Espectáculos
Página 4/Sección 4/LA NACION
2
3
Martes 11 de diciembre de 2007
Daniel Melingo
El profeta maldito del tango El cantautor adelanta material de su nuevo CD con un show en La Trastienda Por Gabriel Plaza De la Redacción de LA NACION En los setenta estudió con la avanzada de la música contemporánea, como Gerardo Gandini, Roque de Pedro y Alberto Ginastera; en los ochenta formó parte de las principales bandas del rock nacional, como Los Twist y Los Abuelos de la Nada; en los 90 vivió en España, donde patentó un sonido mestizo y experimental con Lions in Love y, a su regreso al país a mediados de los noventa, se reencontró con el tango de su niñez y se transformó en un crooner maldito del género a partir del disco Tangos bajos (1998), que vampirizó sin distinción a toda una nueva generación de cantantes, arregladores y creadores de la música ciudadana y del rock. En el primer piso de una casa chorizo, Daniel Melingo prepara su regreso a los escenarios porteños después de triunfar en París estos últimos tres años, adelantando el nuevo material de su cuarto disco Maldito tango, en el que participan, entre otros, Andrés, Calamaro, Vicentico, Skay y Pity Alvarez, y que fue editado por el sello de Eduardo Makaroff de Gotan Project. “Nunca me fui del rock. Mis amigos son de ese palo, porque los tangueros no me dan bola”, comenta al pasar el creador del hit ochentoso “Cleopatra” y todo un puñado de tangos lunfardos, prohibidos y lisérgicos, como “Narigón”, que se volvieron adictivos para el público joven. “Siempre me gustaron los poetas malditos del tango, los renegados, que hablan de las drogas, la mala vida, los asesinatos, la prostitución, la homosexualidad, todos temas prohibidos para el tango. Lo que buscamos es hablar de otras cosas en las que el tango no se mete, porque casi siempre se habla del desengaño amoroso”, arremete el compositor, arreglador y cantor, que está ensayando en su casa sus nuevos tangos con letras de Luis Alposta, Carlos de la Púa, Dante A. Linyera, Enrique Cadícamo y Celedonio Flores, para presentarlas al público porteño el próximo viernes en La Trastienda. Típica escena del rock. Instrumentos tirados en el piso, un track remixado de “Chalamán”, que suena a todo volumen, mate y galletitas desparramadas en una mesa, Joaquín Levingston (ex Turf) en cueros y con lentes oscuros jugando con una batería electró-
“En Francia me interpretaron”, dice Melingo, que volvió de gira FOTOS DE MIGUEL ACEVEDO RIU
nica, y Melingo que aparece abrazado a una guitarra acústica. “En realidad, nunca me fui del rock –vuelve a señalar–, pero siendo porteño me daba vergüenza no saber tocar un tango.” Esa sensación que le oprimía en el pecho fue el comienzo de una búsqueda de sus raíces: “En mi familia todos eran tangueros de Parque Patricios, milongueros del cuarenta y además tenía dos tíos letristas de la Academia del Lunfardo, gente del tango, como los ricoteros, que sólo son ricoteros. Esa confianza me permitió ingresar en el tango de una forma interesante, pero que era extraña e impune para mucha gente”, afirma Melingo.
Un viaje Fueron doce años de trabajo. El viaje comenzó con un ciclo televisivo llamado Mala yunta (1996), donde juntaba rockeros con formaciones de tangos. Después siguió con una trilogía discográfica (el cuarto CD, ya en camino, será lanzado en Francia en febrero), donde amasó un repertorio de temas inéditos en clave lunfarda y tragicómica, que alimentaron esa criatura extraña de voz cavernosa y estética oscura que rompió con los
códigos tangueros y se transformó en un puente generacional. “Creo que aporté algo diferente, porque nunca fui un cantor de tangos típico, sino alguien que cantaba sus propios temas. Yo venía de ser instrumentista en el rock y eso lo que me dio es que el rockero va a todos lados con el bolsito con sus temas, sean buenos o malos, y los encara sin problema. No hay muchos antecedentes de cantautores de tango, por eso mi aparición generó como un vuelco raro. Hoy por hoy, puedo hacer una canción de rock o hacer un tango canción. No le hago asco a nada, porque el tango y el rock son una excusa para hacer música. –Ese espíritu aparece en tu nuevo trabajo, Maldito tango. –En este disco hay un ochenta por ciento de tangos, pero también doy como señales de que puedo ir a otros lados y que no soy un radical del tango. Por un lado, en este disco volví a la impunidad de Tangos bajos, con la conciencia de lo experimental, de la catarsis, de escupir cosas y después ordenarlas. Lo hice tres veces, primero hubo dos arregladores y después lo terminé haciendo yo, a lo largo de ocho meses, con un costo de salud y
tiempo considerables, pero donde vuelvo a transitar por lugares extraños para el tango. –¿Cómo fusionás la cultura rock y el lunfardo de los veinte? –Para poder experimentar, primero hay que ir a la fuente y a la raíz de cada estilo, ya sea en el tango, el blues o el rock. Para mí, fue importante aprender las técnicas básicas del tango para después poder fusionarlas, componer y arreglarlas en este estilo. Pero los porteños somos un mosaico de cultural. No podemos mentir, porque no existe el purismo. –¿El tango lunfardo fue el traje que mejor te calzó? –Ese estilo me interesó por Rivero, porque lo conocí de cerca y me gustó esa forma de reinventarse que tuvo cuando dejó las grandes orquestas de Salgán y Troilo y volvió a las guitarras y la poesía lunfarda. Humildemente, tomo ese legado de la mano de su gran colaborador Luis Alposta, que es un chabón de 70 años, presidente de la Academia Porteña del Lunfardo, con el que nos juntamos a tomar café, nos matamos de risa y componemos tangos como “Jack de The Ripper” o “Tango vampiro”, que tienen otra temática con la que el tango no se mete habitualmente. –¿Por qué? –Porque el tango es un gran aparato donde hay sectores muy reaccionarios; hasta en los mismos chicos jóvenes, que son grandes músicos pero de mentalidad cerrada. Hay un establishment del tango que dice: “No modifiquemos nada porque así trabajamos todos y vamos a Japón”. No me incluyo en esa idea, porque yo voy por la vereda contraria. –¿Pensás que en tu caso la gente compró más el personaje que los tangos que hacés? –Yo nunca canté sobre cosas que hablan de mí. Pero es probable que la gente haya comprado una estética. Lo más probable es que después te fijes de dónde viene y te des cuenta de que hay más de lo que se ve. En la música, con el tiempo vas encontrando y redondeando la filosofía de lo que querés decir y eso a veces es más importante que lo estilístico-musical, aunque en el camino te pueda comer el personaje. PARA AGENDAR
■ Maldito tango, nuevo trabajo de Daniel Melingo. La Trastienda, Balcarce 460. El viernes, a la medianoche. Desde $ 20.
Del rock al tango ■ Formación: estudió en el Conservatorio Nacional de Música con Ginastera, Gandini y Roque de Pedro, entre otros. ■ Los 80: como instrumentista, formó parte de las bandas de Charly García, fundó Los Twist con Cipolatti y tocó en Los Abuelos de la Nada. ■ Tangos bajos: en 1998 editó su primer disco con tangos inéditos, donde musicalizaba a poetas como Cadícamo, Iván Diez y Luis Alposta. El hit fue un tema de su
autoría llamado “Narigón”, que cuenta la historia de un adicto a la cocaína. ■ Perfil: sus historias de excesos, las crudas postales urbanas de sus temas y el personaje que encarnó sobre los escenarios lo transformaron en una figura maldita en el panorama tanguero. ■ Europa: hace tres años tocó en París en silla de ruedas y fascinó a los franceses. Su nuevo CD será lanzado primero en Francia, en febrero.
OLIVER KORNBLIHTT
El bandoneonista salteño presentó un show donde mostró paisajes de una música de muy buena factura
Clase de música en familia Muy bueno
✩✩✩✩ Concierto de Dino Saluzzi Grupo. Con Dino Saluzzi (bandoneón, composición y arreglos), Félix “Cuchara” Saluzzi (saxos y clarinete), Matías Saluzzi (bajo y contrabajo), Valeria Saluzzi (flauta traversa), Gabriel Said (batería y percusión), Horacio López (percusión). Invitado: Uña Ramos (quena). En el teatro IFT. Próxima función: el viernes, a las 21.30.
“Y me trajeron de vuelta sentires que nunca se harán olvido.” Eso dice la dice la “Zamba del grillo” en su primera estrofa. No es un clásico del folklore que Dino Saluzzi haya interpretado en el concierto del último fin de semana con su grupo integrado por una mayoría de músicos de su familia. Sin embargo, sirve para resumir esa actuación. “Sentires” que a Dino Saluzzi lo trajeron a un repertorio con rasgos plenamente argentinos. A pesar de que salió de su Salta natal para tocar por todo el mundo y en ese viaje se llevó la música que tenía consigo, la obra de Saluzzi se fue nutriendo de otras fuentes. Decir que vuelve sobre sus pasos no sería lo más acertado, pero sí es posible pensar que con los años trazó un periplo que hoy le permite retomar ciertos terrenos de manera más explícita y dar su opinión de un repertorio casi exclusivamente
local (las zambas, los ritmos andinos, los sonidos del Río de la Plata con tangos, milongas y algún candombe) en un mismo concierto. Y hay que preguntarse si a estas alturas de la carrera de este bandoneonista hay que esperar novedades que sigan sorprendiendo en cada tema, con ideas plasmadas en la armonía, en el ritmo, en la estructura de cada tema. Serán otros los motivos para el asombro. Saluzzi no sorprende con lo novedoso en todas esas áreas. Tampoco son nuevas sus actitudes (su decir agradable para dirigirse al público, su malhumor cuando sus músicos no alcanzan, por ejemplo, exactamente el pianissimo que pretende). Pero nada de esto impide que su interpretación y la del grupo sean una celebración de buen gusto y buena música. Saluzzi ha tenido (y tiene) en su personalísimo rubato una de sus mejores armas. La consistencia de una frase melódica en el tiempo y la forma que le quiere ofrecer sigue siendo un pilar fundamental de su arte sobre el escenario. Y la mixtura del sonido de su bandoneón y del clarinete de su hermano Félix sigue siendo una amalgama de bello timbre. Todo suma al concierto: las notas largas y melancólicas o aquellas en las que el fuelle demuestra toda su bravura, el oído atento de Félix para las entradas
que le sugiere Dino, la improvisación de notas y, sobre todo, de climas que el protagonista crea sobre la marcha (una de las mayores virtudes manifiestas en la actuación). Tal vez haya que reprochar a Dino o a sus productores o difusores que el concierto fuera promocionado como la presentación del CD Juan Condori cuando sólo se escucharon tres o cuatro temas de ese álbum. Afortunadamente, la elección fue para destacar. La bellísima “La parecida”; “Juan Condori”, la extraordinaria pieza que da título al disco y que en vivo contó con el plus de Uña Ramos; la muy tanguera “Memoria”, aunque con el correr de los compases se adviertan otras influencias, y una versión de la “Milonga de mis amores”, título que seleccionó para abrir el concierto y que sirvió para resumir su variedad de recursos. Las novedades en los caminos musicales que suele recorrer Dino Saluzzi pueden condicionar el oído de quien va a sus conciertos. Es probable que se espere ser sorprendido todo el tiempo. Pero la sorpresa tal vez no sea lo que se toca, sino cómo se toca. El modo aparentemente sencillo, cómo logra ciertos climas y va recorriendo distintos paisajes de una música de muy buena factura, es algo para el asombro.
Mauro Apicella