La gala en que la etiqueta tuvo un regreso con gloria y

basada en las estaciones es la espe- ranza de los graneros del mundo, y ... Torre del Reloj de St. Pancras Sta- tion, en Londres. Ésa es la exclusiva propuesta ...
3MB Größe 9 Downloads 50 vistas
4

|

SÁBADO

Chef, activista, best seller y profesor de periodismo, defiende la alimentación ética y fue calificado por la revista Time como una de las personas más influyentes del mundo

Michael Pollan. “Cocinar, hoy en día, se transformó en un acto político” Texto Marcela Mazzei | Foto Allia Maley

Viene de tapa

Activista, best seller y profesor de periodismo en la Universidad de Berkeley, Pollan es una de las personas más influyentes del mundo según Time y, en palabras de Newsweek, uno de los 10 nuevos líderes del pensamiento. Publicó primero dos libros de jardinería doméstica y varios artículos en The New York Times; en uno de ellos retrató la triste vida de una vaca, desde la ubre hasta la mesa, y fue tan conmovedor que varios lectores se replantearon el consumo de carne. Es difícil pensar cuándo fue la úl-

tima vez que un texto generó una acción concreta, pero El dilema omnívoro (2006) –un libro que explora el malestar entre la búsqueda de potenciales nuevos alimentos y el temor a que sean perjudiciales– claramente lo hizo. Eso sí, no todos son elogios. Pollan ha sido acusado por colegas periodistas de pseudo-intelectual y elitista. Para abordar el asunto de la alimentación desde un punto de vista sensato, entre la paranoia conspirativa de las corporaciones y la cuasi religiosidad de las dietas restrictivas, publicó Saber Comer. 64

reglas básicas para aprender a comer (Debate), un pequeño manual para alimentación sana y ética que, como el manifiesto de una vanguardia artística, pone reglas. La primera de ellas: “Comé comida. No demasiada. Sobre todo vegetales”. En diálogo con la nacion, Pollan se explaya al respecto. –¿Esta regla básica supone entonces que podemos controlar el apetito? –Reconozco que muchas personas tienen problemas para eso, especialmente en el entorno alimenta-

rio actual, con tantas tentaciones y porciones gigantescas. Por eso son útiles las reglas para comer menos. Hara hachi bu, por ejemplo, es una regla japonesa que dice que hay que comer hasta 4/5, antes de estar satisfecho. Y para determinar si estás realmente hambriento o simplemente aburrido: si no tenés hambre suficiente para comer una manzana, no tenés hambre. –¿A qué se refiere con “comida”? –Comida es cualquier cosa con menos de cinco ingredientes. O cualquier cosa que tu abuela reconocería como comida, claro que también hay otras reglas útiles para distinguir los alimentos de las “sustancias comestibles con aspecto alimenticio”. –Pero usted también escribió: “Comé toda la comida chatarra que quieras, siempre que la hayas cocinado vos”. –Un gran problema con la dieta moderna es que los alimentos para ocasiones especiales que nos encantan (como la pastelería y las papas fritas) se volvieron demasiado accesibles. Esto es porque las corporaciones los hicieron realmente muy baratos, y así es como terminamos comiendo papas fritas todos los días. Si las tenés que hacer vos, no las vas a comer tan seguido... ¡porque es mucho trabajo! No hay nada malo en comer de vez en cuando estas cosas, pero no todos los días. –¿Por qué es importante comer sentados a la mesa (regla 58) y acompañados (regla 59)? –Las personas tienden a comer más sano cuando comen juntas. Rara vez experimentan episodios de voracidad cuando hay otros en la mesa. Los modales ayudan. Sin embargo, comer en la mesa, sobre todo, le devuelve su papel social fundamental. –¿Cuándo comenzó a pensar en cómo la producción de alimentos afecta el planeta? –Siempre fui un jardinero y cultivo alimentos desde joven. Pero fue cuando visité una enorme granja de papas en Idaho y un corral de engorde de ganado en California que me di cuenta de que la mayoría de la gente no tiene la menor idea de dónde provienen sus alimentos. Digo; las imágenes que se utilizan para vender (pastorales de pequeñas explotaciones y agricultura familiar) no tienen nada que ver con la realidad (gigantes feedlots y granjas mecanizadas). También se me hizo evidente que estos sistemas alimentarios industriales, si continúan con el flujo actual de producción, serán en gran parte responsables del cambio climático, de la contaminación del agua y de la crisis del sistema de salud. –¿Cómo aplicar estas reglas a una dieta con altas dosis de carne, como la Argentina? –Yo no tengo nada en contra de la carne, excepto que comemos demasiada para nuestro propio bien y para el bien del planeta. Pero creo que hay una diferencia enorme a tener en cuenta: si la carne está alimentada con pasto o con granos en corrales de engorde, algo que es cada vez más frecuente. Esto tiene enormes y terribles consecuencias, tanto para el medio ambiente como para la salud de los que comen. –Las nuevas tendencias de comer orgánico, las huertas urbanas, consumir productos locales... ¿no son en algún punto excluyentes? –El movimiento de la comida (Food

movement) puede ser a veces elitista y esteticista, pero si se mira con atención, se entiende que focaliza en la democratización de los beneficios de una buena comida. La justicia alimentaria es una parte esencial del movimiento. –La Argentina es el tercer productor de soja. ¿Es tan mala como se dice? –Los tremendos monocultivos de soja tienen el problema de ser insostenibles. Con el tiempo, los herbicidas van a fallar, el mercado va a fallar, y los suelos se van a agotar. La diversificación es crucial. También está el tema de los chinos –o sus animales– comiendo de sus mejores suelos, y el hecho de que hay demasiada soja en la dieta mundial para nuestra salud. Pero la Argentina también tiene otros tipos de agricultura y esto da un poco de esperanzas. He leído particularmente sobre su ganado y sus tierras de cereales mixtos, donde después de cinco años de pastoreo de pasto hay cinco años de producción de grano pequeño, y recién después regresa el ganado. Eso crea suficiente fertilidad en el suelo para alimentar los cinco años de grano, y el cambio de perennes a anuales evita la necesidad de herbicidas, ya que las malas hierbas que pueden vivir en los pastos perennes no pueden sobrevivir en la tierra labrada, y viceversa. Así que esta agricultura basada en las estaciones es la esperanza de los graneros del mundo, y afortunadamente para ustedes, se trabaja en la Argentina.ß

Retomar el vínculo con los alimentos

Estilo

La gala en que la etiqueta tuvo un regreso con gloria y glamour La celebración anual del Metropolitan Museum de Nueva York, organizada por la célebre Anna Wintour, tuvo esta semana como rígido dress code masculino la vuelta del white tie Juana Libedinsky PARA LA NACION

COCINAR, UNA HISTORIA NATURAL DE LA TRANSFORMACIÓN Recién editado en la Argentina, este libro se propone analizar una paradoja: por qué, mientras veneramos a chefs famosos y disfrutamos del flamante boom gastronómico, crece el consumo de la comida procesada. Lo suyo, dice Pollan, es un alegato en favor del acto de cocinar, una actividad que “se remonta al origen de nuestras culturas, nos define como seres humanos, configura un momento familiar y produce placer”.

NUEVA YORK.– Tuxedo Park, fundado en 1885, fue el primer barrio cerrado de Estados Unidos. Enclave suburbano de la alta sociedad neoyorquina –Emilie Post escribió a comienzos del siglo XX su famosa enciclopedia de los buenos modales basándose únicamente en lo que observó allí–, el smoking debe su nombre en inglés (tuxedo, o directamente “tux”, a él). En su clubhouse, Griswold Lorillard, pariente del fundador, el elegantísimo Pierre Lorillard IV, lo importó de Europa para una fiesta; cuando uno de los invitados lo vio, escandalizado le preguntó a otro cómo era que esa levita no tenía cola. Seguramente la música estaría muy fuerte porque el segundo caballero entendió que le estaban preguntando de dónde era y respondió: “Tuxedo”. En este juego de teléfonos des-

Gastronomía

Un restaurante de una mesa en una torre londinense Dirigido por el chef argentino Martín Milesi, UNA abre sus puertas para doce comensales sólo algunas noches a la semana Sebastián A. Ríos LA NACION

Una sola mesa, sólo doce cubiertos, y un menú degustación de siete pasos servido en el dinning room de la Torre del Reloj de St. Pancras Station, en Londres. Ésa es la exclusiva propuesta gastronómica de UNA, el restaurante comandado por el chef argentino Martín Milesi, que se hace eco de la sentencia formulada por el célebre Ferran Adrià: “El futuro de la gastronomía está en los restaurantes de una mesa, ya que en ellos podrá volcarse la filosofía creativa de nuestra profesión”. A Milesi esa idea le vino a la cabeza años atrás, cuando todavía era profesor de gastronomía en Buenos Aires, y comenzó a esbozar en papel su restaurante ideal: “Tendría sólo una mesa, todas las personas comerían al mismo tiempo y como cocinero tendría la oportunidad de conocer a cada uno de los comensales que se llevarían mis platos a la boca”, cuenta Milesi, desde Londres, a través del mail. Desde la génesis de la idea hasta su reciente concreción pasaron muchas cosas en la vida de este chef de 37 años: su restaurante Raíz cerró a tan sólo tres meses de haber abierto, y Milesi emprendió un viaje que lo llevó por Girona, España, donde

conoció la cocina de El Celler de Can Roca, luego pasó por un remoto pueblo catalán para conocer a Pére Castells, a cargo del Departamento de Investigación Gastronómica y Científica de la Fundación Alícia, y por Italia, para finalmente recalar en Londres, ciudad en la que empezó a repensar su proyecto, pero bajo el concepto pop-up, al que define como “hoy estamos, mañana, no”. Es que, por lo menos inicialmente, UNA no abre sus puertas todas las noches. “La mercadería se compra exclusivamente para los clientes de cada noche, lo que permite elegir el producto con la mano, y el pescado es como que le pertenece a esa persona –dice Milesi–. Además, un dato interesante es que las personas pagan por adelantado, algo que rompe la estructura del restaurante tradicional del como, después pago.” Pero, ¿cuál es la propuesta gastronómica de UNA? “A través del menú degustación, proponemos un viaje simbólico entre la Argentina y México, haciendo homenajes a nuestras papas y a las diferentes preparaciones de maíz [como la humita, las arepas y el maíz cancha]. Pasamos por la degustación de quesos de cabra con diversos puntos de maduración acompañados de miel de ágave y garrapiñada, servimos un plato de mole mexicano y no eludi-

El chef argentino Martín Milesi, en Londres, donde vive desde hace un año mos la carne argentina, la yerba mate y la ambrosía, el postre que mejor simboliza mi amor por la historia de la cocina argentina, con una receta de Juana Manuela Gorriti”, responde Milesi, que agrega que el menú (que cuesta 85 libras) es maridado con vinos argentinos. “Buscamos crear una comunión entre dos culturas diferentes, como

la anglosajona y la latinoamericana en una ciudad que demuestra el respeto que nos tienen como argentinos”, agrega. One Table Un salón de una sola mesa es un concepto que cuenta ya con algunos destacados antecedentes: “En Tokio, existe el restaurante Mibu,

carlos rondón

de Hiroshi Ishiida, donde sólo hay una mesa para ocho comensales; el costo del cubierto es de 200 euros y donde acuden a comer los mejores chefs del mundo; en Estados Unidos, el chef José Andrés tiene un restaurante de seis lugares y la última gran creación de Joan, Josep y Jordi Roca ha sido El Somni [«el sueño», en catalán], una ópera audiovisual para

SÁBADO | 5

| Sábado 10 de mayo de 2014

| Sábado 10 de mayo de 2014

doce comensales”, enumera Milesi. En Buenos Aires, el chef Hernán Gipponi lleva adelante en su restaurante ubicado dentro del Fierro Hotel (Soler 5862) la propuesta One Table, en la que los lunes por la noche el salón se reconvierte para albergar sólo una gran mesa para 14 comensales, y en la que el menú degustación cambia con cada nueva cena, del mismo modo que los vinos seleccionados para la ocasión por Andrés Rosberg, presidente de la Asociación Argentina de Sommeliers. “Uno de los motivos que me llevaron a ser cocinero fue el placer de poder cocinar para mis amigos. Y una de las cosas que aprendí trabajando en la cocina es que lo mejor siempre queda en la olla. Por eso nació One Table, para llevar lo mejor de la olla a la mesa y compartirlo entre amigos. Además, después de un año lo fascinante es que cada lunes todo cambia: el menú, los vinos, la gente que viene, que a su vez llega de distintos países. Se mezclan idiomas, sabores, culturas. La experiencia es muy enriquecedora para todos”, dice Gipponi. La propuesta One Table (cuyo menú cuesta 590 pesos), como la de UNA, es también una buena excusa para compartir la cena con desconocidos. “Aunque ofrecemos la posibilidad de contratar el restaurante para uso exclusivo, la idea es que los comensales comparten la mesa con personas que no conocen. En Londres sociabilizar se ha vuelto una necesidad entre tanta individualidad que existe en la ciudad, por ello el público está abierto a esto”, concluye Milesi.ß

compuestos, el primer caballero, muy fino pero altamente chismoso, en seguida les contó a todas sus amistades en Manhattan que había visto a un hombre con frac sin cola, y que era “una prenda llamada tuxedo”. A partir de entonces, el tux quedó como la vestimenta oficial para todo evento formal en los Estados Unidos. Hasta ahora. En lo que fue considerado el movimiento más revolucionario en la industria de la moda masculina de los últimos años, Anna Wintour, la ultrapoderosa editora de la Vogue norteamericana, exigió el retorno del white tie para las noches de gala. Para todos aquellos que crecieron “envueltos en la nube del casual friday”, The New York Times explicó que se trata de un saco con cola oscuro, pantalones a juego con una franja o trenza de seda en el lateral, una camisa blanca de piqué, un chaleco blanco, moño blanco, gemelos blancos o color madreperla, corbata

ideas y personas Julieta Sopeña

Palacio abierto para un alquimista de la moda

“I

ndiscutible alquimista de la moda”, fueron las palabras que la socióloga Susana Saulquin utilizó en el libro La moda en el espectáculo, para referirse a Horace Lannes. Admito que ese nombre no me era familiar hasta el jueves pasado, cuando lo conocí en persona. Y me sentí mal por ello. Porque me había estado perdiendo no sólo de un incansable diseñador de vestuario (y de su prolífica obra), sino también de una personalidad efervescente. A sus 83 años, Horace (con acento tónico en la “a”, como él se tomó el trabajo de destacar), carga con el vestuario de más de 80 producciones teatrales, 100 películas –muchas de la época dorada del cine argentino– y casi 40 premios nacionales e internacionales. Pero sobre todo, carga con una mirada tan vital como meticulosa y un contagioso sentido del humor. El encuentro se dio en el Museo Nacional de Arte Decorativo, donde se llevará a cabo una retrospectiva de su obra, en pocas semanas. Pero primero, el jefe del Departamento

de Museología, Hugo Pontoriero, me recibió en su oficina, ubicada en lo que era la antigua lavandería del palacio, que, como tal, estaba rodeada de altísimos placares donde seguramente guardarían la ropa blanca de la familia Errázuriz.

Las exhibiciones de moda en museos han explotado en los últimos diez años Allí, Pontoriero desplegó coloridos figurines –todos firmados a mano alzada por el Sr. Lannes– y algunas fotos en blanco y negro de sus musas de los años sesenta, que recordaban cuán perfectas eran las mujeres sin Photoshop. Luego me llevó por los recovecos de la mansión francesa, desnudando secretos, obras y otros salones cerrados al público. En uno de ellos, muy chiquitito, mientras espiábamos algunos de los vestidos que se expondrán el mes próximo,

blanca, guantes blancos o grises, zapatos de charol, medias de seda, y galera opcional. La invitación de Anna Wintour también especificaba que se debían lucir “decoraciones” que, idealmente, son condecoraciones varias, aunque Tom Ford confesó que varios clientes lo habían llamado para preguntar si podían llevar las del árbol de Navidad. El lugar elegido para imponer el white tie fue la fiesta del Costume Institute del Metropolitan Museum of Art, el encuentro con más alto voltaje de celebridades que hay en esta ciudad. Como no sólo lo organizaba Wintour, sino que el ala del museo dedicada a la historia de la vestimenta pasará a partir de ahora a llamarse el “Anna Wintour Wing”, y consiguió que nada menos que Michelle Obama viniera a cortar la cinta inaugural, básicamente podía hacer lo que quisiera. Y después de lo que para muchos fue el espanto de la gala del año último, cuyo tema era el punk y las interpretaciones variopintas del dress code por parte de los invitados no fueron particulamente distinguidas, lo que quiso hacer fue tomar las riendas firmemente para retomar el glamour de antaño. ¿Cuánto lo consiguió? Por lo pronto se evitó que apareciera Marc Jacobs en un camisón de encaje con calzoncillos de algodón blanco debajo, como hizo en 2012, lo cual fue considerado un gran (y más aburrido) paso en la dirección correcta. Pero los que cumplieron a rajatabla la consigna fueron pocos. No ayudaba que el white tie fuera un look que aquí todos asocian, más que nada, con el muñequito que es el símbolo del juego Monopoly o con Liberace, y que salvo en las sastrerías más conservadoras del Sur o en Ralph Lauren en Manhattan es imposible conseguir. Así que el tuxedo siguió imponiéndose, sobre todo entre los diseñadores: Jacobs fue con uno de Saint Laurent; Michael Kors dijo que se probó un frac en los 80 y no se animaba a repetir la experiencia; y los diseñadores de Proenza Schouler dijeron que las colas les hacían parecer petizos. Entre los actores cool, Jake Gyllenhaal fue el que tenía mayor cantidad de ex novias espectaculares en la sala (Kirsten Dunst, Reese Witherspoon y Taylor Swift), pero asistió con una camisa de color negro, lo que fue catalogado de “white tie versión hipster de Brooklyn”; y Bradley Cooper tuvo todo casi, casi impecable, salvo que sus gemelos fueron de onyx y no de madreperla. ¿El 10 perfecto? Solamente Benedict Cumberbatch, el Sherlock Holmes de la TV, que es –elemental, Watson– británico, con lo cual se supone que le sale fácil. La fiesta, en la que la entrada individual costaba 25.000 dólares y aun así era imposible de conseguir, era para inaugurar la exposición de Charles James, un diseñador de vestidos de

apareció el mismísimo Horace (de envidiable porte, tez y ojos claros y con una camisa a cuadros verdes que se asomaba debajo del cuello de un sweater), y nos pescó in fraganti. Por la expresión en su cara, y una frase inaugural que no recuerdo con exactitud, pareció como si le hubiera molestado encontrarnos ahí. Quizá, porque se supone que el almacenamiento de obras, previo al montaje, no le hace justicia a las mismas. En primer lugar, no era el caso (los atuendos se veían espectaculares). Y en segundo, rápidamente entendí que estaba bromeando. Entonces, Horace repartió un juego cómodo, de tuteo, que completó con comentarios de lo más hilarantes. Nos sentamos en una larga mesa y repasamos anécdotas de su trayectoria, que incluyeron a Zully Moreno, Isabel “la Coca” Sarli, Susana Giménez, Mirtha Legrand, Leticia Brédice, Graciela Borges y Lolita Torres. Se mostró creativo, disciplinado, orgulloso y medido. El interés por exhibiciones de moda en museos del mundo ha crecido con constancia en las últimas tres décadas. Pero sin duda ha explotado en los últimos 10 años. Qué alegría que ahora sea el turno de la obra de Horace Lannes. Porque lo que él define como su lema (“lo que merece ser hecho, debe ser bien hecho”), es un excelente augurio. Cuando nos despedimos, aclaró: “Yo no uso e-mail, pero me podés llamar por teléfono cualquier día hasta las dos de la mañana”. Esa entrega y precisión también lo definen como un gran maestro.ß

alta costura que increíblemente pasó al olvido, pero cuyas vaporosas creaciones idealizaban la elegancia femenina. Así que el espectáculo de la ropa de las mujeres no podía quedarse atrás. La casi universalmente considerada mejor vestida fue Blake Lively, la protagonista de Gossip Girl, que eligió un vestido de Gucci que retomaba el viejo brillo de Hollywood con silueta de sirena y gran cascada de gasa en los hombros. Aunque Lupita Nyong’o, la ganadora del Oscar por Doce años de esclavitud, venía eligiendo ropa extraordinaria para sus apariciones públicas, aquí llevó un vestido estilo Charleston transparente con apliques verdes que le cortó la racha ganadora. Y la cantante Rita Ora tenía un Donna Karan con tal tajo que se le vio la (muy comentada) ropa interior. Gwyneth Paltrow (que en esta edición faltó a la cita) el pasado año dijo lo que muchos pensaban: “Todo parece muy glamoroso, pero luego llegás, está lleno de gente, hace mucho calor y todo el mundo te empuja”. La realidad es que después de las fotos y la comida, enseguida hay una huida masiva hacia los after parties. Algunos de los más top, como Mario Testino; la ex estrella de High School Musical Zac Efron, devenido el actor adulto del momento; la supermodelo Alec Wek y Rita Ora, con su vestido que fue la tapa de absolutamente todas las coberturas de la fiesta, fueron a Omar’s La Ranita, un club privado súper exclusivo, pero a la vez con calidez latinoamericana. Omar Hernández, un venezolano veterano de la noche top de Nueva York (y que vive parte del tiempo en Buenos Aires) explicó el atractivo. “Después del show, quieren un poco de elegancia pero relajada, un lugar donde los traten como sujetos y no como objetos, y donde puedan dejar pretensión y tacos altos en la entrada”, resumió. Otros descontrolaron en la disco Top of the Standard, del hotel homónimo de Chelsea (que si uno está “in” sigue llamándolo por su viejo nombre, el Boom Boom Room). Por ejemplo, Jaz Z y Beyoncé, Leonardo DiCaprio y Naomi Campbell. El diseñador Alvin Valley se encontró en la fiesta del Met con varias de sus clientas socialités, y de allí siguió directo al Standard con ellas. “Me quedé ahí tomando champagne hasta bien entrada la mañana, repartiendo air kisses a las chicas”, contó respecto a los besos que se dan las socialités en los Estados Unidos, donde los labios ni llegan a tocar la mejilla ajena. Y agregó: “El saco de mi espléndido smoking Lanvin hecho por mi amigo Alvin Elbasz voló por el aire, la camisa terminó afuera y me bailé todo, con la excitación del glamour de una noche que vivirá para siempre en mi memoria”.ß

Benedict Cumberbatch, el 10 de la noche, junto a Tom Ford

Mario Testino, impecable

Anna Wintour eligió Chanel

Lupita Nyong’o, polémica

Bradley Cooper lució un Tom Ford

en algún lugar del mundo Hernán Iglesias Illa

Sueños de libertad entre escritorios e impresoras

E

NYT

ncorvado sobre una pila de carpetas, lápiz en mano, Héctor Alterio susurra: “Ibáñez y compañía, 200 bujías”. Su compañero asiente en silencio y marca una tilde en una larga planilla de papel. Media hora después, también en La Tregua (1974), las primeras palabras con carga romántica que va a escuchar Alterio de Ana María Picchio, una noche tarde en la oficina, son: “Bancalari, 500 bujías, modelo 20M”. La Tregua es una buena película por varias razones, pero especialmente por su retrato, entonces novedoso, de la vida en la oficina: el aburrimiento cotidiano y el conformismo mezclados con la crueldad ocasional, la solemnidad innecesaria y la homogeneización de sus miembros. La oficina de La Tregua es incapaz de absorber a Santini, un claustrofóbico “afeminado” (así le dicen) que critica el automatismo de sus compañeros. Y a duras penas absorbe al personaje de Alterio, que cada día, durante 35 años, sueña con irse. En The Office, la vida diaria está

envuelta en sonidos: zumbidos de impresoras, pitidos de teléfonos de línea, crujidos de papeles desechados. En La Tregua, llena de tiempos muertos y hombres mirando fijo matrices larguísimas, también: cuando los personajes callan, parece decirnos la película, así suena el silencio en la jungla corporativa. La intención es que veamos a estos oficinistas, al mismo tiempo privilegiados y enjaulados, liberados de la fábrica, pero condenados a la repetición y al escritorio, como animales de zoológico que sólo a veces, y brevemente, se rebelan contra su condición. Vista hoy, 40 años después, otra cosa que llama la atención de La Tregua es la ausencia de política. En 1974, un momento de supuesta efervescencia política, en el cual ningún aspecto de la vida parecía ajeno al juicio de la militancia, la película se obsesiona por el drama privado de un tipo cansado, que quiere cambiar su vida, pero no cambiar el mundo. Su redención, si hay alguna (y la película, como la novela original de Mario Benedetti, sospe-

cha que no hay ninguna), está más cerca del amor que de la política. Si hay salvación, dice La Tregua, en un año donde había democracia pero también bandas armadas matando gente en nombre de la política, esa salvación es personal. Y para salvarse hay que dejar la oficina. Un libro publicado hace poco en Estados Unidos cuenta la historia de la oficina desde Bartleby, el administrativo que prefería no hacerlo, hasta el (posible) fin de la era del cubículo gracias a (o por culpa de) la subcontratación y el trabajo freelance. En Cubed, Nikil Saval apunta contra el cubículo, detestado por la inmensa mayoría de sus ocupantes, pero admite sus orígenes utópicos. La idea original era tirar abajo las paredes y los largos escritorios, abrir las guaridas de los gerentes y darle a cada administrativo su propio rincón. Falló, según Saval, porque las viejas estructuras jerárquicas se mantuvieron en pie y los cubículos, que debían ser móviles y temporarios, terminaron siendo fijos y permanentes. En una escena famosa de Enredos de oficina (1999), donde un empleado como Alterio sueña con renunciar y enamorarse (en este caso, de Jennifer Aniston), tres compañeros de oficina se llevan al campo una impresora desobediente y la asesinan a patadas y batazos, sacándose la bronca acumulada durante años. “Ningún humano nació para pasarse el día en un cubículo mirando una computadora”, dice alguien. Martín Santomé, el personaje de Alterio, que no había visto un cubículo ni una computadora, le habría dado la razón.ß