Pérgola 14 dic. 07

misma plaza y quince dias después alguien me vio paseando por una calle de ... a c u e rdo con eso: “Mi trabajo, a veces, me aburre bastante. Pe- ro me ha ...
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B i l b ao

Un trabajo de verdad

Mirador

L

Viaje al Edén

P

rimer día de agosto. Ramón y yo estamos sentados en la terraza del bar Z. Es la única mesa libre que hemos encontrado en dos o tre s k i l ó m e t ros a la redonda. La ciudad está atestada de turistas. –Los que más miedo me dan son los japoneses, –bromea Ramón–. Esa gente lo fotografía todo, no dejan títere con cabeza. El año pasado me fotografiaron en esta misma plaza y quince dias después alguien me vio paseando por una calle de Tokio. No era yo, se trataba sólo de una copia, pero p a rece ser que me re p ro d u j e ro n con todos los detalles. –¿Tú crees que valía la pena? –le pregunto. Ramón no replica. Hace demasiado calor para discutir. Le m i ro de soslayo y me parece que empieza a salirle un poco de humo de la cabeza. –¿Dónde te marcharías este verano, si a última hora decidieses t o m a rte unas vacaciones? –me p regunta Ramón, sin dejar de abanicarse. –Al Edén –le re s p o n d o . –¿Te refieres al Paraíso Terrenal? –Me re f i e ro al lugar donde Dios colocó a nuestros primeros padre s . Está regado por un río que es, a su vez, fuente de otros cuatro. Todo el mundo dice que es un sitio bastante fre s c o . –Pues si yo pudiese elegir, me iría al ParaísoTerrenal. –dice Ramón, poniéndose un poco triste. –¿Y no es lo mismo Edén que Paraíso Terrenal? –Nada de eso. El Paraíso Terrenal es aquel lugar maravilloso donde todo se nos da ya hecho. No tenemos necesidad de mover un dedo para obtener lo que queremos. Los jamones, chorizos y longanizas cuelgan en abundancia de las ramas del árbol de la vida y tenemos a nuestro alcance el cuchillo mágico que nos nos permite cortar todas las lonchas de jamón o los pedazos de embutido que nos apetezcan. En el Edén, por el contrario, es pre c i s o trabajar un poco. No nos basta con alargar el brazo como en el Paraíso Terrenal. Disponemos también de un cuchillo mágico, es cierto, pero para pro v e e rnos del embutido que nos apetezca tenemos que fabricarlo antes. A n u e s t ro alrededor hozan docenas de rollizos cerdos, pero tenemos que ser nosotros quienes se tomen la molestia de sacrificarlos.

Javier Tomeo

e pre g u n t a ron a Marsé “¿a qué se dedica usted?” y respondió: “soy escritor”. “Sí”, replicaron, “pero, ¿en qué trabaja?”. A Javier Gomá, empollón bilbaino, le gustaría leer una historia cultural enfocada en la manera en que se “ganaron la vida” poetas, novelistas, dramaturgos y demás ralea. Que contara su disposición íntima ante eso, cómo influyó en su obra. Marsé es de los pocos escritores que ha alcanzado el grado cero de la actividad laboral “seria” para dedicarse por entero a componer sus cosas. Quizá es sano para el artista no poder vivir de sus inventos y tener que trabajar en algo alejado de lo suyo. Para un poeta (dejando aparte el hecho de que la poesía no da para comprar zapatos, cebollino ni, por supuesto, grabados religiosos en madera de los maestros primitivos) ¿no es beneficioso trabajar como agente de Bolsa o g e rente de superm e rcado y hablar con alguien más que con literatos? Jaime Gil estaba de a c u e rdo con eso: “Mi trabajo, a veces, me aburre bastante. Pero me ha hecho más listo”. Casi todos los novelistas, sin embargo, consideran mejor la dedicación plena que la escritura a presión los fines de semana con críos saltando alrededor... Se debe tener en cuenta que una novela es algo de largo aliento y que también hacen falta horas para acudir a reuniones sociales donde envanecer al crítico y congraciarse con cualquier cretino que pueda dar un empujón a la carrera... Kafka, que trabajaba en una compañía de seguros, tenía que escribir por la noche, lo que consideraba una maldición y una bendición. Wallace Stevens no se ganaba la vida contando sílabas. Era vicepre s idente de Harf o rt Accident and Indemnity Company: con sus pólizas tenías el privilegio de es-

Quizá es sano para el artista no poder vivir de sus inventos y tener que trabajar en algo alejado de lo suyo tar protegido en caso de incendio por un poeta de culto. El ramo de los seguros ha dado mucho literato. Saramago se dedicaba a eso (aunque también fue cerr a j e ro) antes de convertirse en modelo de escritor c o m p rometido. Y Thomas Mann antes de empezar a vivir de las rentas de la mujer que tan bien veló para que ningún asunto cotidiano perturbara su tranquilidad. A Rilke le mantenían sus fans, Baudelaire sableaba. Eliot se afanaba en un banco, Pessoa traducía correspondencia com e rcial. Espriu fue notario, Perucho juez, Benet ingeniero de caminos, canales y puert o s . Melville era aduanero, Wi l l i a m Carlos Williams pediatra. Médicos también fueron Celine, Martín Santos y Campoamor.

No ejerc i e ron o ejerc i e ron poco Baroja, Bulgákov, Chejov y Conan Doyle, evitándose así el p e l i g ro de caer en negligencias. Preferían enfrentarse a la página en blanco o el riego de incurrir en formas idiomáticas trilladas. A Joe Gould, licenciado en Harv a rd, sólo le intere s aba su proyecto literario: dormía, harapiento, en la calles de Manhattan... Un montón de escritores latinoamericanos optaron por el chollo de la diplomacia, ocupación chic por excelencia. Después de mover ciertos hilos y dar un poco de coba conseguían trocar su vivienda, tal vez corriente, por otra majestuosa en el extranjero de salones espaciosos, maderas nobles, jardín con aves del paraíso y quizá piscina con el ph perfectamen-

te controlado: Carpentier, Darío, Neruda, Fuentes, Posse... A la escritora Rosario Castellanos le salió mal: se electro c u t ó con una lámpara cuando ejercía de embajadora en Tel Aviv. Aquí Julio Camba quiso que le nombraran embajador a dedo p e rono lo consiguió. Jaime Gil suspendió en las oposiciones... A Javier Gomá no le habría pasado: ganó con el número uno las oposiciones al Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Una vez José Emilio Pacheco fue a hacerse un carnet, dijo ingenuamente que era escritor y la funcionaria le espetó: “¡Eso no es una profesión!”. No se le c a y e ron los pantalones. Se encogió de hombros y puso: “Trabaja por su cuenta”. Pro f e s i ó n como Dios manda es la de abogado. Ha habido muchos picapleitos renegados en la literatura. Antonio Martínez Sarrión y Luís Mateo Díez consig u i e ron entrar en la administración pública, lo que les permitió dedicarse holgadamente al cultivo de la vida interior y la

alta literatura. También Julio Ramón Ribeyro, que anotó en su diario de 1951: “Ser abogado, ¿para qué?”. Bohumil Hrabal era asimismo jurista pero trabajaba, sin que se le cayeran los anillos, de obre ro en la industria siderúrgica, en una prensadora de papel, como tramoyista y en otras faenas igualmente dignificantes, siempre bebiendo abundante cerveza checa, hasta que se cayó, a la manera de José Agustín Goytisolo (abogado también), de lo alto de un balcón. Javier Marías afirma que se hizo escritor para no tener que madrugar (algo que Lovecraft, Valery o Azorín hacían por vicio, a horas disparatadas) ni sop o rtar cada día a un patrón de oficina. El rentista Tolstoi y B y ron vivían ajenos a despidos o ascensos; no necesitaban salir de casa todas las mañanas a la misma hora para dedicarse a las actividades productivas que consideraba respetables el interrogador de Marsé.

Antonio Otero García-Tornel