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espectáculos
| Domingo 13 De enero De 2013
Grabaciones Mauro Apicella
Piazzolla, según Ernesto Acher
C
asi al cierre de 2012 (año Piazzolla y Yupanqui, por cumplirse dos décadas de la muerte de ambos artistas), el sello Acqua Record publicó un homenaje que Ernesto Acher le hizo al bandoneonista marplatense. El proyecto fue creado mucho antes, para dos conciertos que se realizaron en el teatro Astral en noviembre de 2011. Del registro de aquellas presentaciones surgió este CD, que incluye una docena de títulos (incluida las Estaciones porteñas, con sus cuatro piezas). Hay aquí de esas composiciones
que no pueden faltar en el repertorio piazzolleano para público que busca temas conocidos, y también están aquellos que pocas veces se interpretan. Se puede decir que Acher ha encontrado un buen equilibrio para complacer a aquellos que siempre quieren escuchar “Adiós Nonino” y a los que están dispuestos a abrir los oídos a otras músicas menos conocidas. En el momento en que fue compuesta, la música de Piazzolla ha sido de ruptura con el tango establecido. A la vez, resultó un material siempre maleable y moldeable
tanto por el propio compositor como por tantos otros músicos que a lo largo del tiempo abordaron la obra. Es justamente en casos como éste en los que vale la pena volver a señalar esta cualidad que tiene la música de Astor y que pocas veces se da con otras vertientes tangueras: su posibilidad de adaptarlas a las más variadas formaciones instrumentales. La música de Piazzolla es, del tango, la que mejor “resiste” el tratamiento camarístico y sinfónico. Ya sea por la manera de componer de este músico como por los elementos que supo traer con excelente criterio de la música académica, las composiciones perviven más allá del medio que las propague. Es así como Acher puede optar (que es lo que hizo en este trabajo) por una formación de cámara de cuerdas más algunas maderas y capturar la esencia del trabajo de Piazzolla. Los que esperaban que Acher mostrara su habitual histrionismo, van por mal camino con este disco. No habrá resabios de Les Luthiers, ni de La Banda Elástica, ni de su labor co-
mo director de los tributos a Gershwin. Acher convocó a músicos de dos extracciones, la tanguera y la clásica. Hay en este proyecto instrumentistas que habitualmente tocan en orquestas típicas y otros que integran las filas de cuartetos de cuerdas o de orquestas sinfónicas. De esa mixtura sacó el sonido grupal para encarar la producción piazzolleana: “Prepárense”, “Lo que vendrá”, “Marrón y azul”, “Bandó”, “Fracanapa” y las ya mencionadas “Adiós Nonino” y las Estaciones porteñas. “El foco estuvo puesto en una respetuosa tarea de versiones y transcripciones”, escribió Acher en la lámina interna que trae el disco. Y este homenaje no es más ni menos que eso. Una versión respetuosa, con más búsqueda de climas que de proyecciones armónicas y rítmicas. Dentro de ese marco camarístico Acher decidió subrayar esos elementos que son claves en el universo de Piazzolla. Desde los contrapuntos de oboe y clarinete en “Bandó” hasta los climas que obtiene desde la cuerda en “Oblivion”.ß
Tracks Tom Waits y Keith Richard, en una de piratas
Ernesto Acher
El anuncio lo hizo Johnny Depp hace un par de meses y ya están a la vista (o mejor dicho al oído) los primeros resultados. Así como en 2006 apareció Son of Rogue’s Gallery: Pirate Ballads, Sea Songs and Chanteys, ahora llega una especie de segundo volumen. Además de Depp –que hace dúo vocal con Shane MacGowan– participan en este trabajo el director de Piratas del Caribe Gore Verbinski y el productor artístico Hal Willner, quien se encargó de hacer la convocatoria de cantantes. Ya se pueden escuchar a dos ebrios aulladores (Tom Waits y Keith Richards) en una versión de “Shenandoah”. También grabaron Michael Stipe, en un dúo con Courtney Love, y Anjelica Huston, entre otras figuras del firmamento musical y actoral.
clásico veraniego
Köchel, el verdadero dueño de la letra K Jorge Aráoz Badí —PARA LA NACION—
E
l oficio de catalogador histórico aparece tan rodeado de misterio, que se resiste a integrar la lista de profesiones universalmente aceptadas. No es habitual que algún instituto cultural anuncie públicamente la búsqueda de un especialista de este carácter, porque se trata de escasas rarezas, nunca disponibles en un mundo que en sus grandes sistemas, pareciera tenerlo todo, incluido lo más exótico. Un catalogador no sólo es un estudioso que mira los materiales de la historia a través de un espejo retroscópico. Mucho más que eso, es un explorador intelectual y un entrenado inquisidor científico que se propone investigar, ordenar y probar. Muy pocos émulos de Linneo han logrado resultados tan culminantes como Ludwig Ritter von Köchel, el creador del catálogo de obras de Mozart, hasta ahora, único posible de utilizar. Adoptado universalmente como el definidor numeral que autentifica cada título de las composiciones mozartianas, las acompaña con una K, por el apellido de su autor, a veces usada sola y otras con una V, por Verzeichnis, que quiere decir “lista”, en alemán. Precisamente, Ludwig von Köchel fue tentado inicialmente como Linneo por la botánica y luego por la mineralogía, territorios en los que realizó notables aportes clasificadores. Salvo algunos intentos parcializados de codificación, del mismo Mozart, de su padre, de su amigo Stadler, de Nissen, segundo marido de Constanze y uno de los primeros biógrafos de Mozart, y de varios ensayos posteriores, el mundo que encontró Köchel mostraba un desolador amontonamiento de partituras. Con su equipo mental monopolizado por la precisión, el clasificador austríaco encaró un trabajo enciclopédico, se entregó a desentrañar documentos borroneados o casi ilegibles, realizó entrevistas, y descartó, no sin temor, materiales sospechosos. El prólogo de la primera edición de su Indice, publicado en 1862 por la editorial Breitkopf y Härtel, en Leipzig, concluye con un pedido de notable humildad intelectual, ya que invita a “contribuir al perfeccionamiento de una tarea que un individuo solo es de todo punto incapaz de realizar en un primer intento”. En 1905 se publicó la segunda edición a cargo de Paul Graf von Waldersee, con modificaciones y agregados importantes. La tercera edición fue especialmente significativa y estuvo supervisada por Alfred Einstein. Finalmente, la quinta, de 1964, es la que actualmente se utiliza. En 1954, la Fundación Internacional Mozarteum impulsó una nueva edición completa y crítica del catálogo, pero siempre, con pie firme, basado en el trabajo esencial de Köchel. Mañana, 14 de enero, se cumplirá un aniversario del nacimiento de Ludwig Ritter von Köchel, en Stein, Austria, en 1800, hace ya 213 años.ß