DIÁLOGO | VICENTE BATTISTA
La seducción de una buena historia En Cuaderno del ausente, su nueva novela, el escritor narra, en clave policial, la vida del comisario Evaristo Meneses De la Redacción de La Nacion
C
uando una editorial le propuso escribir una novela histórica sobre Evaristo Meneses, un famoso comisario de la policía que capturó a grandes delincuentes en la década de 1960, Vicente Battista (Buenos Aires, 1940) pensó en declinar la oferta. “Yo sólo escribo por placer y ése no era un género que me atrajera”, dice. Pero la pasión por una buena historia pudo más, y el escritor y periodista encontró la máscara perfecta: en lugar de escribir la historia de Meneses, narraría una investigación en clave policial sobre ella. Así nació el argumento de su última novela, Cuaderno del ausente: Benavides, un periodista cuarentón, indaga con indiferencia la vida del mítico comisario, hasta que conoce a una mujer que transformará su desinterés inicial en una obsesión. –Evaristo Meneses fue un tipo muy duro. Hoy no hay ningún comisario que goce de ese prestigio, sino que salen en titulares acusados de tortura o corrupción. Meneses era todo lo contrario. Salía en primera plana por detener a grandes delincuentes, tan prestigiosos como él. También eran diferentes los códigos del ladrón. Meneses pertenecía a aquella camada. Iba siempre al frente con sus hombres. Hay detalles muy interesantes sobre su vida. Pintaba cuadros. Era sólo un copista, pero de todas maneras trabajaba con óleo, hacía dibujos. Era lector de Verlaine. Uno podría imaginar un comisario lector de Almafuerte pero no de un poeta tan sofisticado. Era un solitario que no se casó nunca. Vivió muchos años y murió de viejo. También hay datos inciertos. Por ejemplo, no hay una fecha exacta de nacimiento, se dice 1907 o 1917. Según la información que se tiene hay que rearmar la historia. –¿Por qué no lo tomaste como protagonista? –Para escribir necesito meterme en el personaje desde su creación. Con Meneses no puedo porque tuvo una vida propia. Me formé su perfil leyendo la biografía Meneses contra el hampa, de Yderla Anzoátegui y el abundante material de prensa que encontré en el archivo de
Clarín. Pero es un personaje creado por los periodistas y los informes de los operativos que hizo. Tomé su historia sólo como referencia, para contar la de Benavides, el periodista que investiga su vida. Si hay algo en lo que no creo es en la nonfiction. Cuando Walsh escribe Operación masacre o Capote A sangre fría, trabajan con hechos reales, pero son escritores. Seguramente encuentran algún detalle real que desvía el nudo narrativo y lo cambian por algo que sí funcione, ahí nace la ficción. Non-fiction no significa verdad; a lo sumo la verdad que puede dar la literatura. Por eso para contar la vida de Meneses necesitaba un narrador atractivo pero en el que no se pudiera confiar del todo. Creé a Érika, una ex prostitu-
ta que, según le cuenta a Benavides, fue amante del comisario y se retiró para ser su prostituta exclusiva. Algo muy difícil de creer, lo que ya genera la duda de si miente o no. Su relato puede ser falso, y seguramente lo es. –Una de las hipótesis de la novela es que no hay una verdad de fondo tras la narración. –Es cierto, siempre cito dos cuentos célebres de Akutagawa, “En el bosque” y “Rashomon”, que cuentan la historia de un juez que escucha el testimonio de los testigos del asesinato de un samurai. Un monje budista, una anciana, un delincuente, la esposa del samurai… cada uno da su versión. La esposa dice que luego de que el bandolero la violó, su MARTÍN ACOSTA
POR MARTÍN LOJO
“La gran literatura está llena de contradicciones”, reflexiona Battista
marido le pidió que lo matara para salvar el honor. El bandolero, que la mujer le exigió que matase al samurai. Incluso la víctima cuenta su historia, distinta a las otras, a través de un espiritista. Todas las historias son posibles, pero ¿cuál es real? Me planteo este problema, no sólo en este caso, sino para toda la literatura. Hemingway explica esa idea literaria con la metáfora del iceberg y Vargas Llosa, con la idea del “dato oculto”: contar sólo una parte de la historia y que el resto quede por cuenta del lector. Es válido lo que se cuenta pero, sobre todo, lo que no se cuenta y está en el relato. Ahí es donde aparecen las ambigüedades. Sin ellas, sólo queda una literatura de best seller que no te hace pensar nada, con personajes sin fisuras. La gran literatura... está llena de contradicciones. Eso la hace más sabrosa. –Siempre trabajás en los límites del policial, tanto para romper sus reglas como para hablar de otros temas a través de él. –Toda historia tiene algo de policial, tiene que descubrir algo, resolver un enigma. De ahí que repudie esa corriente de la “no narratividad”, me parece muy aburrida. Desde nuestros orígenes no hacemos otra cosa que contar historias. –¿Por qué aún es posible que se sigan escribiendo y leyendo policiales? –Su capacidad de reformulación. El policial de enigma, con Poe, Conan Doyle, Agatha Christie, es un género que se agota pronto. Sin el policial negro se hubiese asfixiado en el puro ingenio. Entonces, como decía Chandler, Hammet sacó el jarrón veneciano de la sala y lo tiró al barro de la calle. En el policial negro no importa quién es el asesino, se justifica por la violencia. Se nutre de lo que pasaba en los años 30, con la ley seca y una violencia gangsteril. Ahora esa violencia se da en otros niveles: el Vaticano, las grandes empresas, como lo mostró Coppola en la tercera parte de El padrino. Los personajes del policial negro no existen más. Ahora hay otro policial, como el de las novelas de Mankell, escritas al estilo de Dickens, muy extensas y detalladas. El policial sobrevive porque se reinventa constantemente. © LA NACION
Sábado 30 de mayo de 2009 | adn | 13