OPINION
Lunes 28 de marzo de 2011
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LA ERA DE LOS LIDERES ILUMINADOS PARECE AGOTADA
LINEA DIRECTA
Optimistas, a pesar de todo y de todos H GRACIELA MELGAREJO LA NACION
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ER optimista siempre tuvo “mala prensa”. Un comentarista de esta columna, moran_carlos, escribe que la última Línea Directa, en la que se proponía hacer un programa de TV como el español Palabra por palabra, es “demasiado optimista respecto de lo que nos puede ofrecer la actual televisión pública. Demasiado. Lamentablemente”. Sin embargo, otro comentarista, Mili80, le contestó: “Me parece que no recordás qué clase de TV pública teníamos en los noventa. La actual es de muy buena calidad, gracias a la planificación de la comunicación y los profesionales que trabajan allí. Sin mencionar la variedad cultural y la producción nacional”. Un interesante intercambio de opiniones, que no se contraponen sino que se complementan. Es cierto, también, que por su capacidad de llegar a millones de televidentes, la TV está siempre más expuesta a la mirada crítica que los otros medios, sobre todo los gráficos en soporte papel. Así, en la semana última, fueron varios los lectores que se unieron involuntariamente para hacer “correcciones” a los medios y su particular grafía. Por ejemplo, Ana Francisca Tolosa, una lectora consecuente de esta columna, envía el siguiente correo electrónico: “Parece que ya son muchos los que creen que en español lo que termina en z o s es plural. Leo en la portada digital de un diario porteño «Helicópteros japonés lanzan agua». Y en la televisión hay una publicidad de pasta dentífrica que dice «Yo tomaba sólo bebidas natural». ¿Qué pasa con los plurales?”. En la misma semana, un periodista de este diario, el crítico de cine Marcelo Stiletano comentaba, desolado, en Twitter, que “en TV siguen los horrores en los zócalos informativos. Se cita al colegio «Mater Amigabilis», pero es Admirabilis”. ¿Por qué ser optimista, entonces? En primer lugar, por el hecho de que sean muchísimos los hablantes del español que se preocupan… por el español. En Twitter, esa red social que cada vez ahonda más en el campo de la información, @Fundeu (el servicio del Español Urgente ya comentado en esta columna) es requerido a toda hora, con preguntas que algunos juzgarían demasiado simples a primera vista: “@ Fundeu Consultas que llegan a nuestra página: ¿Qué es lo correcto: «Arremangarse» o «remangarse»? Aquí la respuesta http://bit.ly/e3qVkC”. Y la respuesta que da Fundéu es: “Ambas son correctas. Copiamos lo que dice el Diccionario panhispánico de dudas: Remangar(se). ‘Levantar(se) o recoger(se) hacia arriba [las mangas o la ropa]’: «Al ver que había ganado se remangó el vestido» (Gamboa Páginas [Col. 1998]). Es igualmente válida y muy frecuente la variante arremangar(se): «A veces se arremangaban los pantalones para mostrar una llaga» (Ocampo Cornelia [Arg. 1988])”. Para redondear el tema, ahí va otro ejemplo: “Fundeu Español Urgente @osvaldosoto: en español, ¿es clic o click? / Clic”. A ese consultante se agrega otro y ambos reciben la siguiente respuesta a una duda común: “@Fundeu Español Urgente RT @mrivasalvarez: @osvaldosoto Y clicar ¿no? /Clicar es hacer clic ;-)”. En segundo lugar, justifica ser optimista el hecho de que estas prácticas solidarias responden a un concepto que la Real Academia Española viene anunciando desde la publicación de los dos primeros tomos de la Gramática: somos la comunidad de hablantes del español (algunos dicen que ya alcanza los 500 millones de integrantes) y debemos actuar en consecuencia. Algo así como cuidarnos las espaldas entre todos. De manera que, “por aire, por tierra o por mar”, es decir, buscando en los diccionarios en soporte papel, en Internet o consultando a los servicios de las redes digitales como Fundéu, es cada vez más sencillo resolver las dudas para escribir de acuerdo con este código común, que nos convoca, nos une, nos reúne y a veces hasta nos desune. El próximo 31 de marzo, cuando la Academia Argentina de Letras presente en sociedad la nueva edición de la Ortografía de la lengua española, será otra vez ocasión de festejar. Y de ser optimistas. © LA NACION
[email protected] Twitter: @gramelgar
El ocaso de los revolucionarios
OY en día todo el mundo se está dando cuenta de la importancia histórica de los levantamientos populares en países decisivos del norte de Africa, como Egipto y Libia, contra regímenes políticos que se iniciaron como revolucionarios y aún se definían como tales, exigiéndoles libertad y democracia. Esto significa reclamar el derecho de todos los ciudadanos a intervenir en las decisiones políticas que los afectan y a no ser acallados ni intimidados ni llevados por delante por ningún grupo de ocupantes del poder, cualquiera sea su denominación. Estos levantamientos populares actuales, horizontales y de liderazgos compartidos, son diferentes de las llamadas “revoluciones” de la pasada era moderna, que comenzaron con la Revolución Francesa, de 1789, e iniciaron su ocaso 200 años después, con la caída del Muro de Berlín, en 1989. Desde el jacobinismo hasta la yamahiriya (república asamblearia de las masas o república socialista islámica), pasando por el fascismo, el comunismo, el nacionalsocialismo, el tercermundismo, el progresismo y los neopopulismos, las “revoluciones” del modernismo presentan sociológicamente, aunque en distintos grados, las mismas características, cualquiera sea la denominación ideológica que adopten. Se inician con la toma del poder político (sea por vías legales o violentas) por un grupo de “iluminados” que se consideran los dueños de la verdad y la justicia, llamados a imponerlas a todos los demás mediante la construcción de una sociedad perfecta. Para ello necesitan acallar a los que no piensan como ellos, manipulando la información, nunca admitiendo errores, instaurando el culto a sus dirigentes siempre infalibles, que viven sacrificándose por su pueblo. En una palabra, tratando a sus poblaciones como a niños estúpidos a los que se les puede hacer creer cualquier cuento. Para distraer a los pueblos de los problemas concretos que padecen, los envuelven en fantasiosos enfrentamientos abstractos, con lo cual pocas veces resuelven los verdaderos problemas y males que sufren las personas y grupos concretos. Todos los comentaristas coinciden en que los levantamientos del norte de Africa se originaron en sus juventudes educadas que no tienen trabajo ni perspectivas de conseguirlo, mientras se les hablaba de socialismo y de tercermundismo. Pero como generalmente esto no basta se hace necesario a este tipo de gobiernos desacreditar, acallar, anular o eliminar a los que piensan distinto o presentan otras soluciones que pueden ser mejores. Una característica uniforme de estas “revoluciones” es la caracterización denigratoria de los que piensan de distinta manera como seres despreciables de una categoría casi subhumana. Resulta interesante constatar la similitud del empleo del calificativo de “gusanos” para denigrar a sus oponentes en regímenes “revolucionarios” aparentemente opuestos. Lo emplearon abundantemente los nazis en Alemania, tal como lo hacen Fidel Castro y sus secuaces hasta el día de hoy. La despectiva palabra la inventó Hegel, el padre de todas estas revoluciones políticas, para calificar a los que no pensaban como él: “Gusanos que sólo comen tierra y agua”. Revisando los calificativos que emplea
JOSE ENRIQUE MIGUENS PARA LA NACION
el presidente Chávez para calificar a sus opositores y aquellos –delirantes– que ha estado vomitando Khadafy, tenemos un cuadro de la actitud básica de estos gobiernos revolucionarios y de su falta de respeto a la dignidad de toda persona humana. Todas estas “revoluciones” necesitan inventar un “enemigo” a quien acusar de todos los males ocurridos y de obstaculizar la triunfante marcha de la revolución. Caen así en terribles simplificaciones para unificar a sus seguidores en un odio compartido distrayéndolos de sus verdaderos problemas. Los observadores más alertas a las nuevas realidades sociales e históricas nos están recomendando no seguir empleando en la política las viejas distinciones conceptuales opuestas, tales como “idealismo” o “materialismo”, “izquierda” o “derecha” aplicadas a este tipo de gobiernos, porque son engañosas y no van al fondo del ver-
dadero problema. A los pueblos les da lo mismo que al sistema de dominación que se les aplica; se lo denomine “idealista” o “materialista”, de “izquierda” o de “derecha”, siempre será un sistema de dominación. Sólo comprueban que se les han quitado su participación política y el derecho que les corresponde a todos de ser los dueños de su propio destino y del de la Nación, que es de todos y no de un grupo de ocupantes del poder que se cree superior y dueño del país. El garrote que se esgrime sobre sus cabezas, aunque esté pintado de rojo, de verde o de blanco, siempre será un garrote y siempre terminará siendo usado en provecho de los que lo manejan. Como dijo un manifestante egipcio: “Cambio significa justicia, libertad e igualdad para todos en el trato”. Esto significa el respeto a la dignidad de todas las personas por parte de todos, tanto de los gobiernos como de la sociedad.
Es por eso que, olfateando el peligro que estos levantamientos significan para sus bases estructurales de dominación, algunos gobiernos latinoamericanos que se autodenominan revolucionarios, como los de Cuba y Venezuela, seguidos por los de Ecuador, Bolivia y Nicaragua, se han pronunciado en respaldo del dictador Khadafy, a quien el presidente Chávez llegó a titular: “Mi colega revolucionario”. Dejando de lado las características específicas de cada área cultural que llevaron a esos levantamientos populares arábigos, como las que llevaron a los levantamientos de los países del bloque socialista en Europa, podemos remontarnos a un acontecimiento que marcó el cambio histórico contra las “revoluciones” y a favor de la democracia participativa, que curiosamente pasó casi desapercibido. Tres días después de la caída del Muro de Berlín, el Partido Comunista Italiano, considerado el más actualizado, inteligente y numeroso de Europa, haciéndose cargo del cambio cultural ocurrido y del anhelo de los pueblos de una democracia participativa, inició contactos para integrarse con la socialdemocracia. El 3 de febrero de 1991, el XX Congreso Nacional del Partido Comunista Italiano decidió disolverse, renunciando a sus objetivos revolucionarios, para ingresar en la convivencia democrática con el nombre de Partido Democrático de la Izquierda e incorporarse a la Internacional Socialista. Con esto renuncia a sus anteriores beligerantes pretensiones de hegemonía y de imposición de sus ideologías al resto de la sociedad por el camino de la violencia revolucionaria. Vale decir que el viejo Partido Comunista, sensible a los cambios ocurridos en la cultura occidental, optó por la vía democrática para resolver, entre todos, los problemas concretos de la sociedad que es de todos. Hay un síntoma más sutil que pasó desapercibido para los políticos. En unas jornadas de filosofía y transculturalidad convocadas por la Unesco en noviembre de 2002, se declaró que el mundo está presenciando la aparición de un nuevo discurso político “que dé al hombre el derecho de tomar la palabra”. Esto significa –se dice– la necesidad de crear nuevas relaciones entre las personas, definidas por la necesidad de vivir juntos, unidos a pesar de las diferencias, porque los problemas que afrontamos no pueden resolverlos unos sin los otros. “Hasta ahora, cada cultura, cada visión del mundo, cada sistema económico, pretendía imponer su definición de la humanidad a todas las otras. En estas sociedades encerradas por barricadas internas queda todavía una apertura, la pluralidad como una puerta que se abre para permitirnos sobrevivir, respirar, quebrando esta clausura del mundo humano sobre sí mismo.” Sugestivamente, los participantes más coherentes y entusiastas de estas jornadas fueron los intelectuales del sur y del norte de Africa, lo que explica los actuales levantamientos populares. ¿Estaremos los intelectuales latinoamericanos quedando más atrasados, desinformados y anacrónicos que los intelectuales africanos en esta corriente mundial de apertura y de democratización? © LA NACION
El autor es abogado y sociólogo. Escribió, entre otros libros, Política sin pueblo
Será un período difícil RODOLFO TERRAGNO
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N Cándido, la novela de Voltaire, hay un empedernido optimista: el ilustrado Dr. Pangloss, que sólo ve lo positivo. Si el personaje examinara la actual economía argentina, festejaría estos datos: · Desde que se abandonó el 1 a 1, el producto bruto interno creció (dato oficial) a razón de 7% por año. · La deuda externa representa, ahora, sólo el 35% del PIB. ·La soja vale, en el mercado internacional, el doble de lo que valía hace diez años. ·Las reservas actuales equivalen a un año de importaciones. ·La recaudación fiscal es de 500.000 millones de pesos. El criado de Cándido, a diferencia de Pangloss, mira siempre debajo de la alfombra. Se llama Cacambo y tiene un admirable sentido de la realidad. Si él se ocupara de la Argentina (el país de su padre, un mestizo tucumano), hoy notaría lo que pocos parecen notar: La tercera inflación más alta del mundo. Según el World Fact Book, sólo Venezuela (30%) y el Congo (27%) superan a la Argentina: 22%. El Indec difiere: sostiene que nuestra inflación está en 11%; pero ése es el mismo índice que tienen Ghana o Liberia. Propuestas: políticas monetarias y fiscales anticíclicas; no sobrevaluar el peso: la invasión de productos importados baja los precios pero destruye industrias y crea desempleo. El gasto público aumenta un tercio cada año. Esto realimenta la inflación y no redunda en más y mejores servicios. Propuestas: auditar el gasto. Eliminar lo
PARA LA NACION
injustificable. Restringir los gastos reservados, y someterlos a control. Prohibir al Ejecutivo gastar por encima de lo presupuestado. Destinar eventuales excedentes a un fondo anticíclico. Déficit fiscal oculto. Para no quedar en rojo, la Nación echa mano del dinero de los jubilados y de las “utilidades” (reservas) del Banco Central. La conversión de dólares en pesos equivale a una emisión sin respaldo y es otra fuente de inflación. Propuestas: estadísticas oficiales fidedignas; metas y plazos para la reducción
La conversión de dólares en pesos equivale a una emisión sin respaldo y genera otra fuente de inflación del déficit; cumplimiento de tales plazos mediante la política de gasto público y la progresiva supresión de subsidios. Los subsidios le cuestan al Estado 11 millones por hora. Al año, son 96.000 millones. Si se los quitara, las tarifas se duplicarían, triplicarían o quintuplicarían, según los casos, causando un estallido social. Si no se los quitara, habría un colapso fiscal. Propuestas: disminuirlos gradual y selectivamente, reteniendo sólo los que benefician a las regiones y sectores sociales de menores recursos. Campaña de opinión pública: mostrar por qué, si no se los limita, los subsidios serán un boomerang. El costo de vida expande la pobreza.
Como la inflación carcome el poder adquisitivo, los sindicatos deben reclamar aumentos salariales; pero si éstos exceden la tasa de inflación, el problema se agrava: “Los salarios suben por la escalera y los precios, por el ascensor”. La Asignación Universal por Hijo atenúa las carencias pero no las resuelve. Propuestas: disminución del IVA a los artículos de la canasta, financiada por la eliminación de exenciones impositivas no justificadas. Creación del Consejo Participativo de Estrategia Económica y Social (gobierno, empresarios, sindicatos, ONG), con la facultad de procesar información macroeconómica, emitir dictámenes sobre políticas-antiinflacionarias, analizar la distribución del ingreso y, a partir de esa información, celebrar acuerdos de precios y salarios. Objetivo: racionalizar la discusión y evitar pujas arbitrarias. Con esta inversión no hay desarrollo. Creciendo a 5% anual se llegaría, en 2025, al PIB per cápita que Eslovaquia tiene hoy. Esa módica ambición requiere superar, en 22.000 millones de dólares por año, la inversión actual. De ese monto, 7000 millones han de ser para energía. Propuestas: Estatuto de la Inversión, con garantía de estabilidad jurídica y procedimientos arbitrales para la solución de diferendos. Búsqueda activa de inversores, ofreciendo una relación costo-beneficio que favorezca la instalación en la Argentina y no en otros países. Como “la tablita” y el “1 a 1”. El valor real del dólar es hoy de $ 1,53. Menos aún, si se descuentan retenciones: el “dólar sojero” está en 0,99. El dólar bajo (empleado en “la tablita” y en el “1 a 1” para controlar
precios internos) es un impuesto a la exportación y un subsidio a la importación. Termina, siempre, mutilando la producción. Poner trabas a los importadores, en este punto, es tapar el sol con un dedo. Propuesta: cambio administrado, con el fin de asegurar una tasa competitiva. Disminución de las retenciones, con un cronograma que evite el desfinanciamiento del Estado; ulterior conversión de este “impuesto a la exportación” en anticipo de Ganancias. Estímulo fiscal a la cooperación ciencia-industria para elevar la productividad y conseguir un peso que sea, a la vez, fuerte y competitivo. Acuerdo preelectoral. Cualquiera sea el resultado de las elecciones (continuismo, si hay reelección; alternativa, si gana un frente opositor) el próximo gobierno encontrará estos problemas. No tendrá, además, mayoría parlamentaria. Los nuevos miembros del Congreso serán elegidos en la primera vuelta, y por el sistema D’Hont de reparto proporcional. Habrá, por lo tanto, un mosaico de bloques parlamentarios igual o más complejo que el de ahora. Para gobernar se necesitará un compromiso de apoyo mutuo entre la mayor cantidad de fuerzas políticas. Debe ser suscrito antes de octubre. No es fácil pactar mientras se compite; pero la alternativa es, para todos, acordar o fracasar. En diciembre logramos un pacto multipartidario sobre aspectos políticos e instituciones. Ahora es necesario internarse en el mar de la economía. © LA NACION