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enfoques
| Domingo 25 De mayo De 2014
planetario
Bachelet pone el aborto en agenda y altera el clima político chileno carlos vergara
COrrESPONSAL EN CHILE
SANTIAGO.– Aun cuando su posición al respecto es conocida, fue uno de los anuncios inesperados de la primera presentación pública de la presidenta Michelle Bachelet, ante el Congreso, el miércoles pasado en Valparaíso. El gobierno, anunció la mandataria, presentará ante el Parlamento un proyecto de ley que busca despenalizar el aborto en los casos de inviabilidad del feto, violación o riesgo de vida de la madre. Actualmente, Chile es uno de los pocos países a nivel mundial que castigan con cárcel la interrupción del embarazo. Simultáneamente, dentro del paquete de anuncios sectoriales, hubo otro que pasó casi desapercibido:
un plan nacional de esterilización de perros y gatos. Pero hubo quienes confrontaron estas dos propuestas. El primero en hacerlo, vía Twitter, fue el ex presidente Sebastián Piñera. “Parece que hay más cuidado y preocupación por el bienestar de las mascotas que por la vida y dignidad de los niños que están por nacer”, subrayó el ex mandatario. No fue el único. El arzobispo de Santiago, el cardenal ricardo Ezzati, hizo pocos minutos más tarde, sin conocer la opinión de Piñera, la misma asociación. “Con todo el respeto que me merecen las mascotas, creo que la persona y la vida humana valen mucho más que eso”, dijo el religioso.ß
En medio de la campaña, una historieta enciende la ira femenina nelson fernández
COrrESPONSAL EN UrUGUAY
MONTEVIDEO.– Una semana antes de las elecciones primarias, que dan comienzo a un ciclo de votaciones con el que se renuevan todos los cargos ejecutivos y legislativos de Uruguay, la campaña se calienta incluso al interior de cada partido. Dentro del oficialista Frente Amplio, el Partido Comunista utilizó una historieta para mostrar cómo la situación de los trabajadores mejoró en estos años y advertir sobre el riesgo de perder las mejoras obtenidas. Pero la comisión de mujeres frenteamplistas presentó una protesta formal por considerar que esa historieta es “machista” y “discordante” con las políticas de igualdad de gé-
nero. En los dibujos, un obrero de la construcción dialoga con su esposa, que aparece como un ama de casa tradicional. Él trabaja y consigue el dinero para el hogar; ella cocina y limpia. La agrupación advirtió que en el folleto una “familia tipo de los trabajadores de la construcción” es representada mediante un hombre que “trabaja y trabaja”, mientras “la mujer no hace otra cosa que cocinar”. “Sólo faltó que la mujer apareciera con ruleros”, se quejaron las mujeres y reclamaron que la historieta no circulara más. Pero los comunistas no manejan muchos recursos, y ya tienen miles de ejemplares impresos. Hasta un cómic genera calor en la campaña electoral uruguaya.ß
La 2 punto de vista
Mucho pasado, poca gimnasia institucional Pablo Mendelevich —PArA LA NACION—
L
a primera impostura de los militares que tomaron el poder en 1976 consistió en descartar el nombre de “revolución”, que solía aplicarse a los golpes de Estado. Lo reemplazaron por “proceso”, un sustantivo de resonancias más amables, extraño para una dictadura. Como hoy sabemos lo que en realidad fueron aquellos casi 3000 días –en lo que respecta a la represión ilegal y a la economía–, tal vez olvidamos que las Fuerzas Armadas decían pretender una “reorganización nacional”, empresa que centraban en el objetivo de disponer un recambio de caras de los políticos. Cuando en 1983 la desastrosa actuación de la Junta Militar en la guerra del año anterior precipitó la reposición del orden constitucional, la pléyade de políticos tradicionales no mostró muchas más renovaciones que las impuestas por la biología. raúl Alfonsín emergió en el radicalismo tras la muerte de ricardo Balbín. En el peronismo, sobresalió Ítalo Luder, quien había sido un gran protagonista del período previo al golpe. También volvieron al escenario ilustres veteranos como Oscar Alende o Álvaro Alsogaray. La última dictadura fracasó en lo que en verdad era la pretensión de tener cría (fuera del caso particular del general Antonio Bussi, circunscripto a Tucumán), pero su planteo inicial de culpabilizar a los “políticos tradicionales” por todos los problemas del país sintonizó, al principio, con el mito argentino de la salvación súbita, esa llegada del Mesías que arregla todo en un santiamén. Es que en cierto modo esto pasó una vez: nada menos que con el surgimiento del líder argentino más importante del siglo XX. Alma máter de la revolución del 43, el general Perón irrumpió en la política en forma meteórica y al triunfar en las elecciones de 1946 fue la herencia de la dictadura que él integraba (en homenaje a la cual Perón asumiría sus dos primeras presidencias el 4 de junio). Quienes hoy despotrican en las sobremesas contra los políticos de siempre y su incapacidad para “arreglar” el país probablemente no sospechen que están actualizando una de las frases que el general Albano Harguindeguy, ministro del Interior de Videla, repetía hace 37 o 38 años. Los kirchneristas, en cuanto a la perspectiva electoral, esperan instrucciones, pero entre antikirchneristas escépticos no es infrecuente escuchar que les reprochen a los jefes de la flamante coalición Frente Amplio-UNEN el mal antecedente de la Alianza; a Sergio Massa, su anterior pertenencia a lo que hoy critica; a Daniel Scioli, la identidad kirchnerista vaivén; a Mauricio Macri –el menos zigzagueante desde el punto de vista partidario–, insuficiencias de gestión o fragilidad política para gobernar todo el país, y así sucesivamente. Ningún encuestador ni analista político entrevé que en 2015 vaya a aparecer un tapado (se dirá que la condición de tapado exige sorpresa, pero en verdad nadie vislumbra hoy a un político salido de las penumbras capaz de desplazar la oferta conocida). Es cierto, tenemos una democracia facial, en la que en general no se pregunta qué partido debería gobernar ni con qué programa, sino qué sujeto. El problema a lo mejor no está en las caras, mucho menos en que se repitan y lleven su pasado a cuestas, sino en la fragilidad de un sistema político que carece de rutinas institucionales y de experiencia en acuerdos eficaces.ß
g Las cosas por su nombre Por Héctor M. Guyot | Foto Silvana Colombo ciudad de buenos aires, 20 de mayo de 2014. Extraño país en el que no se juzga al presunto delincuente, sino al que lo investiga. En nombre del derecho, se protege al sospechado mientras al que lo incrimina en cumplimiento de su deber como fiscal se lo persigue judicialmente como a un réprobo. Y todo porque no acepta seguir el guión que resultó tan claro y conveniente para tantos. Para extirparlo se montará un número que la prensa deberá llamar juicio. Total, con diez años de kirchnerismo ya estamos todos bastante entrenados en esto de no llamar a las cosas por su nombre. Será por eso que alguien como el fiscal José María Campagnoli resulta un caso incómodo. Para el Gobierno,
Humor
no hay duda. Sus buenas razones tiene para arrancarlo del cuerpo de fiscales como si fuera un cáncer. Báez, el sospechado, respirará aliviado. Otros, también. Pero hasta un niño colegiría que si se toman tanto trabajo para expulsar a un fiscal que investiga es porque hay mucho que ocultar. A estas alturas de las cosas ya ni las apariencias importan. Lo único que importa es la falta de mérito. La firma de alguien que cierre los ojos. La democratización de la Justicia, en otras palabras. Y en eso están, porque el kirchnerismo puede perder poder, pero no pierde ni las mañas ni la ambición. Ahora se trata de ir por la Corte Suprema con un ejército de conjueces nacionales y populares. Hay mucho en juego.
Todo pareció patas para arriba en la semana que pasó. En otra causa, la del vicepresidente Boudou por el caso Ciccone, es el testigo clave el que huye del país como si fuera el delincuente. Mientras, fueron premiados con un all inclusive para disfrutar del Mundial de Brasil cientos de barrabravas de Hinchadas Unidas Argentinas, esa creación del Gobierno para usufructuar electoral y políticamente la pauperización cultural y las nuevas formas de marginalidad que supo dar la década ganada. Pero no todo está perdido. Al menos mientras haya alguien como Campagnoli, que, en medio de todas las presiones, tiene el valor de decir que no. De decir lo que ve.ß
desde el margen
Naturaleza muerta con verdades que derrotan al olvido Fernanda Sández
—PArA LA NACION—
alexander Zudin/ rusia Acuerdo de suministro entre el consorcio ruso Gazprom y China.
michael ramírez/ estados unidos El tío Sam, activista de su propia causa: “#Devuelvan nuestra capacidad en política exterior”
C
uidado. Un trazo de más, y todo se termina. Una línea de menos, un color equivocado, y todo (el campo, los oficiales armados, este tiempo ganado segundo a segundo, pincelada a pincelada) pasa a ser pasado. Dina, la joven artista, mueve su mano como si el pincel fuera un bisturí. Porque aquí el pincel es un bisturí. En este lugar maldito, su vida –y la de su madre, a quien milagrosamente pudo conservar con ella sólo por saber pintar como lo hace– pende de un hilo, que no es otro que ese que Dina Gottlieva traza en cada uno de sus dibujos. Dina es joven. Dina tiene unos enormes ojos azules. Dina tiene un don: el de poder hacer que su mano replique lo que ella ve. Dina dibuja. Dibuja como los dioses y por eso, no bien llegó a Auschwitz, se le ocurrió alegrar el barracón de los más chiquitos con escenas de la recién estrenada Blancanieves. Joseph Mengele, el médico del campo, pasó por el lugar y quedó admirado de sus enanitos. Mandó llamar a la prisionera y en una de las conversaciones más oscuras de la historia, le explicó su problema. Las fotos, su problema eran
las fotos. Mengele estaba trabajando en un estudio de las “subrazas” presentes en el campo y escribía detalladísimos informes dando cuenta de la inferioridad de cada grupo. El problema es que, ay, las fotos no le hacían caso. No decían lo que él decía: ni las orejas deformes de los gitanos, ni las narices ganchudas de los judíos, ni el color verdoso de los campesinos pobres, ni… Para eso necesitaba a Dina: para que pusiera en imágenes sus palabras. Dina se puso a trabajar de inmediato. Dina supo, ese día, que su escape hacia la libertad tenía el tamaño de su bloc de dibujo. Dibujó pues ya no lo que veía, sino otra cosa: lo que esperaban que viera. Lo que Mengele necesitaba que vieran todos, y que Dina lograba estirando el trazo aquí, deteniendo el lápiz acá. Pintó a una anciana, a un hombre, a una joven –la gitana Celine– que acababa de perder un bebé. Decenas de retratos de los que en el momento de la liberación del campo nadie se acordó. Dina migró a Estados Unidos y terminó trabajando para la Disney. Años más tarde, cuando supo que sus pinturas habían reaparecido, quiso recuperarlas. No pudo. Lo que se había hecho en Auschwitz quedaba en Auschwitz, dijeron las autoridades del museo. Eso sí: le mandaron fotografías. Fotografías de las pinturas que reempla-
zaron a las fotografías que Mengele no quiso tomar. Fotos que, por alguna razón, Dina sintió como un arañazo. En ese momento decidió repetir los cuadros. Volver a pintar, de memoria, aquellas pinturas mentirosas que no eran sino lo que otro le había dictado. Cuidado. Un trazo de más, y todo se termina. ¿Cómo habrán sido aquellos nuevos viejos cuadros? ¿réplicas de esos dibujos que en verdad no eran suyos o lo que ella realmente había visto? Algo me dice que en esa extraña ceremonia de repetir a solas cada escena tuvo algo de rezo. De pedido de perdón. Será que el enemigo es siempre un invento, una alucinación a medida. Como dice Umberto Eco: “No podemos pasarnos sin el enemigo. La figura del enemigo no puede ser abolida por los procesos de la civilización”. En estos años feroces, de hecho, la máquina de fabricar enemigos no tuvo descanso. Los produjo con fervor y cuando ya no pudo fabricarlos nuevos, los resucitó para hacerlos más creíbles. Tal vez la historia de Dina reconforta por eso; porque dice que algún día, de algún modo, la verdad escondida ve la luz. Sin retoques. Sin traducción. Y ese día, una naturaleza muerta a golpes de silencio vuelve a la vida. A contar la historia que nadie escuchó.ß