Aurora Armandine Lucile Dupin cocinaba para el músico su postre favorito
NOTA DE TAPA | CHOPIN Y SU AMANTE
Estampas de una vida compartida El compositor y la famosa escritora George Sand conocieron juntos la plenitud creativa, el amor y la pasión
POR ERNESTO SCHOO Para La Nacion - Buenos Aires, 2010
C
on sus propias manos le preparaba su postre favorito, el clafoutis, un rechoncho panqueque relleno con compota de manzanas. En la intimidad lo llamaba, cariñosamente, Chips o Chipette. La “buena dama de Nohant”, la famosa escritora George Sand (Aurora Armandine Lucile Dupin, su verdadero nombre), y el célebre músico polaco (hijo de francés) Frédéric François Chopin compartían sus vidas en la mansión campestre de Nohant, a treinta kilómetros de Châteauroux, en el Berry. La estampa era idílica: ella escribía sus populares novelas y sus ensayos, él componía su música inmortal y ambos recibían, en veladas que serían legendarias, a los grandes artistas que hacían de Francia el centro cultural del mundo, cuando el mundo era sólo Europa. Franz Liszt, Eugène Delacroix, Gustave Flaubert, Victor Hugo, Honoré de Balzac, los dos Dumas (padre e hijo), la actriz Marie Dorval, el poeta alemán Heinrich Heine eran los habitués de Nohant. Los dos hijos que George Sand había tenido con el barón Dudevant, su marido legal, Maurice y Solange, también estaban allí. La mansión había pertenecido a la abuela de George, madame Dupin de Francueil, hija natural del mariscal Mauricio de Sajonia, insigne militar del reinado de Luis XV. Es una típica casa de campo francesa del siglo XVIII, sólida, sencilla y elegante, hoy en día pintada de un vago color rosa viejo, con su jardín, su huerto, su granja, su monte de frutales, de todos los cuales se ocupaba y sacaba partido la hacendosa dueña de casa, a quien sus vecinos más modestos apodaban “la buena dama de Nohant”, por su afán caritativo y el vigor con que los defendía en sus pleitos. Porque George Sand –nacida allí, el 1° de julio de 1804–, entre otras extravagancias (para el criterio de su tiempo), ad-
hirió tempranamente al socialismo. Se había criado en el campo, donde madame Francueil la inició en la lectura y la equitación. Indómita amazona, de esta afición le vino la costumbre de vestir ropas masculinas; también fumaría cigarros y en pipa. Se educó formalmente en París, en el Colegio de las Agustinas Inglesas. Aprendió inglés a la perfección, dibujaba y pintaba pasablemente, y su vocación indudable eran las letras. En 1822 su abuela la casó con el barón Dudevant, quien bien pronto desaparecería de la escena. En 1830, el escándalo: Aurore Amandine se fuga a París con Jules Sandeau, escritor y periodista de cierto renombre, un año mayor que ella. Viven la azarosa vida de bohemia y escriben en un pequeño periódico que acaba de ser adquirido por un tal Hyacinthe Thabaud de Latouche: Le Figaro. Firman a dúo como Jules Sand; de donde, al separarse, nace George Sand con la primera novela, Indiana, de 1831. Siguen Valentine (1832) y Lélia (1833). Y en ese último año, la relación amorosa con el poeta de moda, Alfred de Musset. La liaison dura hasta 1835, cuando George inicia una ronda de amantes que resulta un catálogo de artes y oficios: el revolucionario Michel de Bourges, el botánico y poeta Charles Didier, el filósofo Pierre Leroux, el actor Bocage, el dramaturgo Félicien Mallefille. En 1837, Chopin. El músico polaco, nacido en Varsovia el 1° de marzo de 1810, ya era célebre. En el otoño de 1836 los presenta un amigo común, Franz Liszt, durante una vela-
En el verano de 1838 se instalan juntos en París, en departamentos contiguos. También separados viajan a Mallorca, supuesta Isla del Sol (llovió casi todo el tiempo que estuvieron allí)
da musical en el Hotel de France. Sand es seis años mayor que Frédéric, y su atuendo y los modales masculinos sorprenden al compositor, que se inclina al oído de su amigo Ferdinand Hiller: “¡Qué antipática es esta Sand! ¿Es de veras una mujer?”. Simétricamente, Sand le pregunta a su amiga de toda la vida, madame Marliani: “¿Es éste un hombre? Parece una niña”. Si la anécdota es verídica, la asignación de papeles ya está jugada desde el comienzo, porque George será el varón (la iniciativa sexual será de ella, tiempo después, en otra velada musical, esta vez en casa de Chopin) y Frédéric, no exactamente la mujer (su virilidad no está en duda: las mujeres caían a sus pies y él las cosechaba con entusiasmo) pero sí un hombre delicado, muy cuidadoso de los modales y las formas. En el verano de 1838 se instalan juntos en París, en departamentos contiguos, George con sus hijos y un servidor; Chopin, solo. También separados viajan a Mallorca, supuesta Isla del Sol (llovió casi todo el tiempo que estuvieron allí), por consejo del médico que atiende la tuberculosis –junto con la sífilis, el mal de la época– del músico. Alquilan una hermosa villa, Sant Vent, de la que son desalojados al revelarse el mal que aqueja a Frédéric. Se los obliga a pagar la desinfección de la propiedad. Se mudan a la Cartuja de Valldemosa, antiguo convento, donde ni siquiera hay un piano decente para componer. Chopin le escribe a su amigo de París, el fabricante de pianos Camille Pleyel, pidiéndole que le envíe uno. De paso, le comenta: “Mi celda tiene la forma de un ataúd”. Cuando por fin llega el piano, en enero de 1839, la hostilidad de los mallorquines, temerosos del contagio y escandalizados por la índole de la relación, estalla por fin. Pretenden cobrarles un altísimo derecho de importación: George consigue, con diplomacia y gritos oportunos, una rebaja considerable. Pero la en-
fermedad avanza y el 13 de febrero son prácticamente expulsados de la isla. El magnífico piano es malvendido, porque nadie quiere hacerse de un instrumento donde tocó un tuberculoso. En Barcelona, paran en el Hotel de las Cuatro Estaciones, que les cobra el importe de la cama, pues deberán quemarla, según las normas sanitarias. Ya en suelo francés, en Marsella, la mejoría se acentúa: tras una quincena en Italia, en mayo, pasan el verano en Nohant. Chopin pesa 45 kilos. El 12 de octubre vuelven a París: Chopin se instala en el 16, rue Pigalle, pero no puede pagar el alquiler (gana mucho pero también gasta desproporcionadamente), Sand le consigue otro, más barato, y se hace cargo de los gastos. La relación duró nueve años; la pasión, apenas dos, si damos crédito a esta carta de George a un amigo, del 12 de mayo de 1847: “Hace siete años que vivo como una virgen. Con él y con los otros”. Bajo la apariencia idílica, en Nohant latían pulsiones tormentosas. Una noche, en el verano de 1848, en presencia de Delacroix, Heine y, por supuesto, Chopin, George les leyó su novela más reciente, Lucrezia Floriani. La historia de una famosa cantante, enamorada de un adolescente al que debe cuidar y atender como si fuera un hijo y no un amante. Chopin, impasible. Delacroix le confiaría a una amiga, poco después: “Pasé tormentos durante esa lectura. El verdugo y la víctima me asombraron por igual”. Heine, a su vez, escribió a su amigo Laube: “Ella maltrató escandalosamente a mi amigo Chopin, en una novela detestable pero divinamente escrita”. La ruptura definitiva ocurrió por un drama doméstico. La hija de George, Solange, insistía en casarse contra la voluntad de su madre, quien pretendía imponerle a Chopin que ni siquiera se pronunciara en Nohant el nombre de la muchacha: “Si llegas a nombrarla en mi presencia, no vuelvas más”. Chopin nunca volvió. © LA NACION
Sábado 13 de marzo de 2010 | adn | 7