Miércoles 15 de octubre de 200 2008
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U
la mirada de Ezequiel Fernández Moores
na década atrás, como socio de Roberto Baggio, anotó 14 goles para Fiorentina. Hace ocho años, marcó el gol que llevó al Milan de Arrigo Sacchi y de Ruud Gullit a la final europea que luego ganó ante Benfica. Ahora, con sólo 44 años, Stefano Borgonovo, padre de cuatro hijos, el más pequeño de apenas 5 años, está inmóvil en una silla de ruedas, con un tubo que lo alimenta a través de la tráquea. Habla gracias a un complejo sintetizador que interpreta sus pensamientos. La imagen, conmovedora, se vio la semana pasada en un partido Fiorentina-Milan que sirvió para recaudar fondos. Borgonovo, que tomó coraje de mostrarse tras permanecer dos años sin recibir siquiera a los médicos, pesa menos de 50 kilos y sabe que la muerte está cada vez más cerca. El fútbol dará a su Fundación un nuevo donativo de 150.000 euros, parte de la recaudación del partido que juegan hoy en Lecce Italia-Montenegro, por las eliminatorias del Mundial. Y la Federación Italiana (FIGC) anunció la creación de un grupo médico para estudiar el tema. El calcio, que siempre negó todo vínculo con la enfermedad, ya no puede tirar más la pelota afuera. Borgonovo es el jugador número 51 que sufre esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Una enfermedad mortal que los futbolistas italianos de tres y cuatro décadas atrás padecen en proporción seis veces mayor que el resto de la población. Y que algunos estudios médicos e investigaciones judiciales sugieren que podría deberse al doping descontrolado de aquellos años. “Porque el fútbol –según dice Massimo Orlando, ex compañero de Borgonovo en Fiorentina– no está contando todo lo que ocurría dentro de los vestuarios.” El calcio, en rigor, se portó como siempre lo hizo la pelota. El doping, dijo durante años la FIFA, es problema de otros deportes, no del fútbol. Muchos ex jugadores argentinos saben que eso no es cierto. Pero la condición arrogante de deporte-rey, el negocio, los éxitos y el silencio corporativo protegieron la hipocresía durante décadas. La ELA obliga hoy a descubrir la mentira. El fútbol niega que la ELA se deba al doping. Y en la negación acepta lo que siempre tapó. Que en el fútbol había doping. La ELA, más conocida como mal de Gehring, afecta a medio millón de personas en el mundo. Es una misteriosa enfermedad degenerativa que ataca a las neuronas del movimiento hasta paralizarlas completamente y que acaba matando en un término medio de cuatro-cinco años. El hecho de que haya atacado particularmente a ex futbolistas italianos
Para L A N ACION
El sistema puede deberse, además de una necesaria predisposición genética, a diversos factores. Un esfuerzo físico desmesurado, cuerpos excesivamente golpeados, cabezazos repetidos a la pelota y hasta pesticidas usados en las canchas forman parte de los estudios médicos. El profesor milanés Angelo Poletti vincula la muerte de las motoneuronas a los niveles excesivos de andrógenos en la sangre, producto del consumo de hormonas y anabólicos. Y sus colegas Stefano Belli y Nicola Vanacore creen que la ELA puede deberse al abuso de fármacos no prohibidos, como integradores, aminoácidos y creatina. ¿Pero por qué ataca sólo a futbolistas y no a ciclistas, por ejemplo, como ya lo descartó una investigación judicial? ¿Y por qué sólo a los futbolistas italianos? El primero que investigó la eventual conexión entre la ELA y el fútbol fue el juez instructor italiano Rafaelle Guariniello. A él, como se recordó en esta misma columna, en diciembre de 2007 en www.lanacion.com, recurrió Gabriela Bernardini. Su esposo, Bruno Beatrice, murió de leucemia en 1987, a los 39 años, luego de 30 meses de agonía, con baba en la boca, sangre en las encías, puro hueso y dolor, no obstante la morfina que buscó calmar el final. Su hija Claudia, que fundó la Asociación Víctimas del Doping, contó que su padre murió exclamando “¿qué me hicieron, qué me hicieron?”. La familia especificó dos medicamentos: Cortex (para la atrofia muscular, estimula la producción de hormonas y tonifica los músculos) y Micoren (para cardíacos, aumenta la resistencia a la fatiga). “Eramos inseparables: yo le decía que parara de darse inyecciones de viernes a domingos, le decían que eran vitaminas y que así correría el doble.” Lo contó Nello Saltutti, su compañero en
Una enfermedad con origen en el doping Borgonovo es el jugador número 51 que sufre esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad mortal que los futbolistas italianos de tres y cuatro décadas atrás padecen en proporción seis veces mayor que el resto de la población. Y que algunos estudios médicos e investigaciones judiciales sugieren que podría deberse al doping descontrolado de aquellos años.
Fiorentina, en la última entrevista que dio antes de morir también él, en 2003, infartado a los 56 años, con un “corazón enfermo por las porquerías” que le habían dado. Se lo dijo al escritor Fabrizio Calza y al periodista Massimiliano Castellani, autores del libro Palla Avvelenata (Pelota envenenada. Muertes misteriosas, doping y sospechas en el calcio). Fiorentina, el equipo que lanzó a la fama a Borgonovo, dejó a varios enfermos prematuros: Pietro Longoni en silla de ruedas, Massimo Mattolini con trasplante de riñón, Mimmo Caso con tumor en el hígado y el recordado Giancarlo Antognoni que casi muere de un infarto, además de Ugo Ferrante, que falleció en 2004 de un extraño tumor cancerígeno en las amígdalas a los 59 años. Guariniello encontró que la lista de enfermedades y muertes prematuras excedía a Fiorentina. Estudió fichas médicas de 24.000 jugadores. Detectó numerosos tumores de hígado, colon y páncreas. Pero la sorpresa fue la ELA: 51 casos, incluyendo 14 muertes. Antes que Borgonovo, ya había sido shockeante la imagen en silla de ruedas de Luca Signorini, capitán histórico de Genoa, tetrapléjico en 2002 con 42 años y muerto seis meses después. “Cuando lo vi por TV, y ya no podía alzar a mi hija ni afeitarme, llamé a su esposa para que me contara y me di cuenta de que yo también tenía la enfermedad.” Lo dijo en su última entrevista Adriano Lombardi, otro baluarte del calcio. Lombardi fue la última víctima fatal de la ELA, en 2007, a los 62 años, el doble que Lauro Minghelli, muerto en 2004. Al año siguiente,
Borgonovo, en silla de ruedas, durante un partido benéfico; están Ronaldinho, Pato, Baresi y Baggio
Giacomo Loisi contó la muerte de su compañero Giuliano Taccola, en 1969, en pleno vestuario de la Roma que dirigía Helenio Herrera. El calcio, sin embargo, siguió negando. Tal vez se asustó porque Guariniello no sólo investigó el doping pasado, sino también el actual. Mandó a juicio a la Juventus campeona de todo del DT Marcello Lippi y de Zinedine Zidane, ganadora de 9 títulos entre 1994 y 1998. Allanó el club y descubrió que ese plantel de atletas tenía un arsenal de 281 fármacos, Liposom para asmáticos, Samyr para depresivos, Neoton y creatina para músculos débiles, Orudis para la artritis, Epargriseovit para aumentar vitaminas y el Mepral que inhibe la producción del ácido gástrico. Juventus, acusada también de suministrar EPO a sus jugadores, terminó absuelta en segunda instancia en 2005 por insuficiencia de pruebas y prescripciones. Hoy, sin embargo, muchos futbolistas, según reveló la semana pasada el diario Corriere della Sera, están realizando visitas secretas a neurólogos, preocupados por su salud. No todos se conforman con la frase de Giovanni Galeone, ex jugador de los 70: “Después de todo lo que me dieron, estoy contento de seguir vivo”. Las absoluciones a Juventus salvaron también la imagen de Lippi, campeón mundial con Italia en 2006 y ahora otra vez DT de la selección que jugará hoy contra Montenegro. Es el mismo Lippi que sólo unos años atrás advirtió a su colega Zdenek Zeman, denunciante del doping en el calcio, que no podía hacer críticas, porque él también era parte del sistema. Cuentan que así se llaman a sí mismo los mafiosos. La palabra mafia la usa la prensa. Ellos dicen que forman parte del sistema. Lippi no aparece bien tratado en el libro Scudetti Dopati. El ex jugador Carlo Petrini publicó allí las actas del proceso por doping contra Juventus omitidas por la prensa, desnudó el silencio corporativo del plantel y la hipocresía del médico acusado, Riccardo Agricola: “Dado que mis pacientes no estaban preparados intelectual y culturalmente –declaró Agricola al juez–, no daba información sobre mis tratamientos y decidía yo mismo”. Los jugadores de hoy, dice ahora Petrini, ya no pueden responder que no saben qué les están dando. Si dejan de ser víctimas pasan a ser cómplices. En palabras de Lippi: “Parte del sistema”.
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