y nos da la capacidad para responder al amor divino. En palabras del ritual bautismal: “Esto es un don que Dios nos ofrece gratuitamente” (The United Methodist Hymnal, página 33).3 La necesidad de fe para la salvación La fe es tanto una dádiva de Dios como una respuesta humana a Dios. Es la habilidad y disposición para decir “sí” a la oferta di-vina de salvación. Tener fe significa estar conscientes de nuestra dependencia total de Dios, renunciar a nuestros deseos egoístas y depender confiadamente en la misericordia divina. El candidato o candidata para el bautismo responde afirmativamente a la pregunta: “¿Confiesan a Jesucristo como su Salvador, depositan toda su confianza en su amor y gracia y prometen seguirle y servirle como su Señor...?” (The United Methodist Hymnal, página 34).4 Nuestra respuesta personal de fe requiere la conversión, es decir, que nos apartemos del pecado y en su lugar nos volvamos a Dios. Involucra la decisión de comprometer nuestras vidas al señorío de Cristo, aceptar el perdón de nuestros pecados, la muerte de nuestro antiguo ser y la entrada a la nueva vida del Espíritu –“nacer de nuevo” (Juan 3.3-5; 2 Corintios 5.17). No todas las personas experimentan este renacimiento espiritual de la misma manera. Para algunas hay un momento específico de conversión radical. Otras experimentan la conversión como el amanecer o la creciente concienciación de que han sido amadas por Dios constantemente y que tienen una dependencia personal de Cristo. Juan Wesley describió su propia experiencia al sentir un ardor extraño en su corazón. En ese momento él sintió que confiaba sólo en Cristo para su salvación; y recibió la seguridad de que Cristo se había llevado sus pecados, y que lo había salvado de la ley del pecado y de la muerte.5
MEDIOS A TRAVÉS DE LOS CUALES RECIBIMOS LA GRACIA DE DIOS La gracia divina está disponible y se hace efectiva en las vidas humanas a través de variados medios o “canales”, como Wesley los llamó. A pesar de que Dios 3
Véase Mil Voces para Celebrar, página 21, sección 1. Véase Mil Voces para Celebrar, página 22, sección 4. 5 Estas palabras aluden a la transformación espiritual que Juan Wesley experimentó la noche del miércoles, 24 de mayo de 1738, al asistir a la reunión de una sociedad anglicana, que tuvo lugar en la calle de Aldersgate, en Londres. En dicha ocasión Wesley oyó leer el prefacio que Martín Lutero había escrito en su comentario a la Carta a los Romanos. Mientras reflexionaba sobre la experiencia de Lutero expresada en dicho prefacio, Wesley tuvo un reencuentro de fe que cambió su vida. 4
es radicalmente libre para obrar en muchas maneras, Dios ha dado a la Iglesia la especial responsabi-lidad y privilegio de ser el cuerpo de Cristo que lleva hacia delante Su propósito redimir al mundo. Wesley reconoció que la Iglesia misma era un medio de gracia (una comunidad fiel, llena de gracia y que compartía de esa gracia). El metodismo unido comparte con otras comuniones protestantes el entendimiento de que la proclamación de la Palabra por medio de la predicación, la enseñanza y la vida de la Iglesia es un medio primario de la gracia de Dios. El origen y rápido crecimiento del metodismo como movimiento de renovación se debió en gran parte a la proclamación del evangelio. Juan Wesley también enfatizó la importancia de la oración, el ayuno, el estudio de la Biblia y las reuniones para el apoyo y comunión. Puesto que Dios ha creado y sigue creando todo lo que existe, los objetos físicos de la creación pueden ser portadores de la pre-sencia, el poder y significado de Dios y así convertirse en medios sacramentales de la gracia de Dios. Los sacramentos son medios efectivos de la presencia de Dios, la cual es mediada por el mundo creado. El Dios que se encarna en Jesucristo es el ejemplo supremo de este tipo de acción divina. Wesley consideró a los sacramentos como medios cruciales de la gracia y afirmó la enseñanza anglicana de que “un sacramento es ‘una señal externa de una gracia interna, y un medio a través del cual recibimos dicha gracia’”. Al combinar las palabras, las acciones y los elementos físicos, los sacramentos se convierten en “actosseñales” que expresan y comunican el amor y la gracia de Dios. El bautismo y la Cena del Señor son sacramentos que fueron instituidos u ordenados por Cristo en los evangelios. Los metodistas unidos creen que estos “actos-señales” son medios especiales de gracia. La acción ritual de un sacramento no apunta meramente a la presencia de Dios en el mundo, sino que también participa en ella y llega a ser un vehículo para comunicar esa realidad. La presencia de Dios en los sacramentos es real, pero debe ser aceptada por la fe de los seres humanos si es que ha de transformar sus vidas. Los sacramentos no confieren la gracia mágica o irrevocablemente; más bien son canales poderosos por medio de los cuales la gracia está a nuestra disposición por decisión de Dios. Wesley identificó el bautismo como el sacramento ini-ciador, a través del cual entramos en pacto con Dios y somos admitidos como miembros de la Iglesia de Cristo. Wesley entendió la Cena del Señor como algo que prodigaba cuidado y fortalecía las vidas de los cristianos, y abogó fuertemente porque se participara frecuentemente de ella. La tradición wesleyana ha seguido poniendo en práctica y valorando los diferentes medios a través de los cuales la gracia divina se nos hace presente.
EL BAUTISMO Y LA VIDA DE FE El Nuevo Testamento registra que Jesús fue bautizado por Juan (Mateo 3.1317) y que ordenó a sus discípulos que enseñaran y bautizaran en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28.19). El bautismo se basa en la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo, y la gracia que el bautismo pone a nuestro alcance consiste en la expiación que Cristo logró y que hace posible nuestra reconciliación con Dios. El bautismo involucra morir al pecado, novedad de vida,
unión con Cristo, recibir el Espíritu Santo y la incorporación a la Iglesia de Cristo. Los metodistas unidos afirman este entendimiento en sus documentos oficiales de fe. El Artículo XVII de los Artículos de Religión (metodista) describe al bautismo como “una signo de rege-neración o renacimiento”.6 La Confesión de Fe (de la Iglesia Evangélica de los Hermanos Unidos) establece que el bautismo es “una representación del nuevo nacimiento en Cristo Jesús y una marca distintiva de discipulado cristiano”.7 El pacto bautismal Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios entra en una relación contractual con el pueblo de Dios. Un pacto que involucra promesas y responsabilidades de ambas partes; es instituido por medio de una ceremonia especial y se expresa por una señal distintiva. Por medio del pacto, Dios constituyó al pueblo de Israel como una comunidad de siervos, prometiéndoles ser su Dios y dándoles la ley para indicarles claramente cómo debían vivir. La circuncisión de niños es la señal de ese pacto (Génesis 17.1-14; Éxodo 24.1-12). En la muerte y la resurrección de Jesucristo, Dios cumplió la profecía sobre el advenimiento de un nuevo pacto y llamó a la Iglesia para que fuera una comunidad de siervos (Jeremías 31.31-34; 1 Corintios 11.23-26). El bautismo de infantes y adultos, tanto de hombres como de mujeres, es la señal de este pacto. Por lo tanto, los metodistas unidos identificamos a nuestro rito para el bautismo como “Cultos para el Pacto Bautismal” (The United Methodist Hymnal, páginas 32-54).8 En el bautismo la Iglesia declara que está unida en pacto con Dios; a través del bautismo nuevas personas son iniciadas en dicho pacto. Este pacto conecta a Dios, a la comunidad de fe y a la persona bautizada; los tres son esenciales para el cumplimiento del pacto bautismal. La gracia fiel de Dios inicia la relación contractual y permite que la comunidad y la persona bautizada respondan con fe. Bautismo mediante el agua y el Espíritu Santo Por medio de la obra del Espíritu Santo (la presencia continua de Cristo en la tierra), la Iglesia es instituida para ser la comunidad del nuevo pacto. Dentro de esta comunidad, el bautismo es me-diante el agua y el Espíritu (Juan 3.5; Hechos 2.38). En la obra de Dios de salvación, el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo está ligado inseparablemente al don del Espíritu Santo dado en el día de Pentecostés (Hechos 2). De la misma manera, la participación en la muerte y la resurrección de Cristo está inseparablemente ligada a nuestra recepción del Espíritu (Romanos 6.1-11; 8.9-14). El Espíritu Santo, quien es el poder detrás de la creación (Génesis 1.2), es también el dador de la nueva vida. Por su obra en las vidas de las personas antes, durante y después de sus bautismos, el Espíritu es el agente efectivo de la salvación. 6
Véase en la Disciplina de la Iglesia Metodista Unida - 2000 (Nashville, TN: Casa Metodista Unida de Publicaciones, 2001), Sección 62, Artículo XVII, página 67. 7 Véase en la Disciplina de la Iglesia Metodista Unida - 2000 (Nashville, TN: Casa Metodista de Publicaciones, 2001), Sección 62, Artículo VI, página 72. 8 En Mil Voces para Celebrar, Himnario Metodista sólo hay un pacto bautismal (véase páginas 18-29).
A las personas bautizadas, Dios confiere la presencia del Espíritu Santo, los marca con un sello que los identifica como suyos e implanta en sus corazones el primer pago de su herencia como hijos e hijas de Dios (2 Corintios 1.21-22). Es a través del Espíritu que la vida de fe se nutre hasta la liberación final, momento en el cual los hijos e hijas de Dios han de entrar a la plenitud de la salvación (Efesios 1.13-14). Desde la época apostólica, el bautismo en agua y el bautismo en el Espíritu Santo han estado conectados (Hechos 19.17). Los cristianos son bautizados en los dos; algunas veces por medio de diferentes “actos-señales”. Una persona autorizada administra el agua en el nombre del Dios trino (hecho que se especifica en el rito con la frase “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”), e invoca al Espíritu Santo con la imposición de manos en presencia de la congregación. El agua provee el simbolismo central para el bautismo. La riqueza de su significado para la comunidad cristiana es señalada en la liturgia bautismal, la cual habla de las aguas de la creación y el diluvio, la liberación del pueblo de Dios y su paso por el mar, el don de agua en el desierto y el paso del río Jordán a la tierra prometida. Por medio del bautismo, nos identificamos con el pueblo de Dios y nos unimos al viaje de la comunidad hacia Dios. El uso del agua en el bautismo también simboliza la limpieza del pecado, la muerte a la antigua vida y el levantarse para comenzar una nueva vida en Cristo. En la tradición metodista unida, el agua del bautismo puede aplicarse por aspersión, afusión o inmersión. No importa cómo se administre, el agua debe utilizarse con suficiente liberalidad como para que se resalte nuestra apreciación de su significado simbólico. La liturgia bautismal incluye también el símbolo bíblico de la unción con el Espíritu Santo (representado por la imposición de manos con el uso de aceite). Esta unción promete a la persona bautizada el poder para vivir fielmente el tipo de vida a la que el bautismo alude. En los primeros siglos de la Iglesia, la imposición de manos usualmente seguía inmediatamente a la administración del agua, y con ello se completaba el rito de membresía. Debido a que la imposición de manos fue, en la Iglesia Occidental, un acto que sólo el obispo podía realizar, la imposición de manos fue se-parada del bautismo en agua y se le llamó “confirmación”. En la confirmación, el Espíritu Santo marcaba a la persona bautizada como propiedad de Dios y la fortalecía para el discipulado. En la vida de adoración de la iglesia primitiva, el agua y la unción llevaron directamente a la celebración de la Cena del Señor, como parte del culto de iniciación, y esto sin importar la edad de la persona bautizada. Los ritos del pacto bautismal de hoy en día unen de nuevo estos tres elementos en un solo culto. Juntos estos símbolos señalan, anticipan y ofrecen participación en la vida de la comunidad de fe, mientras ésta personifica la presencia de Dios en el mundo. El bautismo como incorporación al cuerpo de Cristo Cristo constituyó a la Iglesia como su cuerpo por medio del Espíritu Santo (1 Corintios 12.13, 27). La iglesia atrae personas para sí, a la vez que busca permanecer fiel a su comisión de proclamar y ejemplificar el evangelio. El bautismo es el sacramento de iniciación e incorporación al cuerpo de Cristo. Un infante, niño(a) o adulto al ser bautizado se convierte en miembro de la iglesia católica (o universal), de
la denominación y de la congregación local. Por consiguiente, el bautismo es un rito que abarca toda la Iglesia, y que requiere normalmente la participación de la congregación reunida para adorar. Como parte de una serie de promesas que se hacen durante la liturgia del bautismo, la comunidad afirma su propia fe y se compromete a actuar como mentora espiritual y apoyo a la persona bautizada. El bautismo no es un evento meramente individualista, privado o doméstico. Cuando circunstancias poco usuales y legítimas impiden que el bautismo se realice durante el culto de adoración de una comunidad, se debe hacer el esfuerzo para que representantes de la congregación participen de la celebración de ese bautismo. Luego, dicho bautismo deberá ser reconocido en una asamblea pública de adoración, a fin de que la congregación pueda hacer las afirmaciones pertinentes de compromiso y responsabilidad. El bautismo nos une a Cristo, los unos a las otras y a la Iglesia en cada época y lugar. Por medio de esta señal y sello de nuestro común discipulado, nuestra igualdad en Cristo se manifiesta (Gálatas 3.27-28). Declaramos que hay un sólo bautismo en Cristo, celebrado como nuestro nexo fundamental de unidad en las muchas comuniones que conforman el cuerpo de Cristo (Efesios 4.4-6). El poder del Espíritu no depende del modo en que se administre el agua, de la edad o de la disposición psicológica de la persona bautizada o del carácter del ministro. Es la gracia de Dios lo que hace al sacramento algo integral. El hecho de que hay un solo bautismo, llama a las diferentes iglesias a vencer lo que las divide y a manifestar su unidad visiblemente. Nuestra unidad en Cristo invita al mutuo reconocimiento del bautismo en estas comuniones, como una forma de expresar la unidad que Cristo desea (1 Corintios 12.12-13). El bautismo como perdón del pecado En el bautismo Dios nos ofrece el perdón de nuestros pecados, y nosotros(as) lo aceptamos (Hechos 2.38). Juntamente con el perdón del pecado que nos ha separado de Dios, somos justificados(as) o liberados(as) de la culpa y del castigo del pecado, y restaurados(as) a una correcta relación con Dios. Esta reconci-liación se hace posible por medio de la expiación que Cristo logró y se hace realidad en nuestras vidas a través de la obra del Espíritu Santo. Respondemos confesando y arrepintiéndonos de nuestro pecado, y afirmando nuestra fe en que Jesucristo ha llevado a plena realización todo lo que es necesario para nuestra salvación. Tener fe es la condición necesaria para nuestra justificación; en el bautismo profesamos esa fe. El perdón de Dios posibilita la renovación de nuestras vidas espirituales y nuestra conversión en nuevas criaturas en Cristo. El bautismo como nueva vida El bautismo es la señal sacramental de la nueva vida en y a través de Cristo por el poder del Espíritu Santo. Identificada como regeneración, nuevo nacimiento, y ser nacido(a) de nuevo, esta obra de gracia nos hace nuevas criaturas espirituales (2 Corintios 5.17). Morimos a nuestra vieja naturaleza, la cual fue dominada por el pecado, y entramos en la vida misma del Cristo que nos transforma. El bautismo es el
medio de entrada a la nueva vida en Cristo (Juan 3.5; Tito 3.5), pero el nuevo nacimiento no siempre coincide con el momento de la administración del agua o de la imposición de manos. Nuestra conciencia y aceptación de nuestra redención por Cristo y la vida nueva en él puede variar a través de los años. Sin embargo, no importa la manera en que la realidad el nuevo nacimiento se exprese, éste cumple con las promesas que Dios nos hizo en nuestro bautismo. El bautismo como vida santa El nuevo nacimiento hacia la vida en Cristo (lo cual el bautismo representa) es el comienzo de ese proceso de crecimiento en gracia y santidad, por medio del cual Dios nos lleva a una relación más de cerca con Jesucristo, y moldea nuestras vidas cada vez más a fin de conformarnos con la voluntad divina. La santificación es un don de la presencia y gracia del Espíritu Santo, es ceder ante el poder del Espíritu y es una profundización de nuestro amor por Dios y el prójimo. La santidad de corazón y de vida, en la tradición wesleyana, siempre involucra tanto la santidad personal como la social. El bautismo es la puerta de entrada a la vida de santidad. Este sacramento nos enseña a vivir con la expectativa de recibir más dones de la gracia de Dios. Nos inicia en una comunidad de fe que ora por santidad; nos llama a vivir una vida que sea fiel al regalo de Dios. Las personas creyentes bautizadas y la comunidad de fe están obligadas a manifestar al mundo la nueva humanidad redi-mida, la cual vive en una relación de amor con Dios y lucha por poner final a todo distanciamiento entre el ser humano y Dios. No hay circunstancias en la vida humana que puedan excluir a alguien del sacramento del bautismo. Luchamos y esperamos el reino de Dios en la tierra, de lo cual el bautismo es una señal. El bautismo llega a la plena realización sólo cuando el o la creyente y la Iglesia se conforman totalmente a la imagen de Cristo. El bautismo como regalo de Dios a personas de cualquier edad Hay un solo bautismo y una sola fuente de salvación: el amor de la gracia de Dios. El bautismo de una persona, sea ésta un infante o un adulto, es una señal de la gracia salvadora de Dios. Esa gracia que nos inicia, capacita y da poder es la misma para todas las personas. Todos la necesitan y nadie puede ser salvo o salva sin ella. La diferencia entre el bautismo de adultos y el de infantes consiste en que el adulto que es bautizado profesa su fe cristiana conscientemente. El infante bautizado llega a profesar su fe más tarde en la vida, después de haber sido alimentado y enseñado por los padres, madres u otros adultos responsables y la comunidad de fe. El bautismo de infantes es la práctica dominante en situaciones en las que los niños y niñas nacen con padres y madres creyentes y son criados en hogares cristianos y comunidades de fe. El bautismo de adultos es la norma cuando la Iglesia está en una situación misionera, tratando de alcanzar a personas en una cultura indiferente u hostil a la fe. A pesar de que el bautismo de infantes es apropiado para las familias cristianas, el creciente estatus de la Iglesia como una minoría en la sociedad contemporánea exige que se
preste más atención a la evangelización, el cuidado espiritual y el bautismo de adultos convertidos. El bautismo de infantes ha sido la práctica histórica de la gran mayoría de las iglesias a través de los siglos. Aunque el Nuevo Testamento no contiene ningún mandato explícito sobre el bautismo de infantes, hay amplia evidencia a favor de ello en la Escritura (Hechos 2.38-41; 16.15, 33) y en la doctrina y práctica cristianas tempranas. El bautismo de infantes descansa firmemente sobre el entendimiento de que Dios prepara el camino de fe antes de que lo pidamos o aún sepamos que necesitamos ayuda (“la gracia preveniente”). El sacramento del bautismo es una poderosa expresión de la realidad de que todas las personas van a Dios como meros niños y niñas indefensos, incapaces de hacer algo para salvarnos a nosotros mismos y dependientes de la gracia del Dios que nos ama. La comunidad fiel al pacto, que es la Iglesia, sirve como un medio de gracia para aquellos cuyas vidas son impactadas por su ministerio. Por medio de la Iglesia, Dios exige a infantes al igual que a adultos, que sean participantes en el pacto de gracia del cual el bautismo es la señal. Esta noción de cómo la gracia divina funciona, también se aplica a personas que, por razones de impe-dimentos físicos u otras limitaciones, sean incapaces de responder por sí mismas a las preguntas del rito del bautismo. Aún cuando no podamos comprender cómo Dios obra en las vidas de estas personas, nuestra fe nos enseña que la gracia de Dios es suficiente para sus necesidades y que, por lo tanto, son aptas para recibir el bautismo. La Iglesia afirma que en vista de que los niños y niña nacen en un mundo resquebrajado por el pecado, ellos también deben recibir la limpieza y el perdón renovador de Dios no menos que los adultos. La gracia salvadora, puesta a nuestra disposición por la expiación obrada por Cristo, es la única esperanza de redención para personas de cualquier edad. Por medio del bautismo, los infantes entran a una vida nueva como hijos e hijas de Dios y miembros del cuerpo de Cristo. El bautismo los incorpora a la comunidad de fe, la cual les brinda cuidado espiritual e inclusive membresía en la iglesia local. El bautismo de infantes es valorado y entendido correctamente siempre y cuando la Iglesia y la familia del niño o la niña le amen y cuiden espiritualmente. Si un padre, madre o mentor (padrino o madrina) no puede o quiere alimentar al niño en la fe, entonces debe posponerse el bautismo hasta cuando esto pueda proveérsele. El niño o la niña que muere sin ser bautizado(a) es recibido(a) por el amor y la presencia de Dios, porque el Espíritu ya ha obrado en ese niño o niña, y le ha conferido la gracia salvadora. Si el niño o la niña ha sido bautizado(a) pero su familia o mentores no han nutrido su fe fielmente, la congregación tiene la responsabilidad específica de incorporar al niño o a la niña a la vida de ésta. Ya que la Iglesia Metodista Unida entiende la práctica del bautismo como una expresión auténtica de cómo Dios trabaja en nuestras vidas, ésta aboga fuertemente a favor del bautismo de infantes dentro de la comunidad de fe: “Por cuanto que el amor redentor de Dios, revelado en Cristo Jesús, alcanza a todas las personas, y por cuanto Jesús explícitamente incluyó a los niños en su reino, el pastor de cada cargo exhortará sinceramente a todos los padres o guardianes cristianos a presentar a sus niños al
Señor en el bautismo a una edad temprana” (Disciplina de la Iglesia Metodista Unida–2000, párrafo 225, página 146). Declaramos que, a pesar de que la acción de gracias a Dios y la dedicación de los padres y madres a la tarea de criar a sus niños y niñas en la fe cristiana son aspectos del bautismo de infantes, este sacramento es principalmente un regalo de la gracia divina. Ni los padres, madres ni los niños(as) son los actores principales; el bautismo es un acto de Dios en la Iglesia y por medio de ella. Respetamos la sinceridad de los padres y madres que deciden que sus niños y niñas no sean bautizados, pero reconocemos que este punto de vista no coincide con el entendimiento wesleyano de la naturaleza de este sacramento. La Iglesia Metodista Unida tampoco acepta la idea de que sólo el bautismo del creyente es válido o la noción de que el bautismo de infante imparte mágicamente la salvación aparte de la fe personal y activa. En la Disciplina de la Iglesia Metodista Unida–2000 se instruye a los pastores y pastoras a que expliquen nuestra enseñanza claramente en estos asuntos, de modo que los padres, madres y mentores puedan ser librados de malos entendidos o malas interpretaciones. The United Methodist Book of Worship [El Libro de Adoración de la Iglesia Metodista Unida] contiene “An Order of Thankgiving for the Birth or Adoption of the Child” [“Orden de Acción de Gracias por el Nacimiento u Adopción de un Niño(a)”] páginas 585-587,9 el cual es recomendable para situaciones cuando el bautismo es inapropiado, pero los padres y madres asumen públicamente la responsabilidad de velar por el crecimiento del niño o la niña en la fe. Debe aclararse que este rito en ninguna manera es equivalente o sustituto del bautismo. Tampoco es un acto de dedicación del infante. Si el niño o la niña no ha sido bautizado(a), este sacramento debe administrarse tan pronto como sea posible después del “Orden de Acción de Gracias”. La fidelidad de Dios al pacto bautismal Debido a que el bautismo es un acto de Dios en la Iglesia, la persona debe recibir este sacramento sólo una vez. Esta posición está de acuerdo con la enseñanza histórica de la iglesia universal, la cual se originó en el segundo siglo y fue reafirmada recientemente en el documento ecuménico Baptism, Eucharist and Ministry [Bautismo, Eucaristía y Ministerio]. La afirmación de que el bautismo es irrepetible descansa en la inquebrantable fidelidad de Dios. La iniciativa de Dios establece el pacto de gracia al cual somos incorporados(as) por medio del bautismo. Al usar mal la libertad que Dios nos da, descuidamos o desafiamos dicho pacto, pero no podemos destruir el amor de Dios por nosotros(as). Cuando nos arrepentimos y regresamos a Dios, el pacto no tiene que hacerse de nuevo, porque Dios siempre ha permanecido fiel a ese pacto. Lo que se necesita es la renovación de nuestro compromiso y la reafirmación de nuestra parte del pacto. 9
The United Methodist Book of Worship (Nashville, TN: The United Methodist Publishing House, 1992).
El don de la gracia de Dios a través del pacto bautismal no nos salva aparte de nuestra respuesta humana de fe. Es probable que las personas bautizadas tengan muchas experiencias espirituales significativas, las cuales quisieran celebrar públicamente en la vida de adoración de la Iglesia. Tales experiencias bien podrían incluir momentos decisivos que lleven a la conversión, arrepentimiento del pecado, dones del Espíritu, mayor compromiso, cambios en vocación cristiana o transiciones importantes en la vida de discipulado. Pero estas ocasiones no requieren el bautismo sino la reafirmación de los votos bautismales, como testimonio al mensaje de que aunque seamos infieles, Dios no lo es. Los servicios apropiados para dichos eventos serían la “Confirmación o Reafirmación de Fe” (véase el Pacto Bautismal I en The United Methodist Hymnal [Himnario Metodista Unido.10 También véase en “A Celebration of New Beginnings in Faith” [Celebración de nuevos comienzos en la fe”] (The United Methodist Book of Worship, páginas 588-590). Alimentación espiritual de personas en la vida de fe Si las personas bautizadas han de ser capacitadas para vivir fielmente el lado humano del pacto bautismal, el cuidado cristiano es esencial. La alimentación cristiana sigue al bautismo y es en sí misma un medio de gracia. En relación al bautismo de infantes, un primer paso antes del bautismo consiste en instruir a los padres, madres o los mentores en el mensaje del evangelio, en el significado de este sacramento y en las responsabilidades de un hogar cristiano. El pastor o pastora es responsable por este paso (Disciplina-2000, párrafo 331.1.b., página 233). Los adultos que son candidatos(as) para el bautismo necesitan una preparación cuidadosa para recibir el don de gracia del bautismo y vivir lo que éste significa (Disciplina-2000, párrafo 216.1, página 143). Después del bautismo, la Iglesia fiel provee el cuidado espiritual que posibilita en la persona bautizada, el proceso de cre-cimiento en la gracia, el cual es integral y abarca toda la vida. El contenido de este cuidado espiritual será acorde con las etapas de la vida y la madurez en la fe de los individuos. El cuidado cristiano abarca tanto el aprendizaje cognoscitivo como la formación espi-ritual. Una meta crucial es llevar a que las personas reconozcan su necesidad de la salvación y acepten el regalo de Dios en Cristo Jesús. Las personas que experimenten la conversión y se comprometan con Cristo deben profesar su fe a través de un rito público. Éstas tendrán que ser guiadas y apoyadas a lo largo de sus vidas como discípulas. La Iglesia, a través de su vida de adoración, énfasis en el crecimiento espiritual, obra social y misión, ejemplos de discipulado cristiano y oferta de los varios medios de gracia, luchará por conformar a estas personas a la imagen de Cristo. Tales expresiones de cuidado espiritual capacitarán a los cristianos(as) para que vivan el potencial transformador de la gracia que recibieron por medio de su bautismo.
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Véase Mil Voces para Celebrar, página 27.
Profesión de fe cristiana y confirmación La vida cristiana es un proceso dinámico de cambio y cre-cimiento, marcado en varios momentos por rituales que buscan celebrar la gracia salvadora de Cristo. El Espíritu Santo obra en las vidas de las personas antes de su bautismo, durante su bautismo y sigue trabajando en sus vidas después de su bautismo. Cuando las personas reconocen y aceptan que el Espíritu Santo actúa de esta manera, éstas responden con una fe y compromiso renovados. En la iglesia primitiva, el bautismo, la imposición de las manos y la eucaristía fueron parte de un rito de iniciación que simbolizaba el nuevo nacimiento para cristianos de todas las edades. Durante la Edad Media en la Europa Occidental, la confirmación fue separada del bautismo en cuanto al momento de su realización y su significado teológico. Se malentendió la confirmación como algo que completaba al bautismo, y cuyo énfasis estaba en los votos de la persona y su iniciación en la membresía de la Iglesia. Juan Wesley no recomendó la confirmación a sus predicadores o a la nueva Iglesia Metodista en América. Desde 1964 en la antigua Iglesia Metodista, se le dio el nombre de confirmación a la primera profesión pública de fe de las personas bautizadas como infantes. En la antigua Iglesia Evangélica de los Hermanos Unidos no había tal rito hasta que ésta se unió con la Iglesia Metodista en 1968. Juntamente con la reinstauración de la confirmación (como imposición de manos) al presente rito del bautismo, debe enfatizarse también que la confirmación es lo que Espíritu Santo hace. La confirmación es una acción divina, la obra del Espíritu que capacita con poder a una persona “nacida por el agua y el Espíritu” para “vivir como fiel discípula de Jesucristo”. A un adulto o joven que se prepara para el bautismo, se le debe instruir cuidadosamente en cuanto al poder del bautismo para transformar la vida y las responsabilidades que éste conlleva. Por medio del sacramento del bautismo, la persona profesa su fe en Jesucristo al igual que el compromiso de ser su discípula. Se le ofrece también el don de convicción, el cual es confirmado por el poder del Espíritu Santo (véase el Pacto Bautismal I, secciones 4, 11 y 12).11 No se necesita un rito de confirmación aparte para el creyente. El infante bautizado(a) no puede hacer una profesión perso-nal de fe como parte del sacramento. Por lo tanto, después que esta persona haya sido alimentada espiritualmente y madurado como para responder a la gracia de Dios por sí misma, ésta deberá expresar una fe consciente y un compromiso deliberado. Tal persona debe llegar a afirmar la fe de la Iglesia proclamada en el bautismo como su propia fe. Una preparación deliberada para este evento se debe centrar en la auto-comprensión y apropiación de las doctrinas cristianas, los ejercicios espirituales y la vida del discipulado del o la joven. Es una ocasión especial para que la persona experimente la gracia divina y abrace conscientemente la vocación cristiana como parte del sacerdocio de todos los creyentes. Los jóvenes que no fueron bautizados como infantes, deben participar del mismo período de preparación para la profesión de la fe 11
Véase en Mil Voces para Celebrar, el “Orden del Pacto Bautismal”, secciones 4, 11 y 12.
cristiana. Para ellos esto constituye una oportunidad para alimentarse espiritualmente en preparación para su bautismo, ser miembros de la Iglesia y confirmar su fe. Cuando las personas que fueron bautizadas como infantes están listas para profesar su fe cristiana, éstas pueden participar en el culto que el metodismo unido ahora denomina confirmación. En esta ocasión no se entra a la membresía de la Iglesia, puesto que esto fue logrado por medio del bautismo. Es más bien una oportunidad para que la persona por primera vez afirme públicamente la gracia de Dios revelada en el bautismo, y reconozca que él o ella ha aceptado dicha gracia por fe. El culto de confirmación incluye todos los elementos de la conversión: arrepentimiento del pecado, entrega y muerte al ser, confianza en la gracia salvadora de Dios, nueva vida en Cristo y llegar a ser instrumento del propósito de Dios en el mundo. La profesión de la fe cristiana, la cual ha de ce-lebrarse en medio de la congregación, debe incluir la expresión de los votos bautismales como prueba de fe y la oportunidad para que la persona dé testimonio sobre su experiencia cristiana. La confirmación viene después de la profesión de la fe cristiana, como parte del mismo culto. La confirmación es una acción dinámica del Espíritu Santo que puede repetirse. En la confirmación se invoca el derramamiento del Espíritu Santo, a fin de que la persona que está siendo confirmada pueda tener el poder para vivir en la fe que ella ha profesado. El significado básico de la confirmación es fortalecer y afirmar a la persona en la fe y vida cristianas. La acción ritual en la confirmación es la imposición de manos como señal del perenne regalo de la gracia manifestada en Pentecostés. Históricamente, cuando la persona era confirmada se le untaba aceite en la frente en forma de cruz como señal de la obra del Espíritu. El rito del pacto bautismal incluido en The United Methodist Hymnal [al igual que en Mil Voces para Celebrar, Himnario Metodista] deja en claro que el primer y más importante acto de confirmación obrado por el Espíritu Santo está conectado con el bautismo y sigue inmediatamente al mismo. Cuando la persona bautizada ha profesado su fe cristiana y ha sido confirmada, ésta adquiere mayor responsabilidades y privilegios como miembro de la Iglesia. Así como los infantes son miembros de sus familias pero no pueden participar en todos los aspectos de la vida familiar, así también los infantes bautizados son miembros de la Iglesia (la familia de fe) pero incapaces aún de participar en todo lo que concierne a la membresía. Por esta razón, las estadísticas de membresía en las iglesias incluyen a miembros “profesados” y confirmados, en vez de sólo a los miembros bautizados. Reafirmación de la profesión de fe cristiana La vida de fe que viven las personas bautizadas es como un peregrinaje o viaje. En este viaje, que dura toda la vida, se presentan muchos desafíos, cambios y oportunidades. Pero en este peregrinaje de fe participamos de las experiencias de la vida, como parte del cuerpo de Cristo que nos rescata y santifica. Como parte del cuidado cristiano, se nos enseña, forma y da la fuerza para a vivir fielmente, a medida que nos abrimos más y más a la revelación del Espíritu sobre los caminos y la
voluntad de Dios. Mientras que nuestra apreciación por las buenas nuevas de Jesucristo se afianza y nuestro compromiso de servir a Cristo se hace más profundo, buscamos oportunidades para celebrar. Como el pueblo de Dios, a lo largo de las edades, todas las personas cristianas necesitan participar en actos de renovación dentro de la comunidad del pacto. Cada vez que hay un bautismo, se ofrece una oportunidad para ello, pues en el bautismo la congregación recuerda y afirma la obra de la gracia de Dios, la cual el bautismo celebra. El “Pacto Bautismal IV” [al igual que en Mil Voces para Celebrar, Himnario Metodista] es un poderoso rito de reafirmación en el que se utiliza el agua como recordatorio de nuestro bautismo. “Covenant Renewal Service” [El Culto de Renovación del Pacto] y “Love Feast” [La Fiesta del Amor] pueden usarse también para este propósito (The United Methodist Book of Worship, páginas 288-294 y 581-584). Véase también el “Culto de Renovación”, Fiesta Cristiana. Recurso para la Adoración por Joel N. Martínez y Raquel M. Martínez (Nashville, TN: Abingdon Press, 2003), páginas 80-83. La reafirmación de la fe es una respuesta humana a la gracia de Dios y, por consiguiente, debe repetirse en muchas ocasiones durante nuestro viaje de fe.
EL BAUTISMO EN RELACIÓN A OTROS RITOS DE LA IGLESIA La gracia de Dios, que nos reclama en nuestro bautismo, está a nuestra disposición en otras maneras y especialmente a través de otros ritos de la Iglesia. El bautismo y la Cena del Señor (La Santa Comunión o la Eucaristía) Por medio del bautismo las personas son iniciadas en la Iglesia; por medio de la Cena del Senor la Iglesia se sustenta en la vida de fe. Los cultos sobre pactos bautismales concluyen apropiadamente con la Santa Communión; rito por medio del cual la unión del nuevo miembro con el cuerpo de Cristo se expresa a cabalidad. La Santa Comunión es una comida sagrada en la cual la comunidad de fe, en el simple hecho de comer el pan y beber el vino, proclama y participa en todo lo que Dios ha hecho, está haciendo y continuará haciendo por nosotros(as) en Cristo. Al celebrar la Eucaristía, recordamos la gracia que se nos ha dado en nuestro bautismo, y participamos del alimento espiritual necesario para preservar y hacer cumplir las promesas de salvación. Debido a que la mesa, alrededor de la cual nos reunimos pertenece al Señor, ésta debe abrirse a quienes respondan al amor de Cristo, sin importar su edad o membresía eclesiástica. La tradición wesleyana siempre ha reconocido que la Santa Comunión puede ser una ocasión para recibir la gracia que nos convierte, justifica y santifica. A las personas no bautizadas que reciben la Comunión, se les debe alimentar espiritualmente y aconsejar que se bauticen tanto pronto como sea posible. El bautismo y el ministerio cristiano Por medio del bautismo, Dios llama y comisiona a personas al ministerio general de todos los creyentes cristianos(as) (véase la Disciplina–2000, párrafos 120-
122). Este ministerio, en el cual participamos individualmente y como comunidad, es el discipulado en acción. Dicho ministerio se basa sobre el entendimiento de que hemos sido llamados(as) a una nueva relación no sólo con Dios sino también con el mundo. La tarea de las personas cristianas es encarnar el evangelio y la Iglesia en el mundo. Ejercitamos nuestro llamado como cristianos(as) por medio de la oración, al testificar sobre las buenas nuevas de salvación en Cristo, al atender y servir a otras personas y al trabajar por la reconci-liación, la justicia y la paz en el mundo. En esto consiste el sacerdocio universal de todos los creyentes. Dentro de este ministerio general de todos los creyentes, Dios llama y la Iglesia autoriza a algunas personas para el ministerio re-presentativo (véase la Disciplina-2000, párrafos 123-137). La vocación de personas en el ministerio representativo consiste en precisar, modelar, supervisar, pastorear, capacitar e investir de poder el ministerio general de la Iglesia. La ordenación al ministerio de la Palabra, Sacramento y Orden o la consagración a mi-nisterios diaconales de servicio, justicia y amor está arraigada en el mismo bautismo que autoriza el sacerdocio general de todos los creyentes. El bautismo y el matrimonio cristiano En el ritual para el matrimonio de The United Methodist Hymnal, página 865, el ministro le pide a la pareja que en presencia de Dios y de los testigos, declaren su intención de unirse el uno al otro por medio de la gracia de Jesucristo, quien los llama a unirse con él, tal y como reconocieron en sus bautismos.12 El ma-trimonio debe entenderse como un pacto de amor y compromiso, con promesas y resposabilidades mutuas. Para la Iglesia, el pacto del matrimonio se fundamenta en el pacto entre Dios y su pueblo, al cual las personas cristianas entran por medio del bautismo. El amor y la fidelidad, que han de caracterizar el matrimonio cristiano, servirán como testimonio a favor del evangelio, y la pareja tendrá que “ir a servir a Dios y a su prójimo en todo lo que haga”. Cuando los ministros ofician el matrimonio de una pareja de no cristianos, el ritual necesita cambiarse para proteger la integridad de todos los que participan en él. El bautismo y el funeral cristiano El evangelio cristiano es un mensaje tanto de la muerte y la re-surrección de Cristo como de las nuestras. El bautismo simboliza nuestra muerte y resurrección con Cristo. Puesto que la muerte no tiene más dominio sobre Cristo, creemos que si hemos muerto con Cristo, también viviremos con él (Romanos 6.8-9). La liturgia del “Culto de Muerte y Resurrección” proclama que al morir Cristo, él destruyó nuestra muerte y al resucitar Cristo, él nos devolvió la vida y vendrá otra vez en gloria. 12
La conexión entre el bautismo y el matrimonio no se menciona en “El Culto de Matrimonio Cristiano”, que aparece en Mil Voces para Celebrar (véase páginas 32-38).
Proclama además, que como en el bautismo la persona se vistió de Cristo, así también la persona en Cristo se vestirá de gloria.13 Si la persona fallecida nunca fue bautizada, el rito tendrá que ser enmendado de manera tal que se sigan afirmando las verdades del evangelio. Esto debe realizarse de un modo apropiado a la situación. La encomienda de la persona fallecida a Dios y del cuerpo a su lugar de descanso final, nos recuerda del acto del bautismo y deriva su significado cristiano del pacto bautismal de Dios con nosotros(as). Reconocemos la realidad de la muerte y del dolor ante la pérdida, y damos gracias por la vida que la persona vivió y compartió con nosotros(as). Adoramos conscientes de que nuestras reuniones incluyen a toda la communion de los santos, visible e invisible, y de que en Cristo los nexos de amor unen a los vivos con los muertos.
Conclusión El bautismo es un umbral crucial que atravesamos en nuestro viaje de fe. Pero hay muchos otros, inclusive la transición final de la muerte a la vida eterna. Por medio del bautismo somos incorporados(as) a la dinámica historia de la misión de Cristo, y se nos identifica con la nueva historia en Cristo Jesús y la nueva era que Cristo traerá y a la vez se nos hace partícipes de las mismas. Esperamos el momento final de gracia cuando Cristo ha de venir victorioso al final de las edades, a fin de llevar a la gloria de esa victoria a quienes están en él. El bautismo tiene importancia en el tiempo y da significado al final del tiempo. En él visualizamos un mundo recreado y una humanidad transformada y exaltada por la presencia de Dios. Se nos dice que en este cielo nuevo y tierra nueva no habrá templo en la presencia de Dios, “el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (Apocalipsis 21-22); nuestras iglesias y cultos de adoración habrán tenido su tiempo y cesado para entonces. Hasta tanto llega ese día, somos comisionados(as) por Cristo: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28.19-20). El bautismo está en el corazón del evangelio de la gracia y es el centro de la misión de la Iglesia. Cuando bautizamos afirmamos lo que como cristianos(as) entendemos acerca de nosotros(as) y nuestra comunidad: que Dios nos ama al darnos la existencia y que estamos perdidos(as) por causa del pecado, pero que somos redimidos(as) y salvos(as) en Jesucristo para vivir vidas nuevas anticipando su regreso en gloria. El bautismo es una expresión del amor de Dios por el mundo, y los resultados del bautismo también expresan la gracia de Dios. Como pueblo de Dios bautizado, nosotros(as), por lo tanto, respondemos con alabanza y acción de gracias, orando que la voluntad de Dios se haga en nuestras vidas.
13
Véase Mil Voces para Celebrar, página 43.