NOTAS
Domingo 10 de mayo de 2009
PROMESAS
I
Por NIK
MARIANO
JOAQUIN
GRONDONA
MORALES SOLA
La mayoría desunida, ¿vencerá a la minoría unida?
L
A democracia, ¿es un mito? Así lo pensó el politólogo anglo-norteamericano James Burnham, quien en su libro Los maquiavelistas comentó la obra de otros autores que pensaban, como él, que el gobierno de la mayoría es una ilusión porque, en los hechos, siempre manda alguna minoría. En su libro La clase política, Gaetano Mosca, el más famoso de los maquiavelistas, resumió el pensamiento de su escuela al afirmar que “una minoría organizada siempre prevalece sobre una mayoría desorganizada”. Burnham murió en 1987. Si hoy se levantara de la tumba, ¿vería en la campaña electoral que hoy arrecia entre nosotros una confirmación de su tesis minoritaria? La pregunta es pertinente porque si nos concentramos en la provincia de Buenos Aires, donde se despliega como tantas otras veces “la madre de todas las batallas”, el electorado bonaerense parece dividirse en tres partes equivalentes: el kirchnerismo, el peronismo federal del trío De Narváez, Solá y Macri, y el panradicalismo, de Margarita Stolbizer. Un tercio con el oficialismo y dos tercios con la oposición. La imagen que se ha creado, sin embargo, es que, si la lista kirchnerista sale primera en Buenos Aires por delante de las otras dos, el kirchnerismo cantará victoria aunque las otras dos listas, sumadas,
En la provincia de Buenos Aires se despliega, como tantas otras veces, “la madre de todas las batallas” lo superen, y que sólo no tendría más remedio que reconocer su derrota si la lista de De Narváez, que por ahora aventaja a la de Stolbizer, saliera primera. Podría alegarse que esta visión del proceso electoral es “reduccionista”, en primer lugar porque desconoce que lo que está verdaderamente en juego es la distribución de las bancas legislativas, por lo cual, aun si saliera primero en la provincia de Buenos Aires, el kirchnerismo igual podría perder en el caso de que la oposición le arrebatara el control del Congreso, y en segundo lugar porque, al ver que sólo De Narváez parece estar en condiciones de desplazarlo del primer lugar en la gran provincia, los votantes que no quieren pronunciarse de ninguna manera por Kirchner –el “voto negativo” de los que dicen a los encuestadores que en ningún caso apoyarían al ex presidente es muy alto– podrían polarizarse al fin en torno del peronismo federal, con lo cual a Kirchner ya no le quedaría ni siquiera el consuelo de llegar primero. Pero estas dos objeciones a la imagen prevaleciente son casi para especialistas, por lo cual la gente sigue preguntándose si Kirchner le ganará a De Narváez o De Narváez a Kirchner. Al canalizar una amplia campaña de desprestigio contra De Narváez, Kirchner parece pensar lo mismo. Desde la cátedra podría discutirse esta percepción dominante pero, como Mitre se lo advirtió alguna vez a Roca, “en una democracia, cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene razón”.
Argumentos para escépticos Dos razones parecen avalar a los escépticos sobre la salud de nuestra democracia. La primera es que también aquí, según Mosca, miden sus armas un oficialismo minoritario pero unido y una oposición mayoritaria pero desmembrada. Que el kirchnerismo es un movimiento “unido” parece, incluso, una afirmación tímida. Cuando un frente político se compone de dirigentes incondicionales ante la voz del “jefe”, ¿habría que decir de él sólo que está “unido” o, mucho más, que está “disciplinado” en forma vertical, no cual si fuera un “partido” sino cual si fuera un “ejército”? Esto al menos hasta que el resto de dignidad que pueda quedarles a los subordinados de Kirchner desemboque en ese estado de “diáspora” o de rebelión que, según algunos observadores, ya ha comenzado. Hasta que ello suceda, sin embargo, Kirchner aparece como un fiel discípulo de Mosca, en tanto que algunos de sus opositores parecen más preocupados por vencerse entre
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ellos que por vencerlo a él. ¿Cómo juzgar si no que hasta la ponderable Margarita Stolbizer haya dicho que De Narváez debiera renunciar a su candidatura aun cuando la campaña de desprestigio que Kirchner y los suyos lanzaron contra él resulta falsa? Lo que más le importa a Stolbizer, entonces, ¿es aventajar a Kirchner o aventajar a De Narváez? A veces pareciera que, en tanto que Kirchner sabe que está disputando una “final” por la única copa que está en juego, algunos de sus opositores se demoran todavía en la “semifinal” que decidirá en 2009 cuál de ellos enfrentará al kirchnerismo en la “final” de 2011. Pero la más grave objeción que podría presentarse hoy al proceso electoral en curso es que, al haber eludido las elecciones “internas”, todos los partidos han permitido que los candidatos entre los cuales deberá escoger la ciudadanía de aquí a cincuenta días no hayan surgido de una sana competencia “intrapartidaria”, como ocurre en las democracias bien sazonadas, sino de la digitación del “jefe” que, en cada distrito, confeccionó las listas. Es que la ausencia de auténticas elecciones “primarias” hace que los candidatos, una vez designados, no deban su lealtad al pueblo que los ha votado, sino al jefe que los ha incluido en las listas, sólo ante el cual deberán rendir cuentas cuando se prepare la próxima elección. Este es el resultado de la poco democrática “lista sábana”, que en lugar de que los candidatos deban presentarse a rendir cuentas directamente ante sus votantes, permite que su suerte futura sólo dependa de esos mismos patrones de lista que los habían designado. Si aquellos que van a controlar la conducta de los elegidos no serán sus votantes sino sus patrones electorales, ¿cuán democrática es, entonces, nuestra democracia? La forma de superar este estado de cosas sería acudir, como lo hace la mayoría de las democracias, al “voto uninominal”, que ideó en su momento Joaquín V. González, en virtud del cual cada distrito, sea Tandil, Quilmes o La Boca, elige a su representante; ese distrito electoral, ese demos que fue en Atenas el nombre original de la “democracia”, es el único al que su elegido deberá, finalmente, rendir cuentas. Pero la “reforma política” de nuestra democracia, tantas veces prometida, sigue durmiendo el sueño de los justos.
¿Más o menos democracia? Todo lo cual nos lleva al único argumento que podría refutar a esos pensadores sutiles que fueron
Lo que necesita la Argentina en esta hora crucial para nuestras instituciones es más y no menos democracia tanto Mosca como Burnham: que si, cuanta “menos” democracia tengamos “más” podrían prevalecer los argumentos minoritarios contra la democracia, sólo una democracia auténtica, plena, podría derrotarlos. Convengamos por ello que nuestra democracia, todavía inmadura, es imperfecta. Si Obama hoy puede presentarse como un presidente verdaderamente representativo y, en función de tal, como un revitalizador de la democracia norteamericana que parecía haberse eclipsado con el autoritario George W. Bush, esto sólo le fue posible después de haber pasado por todo un año de agotadoras elecciones primarias. A nuestros partidos políticos actuales, y sobre todo a los que proclaman contra Kirchner una vocación democrática, sólo les queda en tal caso “huir hacia adelante”. Más en el caso de Kirchner, pero también ante las fallas no menores de la oposición, lo que necesita la Argentina en esta hora crucial para nuestras instituciones es, entonces, “más” y no “menos” democracia. Una “cuasi democracia” como la que aún tenemos, sería incapaz de resistir en el mediano o en el largo plazo los embates de quienes aún sueñan con manipularla ya no en busca de la ampliación del poder popular, sino en busca de la ampliación de su propio poder, en un afán en definitiva hegemónico, autoritario. La democracia a la que aspiramos, en suma, será plenaria o no será.
Kirchner, en las puertas de una derrota Continuación de la Pág. 1, Col. 1
Las palabras
Por Hugo Caligaris
Líder
“La relación con Cobos está muy bien. No hay ningún problema. La única distancia es institucional y de respeto, porque él es el vicepresidente de este gobierno y yo soy la líder de la oposición.” (De Elisa Carrió, a comienzos de semana.) “Síganme”, dijo el líder, pero cuando dio vuelta la cabeza, no había nadie. Contrariado, puesto que todo líder debe tener alguien atrás, se dirigió a la agencia de publicidad más cercana para encargar una campaña basada en el siguiente eslogan: “Líder busca masa”. El texto del aviso que hicieron para el líder sin gente decía así: “Líder de rasgos firmes y ojos de aguilucho, al que le gusta mucho mandar, que pega cuatro gritos cuando se le da la gana, es sobrador, experto en ningunear a los demás y en mirar de reojo a la cámara, busca personas que tengan talento suficiente como para admirarlo, pero no excesivo como para criticarlo y sacarle el cuero, ya que este cuero le ha costado bastante, y que, a pesar de su indiscutible inteligencia, acepten ser calificados de masa y llevados a los estadios cada vez que a este líder se le ocurra hacer un acto multitudinario”. Es cuento, pero podría ser verdad: confiado en el éxito que le auguraban los publicitarios, el tipo voceó a los
cuatro vientos que ya era el líder de la oposición, aunque todavía no contara con prueba alguna para demostrarlo. Pero la ilusión le duró poco. Al leer el diario pocos días después de su bravata –cosa que, como siempre, hacía en soledad, en un café pequeño del barrio– se topó con una solicitada firmada por la masa que parecía dirigida a él. Decía así: “Masa busca líder. No importa que sea gordo o flaco, hombre o mujer, operado o sin operar, alto o bajo. Sobre todo, y en primer lugar, estamos necesitando alguien que no nos grite, que nos hable en voz baja. Nos agradaría también que nuestro líder pensara más tiempo en nosotros que en él, que supiera muchísimo sin hacernos sentir unos burros y que no nos transmitiera la impresión de que en cualquier momento va a despeñarse en cualquier barranco”. Al leer esto, el líder sin quórum cerró el diario y salió del café dando un portazo. “Es inútil –bramó–, estos tipos siguen sin entender nada de nada.”
estaba mucho mejor: su ventaja alcanzaba a los cinco puntos. Aunque todas esas diferencias, incluidas las más amplias, están dentro del margen de error de cualquier encuesta, lo cierto es que el ex presidente ha venido perdiendo votos en lugar de ganarlos. Los ha perdido sobre todo en el primer cordón del Gran Buenos Aires y en el interior rural de la provincia. La ventaja que saca en el segundo cordón, donde habita el conglomerado más numeroso y pobre del país, no le es suficiente para compensar aquellas pérdidas. Una encuestadora que trabaja para el Gobierno fue más pesimista aún: Kirchner perdería ahora por dos puntos, informó. El virtual empate, en condiciones de conceder la victoria o la derrota a cualquiera de los dos principales competidores bonaerenses, convertirá en cruciales los aciertos y los errores de la campaña electoral que comienza. El Gobierno deberá sobrellevar, además, el rechazo del 50 por ciento de los consultados a la fórmula Kirchner-Daniel Scioli; un 29 por ciento rechaza la fórmula de De Narváez y Felipe Solá. El problema de Kirchner es Kirchner. Ahora se sabe que su candidatura perjudica el prestigio previo de Scioli y de los intendentes. Los atrae hacia abajo, hacia sus pobres mediciones de imagen positiva o de intención
Legisladores kirchneristas aseguran que el oficialismo perderá entre 20 y 25 diputados nacionales de votos. Por eso, varios intendentes del segundo cordón bonaerense, el último bastión kirchnerista del país, hicieron hasta el miércoles desesperadas gestiones para zafar de las candidaturas testimoniales. No saben, tampoco, para qué servirán sus candidaturas si ellos figurarán últimos en la boleta electoral, mucho después de Kirchner, de candidatos a diputados nacional y de candidatos a legisladores provinciales. La gente común votará antes de llegar a leer nuestros nombres, dijo uno de los más conocidos barones del conurbano. Pero Kirchner no los obligó a ir en listas testimoniales para que hagan un aporte a las elecciones. Lo hizo para cerrarles el camino a la traición segura. Muchos de ellos ya estaban negociando con De Narváez y Solá la posibilidad de un doble juego. Ese dato es tan ilustrativo de la política del peronismo como de la debilidad electoral del ex presidente. Kirchner tiene algo de razón: la fidelidad de esos intendentes también será una conquista crucial para conservar, por lo menos, la ilusión de una módica victoria en Buenos Aires. La eventual indiferencia de ellos sellaría la suerte de Kirchner. Esa fue la segunda notificación que Kirchner recibió de que las cosas habían cambiado dramáticamente para él. Hubo una primera advertencia y fue la necesidad de tener que poner su propio cuerpo en las elecciones bonaerenses. Kirchner ha sido presidente durante cuatro años y medio, y hombre fuerte del país durante el deslucido mandato de su esposa. Hace casi seis años que tiene un control absoluto y personal del país. Nadie tuvo tanto desde 1983. ¿Qué lo empujó a ser un simple candidato a diputado nacional por Buenos Aires? Está aislado, pero no es ciego ni sordo. Seguramente percibió el lejano bisbiseo de una derrota y, peleador como es, prefirió morir en el campo de batalla antes de que lo pescaran huyendo en su mala hora. Por primera vez, también vislumbra entre sombras posibles bocetos de su relevo: podrían ser el creciente Carlos Reutemann, el más aceptado por el peronismo, o el propio Mauricio Macri, que labró el acuerdo clave por las listas bonaerenses del peronismo disidente. Macri serenó y acercó en las últimas horas, y en el último mes y medio, a dos hombres de carácter fuerte y difícil, como lo son De Narváez y Solá. Kirchner conserva algunos reflejos de tácticas cortas, que hacen dudar a los encuestadores sobre sus propios pronósticos. Sacó del medio la sanguinaria polémica sobre las candidaturas testimoniales cuando alzó la postulación de Nacha Guevara.
La cantante no le aportará muchos votos, tal vez ninguno, pero Kirchner pudo, así, escabullirse de entre las cuerdas donde estaba. Montó un escándalo monumental con la gripe porcina, al extremo de provocar la airada y comprensible reacción del presidente de México, Felipe Calderón. Pero Kirchner logró su propósito: los argentinos comenzaron a comprar barbijos en lugar de repelentes para el mosquito del dengue, que está dentro de la Argentina con mucho más fuerza que la gripe de los cerdos, y se olvidaron por algunos días de los estragos de la crisis económica. Todo eso dura muy poco, pero lo suficiente como para que el ex presidente pueda fugarse de sus ratoneras. Perdida la elección nacional en términos reales (nunca podrá vestir de fiesta las derrotas fulminantes que le asestarán en Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza), su último objetivo es una victoria importante sólo en el segundo cordón bonaerense. Si lo lograra, ¿en qué cambiaría la futura relación de fuerzas en el Congreso? En nada. Legisladores kirchneristas aseguran que el oficialismo perderá entre 20 y 25 diputados nacionales y entre 8 y 10 senadores nacionales. Esos números no son tremendistas. Un estudio privado indica que Kirchner necesita sacar el 48 por ciento de los votos en la provincia de Buenos Aires para reponer todos los diputados propios que renueva. Está peleando ahí sólo por el 35 por ciento. Necesita sacar el 25 por ciento en Capital y su lista ronda nada más que el 5 por ciento. Necesita alcanzar el 35 por ciento en Córdoba y sus candidatos están allí igual que los de la Capital. Requiere conquistar el 28 por ciento de los votos en Santa Fe (descontados los que se fueron con Reutemann), pero la cosecha anunciada de sus seguidores es muy magra. Kirchner arrastra también sus propias cadenas. Nada puede espantar aún más a la clase media de los centros urbanos que Hugo Moyano y Luís D’Elía. Los dos hicieron estragos en el espacio público en el corto término de una semana para apoyar a Kirchner. Hay demasiadas cosas secretas entre todos ellos. De hecho, D’Elía terminó negociando su adhesión en el edificio de la SIDE, donde se administra a los espías oficiales o se distribuyen los fondos reservados del Estado. D’Elía pagó los favores recibidos con el discurso de un racista. La campaña está dejando desigualdades y arbitrariedades en partes iguales. Néstor Kirchner cuenta con el dinero y el aparato del Estado para hacer campaña: aviones, secretarios, medios de comunicación oficiales y custodios. Kirchner hasta se dio el lujo de una impúdica especulación, cuando mantuvo en vilo a la nación política hasta el filo mismo del vencimiento de los plazos para inscribir candidatos. Las listas son siempre difíciles de completar, pero el ex presidente pudo anunciar antes su postulación por respeto a su propia historia. De Narváez es un hombre rico, pero no es justo que ninguna ley limite el uso de los recursos en las cam-
La Justicia es, por ahora, selectiva: sólo se ocupa de los opositores. Otra cosa será tras las elecciones pañas electorales. La contienda se torna entonces demasiado desigual. Pruebas al canto: sólo De Narváez estuvo en condiciones, aunque con su propia plata, de enfrentar el inmenso aparato estatal de los Kirchner. ¿La política será en adelante sólo una pasión de ricos? Tres jueces persiguen a De Narváez porque el teléfono de un lejano empleado suyo registró dos llamadas, hace tres años, a un investigado en el caso de la efedrina. De Narváez les dio el nombre de su empleado, pero los jueces hacen cola para citarlo a él. Nadie investigó nada, en cambio, sobre un hecho mucho más grave: un muerto a balazos entre traficantes de efedrina aportó dinero a la campaña de Cristina Kirchner. La Justicia es, por ahora, selectiva: sólo se ocupa de los opositores. Otra cosa será cuando las elecciones hayan sucedido. Por eso, Kirchner quema las últimas balas, tratando de escapar de aquella puerta que lo conduciría hacia la derrota y el desierto.