Página 6/LA NACION
Turis smo
Domingo 13 de marzo de 2011
Por Andrea Ventura Enviada especial RECIFE.– Sofía tiene apenas tres años, está vestida con tutú, vincha con flores y maneja el paragüitas de colores para bailar frevo, la música típica de esta enorme ciudad del nordeste brasileño, conocida como la Venecia brasileña por los canales y puentes, con una habilidad increíble. Baila este ritmo casi frenético e imposible de seguir con movimientos de piernas perfectamente coordinados con la música de una orquesta en vivo en la puerta de un restaurante. En Brasil, el Carnaval se lleva en la sangre, sin importar la edad y la condición social, la hora o el lugar. La alegría se desparrama por las calles de Recife y la vecina Olinda como una gran ola que lo cubre todo, una fiesta que nadie quiere perderse y que con justicia merece un lugar en la agenda de los viajeros, aunque falte un año para el próximo. Cerca de tres millones de personas salen a la calle para brincar o carnaval, como dicen por aquí, hasta que el cuerpo aguante, de día y de noche. Cada año llegan especialmente unos 650.000 turistas, muchos brasileños, pero también muchos extranjeros. Es la gran fiesta del pueblo, que acá, en el último fin de semana, se vivió a pleno. Cuatro días dedicados exclusivamente a festejar, divertirse y mostrarse. Y con una yapa, porque el miércoles la ciudad recién retoma el ritmo habitual después del mediodía. Tanta pasión despierta el Carnaval que las playas céntricas estaban prácticamente despobladas.
[ BRASIL ] Recife y Olinda
El Carnaval de la calle A diferencia de Río de Janeiro, en esta ciudades del Nordeste no hay sambódromo con entradas millonarias ni carros alegóricos. Una fiesta que la semana última reunió cerca de tres millones de personas, pero más allá de los cuatro días carnavaleros, sigue viva durante todo el año
Domingo 13 de marzo de 2011 LA NACION/Página 7
Tambores Silenciosos, con agrupaciones de maracatu. La consigna es disfrazarse –algunos con mucha producción, otros apenas con una peluca– y contagiarse con la fiesta, con la música que aturde, bajo un sol a pleno, con calor y humedad al límite de lo soportable. “Organizar el Carnaval lleva un año y hay una estructura permanente que se ocupa”, cuenta Luciana Felix, presidenta de la Fundación de Cultura de Recife. También agrega que el Carnaval le cuesta a la ciudad 30 millones de reales por año (18 millones de dólares), pero que buena parte se recupera con los patrocinantes. En total moviliza 450 millones de reales. Hay 17 puestos de animación (polos) repartidos por el centro y la periferia. Por las noches, el lugar preferido es en Recife Antiguo, en la Plaza Marco Zero y en la Praza Tiradentes, donde hay recitales de importantes artistas brasileños como Otto, Lenine, Vanessa da Mata y Naçao Zumbi, por ejemplo. Nadie se detiene a mirar las antiguas fachadas de las casas de la ciudad, fundada en 1537, ni la sinagoga Kahal Zur Israel, de 1630, la primera de América. La Torre Malakoff, construida en 1855 con estilo tunecino, se convierte en un salón VIP con tragos y música a todo volumen. Los sitios destacados de los city tours quedarán para otra vez, opacados por la gran fiesta callejera, que parece no tener fin.
Enormes muñecos invaden Olinda
De tradición afro y con coloridos trajes, un bloco de maracatu
Noche de tambores y maracatu El intenso repiqueteo de los tambores se oye desde lejos. Cuesta llegar hasta el patio do Terço, en el barrio de San José de Recife, donde está el escenario y los blocos afro de maracatu que desfilan sin descanso. Hay que atravesar una multitud apretujada que quiere ver el colorido de los trajes y los bailes. Los lunes de Carnaval se celebra la Noche de los Tambores Silenciosos, que de silenciosos no tienen nada. La ceremonia tiene origen africano y reúne a grupos de maracatu del estado de Pernambuco. El maracatu es una música folklórica afrobrasileña típica de Pernambuco y está formada por percusión que acompaña las coronaciones de reyes y reinas. Las agrupaciones desfilan
El desfile del gallo madrugador
El más democrático El Carnaval de Recife y Olinda, tal vez menos difundido, junto con el de Río de Janeiro y Salvador, son los más importantes de Brasil. Pero es muy diferente de los demás. Aquí aseguran que es el Carnaval más democrático del mundo, porque participar de los desfiles y las presentaciones es absolutamente gratuito. No hay sambódromo con entradas VIP ni carrozas alegóricas millonarias. Y mucha menos competencia para ver quién es el mejor grupo de elite ni jurado. Sólo hay que salir a las calles y sumarse a los blocos (agrupaciones carnavaleras) multitudinarios, que se desparraman por la ciudad al ritmo del frevo, maracatú y samba a cielo abierto. Hay muchas opciones para elegir, como el Galo da Madrugada, el gran desfile de los sábados; el Carnaval más artesanal que se caracteriza por los enormes muñecos en Olinda, o la Noche de los
con trajes coloridos y mucha producción. Es una mezcla de fiesta y sincretismo religioso con el fin de honrar a la Virgen del Rosario, patrona de los negros, y homenajear a los ancestros africanos que sufrieron durante la esclavitud en el Brasil colonial. El momento cúlmine es a las 12 de la noche en punto, cuando el barrio de San José queda completamente a oscuras y los grupos de maracatu desfilan hasta la iglesia que está en la plaza con antorchas. La ceremonia comenzó en 1968, pero hace 11 años que se realiza en forma ininterrumpida cada lunes de Carnaval. En este caso, los asistentes sólo miran detrás de unas vallas, sin que les importe el diluvio que se desplomó a medianoche.
Los paraguas multicolores que se utilizan para bailar frevo, símbolo del Carnaval de Pernambuco
El desfile de Galo de Madrugada colmó el centro de Recife FOTOS PALOMA AMORIN/EMPETUR, LEO CALDAS/AFP Y EUDES SANTANA
Hay que levantarse temprano y caminar, casi peregrinar entre la multitud hasta el barrio de San José, en el centro de la ciudad, para sumarse al Galo da Madrugada, el gran desfile callejero que se realiza el sábado y que formalmente da inicio al Carnaval de Recife. Aquí aseguran que es el maior bloco de carnaval do mundo, que reúne a más de un millón y medio de personas que bailan y cantan al ritmo de decenas de tríos eléctricos, grandes camiones abiertos con orquesta en vivo, que se abren paso entre la multitud. Es una carrera contra la resistencia física, casi una maratón de baile, música y cerveza que termina cerca de media tarde, cuando cae el sol. Si uno tiene suerte, se puede acceder a alguno de los palcos oficiales, con entradas reservadas para autoridades de la ciudad y la prensa, porque éstas no se venden. Si no hay que mezclarse entre la gente hasta encontrar un lugar con un poco de espacio.
¿Sombra? Ni por casualidad, todos bajo un sol que no da tregua. Los tríos eléctricos hacen un circuito por las calles y los puentes tomados por la multitud en el centro, circulan muy lentamente, con la música a cuestas. Abajo, algunos deciden seguirlos y otros esperar el próximo carro con música diferente. Este año el tema que abrió la gran fiesta fue Voltei Recife, en alusión a los pernambucanos que viven afuera. La mayoría llega a la fiesta con un disfraz, generalmente casero, pero con creatividad y manos en la máquina de coser. Lo que sea, mimos; superhéroes; Tarzán; novias listas para entrar en la iglesia; los Chapulín Colorado, que posan para cuanta cámara se ponga delante. Cerca de la 17, la fiesta se apaga y comienza el regreso, extenuados después de haber participado del gran Galo, que está en el Guinness como el más multitudinario del mundo.
Entre la multitud, se destacan las figuras La pequeña ciudad de Olinda está apenas a 6 km de Recife, pero el Carnaval tiene su propia personalidad. Por las calles empinadas de esta ciudad colonial, una de las más preservadas de Brasil, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desfilan durante los cuatro días de Carnaval blocos que transportan enormes muñecos artesanales. El calor en Olinda es agobiante, sobre todo cuando se asciende por las calles adoquinadas hasta la cima de las colinas. Las 33 iglesias, los museos y las casas coloridas de los artistas de esta pequeña ciudad están cerrados. Sólo se los admira desde afuera, rodeados de vendedores ambulantes de cerveza y comida al paso. La tradición de los muñecos comenzó en 1932 con el Hombre de la Media Noche, que desde entonces abre puntualmente el sábado, a medianoche, el Carnaval, y después se sumaron muchos más a la familia. Los muñecos suelen ser caricaturas de personajes famosos. Así se ve desfilando a Lula, Obama y Michael Jackson al ritmo del frevo. Ahora desfilan más de 60 y se reúnen el martes de Carnaval. En Alto da Sé, la plaza más alta de la ciudad, donde está la iglesia más imponente de Olinda, la Igreja da Sé, construida en 1537, es prácticamente imposible caminar. Una de las agrupaciones comenzó su caminata por las laderas y uno puede sumarse libremente en cualquier momento del recorrido. La música es ciento por ciento en vivo, sin tríos eléctricos (camiones con música) y a pie. Cada bloco tiene su estilo. Algunos van vestidos de superhéroes, otros en pijama y algunos completamente embarrados hasta las orejas, cargando los enormes muñecos. La gente también se suma con imaginación. Entre las subidas y bajadas se ve a superhéroes, Shrek y su familia, piratas, payasos, presos, novias, y hasta están representados los mineros chilenos con la cápsula Phoenix, aunque los integrantes nunca hayan estado en Chile: “Somos de Minas, por eso los mineros, dicen entre risas”. Y entre el tumulto, los chicos salen con enormes pistolas de agua, un poco de alivio ante tanto calor.