la abducción de luis guzmán

Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI número 4, 28004 Madrid, España. LA ABDUCCIÓN DE LUIS GUZMÁN. Primera edición, 2014. © De La abducción ...
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Edición no venal de la Fundación SGAE para la promoción y difusión de textos teatrales objeto de estreno.

PABLO REMÓN LA ABDUCCIÓN DE LUIS GUZMÁN Escrita en colaboración con Ana Alonso, Francisco Reyes y Emilio Tomé

Sin la autorización por escrito de la editorial, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra ni tampoco su tratamiento o transmisión por ningún medio o sistema. De igual manera, todos los derechos que de ella dimanen, cualquiera que sea la naturaleza de estos, así como las traducciones que puedan hacerse, incluyéndose igualmente las representaciones profesionales y de aficionados, las películas de corto y largo metraje, recitación, lectura pública y retransmisión por radio o televisión, quedan estrictamente reservados. Se pone un especial énfasis en el tema de las lecturas públicas, cuyo permiso deberá asegurarse por escrito. Las solicitudes para la representación de esta obra, de cualquier clase y en cualquier lugar del mundo, habrán de dirigirse a Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, en la calle de Fernando VI número 4, 28004 Madrid, España.

LA ABDUCCIÓN DE LUIS GUZMÁN Primera edición, 2014

© De La abducción de Luis Guzmán: Pablo Remón © Para esta edición promocional: Fundación SGAE, 2014 Coordinación editorial: Pilar López. Diseño de cubierta: El Taller de GC. Ilustraciones: Dani Sanchis. Maquetación: José Luis de Hijes. Corrección: Marisa Barreno. Imprime: Estugraf Impresores, S. L.

Edita: Fundación SGAE Bárbara de Braganza, 7, 28004 Madrid / [email protected] www.fundacionsgae.org EDICIÓN PROMOCIONAL. PROHIBIDA SU VENTA D L: M-9479-2014

A mi padre

La abducción de Luis Guzmán Esta obra se escribió a partir de un proceso de improvisaciones en el que participaron el autor y los actores Ana Alonso, Francisco Reyes y Emilio Tomé, y que se llevó a cabo en el mes de julio de 2012. Se estrenó en la Sala 2 de Matadero, en Madrid, el 20 de julio de 2013, en una producción dirigida por el autor.

Reparto Luis Max Clara

Emilio Tomé Francisco Reyes Ana Alonso

I El salón de la casa, de noche. Un piso pequeño en una ciudad de provincias. Papel pintado de los años 70, muebles de caoba; oscuros, brillantes, limpios. Un aparador con mueble bar; figuras de porcelana, fotos en marcos de plata, enciclopedias, una colección de vídeos de la serie “Cosmos”, de Carl Sagan. Al lado de la puerta de entrada, un perchero de madera, donde cuelga un abrigo de hombre mayor, azul oscuro. De espaldas al perchero, un sillón.  Al fondo, una mesa redonda, también de madera. En el medio, haciendo esquina con el sillón, un viejo sofá rojo de dos plazas, cubierto con tapetes de ganchillo blanco.  Allí está recostado Luis, de unos treinta años, comiendo un paquete de pipas. Hay algo infantil y extraño en él. La luz azulada del televisor le da en la cara. Se escucha la voz doblada de Carl Sagan: un documental sobre ovnis y fenómenos paranormales. Suenan sirenas, zumbidos, especialistas hablando de avistamientos. Silencio. Luis observa atento. Fuera cae una lluvia ligera que golpea los cristales del balcón. Luis mira hacia allí y rechista, preocupado. Luis.— Este hombre... Este hombre va a coger un trancazo... Después se pasa la mano por la nariz, limpiándose los mocos. Sigue contemplando la tele en silencio. Del dormitorio llegan ruidos de alguien más. Luis sigue murmurando.

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Va a coger un trancazo de miedo. Del dormitorio entra Max, su hermano mayor. Lleva pantalones de pinzas y una camisa blanca y arreglada, abierta, que deja ver una camiseta blanca interior, de tirantes. Se acaba de despertar y va descalzo. Se queda un segundo de pie, en medio de la habitación. Se despereza. Mira de reojo lo que está viendo su hermano. Luis le habla sin dejar de mirar la tele. Luego no vas a pegar ojo. Cuando duermes tanto por la tarde..., luego no pegas ojo. Max le ignora; se pasa la mano por la cara para despejarse. Sale hacia la cocina.  Al momento se escucha ruido de cacharros. Silencio. Luis, atento a la tele, comiendo pipas. No les creyeron. ¿Sabes, Max? Vieron un montón de discos plateados en el cielo, y no les creyeron. Como tantas otras veces. Pero está claro lo que ha sido: un avistamiento masivo. Como en Chile. Como en Nebraska. Como en Melbourne. Avistamiento masivo. (Pausa) El problema es... ¿Qué sabemos nosotros? ¿Qué coordenadas manejar para enfrentarnos a algo así? (Pausa) ¿Qué sabemos? (Pausa) ¿Eh, Max? ¿Qué sabemos? (Pausa) Ahí los tienes, en el desierto de Atacama. Ahí los tienes, midiendo las pirámides, construyendo campos de fuerzas, atrayendo cuerpos, estudiando propiedades. Campando por nuestro mundo como si fuera... Y nosotros aquí, sin enterarnos de nada. (Silencio) Como moscas, vamos a caer. (Pausa) Madre mía, la que va a venir. La que va a venir. De la cocina llega la voz de Max. Voz de Max.— ¡Luis! ¿Qué has hecho con la sartén?

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Luis no contesta. ¿No hay sartenes en esta casa, o qué? (Pausa) ¿Luis? Luis.— No sééé. Voz de Max.— ¿Dónde la sueles poner tú? Luis.— Yo no la pongo. Yo solo la seco. Voz de Max.— Y cuando la secas, ¿dónde la pones? Luis.— José Luis la pone abajo. ¿Cuándo viene? Voz de Max.— ¿Pero abajo dónde? Yo no la veo. Luis.— Va a coger un trancazo... Voz de Max.— Voy a hacer algo de cena. Una tortilla o lo que sea, para que cenes y te vayas a la cama. Luis.— Nooo. Entra Max. Max.— No, ¿qué? Luis.— La comida. Max.— ¿Qué pasa? Luis.— No la toco. Max.— No quieres comer.

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Luis.— Está muy contaminado todo. Los fosfatos, los pesticidas. No toco la comida. ¿Cuándo viene José Luis? Max.— ¿No comes? Luis.— No la toco, la comida. Max.— Pues tienes que comer. ¿Has oído? Luis.— ¿Qué hora es? Max.— Las nueve menos cuarto. ¿Has oído? Luis.— Se va a perder el programa... Max.— ¿Qué programa? Luis.— ¿Qué programa va a ser? De verdad, Max, cómo se nota que no vives aquí. No sabes ni la hora del programa. Hay que estar dándote información, información... ¿Vamos a buscarle? Igual se ha perdido. Max.— No, no vamos a buscarle. Me dices lo que has hecho con la sartén. Te preparo algo caliente y te vas a la cama. Luis.— ¿Y el programa? Max.— Lo grabas, el programa, y lo ves mañana. Luis.— (Se ríe) No sabes lo que dices, Max. ¡Max, no sabes lo que dices! Max apaga la tele. ¡Eh!

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Max.— Escucha. Escúchame una cosa. Si no me dices dónde está la sartén, no puedo hacerte la cena. ¿Quieres irte a la cama sin cenar? Pausa. Luis le mira fijamente. Come una pipa, luego otra. Luis.— No la toco, la comida. Max se queda de pie, mirándole, desesperado. Respira hondo. Silencio. Max.— Una pregunta que quiero hacerte. Luis.— ¿Sobre la sartén? Max.— No, no es sobre la sartén. Olvídate de la sartén. Va al mueble bar. Lo abre. Saca una botella de whisky y un vaso. Se sirve y pega un trago largo. Silencio. Luis, pendiente de él. Luis.— ¿Y la pregunta? Max.— La pregunta... (Pausa) ¿Sabes cómo es dejarse dar por el culo, duro, muy duro, una vez y otra, por un desconocido, para olvidar, con la intención de olvidar, hasta perder la conciencia, para dormir después ocho horas de un tirón, porque hace años que no has dormido ocho horas de un tirón? Pausa. Luis.— No. Pausa. Max.— Yo tampoco. (Pausa) Quería preguntártelo. (Pausa) Lo que quiero decir es que estoy muy contento de estar aquí contigo, Luis.

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Max va a sentarse en el sillón. Luis.— No, ahí no te puedes sentar. Es el sitio de José Luis. Y no le gusta, no le gusta nada. Max no hace caso; se sienta. Max.— ¿El qué no le gusta? Luis.— Andar cambiando las cosas. Mareando la perdiz. No le gusta andar mareando la perdiz y confundiendo las cosas. Por eso es franquista. Porque Franco, por lo menos, tenía las cosas claras. “Franco, por lo menos, tenía las cosas claras”. Max.— ¿Eso te dice de Franco? Luis no responde. ¿Eh? ¿Eso te dice? Luis.— Eso me dice. Y muchas otras cosas que tú no sabes. Y como no las sabes, no te las voy a decir. Max.— Joder... Luis.— No, no, Max. Por ahí no. Los tacos, mejor no. Max.— Si no he dicho nada. Luis.— Has dicho jobar. Jobar, no. Lo otro. Max.— Joder. Luis.— Otra vez.

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Max.— Joder. Luis.— Ya. Ya. Max.— Hostia. Luis.— Bueno. Max.— Hostia puta. Luis.— Bueno. Max.— Me cago en la madre de Dios santísimo. Pausa. Luis.— Max, ¿qué te pasa? Max.— ¿A ti qué te parece? Luis.— ¿Estás nervioso? ¿Eh, Max? ¿Estás nervioso? ¿Es eso? Max.— Sí, estoy nervioso. Luis.— ¿Es porque empieza ya el programa? ¿Es por eso? Max.— (Pausa) Sí, es por eso. Luis.— Tú no te pongas nervioso. Sé tú mismo. Luis se levanta y va al mueble bar.  Allí busca algo: una grabadora antigua, de casete. Tómate una copita si lo necesitas. Una copa sienta bien a veces. “Un hombre se tiene que tomar una copa de vez en cuando”. No

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vamos a poder esperar a José Luis. Va a ser la hora, y los oyentes no pueden esperar. Esa es la primera regla de la radio: los oyentes no pueden esperar. (Se sienta a la mesa) Vamos a empezar con unas preguntas de calentamiento. Algo fácil. Tú no te pongas ner­vioso. Sé tú mismo. ¡Venga, Max, siéntate aquí, que va a empezar! Pausa. Max.— ¿Quieres hacerme una entrevista... porque tienes un programa de radio? Luis.— Decano. Un programa decano de la radio. Para todo el Espacio Exterior. Pausa. Max.— Venga, muy bien. Max coge la botella y el vaso y se sienta enfrente de Luis, que está quieto, pendiente del reloj de pulsera de su hermano. Pasan unos segundos. Max le mira. De repente, Luis cambia el tono de voz y habla a la grabadora como si estuviera en antena. Luis.— Un, dos... Y... entramos. Estamos aquí con Maximiliano, que ha venido de Londres a visitarnos, para hacer una pausa y respirar aire puro. Buenas noches, Maximiliano. ¿Has venido a respirar aire puro? Le apunta con la grabadora a Max, como si fuera un micrófono. ¿Has venido a respirar aire puro? Max.— Quiero decir, antes de nada, que estoy muy contento de estar en tu programa, Luis.

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A pesar de que Luis le hace gestos para que continúe, Max no dice nada más. Continúa bebiendo durante la entrevista. Luis.— Gracias. Como todas las noches, a los mandos y la dirección: Luiiiiiis Guzmán. La hora de Luis. Tu programa magacín de las noches. Como cada emisión, levantamos la cabeza y pensamos en aquello que es más grande que nosotros y nos sobrevuela, aquello que no descansa y que avanza en ondas estelares, a millones de kilómetros: las palabras de Carl Sagan, el Disco de Oro de la Humanidad. Recordad, oyentes: nos interesa el misterio. Nos interesa lo paranormal. Pero también el lado humano, la gente. Maximiliano, ¿qué nos puedes contar de tu visita? Max.— Estoy un poco nervioso. Luis.— Bien, está un poco nervioso, y va a beber un poco del whisky de José Luis para relajarse después de un día duro. ¿Cómo es la vida en Londres? ¿Son días duros? Max.— Son días muy duros en Londres. Me levanto muy temprano. Me acuesto muy tarde. ¿Y aquí? ¿Cómo es la vida aquí? Luis.— Es una vida dura en Londres. Es una vida dura la de Maximiliano, en Londres. ¿Hay... peligros? Max.— (Pausa) Hay muchos peligros. Luis.— ¿Podrías enumerar para nuestros oyentes algunos de los peligros? ¿Peligros externos? ¿Internos? ¿Hay sitio para lo paranormal en Londres? ¿Hay gente de todas razas y colores? ¿Es un crisol de culturas? (Pausa) ¿Es un crisol de culturas? Max.— (Pausa) Se podría decir sin mentir que es un crisol de culturas.

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Luis.— Londres, crisol de culturas. Gente de Londres, gente de otros mundos, otras latitudes, otros modos de vida. ¿Cuáles son los modos de vida? Max.— ¿Y aquí? ¿Cuáles son los modos de vida aquí? Luis.— Nuestros oyentes ya saben cuáles son los modos de vida aquí, en nuestra pequeña ciudad de provincias. Rutina, silencios. La voz de Luis a las ondas, rompiendo la rutina y los silencios. Explorando lo desconocido. No. Lo que arden en deseos de saber, lo que les carcome por dentro, es cuáles son los modos de vida en otros mundos, en Londres. Max.— (Pausa) Tengo una mujer. Luis insiste; hace el gesto de que siga. Ni caso. Luis.— Empiezan a salir las verdades. Empiezan a surgir revelaciones, secretos, misterio, en La hora de Luis. Cuéntanos, cuenta por favor a todos los oyentes cómo es esa mujer. ¿Es... guapa? ¿Es... adorable? Queremos imaginarla. Queremos verla en nuestra cabeza, en nuestra pantalla interior. Queremos acordarnos de las mujeres que hemos amado y que tus palabras las evoquen para nosotros. Dinos. Cuéntanos, Maximiliano, cómo es. Cómo son sus labios, sus pechos, su cintura de avispa. Porque tiene —¿verdad?— una cintura de avispa. Max.— (Pausa) Es guapa. Luis.— ¡Es guapa! Maximiliano de Londres tiene una mujer guapa. Todos la vemos ahora. Guapa, muy guapa, haciendo frente a las dificultades, a los peligros, en ese crisol de culturas que es Londres. ¿Y por qué no viene nunca, esa mujer tan guapa, a nuestra pequeña ciudad de provincias? Max.— No se ha dado el caso.

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Luis.— ¿Y tú? ¿Por qué no vienes tú nunca a nuestra pequeña ciudad de provincias? Max.— La encuentro repugnante. Luis.— ¿No te gustan las actividades que organiza la comisión de festejos? Max no contesta. ¿No? ¿La feria de la tapa? ¿Las fiestas de nuestro Señor? ¿La Real e Ilustre Cofradía de Almogávares? (Pausa) ¿La Real e Ilustre Cofradía de Almogávares? Max.— Me da ganas de vomitar. Luis.— Es un hombre atormentado, Maximiliano. Es un hombre duro. Es una vida dura, en Londres. ¿Por eso bebes? Max.— Sí, por eso bebo. Luis.— ¿Bebes por la Real e Ilustre Cofradía de Almogávares? Max.— Principalmente. Luis.— ¿Qué es exactamente lo que te hace vomitar? ¿El grupo festero? ¿La figura del rey Fernando III? ¿La falta de fidelidad histórica? Max.— (Pausa) La falta de fidelidad histórica... Luis.— La falta de fidelidad histórica de la Cofradía de Almogávares, queridos oyentes. Esa turba, esa masa de gente que celebra matanzas pasadas, hace vomitar a Maximiliano, y por eso no visita más a menudo nuestra pequeña ciudad de provincias, y por eso bebe, ¿habitualmente?

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Max.— Solo hoy, que estoy con mi hermano. Que estoy celebrando. Luis.— ¿Qué estás celebrando? Puede ser: a) un bautizo; b) una comunión; c) un enlace matrimonial... Max se levanta y le sirve una copa a Luis. Max.— Y tú, ¿por qué no bebes? ¿Por qué no celebras? Hoy es un día para celebrar. Celebremos. Luis.— No, no. Yo soy el presentador. ¡Espera! Luis se incorpora y va hacia la puerta. Escucha. No se oye nada. Solo la lluvia. Me había parecido. Max no entiende. José Luis. Me había parecido. Porque arrastra un poco los pies, ¿sabes? No, tú no lo sabes porque nunca estás aquí. Arrastra un poco los pies. Está muy mayor, y cualquier día... (Se queda callado) Max.— ¿Cualquier día qué? Luis.— ¿Eh? Max.— ¿Cualquier día qué? Luis.— (A la grabadora) Y... ¡Volvemos después de este interludio musical! Miles Davis. Puro jazz melódico para animar el misterio, lo paranormal, en La hora de Luis. ¿Te gusta el jazz melódico, Maximiliano? Max se levanta y va hacia el sofá. Luis le sigue.



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Max.— Lo que más. Lo que más me gusta es el jazz melódico. Luis.— El jazz melódico..., de negros. ¿Has visto alguna vez negros? ¿Negros enormes, descalzos, tocando instrumentos como la trompeta o el saxofón o el trombón..., instrumentos principalmente de viento, tocando jazz melódico? (Le apunta con la grabadora) ¿Hay negros en Londres? Max.— Sííí. Luis.— ¿Cuántos? Max.— Un millón. Luis.— ¡Un millón de negros en Londres, queridos oyentes! Negros de los de verdad, salvajes. ¿Son salvajes? Max.— Totalmente salvajes. Luis.— ¿Muerden? Max.— Algunos. Luis.— ¿Te han intentado morder a ti, o a tu mujer guapa? Max.— Una vez. Luis.— ¿Y qué pasó? Max.— ¿Qué pasó? Luis.— Cuéntanos los detalles, Maximiliano. Los detalles de aquel encuentro con el negro que quiso morderos a ti y a tu mujer guapa. Nuestros oyentes quieren veros a los dos, quieren ver al negro, quieren ver cómo intentó morderos, comeros, en el Londres salvaje e indómito. En ese lugar del Espacio Exterior que es hoy nuestro protagonista. ¿Qué pasó?

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Max bebe. Está ya borracho. Le coge la grabadora a Luis. Max.— Te voy a contar lo que pasó. (Pausa) Estaba viendo la inauguración de los Juegos Olímpicos. El pebe... El pebetero. La extraña forma del pebetero, que no era un solo recipiente para la antorcha, sino muchos recipientes, una especie de conos dorados, con forma de cuerno. Como un cuerno extraído de algún animal extinguido. Un mamut, o un antepasado de cabra montesa. El pebetero se unía, formando un solo vaso. Los distintos cuencos se unían formando un vaso enorme, que alumbraba todo el estadio con la luz eterna que había llegado desde Olimpia. Un espectáculo digno de verse. En este punto de la historia hay que decir que yo me encontraba solo; mi mujer estaba cenando con una amiga inglesa, Susan, y yo llevaba una semana usando narcóticos hasta un punto que muchos calificarían de abuso. Yo, no. Yo no hago ese tipo de calificaciones. Había bebido, además. Unos gin-tonics por la mañana temprano, para celebrar la venta de unas SICAV a un grupo de inversión coreano. La amenaza de guerra en Siria nos ayudó sustancialmente con la venta, hasta el punto de que llegamos a celebrar con varias caipiriñas el aumento de hostilidades entre el Gobierno representativo y los rebeldes. Quiero decir que el ambiente general era de euforia. Cuando el pebetero se levantó y los distintos brazos se unieron, yo me levanté con ellos y aplaudí. Hasta ahí, inmejorable. Pero siempre hay un punto negro, un giro inesperado de los acontecimientos, como muy bien hemos comprobado hoy. Así que me quedo sin bebida. Nada. Ni vodka, ni ginebra, ni whisky. Ni una miserable botella de vino. Recorro los cuartos de baño en busca de Listerine, una opción que nunca es la primera, pero que tampoco es desdeñable en según qué circunstancias. No me sacia. Decido aventurarme hacia el Seven Eleven, que está a dos manzanas. Hace mucho calor y las calles están vacías, porque el Espíritu Olímpico lo inunda todo y la gente dondequiera que esté tiene la vista puesta en el pebetero múltiple. Miran la llama como yo la estaba mirando hace un instante, arrebatado, hipnotizado, creyendo oír un discurso anexionista

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del Tercer Reich, que es a lo que me está recordando todo el espectáculo. Luis le ha ido haciendo gestos para que corte. Max le grita. ¡Leni Riefenstahl, Luis! ¡Leni Riefenstahl! (Pausa) Logro serpentear hasta la puerta del sitio, y lo encuentro cerrado. ¿Qué hacer? ¿De qué me ha servido esta travesía? El ánimo se resiente, Luis, no te voy a engañar. Pero sigo en mi empeño. Golpeo la verja. Me parece ver a alguien dentro. El dependiente. Le grito. Le suplico. Le ofrezco dinero, sexo, compañía, un puesto en la empresa. Le hablo del Espíritu Olímpico que todos compartimos en ese instante, de nuestra Mutua Humanidad. Pero no se decide. No sube la verja. Me deja allí en la calle, arrodillado, tirado en el suelo, hasta que algún vecino avisa a la policía y me devuelven a casa. Un espectáculo digno de verse. Max apaga la grabadora y se la deja a Luis. Se levanta y se sienta en el sillón. Un largo silencio. Luis.— ¿Y el negro? Max.— El dependiente. (Pausa) Pudo haber sido negro. Silencio. Luis.— Max, Max. Intenta no... Intenta no hablar con metáforas. Mis oyentes se pierden. No lo entienden. No suenas de verdad. No pareces un invitado de verdad. La radio no miente. Tienes que hablar con palabras de aquí, de nuestra pequeña ciudad de provincias, como hacías antes de irte a Londres. Max.— Tú sabes mucho de la radio, ¿no? Luis.— Son muchos años haciendo entrevistas. Max.— Ya veo, ya. ¿Te han entrevistado a ti alguna vez?

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Luis.— No. No te entiendo. Yo soy el presentador. Max.— Ya, pero se te podría entrevistar. Luis.— No puede ser eso. No digas tonterías. Max.— ¿Sabes por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo aquí, Luis? Luis.— ¿Una entrevista? Max.— ¿Por qué he venido? Yo no vengo nunca. ¿Por qué he venido? ¿Qué hemos hecho hoy? Luis.— ¿Hoy? Max.— ¿Dónde hemos estado esta mañana? Luis.— Yo, por las mañanas, preparo los programas. Preparo los guiones. No tengo tiempo para estar en sitios. Max.— ¿Dónde están los guiones? Luis.— Aquí. (Se señala la cabeza) Max.— ¿Dónde está José Luis? Luis.— Se ha perdido, pobrecito. Max.— He venido porque ha muerto nuestro padre. He venido porque ha muerto José Luis. (Pausa) ¿Lo sabes? ¿Lo sabes? (No contesta) ¿Sabes que ha muerto nuestro padre? (No contesta) ¿Sabes que ha muerto? Lo hemos enterrado, esta mañana. Tú estabas allí conmigo, en el cementerio. No has llorado. Yo tampoco. No había nadie más. Tú, yo, el cura, y los dos obreros que han bajado el ataúd. ¿Te acuerdas? (No contesta) Ha muerto. ¿Sabes que ha muerto nuestro padre?



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Max se levanta, le quita la grabadora y le apunta con ella. ¿Lo sabes? (Pausa) ¿Lo sabes? (Pausa) ¿¡Lo sabes!? (Pausa) Tus oyentes están esperando. Max sigue apuntándole con la grabadora. Luis no se mueve, la mirada clavada en el suelo.

II Más tarde, esa misma noche. Max duerme tirado en el sofá, en camiseta. Luis mira por el balcón hacia la calle, preocupado. Sigue lloviendo. Silencio. Luis tiene la grabadora en las manos. Después de unos segundos, la rebobina. Entre acoples, se escuchan fragmentos de la entrevista: su hermano hablando. Rebobina, escucha. Rebobina, escucha. Trata de encontrar una clave. Golpes en la puerta de la calle. No se mueve. Mira a Max, que sigue dormido, sin enterarse. Más golpes. Una vez, y otra. Luis se acerca a la entrada. Pega la oreja a la puerta. Luis.— (En voz baja) ¿José Luis? Suenan los golpes otra vez. Luis entreabre la puerta.  Al otro lado hay una mujer: Clara, de unos treinta años. Lleva una gabardina y está empapada por la lluvia. Clara.— ¿Max? Luis.— ¿Max? Clara.— ¿Max está aquí?

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Luis.— ¿Max está aquí? Clara.— ¿Tú quién eres? Luis.— No sé. ¿Tú quién eres? Clara.— Es la dirección que me han dado. ¿No es aquí? Estoy buscando a Max. Pausa. Luis.— ¿Por qué? Clara.— ¿Por qué? Luis.— Sí. ¿Por qué? Clara.— Es mi marido. Le estoy buscando. Luis.— Pero... ¿por qué? Quiero decir... Si es tu marido, ¿por qué le estás buscando? Clara.— No te entiendo. Luis.— ¿Por qué no está contigo? Pausa. Si lo que dices es verdad. Si es tu marido, si os queréis, y jurasteis estar juntos delante de un cura – Clara.— No juramos nada delante de ningún cura. Fue un juez. Luis.— Un juez, un cura. Una figura de autoridad, me refiero... Clara.— En el Ayuntamiento. En Londres. No llovió en toda la mañana, a pesar de ser Londres. Fue un día con un sol brillante y

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sereno. ¿Puedo pasar? Estoy empapada. No tengo dinero, además. No sé adónde ir. Vengo de muy lejos y – Luis.— ¿Es un drama humano? Nos interesan los dramas humanos. Clara.— Es un drama humano, sí. Me han robado. En la estación. El bolso y la maleta... Luis.— ¿Un negro? Clara.— ¿Cómo un negro? Luis.— El ladrón. ¿Ha sido un negro? Clara.— No. Era... blanco. Pausa. Luis.— Mire, señora, yo no puedo estar aquí de conversación a las tantas de la noche. Mañana tengo un programa que hacer, y estamos esperando a José Luis. Además, la historia que está contando es muy confusa. Hace aguas su historia, señora. Va a cerrar la puerta, pero Clara se lo impide. Clara.— ¿Puedo llamar por teléfono? Luis.— (Para sí mismo) Ahora quiere llamar por teléfono... Clara.— Sí, a Max. Luis.— ¿A Max? No es coherente. La historia no es coherente. Clara.— Quiero llamar a mi marido. No está aquí, ¿no? Luis.— No. No está con nosotros.

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Clara.— Bueno, pues déjame pasar y le llamo, ¿vale? Luis.— No, no me entiende. Ya no está con nosotros. Con las personas. Clara.— (Pausa) ¿Qué...? ¿Qué quieres decir? Luis.— Ha sucedido una desgracia. (Pausa) La vida, que nunca sabes por dónde va a salir. Hoy era un día normal. Un día cualquiera. Una emisión más del programa. Variedades, invitados, algo de jazz melódico... Un especial hincapié en lo paranormal. ¿Te interesa lo paranormal? Clara.— Ya, pero... Luis.— Momentos Humanos para un Nuevo Disco de Oro de la Humanidad... ¿Sabes lo que es el Disco de Oro de la Humanidad? Es un disco con imágenes, sonidos y música de la Tierra. Fotos de las pirámides. De una madre amamantando a un hijo. Sonidos de un chimpancé. Las cantatas de Bach. El espectro solar. La estructura del ADN. Insectos flotantes. Hojas del otoño. Gente fingiendo comer y beber. Diagramas de los órganos sexuales. Viaja en el Voyager 1 y en el Voyager 2, en dos copias, a doce mil millones de kilómetros de aquí, entrando en la zona llamada frente de choque de terminación. Son los primeros objetos humanos que cruzan la frontera del Sistema Solar. Es un mensaje a los que estén ahí fuera, en otras galaxias, en otros tiempos futuros. Un mensaje codificado, para que sepan quiénes fuimos. Clara.— Mira, me voy. Me voy de aquí. No sé de qué estás hablando. Luis.— Max ha muerto. (Pausa) ¿Lo sabes? ¿Lo sabes? Está claro que no lo sabes. Estábamos esperando a José Luis, tan tranquilos, y ha caído desplomado. Como un peso muerto. Se acerca a ella y le coge la mano, consolando.

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Me sabe mal que te enteres así, a las tantas de la noche. Pero ahora es mejor que te vayas. Lo que viene es solo para la familia. El velatorio. Los pésames. El run run de los vecinos. Clara.— Yo... soy... familia. Luis.— No creo, no. Clara abre la puerta y pega un grito. Clara.— ¡Max! ¡¿Max, estás ahí?! Max se despierta. (A Luis) ¡Soy la mujer de Max! Ya te lo he dicho. Vengo de Londres a buscar a mi marido, hasta aquí, hasta esta casa, para que me digas que está muerto. ¿Para que tú me digas que está muerto? ¿Quién te crees que eres? ¿Sabes lo lejos que está Londres? Luis.— Mil doscientos sesenta y cuatro kilómetros. Clara.— ¿Qué? Luis.— Mil doscientos sesenta y cuatro kilómetros. Los interrumpe Max, que se ha incorporado, aún aturdido. Max.— ¿¡Clara!? Luis y Clara entran. Luis.— ¡Se han equivocado, Max! ¡Hay una señora pero ya se va! Max.— ¿Qué haces aquí? Estás empapada. Luis.— Está empapada. Va a coger un trancazo de miedo. Ya se iba, además.

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Max.— Luis, trae una toalla. Luis.— Que vaya ella. Max.— ¡Luis! Luis sale hacia el dormitorio. Luis.— Le doy la toalla pero luego se va, ¿eh? Que va a venir José Luis y no le gusta encontrarse gente extraña. Pausa. Max.— ¿Qué haces aquí? Clara.— Y tú, ¿qué haces tú aquí? Me dijiste que estabas en Roma, trabajando. Clara le mira. Max enciende una luz; se acerca a ella y le quita la gabardina, empapada. Debajo lleva un vestido. Coge el abrigo del perchero y se lo pone a Clara por encima de los hombros. La acompaña hasta el sillón. Max.— Estás empapada. Ponte esto. Tómate algo caliente. ¿Quieres un té? Hay té, creo. Creo que te puedo hacer un té caliente. ¿Quieres? No será como el de casa. Aquí el té es muy malo. Es un té que no sabe a té ni a nada, pero está caliente. Voy a prepararlo. Va a la cocina. Clara se queda sentada, cubierta con el abrigo. Mientras hablan, ella contempla el salón. Se fija en la botella y los vasos. Se levanta y recorre la casa con la vista. Se sienta a la mesa. Ellos le hablan desde la cocina.



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Te voy a hacer un té caliente, para que entres en calor. Un té y algo de comer. Un sándwich. ¿Quieres un sándwich? Creo que hay... Voz de Luis.— ¡Max! Hay muchas toallas. Yo no sé qué toalla quiere la señora. Voz de Max.— ... Hay jamón de York. ¿Quieres un sándwich de jamón de York? Voz de Luis.— ¡Hay una toalla azul marino, pero esta es la mía! Esta no se la pienso dar. Voz de Max.— ¿Cariño? ¿Quieres un sándwich de jamón de York? Voz de Luis.— Tenemos una de flores, que a lo mejor es más apropiada. Pero yo no sé dónde está. Esto lo lleva todo Lourdes. Voz de Max.— Venga, te lo preparo. Voy a ver si hay queso también. Lo caliento y... Voz de Luis.— ¿Tú conoces a Lourdes? Habla cantando. Habla así: “Hola, Luis. Hola, mijito”. Y yo le digo: “Pero si yo no soy tu hijo”. Voz de Max.— Sé lo que estarás pensando. Te conozco y sé lo que estarás pensando. Te estarás replanteando el pasado. Sucesos del pasado. Mis viajes. Voz de Luis.— Esto es un desbarajuste... ¡Max! Esto de las toallas es un desbarajuste. Están todas mal ordenadas. Sin atender a formas ni colores. Voz de Max.— Estarás viendo esta casa y estarás pensando... ¿Qué es esto? ¿Qué es esta casa? Porque esta es mi casa. Este es el sitio de donde vengo, Clara.

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Voz de Luis.— Estoy perdiendo horas de sueño, además. Y eso se transmite a los oyentes. Voz de Max.— Estarás pensando: “¿Cómo puede ser...?”. Pero tienes que tomar algo caliente. Respirar y tomar algo caliente primero. Voz de Luis.— Y José Luis sin venir... ¿Eh, Max? Y José Luis sin venir... Voz de Max.— Coger perspectiva. La perspectiva, la distancia, es importante. (Pausa) Mi padre... (Suena un timbre) Ya está el té. Entra Max con una taza de té y Luis con una toalla. Mi padre ha muerto. (Le tiende el té) Toma. Te sentará bien. Luis.— (Le ofrece la toalla) Toma. Te sentará bien. Clara mira a uno y a otro. Max.— Este es mi hermano. Luis... Luis.— (Le da dos besos) Luis Guzmán. Encantado. Max.— ... Luis es mi hermano. Luis.— Max es mi hermano. Una larga pausa. Clara se sirve un whisky. Max.— Es mejor... Clara, yo creo que es mejor que te tomes un té, o algo caliente. Es mejor que no... Se interrumpe porque Clara se bebe la copa de un trago. Se sirve otra. Clara.— Luis. Se llama Luis, ¿no? Luis, ¿este es tu hermano?



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Luis.— (A Max, preocupado) Mira, esta señora... es muy guapa y todo eso, pero yo creo que es mejor que se vaya. Clara.— (A Luis) Max. ¿Es tu hermano? Luis.— Yo a esta señora no la conozco de nada. Clara.— ¿Sabes que tu hermano, nunca, nunca en la vida, ni una sola vez, me ha hablado de ti? Luis.— ¿No? Clara.— Ni una vez. En ocho años. Luis.— Es raro, eso. ¿Por qué, Max? Clara.— ¿Por qué, Max? Yo creo que es porque se avergüenza de ti. Luis.— (A Max, divertido con la idea) ¿Te avergüenzas de mí? Clara.— (A Max) ¿Te avergüenzas de él? Porque, si no, no entiendo, no se me ocurre por qué cojones vas a mantener algo así en secreto. Luis.— (A Max) La lengua. Dile que vigile la lengua. Clara.— ¿Eh, Max? ¿Por qué cojones vas a mantener en secreto que tienes un hermano, que vive aquí con vuestro padre...? Luis.— Se ha perdido. José Luis se ha perdido. Ahora vamos a ir a buscarle, ahora cuando... Max.— Está enfermo. Luis.— ... Cuando escampe. Antes no se puede, porque está cayendo una... Max.— Está enfermo, Clara.

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Clara.— Tú. Tú estás enfermo. Silencio. Clara se levanta y se sienta en el sofá. Max se sienta en el sillón. Luis se queda en la mesa. Luis.— Eso es verdad. Max es un poco especial y necesita que le cuiden. Pero nosotros preferimos no llamarle enfermo, porque puede ser contraproducente. Puede provocar el efecto contrario. Eso es lo que significa “contraproducente”. ¿Quieres salir en mi programa? Max.— Luis... tiene un programa de radio. Luis.— Decano. Un programa decano de la radio para el Espacio Exterior. Sobre lo paranormal, principalmente. ¿Te interesa lo paranormal? Campos de fuerza, avistamientos, transmigración de almas... Ah, no. Ya me habías dicho que no. También hacemos entrevistas de actualidad. ¿Quieres hacer una entrevista de actualidad? Max.— Déjala en paz, Luis. Clara.— Estaré encantada. Luis.— (A Max) ¿Lo ves? Estará encantada. (A Clara) Max es... A veces Max es un poco negativo. Como que no..., que no mira al futuro, sino al pasado. Ese tipo de gente. Clara.— Ese tipo de gente, sí. Que no le cuenta a su mujer que tiene un hermano. Que no le cuenta a qué ha venido hasta aquí. Que tiene que descubrirlo por ella misma. Llamando al trabajo, quedando como una imbécil. Cogiendo un avión, pensando en descubrir otra cosa. Algo más vulgar. Y me encuentro un hermano. Y un padre que se ha perdido. Max.— ¡Está muerto! ¡Mi padre está muerto! Clara.— Tampoco tengo por qué creerlo, eso, ¿no?

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Un largo silencio. Clara bebe. Max en el sillón. No se miran. Luis mira a uno y a otro con curiosidad. Busca su grabadora y la enciende. Luis.— Un dos, un dos. Estamos atendiendo a lo que parece una discusión de pareja, aquí en La hora de Luis... (Los mira) Sí. Confirmado, la habitual discusión de pareja. El tema eterno. En esta noche tormentosa cambiamos de tercio, dejamos lo paranormal, y buscamos el toque humano, el docudrama, las pequeñas miserias de la institución del matrimonio. Vamos a acercarnos a la señora sin molestar... (Enfoca la grabadora a Clara) Buenas noches, señora. ¿Cuáles son los motivos de la discusión? Puede ser... a) un descubrimiento; b) una infidelidad; c) un malentendido... Max.— Es por ti, Luis. Discutimos por ti. Luis.— (A Max) ¿Por mí? Es... a) por mi carácter; b) mi comportamiento; c) la audiencia inusual de mi programa, d) otros factores sin aclarar... Max no contesta. Luis insiste con la grabadora. ¿Va por ahí? ¿Algún tema sin aclarar, pendiente? ¿Algún frente abierto, Maximiliano? Max no contesta. Se levanta y va al mueble bar. Se sirve otra copa. Luis apaga la grabadora. (A Clara) ¿Pero por qué no habla conmigo? ¿Por qué no le cuenta las cosas a su hermano? Clara.— Piensa que estás enfermo. Luis.— Piensa que estoy enfermo. ¿Él piensa que yo estoy enfermo? Qué personaje, Maximiliano. Qué material en bruto para las ondas.

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Clara.— Así resuelve él las cosas. Bebiendo. Bebe. Bebe mucho, bebe hasta aturdirse, hasta perder el control. Luis.— ¿Consume, tal vez..., otras drogas? Clara.— Pregúntale. Luis se acerca a Max con la grabadora. Luis.— ¿Consume, Maximiliano, tal vez..., otras drogas? Max.— (Pausa) Ocasionalmente. Luis.— “Ocasionalmente”. Qué adverbio. Qué invitado. El uso de estupefacientes no ha mermado su expresión oral, lo que sin duda nuestros oyentes agradecen. ¿Qué tipo de drogas? ¿Drogas como las que hay aquí, en nuestra pequeña ciudad de provincias, en el pub-motocine? ¿En el callejón del moro? ¿Drogas como las que consume Quique, el hijo del de la carnicería? ¿Drogas que te dominan y te dejan tonto y luego no puedes hablar y provocan enfermedades como... a) el sida; b) el cáncer; c) obesidad mórbida...? (Le abraza de repente) No quiero que tengas sida, hermano. Max.— ¡Ya, ya! Max le hace un gesto brusco para que aparte la grabadora. Luis la apaga. Silencio. Luis.— Mira, Max, no quiero aprovecharme de la situación. ¿Podría subir la audiencia? Sí. ¿Podría romper el share y marcar un hito en la programación? Sí. Pero... ¿qué haría sin mi hermano? Yo prefiero dejar colgada a la audiencia, pero que hablemos esto como adultos. Que hablemos del miedo, que hablemos... del tema que está rondando. Que nos rodea y que hace totalmente necesario, ya, nombrarlo. (Pausa) Los celos. Max. Reconócelo. Tienes celos de mi programa. Lo primero es reconocerlo. Lo he notado antes ya, cuando has querido entrevistarme. Quieres que te escuchen a ti, estar tú

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a los mandos: La hora de Maximiliano. Decidir contenidos, tener tu propio programa decano de la radio en el que cuentes tú las cosas que te rondan la cabeza, que son muchas, que son variadas y valiosas, de eso no hay duda. (A Clara) Él tiene muchas cosas en la cabeza. Trabaja mucho. Se levanta muy temprano. Es una vida dura en Londres. (A Max) Quieres dar salida a todo ese comecome que te ronda la cabeza. Las voces, los muertos, los que se han perdido. Provocan dolores de cabeza, te oprimen y quieres compartirlo en las ondas. Conozco eso. Conozco la envidia, los celos, el rencor. No me son ajenos. Pero déjame decirte algo. Luis se acerca a su lado. Huelen. Huelen. Desde aquí, huelen a podrido. Y no es sano. No es ni remotamente sano. No es algo que deba darse entre hermanos. Amor. Comprensión. Compañerismo. Una mano amiga. Por ahí sí, por ahí sí vamos bien. (Enciende la grabadora y le apunta) Háblame, Max. Háblanos. Cuéntanos por lo que estás pasando. Te escuchamos. Max se incorpora bruscamente y le golpea en la cara. Luis cae al suelo. La grabadora rueda. Clara se incorpora, asustada. Silencio. Max vuelve a sentarse en el sillón. Luis se pone su gorra. Mira al balcón. Clara no se mueve. Silencio. ¿Sabías que tengo un perro? (Pausa) No sé qué raza es, ni me importa. No le he puesto nombre porque me parece una forma de posesión y de conquista. Pero no lo necesita: silbo y viene conmigo. Salimos a pasear por la noche. Se supone que yo le paseo a él, pero en realidad él me pasea a mí. Es una excusa para tener algo que hacer por la noche, para pasear entre los árboles y aprender sus nombres. (Pausa) Paseo con el perro, que no tiene nombre, paseo con el perro con una luz roja a la espalda, para que no se pierda, y

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camino entre plátanos de Indias, entre cedros y tilos. Y, cuando aprendo un nombre, toco el tronco del árbol. Me apoyo en él como si estuviera borracho, pero no lo estoy. No estoy borracho. No estoy nada borracho. (Pausa) Por lo que veo, vosotros... sí. Por lo que veo, vosotros, vosotros... Estáis borrachos. Veo lo que pasa. Me doy cuenta. Pero a mí no me pasa lo mismo. Me pasan otras cosas. ¡ME PASAN OTRAS COSAS! (Pausa) Vosotros, cuando os apoyáis en un árbol, es solo, solo, porque estáis borrachos. Silencio. Clara.— Yo también tuve un perro. Max la mira. Clara va al sofá. (A Max) Bueno, nosotros. ¿Te acuerdas, cariño, qué perro? ¿Cómo se llamaba...? Qué nombre... Qué nombre más curioso para ponerle a un perro. Tú sabes cómo se llamaba, amor. Yo creo que incluso, incluso, le pusiste tú el nombre. Contra mi consejo, claro. ¿Te acuerdas, mi vida? ¿Te acuerdas cómo se llamaba nuestro perro? Que no tenía raza, era una especie de... perro callejero. Una especie de perro rata. Un perro perdido, apaleado, violado por otros perros, con las orejas comidas, bizco de un ojo, aparentemente ciego del otro, incapaz de moverse, de comer solo, de respirar casi. Casi no era... un perro. Casi era un casi-perro. Algo que pudo o que se acercó o que soñó... con ser un perro. Con ser un buen perro. (Pausa) ¿Te acuerdas, cariño? ¿Te acuerdas de Max? Luis.— (Divertido) ¿Se llamaba Max? Pues me parece un acierto. Si yo tuviera un perro, si yo tuviera ahora otro perro, medio ciego y que no pudiera comer solo, le llamaría también Max. Clara.— No. Luis.— ¿No? Clara.— No, porque entonces tendríamos dos perros que se llaman Max, y eso es imposible.

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Luis.— ¡Eso es imposible! Tienes toda la razón. No sabríamos a cuál de los dos estamos llamando. Llamaría a uno... Clara.— Y contestaría el otro. Luis.— Iría a quitarle las pulgas a uno... Clara.— Y se las quitarías al otro. Luis.— Intentaría acariciar a uno... Clara.— Y el otro te mordería. Luis.— ¡Es verdad! ¡Me mordería! ¡El otro me mordería! Esta mujer tiene toda la razón. ¡Max, esta mujer tuya tiene toda la razón! ¿De dónde la has sacado? Clara.— Podrías llamarlo Capitán, o Saras, o Balboa. Pero Max no. Max solo hay uno, y ya está cogido. Luis.— El otro me mordería... El otro me mordería. (Llamando al perro) ¡Max! ¡Max! ¡Max! Clara mira a Max, que no se ha movido. Él la mira también. Luis corre alrededor del salón, silbando y persiguiendo al perro imaginario. ¡Max! ¡Max! ¡Max! ¡Max!

III A la mañana siguiente. Ha dejado de llover. La estancia, cubierta por el sol de primera hora de la mañana. En el salón, Max. Habla hacia la cocina. Max.— Tiene un jardín, y en verano llenan una piscina, pequeña, de unos treinta metros cúbicos. “Treinta, o treinta cinco metros”, dijeron. “De tamaño medio”. Yo no la llamaría de tamaño medio. Era pequeña. Era una piscina muy pequeña. A mi padre, en cambio, le pareció suficiente. A mi padre cualquier hueco de mierda en el puto suelo le habría parecido suficiente. En todo caso, es una cuestión subjetiva. Clara entra desde la cocina. También podían meter los pies y refrescarse, dijeron —si es que tienen que refrescarse, porque hay aire acondicionado y árboles en el jardín, suficientes para dar sombra—, pero si, aun así, quieren refrescarse, pueden meter los pies en la piscina y ver la tele desde allí. En verano conectan la tele con un alargador y la sacan al jardín, para ver los partidos de la selección, o algún concurso. Eso dijeron: “Algún concurso”. No dijeron cuál, o qué tipo de concurso, o por qué algunos sí y otros no. (Pausa) En verano, aparte de llenar la piscina, hacen una obra de teatro. Todos los años hacen una obra de teatro, que escogen entre todos, y la representan. Invitan a los familiares. La representan fuera, cerca de la pis-

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cina, con el chirrido de los grillos, a la luz de unas grandes lámparas de jardín. Yo no lo he visto nunca, pero así fue como nos lo describieron: “El chirrido de los grillos. Las grandes lámparas del jardín”. Las lámparas zumban y ellos, los internos, actúan. Max coge un folleto del aparador y se lo muestra a Clara. La participación es obligatoria. Le pregunté a la directora y me dejó muy claro que la partición no es voluntaria. Algo que no entiendo, que no logro comprender: por qué la participación es obligatoria. Pero fue tajante en este punto. “Es algo que hacemos para mostrarles cariño”, dijo. (Pausa) Pusieron especial atención en mostrarnos la piscina, que entonces estaba vacía, cubierta con una lona. Al parecer cambia mucho, el efecto, al verla llena. (Pausa) Era difícil imaginárselo, en invierno. Era difícil imaginarse la piscina llena. Pausa. Clara.— Es extraño. Max.— ¿Qué? ¿Qué es extraño? Clara.— Que tengas un hermano. Max.— Lo sé. Mira... Clara.— No. En realidad, si lo pienso, no es extraño. Anoche pensé que sí, pero ahora que puedo verlo a la luz del día... Es... como si le conociera de antes. La manera de hablar. La manera de moverse. Max.— Pero no le conocías. Clara.— Como si le conociera... a través de ti. Max.— Yo no me parezco a mi hermano.



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Clara.— No digo que te parezcas. Eres justo lo contrario. El negativo. Y por eso tengo la sensación de conocerle. Es como si lo hubiera sabido siempre. Max.— Pero no lo sabías. Clara.— No. Max.— Pensabas que estaba en Roma. Clara.— Comprando fondos de inversión. Vendiendo fondos de inversión. Manteniendo posiciones cortas en fondos indexados. Max.— Es lo que hago. Clara.— Lo sé. Max.— Es lo que hago para pagar nuestra casa. Nuestro jardín en el que crecen plantas con nombres en latín. Clara.— Que no conocemos. Plantas con nombres que no conocemos. Max.— Caléndula. Ligularia. Santolina. Habla por ti. Clara.— Lo sé. Max.— Bergenia. Arenaria. Habla por ti. Clara.— Los nombres. El latín. Las listas de cosas. El espejismo de control. Lo sé. (Pausa) Pero el hecho es... Cuando me hablas de este jardín, de la piscina..., de este sitio al que quieres llevar a tu hermano... El hecho es que olvidas algo. Olvidas algo muy, muy importante. (Pausa) Vivimos —te recuerdo— en una casa con dos plantas. Una casa grande y espaciosa, con mucha luz, con muchas habitaciones vacías, deseando ser ocupadas, sobre todo en el piso de arriba, donde —te recuerdo, cariño— pasamos la mayor parte

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del tiempo. Más tiempo que en la parte de abajo, quiero decir. Bueno, en realidad, en realidad, pasamos mucho tiempo subiendo y bajando. Cuando estamos arriba bajamos abajo, a buscar algo que nos hayamos dejado. Un vaso a medias, por ejemplo. Si nos hemos dejado un vaso a la mitad, lo que afortunadamente no suele pasar. Pero si pasa, entonces bajamos. Y si estamos abajo, subimos. La nomenclatura es variable. Y cuando estamos subiendo arriba o bajando abajo —y esto es lo que más me sorprende, mi vida— no se oye ningún ruido. La moqueta..., nuestra moqueta..., absorbe los pasos. Absorbe el ruido de los pasos de manera que es imposible saber si uno en verdad está moviéndose. Si está subiendo, bajando, o está perfectamente... quieto. Inmóvil. Exactamente quieto e inmóvil todos los días de todos los años de toda nuestra... silenciosa... vida matrimonial. (Pausa) Eso es lo que olvidas. Max.— Muy bien. Se levanta y va a salir. Clara le interrumpe. Clara.— ¡Ah, y otra cosa! A veces me parece oír el ruido de los niños de los vecinos jugando en el patio. Los oigo gritar y empujarse, los típicos gritos de los niños, que se insultan, y se tiran uno encima del otro hasta hacerse daño. Hasta que parece, parece, que se van a matar, que se van a abrir la cabeza contra la mesa de ratán, y uno se preocupa. Pero no hay de qué preocuparse. Me digo: “Clara, no tienes de qué preocuparte”, porque, naturalmente, los vecinos, igual que nosotros, igual que el resto del vecindario, no tienen niños. Ya que nadie, en ningún sitio cercano, tiene niños. Estando —como estamos todos— muy ocupados haciendo otras cosas, como... comprar un tercer coche, o pintarnos las uñas de los pies con colores que no existen. Magenta salvaje. Rojo... melocotón. Amarillo selva virgen. Pausa. Max.— Las cosas van a cambiar, Clara.

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Clara.— Ya lo sé. (Pausa. Clara va hacia el sofá) Lo que quiero decir es que faltaba una parte. En ti. Y esa parte es esto: esta casa. (Mira alrededor) Los... cuadros de cacerías. El olor a desinfectante de pino. A colonia de hombre viudo. Las fotos de boda en sepia, enmarcadas en plata. Las mantas ásperas de invierno, con bolitas, en las que he pasado una gran, una gran y muy placentera noche. Una velada para el recuerdo. En mi cama individual, con el cabecero, con el Cristo. Dios. Una noche que no podré olvidar nunca y que está, desde ya, desde ya, entre las mejores de mi vida. Y, y, y... sí. (Para ella misma) Más que eso, más que eso. Mucho más profundo que eso. Los innumerables crucifijos y peanas, cristos de pasta, cruces de madera tallada, de colgar y de mesa, bendiciones de Santos y calendarios de monjas teresianas, bulas papales, vírgenes, rosarios, ángeles de porcelana tocando la flauta y enseñando el ombligo, y demás, y demás... (No encuentra la palabra) debris y detritus mental, depositado en estas casas, y en las cabezas de los que venís de estas casas, desde los siglos..., de los siglos..., de los siglos. Amén. Entra Luis, con una taza de té y una galleta. Se queda mirándolos. No le ven. Y por eso, Max, por ver de dónde has salido y quién eres ahora, no puedo más que quererte. (Pausa) Es como si pudiera verte entero por primera vez. Max se sienta a su lado. Luis los interrumpe. Luis.— (Tranquilamente) Parece... Parece que está ardiendo todo. Max.— ¿Qué dices? Luis.— El edredón, la encimera... No sé. El chifonier. ¿Tenemos chifonier? Siempre confundo la cómoda y el – Max.— ¿Cómo qué está ardiendo?

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Luis.— Es que hay que tener mucho cuidado con el gas. ¿No se lo has dicho? Max rechista y sale hacia las habitaciones. Luis se sienta en el sofá, al lado de Clara, y enciende la tele. El mismo documental de ovnis. Silencio. Clara.— ¿Por qué dices mentiras? Es una mentira, eso que has dicho. Aquí no está ardiendo nada. ¿Siempre le cuentas mentiras a Max? Luis no contesta. Clara sigue preguntando. Él la ignora. ¿Es un documental lo que estás viendo? Luis no contesta. Estás viendo un documental... ¿Te gustan los documentales? (Pausa) ¿Qué es? ¿De ovnis? (Pausa) ¿Te gustan los ovnis? (Pausa) ¿Y tu programa? Max vuelve; va a decir algo, pero, al ver a Clara preguntando a su hermano, se sienta detrás y observa. Tiene que ser difícil hacer un programa todas las semanas, aquí, en este sitio tan pequeño. (Pausa) Lo que quiero decir es que tiene que ser difícil conseguir invitados. (Pausa) ¿A quién has entrevistado? (Pausa) ¿Quién ha salido en tu programa? (Pausa) ¿Quieres que salga yo en tu programa? Luis.— ¡Max, dile a la señora que se calle! Max.— Atiende a lo que te está diciendo Clara. Clara.— ¿Quieres que salga en tu programa?



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Luis.— Hoy no hay programa. Clara.— ¿Por qué no? Luis.— Porque no. Clara.— ¿Quién ha salido en tu programa? (Pausa) Ha salido Max... Habrá salido José Luis, también... Luis.— Lourdes. Clara.— ¿Quién? Luis.— Lourdes. Clara.— Lourdes, muy bien. ¿Quién más? Luis.— Alfredito... Clara.— Alfredito. Luis.— El chico de la frutería, que viene los lunes. Clara.— ¿Y de ovnis? Luis.— ¿De ovnis? Clara.— ¿No han salido expertos en ovnis? Luis.— No. Clara.— Pero es un programa sobre el misterio. Luis.— Sobre el misterio y lo paranormal. Clara.— ¿Y no necesitarías expertos en ovnis?

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Luis.— Yo soy experto en ovnis. Clara.— Pero además de ti. Para tener otro punto de vista. Luis.— ¿Cómo otro punto de vista? Clara.— Otra visión. Luis.— ¿Y para qué quiero otra visión? Clara.— Eso se hace en los programas, a veces. Otra visión además de la del presentador. Luis.— (Mira a Max) Otra visión... Clara.— Yo creo que te vendría bien vivir en un sitio con gente nueva. Luis.— ¿Cómo con gente nueva? Clara.— Nuevos invitados. Invitados expertos en los temas que te interesan, en el misterio. Luis.— El misterio y lo paranormal. Clara.— El misterio y lo paranormal. Expertos como ese señor de ahí. (Señala la tele) Luis apaga la tele y le habla a Clara, enfadado. Luis.— Ese señor es Carl Sagan, un sabio. El que diseñó El Disco de Oro de la Humanidad. Y esto, esto que estamos viviendo, el desayuno este, los distintos sabores de la bolsitas de té, los silencios y la tonalidad de la luz, los enfados, dolores de colon y los pequeños restos de comida, diminutos, que tengo desde hace días entre los premolares, todo esto, podrían muy fácilmente ser Momentos Humanos para un Nuevo Disco de Oro, si pusiéramos todos un

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poquito, ¿eh?..., un poquito de nuestra parte. (Pausa) Además..., ¿tú por qué estás aquí? Clara.— Para llevarte a tu nueva casa. Le pide con un gesto el folleto a Max, que se lo da. (Le enseña el folleto) Mira esto. Mira este sitio. ¿No te gustaría vivir en un sitio así? Mira cuánta luz, mira qué jardín. Hay una piscina. Hay una piscina para el verano, para refrescarte en verano. Para pasar esos días de calor sofocante, esos días de julio de calor pegajoso y sofocante, en los que no se puede dormir. Eso se acabó, porque aquí hay una piscina. Luis mira el folleto, luego la mira a ella, desconfiado. Luis.— ¿Tú por qué has venido? ¿Por qué me estás hablando de una piscina? Clara.— Esta va a ser tu casa. Conocerás a mucha gente distinta, nuevos invitados para tu programa. Gente nueva. Oyentes tuyos. Oyentes que ya te conocen y nuevos oyentes, que en verano sintonizan tu programa en la piscina, entre chirridos de los grillos y grandes lámparas de jardín. Luis.— Sí, pero... ¿quién te ha enviado? Clara.— Soy la mujer de Max, Luis. Soy su mujer. Luis.— ¡Max, ¿es verdad eso?! ¡¿Es tu mujer?! Max.— Sí, Luis, es mi mujer. Clara se levanta y se sienta en el sillón. Luis.— ¡¿No es una intrusa?!

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Max.— No. Luis.— ¡¿Estás seguro?! Max.— Sí. Luis.— ¡¿No es mucha casualidad?! Max.— ¿El qué? Luis.— José Luis se pierde y llega ella. José Luis se pierde y justo, justo, aparece ella. De la nada. Atracada por un blanco. Y se pone su abrigo. ¡El abrigo de José Luis! Max.— Luis, Clara ha venido a buscarme a mí. Luis.— ¿A buscarte? Pero tú no te has perdido. (Pausa) Aquí hay algo que no encaja. Aquí hay un misterio. Aquí hay sitio para lo paranormal. Luis se levanta y busca su grabadora. La pone en marcha y graba. Queridos oyentes: les habla Luis Guzmán. Hacemos una intervención inusual, impropia de nuestro programa, para dar un aviso. Una llamada de auxilio, a quien pueda escucharme en el Espacio Exterior. (Mira a Clara) Es una... señora. Parece una señora corriente. Normal. Es muy guapa. No se dejen engañar. Es una intrusa. No sabemos qué intenciones tiene. No sabemos si ha sido abducida. Si ella misma ha abducido a José Luis. La posibilidad es horrorosa, pero no descartable. Repito: no descartable. Si es así, entonces todo está perdido. Seguiremos todos. ¡Repito: todos! Dejo aquí constancia, fieles oyentes, para que se sepa lo que me ha pasado si desaparezco, si me lleva con ella al sitio blanco y brillante al que quiere llevarme, donde dice, dice, que hay una piscina. (Pausa) Oyentes: si una tarde-noche sintonizáis mi programa y solo encontráis un pitido, una interferencia, un hueco, un vacío, NO OS CREÁIS LO QUE OS DIGAN. Digan lo que digan

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los informes, los investigadores, la Agencia, recordad: yo también habré sido abducido. Y estaré casi con toda seguridad en otra galaxia sin nombre, apenas con un número, tumbado en una camilla, fría, metálica, en la que experimentan con mi cuerpo seres que no podemos concebir, oyentes. Ni vosotros ni yo. Una galaxia, una nave nodriza, un centro de investigaciones alienígenas donde ahora es más que probable que esté José Luis, nuestro invitado habitual. Y me temo, me temo, que allí pasará billones de años, que no serán años, porque nuestras medidas serán distintas. Será un parpadeo, un instante, un destello de luz. (Pausa) Pero si a mí me sucede lo mismo, recordad, oyentes, que os quiero. Os quiero y os he querido profundamente. (Pausa) Os quiero y en vuestros silencios atentos, al otro lado de las ondas, he encontrado... descanso. Apaga la grabadora. Silencio. Max.— Está allí. José Luis está allí. Silencio. Luis.— ¿Dónde? Max.— En ese sitio del que te está hablando Clara. Luis.— ¿Cómo lo sabes? Max.— Ha llamado. Ha llamado y ha dicho que estaba allí. Luis.— ¿Cuándo ha llamado? Max.— Esta mañana. Luis.— ¿Por qué no ha hablado conmigo? Max.— Porque estabas dormido.

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Luis.— ¿Por qué no me has despertado? Max.— No quería que perdieras horas de sueño. Luis.— ¿Le podemos llamar? Max.— No. Ha dicho que te espera allí. Luis.— ¿Y por qué no viene? Max.— No puede. Luis.— ¿Por qué? Max.— Te está esperando. Te está esperando allí. Luis.— ¿Dónde? Max.— En ese sitio. En el sitio de la piscina. Luis.— ¿Y tú vienes? Max.— No. Tienes que ir tú solo. Ahora van a venir a llevarte con él. Y estarás bien. Estarás muy bien. Luis.— ¿Qué ha dicho José Luis? Max.— Ha dicho: “Estoy bien. Me había perdido, pero ahora estoy bien”. Luis.— “Estoy bien. Me había perdido, pero ahora estoy bien”. Max.— “Decidle a Luis que le espero aquí”. Luis.— “Decidle a Luis que le espero aquí”. ¿Ha dicho: “Decidle a Luis que le espero aquí”? ¿”Decidle a Luis que le espero aquí”?

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Silencio. Max coge fuerzas para contestar. Clara le mira fijamente. Max.— Ha dicho: “Estoy bien. Me había perdido, pero ahora estoy bien”. Luis repite lo que dice Max, como un eco, para sí mismo. Luis.— ... estoy bien... Max.— “Donde estoy, estoy bien”. Luis.— ... estoy bien... Max.— “Los inviernos son secos y fríos, pero estoy bien”. Luis.— ... estoy bien... Max.— “A veces oigo un coche que sube por la carretera”. Luis.— ... la carretera... Max.— “Puedo oír cómo se acerca, y luego cómo se aleja”. Luis.— ... se aleja... Max.— “Luego, nada”. Luis.— ... nada... Max.— “Durante días, nada”. Luis.— ... nada... Pausa. Max.— “Luego todo se calla, y lo único que oigo es el latido de mi corazón. Grande y fuerte como el de un buitre”.

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Pausa. “Si te tumbaras aquí, podrías oírlo”. Silencio. Clara.— Pero yo... Yo puedo oírlo ahora. La miran. Oigo a José Luis, vuestro padre. (A Luis) Lo oigo en Londres, de madrugada, cuando duermo apoyada en el pecho de tu hermano. (A Max) En tu pecho. Y lo oigo aquí, ahora. ¿Vosotros no? Su presencia en vosotros, y ahora en mí, para siempre, como un latido firme, constante, muerto. Silencio. Finalmente, Luis la ignora y se dirige a Max. Luis.— ¿Cómo sé que no estás abducido tú también? Max.— Porque soy tu hermano. Luis.— ¿Pero cómo sé que hablas tú y no un ser de inteligencia superior capaz de imitar tu voz? Max.— Pregúntame. Pregúntame algo. Luis.— ¿Algo como qué? Max.— Algo que solo sepamos tú y yo. Luis.— Algo que solo sepamos tú y yo... (Pausa) Algo que solo sepamos tú y yo... Un largo silencio, mientras Luis piensa algo.

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¿Cuál es el mensaje de Carl Sagan? ¿Cuál es el mensaje que dejó grabado Carl Sagan en el Disco de Oro de la Humanidad, para dentro de billones de años, que está ahora mismo, según hablamos, entrando en la zona llamada frente de choque de terminación y atravesando la última frontera del Sistema Solar? Pausa. Max mira a Clara. Le cuesta contestar.  Aun así, lo hace. Se pone en pie y le habla a su hermano. La luz crece; las lámparas brillan, inundando la habitación. Max.— “Esto es un regalo de un mundo pequeño y lejano. Una muestra de nuestros sonidos, nuestra ciencia, nuestras imágenes, nuestra música, nuestros pensamientos y nuestras emociones. Que hemos producido con la intención de sobrevivir a nuestro tiempo y llegar hasta el vuestro”. Luis le mira; asiente, convencido. Clara le mira también, sentada en el sillón. Max permanece de pie. Los tres fijos, inmóviles. La luz blanca los cubre.

A negro

Agradezco su implicación, talento y generosidad a Ana, Fran y Emilio. Esta obra es suya. Suya y de Silvia Herreros de Tejada, como todo lo mío.

Pablo RemÓn (Madrid, 1977)

© David Katzenstein

Estudió en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) y amplió estudios en Nueva York. Ha coescrito los largometrajes Mundo fantástico (2003), Casual Day (2008) y Cinco metros cuadrados (2011). Ha recibido el premio al mejor guion en el Festival de Málaga, la medalla al mejor guion del Círculo de Escritores Cinematográficos y el Premio SGAE de Guion Julio Alejandro. Ha dirigido los cortometrajes Circus y Todo un futuro juntos, y es coordinador de la especialidad de Guion en la ECAM. En 2013, fundó la compañía teatral Teo Magaña, con la que ha escrito y dirigido su primera obra, La abducción de Luis Guzmán, estrenada en el festival Fringe de Madrid.