El mito de un autor

21 jun. 2008 - a los cuentos reunidos en Un brindis por Ava Gardner, y define la tarea del creador como la de “encontrar la cabe- za de una estatua enterrada ...
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CRÍTICA DE LIBROS

DÍAS MALDITOS POR IVÁN BUNIN EL ACANTILADO TRAD.: JORGE FERRER 215 PÁGINAS $ 105

NARRATIVA EXTRANJERA

El mito de un autor

UN BRINDIS POR AVA GARDNER POR ROBERT GRAVES

Poeta de genio, Robert Graves se hizo famoso con Yo, Claudio y otras novelas históricas. Un brindis por Ava Gardner reúne la totalidad de su cuentos: relatos ligeros, vitales y auspiciosos

R

obert Graves prescinde con suficiencia de la imaginación. Trabaja con materiales dados: la historia, la autobiografía. Yo, Claudio, por un lado, y Adiós a todo eso, por otro, son modelos cada uno en su género. El propio Graves confiesa su aversión a “la ficción pura” en la nota introductoria a los cuentos reunidos en Un brindis por Ava Gardner, y define la tarea del creador como la de “encontrar la cabeza de una estatua enterrada en la arena. Gradualmente se quita la arena y va apareciendo el resto”. En el relato que da título al volumen le obsequia a la estrella de cine una lección sin costo: “Le dije que una voz clara, personal, era más conveniente que toda la destreza técnica y la experimentación más osada del mundo”. Graves es, de hecho, un escritor de voces, no de estilo. Una primera persona confiable, regida por la prontitud y algunas sospechas y supersticiones a mano. Una huelga de hambre en un colegio. El robo de una bicicleta. Los cuentos son reenvíos de una memoria, sí, pero minuciosamente discretos: no permiten saber con certeza quién fue Robert Graves, aunque dejan entrever sus sombras satélite y un colorido plumaje de vulnerabilidad, alerta, tesón. Y un resto de pudor para no tomarse demasiado en serio, como lo evidencia el relato “Vida del poeta Gnaeus Robertulus Gravesa”. No es –lo han sugerido un puñado de jueces aritméticos– que cuanto más se sabe de su vida menos se admira su obra. Al contrario, lo extraordinario es que a pesar de un temperamento con claroscuros, de una guerra, de ocho hijos que mantener, de la pérdida de uno de ellos, de mudanzas intempestivas y una desapacible vida amorosa –que no excluyó sobrevivir a una especie de anaconda llamada Laura Riding–, Graves

18 I adn I Sábado 21 de junio de 2008

Graves HULTON-DEUTSCH COLLECTION / CORBIS

haya logrado componer obras de una transparencia, una versatilidad, una videncia y una distinción por lo menos notables. Sus poemas son suficientes para pasar varias vidas en más de una isla. Sus novelas históricas elevaron la categoría de lo legible a cumbres desconocidas. Graves cumplió el sueño de copistas de todo pelaje: redactar libros respetables que vendan y reservar “el genio” para escribir poesía de estirpe. (A propósito de esto, declaraba que “criaba perros de exhibición con el fin de poder alimentar a un gato”.) El trabajo, en suma, le salvó la vida, desde un punto de vista material y, no perdamos tiempo con falsas precisiones, psicológico. Hay dos cosas, además, que nunca dejaremos de envidiarle: su longevidad y su ingenio en el uso de la nota al pie: “Un secreto para poder pensar consiste en rodearse del menor número posible de cosas no hechas a mano”. Nunca falto de agudeza, Randall

EDHASA TRAD.: LUCÍA GRAVES 425 PÁGINAS $ 32

Jarrell decía que Graves “convertía las circunstancias accidentales de su vida en las condiciones necesarias de toda vida”. Como sea, su biografía dio origen a retratos memorables: el bellísimo Bajo la sombra del olivo de William Graves, los tres tomos de su sobrino Richard Perceval Graves y Life on the Edge de Miranda Seymour. Semejante al caso de la familia Nabokov, la suya fue coartífice y escolta de su tarea y legado: aparte del mencionado hijo William y de la infatigable cooperación de la última esposa, Beryl, su hija Lucía se convirtió en su traductora ideal. La permanencia de los Graves en Mallorca está magníficamente capturada en diversas narraciones: “No hay lugar en Europa donde la luz de la luna sea tan potente; en ella uno puede, incluso, comparar colores”. El volumen entero constituye un puerto de acceso óptimo y el primer cuento por orden de aparición, “El grito”, es un clásico. El influjo de Graves es vastísimo y sobrevivió a sucesivas glorificaciones e infamias retroactivas. La diosa blanca hirió mortalmente al poeta Ted Hughes. Sus espléndidos ensayos le facilitaron al gran crítico William Empson las jactancias de la ambigüedad. Con mal disimulada maestría, Borges reformularía en prosa –“Borges y yo”– el poema de Graves “My Name and I”. La actualidad del autor de Rey Jesús resulta tan irrelevante como irrefutable: reediciones en castellano, ediciones definitivas en Carcanet, constantes reimpresiones en Penguin. Si las novelas históricas de Robert Graves no envejecieron, menos lo harán estos relatos ligeros, vitales, auspiciosos, de un hombre que no llevaba reloj porque juraba que siempre terminaba desmagnetizándolos.

Las musas del desaliento A

ristócrata, conservador y de una religiosidad desesperada, Iván Bunin (1870-1953) fue también un gran escritor. En 1933, fue el primer ruso en recibir el Premio Nobel de Literatura. Días malditos (Un diario de la Revolución) reúne los textos escritos por él a hurtadillas entre 1918 y 1919. El libro, cuya primera entrada corresponde al 1° de enero de 1918, se inicia con esta lapidaria sentencia que marcará su tono: “Se ha acabado este año maldito”. Aunque teme por lo que le sucedería si sus diarios son descubiertos por la policía de la Revolución (le costarían la vida), escribe con absoluta sinceridad, confiado en que lo leerá la posteridad. Bunin es un “ruso blanco”, un zarista nostálgico del antiguo régimen imperial y que aún no se recupera de los acontecimientos de febrero y octubre de 1917. Días malditos está escrito desde la ira, el miedo y el desaliento. Ésas son sus musas. Ningún lector puede buscar en un juicio desapasionado. La prosa de Bunin es breve, escueta, por momentos algo desmañada, lo que se entiende por las circunstancias en que el diario fue escrito (aunque en ciertos casos se puede llegar a sospechar de la eficacia del traductor). Crónica ágil y espeluznante de un sujeto acorralado dentro de la revolución rusa y para quien ella no representa el advenimiento de algo nuevo y mejor. Nunca lo vemos intentar algún esfuerzo de adaptación. Abundan, en cambio, las recriminaciones contra tránsfugas y oportunistas. Bunin lee, pasea por los bulevares y se lamenta del estado del arte y la literatura que se produce en esa hora, pero también hace líricas observaciones sobre el paisaje y el clima. Las voces de otros (incluyendo las de los enemigos) enriquecen el texto a través de la transcripción de frases escuchadas al pasar, de fragmentos de un periódico, de diálogos con amigos o conocidos. El diario es un documento de primera mano acerca del “Terror Rojo” y proporciona una representación vívida de la atmósfera cotidiana de una revolución: la desinformación, los rumores, las mentiras, las deslealtades y la desolación de los que perdieron para siempre.

Matías Serra Bradford

Pedro Gandolfo

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