Humanismo y Renacimiento (Parte 2 de 3: Apogeo y Fragmentación)
Apogeo Este momento del Renacimiento se encuentra comprendido entre 1490 y 1530. Sin embargo, estos años son pasibles de precisar, lo que nos permite delimitar el apogeo entre 1494 (invasión francesa a la península itálica) y 1527 (Saco de Roma por las tropas de Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Románico Germánico). Estos dos acontecimientos políticos tuvieron un impacto considerable en la cultura italiana, motivo por el que Peter Burke los toma para situar cronológicamente el apogeo. Este es el momento de algunos individuos famosos como Leonardo Da Vinci, Rafael de Urbino, Miguel Ángel, Durero (artistas), Erasmo de Róterdam y Ariosto (humanistas). Otra característica central del apogeo es que se terminan las ambigüedades entre lo Cásico y lo Medieval, que persistían en el primer momento. Por último, hubo una rivalidad entre los Humanistas del Norte (Flandes, Alemania) y los Humanistas Italianos. Venecia, Florencia y Roma fueron las ciudades más importantes. En las dos primeras fue un momento de una elevada conciencia civil, de identificación con la Roma Republicana de la Antigüedad, y de un importante mecenazgo público en la literatura y en las artes. En el caso concreto de Venecia, fueron nombrados historiadores oficiales entre los que se encontraban Pietro Bembo y Andrea Navagero. En el campo de las artes, los hermanos Bellini y Tiziano fueron los más trascendentes. Florencia, por su parte, desde 1434 a 1494 había sido gobernada por la familia Médici, pero en este último año son expulsados, e inicia el período republicano florentino, que terminaría en 1512 con el retorno de los Médici. En esta era republicana tuvo lugar una innovación cultural llevada a cabo por un pequeño grupo, en el que se encontraban Nicolás Maquiavelo y Francesco Guicciardini. Maquiavelo sostenía que era necesario seguir el ejemplo de la Antigüedad en la vida política, como así también en las artes: la Antigua Roma podía enseñarle a la Moderna Florencia y a otros Estados a mantener su independencia. Se cree que el “David” de Miguel Ángel es la personificación de la República, y que además fue creada para ser expuesta en público en esta ciudad. No obstante, de las tres ciudades, Roma es la más importante: ocupa el lugar central. En la época se la consideraba la capital de la orbe; “caput mundi” (cabeza del mundo). Si bien se trata de una exaltación, el papel central
de Roma es cierto, sobre todo entre 1503 y 1521. En estos años tuvieron lugar los pontificados de Julio II (1503 – 1513) y León X (1513 – 1521), ambos amantes del arte, por lo que invitaron a varios artistas a Roma, entre ellos Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel (quién pinta la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512) y Donato Bramante (quién comienza la nueva basílica de San Pedro en 1506). También llegaron a Roma varios humanistas desde diferentes puntos de la península itálica, como los ya mencionados Pietro Bembo y Andrea Navagero. Encontramos una gran diferencia entre el grupo de artistas y el grupo de humanistas, y es que en este último si hubo cohesión, incluso existieron casos donde eruditos se hicieron amigos. Los artistas, por su parte, no conformaron un grupo realmente, trabajaron individuamente y los contactos personales entre ellos fueron excepcionales. Peter Burke afirma lo siguiente: “Gracias a este grupo de Artistas y Humanistas el sueño de emular o incluso superar a la Antigüedad parece haberse hecho realidad”. En 1521 muere León X, gran convocante de artistas y humanistas. Luego de su fallecimiento las cosas nunca volverían a ser iguales, aunque bajo los pontificados de Adriano VI y Clemente VII (hasta 1527) siguió el apogeo por inercia. Pero en 1527 este momento terminó definitivamente con el Saco de Roma; además, para ese año Rafael y Bramante habían muerto, otros ya se habían marchado, y otros se fueron en el propio 1527. Los Humanistas vieron el regreso de los bárbaros, interpretando así el fin de una época: reinaron el saqueo y el vandalismo. En el futuro el movimiento renacentista sería policéntrico, de hecho, ya lo era para algunos artistas y humanistas no italianos. El 1527 era el mojón que separaba el apogeo de la fragmentación, momento en el que aún no es tiempo de ingresar. Uno de los puntos mencionados a principios del texto era la rivalidad entre los Humanistas. Pero ¿Quiénes eran los Humanistas? Georges Duby nos da una definición breve y precisa, dice que éstos son los que “exaltan los valores propiamente humanos”. Los Humanistas de fuera de Italia reclamaban la primacía para su propio país; Antonio de Nebrija para España, Claude de Seyssel y Christophe Longolius para Francia, Conrad Celtis para Alemania, etcétera. Los Humanistas italianos se autoidentificaban con Roma, y veían a los no italianos como bárbaros. Mientras tanto, los Humanistas no italianos también se autoidentificaban con Roma, y uno de ellos en particular; Conrad Celtis, identificaba a los italianos con los griegos. Los italianos tuvieron la primacía (motivo del enfrentamiento) hasta el 1500, donde se había destacado Francesco Petrarca. A partir de entonces, los
no italianos (entre ellos Erasmo de Róterdam y Tomás Moro) logran esta primacía. Erasmo, humanista holandés (Flandes), escribió en su famosa obra “Elogio de la Locura” lo siguiente: “…los italianos pretenden tener el cetro de la literatura y de la elocuencia, sosteniendo, en nombre de ellas, que son los únicos entre los mortales que están libres de salvajismo; en este género de felicidad (amor propio), los romanos creen tener el primer puesto, y todavía siguen soñando plácidamente en su antigua Roma”. Esto evidencia el grado del conflicto humanista, pero dejemos por el momento las letras a un lado y veamos el arte fuera de la península itálica. A inicios del siglo XVI mecenas extranjeros comenzaron a encargar obras de estilo clásico: pinturas, esculturas, edificios y otras manifestaciones, eligiendo incluso la temática, dejando en manos del artista prácticamente sólo la ejecución. Una diferencia a destacar con el mecenazgo italiano es que en la península, ciudadanos particulares como los mercaderes (además de las personas de alto rango como los soberanos, los eclesiásticos y los aristócratas) eran mecenas, mientras que fuera de Italia el mecenazgo era exclusivo para personas de alto rango, por lo que se habla de un mecenazgo aristocrático fuera de la península itálica. Recientemente habíamos visto que los Humanistas italianos y los no italianos tenían una rivalidad; lo opuesto sucedió en las artes, donde en lugar de un enfrentamiento se dio un encantamiento. A partir de 1494 los artistas extranjeros fueron cautivados por el arte italiano. Particularmente los franceses (ellos eran los que habían invadido la península) se convencieron de la superioridad artística de los italianos. El pintor francés Geoffroy Tory dijo que los peninsulares eran “los soberanos de la perspectiva, la pintura y la escultura… no tenemos a nadie comparable con Leonardo Da Vinci, Donatello, Rafael de Urbino o Miguel Ángel”. Así como varios artistas italianos desde diferentes puntos de la península (Venecia, Florencia, Milán) fueron a Roma llamados por el Papa, muchos artistas no italianos llegaron a Italia llamados por el arte de esta región. Pero no todos tenían la oportunidad de viajar, por lo que se contactaron con el nuevo arte a través de los grabados. No obstante, la recuperación de la Antigüedad en las artes no agradó a todo el mundo: Erasmo y Adriano de Utrecht (ambos holandeses) compartían cierta desconfianza por las formas clásicas al considerarlas como expresiones del paganismo; otros admitieron el estilo clásico, pero no la superioridad italiana (por lo que el encantamiento del que venimos hablando debe ser atenuado); y otros pensaron que artistas como Rafael y Miguel Ángel habían superado a los Antiguos.
Volvamos a las letras. Hubo una retroalimentación entre los humanistas y los gobernantes: los eruditos necesitaban del mecenazgo de los Príncipes, y los Príncipes necesitaban del consejo de los eruditos. Varios humanistas escribieron Tratados sobre la Educación de los Príncipes dedicados a un gobernante en particular: Erasmo a Carlos V, Budé a Francesco I y Maquiavelo a Lorenzo de Médici. El elemento humanista influyó en los gobernantes, y los Príncipes extranjeros atrajeron estudiantes italianos a sus cortes, a la vez que humanistas extranjeros visitaron Italia; entre ellos, Nicolás Copérnico, quién en Bolonia terminó su teoría heliocéntrica, que significó una ruptura epistemológica y que tuvo un impacto monumental en la concepción de mundo de la época, oponiéndose al geocentrismo medieval. A partir del 1500 llegan muchísimos humanistas a Italia (incluso el propio Erasmo), pese a la rivalidad que hemos tratado. También habíamos mencionado que desde 1500 la primacía está de lado de los humanistas extranjeros. Los humanistas no italianos sentían la aparición de una nueva era, y estaban felices de ser testigos y partícipes de su época. Éstos formaron la “República de las Letras”. Se trató de una colectividad imaginaria que contribuyó al ideal humanista, y que se mantuvo unida a través de dos grandes medios de comunicación: las cartas que se enviaban entre ellos y los escritos que se masificaron con la adaptación de la Imprenta. También hubo dos sitios físicos donde los integrantes de esta “República” pudieron reunirse: los Talleres de Imprenta y las Universidades, que brindaban un ambiente favorable. Muchos historiadores consideran a Erasmo de Róterdam como el humanista no italiano (y bien podríamos incluir aquí a Italia) más importante; Peter Burke lo denomina “el archihumanista” y Carl Grimberg lo llama “un holandés universal”. Fue el erudito más famoso, y en esto son dos los elementos que conspiran: el contexto histórico y el genio del propio Erasmo. En el contexto histórico encontramos la Imprenta: gracias a ella sus escritos tuvieron una gran difusión; los humanistas anteriores a la Imprenta no pudieron gozar de esta oportunidad. Pero la causa más importante de su éxito fue el propio Erasmo: era claro, directo y convincente, características que lo diferenciaban de muchos de sus colegas. Conjuntamente, su claridad y poder de convencimiento en parte por su lenguaje sencillo, y la difusión de sus escritos gracias a la Imprenta le dieron un gran reconocimiento y prestigio internacional. Ningún otro humanista hasta el momento había logrado tanta fama, y pocos luego de él la alcanzarían. Fue invitado a una infinidad de países: Francia, Inglaterra, España, Suiza, Hungría, Polonia, debido también, a que sus obras fueron traducidas a varios idiomas. Tal vez el mayor signo de su fama sea algo físico: estatuas en su honor, las cuales eran consagradas sólo a gobernantes, guerreros y santos. Pero más tarde Erasmo sufrió un doble rechazo por los siguientes reformadores de la Iglesia, nos referimos a la Reforma y a la Contrarreforma o Reforma Católica. El desprestigio a causa del enriquecimiento material del alto
clero, la progresiva secularización de la vida social impuesta por el humanismo renacentista y la ignorancia y relajación de costumbres del clero en general fueron las principales causas de la Reforma. Martín Lutero escribió 95 tesis donde planteó problemas doctrinales trascendentales para el cristianismo, y dio inicio a un movimiento que llevó a la separación de algunas iglesias: las protestantes. Como reacción a la Reforma nació la Contrarreforma, que permaneció fiel al papado romano, oponiéndose a los protestantes. La respuesta fue lenta y desarticulada, pero el Concilio de Trento le dio organización. Esto no se trata de un divague ni de un paréntesis, sino que se torna imprescindible cuando se quiere explicar el lugar de Erasmo. El humanista holandés se encontró en medio de la Reforma y la Contrarreforma: los protestantes lo consideraban ambiguo y tímido, y los católicos lo vieron cercano al protestantismo, incluso fue considerado luterano en muchos países hacia el 1530. Volveremos sobre este punto en breve. En 1527, como habíamos dicho, finaliza el momento de apogeo. ¿Y qué viene a continuación? Peter Burke explica lo siguiente acerca de la periodización: “No existen fronteras objetivas entre períodos en la historia. La periodización siempre implica una opción de lo que se considera importante o significativo. Es difícil negar que las décadas de 1530 y 1531 definieron una especie de inflexión en la historia cultural europea. Si esta inflexión marcó o no el fin del Renacimiento es una cuestión distinta”. Encontramos tres grandes posiciones que sostienen ideas diferentes. La primera posición sostiene que el Renacimiento finalizó hacia el 1530. Y aquí es donde la explicación de la Reforma y la Contrarreforma cobra sentido: en los países protestantes, el conflicto entre Erasmo y Lutero (que se encarnó en el debate sobre el libre albedrío) fue tomado como símbolo del fin del Renacimiento, mientras que en los países católicos fue el Concilio de Trento lo que lo simbolizó. La idea de un Contrarrenacimeinto encuentra su mayor sustento en el arte, donde el Manierismo parece haber nacido como reacción contra el ideal de belleza clásico, típico del apogeo renacentista. Por último, encontramos la posición de Burke que se encuentra sugerida en la anterior cita: el Renacimiento continuó hasta 1630.
Fragmentación Este momento de aproximadamente un siglo de duración (más del doble que el apogeo) presenta tres grandes características: la variedad (este término es sinónimo de fragmentación), la expansión geográfica y la penetración más profunda en la vida social.
Variedad: P. Burke afirma que fue un momento creativo, ya no tan normalizado por reglas y restringido por cánones. Aun así, persistieron algunos modelos: el clásico y el italiano, tanto en las artes como en las letras. Los expatriados italianos (algunos de ellos habían huido de Roma tras el Saco) llevaron el Renacimiento al extranjero, mientras que los extranjeros visitaron Italia. Esto permitió comprender a los no italianos con más rapidez y mayor exactitud lo que los peninsulares estaban haciendo. Modelos arquitectónicos: Algo peculiar a precisar es que el término “arquitecto” ingresó en varias lenguas europeas hacia el 1530. Los nuevos palacios le dieron la oportunidad de mostrarse, pero los modelos arquitectónicos clásicos o italianos no sólo atraían a los soberanos y sus cortes, sino también a los patricios urbanos y a los aristócratas rurales (arquitectura civil); fueron resucitadas las villas romanas, una mezcla de granja y retiro de verano. Modelos escultóricos: Sobresalen dos grandes géneros: la fuente y el monumento ecuestre. En el primero abundan escenas mitológicas clásicas: aparecen recurrentemente dioses y héroes de la Antigüedad. En el segundo figuran caudillos mercenarios, que son homenajeados con este género de escultura. Fragmentación del Humanismo: Como sucedió con el término “arquitecto”, el vocablo “humanista” también fue incorporado a varias lenguas europeas. Este movimiento estaba cambiando, no era el del apogeo. Son dos los principales signos de fragmentación: el interés por el pasado no clásico y la crítica al latín. Los humanistas tardíos también se interesaron por los druidas celtas de la Edad de Hierro, por los magos persas, los brahmanes indios, por la cultura árabe, por el antiguo Egipto, pero el interés más importante fue aquél hacia la Edad Media; aunque parezca contradictorio, los humanistas renacentistas tardíos se interesaron por el medioevo. Este interés por el pasado no clásico fue más fuerte en los territorios que el Imperio Romano nunca conquistó; los humanistas de ciertas regiones se identificaron con culturas antiguas que allí habían florecido. De este modo, los humanistas españoles se identificaron con los godos, los franceses con los celtas, los daneses con los cimbrios, los polacos con los sármatas y los húngaros con los hunos. La idea del latín como “lengua muerta” fue formulada por los propios humanistas, quiénes la habían utilizado para escribir sus textos. La Biblia fue traducida e impresa en lenguas vulgares (diferentes al latín), y además fue una era en donde se publicaron obras en lenguas vulgares que se convertirían en clásicos: textos de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes, por ejemplo. Expansión geográfica: La podemos dividir en dos grandes zonas; las periferias de Europa y las regiones que estaban más allá de Europa. En el primer grupo encontramos los ex territorios de Checoslovaquia, Yugoslavia y Prusia, y el actual territorio de Suecia, entre otros. En el segundo grupo encontramos territorios asiáticos como las actuales India, Mongolia y China, donde el Renacimiento llegó gracias a los mercaderes y misioneros que
llevaron consigo cuadros y estampas. Este movimiento también llegó a América, continente en el que vamos a ingresar. En México el obispo Vaco de Quiroga poseía un ejemplar de “Utopía” de Tomás Moro; humanista inglés amigo de Erasmo de Róterdam. Quiroga trató de poner las palabras e ideas de Moro en práctica con algunos pueblos indígenas de su diócesis. Cabe precisar aquí que no cualquier Renacimiento llegó al Nuevo Mundo, sino que el español, por obvias razones. Otra precisión a hacer es que el Renacimiento español sufrió modificaciones en América: en ciertos aspectos, los menos, se mantuvo intacto; en otros, los elementos americanos nunca cambiaron; y en otros hubo una mestización donde se combinaron, en diferentes porcentajes, elementos españoles y americanos. El caso de mestización por excelencia fue el del humanista Garcilaso de la Vega, hijo de un conquistador español y de una Princesa inca. En una de sus obras donde estudió la historia del Perú prehispánico afirmó dos grandes ideas: que los indígenas americanos no eran bárbaros ni idólatras, y que los Incas creían en un único Dios y en la inmortalidad del alma antes de la llegada de los españoles. Conclusiones y pie a la parte tres confiadas a Peter Burke: “El Renacimiento tardío fue un período en que el movimiento tuvo una aceptación más amplia en la sociedad, así como una mayor extensión geográfica. Una gran diversidad de grupos se apropió de las ideas y formas que antes sólo habían atraído a unos pocos y las adaptaron. Fue también un período en que el movimiento penetró más profundamente en la vida social”.
Leonardo Gonzalez 2do C.