Furia corrosiva en relatos inolvidables

5 abr. 2013 - La edición del I Ching que consultaba Xul y las páginas 14 y 15 del primer Cuaderno de los. San Signos (1924-1926). Hombre en la orilla.
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Viernes 5 de abril de 2013 | adn cultura | 11

Furia corrosiva en relatos inolvidables Fondo de Cultura Económica reedita en estos días Hombre en la orilla, de Miguel Briante. Aquí, el anticipo del prólogo que escribió Piglia para la edición actual La edición del I Ching que consultaba Xul y las páginas 14 y 15 del primer Cuaderno de los San Signos (1924-1926).

Ricardo Piglia

C

proceso de creación perpetua que garantizara el desconcierto y el posicionamiento no pasivo del hablante frente al lenguaje. En esto no hizo concesión alguna. Como si sólo a partir de las formas más aberrantes del comportamiento verbal fuera posible avanzar, Xul no cejó en sus esfuerzos de promover su idiolecto, tanto entre sus amigos vanguardistas como entre sus posibles lectores, y hasta inventó, para que éstos pudieran “practicar en casa”, léxicos breves y reglas fonológicas, morfológicas y gramaticales que ponía a su disposición. (Se cuenta que, en una revista que publicó algunas de sus visiones en creole, incluyó su número de teléfono privado para que los lectores lo llamaran con preguntas.) Su gesto, se habrá comprendido ya, fue tan radical que hasta el mismo Macedonio se burlaba de su “idioma de incomunicación”. Raúl Antelo, menos pesimista quizás, habló de “lenguaje aún sin pueblo”. Como fuere, lo que sus textos describen es una realidad imposible y magnífica, donde cada trazo es un signo; cada figura, una máscara; cada máscara, una alusión o un secreto. De pronto, nos hallamos en ciudades destartaladas y oníricas, donde habitantes diminutos van y vienen de ningún lado a ningún lado, o suben y bajan por escaleras

invertidas o truncas, y hay ciempiés y ángeles que vuelan entre banderitas y montañas con ojos, y también planetas que parecen elefantes en un cielo hiperpoblado, geométrico y escrito. Se me dirá que ya hemos visto, en algún lado, estos paisajes. Y es verdad, los hemos visto. Porque la poesía que late en estas excursiones escritas es la misma que el pintor plasmó en su obra plástica. Nunca la fórmula del poeta latino Horacio fue más fidedigna. Ut pictura poesis: Como en la pintura, así es la poesía. Tampoco fue más eficiente la fórmula mágica “abracadabra”, de origen arameo –Avra Kadavrai– cuyas palabras significan: “Crearé según mis palabras”. Una vez más, Xul hace una apuesta doble, avanza por el camino único e infinitamente bifurcado de la creación y encuentra un tembladeral de luz. Sobre la tela o la página, quedan más tarde indicios: astillas perseverantes, fragmentos de sueños cada vez más complejos, miniaturas de asombro. A esa dificultad feliz, la llamamos arte. No es demasiado ni poco. C

onocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo. En aquel tiempo leíamos los textos en voz alta, como si buscáramos ajustar el ritmo y la entonación de la prosa. El tono dependía de la sintaxis, de los silencios y las pausas; la oralidad no estaba en el léxico, ni en el uso costumbrista de las palabras, sino en la cadencia y el fraseo que identificaba –imaginábamos– los usos del lenguaje en las llanuras del Plata. Recuerdo muy bien el comienzo del primer relato de esta serie con su escansión tranquila y enigmática. (“La Inglesa dijo que habrá que matar los perros, pero no sé”.) El verbo en futuro anterior anuncia algo que está por pasar y la adversativa marca la incertidumbre del narrador. La narración está como suspendida entre el pasado y el futuro, siempre a punto de ser actualizada por un narrador que trata de revivir una trama que no conoce del todo –o no comprende–. Pero esa incomprensión lo obsesiona y lo implica (misteriosamente, diremos) como si se tratara de una venganza personal: cuenta entonces lo que sabe y lo que imagina con excesiva pasión, mientras busca descubrir lo que ignora con nuevas versiones y nuevos testimonios. Ese modo de narrar viene de Faulkner (o mejor, de la manera de narrar que Faulkner aprendió de Conrad): no se narra los hechos sino el efecto de los hechos. Las historias tienen un doble fondo que remite a un violento mundo social y a un conjunto oscuro de prejuicios y estereotipos de clase. Los relatos tienden al melodrama: buscan transmitir la emoción de la experiencia y no su sentido; se apoyan en una épica altiva y plebeya que está siempre al borde de la locura y del crimen. El libro incluye tres extensos relatos y una nouvelle que reconstruyen la vida de un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cada relato es autónomo, pero cada uno de ellos modifica o complementa una historia anterior. El joven que llega al pueblo después de varios meses de ausencia en dos de los mejores cuentos del volumen puede ser visto como el cronista secreto que instaura la leyenda y la mitología del lugar. La presencia desviada y elíptica de alguien que es y no es de ahí –que recibe y soporta el rumor malicioso y los dichos hostiles que forman parte de su vida– define el aire altivo y la trama letárgica del libro. La ira, el odio y el rencor subyacen como una maldición bajo el estilo sosegado y elegante de Hombre en la orilla. Difícil encontrar en nuestra literatura la furia corrosiva y la calidad de estas historias inolvidables. ß

Hombre en la orilla Miguel Briante

Fondo de Cultura Económica