La insaciable generación “patitas”

litos La Nueva Generación. Las fiestas de cumpleaños o la visita de compañeros de escuela y amigos son otros momentos en los que muchos padres recurren ...
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SÁBADO

| Sábado 29 de Septiembre de 2012

Hogar

La insaciable generación “patitas” La venta de nuggets creció de forma exponencial en los últimos cinco años; pero si bien los expertos reconocen su utilidad como alimento de emergencia, reiteran que es necesaria una dieta variada Viene de tapa

Alentados por la percepción errónea, pero popular, de que los rebozados de pollo o nuggets son más saludables que las hamburguesas y las salchichas, pero también por el aumento del consumo de pollo entre los argentinos, que hoy alcanza su pico histórico de 40 kilos anuales per cápita (contra cerca de los 58 de carne vacuna), esta categoría de productos ha experimentado un significativo crecimiento en los últimos cinco años. Según estadísticas de la industria de alimentos, en 2006 se vendieron casi 2500 toneladas de nuggets; en 2011, más de 4300 toneladas. El número de marcas también ha crecido, así como la oferta de variantes: crocantes, rellenas... Incluso sus versiones “genéricas” pueden encontrarse fácilmente en cualquier carnicería de barrio. “El crecimiento de estos productos lo vemos asociado a diferentes tendencias –comenta Carolina Marro, gerente de Grupo de Marcas de refrigerados y congelados, de Molinos Río de la Plata, compañía que elabora Patitas, la marca que posee aproximadamente el 70% del mercado de los rebozados de pollo–. Cada vez más mujeres trabajan, y las mujeres tenemos menos tiempo para dedicarle a la cocina, aunque igualmente es algo que no queremos descuidar.” Salvadoras y gratificantes Por otro lado, agregó Marro, “hay una tendencia fuerte en la necesidad de tener indulgencias cotidianas. En ese sentido, las patitas son productos salvadores para las mamás y gratificantes para los chicos. Las madres las prefieren por sobre otras comidas rápidas porque son de pollo y saben que, de esa manera, compensan su culpa por darles un producto no tan elaborado”. Aunque se trata de un fenómeno que todavía no se ha masificado –el costo de estos productos hace que se mantenga restringido a familias de poder adquisitivo de mediano para arriba–, la creciente demanda de niños (y padres) ha llevado a que muchos restaurantes incorporen los nuggets en sus menús infantiles. Basta mencionar, en zona norte, por ejemplo, a The Embers, Kansas o Carlitos La Nueva Generación. Las fiestas de cumpleaños o la

visita de compañeros de escuela y amigos son otros momentos en los que muchos padres recurren a estos alimentos de incuestionable practicidad. “Es un recurso de emergencia, fácil de preparar, y con el que una sabe que todos van a comer”, comentó María Moreno, de 40 años, madre de dos chicos, de 8 y 5 años, y de un bebe de 8 meses. María contó que los nuggets son también la elección obligada para sus hijos cuando van a comer a un local de comida rápida. “La pediatra me recomendó que no coman hamburguesas fuera de casa, por prevención del síndrome urémico hemolítico”, agregó María, que aún así trata que

OPInIÓn Mariela Mociulsky PARA LA NACION

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Nutricionalmente, los nuggets no son mejores ni peores que una salchicha El año pasado, se vendieron unas 4300 toneladas de este tipo de rebozados de pollo sus hijos no coman patitas de pollo más de una vez por semana. Pero, más allá de lo que opinan chicos y padres, ¿qué tanto difieren los nuggets de otras comidas rápidas, como hamburguesas o salchichas? “Desde un punto de vista nutricional, los rebozados de pollo no son ni mejores ni peores”, comentó el doctor Sergio Britos, profesor asociado de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que precisó que si bien tienen un poco menos de grasas saturadas, la diferencia no es significativa. En todo caso, agregó, “a los rebozados de pollo les caben las mismas virtudes que a la carne –tiene proteínas de buena calidad, un poquito más o menos de hierro, algo de zinc–, pero que como todo derivado, por las propias características de su elaboración, tienen más sodio y un poco más de grasas saturadas”. Para la doctora Paola Harwicz, especialista en nutrición e integrante del Grupo Obesidad de la Sociedad Argentina de Nutrición, “las patitas tienen lugar como alimento de emer-

El equilibrio entre lo práctico y lo sano

En las fiestas infantiles, los rebozados se imponen a otras comidas rápidas gencia, pueden funcionar como un salvavidas, pero jamás deben considerarse como un alimento diario. Es un producto procesado, con mayores niveles de sodio y grasas saturadas, lo cual no es bueno para una dieta habitual en un niño”. “En un patrón alimentario saludable, en el que la cantidad de carne está en unas dos porciones diarias que suman unos 180 gramos, lo ideal es que, al menos, dos tercios provengan de cortes magros. El tercio restante deja un espacio para una hamburguesa,

una salchicha o un rebozado, que obviamente no son magros.” Niños monomenú Santiago, de dos años y medio, come patitas entre tres y cuatro veces por semana, algo de arroz y papas al horno como guarniciones alternativas. Es un niño inapetente, resistente a incorporar nuevos alimentos. Un niño monomenú. Su mamá, reconoce: “No hace falta que me digan que comer nuggets todos los días no es bueno, pero hay veces que me gana

foto: maxi amena

por cansancio, y antes de que no coma nada prefiero hacerle patitas”, confiesa. Para Britos, “los alimentos de buena calidad nutricional, bajos en grasas y en sodio y ricos en nutrientes, deben representar del 80 al 84% de las calorías diarias. El resto se puede gastar en lo que los nutricionistas llaman el «permitido»: alimentos más ricos y gustosos, porque contienen más sodio y grasa, pero que no hay que eliminarlos sino consumirlos en forma moderada”.ß

a alimentación ocupa un rol fundamental en la búsqueda de bienestar, refleja una manera personal de cuidarse y cuidar a los demás, de prevenir y de gratificar. El ritmo de vida acelerado actual impone cambios en el modo de alimentarse ocasionando una disminución de las comidas formales o caseras de largas preparaciones y el crecimiento del consumo de productos empaquetados y de alimentos de preparación rápida. Se necesita ahorrar tiempo. Sin embargo, también se desea sentirse sano y conservar la energía. Incluso, cada vez más, se busca prevenir enfermedades a través de nutrientes e ingredientes en los alimentos (con antioxidantes, minerales, oligoelementos, etc.). Sin olvidarnos de la necesidad del control del peso y el cuidado de la apariencia, ni mucho menos de la función de gratificación de los alimentos a través de los sabores y el placer (que aporta a mejorar el estado de ánimo). El ideal de la vida contemporánea de cuerpo sano, productivo y en forma, se desafía con la realidad y las exigencias contemporáneas, que piden rapidez por un lado y descargar tensiones gratificándose por el otro. En síntesis, se necesita practicidad pero también alimentos sanos y ricos que aporten sensorialidad y conexión a través de los sentidos, lo cual representa también un modo de bienestar, especialmente para los chicos. Para muchas madres este desafío significa equilibrar permanentemente entre lo sano, lo rico, y lo práctico. Las comidas “deseadas” generan un buen clima en la mesa, con buen humor y gusto por parte de los chicos. Los ganadores de estas tendencias son y serán las propuestas, marcas y productos capaces de resolver estas tensiones que viven los consumidores mediante productos de calidad sin olvidarse del aporte a la salud “física” ni del del placer y el estado de ánimo.ß

La autora es directora socia de Trendsity

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Deseos y necesidades no son lo mismo

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eseos y necesidades: comprame… dame… llevame. Los chicos nos piden. Los habilitamos desde su nacimiento: cuando un bebe tiene hambre corremos a alimentarlo, también lo cuidamos, lo mimamos, jugamos con él, lo bañamos, lo cambiamos,

etcétera, según lo que vemos que necesita. Así se instala en él un patrón de “confianza básica” muy saludable. Sabe que su entorno se ocupa de atender sus necesidades; entonces, pide lo que necesita y se dedica muy tranquilo y seguro a jugar, vincularse, aprender, disfrutar.

Pasa el tiempo, los chicos crecen, y los padres seguimos diciendo que sí, para no discutir, por pereza, o con objetivos aparentemente nobles: que no sufran o no se enojen o no queden “fuera” de su grupo por no tener un smartphone o un perfil en Facebook o una determinada marca de zapatillas o de remera o por no ir a una determinada fiesta o por no festejar el cumpleaños (¡o el casamiento!) de acuerdo con pautas decididas por… ¿quién? Seguramente no por el sentido común ni por las reales posibilidades de esos padres, sino por una lenta y solapada (y por eso difícil de notar) impregnación en la sociedad de consumo, combinada con la repetida frase: “Todos lo hacen… todos lo tienen… todos…”. Los chicos (al igual que cuando eran bebes) se siguen sintiendo habilitados, convencidos de que es su derecho reclamar, exigir, y de que es

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nuestra obligación de padres atender esos pedidos. Es maravilloso que se animen a desear y a pedir “el Sol, la Luna y las estrellas”, pero les hacemos un flaquísimo favor si se los seguimos ofreciendo, más allá de la primera infancia: cuando a un bebe le acercamos el juguete apenas lo pide no se interesa por moverse ni por ir a buscarlo, ¿para qué? Si otros están ahí para hacerlo por él. Entiende que ésa es tarea de los padres y que la suya es sólo abrir la boca o estirar la mano… El deseo y la falta promueven la maduración y el fortalecimiento de los recursos personales. Los padres atendemos las necesidades de nuestros hijos, pero en nuestro afán de ser buenos podemos confundir necesidades con deseos sin enseñarles tampoco a ellos la diferencia entre ambos.

Un ejemplo: ellos necesitan buenas zapatillas para hacer gimnasia, con suela de goma que no resbale. Pero desean que sean Nike o Converse, por nombrar sólo un par de marcas. Y argumentan muy creativamente para convencernos de que ese deseo es una necesidad imperiosa. Es nuestra tarea de adultos discriminar entre ambos y lograr que ellos, con el tiempo, aprendan a hacerlo. No es una tarea placentera: no nos van a agradecer, se van a enojar, nos van a acusar de que les arruinamos la vida, de que no entendemos nada, de que los dejamos fuera de… quién sabe qué maravillosos grupos, lugares, programas. Somos más grandes, más “altos” y, por lo tanto, vemos más lejos. Confiemos en esa sabiduría ganada con años, experiencia, dolores y sufrimientos personales. Atendamos algunos deseos de

nuestros hijos, pero tomémonos un tiempo antes de decir indiscriminadamente que sí (con lo que ellos siguen creyendo que tienen todos los derechos y nosotros, sus padres, todas las obligaciones). Tengamos el coraje de decir a veces que no, aunque estén ellos convencidos de que no pueden vivir sin esas zapatillas que nos exigen o ese alfajor o ese teléfono o sin ir a esa fiesta que nos piden con tan poco preaviso. En caso contrario, no les quedará a ellos nada para soñar, para desear y proponerse, y ni siquiera querrán crecer porque ser grandes implica para ellos convertirse en proveedores ilimitados y, obviamente, van a preferir siempre seguir siendo chicos y pedir, reclamar, exigir, patalear…ß La autora es psicóloga y psicoterapeuta