Ludivine Sagnier, la nueva elegida de Claude Chabrol

22 jul. 2008 - “Los directores que más me gus- tan son Takeshi Kitano y Quentin. Tarantino, pero sigo mucho el cine italiano. Pasolini me marcó profunda-.
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Espectáculos

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Martes 22 de julio de 2008

CINE Estreno de pasado mañana: Una mujer partida en dos

Ludivine Sagnier, la nueva elegida de Claude Chabrol La nueva femme fatale del cine francés, de 29 años, compone a una oscura y ambiciosa mujer dividida entre dos hombres en el más reciente film del cineasta MILAN (Corriere della Sera).– Si una rubiecita de rostro algo pálido por dos ojos con algo de hipertiroidismo logra transformarse en la pantalla en una etérea “lolita” de perturbadora inocencia y erótica castidad, hay en ella estirpe de diva. Y estirpe es lo que tiene para ofrecer mademoiselle Sagnier, la divina Ludivine, como se la conoce en Francia. En el país que la vio nacer hace 29 años –que cumplió el 3 del actual– esta joven actriz de luminosa palidez y curvas invisibles sólo en apariencia logró en muy poco tiempo convertirse en la estrella sexy de la República, la predilecta de los directores más prestigiosos: desde el mítico Alain Resnais, que la descubrió cuando apenas tenía diez años, hasta Claude Miller, artífice de su transformación en La pequeña Lili. Sin mencionar a François Ozon, su auténtico Pigmalión, que la hizo brillar en La piscina y la mezcló con superestrellas en 8 mujeres. Después de volver a la infancia como Campanita en el Peter Pan de P. J. Hogan y exhibirse como poético fantasma romántico en Les Chansons d’amour, de Christophe Honoré, Ludivine ahora se pone en manos de Claude Chabrol. El maestro del cine negro francés, el Simenon de la pantalla grande, especialista en descubrir rincones de infamia e hipocresía en medio de la serena vida provinciana. Durante casi tres décadas, la musa cruel de las historias imaginadas por Chabrol siempre fue Isabelle Huppert. Ahora, a los 77 años, el viejo Claude coloca a Ludivine en el centro de su nuevo thriller, Una mujer partida en dos, y descubre en ella al nuevo estandarte de esa feminidad incandescente que Alfred Hitchcock utilizó mucho tiempo como fetiche. Como el maes-

El célebre director, en el espejo

FOTOS ALFA FILMS

Benoît Magimel y la joven actriz, en una escena clave del film del autor de clásicos como El bello Sergio y La ceremonia

Sagnier y François Berleand

tro del suspenso, Chabrol también parece haber quedado sujeto al hechizo de las rubias. “Chabrol conoció de verdad a Hitch. También frecuentó a Truffaut, a Godard, a Orson Welles. Es el último gran nombre de la nouvelle vague. Como nací demasiado tarde como para haber vivido esa etapa, trabajar con

el fondo, también aquí pude mantener ese compromiso, pero hay una escena que sugiere muchísimo por más que no se vea casi nada. En el fondo, esa escena es la clave de lo que significa el verdadero erotismo. Y también, por supuesto, es la clave del estilo Chabrol”, subraya la actriz.

Chabrol fue como zambullirme en un gigantesco libro sobre el cine”, dice Sagnier, y suspira casi extasiada. Se trata de un libro complejo, nada fácil de descifrar para ella. “Detrás de ese aire jovial que siempre muestra, Claude es una persona particularmente reservada. Muy sutil, muy discreta. También muy púdica”, asegura.

Sin embargo, en Una mujer partida en dos, Sagnier aparece en una escena de infrecuente significado erótico. Y a Chabrol no le debe de haber resultado fácil convencerla de que aceptara rodarla. “Es que después del nacimiento de mi hija Bonnie me había prometido no volver a aparecer desnuda en una película. En

Convertida en dama oscura a partir de su propio personaje (llamado Gabrielle Deneige, una visible alusión, en francés, al frío candor de la nieve), Sagnier se zambulle en la piel de una grácil meteoróloga de un canal de televisión regional, ambiciosa hasta el punto de llevar la determinación de sus decisiones más allá de cualquier límite. Entre sus previsiones, la prioridad está ocupada por la búsqueda de un lugar laboral bajo el sol en primera fila. Para lograr su propósito, no duda en seducir a todos los que están a su alrededor y se casa con un millonario psicópata, pero termina enamorándose de un escritor de espíritu libertino. Queda, así, como una mujer partida en dos. “Dividida entre dos hombres o, mejor, entre los dos rostros de un mismo hombre. Esto ocurre seguido en el amor, sobre todo cuando hay mujeres como Gabrielle, dispuestas a ser cortejadas todo el tiempo”, dice la actriz, que parece saber bastante sobre el tema. Es que a Ludivine todo le ocurrió muy rápido: debutó en el cine a los 10 años; se fue a vivir sola a los 17; se convirtió en estrella a los 20. Y a partir de allí, los estrenos, las fotos, los viajes a los festivales de Cannes y Berlín, el contacto permanente con otros famosos... “Los directores que más me gustan son Takeshi Kitano y Quentin Tarantino, pero sigo mucho el cine italiano. Pasolini me marcó profundamente gracias a Teorema y a El evangelio según San Mateo. También me agradan mucho Moretti, Giordana, el de La mejor juventud, y Crialese. Después de ver Nuovomondo, envidié profundamente a Charlotte Gainsbourg. Quería ocupar ese lugar.”

Giuseppina Manin

Versión libre de una historia real “Esta película se llama Una mujer partida en dos. Y por eso quería dejar presente todo el tiempo la idea de la ruptura”, dice Claude Chabrol en una entrevista que acercó a LA NACION la distribuidora Alfa, que anuncia para el jueves próximo el estreno entre nosotros del nuevo film del aplaudido realizador francés. “Los espectadores verán bastante seguido que hay escenas que culminan antes de su conclusión natural y también, por otro lado, habrá situaciones prolongadas mucho más allá de lo que cualquiera podría esperar”, señala allí Chabrol. La película, según el director, parte de la transcripción libre y llevada a nuestros días de una historia real ocurrida en Manhattan a principios del siglo XX. “El protagonista es

Stanford White, famoso como arquitecto y también por mujeriego, que fue asesinado en 1906 por el esposo de una de sus amantes, una joven bailarina de Broadway llamada Evelyn Nesbitt”, señala Chabrol, además de subrayar que se propuso descubrir, como si fuese un entomólogo, que a partir de ese pequeño hecho es posible develar comportamientos que definen la condición humana. Al hablar de sus actores, Chabrol dice que desde hace mucho tiempo quería trabajar con Sagnier, pero terminó decidiéndose por ella para esta película después de verla como Campanita en Peter Pan. “En cuanto a los dos hombres, con François Berleand descubrimos una gran complicidad mutua después de compartir el rodaje de La comedia del poder, y como es

un seductor nato, quería aprovechar ese don natural para desarrollarlo en el personaje. Y con Benoît Magimel ya había trabajado en La dama de honor y La flor del mal, y aquí volvió a demostrar lo capaz que es para interpretar papeles de distintas clases sociales, además de correr grandes riesgos. Aquí, su personaje está al borde de la esquizofrenia”. El lanzamiento local de Una mujer partida en dos prolonga el afortunado vínculo entre el público argentino y la filmografía más reciente del director, presentada aquí con una regularidad que no aparece en otros realizadores europeos, y que nos permitió ver las citadas La dama de honor, La flor del mal y La comedia del poder, además de Gracias por el chocolate.

TEATRO Protagoniza La jaula de las locas

Aníbal Silveyra brilla en Hollywood Veinte años atrás, trabajó en la puesta porteña, con Tato Bores y Perciavalle En 1987, Aníbal Silveyra hacía del hijo de Tato Bores y Carlos Perciavalle en la versión musical argentina de La cage aux folles (La jaula de las locas). Y por esas cosas de la providencia, a poco más de veinte años, está haciendo la misma obra, pero en uno de los papeles protagónicos. Aunque no en Buenos Aires, sino en Los Angeles. Hace un mes estrenó en el Knightsbridge Theatre la versión californiana de este brillante musical escrito por Harvey Fierstein, con canciones de Jerry Herman. El director es René Guerrero, el mismo que hizo el montaje de Into the Woods, obra en la que también trabajó Silveyra. “Sabían que había estado en la versión porteña y me invitaron a audicionar. No puedo creer que esté haciendo el mismo personaje que encarnó mi querido Tato Bores. Para mí fue muy enriquecedor trabajar con él en aquella oportunidad. Ese personaje me brindó cosas muy lindas y me abrió las puertas de la televisión. Ahora me tocó este personaje y... ¡guau! Ojalá que Tato me ayude desde arriba”, dice Silveyra en una comunicación telefónica con LA NACION. Allí hace de Georges, quien convive desde hace dos décadas con Alvin, un artista de variedades, en una lujosa mansión contigua a un cabaret de transformistas. Su compañero de rubro es Sandy Kaufman, mientras que el rol de su hijo lo encarna Ace Marrero, ambos neoyorquinos. “Es una puesta bastante libre. El director no quiso repetir lo mismo de Broadway. Trató de actualizarla en el sentido de la modernidad de las épocas. Sucede en el West Hollywood, en lugar de Saint Tropez, pero yo sigo ha-

“Me acuerdo todo el tiempo de Tato Bores”, apunta Silveyra

blando con palabritas en francés y mi acento latino sirve para hacer un personaje europeo. Incluso hacemos hincapié en el casamiento del final. El libro original sugiere que ambos estén vestidos de blanco y que se vayan por una especie de infinito. En esta versión los hacemos casar, a tono con la nueva ley californiana que estableció el casamiento entre personas del mismo sexo. Al final, cuando subimos a la torta para casar a los chicos, también nos casamos nosotros”, explica.

Una joya Silveyra vive con su esposa Malena en Burbank, el barrio de los estudios de cine y televisión, desde hace

nueve años. Allí trabajó como traductor y, desde hace cinco años, logró introducirse en el mundo teatral de California. Hizo Into the Woods, Closer Than Ever, Evita y Oliver!, entre muchas otras obras. “Cada vez que tengo que decir los textos de Tato se me pone la piel de gallina. Me emociona muchísimo porque me acuerdo todo el tiempo de él y de Carlitos Perciavalle. Esa versión fue una joya, tan exitosa y bien puesta. Me costó sacarme la imagen del personaje que componía Tato. Pero el director me ayudó a despojarme de esa idea. Estoy en la gloria haciendo esto”, concluye.

Pablo Gorlero