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SÁBADO
| Sábado 1º de marzo de 2014
Hábitos
Madrugar para estudiar: ¿es necesario? Comienzan las clases y para chicos y padres llega la obligación de despertarse al alba, aunque hoy acostar a los niños temprano es casi imposible; para expertos en medicina del sueño esto deriva en cansancio crónico y proponen cambios que intenta evitar el nerviosismo de sus padres”. Para la especialista, “la interrogación sobre del horario escolar nos conduce a la pregunta acerca de la transmisión de la calidad de vida, sin menospreciar la importancia de la formación curricular, que también debe ponerse en el tapete: en España algunas escuelas comienzan a las 9 y, sin embargo, estudian tres idiomas y tienen tiempo para deportes y ciencia”.
Viene de tapa
Comprender las verdaderas necesidades de sueño de los chicos y los adolescentes (que no son las mismas) es el punto de partida para reflexionar sobre hasta qué punto es positivo o negativo el madrugar que implica el horario escolar habitual. “Tomando las actuales pautas de la Sociedad Argentina de Pediatría, podemos decir que un chico de 3 a 5 años debe dormir unas 12 horas; un chico de 6 a 12 años, entre 9 y 11 horas, y un adolescente, de 8 a 9 horas”, explica la doctora Lucila Fernie, jefa de pediatría del Hospital Británico, que aclara que lo normal es un rango de horas, “ya que cada chico es único y que de acuerdo con su medio social, su personalidad y sus características individuales necesitará dormir más o menos horas a una misma edad”. Para un chico en edad escolar que debe levantarse a las 7 de la mañana, continúa, “para tener 10 a 12 horas de sueño, debería acostarse entre las 8 y las 9 de la noche. Pero lo que estamos viendo es por el hecho de que, en muchas familias, ambos padres trabajan todo el día o tienen horarios más flexibles, la rutina vespertina del hogar ha cambiado: les es muy difícil a los padres mantener el hábito del baño, la comida en familia y la rutina de sueño para esa hora. Indefectiblemente se atrasa. En esos casos, vemos que muchos padres optan por mandar a sus hijos al colegio a la tarde y aquellos que van a jornada doble tienden a sufrir cansancio crónico. Los colegios que están atrasando su horario de ingreso se están adaptando mejor a esta realidad y favorecen a los chicos a rendir mejor”. Los horarios de sueño de los adolescentes tienen sus bemoles, y más allá de la actual interferencia que pueden generar los celulares que no se apagan durante la noche o de la oferta de programas televisivos “familiares” que empiezan cada vez más tarde (a las 21, a las 22, a las 23), tratar de que se vayan a dormir temprano no sólo es una tarea casi imposible, sino que incluso va contra su naturaleza. “El ciclo natural del sueño en la adolescencia hace que se acuesten 1.30 a 2 horas más tarde que los chicos de menor edad, por lo cual en nuestro país un adolescente saludable no se duerme, en general, antes de las 23. Para dormir ocho horas como mínimo, se tendría que levantar no antes de las 7. Si requiere nueve horas para sentirse bien, debería poder dormir hasta las ocho. En general, esto es inviable”, dice la especialista, que señala que “en el Congreso de la Academia Americana de Pediatría, de Estados Unidos, en 2012, expertos en sueño recomendaron especialmente que fueran las escuelas secundarias las que atrasaran su horario de ingreso, ya que al entrar al colegio al mismo horario o incluso más temprano que las primarias se está favoreciendo el cansancio crónico de los adolescentes”. Rompecabezas Pero entre lo ideal y lo posible se interponen no sólo los hasta no hace mucho incuestionables horarios de entrada fijados no más allá de las 8, sino que están los cada vez más extensos tiempos de viaje; los horarios de trabajo flexibles algunos, otros no; las actividades extracurriculares, y una infinidad de factores que de una
Mariano Juárez Goñi, en plena tarea de adaptar la rutina de sueño al horario escolar
Carola Tellas conduce rumbo al colegio de Federico, mientras él duerme, y de ahí sigue a su trabajo u otra forma condicionan el madrugar de chicos y adolescentes. “Es un rompecabezas”, dice Carola Tellas, docente de 42 años, al referirse al entrecruzamiento de los horarios y de las actividades de los distintos miembros de su familia, que dan inicio a las 6 de la mañana, cuando suena el despertador. “Mi marido se despierta a las 6 y mi hija, a las 6.30, y salen a las 7.15 de olivos hacia la escuela, que está en Belgrano, y de ahí mi marido sigue su camino en auto hasta el trabajo, en el centro –relata–. Yo me levanto a
las 7, despierto a mi hijo, a las 7.20, y salimos unos minutos antes de las 8 para llegar al colegio, que está a unas cuadras de casa, y de ahí sigo en auto al trabajo, en Palermo.” No hay tiempo para un desayuno familiar ni completo: los chicos desayunan cada uno por su lado, en distintos horarios, y los grandes, se llevan un café para tomar en el auto, en lo que dure el viaje, que cada día es más largo... A la salida del colegio están las actividades extracurriculares –hockey, guitarra, básquet–, por lo que la cena familiar es alrededor
Un poco de sentido común para generar ganas de ir al colegio opinión Miguel Espeche PArA LA NACIoN
E
l día empieza muy temprano y, a la vez, termina muy tarde… Demasiado. La ecuación no es la mejor, sobre todo si tenemos en cuenta que los chicos siguen siendo chicos, y sus cuerpos y mentes requieren una adecuación a ritmos naturales en los que hay un tiempo para jugar, otro para estudiar y otro para dormir, con el riesgo de que, si esto no se respeta, se perturbe su salud de mala forma. Con la idea de generar a cualquier costo un tiempo “productivo” lo que se logra es producir estrés. La luz eléctrica que parece vencer a la noche, la televisión, la visión de la nocturnidad como el último espacio en el que se puede prescindir, sin culpa, de ese mandato que dice que hay que estar siempre “ocupado”, ha modificado, para bien o para mal, las costumbres de una
significativa cantidad de familias. No sabemos si estas modificaciones de la rutina familiar abren la puerta a proponer ya mismo una revolucionaria modificación del horario de ingreso de los chicos a las aulas, pero sí habilita a reflexionar acerca de la conveniencia de esos madrugones invernales, oscuros y gélidos, que no son precisamente agradables. Respetar la personalidad Se sabe, por otro lado, que hay personas más “matutinas” y otras más afines al “turno noche”. Ir a favor del propio ritmo biológico ayuda a un mejor desempeño, y, a la vez, la conclusión obvia es que ir en contra de esa facilidad biológica por la primera o la segunda mitad del día atenta contra la mejor performance escolar, algo que debiera tenerse en cuenta a nivel pedagógico. Estudiar el tema en un contexto de paros docentes y escuelas precarias puede parecer extemporáneo. Pero vale que lo urgente no le quite
espacio a lo importante. Estar dispuestos a revisar estas situaciones cotidianas ayuda a no caer en rigideces excesivas y a tener en cuenta que lo que se pone en tela de juicio es una idea de lo que es “producir” o “estar ocupado”, idea que se representa en los horarios escolares, pero que apunta a una dimensión más profunda que la polémica sobre la hora en la que se debe programar el despertador. Dormir bien es “producir”. Jugar es “producir”. Y remolonear un poco en la cama, sobre todo cuando afuera es todavía oscuro y el frío arrecia, también es “producir”, no ya bienes materiales sino, sobre todo, calidad de vida. Educar en esa calidad de vida, inculcando disciplina y a la vez sentido común, ayudará a que la idea de ir al colegio genere ganas y no una permanente sensación de que la propia vida desafina respecto al esquema a través del cual se enseña, paradojalmente, a vivir mejor.ß El autor psicólogo y psicoterapeuta
de las 21.30. Los chicos se van a la cama no antes de las 23 y los grandes, mucho después: “Hay que firmar los cuadernos, preparar la vianda y dejar listos los uniformes para el día siguiente, si no a la mañana es imposible”. “Preguntarnos acerca de la hora de ingreso al colegio es pensar en temas muy profundos, es integrar la familia, escuela y sociedad –reflexiona la licenciada Eva rotenberg, psicóloga especialista en familia y autora de Familia y escuela, límites, borde y desbordes–. Los niños de hoy se duermen
diEGo SPiVacoW / aFV
Patricio Pidal /aFV
más tarde para poder ver a sus padres y en las familias, por suerte, se prioriza el contacto emocional. Pero, al mismo tiempo, cuando padre y madre llegan del trabajo, el encuentro con sus hijos se convierte en sobreexigencia, una demanda contra reloj: hacer la tarea, bañarlos y cenar para dormir temprano y poder levantarse para llegar puntual al colegio.” Así, prosigue, “por la mañana comienzan los gritos, enojos con los hijos y entre los padres. Y se comienza a caratular al «holgazán», al «irresponsable» o «al buen hijo», que es el
Preguntas al despertar En la casa de Pablo Lowenstein, arquitecto de 38 años, el despertador suena a las 6.40; podría ser más temprano, pero la distancia que lo separa del colegio es mínima. “Levanto a cada uno de los tres chicos por separado, los ayudo a vestir y les preparo el desayuno. Van como zombis hasta el televisor y así están hipnotizados durante todo el desayuno: recién en el auto, cuando estás llegando al colegio, empiezan a despertarse...” Pablo reconoce que, en invierno, despertar a sus hijos es incluso más difícil, pero aun así está convencido de que madrugar es una buena elección. “Cuando los estoy levantando, lo sufro: «Pobres –me digo– no hay derecho que a los 6 años los esté levantando a las 7 de la mañana». Pero creo que más adelante van a entender que al levantarse temprano aprovechan más el día. El trabajo es así. Por otro lado, me permite la posibilidad de tener ese tiempo con ellos, como cuando mi viejo me llevaba al colegio. No creo que levantarse media hora más tarde sea un cambio significativo.” Mariano Juárez Goñi, por su parte, piensa que estaría bueno que la flexibilización que se observa en el plano laboral llegue a las escuelas, aunque duda de si es el horario de entrada lo que hay que cambiar. “Me parece que estaría bueno que los chicos salgan del colegio un poco más temprano; de hecho, en el colegio al que van mis hijos, que es doble jornada, pusieron un horario de salida más temprano –dice–. Si no los chicos salen del colegio y entre que hacen la tarea, meriendan y se bañan, tienen muy poco tiempo libre.” “Para mí, el problema no es arrancar temprano, sino todo lo extra que hay durante el resto del día –opina Carola Tellas–. La realidad es que la escuela doble jornada y sus horarios tienen que ver más que nada con la necesidad laboral de los padres, no una necesidad académica. Son muchas las horas que los chicos pasan en la escuela, pero después cuando analizamos el tema de las actividades extracurriculares, los chicos tampoco quieren perdérselas...” “Estamos entrando en una flexibilización de los horarios que responde al tipo de vida que llevamos, pero todavía falta mucho –opina Giménez de Abad–. Creo que hoy es fundamental que los docentes puedan visualizar al chico que está cansado y sugerirles a los padres que se organicen, que busquen cierto orden que ayude a los chicos.” Pero si sólo cambia el horario de entrada, y las distancias y las rutinas y la vida en general siguen siendo tan avasalladoras, ¿cambia algo? Sólo levantarse más tarde, reflexiona Mariano, “¿no hará que los chicos se acuesten más tarde?”.ß Producción: Lila Bendersky
Flexibilidad horaria en la escuela, compromiso y productividad opinión Diana Capomagi PArA LA NACIoN
¿F
avorece el horario flexible a un mayor compromiso y, por ende, a una mayor productividad? ¿Qué sería un horario flexible? Contar con un margen de tiempo tanto para entrar como para salir; trabajar por objetivos en lugar de cantidad de horas; armar agenda de actividades y no sostener una rutina permanente son estrategias que algunos países y grupos empresarios están aplicando para promover la identificación, la motivación y la eficiencia laboral. ¿Serían beneficiosas éstas u otras alternativas en cualquier ámbito? No creo que existan “recetas” que sean aplicables en cualquier contexto. A mi entender, para que la flexibilidad resulte una estrategia efectiva, requiere de un aprendizaje y vivencia previos que permitan manejarse con libertad en el marco de las normas institucionales.
¿Es fácil el manejo de la libertad? Esto lo podrá responder cada uno desde su propia experiencia. La construcción de la autonomía es un proceso que, aunque parezca paradójico, está impregnado de límites. Pienso que no hay libertad más compleja que aquella que nos imponemos cada uno. Cuando no tenemos un “otro” que nos diga qué debemos hacer y qué no, es cuando surge nuestra responsabilidad en estado más puro. Y esta responsabilidad es educable. Por ello, no es lo mismo plantear la posibilidad de hacer flexibles los horarios en lo laboral que en el ámbito escolar. ¿Por qué? Porque los niños y los adolescentes están en plena etapa de formación que los conducirá a asumir, luego, sus propias decisiones en forma responsable. Instalar rutinas en la escuela tiene como fin contribuir al orden y la organización que el alumno necesitará como componentes para todo proyecto que emprenda. Cumplir un horario es sólo un aspecto constitutivo de toda una lista
de normas que se requieren para educar el discernimiento y la toma de decisiones. ¿retrasar el horario de entrada para que los alumnos puedan dormir más? Las horas de sueño son imprescindibles para lograr un buen rendimiento, ahora, ¿qué garantía tendríamos de lograr que los alumnos duerman más si el horario de entrada es más tarde? Lo que sí me parece muy importante, tanto para la persona que trabaja como para el niño y joven que estudian, es el sentido que tenga para sí el tiempo dedicado a las diferentes actividades. Si la escuela está vacía de contenidos significativos y el trabajo es sólo para cumplir un horario, no habrá estrategia de flexibilidad que logre la motivación que se necesita para producir. Construir el sentido de lo que se estudia y de lo que se trabaja es hoy uno de los grandes desafíos que tenemos planteados.ß La autora es asesora pedagógica de Vaneduc y profesora de la Universidad Abierta Interamericana