OPINIÓN | 25
| Domingo 7 De septiembre De 2014
Se acelera la vejez del kirchnerismo
Jorge Fernández Díaz —LA NACION—
A
segura un sabio y entrañable amigo que en la vejez se invierte el orden natural de las cosas. Su fórmula podría aplicarse también a la senectud de los proyectos políticos. En uno y otro caso, durante los inevitables epílogos, todo lo que debe bajar (colesterol, presión y déficit fiscal) sube y todo lo que debe estar alto (calcio, empleo y consumo) baja. Todo lo que debe mantenerse chico se agranda (próstata, inflación y recesión) y todo lo grande se achica (músculos, estatura y reservas). Todo lo blando y flexible se endurece (arterias, articulaciones e ideología) y todo lo que debe ser duro se afloja (huesos, dientes y ética). Esta visión geriátrica de la política resulta pertinente, puesto que la única duda que cruza hoy el escenario nacional es si el kirchnerismo, antes de reencarnarse en futuras vidas, tendrá una vejez digna o una decrepitud penosa. Distintas señales de esta semana –cifras, hechos, gestos, gritos y susurros– van abonando la impresión de que el desmoronamiento político se acentúa y que la crisis económica no tiene fondo. En estos pocos días se supo, por ejemplo, que los alimentos habían subido un 20%, que las naftas habían trepado hasta un 44%, que las facturas de gas venían con incrementos promedio de 300%, que el intercambio comercial con Brasil había caído un 22%, que la producción de autos se desplomó 34% sólo en el mes de agosto, que la inflación anual rondará el 40%, que cierran empresas y comercios, y que la demanda de dólares marca nuevos récords. La propia Cristina Kirchner abonó una cierta sensación dramática al anticipar insólitamente en septiembre los posibles saqueos y revueltas de fin de año. Pretendía embretar a los líderes sindicales desobedientes y de paso curarse en salud, pero lo que terminó revelando sin proponérselo es algo que se comenta en voz baja por los pasillos de Balcarce 50: un temor creciente a que esta decadencia no asumida produzca una combustión social. A riesgo de ser anecdóticos, vayan algunas reflexiones que empiezan a oírse hasta en el mismísimo campo simbólico del cristinismo. Comencemos por la cultura. Un visitante ilustre, que ha simpatizado con algunas políticas de Néstor Kirchner, trazó estos días un diagnóstico desde el sentido común: “Me alarma la inflación desmesurada y el grado de violencia que hay otra vez en las calles, y en las villas –dijo Joaquín Sabina–. Y el problema con los fondos buitre. Particularmente en ese caso, estoy bastante de acuerdo con el Gobierno, pero me parece que carecen de diplomacia. Falta sutileza para tratar el tema. Y pasa lo que siempre pasa con los gobiernos peronistas. Que han dividido mucho. Es una pena muy grande que eso suceda”. Por su parte, el filósofo José Pablo Feinmann, intelectual que acompañó los procesos impulsados por la gestión del Frente para la Victoria, se atrevió a decir que le disgustan muchas cosas que pasan en la Argentina. “Creo que Boudou no tiene condiciones para vice ni las tuvo nunca. Y el kirchnerismo eligió muy mal: es muy joven, muy jodón, viene de la Ucedé, le gustan las motocicletas y las minas… Boudou, salí y aclará tu situación rápido, frente a la sociedad, claramente y sin demoras”. Otro insospechable, el ideólogo de un modelo que nunca llegó a practicarse con eficiencia, hizo una valoración crítica del momento. “La falta de dólares y el deterioro de la situación fiscal han generado un cuadro de expectativas negativas que estimuló la inflación y la fuga de capitales”, se lamentó el economista Aldo Ferrer. Alguien que fue aliado clave hasta ayer nomás, Héctor Méndez, representante del sector económico que los kirchneristas reivindican y que supuestamente han venido a fortalecer, suspendió los festejos del Día de la Industria, manifestó la enorme tristeza que impera entre sus colegas por la
crisis y arremetió contra la tropa legislativa del oficialismo, que con “obediencia debida” anda votando para meterle mano a las empresas con la ley de abastecimiento. Ensimismado en la Burbuja Kicillof, el Gobierno parece por primera vez sordo a sus propias voces; también vetusto, pasado de moda, sin ocurrencias ni aliento, soterradamente desmoralizado. El truco barato de los buitres como culpables de todos los males fue un respirador artificial para un enfermo que ya boqueaba. Pero esas terapias extremas no sirven más que como paliativos; de ninguna manera constituyen una solución de largo plazo. El espectáculo se vuelve más que perturbador cuando dos jueces federales (Servini y Oyarbide), cada uno por causas y con intenciones distintas, suben voluntaria o involuntariamente a la agenda los vínculos del kirchnerismo con la mafia de los medicamentos, el tráfico de efedrina y el mundo los narcos internacionales, asunto de una inusitada gravedad institucional, que en esta sociedad abotagada y cobarde todavía no produce asombro ni escalofríos. Mientras tanto, surgen acciones gubernamentales que sugieren la senilidad política. En el patio de su planeta feliz, el jefe de Gabinete arroja cada mañana una frase para la antología del dislate: este martes decretó que se había erradicado la pobreza dura. El vicepresidente de la Nación, como ya se vio, es aquel tío travieso y pecador que hace muecas en la punta de la mesa. El secretario de Seguridad es el impostor engominado que llega a la fiesta familiar disfrazado de vigilante, y que se excusa diciendo cumplir órdenes de la jefa del clan, una dama llena de principios rígidos, que se vuelven convenientemente laxos y gomosos al compás de las encuestas. Los chicos camporistas corren por el Estado como niños tiranos, comprando juguetes y apoderándose de cajas contra reloj, mientras los honestos funcionarios de carrera de la administración pública sufren en silencio. El equipo kirchnerista parece ese personaje gagá
A los estadistas, el poder los envejece a una velocidad de miedo: al principio gobiernan con los mejores; después, con los amigos y, al final, con los que quedan que hace papelones obscenos en los bautismos. El último papelón fue anunciar el repliegue de 5000 efectivos de la Policía Federal que custodian varios barrios de la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué sentido político real podía tener una medida tan extemporánea? ¿Perjudicar a Mauricio Macri, castigar a un distrito que se mantiene adverso a los efluvios del kirchnerismo? ¿Quién le acercó esta peregrina idea a la doctora? ¿Su inefable heraldo del helicóptero? ¿Este Kicillof de la calle le habrá explicado que si persiste con esta ocurrencia los primeros cadáveres ensangrentados de la inseguridad porteña caerán impiadosamente en el living del despacho presidencial? Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con el Gobierno, pero hay un punto innegable: antes no cometía tan gruesos errores de cálculo. El sistema de toma de decisiones es hoy impulsivo y tambaleante, y parafraseando al gran Cerati, ha entrado “en un lento degradé”. Es sabido que a los estadistas el poder los envejece a una velocidad de miedo; también que les cuesta aceptar su propia declinación: al principio gobiernan con los mejores, luego con los amigos y al final con los que quedan. Parecen esos veteranos jugadores a quienes sólo los retiran las lesiones a repetición, o esos hombres mayores que no aceptan su edad y caen en los ridículos del viejazo. El hecho de carecer de una heredad electoral aumenta ese anquilosamiento: para un proyecto agotado y sin más salida que una retirada, ejercer el poder es lo mismo que jugar al pool con una cuerda y querer hacer carambolas de campeonato. Quizá tenga todavía, sin embargo, la oportunidad de canjear una decrepitud triste por una vejez elegante. Ojalá pueda hacerlo. Por el bien de todos.ß
sistema por Nik
Narcos en la antesala del poder
Joaquín Morales Solá —LA NACION—
Viene de tapa
las palabras
Pasando facturas Graciela Guadalupe “La Argentina ha prácticamente erradicado los niveles de indigencia y de hambre.” (De Jorge Capitanich.)
D
ecía un amigo: “La historia siempre se toma revancha”. Y completaba la idea con una advertencia: “Ojo con lo que hacés o decís. Ahí va a estar ella para pasarte la factura”. ¿Medirán esa posibilidad quienes hacen definiciones públicas como Jorge Capitanich, que dijo que ya no hay indigencia ni hambre en el país? Salvo que crean que la historia no los juzgará, resulta inconcebible que no vean que la pileta está vacía cuando se tiran del trampolín. El economista Nicolás Litvinoff recopiló hace un tiempo una serie de frases camorreras del tipo de la de Capitanich. “La inflación está muerta”, por ejemplo, de Christian Zimmermann, dicha en 1980 cuando era vicepresidente del Banco Central. Otra: “Si querés que me baje los pantalones, me los bajo”, de Bernardo Grinspun, en 1984. Era ministro de Economía e intentaba explicarle al FMI que el país no podía pagar los intereses de la deuda porque los militares se habían gastado las reservas. Y “El 2001 será un gran año para todos. ¡Qué lindo es dar buenas noticias!”, de De la Rúa. “El que depositó dólares recibirá
dólares”, de Duhalde fue otra afrenta inexplicable. Y, una mezcla de risa y espanto, el más reciente “Me quiero ir” de Lorenzino. Precisamente, esta columna semanal, nacida en 1996, ha venido recogiendo centenares de frases que, siguiendo la máxima del comienzo, el futuro se encargará de facturar. Recordamos algunas recientes: - “Sólo hay que tenerle miedo a Dios y, a mí, un poquito” (Cristina Kirchner). - “Pensé que iban a conseguir algo, pero son alcahuetes gratis” (Pablo Micheli, de la CTA, sobre el gremialismo kirchnerista). - “En este país es más fácil sacar DNI de cambio de sexo que comprar dólares” (De la Sota). - “La Moreno-Card es una oruga, que pronto será mariposa” (del empresario Raúl Sylbersztein). - “El problema no somos nosotros que mutamos, sino el pueblo que vota al peronismo” (Jorge Yoma). - “Es buenísimo el aumento de los ni-ni” (Daniel Filmus). - “El afiche con el Papa no es para la campaña” (Martín Insaurralde). - “Pongo las manos en el fuego por Boudou. Para eso se inventó el Pancután” (Gabriel Mariotto). Y una de las últimas de Elisa Carrió a empresarios: “Si votan delincuentes, es problema de ustedes”. ¿Sólo de ellos?, deberíamos reflexionar antes de que el futuro nos escarmiente una vez más. ß
En el país se habla desde hace mucho tiempo de la necesaria relación entre el narcotráfico y la política, parentesco de las que son forzosamente partícipes algunas fuerzas de seguridad. La pregunta sin respuesta es hasta qué profundidades del Estado penetró el negocio de la droga. La respuesta es importante porque podría describir el tamaño de la esperanza, si es que ésta existe. Basta ver las experiencias de México y Colombia para advertir el poder del narcotráfico y el esfuerzo de los Estados para reconstruirse luego de su parcial cooptación por los mercaderes de la droga. ¿Qué pasó en la Argentina? ¿Hubo complicidad o negligencia? Tal vez haya dosis de ambas cosas en el desolador paisaje actual. El gobierno de Cristina Kirchner ha dejado huellas en la decisión de cerrar causas o de negarle colaboración a la Justicia en los dos expedientes en cuestión. La jueza María Servini de Cubría debió advertir que estaba dispuesta a allanar la Casa de Gobierno si continuaba la reticencia en trasladarle información sobre llamadas telefónicas que vinculan a traficantes de efedrina con el principal edificio del poder argentino. Oyarbide es un juez inexplicable, pero conoce su oficio. Es poco probable que haya resuelto en una causa que ya no era suya sólo por voluntad propia. Recibió un pedido del Gobierno, dicen, para limpiar la campaña presidencial de Cristina. Una casualidad permitió que ese expediente fuera revisado por la Cámara Federal de Apelaciones más prestigiosa, que apartó al juez del caso, declaró nula sus decisiones y lo denunció ante el Consejo de la Magistratura. Podría ser la última travesura de Oyarbide. ¿Qué llevó a Servini de Cubría a hacer semejante advertencia, que fue desordenadamente replicada en público por el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli? La magistrada tenía las llamadas telefónicas de los acusados de traficar efedrina y la sospecha de que algunos de ellos se relacionaban con el poder. Le pidió a una de las más importantes empresas telefónicas que le enviara el listado de teléfonos de la Casa de Gobierno. La empresa no respondió, hasta que la jueza allanó sus oficinas. Se llevó una lista, pero seguían faltando doce números de teléfonos. Volvió a reclamar. Se los mandaron. Pasó entonces algo curioso. Parrilli dijo en público, y notificó a la jueza, de que uno de esos teléfonos había sido dado de baja en 2001. La empresa telefónica se rectificó luego y le dio la razón a Parrilli. ¿Cómo habría cometido, entonces, semejante error después de tanto ir y venir con la Justicia? En los tribunales sospechan que ése es un número clave y que Gobierno y empresa convinieron en hacerlo desaparecer del expediente. La falta de colaboración continúa. La mayoría de los teléfonos suministrados por la empresa corresponden a conmutadores. El Gobierno debería informar a la jueza hacia qué internos fueron derivadas las llamadas de las personas bajo sospecha. El Gobierno no responde. Por eso, Servini de Cubría dijo que estaba dispuesta a ir personalmente a la Casa de Gobierno para comparar las derivaciones de las llamadas bajo investigación. La jueza debe esclarecer el desaforado crecimiento de las importaciones de efedrina durante los años del kirchnerismo. La efedrina es una droga que se importa de India y que se usa en pequeñas dosis para elaborar medicamentos descongestivos. En 2004, el total de efedrina importada fue de 3500 kilos. Tres años después, en 2007, se importaron 20.000 kilos anuales sin que ninguna epidemia haya devastado a la Argentina. En el medio, México había impuesto restricciones a la importación de efedrina desde India. Resultado: el kilo de efedrina valía entones 100 dólares en la Argentina y 10.000 dólares en México. En 2008, la importación de efedrina fue de 15.000 kilos hasta agosto de ese año. El 28 de ese mes sucedió el triple crimen de Gene-
ral Rodríguez. Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina fueron asesinados por un ajuste de cuentas por la venta de efedrina a un cartel mexicano que ya elaboraba drogas sintéticas en la provincia de Buenos Aires. El Gobierno se vio forzado entonces a restringir la importación de efedrina. La importación cayó abruptamente. Servini de Cubría procesó hace pocos días al entonces jefe de la Secretaría de lucha contra el narcotráfico, Juan Ramón Granero, un viejo amigo de Néstor Kirchner desde los tiempos de Santa Cruz. Granero y el entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, se trenzaron cuando estaban en el Gobierno en una dura pelea por el control de la importación de precursores químicos. Fernández quería controlar la importación de efedrina y el Renar, organismo que registra la tenencia de armas. Kirchner le dio el Renar, pero conservó en poder de Granero el control de la importación de efedrina. La lucha interna entre los dos funcionarios llegó a tal extremo que Granero acusó a Fernández de haberle colocado un paquete con cocaína en una camioneta de su dependencia. En las escuchas telefónicas ordenadas por la Justicia a dos condenados por el crimen de General Rodríguez, Cristian y Martín Lanatta, aparecen menciones que podrían referirse a Aníbal Fernández. Nunca se dice el nombre del actual senador, pero los investigadores judiciales sospechan que esas referencias apuntan a él. Los funcionarios que responden a Servini de Cubría investigan con más sospechas, sin embargo, a los hermanos Luis y Rubén Zacarías, este último ex funcionario de Protocolo y Ceremonial de la Casa de Gobierno. Una información no corroborada aun le indicó a la Justicia que Rubén Zacarías podría haber participado de las contrataciones de aviones, que salían del aeropuerto de San Fernando con destino a México. No se sabe todavía si esas contrataciones las hizo a nombre suyo, de una empresa o del propio gobierno. El caso está estrechamente relacionado con el que tenía Oyarbide.
Algunos en el Gobierno creen que Oyarbide fue demasiado lejos. Jamás será creíble el reclamo de transparencia judicial mientras esté bajo su protección Éste investigaba a empresas farmacéuticas que habían participado de la importación de efedrina y que, a su vez, contribuyeron con dinero a la campaña presidencial de Cristina en 2007. El juez sobreseyó a todos los imputados, incluido Héctor Capaccioli, ex superintendente de Servicios de Salud y principal recaudador de la primera campaña de la Presidenta. Oyarbide tomó esa decisión después de que la Cámara Federal le ordenara dos veces trasladar el expediente al juez Ariel Lijo. La causa habría quedado cerrada si la casualidad no se hubiera interpuesto, porque el fiscal no apeló. El abogado de uno de los sobreseídos demandó a su defendido por una cuestión de honorarios. Ese expediente llegó a la Cámara Federal, que observó con escándalo que el juez la había desobedecido y que, además, decidió sobre un expediente que ya no era suyo. El durísimo fallo de la Cámara contra Oyarbide desestabilizó emocionalmente al juez, que pidió licencia. Es el juez que amontona más de 16 reclamos de juicio político en su contra en el Consejo de la Magistratura. Siempre fue defendido por el kirchnerismo, pero algunos kirchneristas dijeron que esta vez fue demasiado lejos. Jamás será creíble el reclamo de justicia legítima o de transparencia judicial que hace el cristinismo mientras Oyarbide sea juez y esté bajo su protección. ¿Se terminó en 2008 el trasiego de drogas en la Argentina? El país es todavía uno de los principales proveedores de drogas a Europa, sobre todo cocaína. Y es el segundo país de América, después de los Estados Unidos, en consumo de drogas, según el porcentaje de su población. En esas constataciones está la respuesta a aquella pregunta. A pesar de su gravedad, lo que los jueces investigan son sólo hebras sueltas de una madeja enorme, oscura, casi inabarcable. ß