La red sobre la red En este aparentemente recursivo título se encuentra posiblemente una de las realidades más cotidianas de nuestra actividad profesional: la aparición de redes sociales en Internet sobre las que volcar nuestra información y contactos. Sitios como Facebook, LinkedIn, MySpace y muchos otros provistos de una fortísima difusión viral: de la noche a la mañana, una serie de amigos empiezan a llamar a tu puerta electrónica con mensajes de invitación que, precisamente por provenir de amigos, se convierten en difícile s de ignorar. A un clic de distancia, aparece una ficha personal que debemos rellenar, y un espacio en el que recibir información y mantener el contacto con esos amigos, una propuesta de valor aparentemente interesante. Sin embargo, la cosa empieza a complicarse cuando escala, y nos encontramos con más invitaciones de nuevas redes sociales, más contraseñas que recordar, más sitios en los que mantener actualizado nuestro perfil… ¿empieza a convertirse el mantenimiento de las redes sociales en Internet en un trabajo en sí mismo? En primer lugar, examinemos algunas características de los servicios de redes sociales: la noción de que la red podía ser un entorno ideal para este tipo de aplicaciones proviene de épocas anteriores a la popularización de Internet, con libros como “The network nation” (Hiltz y Turoff, 1978), aunque no se articuló como tal hasta 1995 con Classmates.com, una red destinada a mantener los vínculos entre antiguos compañeros de clase. Las características de la comunicación mediada por computadora permitían a una persona representar su red social con un nivel de estructuración muy superior al que podía mantener en su cabeza o en su agenda, y con una incorporación de metadatos y relaciones mucho más ventajosa. Así, empezamos a tener redes sociales de diversas naturalezas: con orientación específica o de propósito generalista, como MySpace o Facebook. La citada Facebook supuso, en este entorno, toda una fuerza renovadora: tras un desarrollo relativamente discreto durante varios años, la empresa creada por Mark Zuckerberg decidió, en Mayo de 2007, ofrecer una API (Application Program Interface) que permitiese a los desarrolladores ofrecer aplicaciones de todo tipo a su base de usuarios. La llamada, a pesar de forzar a los programadores a escribir e n un lenguaje no completamente estándar, (FBML, o Facebook Markup Language en lugar del habitual HTML, Hyper Text Markup Language), fue todo un éxito de crítica y público: en un plazo brevísimo, Facebook se convirtió en una de las propiedades más valiosas de Internet, con un enorme dinamismo, crecimientos del 5% semanal y valoraciones astronómicas (Microsoft pagó, el pasado Octubre, $246 millones por un 1.6% de la compañía). Sin duda, Facebook había conseguido convertir la apertura en una formidable ventaja competitiva. La jugada de Facebook fue contestada poco después por la iniciativa Open Social, un lanzamiento sorpresivo de Google en forma de plataforma que aglutina a las mayores redes sociales del mundo, y que pretende contrarrestar el atractivo que Facebook tiene para los desarrolladores: si crean aplicaciones en Open Social, podrán hacerlo mediante lenguaje estándar HTML, y podrán ofrecerlas dentro de una amplísima variedad de redes sociales a un enorme conjunto de usuarios potenciales. Aún es pronto para ver las reacciones con respecto a Open Social, pero sin duda esta estrategia ha venido a demostrar algunas de las formas más interesantes y provocativas de competir en los negocios de hoy en día: el valor de las plataformas, y el valor de la apertura. Las redes sociales han madurado, y nos acercan cada día más a un perfil único y a unas tareas de mantenimiento menos penosas. Además, trasladan a la red elementos de todo tipo: podemos recurrir a una para ver los datos de contacto de un amigo, pero también para mandarle todo tipo de cuestiones más “ligeras”, desde criticar una película hasta invitarle a un margarita virtual (que eso sí, no se ha perfeccionado aún para saber igual que el auténtico). Sin duda, las redes están aquí para quedarse, y representan un uso completamente lógico de Internet: pronto, nuestros perfiles en determinadas redes sociales serán la manera habitual de interactuar en círculos que incluirán desde lo puramente personal hasta lo más profesional, y representarán desde la agenda permanentemente actualizada, hasta el vínculo central de nuestras relaciones de todo tipo. Es “la red sobre la red”, ya es toda una realidad, y está aquí para quedarse.