OPINIÓN | 21
| Miércoles 15 de Mayo de 2013
Detrás de un vidrio oscuro Diana Fernández Irusta —LA NACIoN—
N
ada más lindo que un loco lindo. Y nada más alejado de la otra locura, esa que no es sagrada como quería la Antigüedad, ni merece ser execrable, como alguna vez pretendió el mundo moderno. Cuando conocí a Noemí, la adolescencia terminaba y los ecos de la contracultura de los 80, cierta inocente lectura de Artaud o las caóticas ensoñaciones de un tal Morrison me hacían aventurar que había un universo impactante, incluso en sus tinieblas, del otro lado de la cordura. Noemí me demostró todo lo contrario. Para ella, el verbo alucinar poco tenía que ver con la jerga de la
psicodelia. “Vienen las voces”, decía, cuando la garra de algo más allá y dentro de sí de repente asomaba y amenazaba vencerla. “No te asustes, éste es el teléfono de mi psiquiatra, llamalo”, explicaba, sosteniéndose a duras penas por fuera del vidrio oscuro, engañosamente opaco, que comenzaba a tragarla. Las crisis ocurrían raras veces. En la vida cotidiana Noemí trabajaba, estudiaba, cumplía puntillosamente con sus sesiones de terapia, tomaba la medicación que le habían prescripto. Conocía su herida. Sospechaba la profundidad de la hendidura que la desgarraba y que cada día, con paciencia
de orfebre, pugnaba por suturar. Como si Louise Bourgeois de golpe se hubiera quedado sin neurosis y sin arte: puro dolor, vacío, grito sin nombre. Muy pocos sabían de lo insondable de su batalla diaria, sostenida en soledad, con endebles recursos económicos. Una historia ni glamorosa ni sórdida ni declaradamente trágica. Lo suficientemente común como para diluirse en el magma de tantas otras pequeñas epopeyas. La dejé de ver hace mucho tiempo. Pero por estos días, con el Borda tristemente arrojado a las fauces de la actualidad, no dejo de pensar ella y en su modo apacible
de ser heroica. ¿Qué habrá pensado, frente a qué televisión, en cuál diario habrá visto lo que todos vimos ocurrir a las puertas del neuropsiquiátrico? ¿Qué les puede brindar a ellos –esquizofrénicos, psicóticos, paranoides, tantos rótulos a mano– una clase política que, de izquierda a derecha, aquí y en el resto del mundo, no hace más que perder credibilidad? En la misma época en que conocí a Noemí yo era una asidua visitante de la sala Lugones del San Martín. Probablemente fue allí donde vi Detrás de un vidrio oscuro, de Ingmar Bergman, entendiéndola apenas, temblorosamente fascinada ante la enormidad
que, ya desde el título, anunciaba. En ese cine, tanto como en las salas de teatro o en los talleres de un centro cultural que también resultó castigado en el último tiempo, no sólo accedíamos a Godard, Fellini, Beckett y tantos otros. Circulaba cierta idea de civismo, no dicha, más bien practicada; ciudadanía de puertas abiertas, jean y zapatillas, pero también traje formal. Para quienes nos iniciábamos casi en todo, la inclusión era un horizonte posible, cercano. Para gente como Noemí, que día a día le plantaba cara a una pesadilla que nunca eligió padecer, el sueño del cobijo social era –es– rigurosamente imprescindible. © LA NACION
un posible espejismo. La autocomplacencia de nuestra sociedad en su solidaridad, dice el autor, relega la atención de las carencias
estructurales y convierte los derechos en graciosas concesiones otorgadas por el poder populista
La trampa de la “Argentina solidaria” Fernando A. Iglesias
E
l populismo es reencarnación de la monarquía absolutista en la Modernidad, un festival del ancien régime celebrado hoy en nombre de la revolución social. Nada más parecido a los viejos monarcas que los modernos déspotas del populismo triunfante, como han comprendido quienes le pusieron Rey Castro a uno de los restaurantes cubanos de esta capital. Lejos de ser la vanguardia de la Historia, el populismo impregna la escena política con los aromas rancios de la era monárquico-feudal. En el lugar donde las revoluciones liberales y democráticas erigieron la república, el populismo entroniza a la nación; donde construyeron la independencia de poderes, restaura al monarca y al caudillo que todo lo comandan desde el Ejecutivo; donde había federalismo impone el estado unitario y su gran caja domesticadora; donde existía limitación de poderes reconstruye el viejo y querido poder absoluto; donde crecía la interdependencia de los pueblos intenta sacralizar la soberanía nacional, expresión resucitada del poder del soberano sobre el territorio y sus súbditos. Donde había Estado de Derecho, el populismo hace crecer el despotismo y la arbitrariedad, y donde se había levantado la muralla que separaba la propiedad pública de la privada, santifica la apropiación monárquica del patrimonio estatal. El proyecto populista no es contingente ni espontáneo. Por el contrario, tiene un método y un objetivo precisos: la reducción del ciudadano autónomo de la Modernidad a la condición de cliente, esa versión posmoderna del siervo de la gleba. El populismo genera clientes sin distinción de clases a través de su programa fundamental, el Clientelismo para Todos: subsidios, blanqueos y negociados para los de arriba; transporte, energía y fútbol gratis para los del medio; planes sociales, choripán y ladrillos, para los demás. Sobra decir que en plena era de la sociedad global del conocimiento la epopeya populista está destinada al fracaso; lo que no quiere decir que no logre arrastrar al abismo a una sociedad entera. Y bien, la Argentina Solidaria es la cara complementaria del populismo. Nace de las catástrofes causadas por él y de la falta de toda solidaridad real. Desempeña, en el reino kirchnerista, la misma función indispensable que en las monarquías del medioevo desempeñaba la caridad. Su objetivo es la domesticación del ciudadano, su reducción a la dependencia y la abolición de todo intento de autonomía mediante la instrumentación de los buenos sentimientos de las conciencias culpables y las almas bellas. Su expresión final ha sido la dramática jibarización del ciudadano argentino de los años ochenta, reducido a resignado consumidor en los noventa y a súbdito y cliente, hoy. El populismo y su complemento social, la Argentina Solidaria, lo hicieron, constituyendo uno y legitimando la otra este nouveau régime que ha gobernado el país casi sin interrupciones desde 1989, con consecuencias que no hace falta mencionar. No. No estoy diciendo que donar colchones para los inundados de La Plata esté mal.
—PARA LA NACIoN—
Estoy diciendo que no habían terminado de contarse los muertos que ya los grandes medios de comunicación exaltaban la enésima epopeya solidaria de los argentinos y exhalaban el resabido incienso de la autoglorificación de la sociedad nacional. Como si no lleváramos dos décadas de votar gobiernos que viven de la reducción a la miseria de un tercio de la población. Como si no fueran los miembros de ese tercio los que murieron ahogados porque los recursos para las obras públicas terminaron en los bolsillos de los funcionarios democráticamente elegidos del “roban, pero un peso vale un dólar” de los noventa, y el “roban, pero estamos mejor que hace diez años” de hoy. Como si la sociedad argentina no hubiera consentido las aniquilaciones que ocultaron las sucesivas tres platas dulces: el genocidio político de los setenta; la masacre social de los noventa, y las catástrofes ferroviarias, automovilísticas y pluviales de la actualidad. Como si no fuera evidente todavía qué es lo que sucede cuando un país se dedica de cuerpo y alma a una fiesta consumista y la financia con la demolición de su propio capital de infraestructura, y con la subordinación al Clientelismo para Todos de su autonomía individual y social. Como ayer la monarquía, el populismo vive de los pobres. Económicamente, porque su miserable mentalidad de suma cero le impide imaginar una fuente de enriquecimiento que no pase por la apropiación de lo ajeno. Políticamente, gracias a que la Argentina Solidaria convierte los derechos en graciosas concesiones otorgadas por el poder, destruyendo todo orgullo y dignidad personales. Y sin orgullo y dignidad no hay salida de la pobreza sino victimismo y marginalidad. Por el contrario, los actos de la Argentina Solidaria consolidan un arriba y un abajo menos determinado hoy por el hambre que por la humillación. Que las pecheras de la misma fuerza política a cargo de los gobiernos nacional, provincial y municipal responsables de la masacre de La Plata presidieran los operativos solidarios no es un accidente sino una consecuencia inevitable de esta situación. El populismo mata. Por eso es suicida la resistencia a ignorar los orígenes históricos de este estado de cosas; como si las pecheras de La Cámpora fueran la encarnación del mal en la Tierra y la Fundación Evita una manifestación de la divinidad. Es que
Argentina, un país con buena gente” del kirchnerismo, a la Argentina Solidaria de la sociedad civil nacional. Autoabsolución, disimulo, autocomplacencia, persecución del que critica. La receta perfecta para la infinita repetición. El método infalible para el eterno-retorno al desastre general. Así, lavando hoy la culpa del irresponsable votante de la tercera plata dulce, la kirchnerista, la Argentina Solidaria prepara el advenimiento de la cuarta, a nombre del populista de turno en 2015. ¿Cómo podría alguien atreverse a levantar el dedo acusador contra ella?, proclaman sus voceros. ¡El pueblo es lo mejor que tenemos!, entona el coro de los amanuenses del ancien régime neopopulista feudal. Es escuchando esta melosa melodía que olvidamos, autocelebratoriamente, lo sucedido en el terreno de lo real: el horror del genocidio; la masacre de una guerra infame; la reducción
Las pecheras de la misma fuerza política responsable de la inundación presidían el operativo solidario Sin orgullo y dignidad no hay salida de la pobreza, sino victimismo y marginalidad
la Argentina Solidaria es la parte femenina del matrimonio monárquico, cuyo componente masculino han sido siempre el caudillo populista o el dictador militar. La Evita convertida en hada buena de los pobres desempeñó un papel insustituible en la construcción de la leyenda de Perón, uno de cuyos principales efectos fue el reemplazo de los orgullosos sindicatos socialistas, comunistas y anarquistas por un sindicalismo reducido a columna vertebral de las decisiones de cerebros ajenos y a merced de las concesiones del aparato estatal. Y es precisamente su apelación a la Argentina Solidaria la más clara reafirmación del carácter complementario del Partido Militar y el Partido Populista que entraran juntos
a la Casa Rosada en 1930. A la sucesión de intervenciones solidarias que construyó el imaginario del Partido Populista, el Partido Militar le opuso el mayor evento solidario de nuestra historia: esa maratón televisiva por Malvinas en la cual se legitimó el envío a la muerte de miles de jóvenes pobres del interior. Los chocolatines con mensajes de aliento para esos soldados que aparecieron en los quioscos de Rosario fueron el testimonio implacable de esa perversión. La Argentina Solidaria –es decir, la autocomplacencia de la sociedad argentina en su supuesta solidaridad– es un flagelo porque refuerza el orden existente, que es el de la catástrofe. De “los argentinos somos derechos y humanos” de la dictadura a “la
a la marginalidad de una tercera parte de la población nacional, realizada en veinte años con nuestro consentimiento y nuestros votos. La Argentina Solidaria es el discurso que usamos los argentinos para disimular nuestra responsabilidad en los horrores que supimos conseguir; la parte del relato que oculta la verdad de la despiadada lucha de todos contra todos en que se ha convertido la vida cotidiana en este país. En las calles, los lugares de trabajo, las empresas, los clubes, el Estado: no hay más que mirar alrededor. Caso único en el mundo, treinta años de democracia nos han dejado el saldo de una mayor desigualdad, un mayor número de pobres e indigentes y una estructura social aún más injusta que la que dejó la dictadura en 1983. Es éste el fruto de decisiones tomadas abajo y arriba de las que no somos de ningún modo irresponsables. Un juez a cargo de la causa que afirma que nunca sabremos la cantidad de muertos en La Plata. Una Presidenta que exige al gobernador de su propia fuerza política que no los oculte más debajo del colchón. Y en medio de todo esto: bóvedas secretas, euros que se pesan, amenazas a fiscales, visitas de dictadores, pactos con el diablo, leyes de narcoblanqueo y aniquilación de toda independencia judicial. Celebremos pues la Argentina Solidaria de la manera en que se lo merece: diciendo adiós a la República Argentina. Nunca fuiste, y sin embargo, te vamos a extrañar. © LA NACION
El autor, ex diputado nacional, es council chairman del World Federalist Movement
libros en agenda
Una feliz semana negra Silvia Hopenhayn —PARA LA NACIoN—
N
ada mejor que un buen policial para festejar el comienzo de una semana felizmente negra. Inspirado en la Semana Negra de Gijón, el ya clásico encuentro internacional dedicado al género que va por su XXVI edición, el Festival Azabache de Mar del Plata, organizado por Javier Chiabrando y Fernando del Río, inaugura mañana su tiroteo de lecturas y actividades afines. Este año se incorporan nuevas sendas, como el fantasy, la ciencia ficción y el horror, cercanas a la novela policial. El programa es festivo y frondoso, y se realiza en distintos escenarios de la ciudad: Plaza del Agua, Estancia
Mendoza, Ché café, Café Corso, espacio cultura La Bodeguita. Hay escritores invitados de Colombia (Santiago Gamboa, Patricia Nieto), de México (Elmer Mendoza), de Nicaragua (Sergio Ramírez), de España (Toni Hill), que participan junto con la tribu de narradores argentinos simpatizantes del género, entre ellos, Claudia Piñeiro, Gustavo Nielsen, Gabriela Cabezón Cámara, Guillermo Saccomanno, Angélica Gorodischer, Ricardo Romero, Juan Sasturain, Alberto Laiseca y Leonardo oyola. Lo divertido de estos festivales a veces proviene de la fulguración en los márgenes; aquí se lo llama el Lado B del Azabache, donde los
que escriben exhibirán sus cualidades secretas o prácticas insospechables: el boxeo, las recetas de cocina, el tarot, el dibujo veloz y, por supuesto, las canciones. En cuanto al buen policial mencionado al principio, se trata de Mi ángel tiene alas negras, la novela de Elliott Chaze (1915-1990), por primera vez publicada en la Argentina (en excelente traducción de Carlos Gardini, y editada por La Bestia Equilátera). La historia comienza con una fuga de la cárcel y un encuentro fogoso. El protagonista, Tim Sunblade, es un personaje entrañable, cargado con toda la ambición, el despecho y las ganas de suturar heridas morales. “De-
bo confesar que el trabajo honrado tiene sus ventajas. Aun así, no puedo aprobarlo del todo”, dice al recordar el sacrificio laboral de su padre. Su relación con la muerte es tan singular como sus ganas de amar: “No pensaba que un hombre podía morir con fecha y hora, contando los días y los minutos como si esperase un bebe. Para mí la muerte era un gran estruendo seguido por una oscuridad igual a cualquier otra oscuridad, aunque más plena y duradera. A mi modo de ver, la muerte era bastante escénica, y para nada solitaria”. En las primeras páginas, Tim se enreda con Virginia, una prostituta que a lo largo de la historia
se convierte en pareja fundamental: pareja del delito, pareja amorosa, pareja literaria. De entrada, ella lo deslumbra: “Con una mujer como Virginia, si no puedes ser maravilloso de golpe, ella puede lograr que lo seas en un poco de tiempo”. Hay grandes novelas policiales centradas en una relación amorosa con mujeres fatales, como Eva, de James Hadley Chase, llevada al cine por Joseph Losey con la gran interpretación de Jeanne Moreau. En estas semanas se estrena la versión cinematográfica de Mi ángel tiene alas negras. Mejor leerla antes. © LA NACION