Espectáculos
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Domingo 8 de marzo de 2009
MUSICA CLASICA Opinión
Cruce de ideas: “Ni tanto ni tan calmo”
Por Pablo Kohan
Nuevos usos y costumbres en el mundo de la clásica Continuación de la Pág. 1, Col. 1 de mercado que los ayude a mantener su público y a atraer uno nuevo. Muchas de las respuestas estaban relacionadas con aspectos absolutamente extramusicales. Discusiones como éstas permiten realizar una enumeración de lo que sí debería tenerse en cuenta. A saber: No llegar tarde a un concierto. Tampoco es correcto regresar a la sala tras el intervalo cuando ya se reanudó la función (aun cuando la charla en el hall, copa de champagne mediante, haya sido muy entretenida). Ya en la butaca, cuando se apaga la luz, deben acabarse las conversaciones. No está bien visto que un plateísta se mueva demasiado ni que haga ruido con el programa de mano o el papel de un caramelo (aunque, a veces, el caramelo ayude a calmar la tos). Es intolerable dejar el teléfono celular encendido: aún silenciado, los destellos de luz que se activan con una llamada son sumamente molestos.
Música del pasado, conductas del presente
No retirarse de la sala por más que el concierto no sea de su agrado. El protocolo indica que sólo cuando el director de la orquesta deje la batuta, la vía de salida estará formalmente habilitada. Esta regla es flexible en casos de extrema necesidad.
Buenos ojos Hay procedimientos que no todo el mundo tiene por qué conocer. Como la propina que se le ofrece al acomodador, generalmente a voluntad. Pero en teatros líricos, el programa tiene un precio fijo y, si uno no lo conoce, corre el riesgo de quedarse sin él y con vergüenza frente al acomodador. Es cierto que no se debe interrumpir la interpretación de una obra con un aplauso, pero tampoco debería ser tan mal vista una demostración espontánea entre movimientos. Como en la vida misma, cada quien debería poder elegir qué vestir, aun cuando ello rompiera con el dress code de la ópera que, a decir verdad, se ha vuelto cada vez más relajado.
FOTOS DE ARCHIVO
Públicos Temas como los relacionados con la vestimenta están casi superados, salvo en un Gran Abono del Colón (que tanto se extraña), donde todavía aparecían señoras de largo y caballeros de etiqueta.
Otras miradas Soledad de la Rosa (soprano) Toses y otras cosas.
Cuando soy yo la que está en el escenario no sólo que me encanta que me aplaudan en medio de un aria –es un regalo del cielo– sino que me da tiempo para respirar, escupir y toser (se ríe) antes de volver a empezar. A veces la obra se impone por sí sola y no se puede no aplaudir.
Alberto Bellucci (director del Museo de Arte Decorativo)
el aplauso, no se puede invadir esa orilla de mar silencioso en el que terminan algunos movimientos. En general no me molesta la informalidad pero sí los turistas que aparecen en sandalias y shorts. Cuando cubría conciertos de electroacústica en los años 70 todos olían a patchouli y vestían jean y camisolas mientras yo iba de saco y corbata. Ahí, definitivamente, el raro era yo.
Andrés Tolcachir (director de la Sinfónica de Neuquén) Bienvenidos los intrusos.
Raras informalidades. No me interesa
la corbata pero se trata de música que fue escrita para ser escuchada con recogimiento. Hay que contener
Los aplausos a destiempo no me generan ningún problema; todo lo contrario, me muestran que hay gente nueva y qué es lo
que le pasa con lo que nosotros hacemos. Los chistidos silenciadores sí me indignan, es como decir: “¿qué hace ese en nuestro santuario?”
Gerardo Gandini (pianista y compositor) Prohibidos ruidos molestos. Sigo apostando só-
lo a que no haya ruidos. El fundamento del silencio busca no molestar a quienes están tocando. Los conciertos de música contemporánea son suaves y dejan escuchar una serie de sonidos que son muy molestos. Sí hay cierto esnobismo en el tema de la vestimenta; ahora hasta queda bien ser de lo más informal. Sigo creyendo que no hay que aplaudir en los movimiento,
pero si alguien lo hace está bien porque le gustó, peor es el chistido del que reprende.
Marcelo Lombardero (director artístico del Argentino) Aplausos son mimos.
Los ruidos son molestos también en el cine o en el teatro, eso no es privativo de la clásica. En relación a los aplausos no tengo una posición tomada, no me molesta que la gente aplauda en el medio de una sifonía, pero es cierto que es mejor apreciar la obra en silencio. Aunque a decir verdad a mí me encantaba que me interrumpieran en medio de una actuación.
A partir de las afirmaciones de se podía dormir una siesta. Cuando Emanuel Ax (ver aparte) se pue- terminaba un movimiento de una den elaborar innumerables líneas obra, los aplausos podían hacer que de discusión. Nosotros nos damos se repitiera el movimiento aun anpor conformes con sólo plantear tes de pasar al siguiente. Pero en el dos que, en definitiva, no dejan de siglo XX se impusieron otros moestar íntimamente relacionadas. La dos de escuchar la música instruprimera de ellas es, aparentemen- mental, y el público se retrotrajo te, estrictamente musical, pero, en a la pasividad y a los misterios de realidad, tiene que ver en un plano los pensamientos y las emociones mucho más profundo con lo que des- que nadie debe descubrir hasta el de las artes plásticas y luego desde final de la obra. Curiosamente, en las ciencias de la comunicación ha la ópera a nadie se le ocurre criticar sido denominado como performance, a quienes aplauden a rabiar luego un tipo muy peculiar de experiencia de un aria que despertó pasiones colectiva que se desarrolla en vivo incontrolables. Y eso que los aplauy que implica intérpretes, un espa- sos interrumpen, fehacientemente, cio, público y la interacción. En un el devenir dramático y la continuiconcierto de rock, la participación dad escénica. Sobre la base de estas conducdel público es absolutamente cardinal para generar un tas es que se plantipo peculiar de viventea el segundo tema. cias. En las performanQueda claro que en “Los ritos ces de música clásica, los conciertos de múlas aportaciones de los sica clásica se estaterminan seasistentes se reducen, blece una ritualidad de algún modo, a la inque termina por deñalando la movilidad, a la atenlimitar territorios y, ción reconcentrada en pertenencia o por consiguiente, la estado de ensoñación, pertenencia o la ajela ajenidad” al silencio profundo y nidad. Los chistidos a la restricción total y reclamando silencio absoluta de cualquier que se les dispensan tipo de manifestación de emocio- a quienes, a pura alegría, aplauden nes hasta el momento en el cual la cuando un movimiento termina, norma indica que se puede hacer. además de ofensivos y poco educaEn realidad, ésta es la cuestión, si dos, señalan al pecador como ajeaplaudir cuando se tiene necesidad no y, de rebote, le hacen saber que o si sólo hacerlo cuando se debe. El no es deseado ni bienvenido. Por lo asunto es que ese instante que apa- menos, hasta que se anoticie de los rece como correcto es una creación ritos. La otredad y la pertenencia cultural y ritual del siglo XX, que son categorías que se construyen se mantiene en vigor a capa y espa- sobre la base de muchas actitudes da, y que le da al concierto clásico y, en un concierto, pasan, por ejemun aire de supuesta superioridad plo, por saber cuáles son las nory un perfil de bronce y excesiva mas del grupo. Si bien este tema solemnidad. podría ser largamente ampliado y Cuando Mozart estrenaba un con- debatido, no se puede sino estar de cierto para piano y orquesta, a los acuerdo con Ax y con quienes prosonidos de la orquesta se les suma- pugnan romper esos códigos que ban los de las conversaciones y los no favorecen la incorporación de ruidos propios de la ingesta de ali- públicos sensibles que no aceptan mentos. Las plateas de los teatros, normativas tan rígidas. Esta posición la mantuvo el inen forma de herradura, en el siglo XVIII, carecían de asientos porque olvidable Jacques Bodmer, aquel en ese espacio, se comía, se conver- director que hizo maravillas al saba y hasta se jugaba a las barajas frente de la Orquesta Sinfónica Namientras una orquesta tocaba o, cional. Decía Bodmer que cuando créase o no, una ópera era llevada escuchaba aplausos al final de un adelante. Las clases pudientes, por movimiento se ponía contento. Un su parte, engullían sus manjares en nuevo habitante había ingresado en esos palcos en los cuales también el mundo de la música clásica.
Aplaudir o no: ésa es la cuestión ROMA (Corriere della Sera).– La guerra de los aplausos. Recurriendo a un juego de palabras con axe, el hacha que convierte en añicos un rito sagrado (más que una costumbre) de la música clásica, el diario The Boston Globe propone una entrevista con el pianista Emanuel Ax, que levanta polvareda en los Estados Unidos y rebota en Europa. “Como oyente, estoy al frente de una cruzada para que cada uno pueda aplaudir cuando quiera”, dice Ax, resuelto a alentar al público a batir palmas espontáneamente en el momento que lo desee, incluso entre un movimiento y otro de una sonata o de una sinfonía. ¿Sacrilegio? Ax habla de “reglas arcanas”, de “diktat estúpidos” y dice que el manager de la Orquesta Sinfónica de Boston está de acuerdo con él (“El voto de silencio es un esnobismo”). “No hay ningún escándalo en el hecho de aplaudir al final de un movimiento. Lo que más me fastidia es el aplauso inmediato. Pienso en el final de la Tercera sinfonía de Brahms o el de la Novena de Mahler, en las que las notas se apagan lentamente. Son los que aplauden para hacerte notar que son expertos. Ellos saben que la pieza está terminada”, afirma el violinista Salvatore Accardo. Justamente a propósito de la Novena de Mahler, el director Claudio Abbado hizo repartir en Roma un volante en el que solicita silencio para el final. Los violinistas, sin embargo, están divididos. Uto Ughi, en principio, no se muestra ni a favor ni en contra. “Pienso sobre todo en los jóvenes y, en función de ellos, no pondría ninguna regla categórica”, señala. En cambio, Viktoria Mullova se manifiesta completamente de acuerdo con Ax. “El mundo de la música clásica es rígido y aburrido. Prefiero el público reactivo y no espectadores que parecen agonizantes”. ¿Y qué ocurre con la concentración del músico en estos casos? “En obras como las Variaciones Goldberg –responde Mullova–, en la que una nota está ligada a la otra, seguramente los aplausos provocarán una molestia. En esos casos, es preferible el silencio total después de una ejecución tan especial. Lo mejor es que no haya reglas.” En Salzburgo, Riccardo Muti pide en el final del réquiem dedicado a la memoria de Herbert von Karajan silencio y nada de aplausos. En Roma, el pianista Andras Schiff llegó incluso a interrumpir un recital: primero, una señora se puso de pie
delante de sus narices y recorrió ruidosamente la sala; después comenzó a oírse un teléfono celular... ¡con el sonido de un despertador! Schiff se levantó y dejó expresar su lamento por la situación, y el público hizo suyo un sentimiento colectivo de culpa a través de un aplauso cálido y liberador. Daniel Barenboim, durante un concierto, sugirió con un gesto inequívoco la necesidad de apagar la tos dentro de un pañuelo. Y el Carnegie Hall de Nueva York reparte entre sus asistentes un decálogo de buen comportamiento: no
sin solución de continuidad. La capacidad de concentración empieza a comprometerse cada vez más en la era de la imagen. Para el compositor Giorgio Battistelli, el aplauso espontáneo tiene que ver con la alteración del sistema perceptivo. “El déficit de atención nos lleva a equiparar nuestra relación con la música con una especie de zapping acústico. Nos dirigimos hacia un uso segmentado de la música; la consumimos de acuerdo con formatos temporales cada vez más ajustados.”
Los 10 mandamientos El Carnegie Hall entrega un decálogo de buen comportamiento, en el que exige no abandonar la sala hasta que el director deposite la batuta sobre el atril
abrir caramelos, evitar la impuntualidad, no dejar la sala hasta que el director de orquesta deposite la batuta sobre el atril... Ennio Morricone cree que la música clásica no es igual al jazz o incluso a la ópera, en la que el aplauso se convierte en espontáneo elogio del público a las demostraciones de talento e inspiración de los músicos y los cantantes. “No se puede interrumpir o alterar la unidad de una composición. Sería igual que detenerse en medio de un capítulo mientras se lee una novela”, explica el músico, que cuando ejecuta en vivo sus célebres bandas sonoras para el cine las transforma en una suite
Y recurre a un ejemplo tomado de Los Simpson. “En un episodio, el público se va de la sala después de escuchar las primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Un tipo se le acerca al falso Karajan que está dirigiendo la orquesta y le dice que el resto es irrelevante. Ni siquiera se trata de una parodia. Yo no quiero ver sólo la sonrisa de la Gioconda. Quiero ver el cuadro entero”. La pianista Katia Labèque, en cambio, se ubica del otro lado de la barricada. “Ax tiene razón. ¿Por qué la tos está permitida y los aplausos no? Cuando estalla un aplauso, yo miro al público y sonrío. Me pasó en el Festival de Rock de Bristol con un programa difícil de escuchar: Stravinsky, Berio. Esa reacción visceral, espontánea, me lleva a sentir que el público está con vos. A mí me dio una energía increíble.”
Valerio Capelli