CAPÍTULO 10
Felipe: Mozo convertido en misionero
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a lección de esta semana cubre la carrera misional de Felipe, uno de los siete diáconos originales que servían a los creyentes en Jerusalén. Este no era el discípulo Felipe, quien también fue un misionero activo. Este Felipe, conocido como Felipe el evangelista, primero aparece en un momento de rápido crecimiento y de tensión entre los creyentes de habla hebrea o aramea y los que hablaban griego (Hechos 6:2). Siguiendo el don del Espíritu Santo en el Dio de Pentecostés, el creciente número de creyentes hizo difícil mantener los arreglos prácticos de uso doméstico que los apóstoles habían establecido para los creyentes en Jerusalén (Hechos 2:16; 4:32-35). Surgieron quejas en cuanto a que las viudas de origen griego eran descuidadas cuando se distribuían los alimentos (Hechos 6:1). 1 Desde los primeros días, los cristianos han estado preocupados no solo con las necesidades espirituales de la gente, sino también con sus necesidades materiales y sociales; preocupación heredada de Jesús. Los doce apóstoles resolvieron la tensión designando a siete hombres para atender a las necesidades físicas y sociales. Esto liberó a los Doce para continuar concentrados en los asuntos espirituales centrales de la fe cristiano: la oración y la Palabra de Dios (versículo 4). Como uno de los siete diáconos designados para resolver el problema. Felipe aparece como persona flexible, a quien le gustaba compartir a Cristo, y que también se adaptaba a los cambios. Su obra misional
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registrada cubrió unos 25 años, y lo llevó de Jerusalén a Samaría, Gaza, y finalmente a Cesarea, una distancia de unos 300 kilómetros (170 millas). Su nombre significa “Amante de caballos”, pero probablemente haya caminado la mayor parte de esas distancias; excepto una vez, cuando el Espíritu lo “arrebató” (Hechos 8:39). La lección de esta semana incluye un raro vistazo al hogar de Felipe, sus cuatro hijas profetisas y su hospitalidad, especialmente hacia un antiguo enemigo de Cristo.
FELIPE: MISIONERO DISPUESTO Y ADAPTABLE
Siguiendo las instrucciones de los apóstoles, los creyentes eligieron a siete hombres con las cualidades apropiadas. Lucas enumera estas cualidades: 1) honestidad: 2) llenos del Espíritu y 3) de sabiduría. Tenían que dominar el idioma griego y comprender la cultura y las costumbres de los judíos convertidos de habla griega. Los apóstoles entonces los comisionaron, incluyendo a Felipe, con oración e imposición de manos (6:6). Es importante notar que mientras los siete fueron elegidos para administrar una adecuada distribución de comida, el servicio de Felipe pronto creció más allá de “servir a las mesas” (versículos 1, 2), hasta el corazón de la obra misional cristiana: proclamar el evangelio. Esto debería alertar a los cristianos en cuanto a la necesidad de tener un equilibrio en la misión. Aunque, es más fácil escuchar el evangelio con el estómago lleno, el atender a las necesidades físicas de la gente no debe silenciar la proclamación, para llegar a ser en sí mismo, la misión de la iglesia. Aun aquellos cuya tarea principal sea “servir a las mesas” pueden y deben proclamar el evangelio con palabras así como con hechos.
RECIBIR Y CREER EL TESTIMONIO DE TESTIGOS OCULARES
Aparentemente, Felipe no lúe un testigo ocular de les principales eventos de la vida y el ministerio de Jesús. Como todos los otros creyentes cristianos que no estuvieron presentes en los principales sucesos de la vida de Jesús, él dependió del testimonio de los testigos. Los autores del Nuevo Testamento recuerdan a sus lectores que ellos dependieron del testimonio que les “enseñaron los que desde el principio lo vieron
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con sus ojos” (Lucas 1:2). Este testimonio de los testigos oculares era de importancia central: “Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído [de los testigos oculares]” (Hebreos 2:1). Pero el hecho de que Felipe y la mayoría de los demás creyentes no fueran testigos directos no comprometía su fe ni los hacía creyentes de segunda clase. Por el contrario, Jesús había pronunciado una bendición sobre todos aquellos que creyeran sin haber sido testigos personalmente: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29; ver también 17:20). Tampoco los hizo misioneros de segunda clase. Las cualidades misionales y las credenciales de Felipe no ocurrieron por accidente. Como los demás, fue elegido por Dios, quien dirigió los eventos de su vida de modo que estuviera en el lugar correcto en el momento oportuno, para obtener las cualidades y la experiencia necesarias para ser pionero en la misión cristiana. Bajo la conducción divina, Felipe formaba parte de la comunidad de procedencia griega. Fue llevado a Jerusalén en el momento correcto para aprender de Jesús y llegar a ser un creyente. Dios completó sus cualidades para la misión animando a los demás creyentes a que lo eligieran a él como uno de los siete, y al dirigir a los apóstoles para que lo comisionaran para el servicio; un servicio mayor que cualquiera de ellos previó en ese momento.
SE CRUZAN FRONTERAS RELIGIOSAS: FELIPE EN SAMARIA
Felipe no permaneció mucho tiempo en Jerusalén. Él y otros creyentes de Jerusalén, aparte de los apóstoles fueron “dispersos” en la persecución que hubo el día en que su compañero diácono, Esteban, fue apedreado. “Todos fueron esparcidos” (Hechos 3:1), implica que alguien los dispersó. La palabra griega aquí traducida romo “esparcidos” está relacionada con el verbo “sembrar una semilla”. En otras palabras, una lectura cuidadosa del pasaje muestra que Lucas tenía la intención de que los lectores comprendieran que Dios fue quien los esparció. Estos creyentes llegaron a constituir la “semilla esparcida” del evangelio. Para ellos, en ese momento su huida de Jerusalén pudo haberles parecido una prueba personal y un retroceso para el evangelio. Pero su dispersión esparció su testimonio y condujo a un aumento adicional de creyentes. Era un
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paso pequeño, pero importante, en la difusión del evangelio hasta los mismos confines de la Tierra El Felipe refugiado se puso rápidamente a trabajar evangelizando la ciudad samaritana donde se estableció Probablemente fue Sebaste, la principal ciudad de Samaria, sitio de la ciudad capital y residencia real del reino del norte del Israel del Antiguo Testamento. En los días de Felipe, los muros de la ciudad de Sebaste tenían una longitud de cuatro kilómetros (dos millas y media). Según la tradición, Sebaste fue el lugar de entierro de Juan el Bautista. En una rápida serie de verbos de acción, Lucas describe cómo el mensaje del evangelio hizo el viaje desde los labios de Felipe a los corazones samaritanos (versículos 5, 6). Él “predicaba” públicamente (griego kèrussõ) a Cristo, el recientemente crucificado Jesús de Nazaret, el Mesías prometido por Dios y profetizado. La gente de la ciudad “escuchaba atentamente” lo que él proclamaba Luego, “unánimes” 2 escuchaban. Otra característica de la obra misional de Felipe fue las señales poderosas que hizo mientras el pueblo observaba (8:6, 7). Esto también fue una característica que acompañó la predicación de Pedro, y más tarde sería también parte de la misión de Pablo. 3 Las señales en el ministerio de Felipe a esa ciudad samaritana incluyeron liberar a las personas de la posesión demoníaca y sanar a los paralíticos y los cojos, las mismas señales informadas antes en el ministerio de Pedro (Hechos 4:30). Para una ciudad afligida por demonios poderosos, la verdad del evangelio de que los demonios se sujetaban a Jesús trajo liberación y escape a muchos samaritanos. En los informes de conversiones que brinda Lucas, se incluyen tres pasos fundamentales: arrepentimiento, bautismo y recepción del Espíritu Santo, Pedro los nombró en su sermón de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros [...] y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38; 3:19). El arrepentimiento siempre era el primer paso requerido (Hechos 2:38; 3:19; 8:22; 17:30: 26:20). Algunas veces, el Espíritu Santo era nombrado en segundo lugar, y el bautismo en tercero, como en la casa de Cornelio (Hechos 10:47). En otras ocasiones, el bautismo es mencionado en segundo lugar; y el Espíritu Santo en el tercero (Hechos 1:5; 19:1-6). Recursos Escuela Sabática ©
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La naturaleza exacta de uno de estos tres pasos, el derramamiento del Espíritu Santo, continúa siendo debatida. Sin embargo, es importante notar las palabras que usa Lucas para indicar los tres pasos. “¡Arrepentíos!” es una orden dirigida a una persona bajo la convicción del Espíritu, en respuesta a la predicación apostólica del evangelio. “¡Bautícese!”, también es una orden específica. La primera orden llama a una decisión, un acto de la voluntad; es decir, un cambio de actitud y creencia acerca de sí mismo y de la relación de sí mismo con Dios. Si se obedece esta primera orden, la segunda, “¡Bautícese!”, también necesita obedecerse. Es importante comprender que mientras estos dos primeros pasos están indicados en forma de órdenes, no existe una orden para recibir el don del Espíritu Santo. En ninguna parte de Hechos se ordenó a los creyentes que recibieran el Espíritu. Más bien, el don era una promesa que hizo Dios. Ningún acto de la voluntad humana puede traer al Espíritu Santo. Así, en Hechos, llegar a creer en Jesús requería dos pasos: “¡Arrepentíos!” y “¡Bautícese!”. La exhibición pública del poder del Espíritu en Hechos era parte del cumplimiento de la promesa de Jesús a los discípulos, más bien que una característica de la conversión de cada persona. Él dijo a los discípulos: “Yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). Lucas se refería a la promesa de Jesús de “poder desde lo alto” con palabras ligeramente diferentes en Hechos 1:4,5 (NVT): “Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: ‘No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre [...]. Dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo'”. La promesa del Padre comenzó a cumplirse el Día de Pentecostés.
FELIPE Y EL AFRICANO: HACIA LOS CONFINES DE LA TIERRA
“¡Levántate y camina!” Con estas palabras, como un eco del mandato a Abraham mucho antes, el campo misional de Felipe de repente cambió de Samaría, en el norte, al frecuentado camino de Jerusalén a Gaza (Hechos 8:26). Como Abraham, Felipe se levantó y fue (versículo 27), no muy seguro de adónde ni por qué. Él no tenía idea, mientras
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estaba de pie al lado del camino principal entre dos continentes, de que pronto él ayudaría a esparcir el evangelio en el África. Etiopía —Cush, en el Antiguo Testamento— fascinó a los europeos y a los del Asia Occidental. Para los griegos, el nombre significaba “Tierra de la gente de cara quemada”. Según un autor griego, los etíopes eran conocidos por su larga vida, los más altos y más bien parecidos de todos los pueblos. 4 Había viajes y comercio regulares entre Etiopía y el mundo romano en el siglo primero d.C., de modo que la visita de un dignatario etíope a Jerusalén no era sorprendente, aun cuando la distancia era como de unos dos mil kilómetros (unas mil doscientas millas). El Salmo 68 nombra a Cush [Etiopía] como una de las naciones que llegarían a conocer al verdadero Dios: "Tu Dios ha ordenado tu fuerza; Confirma, oh Dios, lo que has hecho para nosotros. Por razón de tu templo en Jerusalén los reyes te ofrecerán dones... Vendrán príncipes de Egipto; Etiopía [Cush, NVI] se apresurará a extender sus manos hacia Dios. Reinos de la tierra, cantad a Dios. Cantad al Señor" (Salmo 68:28, 29, 31, 32). Sorprendentemente, Lucas no nos da el nombre del etíope, sino solo su nacionalidad y cargo en el gobierno de la reina. Él era bien educado. Mientras Felipe corría junto al carruaje, lo oyó leer en voz alta del rollo de Isaías (muchas culturas aún leen en voz alta). Muy probablemente, había aprendido el hebreo como parte de su conversión al judaísmo; esto ayudaría a explicar su visita a Jerusalén. Muchos paganos cultos en el mundo antiguo apreciaban lo que tenían los judíos: elevadas normas morales, prácticas alimentarias que ayudaban a la salud, libertad de la idolatría. Algunos, realmente se unían al judaísmo a fin de beneficiarse completamente de estas ventajas sociales y espirituales. El etíope era, probablemente, un converso. Cuando Felipe lo oyó leer la profecía de Isaías acerca del Siervo del Señor sufriente, le dio un punto de entrada, que necesitaba para dar el
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primer estudio bíblico cristiano que alguna vez haya sido dado en un carro en movimiento (Hechos 8:31). El Espíritu Santo debió de haber estado trabajando con el etíope por algún tiempo, porque después de obtener respuestas a sus preguntas y de escuchar el estudio bíblico de Felipe, solicitó allí mismo el bautismo. Después de su bautismo, el etíope “siguió gozoso su camino” (versículo 39), y Felipe fue arrebatado por el Señor (versículos 39, 40).
EN JUDEA: FELIPE EL EVANGELISTA, PADRE Y HUÉSPED
Cuando no estaba “de viaje” (ver Hechos 8:5, 26-30, 39, 40) en su obra misional, Felipe estaba en casa en Cesarea (Hechos 8:40; 21:8), donde lo encontramos, veinticinco años después de ser designado diácono en Jerusalén. La vida hogareña para las familias de los evangelistas y los misioneros es, a menudo, desafiante por causa de las frecuentes, y a veces muy largas, ausencias. Lucas sabía de la antigua literatura y dramas de los griegos, leídos y actuados en los escenarios de las ciudades de todo el Imperio, que se concentraban en las luchas de las mujeres y los niños en casa mientras los cabezas de los hogares estaban lejos en largos viajes, o cumpliendo deberes militares. Aun con una familia extendida para dar apoyo, la vida de los hogares es estresante cuando el cabeza de familia está ausente. Otra fuente de sufrimiento de la familia surge por los ataques espirituales sobre los obreros cristianos y sus familias. Una manera de estorbar la difusión del evangelio es herirla, volviendo los corazones de los hijos «le los evangelistas y misioneros en contra de la fe. De acuerdo con la profecía final del Antiguo Testamento, Malaquías 4:5 y 6, una tarea del profeta Elías, cuando regresara, sería volver los corazones de los padres a sus hijos y los corazones de los hijos a sus padres. . La familia de Felipe se las arreglaba con las ausencias, y sobrevivía a cualquier ataque espiritual en contra de ella. Esto es claro porque en casa, con Felipe, estaban cuatro hijas no casadas y que profetizaban. Como su padre, se ocupaban de un ministerio guiadas por el Espíritu. El apóstol Pablo habría experimentado su ministerio durante su estadía extendida en la casa de ellos (Hechos 21:8-10). Pablo había escrito antes alabando el don
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de profecía, declarando que era más valioso que el don de lenguas para les creyentes cristianos, porque edificaba a los creyentes y a sus congregaciones (1 Corintios 14:1-5)
“¡RECONCILIAOS!”
El poder del evangelio de reconciliar a las personas está demostrado por la estadía de Pablo en el hogar de Felipe. Veinticinco años antes. Pablo, entonces conocido como Saulo, ansiosamente apoyaba a los demás judíos cuando apedreaban a Esteban, el diácono compañero de Felipe en la iglesia de Jerusalén. Saulo tomó lo delantera en una ola de persecución que envió a Felipe y a los demás creyentes a huir de Jerusalén por sus vidas. Bajo el impacto que cambió su vida en su encuentro con el Jesús viviente camino a Damasco, un Saulo lleno de odio se transformó en un destacado apóstol de Jesús y misionero en jefe a los gentiles. Ahora, anos más larde, Pablo entró en el hogar de Felipe como huésped, quedándose “algunos días” (Hechos 21:10). Felipe y Pablo se habían reconciliado. Ahora, unidos en el servicio de Cristo, estos dos antiguos enemigos compartían el compañerismo de las mesas, algo que hubiera sido imposible antes de la conversión de Saulo. La reconciliación fue uno de los ministerios que Dios otorgó a su pueblo (2 Corintios 5:18), y aquellos días juntos, en Cesarea, ayudaron a los creyentes a ver por sí mismos cómo Felipe y Pablo vivían la vida reconciliados. Después de esta vislumbre del hogar en Cesárea, Felipe desaparece de las páginas del Nuevo Testamento. Sirvió a Dios fielmente como diácono, misionero a Samaría y otros territorios no judíos, y como evangelista. Fue la primera persona en el Nuevo Testamento que llevó ese título (Hechos 21:8). Como misionero, lanzó la misión cristiana al continente africano mediante su breve encuentro con el etíope. Además de estas actividades misionales, fue bendecido con una familia creyente y por un espíritu de hospitalidad hacia los otros misioneros.
CONCLUSIÓN
Felipe sirvió al plan misional de Dios corno servidor en las mesas, refugiado, evangelista itinerante. Desempeñó una parte importante en
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la transición del método misional de “Ven” al de “Ve”, y fue muy efectivo en la comunicación transcultural. Por medio de él, el Espíritu Santo obró poderosamente para sanar personas y liberarlas, en el nombre de Jesús, de la influencia demoníaca. También hizo obra de avanzada cuando proclamó el evangelio a un africano. Finalmente, mantuvo una vida hogareña que alimentó a su familia y que permitió que sus hijas, profetisas, alcanzaran su rol, como lo prometió el profeta Joel: “Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hechos 2:17).
Referencias 1
Este pasaje es como un eco de las quejas y las murmuraciones de los israelitas hambrientos en el desierto, que llevaron al don del maná en Éxodo 16:1 al 7. 2 Lucas usa el verbo griego homothumadon, aquí y en varias otras lugares de Hechos, para expresar un tipo especial de unidad de grupo que vibraba en las reuniones de los primeros creyentes, desde el día de la ascensión de Jesús (Hechos 1:15) y a lo largo del resto de Hechos. 3 Ver Hechos 2:22, 43; 4:16, 22, 30; 5:12; 6:8; 8:6, 13; 14:3; 15:12. 4 Heródoto, Historias, libro 3, secciones 17-20.
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