Número 24 | Septiembre de 2017 Revista literaria del

La Vanguardia (Barcelona), Libération (París), El Mundo del siglo xxi. (Madrid), las revistas El ... 27 Un año sin Internet | PAULA NATALIA DE ANDA VARGAS.
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Revista literaria del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste Año 6 | Número 24 | Septiembre de 2017

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Contenido 3 Presentación 4

朝顔 / Flor del alba / Ijnaloxochitl | C HI YO-NI T R A DUCC IÓN CR I S T INA R A S C ÓN , M A R D ONIO C A R B A L L O

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José Emilio Pacheco, la voluntad del decir | F R A NC I S C O MEZA S Á NC HEZ

12

De las montañas sagradas y otros poderes terrenales | G ABR IE L T RUJIL L O MUÑOZ

15

Encontrar una arruga | JA ZMÍN L OZA DA

16

Leyendo la Biblia hacia atrás / Reading the Bible Backwards | E L E A NOR W ILNE R T R A DUCC IÓN DE Ó S C A R PAÚL C A S T RO

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El trópico, el altiplano, el desierto: un solo caimán | HU GH DAVIE S

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Carne-acero | A LBE RTO G . ME L E NA

23 Pecado, de Laura Restrepo: La culpa y sus mascaradas | MOI SÉ S E L Í A S FUE N T E S 26

Signos | VÍCTOR A RGÜE L L E S

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Un año sin Internet | PAUL A NATA L I A DE A NDA VA RG A S

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Emociones al viento | M A R Í A LUI S A OLV E R A M AG A ÑA

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Poemas | G EOVA NNI O S UNA T IR A D O

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Los laberintos del sonido | JA S SEF A L EJA NDRO B A LDE R R A M A JIMÉ NEZ

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Ichtus | JORG E PO S TL E T HWA I T E

Fabricio Vander Broeck. Diseñador, ilustrador, pintor y editor. Sus ilustraciones han sido publicadas en The New York Times, La Vanguardia (Barcelona), Libération (París), El Mundo del siglo xxi (Madrid), las revistas El Malpensante (Bogotá) y Letras Libres (México), donde también funge como editor de ilustración. Ganó el Segundo Premio en el Noma Concours of Illustration 1993 organizado por el Asian Cultural Centre for Unesco, en Tokio, Japón. Durante ocho años consecutivos recibió el Excellence Award for Illustration de la Society of Newspaper Design, así como el Silver Award en 1999. En 2000 ganó el premio Utopía convocado por Fundalectura en Colombia y fue seleccionado para la lista de honor de Ibby (selección bienal de los mejores libros para niños publicados en el mundo). En 2003 un portafolio de su obra fue publicado en el catálogo de la Society of Newspaper Design y una serie de ilustraciones suyas fueron exhibidas en el sitio web de American Illustration. En 2007 el libro La cucaracha, ilustrado por él, fue seleccionado para la exposición The White Ravens 2007 que la Internationale Jugendbibliothek organiza anualmente en el marco de la Fiera del Libro per Ragazzi de Bologna, Italia. En 2010 fue candidato por México al Premio Hans-Christian Andersen en la categoría Ilustración.

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Un año sin Internet Pa u l a N at a l i a d e A n d a Va r g a s Quería quedarse en Internet un rato más. Sus actividades en línea apenas variaban: se limitaban a Facebook y Wikipedia. Berta odiaba la obsesión internauta de Perla. No se explicaba cómo la adolescente podía sonreír, hacer muecas e incluso soltar carcajadas frente al monitor. No entendía cómo el plástico, el cristal, los cables y los chips eran capaces de emocionarla al punto que ella, su madre, ya no podía. Esa noche su mamá la cachó despierta frente a la computadora. Perla había perdido la noción del tiempo. «Perdí la noción del tiempo.» Era su excusa favorita, y como no usaba reloj de mano creía que le quedaba muy bien, pero nadie más lo creía. Cuando su mamá la escuchaba decir que perdió la noción del tiempo y que además inserte pretexto aquí, ponía los ojos en el cielo, echaba un suspiro y se consolaba con que al menos ella aún se mantenía de este lado de la ingenuidad. Que no era como su hija, capaz de tragarse esa vulgar excusa. Cuando Berta entró al estudio, su hija seguía allí, frente a la computadora, exactamente en el mismo lugar que hacía cuatro horas. La había desobedecido descaradamente y, por si esto fuera poco, la había despertado a la media noche con sus insistentes tecleos de puberta adicta a la tecnología. Berta desconectó el cable de la computadora y le gritó enfurecida: «¡Un año sin Internet». Salió del estudio y se volvió a dormir. La reacción de Perla ante el incidente fue mucho más funesta. Un año sin Internet. Así como los tecleos que habían despertado a Berta hacían eco en esa casa demasiado grande para dos personas, esas cuatro palabras retumbaban en su cabeza. «Un año sin Internet, ¿qué voy a hacer?.» Se arrepintió de todos los minutos que conformaron esas últimas cuatro horas desperdiciadas frente a esa cochina máquina. Berta tenía razón. Cablecitos, chips, plástico, alambres y fierros ensamblados en algún país asiático. ¿Dónde? ¿Cómo había permitido que esa máquina fabricada quién sabe dónde se apoderara de su tiempo? Un año sin Internet. No. No. ¡No! ¿Y ahora qué haría con su tiempo?

Frustrada como estaba, Perla se olvidó de todo consuelo. No alcanzaba a comprender que ese castigo podría suponer una fortuna más que una desgracia; sin Internet tendría tiempo de sobra para practicar lo que había absorbido de Wikipedia. Ignoraba que en el cuarto donde perdía la noción del tiempo todos los días había 15 libros de cocina con los que bien hubiera podido volcarse en la gastronomía sin tener que usar Google. De hecho, Perla no le había puesto mucha atención al montón de libros empolvados en las repisas del estudio, porque apenas entraba, se sentaba frente a la computadora y no despegaba los ojos del monitor. La segunda idea que se le escapó a Perla es que en realidad el castigo no era real. Al pronunciarlo, Berta estaba más bien adormilada y seguramente al día siguiente no recordaría la condena. Solo era cuestión de esperar unos cuantos días de hija abnegada, no se haría mención sobre el incidente de esa madrugada y todo quedaría en el olvido. Pero las fúnebres palabras seguían chocando contra su cráneo. Un año sin Internet. Pensó que no era tan mala idea acabar con su vida de una vez y de paso torturar a su madre con la culpa, pero enseguida desechó el plan porque jamás tendría el valor de hacerse daño con un objeto punzocortante y no se le ocurría otra herramienta para matarse además del cuchillo de la cocina. Luego pensó que podía irse de su casa. Esa idea tenía un dejo de romanticismo que la excitaba. Lo había visto en tantas películas. De las caricaturas de su infancia recordaba cómo los personajes reunían todas sus pertenencias en el centro de una sábana, la anudaban de los cuatro extremos, le clavaban a un palo de madera, se echaban el palo al hombro y se marchaban. Había llegado el momento. El sueño de todo niño y de todo adolescente: la fuga del nido. Escarmentar a sus progenitores con la angustia, saborear sus súplicas, sus por favor regrésate m´hijit@. Alistaba su maleta y pensaba en su destino. Sí, iría a la casa de Denisse, su mejor amiga, le explicaría que había huido y ella y su mamá la recibirían con leche y quesadi-

28 llas. Aunque era de madrugada, resolvió llegar a casa de Denisse sin avisarle por teléfono; eso significaría hacer demasiados preparativos y Perla deseaba conservar cierto nivel de aventura. Imaginaba los encabezados en los diarios del siguiente día: «Tras castigarle el Internet por un año, madre arrepentida busca a su hija». Solo le faltaban los calcetines para terminar de hacer la maleta. Y entonces sonó su celular. Era un mensaje de texto de Beto, su primo, curiosamente a las tres de la mañana. «t tngo q contar. FBchat righ now!.» Perla respondió con un insípido «luego». Pero Beto insistió: «Es s/ Adrián.» El asunto era urgente. Perla tenía que entrar al chat de Facebook en ese instante. Olvidó al personaje de su caricatura de la infancia cargando un bulto al hombro, olvidó el encabezado en los diarios del siguiente día, olvidó su libertad. Nada importaba otra vez salvo la urgencia de ubicarse frente a la pantalla. Otra vez los cablecitos y los pedazos de fierro trabajando para nadie más que para ella. Otra vez ese cosquilleo en las yemas de los dedos y ese aliento contenido y su corazón cada vez más grande adentro de su pecho. Adrián volvió al Tae Kwon Do y preguntó por ti. Tal era la noticia que, según Beto y según Perla, no podía esperar. Se resumía exactamente así, con esas 10 palabras, pero los primos chatearon durante horas para comunicarse los detalles, los sueños, los planes, las suposiciones, el pasado y el futuro. Y mientras la conversación de los primos sucedía en alguna orilla del cibermundo, en otra orilla un bloggero posteaba que según una investigación neurológica, al usar una Macbook se activan las mismas zonas del cerebro que cuando una persona se comunica con un poder superior mediante la oración. Otro bloggero en algún otro punto del cibermundo escribía que aquello que nos otorgaba el pensamiento mágico y la religión, había sido reemplazado en las recompensas del cerebro por la tecnología y sus gadgets. Si por un milagro Perla hubiera cerrado el Facebook y hubiera navegado por la Web hasta dar con alguno de esos dos bloggeros, seguramente habría exclamado un ah reventado de incredulidad. El sol se asomó a las cinco de la mañana, pero las cortinas del estudio eran demasiado gruesas para que Perla lo notara. Los primos se despidieron: carita feliz, carita guiño. Beto cerró la pestaña de Facebook y abrió Tumblr en lo que se bajaba la discografía completa de Radiohead, aunque solo escucharía las mismas tres canciones por los siglos de los siglos. Perla se quedó en Facebook viendo las fotos de Adrián, leyendo su muro, conservando la esperanza de ver una publicación nueva cada vez que actualizaba la página. Atrás, muy atrás, había quedado su sueño de fuga. En un descuido, su mirada volteó a la esquina inferior derecha de la pantalla y descubrió unos dígitos extraños. No estaba segura de haberlos visto antes. Marcaban las 06:30 a.m.

Cuando Perla estaba en primero de primaria, todos los días se despertaba a las 06:30 de la mañana con un reloj despertador que tenía forma de robot y lanzaba destellos y ruidos ensordecedores para despertarla. Adormecida aún, se volteaba hacia el aparato y lo desactivaba. «Hora de levantarse», pensaba mientras se estiraba y bajaba los pies al piso. Ahora, pasados unos años, volvía a ver los mismos dígitos, ya no en el despertador sino en la esquina inferior derecha del monitor, pero la sensación era la misma: «Hora de levantarse». ¿Había estado durmiendo? Ya no lo sabía. El ritual completo se asemejaba a una sesión de hipnosis y cuando al fin despegaba los ojos de la computadora y la apagaba, sentía una extraña sensación de descanso artificial. Salió del estudio y se acostó en su cama sin lavarse los dientes. Soñó que perdía la virginidad con un Adrián mitad humano mitad eléctrónico, cuyo aliento olía a los fierros de una computadora. El lunes por la mañana, Perla buscó desesperada la falda de su uniforme. La encontró en la maleta que había dejado a medio hacer esa noche, la noche del sueño de fuga. La sacudió para quitarle lo arrugado y le encontró una mancha de pasta de dientes. Prendió su computadora y buscó en Google «Quitar mancha de pasta de dientes». Removió la mancha y se puso la falda. Su mamá la llevó a la escuela.

Paula Natalia de Anda Vargas. Escritora. Becaria del fonca para Jóvenes Creadores Edición 2017.