8
|
espectáculos
| Domingo 15 De junio De 2014
Lang Lang está de regreso: disparen sobre el pianista
debate. Con su estilo exuberante, el músico chino está siempre en el ojo
de la tormenta. Aquí, sus pares examinan méritos y riesgos de una personalidad interpretativa con la que, sin embargo, cautivó a multitudes
Viene de tapa
Unos 40 millones de niños se acercaron a la música clásica en China, dicen sus admiradores, gracias al carisma del pianista de 31 años,que fue una de las grandes estrellas de los Juegos Olímpicos de Pekín, vende millones de discos y agota localidades en todo el mundo. Nadie permanece indiferente después de escucharlo. Lang Lang deslumbra con su técnica prodigiosa y ahuyenta oyentes de paladar negro con sus excesos interpretativos, por los que un crítico malicioso señaló que cada día se parecía más a Liberace. Voces del teclado “El efecto de Lang Lang es innegable y debe ser analizado desde diferentes aspectos –afirma Alexander Panizza, Premio Konex 2009 y uno de los pianistas argentinos más destacados de la última década–. El hecho de que una figura logre acercar a mucha gente a un repertorio clásico me parece fundamental para la continuidad de nuestra metier, sobre todo cuando venimos observando cada vez menos público en las salas y con un promedio de edad bastante elevado. Desde el aspecto puramente musical, no me identifico con lo que propone, aunque para ser justo debo decir que me identifico con muy pocas figuras. Tengo una opinión bastante alejada de la línea actual de la estética interpretativa. Mis referencias son de otra época: Sviatoslav Richter y Wilhelm Kempff, para nombrar a dos artistas bien contrastantes. Si bien en algunas cosas se ha mejorado, hemos perdido muchas otras por una especie de unificación interpretativa. Hay una especie de pudor a la hora de buscar un camino propio. Pero, desde lo artísti-
co, Lang Lang cumple otra función. Un ejemplo extremo, ya que existen enormes distancias, son las figuras de Richard Clayderman y de Liberace, quienes lograron acercar mucha gente a la música clásica. Luego de la presentación de Lang Lang en la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, se anotaron un millón de nuevos estudiantes de piano en China, así que ese detalle no puede ser ignorado.” Y concluye: “Es un pianista excelente y de un nivel muy alto, pero artísticamente no es santo de mi devoción”. Para Aldo Antognazzi, uno de los músicos y pedagogos más reconocidos de su generación, es muy importante valorar las cualidades del otro aunque no concuerden con la
visión personal. “Es muy fácil caer en la negación de los valores ajenos –dice–. Yo jamás valoro exclusivamente lo que se asemeja a mi visión. Considero a Lang Lang como uno de los grandes pianistas actuales. La primera vez que lo escuché fue en la grabación en vivo de su presentación en el Carnegie Hall, cuando se convirtió en un boom. En ese momento no me interesó demasiado su concepción musical. Me pareció un pianista con técnica perfecta, infalible, y eso es lo que hoy en día se valora más para aceptar a un pianista y ubicarlo a un nivel altísimo. Pero, en lo musical, percibí la búsqueda de un colorismo pianístico, con una exageración de pianissimos apenas perceptibles y con un manejo exa-
gerado del rubato caprichoso. Al volver a escucharlo, hace solo unos días, tocando el concierto No.1 para piano de Tchaikovski, me quedé gratamente sorprendido por la evolución de su concepción musical, de su discurso. Le encontré una madurez al quitársele esa necesidad de exagerar algunas cosas de la expresión musical. Por eso creo que el programa que va a presentar es clave para poder observar si lo que afirmo es cierto o fue sólo una percepción fugaz”. “De Lang Lang y su impresionante técnica se ha hecho un excelente producto de marketing”, desafía la pianista y también docente Estela Telerman. “Cuando se trata de tocar obras como la Sonata de Schubert, que hizo en el Colón en 2012, es altamente discutible. Aunque al verlo ponerse en manos de Barenboim en una masterclass, pensé que quizá fueron las circunstancias de la vida las que lo dejaron llevar por la comercialización de la música. Yo tomo como modelos a los pianistas para quienes la técnica no es más que un medio para crear climas y lograr hermosos colores sonoros, para quienes la técnica no es un fin. Lang Lang no me produce esa especie de embriaguez que experimento al escuchar a
artistas como Nelson Goerner, András Schiff o Mitsuko Uchida, cuyas presentaciones son muy difíciles de olvidar. No lo critico, sino que lo veo como algo muy diferente de lo que a mi me interesa. Eso sí, me maravillo ante lo eficaz de su difusión a nivel masivo. Habrá que verlo el viernes, ya que el programa requiere más música que técnica”. El programa que hará en ésta, su segunda visita a la Argentina, incluirá las sonatas N° 4 en Mi bemol mayor K.282, N° 5 en Sol mayor K.283 y N° 8 en La menor K.310 de Mozart y las Cuatro Baladas (N° 1 en Sol menor, Op.23; N° 2 en Fa mayor, Op.38; N° 3 en La bemol mayor, Op. 47, y N° 4 en Fa menor, Op.52) de Chopin. Lang Lang regresa al Teatro Colón tras haber sido nombrado en 2013 como Mensajero de la Paz por las Naciones Unidas y Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, distinciones que le fueron otorgadas por su contribución a elevar la influencia de la música clásica. Quizás haya que esperar algunos años para disipar la controversia, cuando Lang Lang esté entre los 40 y los 60 años. Ésa es la edad en que, según el gran Alfred Brendel, los grandes pianistas alcanzan su esplendor. ß
Un inédito fenómeno generacional opinión Jorge Aráoz Badí PARA LA NACiON
I
nsistir en que los pianistas chinos hacen gala de una prodigiosa técnica mientras flaquean en la interpretación es un argumento que pronto va a desaparecer, simplemente por el aburrimiento de repetirlo. O porque la sentencia, puede señalar igualmente, a una buena cantidad de ejecutantes de todos los países, religiones, escuelas y edades. Hasta no hace mucho, los críticos juzgábamos así a Lang Lang, aunque cada vez resulta más difícil calificar a quien, como en su caso, aparece amparado incondicionalmente por
una popularidad en constante crecimiento. La pregunta es si en verdad merece tanta fama y adulación. Desde un punto de vista objetivo, sí, lo merece. En la historia de la interpretación, ningún pianista disfrutó de adhesión tan arrolladora, pero eso mismo le permitió producir un inédito fenómeno generacional, ya que logró incorporar a su culto, en todo el mundo, a legiones de público joven y adolescente que estaba al margen de los auditorios musicales. Es cierto que muchos de esos nuevos oyentes no saben quiénes son Dinu Lipatti, Alfred Brendel, Mauricio Pollini, Andras Schiff, Arthur Rubinstein, Vladimir Horowitz, Claudio Arrau, Wilhelm Backhaus
o Arthur Schnabel, porque su ingreso a la música se produce con Lang Lang. De todos modos, por fin, alguien ha conseguido realizar el viejo sueño de llenar con jovenes las salas de música clásica. Es una de las muy buenas cosas que le han sucedido a la música en este siglo. Multitud de nuevos oyentes quieren saber como toca el piano Lang Lang. ¿Y como toca el piano Lang Lang? Por suerte, muy bien. Pero no es el mejor de todos. Tiene algo que otros no tienen: un ángel seductor que se apodera de la gente con su simpatía y su manera de hacerse parte del piano como un jinete sobre un potro domeñado. Habría que saber cuánto debe Lang Lang a
los formadores de imagen y de modas, pero esto funciona de manera óptima sobre el público. También le falta cierta madurez, que los mejores que él, sí tienen. Su objetivo central, parece ser la pureza sonora que logra permanentemente. Tanto, que se distrae con el color como le sucede cuando toca Bach, Mozart o Schubert. Esa fascinación lo lleva a crear sensaciones un tanto artificiales y a poner en duda su estabilidad emocional. Tal actitud tiene buena respuesta en Chopin. Donde se estimula el uso del rubato, donde caben los suspiros, Lang Lang logra sus laureles. Pero toda la música no es así. En su difundida clase magistral, Daniel Barenboim se lo explicó pacientemente.ß
Una semana con múltiples propuestas
El Teatro Colón recibirá en estos días a Lavandera, Lang Lang, Steve Reich y Elena Bashkirova
Sencillo y clarísimo, el dicho nos recuerda que en la variedad está el gusto. Pero, relativo como pocos, todo depende de las necesidades y del contexto. Según el comensal, un menú puede parecer amplio y atractivo o, por el contrario, escaso, carente de ideas, no suficientemente diverso y, peor aún, de hechuras pobres o dudosas. O sea, que la variedad, en realidad, es un concepto cultural de múltiples lecturas. Por lo tanto, para tomarlo como una referencia válida y positiva, habría que agregarle pormenores, detalles y justificar que esa multiplicidad es efectivamente numerosa y que, además, está sustentada sobre la mejor elaboración. En definitiva, cantidad y calidad, o viceversa. En Buenos Aires, en estos días y bien sostenida por la firmeza de esas dos columnas, se puede hablar de un panorama de la mejor variedad en cuanto a la oferta de espectáculos musicales. Para confirmarlo, simplemente, basta con enumerar, cronológicamente, lo que sucederá, desde este lunes, en el Colón.
Juan Esteban Cuacci ya denota inteligencia y poder de atracción en la autoentrevista que se efectúa a sí mismo, entre cruel y condescendiente, y que fue publicada en estas páginas. Pero, para sumarle otro interés concreto a su propuesta musical, mañana hace alianza con Horacio Lavandera para hacer tangos a dos pianos. La reunión de méritos y talentos de ambos pianistas ya sería suficiente para hacerse un tiempo e ir a escuchar tangos de Carlos Gardel, Julián Plaza, Ástor Piazzolla y Horacio Salgán en arreglos del mismo Cuacci. Pero, además, alguien diría “sólo en Argentina Aires”, la entrada es gratuita. El martes, tendrá lugar la última función de Réquiem, la fantástica ópera de Oscar Strasnoy que recrea, con pericia y enorme creatividad, la poesía, las vivencias y los hallazgos literarios y artísticos de William Faulkner. Aquellos que, a pura tradición y cierta cerrazón, sostienen, sin demasiados fundamentos, que la ópera concluyó su derrotero allá lejos, con Verdi, Wagner, Puccini
o Strauss, podrían abrir un poco sus almas al inconmensurable talento de este compositor argentino. Porque de eso, del talento, depende que los caminos se agoten o se abran hacia nuevos horizontes. El viernes estará Lang Lang, hoy por hoy, posiblemente, la figura mediática más potente del campo de la música clásica. El pianista chino, algún payador podría agregar, “el de la larga fama”, es una figura espectacular. Carismático, dueño de una técnica abrumadora y gestualmente impactante, puede despertar las pasiones más intensas, a favor y no tanto. En sus dos recitales, tocará tres sonatas para piano de Mozart, las K.283, K.282 y K.310, y las cuatro baladas de Chopin. A pesar de que Yundi Li, Yuja Wang y el mismo Lang Lang andan desplegando sus asombrosas capacidades por todo el planeta, se sigue escuchando aún hoy aquel retintín que insiste en que los músicos orientales son perfectas maquinarias musicales con escasa sensibilidad. Podrán compartirse o no sus aproximaciones, pero
este trío de pianistas chinos denota una altísima capacidad expresiva. Eso sí, si para deleitarse con Cuacci y Lavandera todo se reduce a retirar con anticipación las entradas gratuitas, para ver a Lang Lang hace falta una verdadera fortuna. Una pena. El jueves, continuando su abono, la Filarmónica de Buenos Aires, con la dirección de su titular, Enrique Arturo Diemecke. Cabe señalar que el gran director mexicano, además de hacer sonar maravillosamente a la orquesta, últimamente, todo un hallazgo, abre sus conciertos con palabras que ofrecen un panorama claro sobre los contenidos de cada concierto. En esta ocasión, llevará adelante un programa estadounidense, con obras de Bernstein, Barber, Copland y Gerswhin, y contará con la participación de la gran violinista Nadja Salerno-Sonnenberg. El domingo, el ciclo Colón Contemporáneo presentará Music for 18 Musicians, de Steve Reich, con dirección de Micaela Haslam, el Ensamble Perceum, y Haydée Schvartz, Lucas
Urdampilleta, Bruno Mesz y el propio compositor en los pianos. Por último, en la otra semana, los días 23 y 24, al mismo escenario llegarán, con invitación del Mozarteum Argentino, la Jerusalem Chamber Musical Festival y la pianista Elena Bashkirova, para algunos, sencillamente, la mujer de Barenboim, para otros, una gran pianista y directora, casi lo mismo que su marido. En realidad, la Jerusalem no es una orquesta sino un cuarteto de cuerdas y el programa que presentarán mostrará que pueden convivir, en perfecta armonía, Mozart y Schumann, con Anton Webern y Alfred Schnittke. Un verdadero desafío para los músicos y para el público. Obvio, por fuera del Colón hay vida musical y muy intensa. Numerosos recitales y conciertos, gratuitos la mayoría de ellos, y funciones de ópera atraviesan la vida de Buenos Aires. Sólo es cuestión de estar atentos y tratar de aprovechar, la tan mentada, increíble y explosiva combinación de calidad y cantidad.ßPablo Kohan
El error no es sinónimo de pecado opinión Pablo Gianera LA NACiON
E
n su maravilloso libro de conversaciones con Claudio Arrau, Joseph Horowitz registra un diálogo muy significativo. A propósito de los tiempos idos de Teresa Carreño y Ferruccio Busoni, le pregunta al pianista si en esa época las notas falsas perturbaban al público y la crítica tanto como ahora. “No –responde Arrau–. Lo creían propio del genio. Ése era el derecho del genio.” interlocutor inteligente, Horowitz va, sin embargo, un poco más allá: “Las grabaciones son, sin duda, una razón por la que ya no aceptamos las notas falsas tan fácilmente como antes”. “Sí, creo que ésa es probablemente la causa principal –confirma Arrau–. Y, luego, también está ese tonto perfeccionismo que la gente suele apreciar demasiado.” El breve diálogo apunta al corazón del problema. La misma tecnología que nos permite volver una y otra vez a Wilhelm Kempff o Edwin Fischer, la misma que hizo posible la utópica filosofía del estudio de grabación de Glenn Goud, la que nos permite un descubrimiento permanente en las lecturas del propio Arrau, esa misma tecnología que nos autoriza ahora a reconstruir una historia del arte de la ejecución en el siglo XX procreó también toda una idea de la perfección fundada en la eficacia. El acierto empezó desde entonces a consistir en la no equivocación antes que en la interpretación en un sentido fuerte. Lang Lang es hijo de esa posición, que compensa con una inocultable vocación por el espectáculo. Por supuesto, nadie pide que no se arregle una grabación. El propio Barenboim observó hace poco: “No creo en esos registros que son un patchwork, pero si es posible corregir una nota falsa o ajustar un matiz, ¿por qué no hacerlo?” Una de las bromas preferidas de Gould consistía en negar la existencia de eso que muchos aficionados y no pocos críticos llaman “el toque”. Aseguraba que no existía diferencia si la tecla de un piano era oprimida por Artur Rubinstein o por la punta del paraguas de Rubinstein. La relación entre la mano y el sonido es el resultado de una cadena de movimientos mecánicos. Esos movimientos pueden ser perfectos en su origen (los dedos), y en ese caso, como pasa con el infalible Lang Lang, lo pianístico domina lo musical. Pero aquello que vuelve personal a un pianista es algo más complejo en lo que el eventual error se vuelve irrelevante. implica, sobre todo, una manera propia de entender el ritmo, de articular las frases que propicien una revelación: la del pianista por intermedio de la obra y la de la obra por intermedio del pianista. ß