Alonso de Cartagena y el humanismo Luis Fernández Gallardo La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures, and Cultures, Volume 37, Issue 1, Fall 2008, pp. 175-215 (Article)
Published by La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures, and Cultures DOI: 10.1353/cor.0.0003
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A L O N S O D E C A R T A G E N A Y EL HUMANISMO Luis Fernández Gallardo U N IV ERSIDA D NACIONA L DE EDUC AC IÓN A DI STA NC IA
Primeros contactos, primeros tanteos con el quehacer de los humanistas (1420-1434) La designación de Alonso de Cartagena como miembro de la embajada castellana enviada a Portugal a fines de 1420 representó no sólo un jalón decisivo en su carrera política, sino que le ofreció la oportunidad de ampliar sus horizontes intelectuales, hasta entonces limitados a su condición de erudito jurista.1 Tal experiencia iba a tener inesperadas repercusiones: uno de los impulsos más importantes en la introducción del humanismo en Castilla se produjo precisamente a raíz de la intensa actividad intelectual que desarrolló el docto embajador en la corte lusa. Quiso el azar que formara parte de la legación Juan Alfonso de Zamora, caballero y secretario del rey, quien representaba paradigmáticamente los intereses y las inquietudes de ese nuevo público lector laico que surgió a fines 1 Para un análisis de las misiones diplomáticas en Portugal ver Fernández Gallardo (Alonso de
Cartagena (1385-1456): Una biografía política 119-25).
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del Medievo.2 A sus requerimientos se deben las primeras traducciones de don Alonso: tanto de Cicerón (De senectute y De officiis) como de Boccaccio (De casibus). En principio, tal labor traductora respondía a un planteamiento tradicional en el marco de la recepción vernácula de la obra de Cicerón, pero rebasó su mera finalidad difusora entre lectores legos y se erigió en punto de partida de una amplia reflexión sobre el quehacer traductor, la función social del saber y el estatuto epistémico de la elocuencia. Y es que don Alonso realizó sus traducciones en un ambiente de intensas inquietudes y comunicaciones culturales, tanto en la corte portuguesa como en los cenáculos literarios –o tal vez sólo académicos– que frecuentó, lo que hubo de suscitar un replanteamiento no sólo de su actividad traductora, sino de sus actitudes culturales.
Traducciones, tertulias, coloquios En el prólogo de sus Declamationes refiere Cartagena que en el curso de su estancia en la corte portuguesa se divulgó el rumor de sus cualidades intelectuales entre los hombres de letras lusos, dando lugar a una cordial relación con ellos. La expresión studiosi aliqui apuntaría más bien a círculos académicos, universitarios, cuando no a letrados, profesionales del derecho, con los que, por la propia índole de los negocios que lo habían llevado a Portugal, era natural que entrara en contacto. Y he aquí un hecho fundamental: entre ellos se contaban valedores entusiastas de las novedades literarias italianas, especialmente de la renovación de la latinidad.3 Tales relaciones hay que suponerlas desde las primeras estancias de don Alonso en la corte lusa: tanto su incoercible vocación estudiosa, como su inclinación al debate académico abonan la suposición de que, desde un primer momento, procuraba resarcirse de la lentitud e infructuosidad de las negociaciones diplomáticas con el comercio intelectual. Precisamente en dichos ambientes tiene lugar su primer contacto con las realizaciones del humanismo. En el curso de uno de esos doctos coloquios, un 2 Una buena semblanza intelectual del secretario regio puede verse en Cartagena, Libros de Tulio (14-15). Para la aparición de este nuevo público, ver Jeremy N. H. Lawrance (“The Spread of Lay Literacy in Medieval Castile”). 3 Así, considera a uno de sus contertulios como “ex illis quidam, qui eloquentiae operam dederant” (Declamationes, Prólogo, 196).
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contertulio, que se ha identificado con Velasco Rodrigo, canónigo bracarense (Lawrance, “Humanism in the Iberian Peninsula” 225), ensalza la elocuencia de Leonardo Bruni; ante el interés que muestra el embajador castellano, se apresura a traerle las traducciones que de los oradores griegos Esquines y Demóstenes y del opúsculo de San Basilio sobre los autores gentiles hizo el Aretino (Declamationes, Prólogo, 196-99). Así, Cartagena viene a conocer no sólo una de las figuras señeras del humanismo, sino una de las facetas más características de su quehacer: los estudios griegos. El efecto es deslumbrante: don Alonso se siente seducido por la elocuencia del traductor florentino,4 a la vez que se percata de la apertura de horizontes intelectuales que tal actividad conllevaba. Se le revela entonces la posibilidad de enlazar con la Iglesia primitiva y con el saber y, sobre todo, la elocuencia de la Antigüedad, que constituían una venerable tradición olvidada. Este hecho decisivo iba a determinar que se replanteara la naturaleza y función de la traducción –de su propia contribución en tal menester–, situando su reflexión en la órbita de las preocupaciones humanísticas. Hasta entonces, sus traducciones se habían mantenido en el marco de la recepción tradicional de Cicerón. En efecto, a la petición de Juan Alfonso de Zamora de que le tradujera una obra de un autor antiguo, respondió con su versión de De senectute (1422), que ofrecía como simple muestra de mayores tesoros de sabiduría moral y a la que siguió, ese mismo año, tras nuevo requerimiento, la traducción de De officiis (Libros de Tulio: De senetute, De los ofiçios).5 Si a ello se une el testimonio que poco más tarde ofreció de su escasa familiaridad con la obra retórica del Arpinate, se colige que su interés por éste se limitaba al moralista. Y es que para un jurista de sólida formación escolástica no podía ser otra la imagen de Cicerón, mediatizada por la tradición patrística, Vicente de Beauvais, Santo Tomás –ambos dominicos, aun reconociendo la faceta cívica de Cicerón, no llegaron a cuestionar la imagen tradicional– y el Decretum de Graciano, que había sancionado la reprobación de los entusiasmos ciceronianos de San Jerónimo.6 Pero es sobre todo la justificación de su labor 4 Sobre la calidad ciceroniana del latín de Bruni, ver Remigio Sabbadini (12-13). 5 Información bibliográfica y de índole textual en Morrás (“Alfonso de Cartagena” 93-97). 6 Para la tradición patrística, ver Tadeusz Zielinski (87-118); para la medieval, Hans Baron (“Cicero
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traductora lo que revela la índole tradicional de sus lecturas. Los prólogos incluyen una suerte de extracto –o, mejor, adaptación a los intereses de un lector lego– de accessus ad auctorem, género característico de los comentaristas medievales de los autores clásicos, en la medida en que éste incluye en su estructura dos partes denominadas utilitas y cui parti philosophiae supponatur (Quain 215).7 Don Alonso ofrece una meditada reflexión de la utilidad de la lectura de Cicerón, que cifra en su carácter propedéutico. El aplauso de los afanes estudiosos de Juan Alfonso de Zamora se basa en el primado del saber relativo a las Sagradas Escrituras, al que sigue la ciencia moral (De senetute, Prólogo 154).8 Ciertamente, en tales reflexiones no está ausente la elocuencia, pues Cartagena la considera como uno de los valores que avalan la lectura de los autores antiguos; pero se supedita, a fin de cuentas, a la utilidad moral (De senetute, Prólogo 155). El modo mismo de lectura, con la división del texto de De senectute en capítulos (157),9 como un manual de estudio, confirma el carácter subalterno del deleite retórico –si es que éste podía transferirse a la traducción.
Ética escolástica y retórica ciceroniana El saber y la erudición de Alonso de Cartagena fueron también solicitados por el príncipe don Duarte. Fruto de tales requerimientos fueron su primera obra original, el Memoriale virtutum, y la traducción del De inventione
and the Roman Civic Spirit” 79-84) y Walter Rüegg (“Cicero in Mittelater und Humanismus” cols. 2066-2067). Para la repercusión en España de la leyenda jeronimiana sancionada por el Decretum, ver Karl Kohut (“Zur Vorgeschichte der Diskussion um das Verhältnis von Christentum und antiker Kultur im spanischen Humanismus”); más datos sobre ésta en Fernández Gallardo (“Tradición clásica, política y humanismo” 981-82). Pero en el Medievo se valoró también la faceta retórica de Cicerón, como ha destacado últimamente Cary J. Nederman . Por otra parte, la consideración de Cicerón como estadista defensor de la libertad se ha hecho remontar a Brunetto Latini (Witt 205). 7 Hay que tener en cuenta que la regla más extendida de la ingente literatura exegética de la retórica ciceroniana consiste en el apego a la forma del accessus (Ward 69). 8 Más terminante en De los ofiçios, Prólogo (206). Destaca el doble componente estético y moral de su concepto de retórica Kohut (“Der Beitrag der Theologie” 195). 9 Análogo proceder se sigue en la versión de De inventione (Alfonso de Cartagena: La Rhetórica
31). Se trata de una práctica característica dentro de las técnicas escolásticas de ordenación y presentación del conocimiento introducidas en el siglo XIII (Parkes 119-27).
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ciceroniano (Alfonso de Cartagena: La Rethórica de M. Tullio Cicerone).10 El papel magistral y mentor desempeñado ante su compañero de embajada lego ha de plegarse ahora, por elemental cálculo diplomático, a los intereses literarios bien definidos del príncipe portugués. Ya no se trata de sugerir qué obra hay que traducir, sino de satisfacer una petición bien concreta. Las inquietudes intelectuales de don Duarte apuntaban a una doble dirección: ética y retórica. Con respecto a la primera, una conversación mantenida en los aposentos regios vino a recaer sobre el tema de la virtud; tras el animado y docto coloquio, el príncipe portugués solicitó una exposición escrita de los puntos tratados: he aquí la génesis del Memoriale virtutum, que cabe fechar hacia 1425 (Fernández Gallardo, “Legitimación monárquica y nobiliaria” 91). Se trata de un compendio de la doctrina ética aristotélica. No deja de ser significativo que en su primera obra original declare humildemente su condición de mero amanuense y rehúse la consideración de autor.11 El título revela su carácter didáctico: memoriale, tecnicismo de la pedagogía escolástica que designa una suerte de cuaderno de notas y apuntes de la lección magistral (Fernández Gallardo, “Legitimación monárquica y nobiliaria” 95), esto es, la intervención de Alonso de Cartagena en el coloquio. Se compone de dos libros: el primero desarrolla en treinta y cinco capítulos las cuatro virtudes cardinales; el segundo expone en veintiocho el resto de las virtudes siguiendo el orden de la Ética Nicomáquea. La reorganización de la secuencia de virtudes respecto del sistema aristotélico constituye la adaptación del sistema ético 10 Datos bibliográficos y textuales en Morrás (“Alfonso de Cartagena” 98). Se ha atribuido asimismo a don Alonso la versión de la Pro M. Marcello Oratio de Cicerón (Cartagena, Libros de Tulio 21-22; Morrás, “Alfonso de Cartagena” 97-98). El contexto codicológico, que revela el horizonte político propio de la nobleza, viene a sugerir que el interés por la oratoria ciceroniana tenía una carácter práctico, orientado a la vida pública, de modo análogo al de las traducciones de un Brunetto Latini (Witt 176-200). 11 “[N]on ut auctoris, set meum vt calamum officium poscebas” (Memoriale fol. 1r). Segun los grados de intervención personal del “autor” (en la acepción actual), se distinguía entonces (de menos a más) entre scriptor, compilator, commentator y auctor (Parkes 127-28; Minnis 94-103). Don Alonso se consideraría un simple scriptor, cuando más bien sería commentator. De hecho su primer biógrafo (anónimo), al ponderar su humildad, indica que no sentía la vanidad del auctor: “Ip(s)e eni(m) humilitatis causa nu(m)q(uam) voluit se in suis codicib(us) nominari” (De actibus reuerendissimi fol. 90r). Junto a la humildad, habría que tener en cuenta asimismo la reluctancia, dictada por escrúpulos intelectuales y morales, a asumir la auctoritas propia del auctor (sobre este particular, ver Minnis 101-02).
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pagano a las coordenadas cristianas. La exposición se nutre básicamente de los comentarios de Santo Tomás a la Ética Nicomáquea, cuya huella se acentúa en el libro II, y se apostilla con citas de autores antiguos (Homero –por mediación de Aristóteles–, Cicerón, Séneca, Vegecio y Valerio Máximo), la Biblia y los Padres de la Iglesia, citados casi exclusivamente a través del Decretum de Graciano. Los afanes retóricos de don Duarte se concretan en la petición de la traducción del De inventione ciceroniano. Su redacción fue, como el prólogo indica, discontinua: se inició durante una de las embajadas de don Alonso en Portugal y se concluyó en Castilla, entre 1427 y 1433 (Alfonso de Cartagena: La Rhetórica 27-29; Libros de Tulio 20). Aun cuando el requerimiento del príncipe luso obedezca en buena medida a la fascinación sentida por los autores antiguos, no hay que perder de vista la dimensión práctica que la retórica tenía, especialmente en la vida política (Ward 270-305). Estos trabajos constituyen un paso más en la aproximación de Alonso de Cartagena al ámbito de preocupaciones propio de los humanistas. En primer lugar, a raíz de la composición de un compendio de la doctrina ética aristotélica, venía a adquirir especial acuidad una cuestión que le interesaba hondamente: los límites del acceso de los legos a la ciencia, es decir, la dimensión social del saber. Pero no sólo eso. Ahora se trataba de la educación del príncipe o, mejor, la licitud de sus ocupaciones literarias. Ciertamente, los requerimientos del príncipe luso ponían al docto embajador en una delicada tesitura a la hora de valorar las inquetudes literarias de los laicos. De ahí el carácter algo evasivo que presenta su planteo. En efecto, al ponderar los afanes estudiosos de don Duarte, se relajan aparentemente los escrúpulos que sentía hacia las ocupaciones literarias del estamento caballeresco. Así, por un lado, elogia la sutileza con que discurre al tratar de las virtudes (Memoriale, fol. 1r); por otro, empero, no deja de constatar que la ocupación primordial tanto de reyes como de súbditos es la lucha contra el infiel (Alfonso de Cartagena: La Rhetórica, Prólogo 28-29). A su vez, y en estrecha relación con lo anterior, es probable que la traducción de De inventione coadyuvara a precisar sus ideas sobre la retórica, en especial su estatuto epistémico. Conviene resaltar que la versión de De inventione y sobre todo su prólogo se realizaron desde unos presupuestos sensiblemente
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diferentes a las traducciones ciceronianas anteriores. Entre ambos trabajos median las tertulias con los hombres de letras portugueses, entre los que se contaban algunos adalides de la renovación de la latinidad, y, por tanto, las discusiones entre éstos y el embajador castellano, defensor del paradigma escolástico. Asimismo, hay que situar el primer contacto con un humanista italiano, Francesco Pizolpasso, que tuvo lugar con ocasión de las gestiones de don Alonso como colector pontificio, en el año 1423 (Fernández Gallardo, “En torno a los ‘studia humanitatis’” 225-26). Dado que esta destacada personalidad lo introdujo años más tarde en los círculos humanísticos, no es descabellado suponer que, además de asuntos políticos y eclesiásticos, trataran cuestiones literarias: un paso más en su acceso al quehacer humanístico. De ahí que, como consecuencia de tales experiencias, se observe cierto desplazamiento en sus reflexiones desde la utilidad moral de la lectura de Cicerón –de los autores antiguos, en general– y su subordinación, en última instancia, a la salvación del alma, hacia la discusión sobre el estatuto epistemológico de la elocuencia (Alfonso de Cartagena: La Rhetórica, Prólogo 32-33). Es decir, se pasa del planteamiento tradicional relativo a la recepción de los autores antiguos –valoración de su idoneidad moral– a la consideración de temas característicos de las inquietudes humanísticas. Ya en el Memoriale se constata una primera aproximación a esta cuestión, en la que cabría ver reflejado el contraste de pareceres con los valedores portugueses de la elocuencia latina. Así, a vueltas con el tópico de la falsa modestia, Cartagena ofrece una justificación de su llano latín –como si quisiera prevenir la censura de los cultores de la elocuencia– sobre la base, precisamente, de la condición científica de su discurso. Nec altum modum loque(n)di quesiui, set plano (et) pedestriculo (et) verbis ad n(ost)ram doctrinam vtilibus usus sum. (Memoriale, fol. 1v)
Los términos utilizados parecen cuidadosamente calculados. “Altum modum loquendi” apunta inequívocamente al latín preconizado por los entusiastas valedores de las novedades humanísticas; por otra parte, en la medida en que don Duarte era conocido como el Eloquente,12 el docto embajador tal vez quería 12 Para el contexto cultural de la corte lusa, ver las precisas observaciones de Nascimento (137-38).
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halagar el prurito retórico del príncipe, aun consciente de su incapacidad para leer un latín ciceroniano. “Plano et pedestriculo [modo]”: tales términos no son sino mero gesto de modestia, ya sea falsa o auténtica, pero en cualquier caso obligada en tales circunstancias. El genuino planteamiento reside en la expresión que sigue: el adjetivo “vtilibus” viene a centrar el ámbito de discusión. Así, la calidad de la lengua ha de corresponderse con el fin con que se utiliza. De este modo, si lo que había pedido don Duarte era una exposición de los puntos tratados en la conversación mantenida sobre la virtud (Memoriale, fol. 1r), se imponía el registro adecuado a tal fin, el desarrollo de la doctrina ética (“nostram doctrinam”) conforme al paradigma escolástico. El latín propio de la exposición científica se caracterizaba básicamente por dos rasgos: brevedad y léxico especializado – esto es, la jerga universitaria, que en lo que respecta a la doctrina aristotélica equivalía a profusión de grecismos, aquellos precisamente que suscitaron la acerba crítica de Leonardo Bruni. Se venía a sugerir, pues, la incompatibilidad entre la precisión y el rigor que exige la transmisión del saber científico y la elocuencia. En la concepción del saber de don Alonso, la elocuencia desempeñaba entonces un papel subsidiario. En primer lugar, porque opera en un nivel práctico, no especulativo, dado que su finalidad es mover a la acción. A su vez, porque constituye un recreo, un alivio de graves ocupaciones. Y ahí reside el punto esencial de su planteamiento, pues las graves ocupaciones pueden ser de naturaleza cívica o curialesca, pero asimismo de carácter intelectual, con lo que quedan deslindados los ámbitos de la ciencia (“escripturas nesçesarias”) y la elocuencia. Era ésta una convicción hondamente arraigada que se manifiesta ya en el prólogo a su primera traducción. … el ingenio cansado de leer las escripturas nesçesarias algunas vezes es de recrear con lecçión de otras cosas ... inductivas e exçitativas a la virtud, así commo son los fermosos tractados de los eloqüentes oradores antiguos … (De senetute, Prólogo 155)
No obstante, la demarcación no es tajante ni rígida, puesto que se reconoce un espacio en que ambas se aproximan. Así, el prólogo a De los ofiçios parece revelar una apertura al reconocimiento de la pertinencia científica de la elocuencia – ¿acaso porque debido a las tertulias con los hombres de letras portugueses se muestra más sensible a ella? En efecto, se admite que hay obras de los autores
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antiguos que tratan elocuentemente cuestiones científicas (De los ofiçios, Prólogo 207). Ahora bien, no hay que perder de vista el contexto: se trataba de justificar la elección del texto ciceroniano haciendo valer precisamente sus cualidades doctrinales bajo un ropaje formal elocuente. Por otra parte, De officiis es la obra que en mayor medida contribuyó a forjar la imagen tradicional imperante en el Medievo de un Cicerón entregado a la vida contemplativa, cual monje estudioso (Baron, “Cicero and the Roman Civic Spirit” 10-12; Rüegg, “Cicero in Mittelalter und Humanismus” cols. 2065-67).
Las traducciones de Séneca Los trabajos senequistas, realizados a instancias del rey Juan II de Castilla, responden a planteamientos análogos. Se han fechado entre 1430 y 1434, sobre el supuesto de que hubieron de llevarse a cabo antes de la partida de don Alonso a Basilea (Blüher 142-43).13 Mas hay referencias que apuntan a la década de los 40.14 Habrá que suponer, pues, una elaboración discontinua, 13 La serie de los trabajos senequistas de don Alonso, en orden cronológico, según María Morrás
y María Mercè López Casas es: Copilación de algunos dichos de Séneca, Título de la amistanza o el amigo, Libro I de la providencia de Dios, Libro de la clemencia, Libro II de la providencia divina, Libro de las siete artes liberales, Amonestamientos y doctrinas, Libro de la vida bienaventurada (161). Se fechan, conforme a Blüher, entre 1430 y 1434. Son posteriores a las anteriores traducciones: Libro de las declamaciones, Libro de los remedios contra Fortuna, Libro de las cuatro virtudes, Dichos de Séneca en el fecho de cavallería de Roma. Ver asimismo Morrás (“Alfonso de Cartagena” 98-114). Ya Blüher notó las alusiones en De la providencia de Dios y en De la clemençia a la campaña granadina de 1431 como algo actual o reciente (143). Asimismo, esta última versión, al justificar los neologismos con la presencia de grecismos en las traducciones latinas (Cartagena, Séneca. De la clemençia fols. 39v-40r), refleja la problemática discutida en las Declamationes, redactadas en 1430. Una primera aproximación en Olga Tudorica Impey. 14 En De las siete artes liberales, la alusión al príncipe Enrique como Príncipe de Asturias (Cinco libros de Séneca fol. 23r, glosa “Desseas”) sitúa, al menos la glosa en cuestión, después de 1444: téngase en cuenta que la entrega de posesión del principado de Asturias tuvo una especial significación política (Suárez Fernández 159-60). Más decisivo aún es que en De la vida bienaventurada se aluda a la versión de la Ilíada de Decembrio: “La historia q(ue) habla de los hechos d(e) de Ulixes llama(n) en griego Odiessa [sic] (e) toda la historia de Troya llamaua(n) los gregos [sic] Yliada, porq(ue) a tierra de Troya dezía(n) Ylion (e) Omero co(m)puso aquellas historias (e) no es este libro el de la conquista de Troya de que oy vsamos, mas otra ystoria de muy más alto estilo” (Cinco libros de Séneca fol. 31v, glosa “Odiesa (e) Yliada”). Tal glosa se redactó, por tanto, tras la recepción en la corte castellana de parte de la traducción de Decembrio, al menos con posterioridad a 1442, en que Decembrio anuncia el envío de los cinco libros que tenía traducidos (González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero Suárez-Somonte 401).
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interrumpida por sus obligaciones como servidor del Estado y extendida a lo largo de más de un decenio. Las traducciones de Séneca se sitúan, de este modo, en un momento decisivo en la vida intelectual de Cartagena: no sólo la experiencia basiliense, sino, antes de ella, la lectura de la nueva versión de la Ética Nicomáquea hecha por Bruni y la subsiguiente respuesta, que supuso una rigurosa reevaluación de los supuestos doctrinales del quehacer humanístico. Por otra parte, la regia condición del comitente venía a otorgar a la reflexión sobre la función del saber una dimensión política. Así, en De la providencia de Dios se elogia efusivamente, como no podía ser menos, la inclinación de Juan II por el estudio, para, a renglón seguido, recordarle que la genuina vocación del monarca es la lucha contra el infiel (Cinco libros de Séneca fol. 51r). La noción de otium adquiere mayor relevancia que en análogas consideraciones referidas a la nobleza y se subraya con mayor acuidad la preeminencia de las obligaciones regias. Frente a la revalorización de la vida activa en íntima relación con el estudio, basada en una nueva lectura de Cicerón y que constituye una de las señas de identidad del humanismo florentino,15 Cartagena proclama la inexcusable prelación de las obligaciones estamentales; el estudio sólo es lícito como alivio de las graves ocupaciones del rey, ante todo las guerreras. Conviene precisar el papel desempeñado por Alonso de Cartagena ante la petición del rey. Los prólogos revelan la decidida iniciativa de este último en la selección de los textos. En efecto, en De la providencia de Dios la decisión de traducir la compilación de Luca Mannelli se atribuye al propio rey: E com(m)o de algunas copilaçiones nueuas que de las obras de Seneca mucho en vno ayuntaron uos pluguiesen algunos dichos, mandastes a mí que los tornase en lenguaje [castellano], non por la orden que ellos estauan escriptos, mas com(m)o acaso vinieron. (Cinco libros de Séneca fol. 52r)
Don Alonso no hace sino acceder a su deseo. Que dicho florilegio formaba parte de la biblioteca regia se colige del “explicit” de la traducción del libro II 15 Baron, “Cicero and the Roman Civic Spirit” 91 y The Crisis of the Early Italian Renaissance.
Por el contrario, Jerrol E. Seigel destaca, frente a la dimensión cívica, el componente retórico del humanismo de Bruni (especialmente 9-28). Sobre la noción de “humanismo cívico”, ver las recientes aportaciones reunidas en James A. Hankins (Renaissance Civic Humanism), especialmente la revisión crítica de Hörnqvist (105-42).
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de De providentia.16 A su vez, el paso del florilegio al texto genuino obedece, asimismo, a la iniciativa del rey, que, atraído por la grave sentenciosidad de Séneca, se siente insatisfecho con la antología y requiere la obra completa, escogiendo De providentia.17 Ciertamente, tal elección la haría Juan II con el asesoramiento de don Alonso. Dada la mayor envergadura de las traducciones senequistas, en la medida en que responden al patronazgo regio, se amplía el horizonte de las cuestiones tratadas en unos prólogos cuidadosamente elaborados para tan preclaro comitente. El obligado elogio de los afanes intelectuales del rey se va a fundamentar en una rigurosa reflexión sobre el saber, basada, a su vez, en la antropología tomista. La inclinación al estudio del rey no responde a ningún interés material, sino al deleite, que constituye, en definitiva, la meta de la genuina vocación intelectual. Pues bien, en la raíz del placer intelectual que encuentra el rey en Séneca se hallan el saber y la elocuencia. Alonso de Cartagena parte de una incondicional disposición admirativa hacia el moralista cordobés, lo que, unido a la naturaleza de encargo regio de tales traducciones y a la necesidad, por tanto, de elogiar el interés del rey en dichas lecturas, va a dar lugar a que se mitiguen sus escrúpulos hacia la elocuencia. En efecto, para ponderar lo acertado de la elección de Séneca como lectura en que ocupar el ocio regio, compara a éste con Cicerón. En ello cabe ver cierto gesto polémico para con los valedores de la elocuencia –no hay que perder de vista que por aquellos años cayó en sus manos la nueva versión latina de la Ética Nicomáquea hecha por Bruni. El argumento delata la estimación en el 16 “Aquí se acaba la vna copilaçión de algunos dichos de Seneca sacados de v(uest)ra grand
copilaçión de sus dichos (e) doctrinas” (Cinco libros de Séneca, fol. 120v). De dicha biblioteca tal vez ofrezca un valioso testimonio la bibliografía senequista que ofrece Juan de Mena en el comentario a La coronación del Marqués de Santillana (Obras completas 189-90), si es que, dada su condición de cronista y secretario del rey, reflejara el fruto de sus lecturas en la biblioteca regia. Visión de conjunto sobre las colecciones reales de libros en Castilla a fines del Medievo en Elisa Ruiz García (303-06). No hay que perder de vista el carácter de objeto suntuario que entonces poseía el libro en las colecciones principescas, señalado en Lisa Jardine (135-80); de ahí que surgiera la imagen de la traducción como comercio, acuñada por Valla (Grafton 14-15). 17 “E porque aquéllos eran cortados por el copilador segunt a su propósito entendió q(ue) conplía,
quesistes veer algunos otros sacados entenramente [sic] de su original. E escogistes entre todos el libro q(ue) se llama De la prouidençia: prudente por cierto (e) discreta elecçion...” (Cinco libros de Séneca fol. 52r).
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fondo subalterna de la elocuencia con respecto a la calidad doctrinal.18 Ahora bien, el símil con que apuntala su argumentación viene a sugerir que la ciencia (“argentería bien obrada”) constituye un ornamento que confiere dignidad a la belleza formal (“el paño”), esto es, una suerte de plusvalía de la elocuencia. Ese valor añadido es lo que alza a Séneca por encima de Cicerón; a tal punto que excede el dominio propio del orador, para adentrarse en los de la filosofía,19 esto es, en los de la ciencia. Para Alonso de Cartagena la labor traductora no se limita a la mera transferencia idiomática, sino que incluye la orientación de la lectura del texto antiguo. No se le ocultan los riesgos que entraña el acceso de los legos, sobre los que ejerce una suerte de tutela intelectual, al legado doctrinal de los autores antiguos; de ahí que adopte distintos modos de traducción en función del destinatario, desde el apego al genio de la lengua latina para lectores que podían manejar el texto original, a la búsqueda de la ideoneidad expresiva en castellano (Round, “‘Perdóneme Séneca’” 28-29).20 En este punto, no relaja la tensión censora ante las discrepancias entre el texto antiguo y la doctrina cristiana, de las que advierte cumplidamente.21 Las glosas vienen a representar 18 “Ca avnque a Çiçerón todos los latinos reconoscan el primado de la eloquençia, mas segunt
el mundo fabló en muchos logares e no(n) guarnesçió sus libros de tan espesas doctrinas, mas seguió su larga manera de escriuir (e) solle(m)pne, como aquel que con rrasón en el fablar leuó el prinçipado, mas Séneca tan menudas, tan juntas puso las reglas de la virtud en estillo eloquente, como si bordara algu(n)a ropa de argentería bien obrada de sçie(n)çia en el muy lindo paño de la eloque(n)çia” (Cinco libros de Séneca fol. 51r-v). 19 “Por ende non le [= Séneca] deuemos del todo llamar orador, ca mucho es mesclado con
phylosophía” (Cinco libros de Séneca fol. 51v).
20 Sobre el método de las versiones senequistas de don Alonso, ver asimismo Louise Fothergill-
Payne (27-38). Una perspectiva comparatista en Tomás Martínez.
21 “E asý mesmo donde sentý, perdóneme Séneca, alguna conclusyón que contradixiese a
los santos doctores, contradíxele luego porque non le dexásemos con (e)lla passar e el que lo leyese non fuese engañado.” (Cinco libros de Séneca fols. 34v-35r). De ahí que se le califique de “source-driven translator” en Round (“‘Perdóneme Séneca’” 29). No puede ser más radical la diferencia con los criterios de traducción de Bruni, quien, en carta dirigida a Pizzolpasso con motivo de la polémica con Cartagena, sostenía la fidelidad al texto original como imperativo básico del traductor, que no puede erigirse en censor o juez: “Ego uero absurdissimum ... puto ac periculosam nimiam licentiam, ut de interprete fiat aliquis definitor et iudex” (González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero Suárez-Somonte 290). Hay que tener en cuenta que la observación de don Alonso es coetánea de la composición de sus Declamationes, en que rebate las aportaciones de los humanistas en el ámbito de la traducción.
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un espacio de diálogo y discusión con el autor antiguo, al que acepta y valora en tanto que ello sea compatible con la “católica verdad” (Cinco libros de Séneca fol. 35r).22 Se advierte en tales consideraciones la necesidad de poner límite a un entusiasmo excesivo por los autores gentiles, lo cual, dado el contexto cortesano de los trabajos senequistas, apunta a una crítica hacia las veleidades paganizantes, la moda superficial que revestía de ostentosa –aunque precaria– erudición anticuaria la lírica cortesana del Cuatrocientos.23
Un primer balance de la actividad humanística: Las Declamationes (1430) Rigurosamente coetánea de las traducciones senequistas es la defensa de la versión latina tradicional de la Ética Nicomáquea, ante los violentos ataques de Leonardo Bruni: las Declamationes. En 1430,24 estando Alonso de Cartagena en Salamanca, donde acompañaba al rey Juan II en calidad de miembro del Consejo Real, un sobrino del destinatario, Fernán Pérez de Guzmán,25 que se ha identificado con Vasco Ramírez de Guzmán (González Rolán, 22 Análisis de las glosas de esta traducción en Fernández Gallardo (“Tradición clásica, política y
humanismo”).
23 Representada paradigmáticamente por Juan de Mena. Véase Francisco Rico (“Aristoteles
hispanus” 83-94).
24 En el prefacio, Alonso de Cartagena indica que unos cuatro años antes –la indicación no es
del todo precisa: “quadriennio fere post elapso”– había estado en Portugal, ocasión en que le mostraron las traducciones de Bruni de Esquines, Demóstenes y San Basilio (Declamationes 198). El canónigo bracarense que se las facilitó las había adquirido en Italia en 1435 (Lawrance, “Humanism in the Iberian Peninsula” 225); como está documentado que don Alonso estuvo en Portugal en 1426 (Fernández Gallardo, Alonso de Cartagena (1385-1456) 123), bien pudo tener conocimiento de ellas en dicho año. Por otra parte, se documenta asimismo la presencia de Juan II en Salamanca en marzo de 1430, acompañado de su corte (Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, caps. XXXII-XXXIII 53-54). Aunque no se menciona a Alonso de Cartagena, no es imposible su presencia junto con la corte. Ello nos situaría a fines del invierno, lo que cuadra con las indicaciones de las Declamationes. Corrijo, por tanto, lo apuntado en Fernández Gallardo (“En torno a los ‘studia humanitatis’” 218-19). Una primera aproximación a esta obra desde un nuevo planteamiento de la cultura castellana del siglo XV en Ottavio Di Camillo.
25 Alexander Birkenmajer (138). Aunque se propuso como otro candidato a Fernán Díaz de Toledo (Lawrance, “Humanism in the Iberian Peninsula” 224), se inclinan por la atribución tradicional González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero Suárez-Somonte (93). La dificultad que se alzaba para ésta, los agobiantes trabajos curialescos, puede interpretarse como tópico para ponderar sus ocupaciones intelectuales. En el Duodenarium se apela a análogo motivo.
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Moreno Hernández y Saquero Suárez-Somonte 94), le dio a conocer la nueva traducción de Bruni: admiró su elocuencia a la vez que censuró las libertades que el traductor se tomaba y que afectaban al contenido mismo. Que advirtió un serio peligro en el nuevo texto se revela en la inmediata decisión de rebatir los ataques del humanista florentino a la versión tradicional. Constituye, por tanto, la primera reacción coherente y rigurosamente formulada en España ante las realizaciones humanísticas. Don Alonso adopta la forma epistolar: una carta erudita –en todo momento se tiene presente al destinatario con el uso constante de la segunda persona–, que deviene tratado.26 Las Declamationes se estructuran en diez capítulos precedidos de una introducción: los tres primeros se refieren a consideraciones generales, en los seis siguientes se analiza detenidamente y se defiende la pertinencia de la terminología del vetus interpres, en tanto que el último constituye el epílogo. Era ésta una división más accesible para un lector lego que no las questiones y articuli propias del discurso escolástico. En función del destinatario se explica asimismo el tono que preside todo el opúsculo: serenidad y mesura. La discrepancia no excluye el generoso reconocimiento de las excelencias del florentino: he aquí una muestra elocuente de la elegancia y finura del talante intelectual de Alonso de Cartagena, que, como Tácito siglos atrás, discurre sine ira et studio. El conocimiento que ya tenía de la labor traductora de Bruni le permite hacer un balance del quehacer humanístico desde una perspectiva privilegiada: los estudios griegos.27 Con certera clarividencia, don Alonso se percata de la ruptura que pretenden los humanistas: invalidar la tradición del saber encarnada en los textos canónicos, sobre la base de un renovado conocimiento de la lengua latina. Frente al radicalismo innovador, aboga por una actitud integradora: aceptar lo que de válido ofrecía la tradición.28 He aquí una vía intermedia en el conflicto que enfrentaba a los humanistas con la tradición escolástica. 26 “... sed calamo imperaui ne epistolares terminos transiliret” (Declamationes cap. X, 264). Correspondería al género denominado “Philosophical Letters” en Carol A. Copenhagen (15668). 27 Para las realizaciones humanísticas en este campo, ver Grafton y Jardine (99-201). 28 “... nec enim sic noua cudere decet, ut uetera funditus euertamus. Abunde enim gratulandum
est, si antiquis laboribus aliquid adiciamus; sed sic addere uelle, ut ex toto dirimantur recte conscripta, alienum a ratione uidetur” (Declamationes, Prefacio, 200).
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Alonso de Cartagena revela, de este modo, una apertura intelectual hacia las novedades renacientes, cuyo límite estaría marcado por su firme convicción en la idoneidad del paradigma escolástico, representado al respecto por el vetus interpres.29 El propósito de las Declamationes se declara en el epílogo: discutir algunas observaciones del prólogo que Bruni puso al frente de su traducción, en vez de analizar pormenorizadamente ésta. El objeto de debate no es tanto la nueva versión en sí, cuanto los presupuestos epistémicos en que se fundamentaba, la subordinación de la expresión del saber científico a la elocuencia. Alonso de Cartagena no rechaza de plano la traducción de Bruni; refuta, enérgicamente, eso sí, la pretensión de éste de sustituir y arrumbar la versión tradicional. No pretende disuadir de la lectura de la nueva traducción, sino limitar su uso para el conocimiento de la doctrina moral a la condición de instrumento auxiliar, cual glosa o apostilla, del texto canónico del vetus interpres.30 En la medida en que tal exhortación iba dirigida a Fernán Pérez de Guzmán, dicho planteamiento adquiere pleno sentido desde la perspectiva de los lectores legos: les advierte de que si bien encontrarán más cómoda y atractiva la lectura de la nueva versión, en modo alguno podrá ésta sustituir la del vetus interpres, cuya condición de texto canónico se afirma categóricamente. Así, don Alonso se ve de nuevo obligado a plantear la relación entre ciencia y elocuencia, sólo que ahora libre de los condicionamientos de anteriores ocasiones: la necesidad de justificar sus traducciones al castellano. Dado que las Declamationes obedecen a su propia iniciativa, cabe ver reflejada en ellas su opinión más genuina al respecto. No podía ser más adecuada la ocasión, pues se trataba de aquilatar la calidad elocuente de una obra científica, la Ética Nicomáquea,31 de incontestada autoridad. El punto de partida es la 29 Por lo que habría que matizar la oposición que plantea Cesare Vasoli. 30 “Tu uero ... hanc conclussionem assume, ut translationi antiquae, cum moralia quaesieris, adhaereas, traditionem uero modernam, de qua nobis extitit sermo, ut apostillam quandam illis in locis, ubi aliquid tibi apertius explicare uidetur, habeas, in textum autem non acceptes” (Declamationes cap. X, 264). 31 La Ética, en principio ajena al sistema romano de las siete artes liberales, se incluyó en el esquema clasificatorio de las ciencias en la Antigüedad Tardía. Ya figuraba en las Institutiones de Casiodoro (Weisheipl 62-69).
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consideración de las propiedades del discurso científico: precisión y rigor en la expresión, pues lo contrario, la verbosidad, conduce al error en el conocimiento de la realidad. Y es que la palabra ha de amoldarse a la realidad.32 Por otra parte, la subordinación de la expresión científica a la elocuencia constituye un error, pues la función de ésta es persuadir,33 mientras que la ciencia aspira a la rigurosa intelección de la realidad. Don Alonso deslinda con precisión los ámbitos de la ciencia y la elocuencia, atendiendo a sus finalidades intelectiva y persuasiva, respectivamente. En la medida en que la latinidad que Bruni propone como norma elocuente responde al modelo ciceroniano, se imponía una consideración sobre su idoneidad como norma para la terminología de la ética (Declamationes cap. V, 224). Alonso de Cartagena procederá, por tanto, a la evaluación de la calidad doctrinal de los escritos de Cicerón. Desde esta perspectiva la polémica constituye un capítulo destacado de la historia del ciceronianismo (Morrás, “El debate entre Leonardo Bruni y Alonso de Cartagena” 39). Desde los presupuestos aristotélicos, revela tras implacable análisis las fallas doctrinales de Cicerón (Declamationes cap. V). Ahora bien, no sólo muestra el ceño severo del escolástico que juzga con rigor la doctrina moral del autor pagano, sino que exhibe asimismo el gesto amable de quien estima su elocuencia. La referencia a las versiones que de Esquines y Demóstenes hizo el Arpinate, aun cuando no exenta de malicia, manifiesta una aguda conciencia de la función de la traducción como mediación de culturas.34 Para don Alonso, Cicerón 32 “Nec enim in philosophia uerba sine freno laxanda sunt, cum ex improprietate uerborum
error ad ipsas res paulatim accrescat” (Declamationes cap. IV, 214). Se ha señalado como núcleo de la polémica la relación entre res y verba. Bruni alteraría la jerarquía tradicional al establecer la preeminencia de la palabra (Grassi 46-47).
33 “... qui scientiarum districtissimas conclusiones eloquentiae regulis subdere uult, non sapit,
cum uerba addere ac detrahere ad persuasionis dulcedinem pertinet, quod scientiae rigor abhorret” (Declamationes cap. V, 232). Así, don Alonso revela una clarividente conciencia de los diferentes ámbitos de acción de humanistas (oradores) y escolásticos (cultores de la ciencia); véase al respecto Paul Oscar Kristeller “Humanism and Scholasticism in the Italian Renaissance”, especialmente 577-81. 34 “... qui [= Cicerón] cum de optimo modo dicendi dissereret, has se transtulisse non modicum
gloriatur in praefatiuncula sua illarum materiam competenti declaratione demonstrans...” (Declamationes, Prefacio, 198). Cicerón, De optimo genere oratorum 5-7. Sin embargo, Bruni, airado por la sospecha de plagio que dejaba caer don Alonso, se mofaría de la pretendida erudición ciceroniana que revela esta observación en carta dirigida a Pizzolpasso (Cartas 270).
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contribuyó a difundir los tesoros de la elocuencia griega, representados por Demóstenes y Esquines. Esa función mediadora se le presenta con tanta más evidencia cuanto que al leer las traducciones de Bruni se había percatado de la magnitud de los tesoros de doctrina y elocuencia ocultos hasta entonces bajo el velo de una lengua ignorada. Ahora bien, el planteamiento de don Alonso va más allá del debate ciceroniano para abordar la evaluación de la aportación de los autores antiguos (además de Cicerón, Séneca, los estoicos), esto es, los oradores, los cultores de la elocuencia, a la doctrina moral. Ello le permitirá situar la estimación de la aportación de Cicerón en el marco del legado de la Antigüedad. Así, la entusiasta valoración de Séneca constituye una refutación de la preeminencia concedida al Arpinate como norma idiomática en el discurso moral. No sólo se afirma inequívocamente la superioridad de la elocuencia de Séneca sobre la del resto de los autores paganos,35 debido a que es el que más se acerca a la fe católica. En este punto, don Alonso alude a la legendaria relación epistolar con San Pablo, que le permite sugerir su santidad.36 Mas ello no obsta para que se le pueda atribuir análoga crítica a la de Cicerón: la debilidad en el tratamiento científico de cuestiones morales (Declamationes cap. V, 230-32). La argumentación va dirigida certeramente al fundamento de la nueva versión de Bruni: la ideoneidad de la latinidad de Cicerón para la expresión de la doctrina moral. La conclusión del castellano es terminante: la elocuencia no es garantía de calidad científica, ergo los oradores no pueden ser invocados como autoridades en debates científicos, pues de tal índole era, al menos para él, la discusión que entonces le ocupaba. De ahí que en una consideración científica de la moral sea preferible la autoridad de Aristóteles a la de Cicerón (Declamationes cap. V, 226-28). El Aristóteles aducido no es sino el transmitido por el vetus interpres, en un latín técnico, horro de elocuencia, pero que permite un análisis riguroso y exacto de la doctrina moral.
35 “Omnes gentilium scriptores excellit” (Declamationes cap. V, 230). 36 “Sanctum illum fuisse pie possumus opinari...” (Declamationes cap. V, 230). Sobre la leyenda
del cristianismo de Séneca, ver Arnaldo Momigliano (1950). Se advierte análogo planteamiento al que llevó a Erasmo a proclamar la santidad de Sócrates en su Convivium religiosum. Para su valoración en el marco del pensamiento humanístico, ver Rico (El sueño del humanismo 137-38).
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La experiencia basiliense (1434-1439) En mayo 1434 la corte castellana decidió enviar una embajada solemne al concilio reunido en Basilea. De ella formaría parte Alonso de Cartagena. Su actividad en el concilio, hasta 1439, constituye el episodio más destacado de su carrera política y eclesiástica: allí obtuvo la mitra burgalesa. No menos proficuos fueron esos años desde el punto de vista cultural. A los contactos episódicos que hasta entonces había mantenido con las realizaciones del humanismo les suceden unas relaciones con destacados humanistas, que van a constituir un importante impulso en la recepción castellana de las novedades literarias de Italia. Allí trabó amistad con Ambrogio Traversari, general camaldulense y representante de Eugenio IV en el concilio, quien tradujo para él un texto de Gregorio Nacianceno,37 posiblemente a raíz de la muerte de su padre, Pablo de Santa María, acaecida en 1435. Las perspectivas atisbadas al conocer en Portugal las traducciones de Bruni se aplican ahora a la recuperación de la patrística griega, actividad característica del humanismo cristiano, veta que Traversari encarna paradigmáticamente (Stinger).38 De mayor calado fue la amistad que a raíz de la polémica sobre la versión latina de la Ética Nicomáquea uniría a Cartagena con Bruni, Pier Candido Decembrio y Poggio Bracciolini, figuras capitales del humanismo italiano. Los tres hubieron de rendirse a la evidencia del saber y la probidad intelectual de don Alonso, de la elegancia con que terció en una polémica donde el improperio y el desabrimiento eran norma común. Éste dedicó años más tarde un emocionado recuerdo al intercambio epistolar con Bruni.39 Más fructífera aún fue la relación con Decembrio, que se plasmó en la colaboración en la versión de la República de Platón. A la amistad con Poggio se debe la difusión en Castilla de algunos opúsculos suyos.40 37 Posiblemente la Funebris oratio in patrem, praesente Basilio, Oratio XVIII (Migne 35, cols. 9851044); Fernández Gallardo (“En torno a los ‘studia humanitatis’” 227-28). 38 Para esta veta del humanismo, ver August Buck (Studien zu Humanismus und Renaissance,
366-80).
39 “... vn discreto orador, mi muy espeçial amigo, con quien por epístolas oue dulçe comerçio...”
(Qüestión 353).
40 De la correspondencia con Bruni no se ha conservado ninguna carta (Brunus y Mehus). De la mantenida con Decembrio se poseen 18 cartas: ver Hankins (Plato in the Italian Renaissance
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La carta será el cauce en que se anuden y consoliden tales amistades. El intercambio epistolar crea una solidaridad cimentada en la conciencia de compartir una común vocación estudiosa, que constituye el marco de la difusión de los valores del humanismo. No es casual que la segunda carta de Cartagena a Decembrio incluya un amplio excurso sobre la amistad que surge de la “honestarum doctrinarum participatio” (Carta III, 358-60).41 Basilea fue un activo centro de comercio de libros (Lehmann 270-80); no en vano allí se situaría una de las imprentas más dinámicas del siglo XVI, la de Froben, editor de Erasmo. Alonso de Cartagena seguramente encontró allí el ambiente adecuado para satisfacer su curiosidad intelectual. En carta dirigida a Decembrio en 1438, por tanto, durante su estancia en Basilea, se refiere a su pequeña biblioteca (“bibliotheculam meam”), lo que apunta a una colección personal. Además de algunos libros traídos de Castilla, aquélla hubo de enriquecerse con adquisiciones hechas en la sede conciliar, como la obra a que allí se refería, la traducción de la República de Platón debida a Uberto Decembrio (Carta VIII, 384).42 Asimismo, hay que suponerle interesado por Quintiliano.43 En definitiva, la bibliofilia de don Alonso revela una apertura intelectual, que en modo alguno se condice con el escolástico rígido y conservador que suele presentarse enfrentado a Leonardo Bruni. De no ser por su misión diplomática en Basilea, de seguro las Declamationes no habrían rebasado los círculos literarios castellanos. Al partir hacia el concilio, hubo de llevarse don Alonso su “pequeña biblioteca”, incluidas sus propias 2: 577-93), para la relativa a los trabajos platónicos, y González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero Suárez-Somonte (352-435) para la totalidad. Se conserva una carta de Poggio a Cartagena, editada en Andrés Soria Olmedo (223-24). Visión de conjunto sobre las relaciones personales con los humanistas italianos en Gómez Moreno (67-80). 41 Para el ideal de amistad que subyace en la relación epistolar, ver Giles Constable (16) y Jean
Leclercq.
42 Esta versión será la citada en el discurso pronunciado ante el emperador Alberto II, el 20 de
noviembre de 1438 (Cartagena, Proposicio (...) coram domino Rege Romanorum fol. 533r; Platón, La república, I, 346e (90). Para el significado de esta cita en la tradición platónica de Castilla, ver Fernández Gallardo (“En torno a los ‘studia humanitatis’” 238).
43 Puesto que Bruni, para ponderar las inquietudes intelectuales del castellano, le hace lector de
la Biblia, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Arcesilao, Cicerón, Séneca y Quintiliano, y aquél protesta, molesto porque se le endosara la lectura de Teofrasto y Arcesilao, según indica Bruni en carta a Pizzolpasso (272-74), se colige que Quintiliano sí que ocupaba sus ocios eruditos.
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obras. Una vez en Basilea decidió dar a conocer su refutación de la crítica de Bruni al vetus interpres (González Rolán, Moreno Hernández y Saquero Suárez-Somonte 100), si no es que tal iniciativa partió de su amigo Francesco Pizzolpasso, a la sazón obispo de Milán. Si se atiende al perfil intelectual de éste, sensible a las aportaciones del humanismo, pero apegado a la tradición (Fubini 336), se hace más verosímil que él fuera el responsable de la difusión en los medios humanísticos de las Declamationes: tal vez como antídoto frente al empuje iconoclasta de quienes pretendían, fascinados por las nuevas herramientas filológicas, romper con la tradición. Sea como fuere, en 1436, el obispo de Milán envió una copia de las Declamationes a Bruni; la respuesta no se hizo esperar, el 15 de octubre del mismo año el florentino le contestó, rechazando con acritud y altivo desdén las objeciones del contendiente castellano. Éste es el punto de partida de uno de los episodios polémicos más destacados del humanismo.44 Cabe suponer una temprana difusión del rumor de la polémica: unas semanas más tarde, Bruni refirió a Bernabeo de Siena pormenores del intercambio epistolar con Pizzolpasso sobre este asunto (Birkenmajer 149), lo que pone manifiesto una suerte de expectativa en los medios humanistas por la polémica desatada. Alonso de Cartagena respondió, a su vez, a fines de 1436 o principios de 1437, confirmando sus puntos de vista, lo que motivó la intervención de Pier Candido Decembrio, que por su cuenta y riesgo salió en defensa de Bruni, abriendo un segundo frente de discusión. Éste preparó una segunda carta, iniciada en 1437 y terminada el año siguiente, en que suavizaba considerablemente las aristas polémicas. No pudo responder el castellano porque tuvo que partir al corazón de Centroeuropa, en misión diplomática cerca de la corte imperial (Fernández Gallardo, Alonso de Cartagena (1385-1456) 209-27). El debate quedó cerrado en este frente. Pizzolpasso se esforzó por reconducir la polémica con Decembrio a unos cauces más serenos. Y lo consiguió. Finalmente, Decembrio reunió una suerte de antología comentada de la polémica, que incluía piezas completas e indicación de títulos, y que denominó Declamationes. Cartagena recibió un ejemplar, cuyo acuse de recibo figura en carta que se ha fechado entre 1447 y 1450 (Carta XV, 416). 44 Precisa exposición de los avatares de la polémica en González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero Suárez-Somonte (95-103).
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Cuando aún resonaban los ecos de la polémica sobre Bruni, se anuda una amistad que fructificaría en la colaboración en la versión latina de la República de Platón. Al disculparse ante Decembrio por no poder participar en el debate al que le invitaba, don Alonso mostraba gran interés por sus trabajos platónicos.45 Así, le indicó que había comenzado un opúsculo sobre los libros de Platón cuyos títulos había señalado Decembrio a Pizzolpasso.46 La mutua simpatía que desde un primer momento sienten reposaba sobre la base de una cierta afinidad intelectual, en la medida en que los criterios de traducción de Decembrio se caracterizan por un mayor apego al texto griego, al punto de aceptar algunos de los grecismos proscritos por Bruni (Hankins, Plato in the Italian Renaissance 1: 120-23). A lo largo de la correspondencia, afloran las cuestiones que interesaban a Cartagena. Ocupan un destacado lugar las de carácter léxico,47 pues no en vano la polémica con Bruni se había centrado en la discusión de la propiedad de determinadas palabras, cuya exacta delimitación semántica era decisiva desde un punto de vista doctrinal, a la vez que permitía ilustrar pormenores de la versión latina de la Ética de Aristóteles (Carta V, 370). Tal vez atraían más poderosamente su atención las repercusiones doctrinales de la traducción. La constatación de divergencias con respecto a los planteamientos aristotélicos –como cuando compara la doctrina de ambos autores sobre los diferentes regímenes políticos– (Carta V, 366) imponía una reevaluación de lo que hasta entonces era la doctrina canónica. 45 La carta ha sido fechada por su editor en 1437 (González Rolán, Moreno Hernández, y Saquero
Suárez-Somonte 354). Historia de la traducción de la República hecha por Decembrio en Hankins (Plato in the Italian Renaissance 1: 122-26). Para el interés de Cartagena por Platón, Round (Libro llamado Fedrón 88-94), aunque la relación epistolar con Decembrio desmiente la siguiente afirmación: “The scholar-prelates Alonso de Cartagena ... and “El Tostado” ... had no special or central concern with Plato” (88). Ese interés por Platón se extiende a todo el legado griego. La fascinación de don Alonso por esta faceta de los studia humanitatis se manifiesta elocuentemente en la alegría sinceramente sentida ante la noticia de nuevas traducciones de autores griegos: “... animus meus quodam interno gaudio laetatur, cum ex antiquissimis scriptis graecorum aliquid de nouo ad nostram notitiam deducitur” (Cartas I, 354). Para la tradición platónica medieval, Ernst H. Kantorowicz.
46 Carta III, 362, fechada por su editor en 1438. 47 Así, requiere de Decembrio, por tanto, la explicación de algunos vocablos (Carta IV, 364).
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Ahora bien, si para Decembrio, llevado por su entusiasmo como traductor, las discrepancias observadas constituían una refutación de la autoridad del Estagirita, Alonso de Cartagena mantendrá incólumes sus convicciones escolásticas, afirmando la prelación de Aristóteles, cuya autoridad estima superior a la de su maestro (Carta V, 368; Proposicio, fol. 533v). Se perfila así un debate entre aristotelismo y platonismo, en el que Cartagena, aun cuando abierto a las aportaciones introducidas por los nuevos textos, se mantiene firmemente apegado al paradigma escolástico, que no sufre la menor mella (Fernández Gallardo, “En torno a los ‘studia humanitatis’” 23941). De mayor alcance es la consideración de las relaciones entre platonismo y cristianismo. Don Alonso se acoge a la doctrina patrística, para validar el legado de Platón, que habría prefigurado el dogma de la Trinidad (Carta III, 362; Fernández Gallardo, “En torno a los ‘studia humanitatis’” 238-39). Desde un primer momento, Alonso de Cartagena colaboró activamente en la labor traductora del milanés.48 Éste, convencido de la valía intelectual del castellano, somete a su consideración la versión del libro I (Carta VII, 377). La respuesta no se hizo esperar. A pesar de sus numerosas ocupaciones, don Alonso cumplió el encargo de su amigo. Se trata de menudos pormenores textuales que no especifica en la carta con que devuelve el texto corregido. Pero lo que resultaba más valioso para Decembrio era la erudición aristotélica de Cartagena. En efecto, éste propone dos líneas de investigación: qué aspectos de la doctrina platónica asumió Aristóteles y las divergencias entre ambos filósofos (Carta VI, 376). El milanés, al solicitar la supervisión del jurista castellano, estaba requiriendo la pericia del escolástico versado en el corpus doctrinal aristotélico. Asimismo, don Alonso sugiere unas estrategias en la ordinatio del texto para facilitar la lectura: indicación de los intervinientes en el diálogo platónico y división en capítulos, conforme a los asuntos desarrollados (Carta VII, 386-88). Se perfila así un modo de lectura del diálogo platónico cual texto escolástico que requiere las articulaciones internas adecuadas para su estudio. En este punto, se marca la distancia 48 No hay que perder de vista que la traducción de textos griegos al latín constituía uno de
los géneros literarios característicos del humanismo (Kristeller, “The Scholar and his Public” 15-16).
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entre el acceso del humanista, sensible al fluir del logos, y el del jurista que fragmenta el texto antiguo para ajustarlo a las coordenadas analíticas escolásticas.49 Y sin embargo, es precisamente en la correspondencia con Decembrio, muy significativamente en la primera carta, donde Alonso de Cartagena utiliza por vez primera la expresión studia humanitatis.50 He aquí el primer testimonio hispano del marbete que designa el quehacer de los humanistas. No deja de ser problemático este su primer uso. Studia humanitatis, por un lado, y filosofía moral, por otro –pues el genitivo moralis philosophiae hay que referirlo a doctrinas: ¿términos diferenciados, esto es, complementarios, o más bien equivalentes? Dado el contexto –se trataba de la discusión sobre la nueva versión de Bruni de la Ética Nicomáquea– se impone la segunda opción: puesto que no dejaba de ser novedosa la expresión para el castellano, parece querer precisar inequívocamente la índole de sus ocupaciones estudiosas, tal vez porque era consciente de la dispersión semántica que dicha expresión tenía. La nota que destaca en ellos es la conjunción de utilidad y deleite. Don Alonso se siente partícipe en esta actividad. El interés mostrado en esa misma carta por la versión de la República de Platón pone de manifiesto que, en la concepción que de los studia humanitatis tenía por aquellas calendas, ocupaba una posición nuclear el estudio de los autores antiguos que trataban de filosofía moral51 y la traducción del legado griego. Mas no se trata tanto de actividad filológica, cuanto de la contribución crítica de quien dominaba los fundamentos doctrinales del texto traducido. A este respecto, el propio Cartagena ofrece una noticia preciosa sobre la metodología seguida en sus 49 Esa sensibilidad humanista ante la vitalidad de la palabra hablada culminará en Erasmo, sobre
cuyo estilo, que no se amolda al clasicismo ciceroniano, se ha dicho: “Es ist die Lebendigkeit des Gesprächs ... es ist der Fluß der Rede...” (Rüegg, Cicero und der Humanismus 69-70). Que en este punto se expresa el jurista se comprueba acudiendo al tratado Ars et doctrina docendi et studendi del canonista de la generación siguiente, Juan Alfonso de Benavente, a los apartados dedicados al estudio de las rúbricas (§46).
50 “... in quibus non humanitatis studia gratissima, non moralis philosophiae, nedum perutiles
sed iocundissimas ac suaues doctrinas pertractari sub otio gratissimo licet” (Carta I, 352).
51 Y es que los autores clásicos constituían el objeto primordial de los studia humanitatis
(Petersen 64).
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trabajos platónicos: compulsaba los pasajes oscuros de la nueva versión con el original y con la traducción de Uberto Decembrio (Carta VIII, 384).
De nuevo en Castilla y la plena madurez intelectual Ya en Castilla, de vuelta de Basilea, Alonso de Cartagena mantuvo su relación con Decembrio. Tal vez la experiencia durante su reciente misión diplomática de los réditos políticos producidos por el mecenazgo le moviera a sugerir al rey Juan II que solicitara trabajos literarios de un reputado humanista como su amigo Pier Candido. Sabedor de que éste trabajaba entonces en la versión latina de la Ilíada, gestionó el regio encargo. En carta fechada el 10 de marzo de 1442, le sugirió el envío del libro I con una solemne dedicatoria, a la vez que le animaba a visitar España (Carta X, 396-98), tal vez la primera noticia de invitación de humanistas italianos a Castilla. La respuesta no se hizo esperar: el 30 de abril, Decembrio le comunicó su propósito de enviarle los cinco libros que tenía entonces traducidos y el solemne prefacio (Carta XI, 400).52 Unos cinco años más tarde, Cartagena le comunicó al milanés que había recibido el libro I y el prefacio, y que se apresuró a enviárselos al rey. Le animaba a que completara la traducción para que la poesía de Homero pudiera ser disfrutada por los doctos hispanos (Carta XV, 419).53 La liberalidad del mecenazgo regio se plasmaría en la concesión de divisas al humanista milanés, esto es, en honores caballerescos (Carta XVII, 430-32). En su correspondencia con Decembrio, no desaprovechaba Alonso de Cartagena la ocasión para requerirle traducciones de autores griegos. Resulta significativa la observación con que encarece su petición: tales versiones serán beneficiosas para la gloria del milanés y para su quehacer gustoso (Carta XIII, 404). Gratum officium: si en dicha expresión se plasma su conciencia de estudioso, habrá que reconocer que un componente destacado de su actividad intelectual era la difusión de los tesoros del saber griego merced a su amistad con destacados humanistas italianos. Desde Roma, Pier Candido le contesta 52 Se identifican tales piezas como los libros I, II, III, IV y X, la dedicatoria a Juan II y la Vita Homeri en González Rolán, Moreno Hernández y Saquero Suárez-Somonte 449. 53 Para las vicisitudes de la versión latina de la Ilíada en la Castilla del siglo XV, ver González
Rolán y Saquero Suárez-Somonte, (“Sobre la presencia en España de la versión latina de la ‘Ilíada’ de Pier Candido Decembrio”) y Serés.
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prometiéndole, cuando dispusiera de copista adecuado, el envío de algunas traducciones, a la vez que le informaba de lo que por entonces le ocupaba: el opúsculo platónico De amicitia y el libro XVI de Diodoro Sículo (Carta XIV, 406).54 La amistad con Bracciolini fue asimismo fructífera para la difusión de las novedades literaras italianas en la Castilla del siglo XV. De la correspondencia con Poggio sólo se conserva una carta de éste, fechada en 1443. Le agradece a Cartagena su docto juicio sobre su opúsculo De infelicitate principum, en el que se transparenta una amable discusión.55 Se disculpa de no poder corresponder, por carecer del sosiego necesario, a la petición del castellano: un opúsculo sobre la gloria de los príncipes (Soria Olmedo 23-24). Es lo más probable que se deba a sugerencia del obispo de Burgos la deleitosa dedicación de Juan II a la lectura de Poggio. Éste muestra su satisfacción por el aprecio del rey castellano hacia sus escritos y le comunica el envío de Contra hypocritas y Tres disputatiuncolae, a la vez que le informa de una suerte de espejo de príncipes compuesto por Jenofonte, la Vita Cyri Persarum regis (Soria Olmedo 222),56 ¿acaso como reclamo para que Juan II solicitara su versión latina? Se comprueba, de este modo, la amplitud de la empresa cultural promovida por Alonso de Cartagena en la corte castellana: la difusión de la obra de los humanistas italianos, tanto traducciones de textos griegos como obras originales.
Ambigüedad y reticencias estamentales ante las demandas de la nobleza Distinto cariz presenta la actitud que muestra ante la petición del conde de Haro, que reclamaba insistentemente del prelado burgalés algunos escritos de contenido académico “aliqua scripta scolastici exercicii”. La Epistula (ca. 1440) contiene una amplia reflexión sobre la dimensión social del saber, 54 Se han identificado dos manuscritos salmantinos con sendos regalos de Decembrio a Cartagena
(Gómez Moreno 70).
55 “... plura scribis in meam commendationem, multa de meo libello graviter, et magna cum
dicendi copia disputas...” (Soria Olmedo 223).
56 Para la presencia de la obra de Poggio en España, ver González Rolán y Saquero Suárez-
Somonte (“El Humanismo italiano en la Castilla del cuatrocientos”)..
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centrada en la idoneidad de las ocupaciones estudiosas del estamento nobiliario. En este punto resulta significativo que en vez de la expresión studia humanitatis utilice una suerte de perífrasis: “studiis claritati humani intellectus congruentibus” (cap. 3, 36). Al hilo de tales consideraciones, ofrece un canon de lecturas para los caballeros, que revela una visión parcial de los studia humanitatis. Distingue tres apartados: ciencia, oratoria e historia. En el primero incluye a Aristóteles y Platón; en el segundo, a Cicerón y Séneca; en el tercero, las crónicas verdaderas (“que vera narrant”). Su finalidad: ad mores regendos, mediante la exposición doctrinal o la persuasión (“docendo vel excitanto”). De entre tal repertorio, el caballero ha de escoger conforme a sus posibilidades e inclinación (Epistula, cap. 9, 53). Si se atiende al programa humanístico tal y como tiende a fijarse en la primera mitad del siglo XV, articulado en torno a cinco disciplinas (gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral: Kristeller, Renaissance Thought 22; Buck, Guthmüller, Kohut y Roth, Studien zu Humanismus und Renaissance 112-13), habida cuenta de que los rudimentos del trivium se recomiendan en el capítulo siguiente, sólo quedaría excluida la poesía, que, desde una óptica rigorista aunque sensible a las cualidades literarias, se condena por obscena e incitadora al pecado.57 Y aun así, sólo se delimita un tipo específico de poesía, la lírica amorosa y toda aquella que incite a liviandades, por lo que no se trataría de una “condenación cabal de poesía pagana” (Lawrance, Un tratado de Alonso de Cartagena 50 n49): la poesía heroica quedaría, por tanto, al margen de tal censura. No hay que perder de vista que Homero era alegado por Aristóteles en su Ética, con lo que venía a adquirir una suerte de autoridad moral. Y en efecto, don Alonso cita a Homero por mediación del Estagirita.58 Se observa, pues, una profunda inspiración ética en las actitudes culturales de Cartagena, a la vez 57 “A libris itaque illis abstinendum erit, qui ad inhonestatem videntur allicere, uti sunt amatoria,
bucolica, aliaque poetarum figmenta, que, licet eloquenti stillo et acuta inventione composita sint, magnamque ingenii elevationem ostendent, cum mirabili compositione metrorum exquisitisque verbis coagulata dulcem saporem conficiant, in nonnullis tamen eorum materia obscaena et provocativa libidinum est” (Epistula, cap. 9, 50). Más que atender a la diferencia con los humanistas italianos, ciertamente más tolerantes hacia el legado pagano, habría que constatar la coincidencia con Nebrija, que en su opúsculo pedagógico La educación de los hijos reprueba con mayor rigor aún la poesía carente de utilidad moral. Y es que no hay que perder de vista “la incapacidad del Humanismo para comprender la literatura tal como hoy la entendemos” (Ynduráin 408). 58 Memoriale fols. 21v y 22r ; Aristóteles, Ética Nicomáquea, 1116a, 197. Qüestión 356.
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que una cauta apertura a las novedades literarias italianas, dentro de unos cauces de estricta moralidad. Ahora bien, no se condicen ciertamente las graves consideraciones sobre los afanes estudiosos de los nobles con la sugerencia de que tan culto magnate lea la Cathoniana confectio. Considerar la Epistula como una boutade (Lawrance, “La autoridad de la letra” 88) tal vez sea excesivo. Tal vez la clave de la ambigüedad que presenta la respuesta al conde de Haro resida en la exacta naturaleza de la petición de éste. Scolastici exercicii: en este sintagma cabe incluir la actividad reservada a los profesionales del saber, a los letrados universitarios, cuyo cultivo por parte de los caballeros podía redundar, a juicio de don Alonso, en detrimento del orden social. Es probable que la curiosidad intelectual del conde de Haro derivara hacia cuestiones estrictamente académicas, ante lo cual hubo de mostrarse alertado el obispo de Burgos, poseedor de un profundo sentido de las obligaciones estamentales.59 Aun así, no hay que perder de vista el canon de lecturas propuesto y su inequívoca inspiración humanística, una adaptación a las posibilidades intelectuales de la nobleza castellana del siglo XV.
Una propuesta esperanzada: el Duodenarium (1442) Y sin embargo, ante la petición de su amigo Pérez de Guzmán, don Alonso exhibe un talante sensible a los afanes estudiosos de la nobleza. No sólo la estrecha amistad con el señor de Batres, sino la índole de las cuestiones que éste le planteó están en la base de la cordialidad con que accede a responder. Ahora sí estimaba pertinente la curiosidad del caballero entregado al estudio; de ahí que asumiera complacido la condición magistral y comunicara generosamente su saber enriquecido tras la experiencia basiliense. El Duodenarium (1442), como reza el título, se proponía dar respuesta a doce
59 Con todo, se advierte en la Epistula, comparada con las consideraciones del Prólogo a De los
ofiçios, un criterio más abierto con relación a las ocupaciones estudiosas de la nobleza. Admite ahora la lectura de Aristóteles – tal vez pensara en la elegante versión de Bruni. La inclusión de Platón revela cómo la experiencia basiliense, su colaboración con Decembrio, contribuyó a mitigar las rigideces estamentales de sus primeras obras.
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cuestiones, pero quedó incompleto.60 La obra se compone de un prólogo en forma epistolar, como es habitual en sus obras, y el desarrollo de las cuatro primeras cuestiones. A su vez, éstas, dada la amplitud de la exposición, se dividen en capítulos: la primera en siete, la segunda en trece, la tercera en veintiocho y la cuarta en veintiséis. Don Alonso se acoge al modelo agustiniano para justificar la estructura de su obra.61 Por un lado, la autoridad de uno de los Padres de la Iglesia, por otro, las inevitables resonancias escolásticas del término questio apuntan a unos referentes intelectuales centrados en la tradición cristiana y en los usos académicos entonces vigentes, y que revelan unas actitudes culturales si no conservadoras, al menos cautas, distantes, por tanto, del entusiasmo por el acceso al legado antiguo que mostraba cerca del rey Juan II. La curiosidad del señor de Batres se extiende a las siguientes cuestiones: la prelación entre el emperador y el rey, la diversidad de las lenguas, cuál de los reyes anteriores fue el mejor, quién merece mayor elogio, si el mejor varón o la mejor mujer. Asuntos políticos, el debate sobre la mujer y el problema de la lengua: tales eran las inquietudes intelectuales de los ambientes cortesanos, en las que se observa una cierta sensibilidad hacia las cuestiones propias del humanismo, que habrá que atribuir a la influencia de las novedades italianas.62 De especial interés es la respuesta a la segunda cuestión: una meditada reflexión sobre el lenguaje, hecha desde una madurez enriquecida por su 60 Ausente en el inventario de la biblioteca de este magnate publicada por Robert Brian Tate (1965, 99-101), aparece, sin embargo, en el más completo que recientemente ha dado a conocer Vaquero (144). Esta obra capital sólo ha merecido un breve trabajo de Breslin. Le he dedicado un amplio capítulo en mi Tesis Doctoral, Alonso de Cartagena: Iglesia, política y cultura en la Castilla del siglo XV (1229-1392). 61 “Audi ergo libellum duodecim questionum tua(rum), quem, si vis, Duodenariu(m) appella,
non illa subtilitate ac celsitudine conscriptum, qua Augustinus librum, qui octoginta (et) trium questionum uocat(ur), composuit” (Duodenarium fol. 2va). La obra tomada como modelo es, efectivamente, San Agustín, De diversis questionibus octoginta tribus liber unus. Se trata de un variado repertorio de cuestiones doctrinales y filosóficas, en que cada una de ellas presenta un somero desarrollo. 62 En el inventario de la biblioteca de Pérez de Guzmán figura un volumen atribuido a Decembrio
(Vaquero 144): ¿las Declamationes o cualquier traducción del milanés? Resulta, por tanto, inadecuada la imagen de una nobleza castellana reluctante a las letras, propuesta en Round, “Renaissance Culture and its Opponents”. Ver asimismo Peter E. Russell. Matizado planteamiento en Morrás (“Sic et non: En torno a Alfonso de Cartagena” 344-46).
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experiencia ante el quehacer humanístico. Los fundamentos teóricos son netamente aristotélicos y tomistas. Parafrasea y cita por extenso la Política de Aristóteles en sus consideraciones sobre la dimensión social del lenguaje, a la vez que incluye la exégesis del Aquinate para justificar el apartamiento ascético, contrario a la naturaleza sociable del hombre. Para la exposición etimológica acude al Catholicon (Duodenarium fol. 8va-b; Janua, Catholicon s.v. Lingua). Y entre tal cúmulo de referencias escolásticas se incluye la personal y peculiar aportación de Alonso de Cartagena a una de las polémicas más relevantes del humanismo: la relativa a la primitiva lengua de los romanos.63 Y es que había que justificar la ausencia del latín, una de las tres lenguas sagradas, entre las resultantes de la confusión babélica. Para el prelado burgalés la razón es bien sencilla: el latín es una lengua que no se corresponde con ningún territorio concreto, sino que se aprende en la escuela mediante el arte gramatical (Duodenarium fol. 12ra-b). Al indicar que la lengua de Virgilio y Cicerón sólo era accesible a los doctos, estaba haciéndose eco de la tesis de su amigo Bruni. Es de destacar la apelación al griego moderno, a su experiencia personal en Basilea: allí pudo constatatar cómo algunos que manejaban los textos griegos ignoraban el griego vulgar y, viceversa, quienes utilizaban éste no podían entender el griego de los doctos (Duodenarium fol. 12vb).64 Desde la perspectiva de su experiencia en la labor traductora de los humanistas, sus consideraciones sobre la lengua escogida para responder a su amigo Pérez de Guzmán ofrecen especial significación, cuestión que en las Declamationes no parece haber sentido necesario tratar. A cada orden social le corresponde una lengua: al guerrero, la vernácula; al clérigo, la latina (Duodenarium fol. 14rb-va). Ésta se erige, pues, en atributo estamental de la 63 Tuvo lugar en 1435, en la antecámara del papa Eugenio IV, entre Leonardo Bruni, Biondo
Flavio, Santonio Loschi, Cencio Rustici, Andrea Fiocchi y Poggio Bracciolini. Loschi, Rustici y Bruni sostenían una radical diferencia entre la lengua del pueblo y la de oradores y poetas; Biondo y Poggio afirmaban, por el contrario, que pueblo y oradores y escritores compartían la misma lengua. Polémica fecunda que contribuyó a precisar la consideración de la naturaleza del latín, de su relación con las lenguas vulgares y de las variedades sociales de la lengua, sentó las bases de uno de los tópicos fundamentales del humanismo, la cuestión de la lengua. Sobre ella, ver la obra fundamental de Mirko Tavoni. 64 . Detenido análisis de la presencia de la polémica en el Duodenarium en Fernández Gallardo, “Latín y vulgar” 20-25.
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clerecía. Ahora bien, a renglón seguido, incluye una entusiasta valoración de la cualidades elocuentes del castellano. Parte de un concepto de elocuencia que rebasa la mera excelencia formal e incluye la calidad de los contenidos y la fuerza persuasiva,65 a la vez que afirma las posibilidades elocuentes de cada lengua.66 El elogio del castellano se fundamenta en las realizaciones de sus autores, el Marqués de Santillana y el propio Pérez de Guzmán. Así, enfrentado al latín, adquiría pleno reconocimiento la dignidad del castellano. Los argumentos utilizados revelan la prosapia humanística del planteamiento (Fernández Gallardo, “Latín y vulgar” 59-61).67 En el Duodenarium aparece de nuevo, en dos ocasiones, la expresión studia humanitatis. La primera, en el prólogo, al ponderar la dedicación estudiosa del destinatario.68 El deíctico “hiis” indica inequívocamente que para don Alonso las ocupaciones eruditas del señor de Batres, tal y como se perfilan en las cuestiones planteadas, podían incluirse en el marbete en cuestión. La otra figura al final de la segunda cuestión se asocia con una referencia que viene a destacar una faceta de interés.69 En efecto, “scolastica palestra”, más que designar las disputas académicas propias de la vida universitaria, apunta probablemente a las discusiones y polémicas a que tan proclives eran los humanistas y que el propio Cartagena experimentó con Bruni y Decembrio. En este punto, el prelado burgalés retiene un aspecto fundamental del humanismo, tal y como lo concebían sus cultores italianos: el contraste de opiniones y pareceres que 65 “Nam non in uerbis solum, set in ipsa qualitate materie dicendiq(ue) ordine ac pondere sentenciarum (et) persuadendi vigore eloquencia uera consistit” (Duodenarium fol. 14vb). “Rhetorica est bene dicendi scientia in civilibus questionibus, eloquentia copia ad persuadendum iusta et bona” (Isidoro, Etymologiae II.1.1). 66 “Habet enim quecumq(ue) lingua rettoricam suam” (Duodenarium fol. 14vb). Bruni había
hecho análoga afirmación (Fernández Gallardo, “Latín y vulgar” 43). Sobre la consagración del vernáculo en el marco del humanismo florentino, ver Baron (The Crisis of the Early Italian Renaissance 1: 297-312). 67 Perspectiva general sobre el reconocimiento del vernáculo en Gómez Moreno 109-20. 68 “Corda e(n)i(m) subsistere in hiis humanitatis studiis, q(ue) precipuam libertate(m) animi
petunt, sub tumultuantibus negociis et subite uariacionis metu libere nequeunt” (Duodenarium fol. 1rb).
69 “Et sic omni tempore ocupaciones nociue studiis humanitatis (et) scolastice palestre ameno labori ocium lentum et infelicem cessacionem iudicent” (Duodenarium fol. 16ra).
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han de aquilatarse por su propia idoneidad racional, de que diera cumplida razón Bruni en un texto emblemático del ideario humanístico.70 De este modo, en la concepción de los studia humanitatis que tiene Cartagena, se incluye la actividad literaria en lengua vernácula, como la desarrollada por un Pérez de Guzmán: he aquí, pues, un elocuente testimonio del denominado “humanismo vernáculo”.71 Una faceta importante de los studia humanitatis, la conciencia que poseen sus cultores italianos de la naturaleza histórica de su proyecto, de la distancia entre el pasado y el presente (Petersen 68), parece ser relegada por don Alonso a quien, por otra parte, no le pasaron desapercibidos los propósitos de ruptura de Bruni: prefería una visión positiva del quehacer humanístico, concebido como dilatación del saber. Ahí es donde venían a coincidir la labor traductora de un Bruni o un Decembrio y la curiosidad erudita de un noble castellano como Pérez de Guzmán, que también cultivó la traducción.72 Por otra parte, no hay que perder de vista que en la concepción que de los studia humanitatis expresaron los humanistas se destaca reiteradamente la dimensión humana de este linaje de estudios, que contribuyen a la perfección del hombre, tanto en la vida privada como comunitaria.73 70 “Est autem exercitatio studiorum nostrorum collocutio, perquisitio, agitatioque earum rerum
quae in studiis nostris versantur: quam ego uno verbo disputationem appello” (Bruni, Ad Petrum Paulum Histrum Dialogus I, 66). De ese gusto por el debate intelectual ofrece un testimonio sumamente significativo la disputa entre don Alonso y Rodrigo Sánchez de Arévalo sobre la superioridad del sentido del oído o de la vista, De Questionibus Ortolanis; el preámbulo de la intervención del segundo ofrece sabrosas noticias al respecto (Morrás, “Una cuestión disputada” 79-80). El testimonio del Defensorium viene a incidir en la dimensión dialógica de los studia humanitatis: “Inesse namque ingentem dulcedinem conversationi vestre quam in scolasticis actibus interdum exhibere serenitas vestra dignatur: plurimi sunt qui occulata fide senserunt et inter plurimos ego nunc et aliis temporibus sensi. cum scholastica quedam ac humanitatis studia cum celsitudine vestra tam verbalibus colloquiis quam scriptis plerumque tractarem” (Cartagena, Defensorium unitatis christianae 62).
71 Sobre esta variedad del humanismo en Castilla, ver Lawrance “On Fifteenth-Century Spanish
Vernacular Humanism” . Para el alcance de las citas del Duodenarium en cuestión, Fernández Gallardo, “Latín y vulgar” 58-59.
72 Para la contribución de Pérez de Guzmán a las traducciones cuatrocentistas, véase José
Francisco Ruiz Casanova 102-03.
73 Los testimonios de Salutati y Bruni son analizados en Petersen 64 y 67-68.
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Ambas referecias aparecen en la reflexión sobre la dimensión social del saber desarrollada en el Duodenarium. Una variación más sobre un tema grato: las dificultades que el compromiso cívico opone a la vocación estudiosa. Para ilustrarlo, acude ahora al ejemplo de San Isidoro, que se excusó ante Braulio de Zaragoza de haber postergado la lectura de sus cartas ante las urgentes obligaciones de la corte (Duodenarium fol. 1r b, San Isidoro, Epistola IV). Se establece, así, la prioridad de las ocupaciones curialescas sobre las literarias. Alonso de Cartagena se veía en la tesitura de legitimar la actividad intelectual de la nobleza, cuyo imperativo estamental era el ejercicio de las armas, a la vez que, como abnegado curial que era, reflexionaba sobre su propia vocación, escindida entre el servicio a la corona y la entrega al estudio. Sus amigos italianos le ofrecían un valioso ejemplo con que superar las rigideces estamentales que había mostrado en el prólogo a sus traducciones de Cicerón. Sin embargo, no llegará a la plena integración que se observa en aquéllos (Garin 21-47). Queda un residuo de tensión no resuelta entre acción y contemplación, consecuencia de sus arraigadas convicciones estamentales. El concepto de otium le proporcionaba la solución para hacerlas compatibles. Para don Alonso, el otium, el descanso de las ocupaciones civiles, administrado honestamente, constituye la condición previa de ese estado necesario para la actividad intelectual: la libertad.74
Renuncias y claudicaciones El Oracional, escrito a instancias de Pérez de Guzmán ya en sus años postreros (1454), contiene un planteamiento acerca de la elocuencia y los studia humanitatis que ofrece trazas de palinodia. No deja de ser significativo que, frente al latín de las anteriores obras dedicadas a su amigo Pérez de Guzmán, las Declamationes y el Duodenarium, escoja ahora el castellano. Su justificación, bajo las sólitas e inevitables declaraciones de fingida modestia, esconden el 74 El planteo más acabado sobre la idea de otium honestum aparece en la carta al conde Haro (Epistula cap. 3, 35-36). Para la idea de libertad necesaria para el estudio, ver Carta I, 352-54. De la relación entre libertad y saber y perfección humana había ofrecido cumplido testimonio en De las siete artes liberales, uno de sus trabajos senequistas: “... mas el estudio verdaderamente liberal vno es. ¿E sabes cuál? Aq(ue)l que haze al hombre libre, es a saber, sabidor, virtuoso, alto, fuerte, de gra(n) coraçón” (Cinco libros de Séneca fol. 24v).
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reconocimiento de las limitaciones que hallaba un programa cultural basado en el uso del latín entre la nobleza castellana.75 El ceñido análisis semántico del término “oración” conduce a una renuente consideración de la retórica antigua. Identificada la elocuencia con sabiduría humana, se enfrenta a la palabra divina, que halla su expresión en las Sagradas Escrituras, y deviene, por tanto, soberbia. De ahí que con el advenimiento de la fe verdadera, decayera la elocuencia y los Padres de la Iglesia fundaran su autoridad sobre la sólida base de la palabra revelada. Ahora bien, no se le ocultaba a don Alonso la excelencia retórica de aquéllos (Gregorio, Ambrosio, Agustín, Jerónimo), por lo que afirma la compatibilidad entre elocuencia y piedad. Es más, llega a validar la elocuencia siempre que se subordine a la proclamación de la fe cristiana; de ahí que repruebe el estudio de los oradores paganos en detrimento del de los santos padres.76 La crítica del prelado burgalés apunta sólo a los excesos paganizantes, a una dirección estetizante en el cultivo de la retórica y desvinculada de su indiscutida finalidad: “ad mores regendos”. ¿Acaso no es del mismo jaez la crítica de Erasmo a la excesiva preocupación formal del ciceronianismo italiano? (D’Ascia) Análoga distancia con respecto a los presupuestos del humanismo se observa en la crítica a la aplicación de los métodos filológicos a los textos religiosos. En la glosa al Padrenuestro, don Alonso alude a quienes se afanan en entender los himnos como si fueran versos de Virgilio u Homero (Oracional sig. f 5v), para mostrar cómo la atención al significado de las palabras no constituye un merito en sí para el orante. El ejemplo no deja de ser malicioso; viene a mostrar la insuficiencia de los studia pietatis cuando no se fundan en auténtica devoción. Diríase que el obispo de Burgos, ya al final de su dilatada existencia, 75 “Avn agora más llano quiero ser respo(n)diendo vos en n(uest)ro romance, en q(ue) fablan así
caualleros com(m)o om(e)s de pie e así los scientíficos com(m)o los q(ue) poco o nada sabemos. ... Mayormente q(ue), pues a todos cumple saber lo q(ue) pregu(n)tades, co(n)uenible paresce q(ue) se responda en lengua q(ue) se entienda por todos” (Oracional sig. a 3r). 76 “E por esto, en los tiempos modernos, resplandecie(n)te la claridad de la ley evangélica, aquella
eloque(n)cia (e) sciencia bien (e) fermosa paresce q(ue) esta real vía leuando no(n) presume ser sola por sý ni(n) se aparta d(e) las sacras auctoridades... E desplázeme qua(n)do veo tender a aquel stillo de fablar antiguo, gentil (e) pagano (e) con grande estudio inq(ui)rir aquellas or(aci)ones (e) viejos tractados que fizieron los griegos e avn los romanos ante q(ue) la sancta fe rescibiessen e arredrarse de la suaue (e) sana eloq(ue)ncia de los sanctos doctores...” (Oracional sig. a 5r-5v).
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se muestra incapaz de asumir las aportaciones del humanismo en el ámbito de la exégesis de los textos sagrados –en la medida en que chocaban con los métodos tradicionales, en los que su padre, don Pablo de Santa María, descollara con aportaciones como las Additiones ad Postillam Magistri Nicolai de Lyra, que precisamente le dedicó a él77– y se aferra a la tradición, bajo la coartada de una auténtica devoción. Más que una palinodia,78 las ocasionales consideraciones del Oracional que atañen al quehacer humanístico reflejarían un cierto rigorismo, que estaría condicionado tanto por el contexto, una obra devocional, como por la resignada convicción en la imposibilidad de instaurar entre la nobleza de Castilla un programa cultural basado en el uso de la lengua latina.
Obras citadas Anónimo. De actibus reuerendissimi in Christo Patris et domini Alfonsi de Cartaiena, episcopi burgensis. Ms. 7432. Biblioteca Nacional, Madrid. Agustín. De diversis questionibus octoginta tribus liber unus. Patrologiae cursus completus: Series latina. Ed. J. P. Migne. 221 vols. Paris: Garnier, 18441891. 40: cols. 11-100. Impreso. Aristóteles. Ética Nicomáquea. Trad. Julio Pallí Bonet y Carlos García Gual. Madrid: Gredos, 1985. Impreso.
Baron, Hans. “Cicero and the Roman Civic Spirit in the Middle Ages and Early Renaissance”. Bulletin of the John Rylands Library 22.1 (1938): 7297. Impreso. ——. The Crisis of the Early Italian Renaissance: Civic Humanism and Republican Liberty in the Age of Classicism and Tyranny. 2 vols. Princeton: Princeton UP, 1955. Impreso. Benavente, Juan Alfonso de. “Ars et
77 Para la exégesis medieval, ver Beryl Smalley. Para la aportación humanística, Charles Trinkaus
(2: 563-614) y Jerry H. Bentley.
78 Por otra parte, ese gesto de retractación realizado cuando se siente cercana la muerte puede considerarse como una constante del humanismo, que arranca de análogos escrúpulos sentidos por Albertino Mussatto (1261-1329) (sobre este particular Witt 161). Para el paralelo con las actitudes de Petrarca, ver Fernández Gallardo, “En torno a los ‘studia humanitatis’” 243.
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