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espectáculos
Nº 20
| Lunes 16 de diciembre de 2013
DATOS DISTRIBUCIÓN
LUNES 16 de DICIEMBRE
Nº 21
Distribuidor: ..................................................................................................................................... Línea: ....................................................................................................................................................... Vendedor: .......................................................................................................................................... Paquete: ...............................................................................................................................................
PróximA ENTREGA LUNES 23 de DICIEMBRE Válido exclusivamente en el territorio de la República Argentina, excepto en Jujuy, Rosario, Santa Rosa y Concepción del Uruguay.
1932-2013
Peter O’Toole Carismático intérprete de su propia leyenda Viene de tapa
O’Toole decía haber llegado al mundo en Connemara, uno de los lugares más bucólicos y bellos de Irlanda. Sin embargo, muchos de sus biógrafos aseguraban que en realidad había nacido en el paisaje bastante menos poético de Leeds, la ciudad inglesa famosa por su poderío industrial en la que se crió. Más allá del mito del origen que el propio intérprete se ocupó de difundir, lo cierto es que su llegada a la actuación fue a través del teatro. Estudió en la Real Academia de Arte Dramático y, luego de graduarse, en la segunda mitad de la década del 50, se dedicó a perfeccionar su talento sobre el escenario interpretando a más de cincuenta personajes. Claro que, más allá del éxito en las tablas londinenses, con la llegada de los 60 el cine empezó a tocar a su puerta. Y cuando finalmente consiguió un papel protagónico fue uno que cambiaría su carrera y su vida para siempre. En 1962, contra los deseos del poderoso productor de Sam Spiegel, que lo creía demasiado alto y exagerado para interpretar a T.E. Lawrence (quería a Marlon Brando o a Albert Finney para el papel), fue elegido para encabezar Lawrence de Arabia. Un film que se convertiría casi en un sinónimo de su propio nombre y el que le abriría las puertas de Hollywood, especialmente después de conseguir su primera nominación al Oscar. Fue la primera de ocho, una marca impresionante, pero que a O’Toole lo halagaba tanto como le molestaba. Es que, hasta 2003, se fue de la fiesta de la industria del cine con las manos vacías. Y claro, la única vez que se llevó la dorada estatuilla a su casa fue cuando la Academia decidió otorgarle el Oscar a su trayectoria. Un honor que el actor estuvo tentado de rechazar. En realidad hasta llegó a escribir una carta para los influyentes votantes en Hollywood agradeciéndoles el gesto, pero asegurándoles que “todavía estaba en el juego” y que “todavía podría ganarme esa adorable porquería de una vez. ¿Podría la Academia por favor diferir este honor hasta que cumpla 80?”. Lo cierto es que luego se arrepintió del rechazo y viajó hasta Los Angeles para ser homenajeado por quienes apenas tres años después terminaron por darle la razón al nominarlo una vez más, la octava, por su papel en Venus. Que haya vuelto a perder en esa ocasión acrecentó su leyenda, forjada con sus inolvidables papeles en la pantalla grande y su excesos fuera de ella. Gracias a los reconocimientos y la fama que le aportó la película de David Lean, O’Toole se fue apartando del teatro para dedicarse a hacer una película tras otra –protagonizó Lord Jim, ¿Qué pasa Pussycat?, ¿Có-
mo robar un millón de dólares?, Un león en invierno, Adiós Mr.Chips y La noche de los generales, entre otras– y, en el camino, su afición por el alcohol y su comportamiento en los sets de filmación se hicieron tan famosos como sus papeles. Alguna vez, Katherine Hepburn, su compañera en Un león en invierno, aseguró que O’Toole estaba dilapidando su talento, una opinión válida cuando el hombre parecía hacer ostentación de su incapacidad para aprender los diálogos o mantenerse sobrio. A pesar de su mala fama y una pancreatitis que casi acaba con su vida en la década del 70, O’Toole nunca dejó de trabajar. Y de sorprender. Cuando todos lo consideraban una estrella del pasado, demasiado enamorado de la botella y de su gloria pasada, volvió a la pantalla con un papel hecho a su medida como aquel de Mi año favorito, en el que interpretaba a un actor cuya carrera se extinguía por su afición a la bebida. “Creo que uno debería decidir por sí mismo cuándo es tiempo de partir, por eso le doy a la profesión un adiós agradecido y sereno.” Así se despedía de la actuación hace un año y medio, justo cuando su inolvidable Lawrence de Arabia cumplía medio siglo de vida en nuestras retinas.ß
Detrás de las cámaras de ¿Cómo robar un millón de dólares?, con Audrey Hepburn
El caballero de la intensa mirada azul el personaje Fernando López PARA LA nACIOn
5 actuaciones para el recuerdo
S
1962
Lawrence de Arabia El papel que lo catapultó al estrellato y cimentó su lugar en la historia del cine
1968
El león en invierno Junto a Katharine Hepburn, como Enrique II y Eleonor de Aquitania, con quien la une una relación por demás compleja
1969
Adiós Mr. Chips Un reservado maestro de latín que sorprende a sus alumnos con su liberal esposa (Petula Clark)
1982
Mi año favorito Una de sus mejores comedias, en la que interpreta a una estrella en decadencia al estilo Erroll Flynn
1987
El último emperador Como el tutor del joven heredero al trono, aportaba la mirada de Occidente al film de Bernardo Bertolucci
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Junto a Meryl Streep, con su Oscar
reuters
e ha apagado la mirada intensamente azul. Y con ella, la voz y la dicción que señalaron desde un principio que su destino era la escena, el porte aristocrático que desmentía su origen humilde y además ese carisma y ese poder de seducción que ya habrían querido para sí otros galanes más jóvenes, musculosos y carilindos. Peter O’Toole será ya por siempre Lawrence de Arabia, Lord Jim, El Hombre de la Mancha, acaso también el veterano actor olvidado que Hanif Kureishi concibió para él en Venus (Roger Michell, 2006), donde se daba el gusto de burlarse un poco de su imagen pública. Ya le había dado la imagen definitiva a Enrique Plantagenet, cuya corona como Enrique II de Inglaterra ciñó dos veces en la pantalla (una en Becket, de Peter Glenville, 1964; la otra, en Un león en invierno, de Anthony Harvey, 1968). Y una infinidad de personajes más. Heroicos, dramáticos, graciosos, legendarios, tímidos como el señor Chipping de Adiós Mr. Chips, seductores aun a su pesar como el paciente de Peter Sellers en ¿Qué pasa Pussycat?, borrachines como el actor inglés en decadencia de Mi año favorito. “Debe ser uno mismo quien decida cuándo ha llegado la hora de detenerse”, escribió el año pa-
sado al anunciar su retiro en una bella carta en la que agradecía todo lo que le quedó debiendo a su oficio. Más, seguramente, le ha quedado debiendo el mundo artístico a él. La Academia de Hollywood, por ejemplo, que sólo le dio un Oscar honorario pero le negó la estatuilla las ocho veces en que fue candidato. La primera de todas por Lawrence de Arabia, que reveló sus excepcionales dotes, además de una apostura física que lo convirtió en el actor de moda de la noche a la mañana; la última, por la citada Venus. Cuando, en 2002, ya con 70 años cumplidos, le otorgaron esa especie de premio consuelo con el que Hollywood busca compensar sus muchas veces imperdonables olvidos, estuvo a punto de rechazarlo. Se consideraba, con justicia, en condiciones de ganar el premio en buena ley, por algún trabajo futuro. Lo aceptó por cortesía. Y porque, como todo el mundo había sabido apreciar a través de sus desempeños en la pantalla, era un caballero. A punto estuvo de lograrlo cuatro años después cuando fue nominado por su labor en Venus. Pero tampoco lo obtuvo en esa oportunidad: se lo ganó otro monarca (falso), El último rey de Escocia, es decir Forest Whitaker, metido en la piel del dictador ugandés Idi Amin. Paradójicamente, a diferencia de muchos de sus colegas, O’Toole nunca llegó a ser nombrado caballero.ß
Avenida Brasil, un éxito en tira
Televisión. La telenovela de Globo, un fenómeno en su país, se estrena hoy por Telefé
A la televisión abierta cada vez le cuesta más sumar cada punto de rating que consigue. Hace tiempo que la ficción ya no logra marcas que superen los veinte puntos e impresionen como ocurría en otras épocas. A menos, claro, que se trate de una telenovela brasileña como Avenida Brasil, que se estrenará hoy, a las 16.30, por Telefé. Un fenómeno que llama la atención incluso para los estándares brasileños, donde las telenovelas exitosas suelen atraer la atención de millones. Cuando en octubre de 2012 se emitió el último capítulo de esta tira –ya vendida a más de cien países–, el rating subió a los 52 puntos, una cifra que acá no consigue ni el fútbol. Y mucho menos las ficciones diarias. Porque, más allá de su éxito y la nominación al Emmy internacional que consiguió, lo cierto es que Avenida Brasil es un
melodrama con todas las letras. Una mezcla de La cenicienta con El conde de Montecristo que transcurre en Río de Janeiro. Todo comienza en los años noventa cuando Carmem, una mujer ambiciosa y sin escrúpulos seduce a Genésio, un viudo, para quedarse con su fortuna. Cuando el hombre muere atropellado accidentalmente por Tifón, un famoso futbolista que interpreta Murilio Benicio (el protagonista de El clon, aquel otro fenómeno televisivo brasileño), Carmem decide conquistarlo, pero para hacerlo tiene que deshacerse de la pequeña Rita, la hija de Genésio, que conoce su maldad. Así, la niña es abandonada en un basural, donde la miseria es la única constante y las penosas condiciones de vida sólo se soportan gracias a la amistad y el amor. Allí la pequeña conocerá
a otro huérfano que se transformará en su gran compañero de juegos y futuro amor, pero los chicos son separados cuando Rita es adoptada por una familia argentina. Años después, transformada en una exitosa chef y con nuevo nombre, la chica (Débora Falabella) regresará a Brasil en busca de vengarse de Carmem y Tifón, y para ello ingresará a trabajar en su casa. Claro que allí se encontrará con su antiguo amigo, adoptado por la mujer que le arruinó la vida. Historia de identidades falsas, de secretos de nacimiento y de adopción, revancha y resentimientos de clase, romance y perdón, todos esos elementos forman parte de los 179 episodios de Avenida Brasil, que, aunque resulten muy atractivos para los seguidores de culebrones, difícilmente puedan ser considerados originales. Y tampoco alcanzan para
explicar el suceso de la tira que en su momento hizo que la presidenta Dilma Rousseff cambiara algún acto de campaña para que no coincidiera con la emisión del último capítulo, que se calcula fue visto por más de 80 millones de personas. Tal vez las razones de su impresionante impacto global tengan que ver con un guión y una producción que se animó a dejar de lado la historia de ricos y pobres para poner el acento en la historia de aquellos nacidos en la miseria más absoluta frente al relato de superación de un futbolista y su familia, convertidos en millonarios de la noche a la mañana. Un argumento que, si no fuera de telenovela, podría figurar en las primeras páginas de los diarios y los suplementos deportivos. Una historia de dolor y superación. Y de romance también, claro.ß
Débora Falabella y Cauã Reymond
telefé