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ANDRE A KNIGH T
Libros y autores
Historia de una tristeza pág.
Viernes 3 de diciembre de 2010
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Ted Gioia, reconocido historiador del jazz, explora en profundidad las raíces y desarrollo de otro género clave de Estados Unidos: el blues del delta POR RAFAEL REY El País/GDA
n mayo de 1901, el arqueólogo Charles Peabody, llegó al estado de Mississippi, en busca de yacimientos arqueológicos de tribus indígenas que habían habitado la zona. Peabody desenterró vasijas, pipas de arcilla, puntas de flecha y huesos de los muertos que los indígenas enterraban en sus cementerios. Pero se interesó más con otro descubrimiento: un negro esclavo de una plantación vecina que tocaba la guitarra. Antes de redactar los resultados de la excavación, escribió un ensayo para el Journal of American Folklore, sobre lo que allí había escuchado. Peabody escribe sobre una música de tres acordes, melodías sencillas y alteraciones en la afinación, que el hombre cantaba acompañado únicamente de una guitarra, con letras que narraban “historias de amor y mala muerte”, que para el arqueólogo no eran otra cosa que la necesidad de los negros de la zona “de librarse de sus penas convirtiéndolas en canciones”. Según apunta Ted Gioia en su Blues. La música del Delta del Mississippi, el texto de Peabody es “la primera investigación bien documentada sobre esta música”. Si bien no será la última, la de Gioia (libro del año para el New York Times y The Economist) es sin duda la mejor investigación que se haya hecho sobre el blues hasta la fecha. Gioia no se limita a desenredar los imprecisos orígenes de esta música, sino que bucea en su devenir a través de las experiencias vitales de las principales figuras del blues. Desde el siglo XVII, los esclavos que arribaban al Nuevo Mundo traían consigo sus tradiciones musicales, y allí están, en las canciones religiosas o rituales de las tribus africanas, las raíces más profundas del género. Pero estas fueron mutando con el paso del tiempo, a medida que Estados Unidos iba tomando forma. Como concluyó el investigador Samuel Charters en su libro The Roots of Blues: An African Search, el blues era “una nueva clase de canción que había nacido con la nueva vida en el sur de los Estados Unidos”. Esta nueva clase de canción fue con la que se encontró el músico WC Handy en 1903, cuando vio tocar a un negro andrajoso, que apretaba un cuchillo contra las cuerdas de la guitarra (génesis del slide guitar, técnica que consiste en deslizar el dedo de un traste al otro para alterar el sonido de las notas), y escupía letras sobre trenes y cruces de caminos. El autor de “St. Louis Blues” pronto se dio cuenta de que esos cantantes, y en particular esa música, podían encontrarse a lo largo y ancho del delta. Y en ningún otro lugar. Handy incorporó algunas técnicas del blues que se tocaba en el Delta a las canciones que escribía para sus orquestas en Nueva York. Entonces, el género ya era una música relacionada con el desamor, la tristeza y la melancolía; sentirse blue ya era un estado de ánimo con características propias. El éxito de cantantes como Mamie Smith, Ma Rainey y Bessie Smith, era, además, la contundente prueba de que el blues también era una música económicamente redituable. Pero el blues clásico que interpretaban estas cantantes, aun cuando habían nacido y se habían formado musicalmente en el sur,
nada tenía que ver con el que en ese mismo momento se estaba desarrollando en el Delta, lejos de los teatros y el glamour. Hubo que esperar hasta 1926 para que el verdadero blues del delta llegara a un estudio de grabación, de la mano de Blind Lemon Jefferson, un hombre ciego, nacido en Dallas en 1893. Los discos se vendieron por miles. Las discográficas comprendieron que también este blues, más salvaje y más rústico, pero también más genuino, podía gustar a la gente. Algunos músicos no sólo llegaron a grabar, sino que pudieron disfrutar de cierto éxito, como Charley Patton y Son House. Nacido en abril de 1891, Patton fue descubierto por Henry C. Speir, un cazatalentos que trabajaba en la zona, y que sería determinante en la historia del blues. El músico grabó siete discos, todos exitosos, al punto de que la compañía tuvo que editarlos bajo diferentes nombres, temerosa de saturar al público con un único artista. A la imponente voz de Patton, que contrastaba con su esmirriada figura, se le sumaba su cualidad de showman. Las eróticas performances que Jimi Hendrix popularizó a fines de los años sesenta, en las que simulaba copular con la guitarra, habían nacido en el Delta. La leyenda del músico que vende el alma al diablo a cambio de aprender a tocar la guitarra, nació con el blues. Si bien no fueron pocos los músicos que en esa época alimentaron el mito, hubo uno que lo llevó al mismo nivel de popularidad que su música: Robert Johnson. No hay en la música estadounidense, un enigma tan grande como el que rodea a Johnson. Son pocas las certezas que se tienen sobre su vida. Vivió 27 años –entre 1911 y 1938–, grabó sólo 29 temas, y existen dos únicas fotografías suyas. Johnson se volcó de lleno a la música luego de que su mujer muriera durante el parto, junto con el niño que estaba dando a luz. A partir de ese momento se dedicó a seguir a músicos como Patton y House, ignorando las recomendaciones que estos le hacían de abandonar la guitarra, dada su escasa habilidad con las seis cuerdas. Fue entonces cuando desapareció. Al regresar, un año después, lo hizo tocando la guitarra y cantando como nadie lo había hecho antes en to-
BLUES Por Ted Gioia Turner Trad.: Mariano Peyrou 519 páginas $ 144