El miedo en el espejo del siglo XX Un ... - Universidad Central

Fernando Sánchez Torres, Jaime Posada Díaz, Enrique Bautista, Óscar Godoy Barbosa, Isaías ... FABIáN MAURICIO MARTíNEZ GONZáLEZ. La tierra del ... de José María Arzuaga (1963). 137 ...... rota más arriba de la rodilla, y el hueso se.
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73 • julio-diciembre 2015

Matías Luque i ii iii iv v vi vii viii ix x xi xii xiii xiv xv xvi xvii xviii xix xx xxi xxii

Por la izquierda se circunscribe, como dije, con el terreno del mismo testador: Matías Luque Aruquipa, de cansadas articulaciones, ahora, pero con ganas de vivir por siempre (aunque hoy seas tarde para mi vida).

ISSN: 0120-1301 DISTRIBUCIÓN GRATUITA

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Dejo todo para no llevarme nada, solo testimonio de existencia como estrella en extinción, de que viví un cierto tiempo rebosante de muchos bienes que desaparecieron luego, como la vida. Acompañado de una inspiración profunda y hondo recuerdo, espero alguien lo lea, a pesar del tiempo que transcurra desde mi existencia terrena hasta los que hoy leen estos poemas fingidos desde el carnaval de la vida.

julio-diciembre 2015

Leoncio Luque Ccota, Perú, 1964. Del libro Dejo mi sombra: entrega de memorias (2015), ganador del Concurso Internacional de Libro de Poesía “Fernando Charry Lara” (2015), Universidad Central.

El miedo en el espejo del siglo XX Un enigmático narrador en la guerra de secesión de los Estados Unidos, o Ambrose Bierce FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, HUMANIDADES Y ARTE Departamento de Humanidades y Letras

Nereo López: los primeros pasos de un maestro de la fotografía ISSN: 0120-1301

Temas humanísticos Aproximaciones literarias Creación Libros

73 hojas universitarias julio-diciembre 2015

Consejo Superior Fernando Sánchez Torres (Presidente) Rafael Santos Calderón Jaime Arias Ramírez Jaime Posada Díaz Carlos Alberto Hueza (Representante de los docentes) Germán Ardila Suárez (Representante de los estudiantes) Rafael Santos Calderón Rector Luis Fernando Chaparro Osorio Vicerrector académico Imagen de cubierta: Nereo López Cusco (serie El Tren), Perú, 1960. Fotografía.

Nelson Rafael Gnecco Iglesias Vicerrector administrativo y financiero

Hojas Universitarias, n.° 73Bogotá D. C., xxxxxxx-xxxxxxxx de 201x ISSN: 0120-1301 Isaías Peña Gutiérrez Director Joaquín Peña Gutiérrez Coordinador Comité Editorial Fernando Sánchez Torres, Jaime Posada Díaz, Enrique Bautista, Óscar Godoy Barbosa, Isaías Peña Gutiérrez, Juan Malaver, Jairo Restrepo Galeano. Correspondencia Departamento de Humanidades y Letras Universidad Central Calle 21 n.º 5-84 (4.º piso), Bogotá, D. C., Colombia, Suramérica Correo electrónico: [email protected] Salvo que se especifique de otra manera, los contenidos textuales de Hojas Universitarias están publicados de acuerdo con los términos de la licencia Creative Commons 2.5. Usted es libre de copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato, siempre y cuando dé los créditos apropiadamente, no lo haga con fines comerciales y no realice obras derivadas. El material gráfico, sin excepción, está protegido por copyright. Tarifa Postal Reducida n.° 529 de la Administración Postal Nacional Preparación Editorial Coordinación Editorial Dirección: Héctor Sanabria Rivera Asistente editorial: Jorge Enrique Beltrán Diseño y diagramación: Mónica Cabiativa Daza Corrección de textos: Nicolás Rojas Sierra y Fernando Gaspar Dueñas Digitación: Olga Mireya Baquero Rodríguez Las ideas aquí expresadas, lo mismo que su escritura, son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad Central ni a la orientación de la revista.

Contenido La apoteosis polifónica de un doble apocalipsis 34 philip potdevin

Conciencia del desastre y novela en el conflicto

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Recuerdos de Óscar Collazos

42

La novela de los nukaák

45

Un enigmático narrador en la guerra de secesión de los Estados Unidos, o Ambrose Bierce

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luz mary giraldo

josé luis díaz-granados

nelson ricardo amaya espitia

jaime gómez nieto

Creación Temas humanísticos y sociales El miedo en el espejo del siglo XX omar ardila

Poesía

5

¿Se puede hacer minería en cualquier parte de este país?

13

Análisis de la publicación Hojas Económicas de la Universidad Central

16

david rangel botía

trujillo, ocampo y melo

Aproximaciones literarias Osorio Lizarazo, maestro del claroscuro novelístico 29 ernesto gómez-mendoza

Poemas de Leoncio Luque Ccota

58

Poemas de Nelson Romero Guzmán

70

Dislocaciones. Muestra de jóvenes poetas españoles guillermo molina morales

83

Cuento Atando anzuelos

90

El pájaro de la lluvia

97

La sangre del mundo

99

La tierra del olvido

104

jorge valbuena

andrés nanclares

fabián mauricio martínez gonzález

ana maría puentes pulido

Epístola 106 laura camila latorre

cuentista clásica

La cuerda

katherine anne porter

Cine 108

Fotografía Nereo López: los primeros pasos de un maestro de la fotografía eduardo márceles daconte

alberto bejarano

113

Crónica 128

Onigiris (bolas de arroz para la autoestima)

129

andrea salgado

Sobre De artes y oficios, de Luz Mary Giraldo

143

Sobre La insaciabilidad, de Marco Tulio Aguilera

144

“La vida contada como una balada interminable”: El juego favorito, de Leonard Cohen

146

El gran problema de esta historia era cómo contarla

148

Una sombra que no deja de posarse

149

pablo di marco

jairo restrepo galeano

Entrevista Nelson Romero Guzmán y la forma suprema de edificar el arte julio césar rodríguez

álvaro castillo granada

131

137

Libros pablo di marco

Carne frita con arroz y tajadas (o la última comida de un condenado a muerte) andrea salgado

El cine como (re)invención de la cotidianidad: el caso de Rapsodia en Bogotá, de José María Arzuaga (1963)

adrián lópez borchardt

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Temas humanísticos y sociales

El miedo en el espejo del siglo XX omar ardila

Pitalito, Valle de Laboyos, 1975. Poeta, ensayista y analista cinematográfico. Publicó Alas del viaje en un instante (Sic Editorial, 2005), Palabras de cine (Sic Editorial, 2006), Corazón de otoño (Sic Editorial, 2010), Espejos de niebla (A Seis Manos, 2012), Cartografías cinematográficas (Gente Nueva, 2013), Antología de poesía anarquista I y II (Gato Negro, 2013), Esquizoanálisis y pensamiento libertario (Senderos Editores, 2015), Devenires menores (La Valija de Fuego, 2015).

En el eco de mis muertes aún hay miedo. alejandra pizarnik

El miedo, esa antigua y poderosa emoción con tanta incidencia en el devenir humano, ha demarcado distintos procesos culturales que nos permiten hablar de variaciones tanto en el objeto de este como en su forma de ser percibido por los sujetos. De esta manera, son también diversos los análisis que pueden hacerse para entender el funcionamiento de dicha emoción. La neurología hoy nos permite conocer los procesos fisiológicos que se desencadenan como respuesta a los estímulos asociados con el peligro, luego de conocer la microorganización de los sistemas nerviosos y la naturaleza de la función neuronal. Asimismo, la psicología, en su constante búsqueda de identificar patrones primigenios que determinan las conductas posteriores, le ha dedicado largos capítulos al papel que juega el miedo en la estructuración de las subjetividades, sobre las que permanentemente se ejerce un control social. El miedo también ha sido un soporte básico para que muchas ideologías religiosas ofrezcan planes liberadores del horror que, con anterioridad, ellas mismas han ayudado a producir entre sus fieles. Y podríamos seguir enumerando disciplinas

(como la biología, la antropología, la estética) que se han ocupado de indagar y sistematizar discursos referentes al miedo; sin embargo, trataremos de concentrarnos en algunos acontecimientos asociados con la producción del miedo durante el siglo XX, los cuales están vinculados con estrategias políticas, con el poderío casi inabordable de los medios de comunicación y con algunas iconografías del terror.

Del control íntimo al control social (libertad vs. seguridad) El siglo XX nos legó el miedo como una de las herramientas más efectivas para ejercer el control y la dominación por parte de las grandes corporaciones, cada vez más fortalecidas con el avance del capitalismo y su intensiva generación de insalvables brechas socioeconómicas. El anterior miedo teológico que incidía en el interior de los sujetos con el anuncio de horrendas o placenteras experiencias posteriores a la muerte, según hubieran sido sus acciones previas, adquirió durante el pasado siglo una notable dimensión política que se fue acentuando paulatinamente con los gobiernos contemporáneos, al punto de ubicarse en el centro de los intereses del “arte de gobernar”.

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Así las cosas, con el miedo como poderosa arma que concentraba los discursos políticos, resultó oportuna la instauración de las “políticas de seguridad” con su consabida estrategia engañosa. El miedo como tal no era la novedad en estos discursos; lo que sí resultó novedoso fue la forma que adoptaron y el carácter protagónico alcanzado dentro de la sociedad. Las poderosas ideologías revolucionarias de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que habían hecho de la libertad, la equidad y la confianza los fundamentos de su lucha, se empezaron a ver debilitadas cuando las políticas de seguridad lograron interiorizarse y triunfaron sobre las aspiraciones al libre ejercicio de las voluntades. En adelante se abriría la ventana de la sospecha y asistiríamos al teatro de la seguridad, el cual brindaba espectáculos que resultaban efectivos a corto y mediano plazo. La estrategia fue sencilla: aprovechar los miedos “espontáneos” que poblaban los imaginarios culturales y producir miedos “reflejos” que permitieran dirigir las conciencias colectivas, para poder instalar un permanente “estado de sitio” en el cual todos resultan sospechosos. De esta manera, se empezó a legislar en pro de la constitución de un “ambiente seguro” que pudiera disipar los miedos cotidianos. Los temores entrecruzados se convirtieron en un artefacto efectivo que lograba controlar al individuo y las colectividades, y degradaba, de paso, la antigua noción de política (la búsqueda del bien común para las mayorías) favoreciendo el mercado y la (supuesta) seguridad. Este mecanismo, aunque por una vía distinta a la desarrollada con fines teológicos, también pudo interiorizarse y ejercer su dominio desde adentro para evitar la actuación de los individuos como actores revolucionarios. La práctica utilizada por los gobernantes, que podría verse como aparentemente paradójica, ha dado mag-

níficos resultados, pues se ha logrado el control social potenciando la angustia (los temores íntimos). La lucha contra el miedo se ha realizado infundiendo más miedo (con la elaboración de armas sofisticadas; la construcción de muros, linderos y zonas restringidas; la propagación de cámaras de vigilancia, entre otras tantas estrategias), aunque, según reza la doctrina Huntington, “hay que negarse a vivir con miedo”. No obstante, cada vez ha sido mayor la desproporción de los países poderosos en las maquilladas “guerras contra el terrorismo”, con las que han logrado infundir los mayores miedos entre las comunidades que, sin saber por qué, han terminado arrasadas. Por otra parte, algunos teóricos como Ulrich Beck o Alain Badiou, siguiendo distintas líneas de análisis, han caracterizado el acontecimiento del miedo político y su intensificación en los discursos contra el terrorismo como algo asociado con la fractura causada en la seguridad que en cierta forma brindaba el Estado de bienestar de la modernidad. La pérdida de incidencia del Estado benefactor facilitó la aparición de “inseguridades”, que sagazmente fueron utilizadas para darle un viraje a los discursos políticos. Beck habla de una primera modernidad (la del Estado-nación benefactor) y de una segunda modernidad en la cual se da una desestructuración a gran escala que conlleva “riesgos” globales. Pese al desarrollo tecnológico acaecido de forma vertiginosa en los últimos años, que parece facilitar las labores y tener todo bajo control, ha seguido aumentando la sensación angustiosa de correr múltiples riesgos provenientes de todos los flancos y, además, de todos los órdenes. Este desarrollo ha sido ampliamente trabajado por Ulrich Beck en sus textos sobre la “sociedad del riesgo”, en los cuales ha logrado deslindar los conceptos de miedo y de riesgo al considerar que este último tuvo su aparición en el periodo

Los medios al servicio del miedo Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado... ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea... h. g. wells,  La guerra de los dos mundos

Un acontecimiento especialmente introducido con claridad e intensidad durante el siglo XX fue la incidencia preponderante de los medios masivos de comunicación en la construcción de figuras del miedo, como difusores y propulsores, e incluso como generadores de este. Hoy en día no es desconocido el papel determinante de los medios en la configuración de imaginarios socioculturales ni la consagración de estos como un poder adicional que actúa no solamente de forma velada, sino también expresa, con el fin de favorecer los intereses de los mag-

nates que son sus dueños. Y en ese juego de intereses, una de las prácticas que mejores resultados les ha dado para mantener el control sobre sus audiencias ha sido la “estrategia del miedo”, orientada a colonizar el interior de los individuos. Una primera referencia histórica sobre los efectos colectivos del pánico, como producto de la acción de los medios, nos la recuerda Joanna Bourke. Se trata de la serie de artículos aparecidos entre el 6 y el 10 de julio de 1885 en la publicación The Pall Mall Gazette del Reino Unido, con el título de “Primer tributo a la Babilonia moderna”, cuyo autor fue William Thomas Stead. En esta extensa crónica, el escritor denunciaba una serie de crímenes sexuales que estaban ocurriendo en la victoriana ciudad de Londres, aclarando que su fin no era atacar la moralidad sexual (que consideraba parte del ámbito privado). Pero ante la omisión encubridora de las autoridades, Stead apela a la publicación de sus investigaciones en un medio de amplia difusión para que la comunidad conozca la realidad de los hechos. Los crímenes que pone en conocimiento Stead se pueden resumir así: la compraventa y violación de niños, la procuración de vírgenes, el sometimiento y la ruina de las mujeres, el comercio internacional de niñas esclavas y las atrocidades, brutalidades y crímenes contra natura. Esta publicación, además de convocar al debate público y a la enmienda de unos artículos del Código Penal, generó entre los lectores una fuerte sensación de miedo e impotencia.

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asociado con la modernidad (luego de la revolución industrial) y que tiene que ver con la manera de anticiparse a las “catástrofes” anunciadas. Dicho riesgo, que era calculable en el Estado benefactor, ahora, en la segunda modernidad, ha desbordado todas las posibilidades de control generando una nueva dinámica de confrontación basada en la incertidumbre. Esta situación supone la necesidad, para algunos, de generar nuevos mecanismos de control, o, para otros, de seguir ejerciendo la resistencia.

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La lucha contra el miedo se ha realizado infundiendo más miedo (con la elaboración de armas sofisticadas; la construcción de muros, linderos y zonas restringidas; la propagación de cámaras de vigilancia, entre otras tantas estrategias), aunque, según reza la doctrina Huntington, “hay que negarse a vivir con miedo”.

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Bourke también refiere un programa radiofónico británico de la BBC, realizado en 1926, que también generó un miedo desproporcionado entre los oyentes, aunque hoy casi no se recuerda. Pero, indudablemente, la mayor referencia de inoculación de miedo por la vía mediática en la primera mitad del siglo pasado fue la versión radiofónica de La guerra de los dos mundos, hecha por Orson Welles en 1938 desde los estudios de la Columbia Broadcasting System (CBS). El programa, aunque advirtió de su carácter ficticio en la introducción y durante algunos momentos de la transmisión, tuvo tal efecto de pánico colectivo que las comunicaciones colapsaron ante las llamadas de los aterrados oyentes que buscaban indicaciones para protegerse del ataque de los marcianos. Después del alcance logrado por la emisión radiofónica de Welles, era evidente que en adelante los medios jugarían un papel decisivo en la transmisión del miedo, pues

cada vez se hizo más evidente que ellos no estaban solo para informar, sino que además actuaban ocultando o sobredimensionando muchos hechos. En las condiciones actuales, que permiten acceder a muchos medios desde cualquier punto del orbe y ubicar lo local en las dimensiones globales, también se brinda la oportunidad para que los miedos locales logren universalizarse con vehemencia y prontitud. En suma, son los medios los que en gran parte han ayudado a posicionar el terror como una narrativa poderosa y de trascendencia global. Esta dinámica se ha intensificado notoriamente después de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, cuando —bajo el pretexto de defender instituciones tan arraigadas como la “libertad, democracia y civilización”— las grandes potencias capitalistas emprendieron un proceso de “acciones preventivas” contra ciertos territorios que eran identificados como “ejes del mal”. Con estos presupuestos, tal como pudimos ir corroborando, se legitimaron prácticas de guerra y se crearon discursos para perseguir a potenciales insurrectos (individuos o colectividades) que no se acomodaban a ese “estado de cosas”. Sin duda, la creación conceptual más vaga, aunque al mismo tiempo más peligrosa, fue la del terrorismo, con la cual señalaron a todos aquellos considerados como enemigos. Una vez más, fueron los medios al servicio de aquellos poderes los que se encargaron de sobredimensionar el terrorismo como la más grande amenaza que se cernía sobre las sociedades contemporáneas. Pero no es que el miedo al terrorismo haya sido una creación posterior al 11-S, pues este ya se había generalizado desde la década de los setenta, cuando entre el 85 % y el 90 % de la población consideraba al terrorismo como un problema muy serio. La investigadora Bourke, en su libro El miedo: una historia cultural, recuerda que entre 1980 y 1985 solo diecisiete personas

Iconografías del terror En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a empezar a vivir. robert kirkman, The Walking Dead

En sus lúcidas conferencias pronunciadas en el Colegio Internacional de Filosofía entre 1998 y 2001, Alain Badiou afirmaba que el siglo XX corroboró sin contempla-

ciones que la vida (el principal problema ontológico del mismo siglo) respondía a su destino de manera positiva por medio del terror. Esta aseveración proponía una riesgosa paradoja: la vida como problema fundamental pero en un juego permanente de reversión con la muerte; como si la muerte necesariamente condujera al fortalecimiento de la voluntad de vivir. Dicho siglo estuvo gozosamente obsesionado con su propio itinerario de horror, el cual no iba más allá de lo que la realidad misma proporcionaba. Hubo una aceptación expresa del horror de lo real como una necesidad ineludible para alcanzar la promesa de los “porvenires que cantan”. Este planteamiento coincide con el de Lacan, para quien “la experiencia de lo real es la experiencia del horror”. Y si algo caracterizó al siglo XX fue la “pasión de lo real”, del aquí y del ahora, del cambio inmediato. La esperanza de darle vida a un “hombre nuevo” debía cumplirse perentoriamente, sin detenerse a pensar en el costo que supondría esta búsqueda. La necesidad de lo real, aunque no se vislumbrara con claridad, fue el antagonismo del siglo, ya que la pasión verdadera fue la guerra, asumida como si fuera una “lucha final”. Es en este marco donde aparece un referente iconográfico que se identifica plenamente con el devenir del siglo: el zombi. Aprovechando el temor atávico hacia lo desconocido, lo irrepresentable, lo que está por fuera de la realidad y que además rebasa el lenguaje, surge el zombi para encarnar esa fuerza escondida y fundar su propia territorialidad al margen. Sin duda, las mayores luces para pensar el itinerario zombi nos las ha dado Jorge Fernández Gonzalo, en su ensayo Filosofía zombi. Según este autor, el pensar zombi está inscrito en una sociedad capitalista y mediatizada, y se ubica precisamente en lo impensable, en el “cuerpo sin órganos”, sin identidad, sin fisonomía, pero que al mismo

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perdieron la vida a causa de actos terroristas en Estados Unidos; sin embargo, el New York Times publicó un promedio de cuatro artículos sobre terrorismo por edición. Asimismo, entre 1989 y 1992 murieron treinta y cuatro estadounidenses por la misma causa en el mundo, y, en el mismo lapso, tres mil libros fueron catalogados en las bibliotecas de ese país bajo el rótulo de “terrorismo”. Con dichas tensiones previas, el 11-S sirvió a los estadounidenses para identificar a los enemigos como “externos” (en adelante serían los “fundamentalistas islámicos extranjeros”), pues era necesario encontrar “chivos expiatorios” sobre los cuales generar inquietudes como sujetos generadores de miedo, para solapadamente avanzar con sus políticas imperialistas y apropiarse de ciertos recursos estratégicos. El punto que marcó la diferencia entre la caída de las Torres Gemelas y otros eventos (incluso más catastróficos) fue el despliegue que tuvo en tiempo real a través de los medios televisivos. En cierta forma, este mecanismo de divulgación fortaleció la iconografía de la catástrofe, que ya había sido alimentada por la gran industria del entretenimiento (Hollywood) como un presagio de los fatídicos hechos reales. Tanto los espectáculos artísticos como los noticieros en sus preponderantes franjas especializadas en el horror han venido trabajando aunadamente para intensificar la “estética del terror”.

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tiempo es poseedor de una territorialidad: el terror. Con el surgimiento del zombi se hace evidente una fractura de los “pactos sociales”, del cuerpo social que nos ha delineado y nos ha proporcionado máscaras que confrontan las máscaras de otros personajes, y que nos brindan las respuestas ante nuestros propios miedos. El zombi nos recuerda aquello que nos desborda de nosotros mismos; que es más de lo que creemos ser. Esos cuerpos sin vida que deambulan ante nosotros son nuestra proyección. El poder discursivo y deconstructivo del zombi se levanta contra la antropología que idealiza lo humano. De ahí que el miedo en el espejo del zombi sea un miedo hacia nosotros mismos, hacia ese otro que nos habita. Y en el siglo de la pasión de lo real, dicho miedo, antes que espiritual o psicológico, es material, físico, hacia el otro que puede conocernos y traernos la muerte, pero también un miedo al grupo, a la masa desbordada, a mezclarnos con los otros. De esta manera, el zombi “alienado”, “extranjero”, se convierte en el mito de las sociedades de consumo. Una primera acción del zombi está alineada con el fluir capitalista y su sucedáneo, el consumo, que lleva al triunfo de lo efímero, de lo que puede ser fácilmente reemplazable, de lo que está hecho para

no durar; al respecto, la metáfora perversa que nos ha vendido la publicidad como lo más efímero por excelencia es la juventud. Por tal motivo, se incita a consumirlo todo de la forma más rápida: ¡enrúmbate y después derrúmbate!, como decía Andrés Caicedo. La apuesta del capital es conducir a la juventud a ser zombis por medio de sus nuevos patrones publicitarios (anorexia, bulimia, cuerpos hiperdelgados), los cuales se han tomado tanto los espacios comunes como los privados. Poco a poco, el zombi ha ido trazando una estrategia efectiva para imponer su estética, que busca sacar lo obsceno, afianzarse en el exceso, dejar al descubierto la intimidad que antes nos daba un aura de seguridad, sumergirse en el vacío que se alimenta de más vacío. De esta manera se va presentando una desacralización del cuerpo, luego de haber hiperexaltado las mismas estructuras corporales en todas sus profundidades y perspectivas. El cuerpo ya no está definido por la anatomía (la cual varía según los desmembramientos o vaciamientos que va padeciendo), sino por su actuación de máquina, que fluye, se acopla y funciona (según la concepción de Deleuze y Guattari), y que se propaga por contagio. La perversión de la estética gore (la que respalda el acontecer

mismo sistema. Puesto que el zombi responde a la lógica del instinto (solo necesita comer, alimentarse para sobrevivir) no tiene la necesidad social de “situarse” armónicamente dentro de los planes preponderantes de una construcción cultural. Esto le da un carácter resbaladizo, nómada, que no le permite aconductarse (más allá de poder resolver su necesidad básica de comer). Al no dejarse masificar se convierte en un cuerpo sin órganos, con toda su ambigüedad revolucionaria, que replantea el “deseo y el miedo al deseo”, pues la nueva economía deseante que nos propusieron Deleuze y Guattari despierta el temor de que el desear rebase la organización social y ponga en peligro el poder. De esta manera, el capital ve en el transgresor zombi un antisistema, una manada que se abalanza peligrosamente sobre sus seguridades. Y el mayor peligro que alcanzan a avistar y que les desmorona más dichas seguridades es que la horda zombi se alza contra el poder, sin poder alguno y sin luchar por el poder, pues no le interesan las jerarquías ni los principios de autoridad. Por último, quiero resaltar que el actuar zombi logra corroborarnos que no existe el tan promocionado “choque de civilizaciones”, sino que lo que hay es “una civilización en estado de muerte clínica sobre la que se despliega un equipo de supervivencia artificial y que extiende una pestilencia característica por la atmósfera planetaria” (Comité Invisible). El primer zombi, creado como pieza funcional del capitalismo, se aproxima a su muerte, mientras que el zombi insurrecto está dispuesto a acometer inmediatamente, para que esa sociedad moribunda, con un cadáver en la espalda que se resiste a morir, encuentre su destino final de una buena vez. No más prolongación engañosa de ese cuerpo vacío. Que la muerte arrope ese proyecto perverso para poder plegarnos a la esperanza de una nueva vida.

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zombi) radica en que tiene como propósito llevarnos hacia su reverso. Tras mostrarnos el exceso de lo desconocido, su punto más alto de desnudez, logra que terminemos familiarizándonos con la presencia zombi. Es allí donde nos encontramos con un miedo mayor: “el de ya no temer nada”. En la dinámica actual de la globalización, del capitalismo que busca absorberlo todo, se ha perdido la noción del afuera; los zombis se han humanizado (por lo tanto, banalizado en su aparente complejización). Ha resultado tan estratégica la generación del deseo consumista, que los propios zombis se ha vuelto autómatas, sin identidad, quienes ahora “viven la muerte”, se preocupan por la muerte y hasta tienen miedo a la muerte. De ahí que los zombis hoy nos propongan esta pregunta: ¿quiénes son los muertos, aquellos o nosotros? Con esta pregunta ponen al descubierto el simulacro en que hemos convertido la vida. Finalmente, es innegable que el capitalismo ha logrado su cometido: constituirnos en zombis, en autómatas. En adelante, el zombi ya no asusta por el barroquismo, sino porque su presencia está cada vez más entre nosotros, aunque día tras día se nos haga más difícil deslindar lo nuestro de lo externo. Lo único que nos une y nos da cierto carácter es el vacío. El flujo zombi nos devora con la dinámica de su indefinición. La visceralidad enternece el vacío a la vez que lo profundiza. Pero el zombi también tiene otra faceta, su línea de fuga, su devenir minoritario. Este aspecto es el que nos interesa resaltar al final de esta intervención, dado su carácter generador de rupturas frente al mismo organismo que lo ha creado. En efecto, la plaga zombi busca “la caída del sistema [...], la desmembración del cuerpo de lo social” transmitiéndose por contagio y aprovechando el mecanismo mediático del

Bibliografía Badiou, Alain. El siglo. Buenos Aires: Manantial, 2005. Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós, 2006. Bourke, Joanna. Fear: A cultural history. London: Virago Press, 2006. Comité Invisible. La insurrección que llega. Bogotá: Insurrección Nómada Ediciones, 2011. Fernández Gonzalo, Jorge. Filosofía zombi. Barcelona: Anagrama, 2011.

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Sitios web consultados

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www.threemonkeysonline.com/es/article.php?id=49 www.filosofiadigital.com/?p=5966 http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2348430 http://recuerdosdelpresente.blogspot.com/2008/09/el-riesgopermanente-ulrich-beck.html

david rangel botía

Biólogo de la Universidad Incca de Colombia. Especialista en Planeación Ambiental y Manejo Integral de los Recursos Naturales de la Universidad Militar Nueva Granada. Correo electrónico: [email protected].

¿Se puede hacer minería en cualquier parte de este país? Sí.

garon 416 títulos en 106 118 hectáreas. Y, en humedales Ramsar, se dieron 44 títulos en 9013 hectáreas (Pulido).

¿Existe una ley que lo prohíba? Sí. Según el artículo 34 de la Ley 685 de 2001 (Código de minas) —modificado por el artículo 3 de la Ley 1382 de 2010— y el artículo 2002 de la Ley 1450 de 2011 (Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014), están excluidas de las actividades mineras los ecosistemas de páramos, los humedales en la lista Ramsar, los arrecifes de coral, los manglares, las áreas del Sistema de Parques Nacionales Naturales, los Parques Naturales Regionales y las áreas de Reservas Forestales Protectoras (Negrete 44).

¿Qué hizo este gobierno? El día 2 de julio de 2013 se abrió nuevamente la ventanilla de solicitud de títulos mineros. Cinco días antes, el Ministerio del Medioambiente promulgó el Decreto 1374 y la Resolución 0705, que pretendían proteger algunas zonas de la minería y corregir los errores cometidos en la anterior apertura, en la cual se otorgaron títulos mineros en zonas de ecosistemas protegidos (Noticias Uno).

¿Qué muestran los hechos? “Una tercera parte del territorio continental de Colombia cuenta con título minero, está solicitado para titulación o está destinado para el desarrollo minero a través de las áreas estratégicas mineras” (Negrete 44).

¿Se da solución al problema? Temporalmente. Si se vence el término de la reserva (un año) sin que las autoridades ambientales hayan declarado o delimitado de manera definitiva las zonas protegidas, la Agencia Nacional de Minería retirará el área de la reserva temporal del catastro minero y, por lo tanto, se abrirán todas las áreas que no estén delimitadas (Ministerio de Minas y Energía)

¿Cuántos títulos mineros se han entregado en áreas protegidas? En el anterior gobierno, se entregaron 38 títulos mineros en 36 400 hectáreas de Parques Nacionales. En Reservas Forestales Protectoras, se concedieron 71 títulos en 14 708 hectáreas. En los páramos, se otor-

Tienen un año, ¿qué podría salir mal? El gobierno lleva doce años en la tarea de delimitar las zonas excluidas de minería que le ordenó la Ley 685 de 2001. Hasta ahora solo ha podido entregar los planos preliminares del páramo de Santurbán (Noticias Uno).

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¿Se puede hacer minería en cualquier parte de este país?

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¿Por qué sucedió esto? Ingeominas violó la ley y otorgó títulos mineros en zonas de Parques Nacionales Naturales y en otros ecosistemas protegidos. El Ministerio del Medioambiente y las corporaciones autónomas regionales (CAR) son incapaces de definir y delimitar las áreas de los ecosistemas a la escala que ordena la ley y de ordenar el territorio según parámetros ambientales.

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el ofrecimiento de cargos y otras situaciones de privilegio (Bermúdez).

¿Por qué esa gente gobierna así? No podemos liberarnos de nuestra atadura como especie biológica.

¿Por qué esa gente gobierna aquí? “En casi todos los sistemas políticos se suelen aprobar leyes y prácticas administrativas en beneficio de ciertos grupos sociales, más por razones políticas que por lograr un uso eficiente de los recursos o de distribuir razonablemente la renta. Estas regulaciones, además de transferir ingresos a los grupos favorecidos, suelen tener repercusiones negativas sobre el medioambiente” (Field y Field).

¿Atadura? Aún carecemos de una conciencia social que pueda velar por el interés de todos los individuos de la especie. La concepción humanista es incompleta. El ser humano, además, de ser un primate social, es jerárquico, territorial, tribal y agresivo. El arte, la ciencia y la tecnología han superado a la especie biológica. Sin embargo, la cultura no logra controlar los impulsos naturales más básicos, como el interés particular de conseguir ascender en la escala jerárquica, incluso a cualquier precio. La política puede ser útil. Para eso, se deben buscar las alianzas, por empatía o mediante

¿Cómo se crean esos grupos sociales? Son la continuación de las políticas extractivas del colonialismo, hechas ahora por nacionales: “Los que tienen poder político y económico estructuran las instituciones para garantizar la continuidad de su poder, y logran hacerlo. Este tipo de círculo vicioso conduce a la persistencia del subdesarrollo, de las instituciones extractivas y del poder en manos de las mismas élites” (Acemoglu y Robinson). Esto conduce a un Estado incapaz al que no le interesa hacer las cosas bien porque sabe que se encuentra por encima de

Conclusiones Haría falta una investigación que permita precisar las relaciones de causalidad entre los grupos sociales con poder político y económico y las leyes y prácticas administrativas que se utilizan en Colombia.

Debería hacerse un seguimiento de la efectividad del Decreto 1374 y de la Resolución 0705, que pretenden proteger algunas zonas de la minería, para refutar o no la tesis aquí planteada. Este trabajo puede incentivar a algunos biólogos que podrían utilizar la política colombiana como campo de estudio de la etología.

Bibliografía Acemoglu, Daron, y James Robinson. Por qué fracasan los países. Colombia: Deusto, 2013. Bermúdez, José María. La evolución del talento: de Atapuerca a Silicon Valley. Barcelona: Debate, 2010. Contraloría General de la Republica. Minería en Colombia. Fundamentos para superar el modelo extractivista (Luis Jorge Garay Salamanca, director), 2013. Field, Barry, y Marta Field. Economía ambiental. Madrid: McGrawHill, 2003. Ministerio de Minas y Energía. “Mediante decreto, Gobierno nacional busca evitar futuros conflictos entre títulos mineros y áreas de protección ambiental”, 2013. Consultado el 3 de julio de 2013 en http://www.minminas.gov.co/minminas/index. jsp?cargaHome=2&opcionCalendar=4&id_noticia=2018. Noticias Uno. “Arrancó la feria de títulos mineros del Gobierno Santos”, 2013. Consultado el 1 de julio de 2013 en http:// noticiasunolaredindependiente.com/2013/07/01/noticias/ feria-de-titulos-mineros/. Popper, Karl. La responsabilidad de vivir: escritos sobre política, historia y conocimiento. Barcelona: Paidós, 1995. Pulido, Alejo. “La escandalosa adjudicación de títulos mineros en parques naturales”. La Silla Vacía, 2008. Consultado el 11 de agosto de 2014 en http://lasillavacia.com/historia/la-escandalosaadjudicacion-de-titulos-mineros-en-parques-naturales-26448.

15 Temas humanísticos y sociales

la justicia y por encima de la amenaza del despido (Popper).

Análisis de la publicación Hojas Económicas de la Universidad Central

Un acercamiento a las revistas científicas john trujillo trujillo

Docente de la Universidad Central y director del Centro de Investigaciones Económicas y Sociales (CIES) de la Facultad de Ciencias Administrativas, Económicas y Contables de la misma Universidad. paola ocampo constaín

Profesional de investigación del CIES de la Facultad de Ciencias Administrativas, Económicas y Contables de la Universidad Central. celmira melo pedreros

Investigadora del Observatorio Mercadológico de Bogotá de la Universidad Central.

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

Introducción

16

En el contexto en que ha transcurrido la evolución de las publicaciones científicas en Colombia, se destaca el peso que ha tenido el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias) en los últimos tres quinquenios en su búsqueda de dar un nivel internacional a la calidad de lo que se publica en el país en materia de ciencia y tecnología. Este proceso lo ha adelantado Colciencias a través de sus convocatorias periódicas a la comunidad científica para clasificación de centros e institutos, grupos, investigadores y publicaciones, inicialmente en 1991, y con posterioridad en los años 1996, 1997, 1998, 2000, 2002, 2004, 2006, 2010, 2011 y 2013. Su objetivo es identificar cómo se hace y desarrolla la ciencia en Colombia, para poder trazar el mapa del llamado Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología. Este sistema busca definir las rutas que se deben seguir en pro de modernizar la labor

de la ciencia en el país mediante políticas públicas que permitan integrar los desarrollos científicos y tecnológicos a la solución de los problemas de la nación. Esa identificación de los agentes que participan en esta misión de hacer ciencia ha conllevado a la par el reconocimiento de que el nuevo saber científico, producto de las pesquisas formales que todo investigador o grupo de investigadores lleva a cabo, se valida en la comunidad académica mediante la publicación de los resultados de investigación. En este contexto, la elaboración de artículos publicables en revistas de carácter científico ha sido el camino elegido, que en el mundo industrializado es ya de vieja data, pero que en Colombia y en la región apenas empezó a formalizarse en los últimos años. Este rápido tránsito hacia esquemas con requerimientos internacionales ha obligado a muchos comités de revistas editadas en instituciones de investigación en Colombia a plantearse la posibilidad de permanecer o desaparecer, puesto que

1. Las revistas científicas Las llamadas revistas científicas tienen que cumplir una serie de parámetros que las habilitan para recibir tal reconocimiento (indexación). Entre dichos requerimientos hay aspectos tanto de forma como de fondo. Entre los requerimientos formales se destacan los siguientes: un comité editorial de

corte científico, periodicidad, circulación, intercambio editorial con otras instituciones, esquemas de contenidos, formas de redacción, citación y referenciación, entre otros puntos. A su vez, entre los aspectos de fondo sobresalen estos: exigencias de arbitraje internacional científico, procesos editoriales rigurosos, exigencias de contenidos bajo esquemas estandarizados y reconocimiento a través de citaciones en artículos por parte de otros especialistas que publican en otras revistas igualmente indexadas. Ante estas exigencias, se aprecia la capacidad de apenas una veintena de publicaciones dedicadas a temas económicos que han intentado incorporar en sus propuestas editoriales los criterios de indexación científica internacional, en pos de mantenerse vigentes ante las nuevas demandas de Colciencias. Por otra parte, se ha dado la desaparición paulatina de muchas revistas o la reducción de sus expectativas para limitarse tan solo a operar como medios de divulgación científica de saberes disciplinares. Esta situación se ha repetido para todas las áreas del conocimiento y en todos los países de la región, donde se puede afirmar que se ha dado una reacción similar en las últimas décadas en pos de no marginarse aún más de la tarea de hacer ciencia y tecnología, y poder participar de alguna forma en la generación de nuevo conocimiento, y así evitar condenarse al eterno subdesarrollo del saber comprado, es decir, la dependencia de la transferencia científico-tecnológica. Así, los esfuerzos editoriales para contar con publicaciones de calidad científica internacional demandan hoy más que nunca la inversión de grandes cantidades de recursos humanos y financieros que garanticen la continuidad y alta calidad de lo que se publica. Pero aceptar este reto no es fácil ni para las instituciones de educación superior ni para los investigadores, quienes

17 Temas humanísticos y sociales

la continuidad se hace altamente exigente tanto en materia de recursos financieros como de conocimientos editoriales, para responder a los parámetros que en la actualidad orientan el tema de la calidad de las publicaciones a nivel mundial. A ello se suma el hecho de que en muchos casos las revistas solo logran publicar pocas ediciones, ya sea por la escasez de artículos, por la dificultad para conseguir el dinero requerido para cada publicación, por el retiro de los responsables directos de las revistas o por el desinterés de las instituciones de mantener el apoyo financiero a sus revistas. En ese contexto, la revista Hojas Económicas ha tenido una trayectoria intermitente pero relevante. Esta revista nació en el año 1981 en la entonces Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central, bajo la iniciativa del entonces decano de Economía Alfonso Delgado Martínez y de Antonio Munar, director del Centro de Investigaciones de la época, quienes con visión académica apostaron por impulsar un medio estratégico de reflexión y circulación del pensamiento de los profesores de la facultad y de especialistas externos interesados en dar a conocer sus avances de investigación y reflexión mediante artículos. El propósito de este artículo es mostrar algunos elementos de dicho esfuerzo y cómo ha cambiado el panorama en materia de exigencia a las revistas científicas; para ello recurre a una mirada estadística, cualitativa y reflexiva del asunto.

encuentran todo tipo de dificultades para apostar por mantener la tarea colosal de publicar revistas de esta naturaleza. Estas limitaciones son las mismas que acompañaron periódicamente la publicación de la revista Hojas Económicas, que en distintos espacios de tiempo afrontó crisis de uno u otro tipo, pero que, más allá de esta situación y de su no circulación en el presente, fue en su momento un medio importante para recoger el devenir y la actualidad del pensamiento económico local, regional y mundial, al dar a conocer a la comunidad de especialistas y a los estudiantes del área los temas relevantes de la disciplina a través de sus páginas.

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

2. Historia y memoria de Hojas Económicas

18

La revista Hojas Económicas ha aparecido en tres épocas diferentes, lo que le ha permitido analizar diacrónicamente la realidad económica y la teoría económica en periodos que han experimentado la transformación del mundo desde lo que se concebía como un mundo ordenado, lineal y conservador hacia el reconocimiento de la realidad actual vista como compleja, cambiante y local. Así, una primera etapa vio el nacimiento de la publicación en el año 1981; posteriormente apareció de nuevo la revista hacia el año 1993, momento en que logró su mayor vigencia y reconocimiento hasta el año 1997, y, finalmente, la última etapa vio aparecer solo un número de la revista en el año 2003 (tabla 1). de cada momento, al igual que las situaciones metodológicas, las coyunturas y la vida de la Facultad de Economía (hoy Departamento) en torno a sus transiciones y transformaciones para adecuar el programa

Tabla 1. Periodos de la revista Hojas Económicas Periodo

Números editados

1981

2

1993-1997

7

2003

1

Total

10

Fuente: elaboración propia.

A pesar de esa situación, los distintos números reflejan las discusiones teóricas

a los nuevos contextos. Así, integrando globalmente los asuntos abordados, se pueden identificar los siguientes intereses, acopiados en cinco grandes bloques: 1. Temas de orden interno: la Facultad de Economía de la Universidad Central, la formación de economistas y la pedagogía. 2. Temas de orden local o nacional: la planeación económica, la reforma agraria, la apertura, la modernización del Estado, la pobreza, la salud, las pensiones, el trabajo, el aparato productivo y los gobiernos de turno. 3. Temas globales: la mundialización, la internacionalización, la globalización, el neoliberalismo, el comercio internacional, el orden internacional, el tercer mundo, la deuda externa y América Latina. 4. Temas teóricos y conceptuales: el capitalismo, el keynesianismo y postkeynesianismo, la crisis económica, el marxismo, la historia económica, la economía política, el papel de Estado, la inflación, los salarios, el déficit fiscal, los precios y la monetarización. 5. Otros temas: diversos homenajes, los discursos en eventos, reseñas y la planificación administrativa.

2.1 Las tres etapas

de la revista

Primera etapa En un primer momento, la revista presentaba una apertura temática, de modo que no existía una focalización sobre asuntos especializados o una intención de orientar los artículos hacia contenidos comunes en algunos aspectos, sino que se trató de un esfuerzo por abrir el escenario a materiales de diversa orientación y caracterización. Esta condición fue común en las revistas académicas en nuestro medio, pues en sus primeras fases intentaban simplemente abrir escenarios de publicación sin mayores pretensiones ni exigencias, que solo se dirigían a constituir espacios para la puesta en discusión de las reflexiones y los análisis académicos en torno a sus intereses particulares.

A pesar de esto, en este primera etapa ya se destaca el marcado carácter de análisis crítico y reflexivo que mantuvo la revista durante sus tres etapas, en su papel de responder a la urgencia por generar un espacio académico para la Facultad de Economía de la Universidad Central, en el ámbito de las facultades de esta disciplina en el país. En cuanto a sus contenidos específicos, se destaca su capacidad para recoger desde un primer momento artículos que trabajaban la relación entre lo internacional y lo local, al tiempo que incorporaban el sentimiento de la época, cargado por la polarización entre capitalismo y socialismo, lo que se refleja en un número importante de materiales publicados en ese entonces. Para detallar lo antes indicado, la tabla 2 presenta datos de los dos números del periodo en relación con los autores y los títulos de los artículos allí aparecidos.

Tabla 2. Artículos y autores de la primera etapa Fecha

Autores

Título del artículo

Alonso Delgado Martínez y Antonio Editorial Munar Mayo de 1981

Alonso Delgado Martínez

Algunos aspectos sobre planeación económica

Antonio Munar

La crisis económica internacional y el tercer mundo

Fabio Cardozo

Indicadores socio-económicos mundiales

Cristobal Kay y Peter Winn

La reforma agraria en el gobierno de la unidad popular

Alonso Delgado Martínez

Editorial

Fidel Castro Ruz

Rosario Green Septiembre de 1981

Discurso pronunciado por el comandante en jefe Fidel Castro Ruz, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba Bancarización de la economía mundial, deuda externa del tercer mundo y nuevo orden internacional.

Orlando Caputo Leiva

Comercio internacional, intercambio desigual y NOEI

Pedro González Olvera

Las transnacionales y el monopolio de la tecnología en el tercer mundo: las patentes

Heberto Castillo

Los energéticos y el tercer mundo

Gonzalo Arroyo

La crisis alimentaria de la fase actual del capitalismo

Jan Tinbergen

Políticas económicas internacionales necesarias para estimular el desarrollo del tercer mundo

Total de artículos

Fuente: elaboración propia.

13 artículos

19 Temas humanísticos y sociales



Segunda etapa Se puede afirmar que este segundo periodo permitió el florecimiento de la revista, lo que se evidencia en el hecho de que se logró su continuidad por cinco años durante los cuales aparecieron siete números. Esto deja ver una preocupación y un trabajo destacado para conseguir la edición de artículos de calidad en temas de diversa orientación. En esta etapa, la revista incorporó traducciones de reconocidos economistas del mundo, así como ensayos de connotados pensadores colombianos sobre temas que abarcan tanto las discusiones sobre teoría económica y sus implicaciones para la

comprensión de la realidad del momento, como situaciones de interés nacional en un momento de transición abierta hacia una economía neoliberal hegemónica reguladora del orden global. También se destacan las reflexiones pedagógicas y las preocupaciones del programa de formación de economistas de la Universidad Central, como también las revisiones de temas de disciplinas no económicas como la administración o de áreas transversales como los temas de comunicaciones, información y nuevas tecnologías, por cuanto empezaban a incursionar de manera insoslayable en los ámbitos de la economía (tabla 3).

Tabla 3. Artículos y autores de la segunda etapa Fecha

Autores Alonso Ortega Rodríguez

Editorial

Libardo González Flórez

El nuevo orden mundial: los colores del camaleón

Campo Elías Cruz Bermúdez

Agosto de 1993

Título del artículo

Jairo Estrada Álvarez

La modernización del Estado colombiano: consecuencias y proyecciones Notas sobre acumulación de capital, intervencionismo de Estado y desarrollos de la planeación

Pedro Vuskovic Bravo y Eduardo Ruíz Contardo

Crisis y pobreza crítica en América Latina.

Freddy Fernando Cruz P.

Reflexiones sobre la Facultad de Economía.

Para observar el bosque: reflexión acerca de la formación del economista. Recomendaciones generales para la elaboración del plan de Centro de Investigaciones Económicas tesis

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

Humberto Pérez Marín

20

Mayo de 1994

Alfonso Ortega Rodríguez

Editorial

María Alicia Botero

Notas sobre la salud en Colombia

Alejandro Alzate Donoso

La nueva ley de pensiones: una gran oportunidad para todos

Héctor López López

Julián Trujillo, caballo de Troya de la Regeneración

Pablo Guadarrama González

¿Qué se incrementa en la modernidad: la alienación o la desalienación?

Nelson Fajardo

Del neoliberalismo a la apertura económica en Colombia

José Arturo Gutiérrez Trujillo

Reflexiones sobre apertura y desindustrialización

Libardo González

América Latina y sus problemas críticos

John Vásquez Hernández

Coyuntura cambiaria, déficit comercial crónico y normalización de capitales

Richard Ballesteros P.

Análisis cuantitativo del municipio colombiano

Jairo Estrada Alvarez

Planeación y acumulación de capital en Colombia

Jairo A. Molano R.

Metodología para la planificación situacional

Editorial

Isaías Aguilar Huerta

Los retos de América Latina: convertir el ahorro externo en inversión productiva y mejorar su desempeño exportador

Gustavo Tabares Ramírez

La deuda externa de América Latina: un problema sin solución

Jairo Estrada Alvarez José Arturo Gutierrez Trujillo

Diciembre de 1994

Junio de 1995

Libardo González

El gobierno de Gaviria y el agro: la semilla del descontento

Martha Rosario Piña López

Inflación: el fantasma de Gaviria

Freddy Cruz Parra

La salud pública en Colombia fuentes y aplicaciones en los recursos en 1993 (una aproximación)

Alfonso Ortega Rodríguez

Editorial

Gustavo Tabares Ramírez

El fin del espejismo mexicano

Hector López López

El agente de la salud tradicional

Georg Zinn Karl

Apreciaciones críticas de la metafísica en la economía política

Libardo González

Los estudios sobre historia económica en Colombia

Henry Amorocho Moreno Jairo A. Molano R.

Febrero de 1996

El plan del “salto social” y la política macroeconómica. Una realidad inconsistente El salto social dentro de un contexto de planeación participativa

Jairo Estrada Álvarez

Reflexiones sobre inflación y salarios en el “pacto social”

Iván David Ortiz Palacios

Notas sobre la política laboral del Estado

Philippe Queau

Novedosos desarrollos en las tecnologías de la comunicación. ¿Quién controlará la cibereconomía?

Ricardo Guell Camacho

La mundialización y el orden monetario internacional

Alfonso Ortega Rodríguez

Editorial

Orlando Villanueva Martínez y Carlos Arboleda González

La democracia liberal: el nuevo autoritarismo

Héctor López López

Manizales, la estratégica

William Graf

El Estado en el tercer mundo

Maxime Durand

Frente a la globalización capitalista

Anwar Shaikh y Ernest Mandel

Capitalismo internacional en crisis: ¿qué sigue?

Libardo González Jairo Estrada Álvarez

Febrero de 1997

Elementos para una caracterización de la política económica y social del gobierno de Samper Cambios en el aparato productivo industrial y condiciones de trabajo de los asalariados

Colombia en la economía mundial: las condiciones de la nueva dependencia Colombia y el pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales

Varios traductores

Los prólogos de historia económica general de Max Weber.

Ricardo Güell Camacho

Descentralización y déficit fiscal

Reynaldo Ariza Mateus

Aproximación pedagógica al concepto de fetichismo en Marx

Alfonso Ortega Rodríguez

Editorial

Émile Durkheim

Debate sobre la economía política y las ciencias sociales

Gustavo Tabares Ramírez

América Latina, globalización y bloques regionales

Jorge Sáenz Castro

Los precios hedónicos en la valoración económica

Orlando Villanueva Martínez

Camilo: pensamiento y proyecto político

Antonio Negri

John M. Kaynes y la teoría capitalista del Estado en el 29

Karl Betz

Economía de mercado y economía monetaria en la perspectiva del keynesianismo monetario Continúa

Temas humanísticos y sociales

Diciembre de 1994

21

Alfonso Ortega Rodríguez

... Viene Fecha

Autores Jorge Lambuley Alférez

Título del artículo El proceso de sustitución de importaciones a la luz de la teoría keynesiano-monetaria

Blanca Luz Rache y Jaime Páez Méndez Gastos en recesión para la recuperación Febrero de 1997

Bonel Patiño Noreña

La solución a la crisis colombiana de los 30: ¿un keynesianismo sin Keynes?

Libardo González

Prólogos de la edición francesa de la Teoría general

Mario Aguilera Peña Jaime Puyana Ferreira Alfonso Ortega Rodríguez José Félix Cataño 1997 Libardo González Flórez

1997

La introducción del papel moneda y el motín bogotano de 1893 El concepto de “excedente económico” de Paul Baran: validez y relevancia actual Editorial Un esquema para comprender la situación actual de la teoría económica general La economía neoclásica: amores y odios en la teoría económica

Peter Weise

Evolución económica y autoorganización

Rainer Schwarz

¿Qué es lo nuevo en la economía evolutiva?

Constanza Cubillos y Alexander Combariza

Entrevista a Albert Berry

Bonel Patiño Noreña

Hacia una revaluación de la llamada colonización antioqueña

Martha Rosario Piña López

Los ciclos y el desarrollo económico: el caso colombiano

Renán Vega Cantor

Notas sobre algunas relaciones entre marxismo y ecología

Alcides Gómez Jiménez

La gestión de la biodiversidad en Colombia

Nelson Fajardo

La investigación: sentido y razón de su existencia. Apreciaciones críticas

Reinaldo Ariza Mateus

Mercado y deshumanización en el fin de siglo

Libardo González Flórez

Entrevista a Antonio García

Ricardo Sánchez

Antonio García y la revolución de los Comuneros

Mauricio Cárdenas

Empleo y distribución del ingreso en América Latina: ¿hemos avanzado?

Total de artículos

78 artículos

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

Fuente: elaboración propia.

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Tercera etapa Esta última fase de la revista, a pesar de limitarse a un único número editado, se destaca por sus cambios en busca de responder a los estándares exigidos a las revistas que en la actualidad buscan su indexación como publicaciones científicas. Este tránsito hacia la indexación fue acompañado en este número por una orientación temática que dirigió su interés hacia el asunto de la globalización. Se pueden encontrar allí pensadores locales y mundiales dedicados a analizar las transformaciones

acaecidas en las últimas décadas hacia la consolidación de la llamada globalización, abarcante de todas las realidades económicas del planeta. En ese contexto se destacan análisis, revisiones teóricas y reflexiones críticas sobre el impacto en todos los órdenes de lo global en la vida de la población mundial, en adelante subsumida bajo una lógica del consumo y del paulatino deterioro medioambiental, en provecho de unos pocos actores mundiales y en detrimento de todo lo demás. Así las cosas, esta nueva época de la revista presagiaba un punto de maduración de

se introducen materiales que reconocen la necesidad de profundizar sobre las miradas complejas, las perspectivas de los nuevos movimientos sociales y la identificación de opciones ante la condición de dominio generada por el marco económico neoliberal.

Tabla 4. Artículos y autores de la tercera época Fecha

2003

Autores

Título del artículo

Carlos José Herrera Jaramillo

Pensar la globalización

Benjamín Herrera Chávez

Lecturas de la globalización

Daniel Cohen

Las mutaciones en curso. Sociedad en redes y capitalismo financiero. ¿Es tóxica la polivalencia en el trabajo?

Olivier Mongin

Las revoluciones del tiempo

Dani Rodrik

El debate sobre la mundialización: lecciones del pasado

Ricardo Güell

La globalización y el empleo: una visión crítica

Zoilo Pallares Villegas

La asociatividad empresarial: una respuesta de los pequeños productores a la internacionalización de las economías

Julián Bautista Rosero

Globalización, participación, y desarrollo social

Jaime Mejía Gutierréz

Las funciones de los Estados y los gobiernos en el contexto de la globalización

Pascal Delisle

Gobernabilidad

Juan José Plata

Globalización, tecnología y medioambiente

Rodrigo París Rojas Luis Ernesto Loboguerrero Sanz Escuela de Economía de la Universidad Central Escuela de Economía de la Universidad Central

CNN y su influencia internacional: el caso del conflicto de Kosovo El conflicto armado colombiano: ¿una amenaza para la seguridad regional? Vida académica de la Escuela de Economía El objeto de estudio de la economía

Total de artículos

15 artículos

Fuente: elaboración propia.

2.2. Análisis estadístico de la revista Durante los tres periodos estudiados, la revista Hojas Económicas publicó un total de 106 artículos en 10 números. Estos datos (que se desagregan por tipología y año en las tablas 5 y 6) permiten reconocer que se trató de una publicación capaz de recoger artículos tanto en niveles de difusión como reseñas, descripciones y revisiones de contenidos, al igual que investigaciones y aportes creativos para el fortalecimiento del

programa de Economía de la Universidad Central. Esta caracterización es el mayor insumo para determinar el sentido de una revista que durante sus tres etapas de existencia respondió a los criterios comunes para las publicaciones académicas del país en cada uno de esos momentos. Así, se aprecia en su trasegar un uso frecuente del estilo de escritura reflexiva y de revisiones documentales y académicas, a su vez que un reducido número de publicaciones como resultado de investigaciones formales (tabla 5 y figura 1).

23 Temas humanísticos y sociales

la publicación, que acogía materiales de una elaboración adecuada para las exigencias del momento y dirigidos a mantener una postura crítica de la economía como disciplina científica, con discursos alternativos a los de la economía oficial (tabla 4). De este modo

Tabla 5. Tipos de artículos publicados Tipo de artículo Artículos de investigación

Cantidad

Año (cantidad por año)

%

1

1994

0,94

2003 (5) 1997 (8) 1996 (6) Artículos de reflexión

42

1995 (6)

39,62

1994 (7) 1993 (5) 1981 (5) 2003 (4) 1997 (9) 1996 (4) Artículos de revisión

34

1995 (3)

32,07

1994 (8) 1993 (1) 1981 (5) Biografía

2

1997 (1) 1994 (1)

1,88

Crónica

1

1995

0,94

Diálogo

1

1997

0,94

2003 (1) 1997 (2) 1996 (1) 1995 (1) Editorial

10

1995 (1)

9,43

1994 (2) 1993 (1) 1981 (2)

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

Modelamiento

24

1

1997

0,94

Descripción

4

2003 (3) 1997 (1)

3,77

Investigación

1

1997 (1)

0,94

Reseña

1

1997 (1)

0,94

Traducción

2

2003 (2)

1,88

Entrevista

2

1997 (2)

1,88

1997 (1) Otros

4

1994 (1) 1993 (1)

3,7

1981 (1) Total de artículos

Fuente: elaboración propia.

106

100

Crónica Diálogo (1 %) Editorial (9%) Modelamiento (1 %) Descripción (4 %) Investigación (1 %)

Artículos de reflexión 39 %

Reseña (1 %) Traducción (2%) Entrevista (2%) Otros (4%) Artículos de investigación (1 %)

Articulos de revisión 32%

Figura 1. Porcentaje de artículos publicados por tipología. (Fuente: elaboración propia)

Por otra parte, en la tabla 6 se detecta que, en términos porcentuales, la revista tuvo un pico de artículos publicados en el año 1997, cuando hizo circular un total de veintiocho textos, en contraste con el año previo, cuando fueron solo once los contenidos que circularon (figura 2). En muchos casos, esta

variación obedece a la dificultad de conseguir textos adecuados para la publicación o a los ritmos de la edición para poder publicar los materiales recibidos. Estos aspectos no facilitan la estandarización de una cantidad promedio permanente de textospara la edición y publicación física de las revistas.

Tabla 6. Artículos publicados por año Año

Cantidad

%

1981

13

12,2

1993

8

7,5

1994

20

18,8

1995

11

10,3

1996

11

10,3

1997

28

26,4

2003

15

14,1

Total de artículos

76

100

Fuente: elaboración propia.

Temas humanísticos y sociales

25

Biografía

1997 14 %

1997 14 %

1997 27 %

1993 8%

1994 19 % 1996 10 %

1995 10 %

Figura 2. Porcentaje de artículos publicados por año. (Fuente: elaboración propia.)

73 hojas universitarias | Número julio-diciembre 2015

3. Consideraciones finales. Retrospectiva de las posibilidades y límites de la revista

26

A la luz de la trayectoria de Hojas Económicas descrita anteriormente, es notorio el cambio que han vivido las revistas académicas en Colombia y en la región en el último periodo. Esto se evidencia en una transición en la escritura desde la forma del ensayo profesional hacia la redacción de artículos que privilegian la estandarización de un estilo técnico para dar a conocer resultados de investigación. Hoy priman los contenidos donde se dan a conocer las hipótesis, las metodologías y las pruebas soporte de los resultados. Se trata de un cambio radical en la manera de escribir y publicar, un cambio de fondo en el que la crítica y el análisis que muestra los efectos sociales de la teoría y de la orientación económica preponderante han pasado a un

segundo plano, en beneficio de una lógica que prioriza un estilo sintético centrado en resultados, en el modo de obtenerlos y en las descripciones sucintas de lo hallado. Es oportuno aclarar al respecto que no se busca en este escrito indicar que una forma de publicación es más o menos válida que la otra; por ejemplo, que el estilo del ensayo sea mejor que la producción de resultados de investigación, la elaboración matematizada o la presentación de modelos econométricos. Lo que sí es oportuno reconocer es que solo una combinación equilibrada de las diferentes perspectivas podrá propiciar interpretaciones de mayor alcance en el análisis económico de cara a la consecución de propuestas adecuadas para intervenir lo social. Así, acentuar el carácter técnico de las publicaciones científicas puede mejorar la “objetivación” sobre los asuntos estudiados; pero no es menos cierto que esa “objetivación” carece de sentido si se desconocen los contextos, los intereses y los usos que polí-

la disyuntiva entre ajustarse a los cánones actuales de la indización internacional u optar por publicar a la luz del análisis económico comprometido con el cambio social. El primer camino, que hoy es privilegiado, llevaría a la estandarización de las investigaciones y a la consecución de resultados que se puedan mostrar en términos de las exigencias de la comunidad académica predominante, es decir, aquella que se interesa por los resultados de cifras y modelos econométricos. El camino contrario, al que seguramente muy pocas instituciones apuestan en el momento actual, exige optar por el compromiso social. Sin embargo, generar una mezcla de ambas posibilidades puede llegar a ser la mejor alternativa.

Bibliografía Colciencias. Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación. Modelo de medición de grupos de investigación, desarrollo tecnológico y/o de innovación, año 2013. Bogotá: Colciencias, octubre de 2013. Hojas Económicas. Bogotá: Universidad Central, 1981, 1993-1997 y 2003.

27 Temas humanísticos y sociales

ticamente se dan a los resultados obtenidos por los científicos de la economía. Lo que se viene evidenciando es que los investigadores encuentran menos espacios de publicación cuando sus discursos se orientan a criticar reflexivamente los modelos predominantes en la disciplina económica. Por el contrario, en los espacios de las revistas cada día se privilegian más los contenidos que priorizan los resultados y que enuncian de modo sintético las interpretaciones económicas que surgen al establecer conexiones con las demás realidades: políticas, socioculturales y humanas. En este punto se puede decir finalmente que pensar en una cuarta etapa de la revista Hojas Económicas pasa necesariamente por

Aproximaciones literarias

Osorio Lizarazo, maestro del claroscuro novelístico ernesto gómez-mendoza

Barranquilla, 1951. Ha ejercido la crítica teatral, cinematográfica y literaria en medios como El Heraldo, El Espectador, Cinemateca, Nueva Frontera, Quimera y Número. Últimamente lo hace en revistas digitales como Casa de Esterión y La Movida Literaria.

Con respecto a la figura del novelista J. A. Osorio Lizarazo, se cierne la duda sobre la calidad de sus novelas. Algunos gustos se han sentido abrumados por los universos míseros y lumpen que cobran vida en estas novelas y que han hecho que a su autor se le acuse de demagogo, de predicador social anticuado. Fueron sus contemporáneos los más interesados en confinarlo a un rincón de desdén. Lo ignoraron o pasaron por alto figuras como Caballero Calderón, García Márquez, Zapata Olivella, Álvarez Gardeazábal, Mejía Vallejo, Rojas Herazo, J. Mario y Jaime Jaramillo Escobar, tal vez por su desafortunada colaboración con el estrafalario dictador caribeño, Leónidas Trujillo. En la actualidad, las nuevas generaciones y los Departamentos de Literatura y Lenguas de las universidades colombianas y del extranjero se ocupan extraordinariamente de la obra de este escritor bogotano, que también fue colaborador y biógrafo del mítico Jorge Eliécer Gaitán, el más grande líder populista de la historia de Colombia. La editorial Laguna Libros ha reaccionado a este interés académico con títulos como Garabato y El camino en la sombra, dos de sus novelas que hasta ahora eran imposibles de encontrar en las librerías. Si alguna intención de denuncia ideológica hay tras las páginas de estos dos textos, se neutraliza cuando el autor

se abandona fácilmente a las pulsiones del novelista y a su sugerente poética de la pobreza y la parvedad. El tema profundo de Osorio Lizarazo es el universo de lo relegado, precario, humilde y desposeído. Un universo que rechaza lo superfluo, legítimo y exuberante de las prácticas relacionadas con las cosas, las mercancías y el dinero. Garabato es una novela de aprendizaje en la cual el héroe confirma una vocación atávica por el margen social en que es posible vivir apartado de la enconada lucha sofisticada por el rango y la opulencia. Juan Manuel Vásquez, apodado Garabato en la escuela, en su aprendizaje, codifica gradualmente las emociones que le permitirán organizar una existencia libre, una independencia del espíritu que lo pone por encima de la multitud ansiosa por la falsa seguridad de posesiones multiplicadas y redundantes. Por lo mismo, simultáneamente, el novelista elabora otro tema, el de la supervivencia, la gloria humilde de sobrevivir pobre pero subjetivamente íntegro. En el relato de la infancia de Garabato, el novelista encuentra una serie de situaciones y contextos que le permiten desarrollar su poética de lo parvo y lo humilde. Garabato, su madre y su padre son insignificantes, pero el autor los aureola de dignidad y de racionalidad. La misma estructura de la frase, su cadencia y el léxico poseen esa dignidad de lo pequeño e inci-

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piente que solo puede ser reivindicada por sensibilidades como la de Osorio Lizarazo. Y sea dicho oportunamente: no es un predicador social, ni un panfletario, es un artista, con un universo personal y sus demonios particulares y una forma que le obedece y es mediadora de dicho universo. En este aporte a un nicho, el de la poética de lo pequeño y precario —de destacada presencia en la historia de la literatura moderna—, radica la importancia de nuestro autor. Osorio se articula a una tradición que alimenta la novela picaresca, a Los miserables, de Víctor Hugo y a la obra popular de George Sand y Charles Dickens, entre otros. En Colombia, se articula a la parte de la obra de García Márquez que alude a la marginalidad y a la pobreza, todo un lúcido imaginario en el que la necesidad y el abandono transfiguran la condición humana y en el cual caben el coronel que espera noticias de su pensión en vano —mientras se acostumbra con su esposa a no comer—, el marginal y frugal profesor de colegio — que celebra sus noventa años mirando a Delgadina dormir desnuda en un sencillo burdel de Barranquilla— o el estoico Florentino Ariza —hecho una sola pieza con su humilde oficio de escritor de cartas de amor—. Claro que este imaginario sin esplendores ni aureolas debe ser tóxico para el gusto de esta época adicta al consumo narcisista y respecto a la cual muchos escritores construyen despiadadas herejías (con qué asco algunos personajes de la lumpen-burguesía soportarán un libro lleno de pobres y de cosas insignificantes y polvorientas como Los Ejércitos, de Evelio Rosero). El tema es vasto porque incluye también el ideal de la vida de renuncia en la bohemia, tan importante para el campo literario y para escritores como Henry Miller, Gunter Grass, Julio Cortázar, Cabrera Infante, Wi-

lliam Faulkner y Ernest Hemingway, entre otros. En el nicho de las novelas de la parvedad y el abandono, las masas de información y de atmósferas son uno de los elementos sujetos a la manipulación del autor. Las descripciones y atmósferas que multiplican las percepciones sobre calles, viviendas, costumbres, interiores, utensilios deben poseer matices, tonalidades e imágenes que produzcan el efecto: el lirismo de lo relegado e insignificante. En Garabato, Osorio Lizarazo trabaja estas masas narrativas de forma análoga a William Faulkner, para quien tales masas son parte de su sello particular como narrador. Es un texto de la misma trascendencia de María, de Jorge Isaacs, que construye también una mirada especial sobre las cosas pequeñas y de “bajo perfil”, ese cortejo sin estruendos ni exaltaciones operáticas de Efraín y María. Solo que, a diferencia de Isaacs, Osorio es un maestro del claroscuro. Los aprendices de novelistas pueden conocer esa mirada en Garabato y aprender a orquestar amplias masas narrativas, aunque no sea un clásico. Pero podría serlo. Jorge Luis Borges define el texto clásico como uno “que las generaciones de los hombres leen con previo fervor y admiración”. El fervor y la admiración previos se adhieren a un texto cuando se estratifican los comentarios afirmativos y las recomendaciones de oleadas sucesivas de lectores. Podría pasarle a esta novela, que llegará a más lectores sin el estigma que le pusieron a su autor, por gaitanista o por hereje. Una de esas masas narrativas precisamente es el poderoso retrato, explícito y abundante, de la rutina de un colegio jesuita en Bogotá a principios del siglo pasado. En este, un equipo de sotanas implanta abusivamente en las mentes de los estudiantes una ideología reaccionaria, exclu-

Durante estas explicaciones el padrecito se enfurecía mucho y se dejaba poseer de una santa indignación. Seguramente, si en aquel momento hubiera tenido un liberal a mano, lo habría estrangulado. Declaraba que durante las guerras civiles matar rojos era un merecimiento que Dios premiaba. Pedía con ahínco una nueva revolución para acabar con todos esos monstruos y evitar que algún día volvieran a levantar la cabeza, animados y sostenidos por el propio Satanás. Él mismo se sentía capaz de coger el fusil y lanzarse sobre los campos de batalla a matar bandidos. Para ratificar esta enseñanza de piedad y de amor, el padre Guerrero nos hacía gritar: ¡Abajo los liberales masones! Y también: ¡Viva el gran Partido Conservador! (Osorio, Garabato 106)

Ante este brío novelesco, casi produce pudor ocuparse de los incidentes estilísticos. Osorio Lizarazo muchas veces oscurece su estilo con elementales cacofonías y frases retorcidas que minan la eficiente máquina de su relato. En Garabato, hay partes que parecen más corregidas y replanteadas que otras. Por las noticias biográficas con que contamos y por el dato de su esclavitud en el oficio del periodismo, podemos conjeturar que escribía entre efímeras pausas dentro de absor-

bentes compromisos extraliterarios. Y eso nos permite atenuar sus exabruptos de estilo.

El camino en la sombra El hondo rencor que le carcomía el alma se trocó de súbito en misericordia y amor, cuando vio al pobre ser que se había arrancado de la entraña dolorida de su hija. No se atrevía a hacer manifestaciones de una ternura que hubiera parecido complicidad, porque era necesario prolongar cuanto fuera posible la justicia de su enojo. Pero, en el fondo de su alma, sin que ella misma se diera cuenta, se operó la transformación de su sentimiento. Por las mejillas, enjutas y ajadas, le corrían lágrimas de compasión por la hija infortunada y por el nieto, que acababa de aparecer en el mundo, que era parte de su propia sangre y que llegaba navegando sobre un río de dolor. (Osorio, El camino en la sombra 81)

Para un lector de la era actual, esta fraseología suena mal y estrambótica. Pero no hay que darle a la cuestión excesiva atención, así sea porque fácilmente podemos encontrar en Balzac media docena de párrafos análogos, con la misma alegoría del alma (casi no puede escribirse novela sin recurrir a la mención del alma, objeto que la ciencia ignora por completo) y similares imágenes retóricas (esas lágrimas corredoras).

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yente e intolerante. Una idea de la fuerza de esta parte de la novela puede obtenerse de este pasaje:

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Era un lenguaje que Osorio Lizarazo compartía con poetas, oradores, políticos y periodistas de su época. Y, principalmente, con los lectores, con sus lectores naturales. Es el primer lenguaje que hay que descodificar para leer una novela sobre la familia y la supervivencia como El camino en la sombra; que, en 1963, un año antes del fallecimiento del autor, obtuvo el premio Esso de Novela Colombiana, que ganaron, en la misma década de los sesenta, García Márquez, Héctor Rojas Herazo y Manuel Zapata Olivella. ¿Dura tarea? Concedámosle a Osorio el mismo beneficio que le reconocemos a Balzac o a Stendhal cuando los leemos “con previo fervor y admiración”, abriéndonos paso y hasta disfrutando de una fraseología propia de su era y, al fin y al cabo, fraseología de novela; narración que se enuncia a través de un lenguaje híbrido en el que luchan varias clases de discurso y no supera fácilmente su mestizaje, su impureza y los altibajos estilísticos (las delicadezas de estilo, los relatos diáfanos y melódicos, se logran en otro género, la “novella” o noveleta, que es el género propio de García Márquez, aunque solo sea en el ámbito anglosajón, en donde los editores le ponen ese rótulo a sus producciones). El camino en la sombra es la historia de una familia, las historias entrelazadas de sus seis miembros, todos devorados por el atavismo familiar. ¿Suena familiar? Suena, porque en la narración de Cien años de soledad hay un marco similar y eso hace del libro de Osorio Lizarazo una especie de precursor del mítico libro de García Márquez. La forma como los genes compartidos por un puñado de seres los determinan e intentan aprisionarlos en un estrecho círculo de rituales y obsesiones es un tema no solo fascinante, sino muy pertinente en Colombia, un país en el cual es poderoso motivo en el imaginario colectivo y en la práctica

El fervor y la admiración previos se adhieren a un texto cuando se estratifican los comentarios afirmativos y las recomendaciones de oleadas sucesivas de lectores. Podría pasarle a esta novela, que llegará a más lectores sin el estigma que le pusieron a su autor, por gaitanista o por hereje. de clanes y familias que se atribuyen una calidad metafísica, trascendental, que incluso implica un desdibuje de las otras estructuras sociales y políticas. Es buen signo que contemos en nuestra tradición novelesca con dos muy logradas alusiones a este tema de la familia, que merece una crítica cultural que explore, por ejemplo, por qué los individuos en este país cumplen con la familia, pero se consideran por encima de las normas de convivencia colectivas. El autor de El camino en la sombra labra cada figura de la familia con la misma dedicación y viveza. Pero siempre dentro del cerco fatalista en que la comunidad de sangre es una fuerza centrífuga que captura y somete las individualidades. Es un tema propicio para la actitud vitalista de Osorio Lizarazo: la vida en sus amplios e implacables principios y fuerzas ciegas constriñe el impulso y el querer individual. En el caso de la familia García, que se desplaza a Bogotá como partidaria de la revolución vencida (1885), parece tener una oportunidad para superar su autismo e in-

con una infección de viruelas que hacen su rostro repulsivo, acogida casi por fórmula para que sirviera en grotesca esclavitud, se desahogan la ansiedad y las frustraciones de todos. En el nudo de la trama es esta esclava despreciable el único recurso para restablecer las comunicaciones con el coronel Feliciano García. Matilde logra llegar a los campamentos revolucionarios porque su pequeña y repulsiva figura no significa nada para los soldados gobiernistas. En una de las escenas memorables, recibe un homenaje del coronel García por sus valiosos servicios a la causa; cuando regresa a Bogotá, debe asumir otra vez su oscuridad en el seno de la familia. Es una figura que oscila en la narración, que se eclipsa en las sucesivas historias de doña Rosario, Raquel, Feliciano y Lucía, como si, para Osorio Lizarazo, tuviera valor de símbolo. Símbolo de lo que permanece fiel y constante, bajo las mutaciones y las pasiones que entran en combustión, que se inflaman en un destello y finalmente se extinguen para satisfacer las ciegas fuerzas vitales. Sus ojos verán el desmoronamiento irreparable de la familia, tras lo cual su figura se pierde en las calles indiferentes. Es un mundo novelesco, proyectado con los recursos del novelista que se enseñorea de él. De ese mundo novelesco cuya falta constituye el fracaso de muchos pretendientes de la novela dotados de formas de enunciación más seductoras y ágiles. Los personajes que habitan ese mundo tienen una animación pura, penetran al lector y defienden su causa conmovedoramente. Es suficiente para superar el debate sobre las calidades de novelista y artista de Osorio Lizarazo y darle el puesto que merece en la tradición de la novela colombiana.

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sinuar un destino diferente para sus miembros; la involución, en manos del novelista, tiene una insólita, épica y peregrina dignidad cuando el grupo —desde la matrona doña Rosario hasta Matilde, la niña abandonada y deforme criada por la familia— responde como alma colectiva al llamado de la revolución de los Mil Días. Feliciano, el varón, que dejó la familia sin promesa de superar su apocamiento ni su candidez, envía noticias sorprendentes: es un capitán de las tropas rebeldes. No solo para doña Rosario, viuda de un legendario guerrillero liberal, sino para todos, la adhesión a la causa es ciega y profunda. Es el episodio central de la novela y un testimonio útil para entender el mecanismo que movía a aquellas sectas políticas al ritual de la guerra civil sangrienta y brutal. Las virtudes de Osorio Lizarazo como cronista se destacan en este episodio con el relato en amplios movimientos de los recursos y afanes de la retaguardia urbana de los guerrilleros liberales de los Mil Días. La familia García despliega una fructífera campaña de acopio de implementos, dineros y víveres que, por rutas insospechadas, llegan a manos de los revolucionarios. Los liberales de Bogotá tienen confianza en las García, descendientes del general García y hermanas del capitán, y, luego, coronel Feliciano García; cuya transformación en un legendario guerrero a partir de un mozo errático y tímido recuerda cómo, en Cien años de soledad, Aureliano Buendía se troca de pacífico fabricante de dijes de oro en comandante de tropas heroicas y obstinadas que luchan hasta el último cartucho. Cuando se estrecha la vigilancia del Gobierno sobre las García, la figura de la huérfana criada por la familia pasa a primer plano. Es una figura inquietante: En Matilde, abandonada en la puerta de la casa,

La apoteosis polifónica de un doble apocalipsis* philip potdevin

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Escritor. Su obra literaria abarca novela, cuento, poesía, ensayo y traducciones. Ha ganado concursos nacionales de cuento y el Premio Nacional de Novela con Metatrón. Dirigió durante diez años el Centro de Estudios Alejo Carpentier. Abogado de la Universidad de San Buenaventura, con estudios de posgrado de Historia y Filosofía.

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Noviembre de 1985. Hay dos o tres generaciones de colombianos marcados por los acontecimientos de ese infausto mes. Aquellas conformadas por personas que pueden recordar con precisión dónde estaban y qué hacían cuando se enteraron, primero, de la toma del Palacio de Justicia por un comando del M-19, el miércoles 6 de ese mes, y luego, ocho días más tarde y sin recuperarse aún del holocausto en el que se sacrificó a un centenar de personas —entre ellas una buena parte de la intelectualidad jurídica del país, los magistrados de las altas cortes—, del aniquilamiento de veinticinco mil o más almas de Armero y sus alrededores por la avalancha del río Lagunilla tras la erupción del volcán Arenas. Recordar esos hechos vividos como testigo frente a un televisor, con la oreja pegada a un radio o enterándose por el voz a voz de los pasillos y las calles es regresar a una pesadilla inconcebible para cualquier persona, para cualquier nación. Hay otra generación que no vivió o no alcanza a recordar el noviembre de 1985. Se enteró de oídas y hoy se asoma a él desde la estupefacción y el asombro. Lo importante, más allá de a cuál generación se pertenece, es que los hechos de ese noviembre son fuente inagotable de aproximaciones desde *

Reseña publicada originalmente por su autor en el blog El rinoceronte ilustrado (goo.gl/lLVkVd).

múltiples ángulos de las ciencias sociales y, por supuesto, de la literatura. ¿Se ha hecho alguna bibliografía de los estudios, análisis, crónicas, reseñas, entrevistas, cuentos, novelas, obras de teatro sobre uno o los dos hechos? Quizás, después de La Violencia, aquel noviembre del Palacio y de Armero es el segundo tema más seductor para escritores e intelectuales. En especial si estos de alguna manera tuvieron una cercanía con los hechos, con los personajes involucrados. De tantas obras vertidas sobre el tema quedan pocas para el recuerdo y la lectura que pueden sobrevivir el juicio del tiempo; por ejemplo, de manera necesaria y decidida, las dos novelas de Jairo Restrepo: Cada día después de la noche y La marca de la ausencia. Once días de noviembre** apareció en librerías justo para conmemorar los treinta años de los acontecimientos. Fue presentada, ante un auditorio colmado, en el aula máxima de la Universidad Central en Bogotá, el pasado 9 de noviembre, y despertó de inmediato la curiosidad de los participantes. Su lectura se impuso por encima de muchas otras opciones para el fin del año y el comienzo de este. Digamos, para comenzar, que la novela de Godoy Barbosa abarca, entrelaza y amalgama, en un solo aliento, los dos acon** Bogotá: Ediciones El Huaco, 2015.

fondo. Esta es una novela, una historia de personajes atrapados cada uno en su propia búsqueda. Cada cual busca afanosamente algo: don Guillermo, una vida después de la jubilación; Guillo, volver a encontrar a Eloyse, su exesposa por conveniencia, que lo ha dejado tras cumplir su contrato; Camila, la joven de provincia que llegó al Palacio el día del horror, el apoyo de un magistrado para encontrar a su hermana, que se ha desvanecido del mapa; doña Sara, la madre y abuela de los Guillemos, que la dejen morir tranquila en un Armero sobre el cual se cierne cada vez más cerca la amenaza de la avalancha; Leyla, la segunda esposa de don Guillermo y por quien Guillo se ha disgustado para siempre con su padre, al que llama traidor, evitar ir a Armero, alarmada ante la catástrofe anunciada, y, una vez en el pueblo, salir de allí lo más pronto posi-

Digamos, para comenzar, que la novela de Godoy Barbosa abarca, entrelaza y amalgama, en un solo aliento, los dos acontecimientos. Y lo logra de manera magistral con una desbordante polifonía de voces que se entrecruzan, se sobreponen y se enclavan en los intersticios de los eventos para narrar una sola tragedia, una sola malaventura.

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tecimientos. Y lo logra de manera magistral con una desbordante polifonía de voces que se entrecruzan, se sobreponen y se enclavan en los intersticios de los eventos para narrar una sola tragedia, una sola malaventura. ¿Qué posibilidades tiene un ser humano de quedar atrapado en una toma guerrillera que termina en holocausto? Una en un millón. ¿Qué posibilidades tiene de vivir la peor catástrofe natural que haya tenido un país? Y... ¿de padecer las dos? Matemática o estadísticamente sería casi infinitesimal. Y, sin embargo, esto sucede en Once días de noviembre bajo la cuidada artesanía narrativa de Godoy y su prosa magistral, prístina y elegante. La historia está meticulosamente ensamblada con tres voces narrativas, asegurada al más pequeño detalle, armada y encajada con paciencia de orfebre, pulida y lustrada con la obsesión del artífice de la filigrana. Guillermo Devia, el mismo nombre para dos personajes, padre e hijo. Uno, “don Guillermo”, es un exmagistrado auxiliar de la Corte recién pensionado que acude, dos meses después de haberse retirado de su cargo, a una cita al Palacio con su exjefe, uno de los magistrados titulares, en busca de continuar prestando sus servicios de alguna manera a la justicia colombiana. El otro, Guillo, es un díscolo buscavidas de veintinueve años, exiliado hace once del país, que ha huido de su terrible padre y de su tierra madre en busca del “sueño europeo” y que ha encontrado allá una lucrativa y secreta profesión, bajo los hilos de una hábil Vivianne que le provee las conexiones para atender a clientes millonarios ávidos de experiencias extremas. Guillo está siempre dispuesto a satisfacerlos, siempre y cuando haya una buena suma de por medio. Esta no es una novela —mucho menos la historia— de los hechos del Palacio y de Armero, ellos son apenas el telón de

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La tragedia de Armero. Imagen en dominio público, tomada de http://volcanoes.usgs.gov.

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ble —quizás es la única persona centrada y dotada de cordura—. Asimismo, el grupo guerrillero busca un reconocimiento internacional, una atención del Gobierno para negociar sus exigencias más profundas; el Ejército, que toma el control de la situación por encima de la Presidencia, salvar la democracia a cualquier precio, incluso por encima de la vida de los rehenes; el volcán, el protagonista de la tragedia, restablecer la paz de sus entrañas tras siglo y medio de malestar interior evacuando todo lo que ya no necesita y recordando a los habitantes del cañón del Lagunilla y su valle anexo una historia siempre olvidada. Los ritmos de la novela están manejados con precisión. El crescendo, que va desde el momento en que Guillermo se ve atrapado junto con otras cinco personas en el que fuera su despacho hasta el momento de la liberación, es agotador para los nervios

del lector: los hechos, el miedo, la angustia están narrados de manera espeluznante. Pero anticipamos que saldremos de Palacio para adentrarnos en un apocalipsis peor, el de Armero. Y para eso, Godoy nos da apenas un respiro, un alivio, como si, entre ambos apocalipsis, nos llevara al paraíso por unos instantes. En este caso, a la isla de Paros, la de pueblitos con muros encalados y techos azules sobre un Egeo fosforescente. Es el primer destino que tiene Guillo en su autoexilio europeo, pero también en las aventuras casi picarescas que vive, saltando de un lugar a otro (Niza, París, Berlín, Ámsterdam, Londres, Barcelona) y, entre los temibles —quizás por sus inclinaciones— Condes de Viali, las fastuosas fiestas de los ricachones berlineses Van Epp y los desencantos con las vetustas madame parisinas, como la Courvier, que no tiene efectivo para pagar, pero sí ropas finas y botellas

en Palacio, al igual que aquellos sobre los que se cierne la avalancha, están sujetos a manifestar toda su condición humana durante los episodios que viven. ¿Qué hace, entonces, a Once días de noviembre una novela imprescindible? Podría resaltar, entre muchas, dos razones, aquellas que interesan a todo lector. La primera es quedar atrapado en la trama, en una trama que ya creemos conocer, pero que, aun así, nos despierta la curiosidad, el interés de avanzar en ella. La segunda es la de querer volver a leer la novela, de comienzo a fin, como toda buena novela, para recuperar cada detalle que pudimos omitir en la primera lectura, distraídos por la vorágine de acontecimientos. Esa segunda —y hasta tercera— se disfruta aún mucho más. De esta forma, después de Duelo de miradas (2000) y El arreglo (2008), también de Óscar Godoy Barbosa, Once días de noviembre se convierte en un referente obligado en la literatura nacional. Y justo por los días en que la novela colombiana tiene quizás el mejor momento de su historia, cuando aparecen cada mes nuevos y excelentes títulos de jóvenes autores, pero también de otros que demuestran ya su maestría y veteranía en el oficio, como es el caso de Godoy. Por último, es necesario resaltar la bellísima edición que ha logrado Ediciones El Huaco, según el concepto editorial de Germán Gaviria, un veterano y avezado editor que sabe cuidar hasta el más pequeño detalle para llevarle al lector no solo el placer del texto, sino, además, la experiencia, nunca igualada, de un bello libro que se deje masajear y tocar en la medida que avanza la lectura. Toda una experiencia intelectual y estética.

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de añejos vinos de Borgoña con los cuales compensar los servicios de Guillo y Nadja, su malabarista de compañía. Este oasis narrativo es apenas la preparación para el nuevo infierno que nos prepara Godoy en la parte final de la novela. Todos sabemos cuál será el desenlace. Aquí no hay, ni puede haber, sorpresas: la avalancha es inevitable. Y, sin embargo, el lector sufre y padece, página a página, línea a línea, el destino que tendrán Guillermo, Leila, doña Sara y el tío Joaquín para saber si escapan o no de la avalancha. La caracterización de Guillermo y de Guillo es fuerte, verosímil. Hay un hilo de fatalidad e inevitabilidad que los cubre y los enreda a los dos: el uno va al encuentro del otro en una anhelada reconciliación para restablecer tanto extrañamiento familiar. Desafortunadamente, quizás no ocurre lo mismo con la caracterización de los personajes femeninos, como Eloyse, Vivianne, Silvia, Margarita, Camila, Juliana. Pero, en últimas, los protagonistas que jalonan la historia, los Guillermos, están llenos de vida, de pasión, de miedos y aprensiones; de amores y de odios. La transformación de Guillo es más clara que la de su padre, pero quizás así debe ser: es él quien tendrá que cargar para el resto de su vida con la doble tragedia que ha arrasado su vida; es él quien queda solo, sin familia, salvo su media hermana, Juliana, sin lugar de arraigo y sin un futuro claro. También queda reflejada en la novela la compleja dinámica del ser humano que sale a relucir en los momentos de mayor tensión y crisis: el egoísmo, la codicia, la barbarie, pero también la solidaridad, la amistad, el amor. Los personajes atrapados

Conciencia del desastre y novela en el conflicto luz mary giraldo

Ibagué, Colombia, 1950. Licenciada en Filosofía y Letras. Docente, poeta, ensayista, crítica literaria, antologista. Entre sus libros se encuentran Camino de los sueños y La novela colombiana ante la crítica, 1975-1990, Ciudades escritas. Ha recibido numerosos reconocimientos, como el Gran Premio Internacional de Poesía Academia Oriente-Occidente 2013 (Rumania).

Terminaba de leer Once días de noviembre*, de Óscar Godoy, cuando me encontré con un episodio arrasador en el que la avalancha de hace treinta años en Armero engulle todo como una enorme boca, mientras con desgarrada angustia, huyendo del lugar amenazante al final de la noche, una familia vive y siente la proximidad del horror:

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Un estruendo como no lo han escuchado nunca. Ni siquiera en lo peor de la batalla del Palacio de Justicia. Un rugido de marea, de catarata que lo embiste todo. De materiales que se quiebran, se arrastran, chocan entre sí, se pulverizan. De boca monstruosa en el acto de consumir al mundo. Entonces la ven. Una forma rugiente, una masa más oscura que la noche. Con una altura que dobla o triplica la de los techos más altos. Iluminada parcialmente, en su base, en su cuerpo y en su cresta, por autos que ya viajan adheridos a su argamasa. Una ola viscosa, con olor a azufre, absorbe y derriba y consume y arrasa y aplasta. Segura de su poder, sinuosa y voraz, la ola avanza. Leila mira a Guillermo. Llora. Entonces era esto, dice él. Quién cuidará de Julianita. Quién abrazará a Guillo. Quién buscará a Camila ahora. La marea feroz se les echa encima. (228)

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Bogotá: Ediciones El Huaco, 2015.

He aquí la manera más contundente de enlazar dos episodios que dolorosamente nos hermanaron a los colombianos en el más profundo dolor de patria, en noviembre de 1985. El momento culminante que acabo de leer une la toma y retoma del Palacio de Justicia y la avalancha que arrasó a todo un pueblo. Y además los presenta desde la angustia de sus víctimas. Dos catástrofes que pudieron evitarse. Dos eventos terribles que, como dicen escritores que entonces eran adolescentes, vinieron a cerrar las puertas de la verdad para abrir paso a la mentira y al engaño; para enmascarar la realidad al ocultarla. Además de recordar los horrores de esas fechas, el episodio me trae a la memoria el poema “La creciente” de Álvaro Mutis, escrito en su juventud a finales de los cuarenta o comienzos de los cincuenta, cuando ya hablaba de los elementos del desastre, de la vida con su carga de muerte, deterioro y podredumbre; de aquello que en la década de los setenta definiría también como una actitud que debe ser propia del creador lúcido: la desesperanza. Ese no esperar nada que no esté en el ser humano mismo. El poema dice: Al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes troncos que vienen del páramo. Sobre el lomo de las pardas aguas bajan naranjas maduras, terneros con la boca bestialmente abierta, techos pajizos, loros

Son los territorios del Tolima en el poema, de la vida y de la muerte, del horror. Los mismos de la novela de Godoy. Pero en Once días en noviembre, el relato no solo cruza metáforas y analogías de la existencia, sino que se alimenta de realidades sociales, políticas, culturales y emocionales de la ciudad y la provincia; de aquellos seres humanos que sucumbieron ante la negligencia de los otros. Son cinco capítulos en los que se sigue la medida del tiempo que transcurre ante los hechos. En los dos primeros, el énfasis está en Bogotá: en ese adentro y ese afuera que alternan frente a la Plaza de Bolívar o en el Palacio de Justicia. Y muy lejos, en Francia, un joven que después de once años de ausencia de la familia y de su tierra, creyendo haber roto vínculos, se entera por las noticias de la situación de su país, del ocultamiento de la desgracia a través de la emisión de un reinado nacional de belleza y un partido de fútbol, que son aprovechados para evitar que la verdad se le revele a un pueblo ávido más de diversión que de entender su realidad. Y como preparando el terreno de una segunda parte igualmente aterradora, aparecen anuncios de lo que amenaza en Armero con el nevado del Ruiz, el río Lagunilla, la desinformación, en fin, aquello que no solo dará fin a una vida cotidiana tranquila, sino a todo un territorio. La gran ciudad se destruye no solo en la interioridad y exterioridad del edificio,

sino en las entrañas de la justicia y la gobernabilidad. Adentro y afuera, en la perspectiva de los guerrilleros, su nerviosismo, su osadía, su perplejidad ante lo inesperado. Asimismo, en la de los rehenes y su angustia: magistrados, secretarias y secretarios, abogados, visitantes que no entienden lo que pasa. Adentro: el encierro, la violencia, la destrucción, el ruido infernal, el fuego, las expectativas, el miedo. Es una casa doblemente tomada de la que no se puede salir. Afuera: los transeúntes que van desapareciendo hasta dejar el centro de la ciudad desolado y lleno de ruidos, órdenes amenazantes, balas y, como un animal feroz, los tanques subiendo por las escaleras. El Palacio en su ruina, la rabia ciega, la desolación. Aquello que años más tarde representara Doris Salcedo en su instalación de sillas, señalando paso a paso la medida del tiempo en lo que puede la violencia. En cursivas, un narrador da testimonio: En el instante previo se detiene el mundo. Los últimos escalones se convierten en parapetos. Y se impone el silencio. Si el hombre que está ubicado más adelante, con el arma lista, pudiera pensar en algo distinto al infierno que está a punto de desatarse, tal vez notaría el silencio absoluto. [...] Y entonces irrumpe el bramido de los tanques de guerra en el primer piso. Y llega la orden. Son las 5 y 58 de la mañana cuando suena el primer disparo. Antes de ese segundo imperaba el silencio. Después, ruge la guerra. (90)

Adentro y afuera no es solo el juego descriptivo de la imagen que en toda la novela transcurre muy cinematográficamente, sino también un movimiento emocional, para lograr que el lector no solo recuerde, sino que tome conciencia, que vuelva sobre los hechos y piense, analice, reflexione. Y el ritmo narrativo es en ocasiones de ráfaga: Entonces sobreviene la explosión. La explosión.

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que chillan sacudidos bruscamente por los remolinos. [...] Los murciélagos que habitan la Cueva del Duende huyen lanzando agudos gritos y van a colgarse a las ramas de los guamos o a prenderse de los troncos de los cámbulos. Los espanta la presencia ineluctable y pasmosa del hediondo barro que inunda su morada. Sin dejar de gritar, solicitan la noche en actitud hierática. El rumor del agua se apodera del corazón y lo tumba contra el viento [...].

El ruido ensordece a Guillermo por completo. Se siente como adentro de una campana, con un eco metálico sostenido. Un fogonazo. Ningún guerrillero dio aviso. No estaban preparados para un ataque por la pared del toallero. Antes de perder la conciencia, Guillermo alcanza a ver cuerpos estrellados contra los orinales. Cabezas sueltas como balones. Carne roja rasgada por huesos blancos. Chisguetes de sangre en las paredes. Y polvo por todas partes. Un polvo oscuro, pegajoso. Los ojos se le nublan. Me mataron, Guillo. Me mataron y no pude verte. (100)

Y metiendo el dedo en la llaga, los informes incompletos de los medios de comunicación, las respuestas evasivas, los silencios. El limbo:

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Las voces de los periodistas agregan elementos a la confusión. Informes incompletos, entrevistas a funcionarios herméticos, especulaciones parecidas a las que todo el mundo tiene. (101)

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Y como en un interregno, las noticias angustiosamente esperadas y trasmitidas cada tanto en Francia. La vida incierta de Guillo, el hijo de Guillermo, ese padre tal vez no ejemplar pero sí personaje del Palacio que aun pensionado hizo de este lugar su casa, y precisamente ese día regresa a una cita con quien fuera su jefe. Y si el capítulo tres es una suerte de transición que enfoca a Guillo —el hijo lejano y ajeno a toda realidad que cuenta sus andanzas en Europa, parte de su adolescencia, la idea de su hogar deshecho, sus rabias y rencores—, mientras en Colombia los hechos se reflejan en el Palacio y en Armero como una imposición de regresar, el cuarto capítulo enfatiza la situación de la catástrofe en esa ciudad del Tolima amenazada por la crueldad de la naturaleza. Son mundos paralelos que se fusionan en los miembros de una familia y

se definen en Guillermo y Sara, hijo y madre, o —desde la perspectiva de Guillo— padre y abuela, quienes protagonizan las dos situaciones que se anudan al final, para desde ellos hacer ver el país que se deshace en la naturaleza y la justicia. La violencia ciega. La avalancha. Lo que pudo evitarse. Los que por algún azar cayeron. Los acusados. Los desaparecidos. Los arrasados por las aguas feroces. El apocalipsis. Como un epílogo, en el último capítulo se trata de buscar en los escombros, en lo que quedó, en lo que subyace bajo tierra, en un país donde ser rehén no significa nada y unos “hombres desataron el volcán del Palacio de Justicia, lo justificaron con sus causas, auspiciaron su brutalidad”, y “esos mismos hombres no actuaron a tiempo para prevenir los efectos del otro volcán” (239). La estructura temporal en la que se alternan los dos hechos, las frases de unos y de otros, la perspectiva dual y a la vez multifacética, la intensidad dramática que va en aumento en los dos escenarios y se vuelca con mayor intensidad en los sucesos de Armero, permiten adentrarse en lo que pudieron vivir y sentir las víctimas con un cometido: salvar del olvido. La frase siguiente de Sara, esa mujer octogenaria que hizo de aquel territorio su lugar para vivir, se extiende a los vínculos con la tierra, al arraigo: “Todo lo que somos se encuentra en Armero. Si nos tenemos que morir preferimos esta muerte en la tierra de nosotros” (223). Esto remite a una pregunta: ¿qué hacer ante el desastre que la naturaleza anuncia, cuando todo lo que es propio, la vida misma, allí encuentra su lugar? El lector también percibe que, ante el desastre, el hijo distante recupera los vínculos, aunque paradójicamente los lazos originarios quedan bajo tierra, cuando ve que la corriente de ese río furioso que lo destruyera todo, al día siguiente “bajaba

desastre, consigna las ausencias, los atropellos, los abusos, las “jugadas de la suerte”, y recuerda a “quienes sacan provecho de la muerte”. Recae sobre el lector este otro interrogante: ¿qué hacer con el vacío y ante las nuevas responsabilidades?

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fresca y leve, como si no tuviera nada que ver con la pesadilla de la noche anterior. La naturaleza es eso: una fuerza que se desata para disponer a su antojo de nosotros, y luego regresa a su implacable rutina de milenios” (232). Guillo escarba en el doble

Recuerdos de Óscar Collazos josé luis díaz-granados

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Santa Marta, 1946. Poeta (El laberinto, Oficio terrenal, El libro de las visiones), novelista (Las puertas del infierno —finalista en el Premio Rómulo Gallegos—, El muro y las palabras —Premio Nacional Ciudad de Pereira—, El esplendor del silencio), ensayista (Las mil caras de la URSS, El otro Pablo Neruda) escritor infantil (Juegos y versos diversos, Cuentos y leyendas de Colombia), dramaturgo (La muñeca nocturna), periodista cultural, docente y funcionario.

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Una noche de marzo de 1966, el novelista Manuel Zapata Olivella convocó en su apartamento del barrio Santa Fe a un grupo de jóvenes colaboradores de su revista Letras Nacionales. Se trataba de hacerle un homenaje a Jorge Artel, conocido como “el poeta de la raza negra”, un hombre de izquierda y exiliado en Panamá a raíz de los sucesos del 9 de abril de 1948 que acababa de retornar a Colombia. Viejos amigos de Artel, como Manuel Mejía Vallejo y el novelista chocoano Arnoldo Palacios, aguardaban ansiosos su llegada. Cuando el fornido escritor ingresó a la sala del pequeño apartamento, todos los presentes nos pusimos de pie. Aparte de los ya citados, éramos unos noveles escritores que apenas rebosábamos los veinte años. Y ninguno, salvo Germán Espinosa, tenía libro publicado. Recuerdo, además de Germán, a Luis Fayad, a Olga Elena Mattei (poeta y bellísima modelo antioqueña), a la pintora Josefina Torres y a Óscar Collazos, con estampa de boxeador, tímido y expectante, que había publicado en la revista de Manuel un cuento sobre un burdel en Semana Santa. Estaba escrito en impecable estilo y con aciertos narrativos sorprendentes y había suscitado la admiración pública de Gabriel García Márquez. Desde entonces, entre el cuentista de Bahía Solano y el escritor de Aracataca se gestó una buena aunque distante amistad. (En los años

ochenta, Collazos publicó una semblanza de Gabo titulada “García Márquez, la soledad y la gloria”). A partir de la tertulia en casa de Manuel, comenzamos a reunirnos casi todas las tardes en la sala de Letras Nacionales. Allí celebrábamos recitales poéticos y lecturas de cuentos de jóvenes inéditos, siempre regados con ron Tres Esquinas o aguardiente Néctar. Eran encuentros que luego prolongábamos en los cafés circunvecinos del sector de Las Nieves. La empatía entre Collazos y quien esto escribe fue inmediata. Me llamaban la atención su desfachatez, la seguridad de sus conceptos siempre originales y sorprendentes y su total antagonía con la solemnidad bogotana. Cuando alguien preguntaba a los nuevos autores por los comienzos literarios, hablábamos de las novelas de Joyce, Faulkner, Hemingway o de El cuarteto de Alejandría, de Durrell, que se convirtió en lectura emblemática de nuestra generación. Óscar, por el contrario, soltaba la carcajada y decía: “Mientras ustedes estaban leyendo a Faulkner y a Durrell, yo estaba bebiendo aguardiente Platino en los burdeles de Buenaventura”. A mediados de 1966, publicó su primer libro de cuentos, El verano también moja las espaldas —obra que sigo considerando la mejor de Collazos, por encima de sus novelas— y, casi enseguida, Son de

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máquina, también de cuentos. Durante esos años, hasta que viajó a Europa del Este, a París y luego a Cuba (en donde reemplazó a Mario Benedetti en la dirección del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas), anduvimos por Bogotá “para arriba y para abajo”. Siempre andábamos fumando, tomando café y bebiendo aguardiente, discutiendo de literatura y política, recorriendo las calles del centro y de Chapinero sin un peso en el bolsillo, visitando al novelista José Stevenson, que tenía una biblioteca gigantesca, y alternando con otros escritores, como Germán Espinosa, Luis Fayad, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Roberto Burgos Cantor, Hugo y Roberto Ruiz, Alberto Duque López, Umberto Valverde, Policarpo Varón, Fernando Cruz Kronfly, Fanny Buitrago, Isaías Peña Gutiérrez, Óscar Alarcón Núñez y los poetas de la “Generación sin Nombre” (Giovanni Quessep, Juan Gustavo Cobo Borda, Álvaro Miranda, Darío Jaramillo Agudelo y Augusto Pinilla), entre otros.

Fui testigo de muchas noches de penurias y altibajos: recuerdo ver a Óscar con una preciosa mulata, con una rubia italiana, con una elegante galerista; también, quejándose de un dolor de muelas; o con un sello negro en el ojo causado por una pelea callejera el día anterior; tomando café fuerte en abundancia con todos nosotros, admirados ante una lúcida disertación ideológica del joven maestro barranquillero José Ramón Llanos Henríquez; discutiendo con el maestro Eduardo Carranza y atacando su actitud a favor del franquismo; o siendo respetuosos y exhibiendo temor reverencial ante León de Greiff, Jorge Zalamea y Luis Vidales; y defendiendo a Cuba, a Fidel y a su revolución con vehemencia provocadora ante los dirigentes del liberalismo reinante en Colombia. Durante muchos años dejamos de vernos. Collazos estuvo varios años viviendo en Barcelona. Siempre inquieto, tanto política como intelectualmente, sus opiniones suscitaban polémica y atención obligada. En 1970, publicó un libro que lo proyectó internacionalmente: Revolución en la literatura

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y literatura en la revolución, en coautoría con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. Publicó luego media docena de novelas, todas ellas interesantes (Crónica de tiempo muerto, Todo o nada, Fugas, Morir con papá, La modelo asesinada, Señor Sombra y Rumor) y con el estilo ágil y elegante que lo caracterizaba, aunque siempre nos dejó con la impresión de que su “gran” novela se le había escapado de las manos. A nuestra generación nos dejó esperando con su novela estelar. En Colombia, se destacó, en los últimos veinte años, como columnista de opinión culto, racional y rebelde en el diario El Tiempo. Estaba vinculado a la Universidad Tecnológica de Bolívar y participaba con su luminoso saber en eventos literarios tanto en el país como en el exterior. Me sorprendió verlo hace pocos años en un congreso literario en Cali, confundido entre el públi-

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co, que escuchaba una conferencia mía sobre Pablo Neruda. Al final, me felicitó por mi “poder hipnótico” en la narración de la vida novelesca del poeta chileno. Hace dos meses recibí una carta de Óscar en la que me invitaba a participar en un diplomado sobre Gabo: “Pensé en ti —me escribió— para que nos dieras una conferencia sobre la saga de los García Márquez, una especie de árbol genealógico en cuyas ramas estás enredado”. Le prometí que nos veríamos en junio en Cartagena. Pero no se pudo. La esclerosis lateral amiotrófica que lo atormentaba desde hacía un año cortó su vida en la mañana del 17 de mayo de ese 2015, un año y un mes después de que abandonara este mundo el fabulista de Macondo. Había nacido en Bahía Solano (Chocó), el 29 de agosto de 1942. En el mar de su ciudad natal serán regadas sus cenizas.

nelson ricardo amaya espitia

Comunicador con estudios de Maestría en Literatura. Investigador, poeta y ensayista.

Lo bueno de leer es lo que se consigue en el camino. No puedo sustraerme de parafrasear el epígrafe de la más reciente novela de Mariela Zuluaga, Gente que camina*, que habla por sí solo: “Lo bueno de caminar es lo que se consigue en el camino”, dicen los nukaák. Y lo parafraseo a manera de epígrafe de esta reflexión sobre la novela, porque me propongo indicar varios caminos que inviten tanto a la lectura de la novela como a una inicial reflexión sobre ella. Antes del camino, el avío: una novela es una novela. En el caso singular de Gente que camina, es necesario decir que una novela es una novela. Su texto no es una crónica — aunque lo parezca—, acerca de los nukaák, una comunidad que era nómada y ha vivido en el departamento de Guaviare, Colombia. De entrada, es difícil decir si esta es una novela de los nukaák, desde los nukaák, sobre los nukaák, con los nukaák, a los nukaák, por los nukaák, tras los nukaák. Cada lector lo decidirá luego de navegar sus páginas, que se leen como un descenso suave y delicioso en canoa por un río del Guaviare. Sin embargo, propongo que Gente que camina es la novela de y desde los nukaák, porque es la primera y única novela de este pueblo nómada de las selvas de Colombia, narrada desde su perspectiva y que busca reflejar la visión nukaák.

*

Bogotá: Orbis Traducciones, 2013.

Gente que camina puede ser lo que se llama una novela de viaje —¿acaso todas no lo son?—, pues el lector viaja con su protagonista el joven Jeenbúda´, quien regresa a su comunidad después de haberse visto impelido por fuerzas externas a introducirse en otra cultura, ajena a la de él, en la ciudad colombiana de Villavicencio. Mientras Jeenbúda´ hace este viaje de regreso a la comunidad, a su antiguo oficio de caminar, en una especie de viaje a la semilla —como en el cuento de Alejo Carpentier— somos testigos de sus vivencias en la selva, de la vida y creencias de su cultura, que nos son contadas por un testigo, un narrador omnisciente, y por el recurso del recuerdo o la reconstrucción de la memoria del protagonista. También nos enteramos de los desencuentros violentos de los nukaák con los blancos u occidentales; del encuentro de Jeenbúda´ con la Mona, que lo seduce y se lo lleva...; de la relación de él con sus familiares, con su pueblo y con su ambiente natural, la selva.

Diferentes verdades Umberto Eco, en su libro Confesiones de un joven novelista, explica cómo funcionan las verdades de lo que llamamos la realidad 1 y 1 En verdad, la categoría de realidad tiene diverso contenido según la perspectiva científica y filosófica. Es decir, ha cambiado con el tiempo. Para Hegel, por ejemplo, y esta es una perspectiva dialéctica, la verdadera realidad es la unidad que se manifiesta en las recíprocas relaciones de cada cosa con las demás

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La novela de los nukaák

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la ficción. Resumidamente se puede ver con un par de ejemplos: primero, no tenemos la prueba verdadera y definitiva de que Hitler se haya suicidado, dice Eco; y, segundo, sí tenemos la prueba de que Gregorio Samsa, el personaje de Kafka, amaneció convertido en un monstruoso bicho. La verdad en el relato de ficción se halla en el relato mismo, que está limitado entre el título de la obra y la palabra fin. En cambio, lo que llamamos realidad es infinito y, por lo tanto, también lo es su verdad, o sus verdades, según vayamos avanzando en nuestro conocimiento; piénsese en cómo ha cambiado el concepto de átomo. Las novelas, como textos literarios, tienen la apariencia de ser verdaderas más allá del límite de sus páginas, en el luy en relación con el todo. En términos gruesos, las relaciones de los fenómenos y sus leyes con otros fenómenos y todo lo que existe independiente del hombre. En este sentido, es diferente de todo lo factual, aparente, imaginario o fantástico, y también de todo lo posible o probable.

gar que los teóricos del texto llaman el contexto. Y esta novela tiene esta característica, análogamente a las novelas históricas, que la tienen más que otro tipo de novelas. Gente que camina pareciera ser un texto acerca de los nukaák, como lo es una crónica o un estudio de antropología; pero no lo es. Por eso la aclaración: una novela es una novela (incluso dejando margen para que un lector especializado cuestione acerca de su estructura novelesca); sin embargo, no puede uno sustraerse, como lector, a ver como real la narración ficcional. Ante esta novela, nosotros, los modernos-premodernos (híbridos e históricos), nos asomamos desde nuestra perspectiva a ese mundo extraño, prehistórico, de los hombres nómadas que aún viven, o vivían hasta hace pocos años, totalmente integrados a la naturaleza, desnudos literalmente; y es como si hiciéramos un viaje a nuestro lejano pasado. Y lo hacemos con deleite, gracias a la destreza narradora de la autora de este asombroso

nukaák, porque para ellos son fuente de vida, simultáneamente de la comunidad y del mundo habitado por plantas y animales. Y en este sentido, apreciamos su respeto por la naturaleza, que nos puede dejar algunas lecciones, aunque no sea este un propósito de la novela. Así mismo, llegamos a conocer por Jeenbúda´, el protagonista, muchas situaciones verdaderas sobre los nukaák: cómo elaboran una cerbatana; las historias falsas sobre ellos, como su supuesto canibalismo, según dicen algunos. Respecto a esto, sus ancestros nukaák afirman que no es así, como tampoco comen danta ni tigre ni venado: “porque estos animales son las esposas de la gente espíritu que viven en el mundo de abajo y toman esa apariencia para venir al bosque en el mundo del medio, a tomar agua y a comer pepas de los árboles sagrados”.

Primer camino de la forma: el texto narrativo Un texto es un tejido, y este tejido suele tener unas matrices sobre las que se estructuran sus texturas, sus colores, sus imágenes. En este tejido, una matriz es la narrativa novelística; otra, su poesía mítica en movimiento. Estas dos matrices están unidas por trece capítulos que arrancan con su Génesis, pasan por la madre, el padre, el vigor de la selva y de los tiempos, hasta llegar a Tomachipán, un lugar real-imaginado del cual muchos nos enteramos por la geografía de la violencia en Colombia. Y este tejido tiene forma de río, o de planta de sucesivos capítulos que se pueden llamar o se llaman nukaák. El joven nukaák, Jeenbúda´, huye de una mujer rubia, sin que en un principio sepamos exactamente por qué. Regresa a su antiguo oficio de caminar. Él ya había huido de los hombres vestidos del color de la selva que

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relato, que nos sorprende con los choques particulares entre estos dos mundos múltiples y, al mismo tiempo, con su poética literaria. Entre especialistas se ha discutido si los textos literarios son solo ficción; es decir, si tienen un carácter autónomo respecto de la realidad. Y entiendo que sí lo son, pero no de manera absoluta, y menos en las narraciones de tinte histórico o biográfico, como la novela de Mariela Zuluaga lo es, en un sentido histórico o antropológico. Es decir, la novela tiene dos grandes capas de lectura, una autónoma y otra extratextual. La autónoma puede incluir su relación con otras novelas o con otros textos literarios, donde prima la novela misma. La extratextual es la que relaciona la historia de la novela con la realidad, o las realidades, si se quiere, en este caso de los nukaák y de una región de Colombia. Así pues, los toques realistas de la novela (un campo de lectura) nos ponen en contacto con lo que ha sido la vida de esta comunidad nómada (otro campo de lectura), ahora relacionada con lo que genéricamente se llama el mundo del blanco, o de Occidente; o de los arijuna, en palabras de los arahuacos; o de los ka´wáde, como nos llaman los nukaák (en general, extranjeros). Así que la disfrutamos como una novela, pero, de alguna manera, nos asomamos al (para nosotros) extraño mundo de los nukaák, que, reitero, es como ir hacia nuestro remoto pasado. Apreciamos su relación con la naturaleza, sagradamente útil (se venera la sagrada tierra porque es la que provee la vida); sus relaciones sociales particulares; sus percepciones del tiempo, y sobre todo del espacio, donde no hay fronteras o cercas como en el mundo nuestro. Tal como plantea el antropólogo Mircea Eliade en libros como Mito y realidad, en la novela se puede apreciar la concepción sagrada del tiempo y el espacio para los

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lo perseguían con sus darditos de fuego y de los hombres vestidos de blanco que lo perseguían con sus jeringas para chuzarlo en el brazo. Busca a su familia, a su tierra sagrada donde se originaron los nukaák (p. 24)2. Regresa a Agua Bonita y va hacia los espacios de Tomachipán: “reconocido y transitado por varias generaciones de nukaák, cuyo derecho y conocimiento para utilizarlo fue heredado de sus ancestros. Allá donde se siente mucha alegría porque no hace falta nada, y donde están los micos, los paujiles, los peces, los saínos, la miel, las pepas de monte, los gusanos y los senderos para trasladarse de un lugar a otro. Hablaban de cómo vivir en ese nuevo y estrecho terreno donde los blancos les habían permitido quedarse, hasta donde no llegan los darditos de fuego que se disparan entre sí los hombres del monte, pero que no tiene animales grandes para cazar, frutos para recolectar, ni caños para bañarse y pescar” (31). En el camino de Jeenbúda´ nos enteramos de que para ellos el sol es un nukaák con muchas mujeres (37); también de sus rituales de pintado, de sus ceremonias de encuentro y otras particularidades de esa cultura. Y vemos, por ejemplo, como Jeenbúda´ “quería, ahora, mezclar el achiote que acababa de encontrar con el zumo de las hojas del kéná´ para producir un colorante fuerte que le sirviera para vestirse y, al mismo tiempo, para ahuyentar los insectos que le rodeaban deseosos de picar su piel untada de ka´wáde y de chupar su sangre” (39). Preparar esa mezcla es parte de lo que un nukaák aprende durante el ritual de iniciación, donde confirma su paso de wé´ep butu a jin´bú, como lo vivió él un poco antes de que “los darditos de fuego le cambiaran la vida” (38). 2 Se utiliza la primera edición en pasta dura de la novela, un libro artístico del cual se hablará más adelante.

El fervor y la admiración previos se adhieren a un texto cuando se estratifican los comentarios afirmativos y las recomendaciones de oleadas sucesivas de lectores. Podría pasarle a esta novela, que llegará a más lectores sin el estigma que le pusieron a su autor, por gaitanista o por hereje. También existen poéticas descripciones del parto, de ceremonias de purificación, de la gente con ropa, de su dramática situación de desplazamiento: “una finca que antes se utilizaba para guardar ganado y ahora guarda desplazados”, y antes era de los aborígenes. Vemos, igualmente, los enfrentamientos entre los colonos y los antiguos habitantes; de los uniformados entre sí, y entre estos y los colonos cultivadores de coca; vemos el encuentro con la Mona, una mujer blanca que se enamora de él, y nos enteramos del dios creador Maúro´. El encuentro con la mujer representa la pérdida de su comunidad, dado que se narra en la novela cuando él está volviendo y se pierde momentáneamente en el camino, como si los dos hechos se conectaran. En el trasegar de vuelta a su mundo y tras una noche de descanso, despierta con la tea que lleva a punto de apagarse, “como si fuera un muñón”; poesía, sin duda poesía. Y el narrador nos cuenta que: “El caminar y curiosear es la esencia de un nukaák por-

Segundo camino de la forma: mapas y algunos objetos nukaák Desde el punto de vista de la forma, si bien la novela en el siglo XX introdujo muchas variaciones creativas —como una partitura musical en el Ulises de Joyce, o epigramas y un largo etcétera—, no es muy frecuente que se recurra a signos extralingüísticos (científicos o propios de otras artes). Umberto Eco, de nuevo, lo hizo en El nombre de la rosa, al mostrarnos al principio de su novela el plano de la abadía donde se desarrolla la historia, y lo reforzó con un prólogo

que tituló “Naturalmente, un manuscrito” y una nota además; recursos que se constituyen en una especie de puente entre la realidad y la ficción narrada. Análogamente, tanto en la hermosa edición numerada de pasta dura como en la formato más pequeño, Gente que camina abre con un mapa y cierra con otro, que son los lugares donde ficcionalmente ocurren los caminos narrados. Esta estrategia textual tiene dos razones, a mi modo de ver. Una, ser un complemento del discurso lingüístico, un mapa del que podría prescindir el lector —como sucede con el plano de la abadía de El nombre de la rosa—, aunque contra esta posibilidad se planta la curiosidad del lector y, claro, la propuesta de la autora al estructurar la novela. La otra razón es que los mapas son reales; es decir, sitúan a los lectores en el espacio geográfico donde han vivido los nukaák en la vida real. Y son realistas porque tienen el estilo de los mapas medievales, curiosamente. Aquí la novela se entrelaza con otras expresiones artísticas. Otro elemento adicional, tal vez insoslayable para el lector, son las fotos e ilustraciones. Estas tienen también una doble carga: una simbólica y otra realista. En efecto, son objetos que pertenecen a esa comunidad (su aspecto realista), pero transformados por el fotógrafo, el ilustrador o el diseñador del libro. Las transformaciones pasan por la fragmentación, la aplicación del color y de los tonos, la búsqueda de las texturas, entre otras. Mucho se podría agregar de esta simbología.

Tercer camino de la forma: la edición de pasta dura o el libro artístico Comentario aparte debe hacérsele a la edición y al diseño de la primera edición numerada del libro en pasta dura. Creo que es

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que de ello depende su vida y la de su familia. Como ha sido desde el tiempo de los be´wun, sus ancestros”. Dichas actividades, que tanto afectan nuestra salud física y espiritual, nosotros, los civilizados, las hemos perdido en gran parte. Entre las particularidades literarias del relato, aparte de las riquezas poéticas en las descripciones ya mencionadas y de su prosa fluida, está la utilización de varios relatos que se entrecruzan espacio-temporalmente y van dando cuenta del particular mundo de la novela. Por ejemplo, mientras se narra su regreso, se cuentan aspectos propios de la comunidad mediante el recuerdo o la ensoñación. Así mismo, nos asomamos a los nombres que dan los nukaák a sus objetos, a sus experiencias, a su mundo. Nombres que están transcritos en nuestra grafía latina con el propósito de trasladar los sonidos de esa comunidad; estos “traslados” tienen su discreta traducción al español para que no nos perdamos en la lectura, y, al mismo tiempo, nos conectan con el tiempo y espacio de la comunidad nukaák, y nos evidencian la labor investigativa de la autora y de quienes han estudiado la lengua nukaák.

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un buen ejemplo del libro físico como objeto artístico; lo pienso a la altura de los mejores libros-objeto así elaborados en todo el mundo. Aunque no es usual referirse a este aspecto en un comentario sobre un texto literario, no puedo sustraerme de hacerlo. La tapa del libro (portada y contraportada) impacta por su sencillez y carga simbólica. En ella se combinan una ilustración y tipografía sobrias con un profundo contenido simbólico que le hace honor a la cultura nukaák al recrear los diseños corporales elaborados por ella. El color pastel del papel y su textura hace más evidente su origen vegetal y son elementos que de alguna manera refuerzan los contenidos simbólicos llenos de naturaleza de la novela. Sobre la superficie vegetal del libro deslizamos nuestros ojos e incluso nuestros dedos, y seguimos los acontecimientos del protagonista y su familia nukaák. Para separar cada uno de sus trece capítulos, la novela tiene fotografías en blanco y negro y en tonos grises y ocres. Estos últimos son análogos al color del achiote que utilizan los nukaák para pintar su cuerpo y sus objetos. Estas fotografías son fragmentos de sus objetos cotidianos, como canastos, vasijas de barro o instrumentos musicales. Constituyen, pues, algunos referentes físicos de la novela. Por otra parte, el diseño de cada página nos proyecta hacia el espacio abierto, y si se quiere, libre, de la selva donde vive la comunidad real y la comunidad novelada, y establece un contraste fuerte con la historia de una comunidad que está condenada a desaparecer absorbida por su entorno hostil.

En esta edición de pasta dura, la novela está guardada y conservada en una caja cuidadosamente elaborada, donde también se incluye un cuadernillo con, ahora sí, una crónica de mirada antropológica sobre la comunidad nukaák. Además, el libro tiene su propio separador de páginas con los diseños usados en el conjunto del libro. Este arte-facto, sin duda, lo hace un objeto de colección para quienes gustan de conservar este tipo de libros. Por su parte, la edición de bolsillo está a la altura de su edición en pasta dura, y al alcance de más lectores con los mapas e ilustraciones mencionados, con su belleza propia. Estoy seguro de que con el tiempo se abrirá camino paso a paso entre los lectores; y por su valor literario, que sin duda lo tiene, va a dar de qué hablar a la crítica y la historia de la literatura colombiana y mundial. A propósito de esto último, la novela se lanza simultáneamente en inglés y francés, tarea nada fácil. Los trabajos de traducción, como es natural, fueron supervisados por la autora. De este tipo de lanzamientos multilingües simultáneos gozan pocos autores colombianos, según es sabido. El reconocimiento de la obra de filigrana, fruto de varios años de trabajo, es para Mariela Zuluaga, su autora, en primer lugar. Y para la casa editora, encabezada por Jannette Insignares y la propia Mariela Zuluaga, y todo su equipo, entre ellos el diseñador Carlos Martín Riaño, profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Se trata, pues, de una novela escrita y editada con mucho trabajo de investigación, talento y, por qué no decirlo, con mucho amor.

jaime gómez nieto

Bogotá, 1958. Es licenciado en Español y Literatura y especialista en Administración de Informática Educativa. Treinta poemas (1989), Arte, pasión y palabras (crónicas sobre artistas colombianos y extranjeros) (2010), El camino no termina (2011) son algunos de sus libros. Fue finalista en el Sexto Concurso Internacional de Poesía de la revista La Porte des Poetes, París.

Ambrose Bierce tiene una historia particular, como todo escritor que se respete. De forma indefinida y en su condición de hombre de letras, Bierce va recogiendo información sencilla para poder escribir. Su universidad es la guerra. Nació el 24 de junio de 1842 en Meigs County, Ohio. Es un observador permanente desde sus épocas en Indiana. Su escenario creativo son los paisajes de Chattanooga, Chickamauga, Stones River, Nashville y Shiloh. En 1861, se alistó en Norteen para luchar en la guerra de secesión, para ser un protagonista más y ser nombrado teniente segundo y primero a medida que esta avanzaba. Estos grados los adquirió por su participación en las batallas de Lookout, Mountain y Missionary Rigde. Pero este comentario no es para exaltar la vida militar de Bierce, sino para hablar del cuentista que escribe sobre las adversidades de la guerra y sobre cómo llegó después de esta al trabajo periodístico, para convertirse en una mezcla de extraño escritor. Su libro Historias de soldados (en su título original, Soldiers) se podría ubicar desde varios puntos de vista: el paisaje de Virginia Occidental, Alabama del Norte, el estado de Georgia, la guerra en sí y la desgracia humana.

En Jinete al cielo, el paisaje no está ausente. Es una forma de supervivencia ante la mancha de sangre de encarnizados enemigos: los confederados de la Unión y las fuerzas federales. “La zona era boscosa por todos lados, salvo en la parte norte del valle, donde había una pequeña pradera natural a través de la cual corría un arroyo apenas distinguible desde la cima”. El protagonista, Cartes Druse, asesina a su padre desde una alucinación mientras descansa sobre unos matorrales; confuso estado de recuerdos que lo enredan con hechos de la misma supervivencia en el campo de batalla. Algo diferente es Un suceso en el puente de Owl Creek. Peyton Farquhar es un civil que va ser ahorcado. Está colgado en la mitad del puente. Era un simpatizante de la causa sureña, político, rico, hacendado. Un día llega un soldado a su hacienda, agotado y mugriento, que le pide agua. Su esposa lo atiende con agrado. Este le cuenta lo que está pasando en el puente Owl Creek, pero, al despedirse, Farquhar duda. No sabe si este soldado es un espía. Farquhar termina colgado en el puente: […] mirando hacia el bosque a la orilla del río. Vio cada árbol por separado, vio las hojas y vio las venas de cada hoja, incluso los insectos posados sobre ellas: los

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Un enigmático narrador en la guerra de secesión de los Estados Unidos, o Ambrose Bierce

grillos, las moscas de cuerpos brillantes, las arañas grises que tejían telarañas de rama en rama. Percibió los colores irisados de todas las gotas de rocío que había en un millón de hojas de hierba. El zumbido de los mosquitos que danzaban sobre los remolinos de la corriente, el aleteo de las libélulas, las zancadas de las arañas de agua, como remos que alzaran el bote por los aires, todo eso componía una música audible. Un pez se deslizó bajo sus ojos y él alcanzó a oír el roce de su cuerpo al hendir el agua.

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Y, así, el comandante declara que todo civil que traspase el puente será ahorcado. Al final, Peyton Farquhar está muerto, meciéndose suave con el cuello roto de lado a lado en el puente de Owl Creek. Bierce es un narrador de la guerra, un meticuloso descriptor desde el repetido paisaje, testigo de situaciones de lo que representó este hecho despiadado. Un hijo de los dioses es un cuento con un plan determinado: enfrentar al enemigo a partir de una fuerza superior, las armas. Comandantes, oficiales, escoltas y soldados, todos en busca de la estrategia perfecta para vencer al enemigo. Ríos de

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hombres, una colina espantosa, ruido de cañones, heridos, tropas de asalto y, una vez más, muertos innecesarios. Finalmente, un plan eterno para un plan divino. Pero esta colección de cuentos continúa desde la tragedia. Cada uno es particular: es el caso de Un desaparecido, en el estado de Georgia. Es la historia de un soldado raso llamado Jerome Searing que, en pleno combate, huyendo del enemigo, cae en un hueco que es una trampa. Un desorden de escombros de madera, ramas, palos y hasta piedras caen sobre su cuerpo hasta dejarlo atrapado bocarriba. En la confusión de volteretas que da el soldado por el aire, su fúsil se desprende de sus manos y queda apuntándole. Cualquier movimiento sería fatal. Unas intrusas comienzan a subirse sobre los pedazos de palos merodeando y curioseando. Solo su boca tiene movimiento para espantar las ratas y alejarlas del fúsil. Sabe que volverán para roerlo o que, quizá, el fúsil se dispare y la bala llegue directo a su cabeza. El tiempo pasa. Al cabo de unos días, un regimiento pasa cerca del profundo hueco donde se encuentra Jerome Searing,

cosas estaba esta carta”, le dijo. Cuando la tuvo entre sus manos la ojeó. Al comienzo, detenidamente, pero después asumió la actitud de no importarle. Sin embargo, al notar la mirada fija del soldado, se sonrojó y se convirtió en una persona amable que le dio de forma educada las gracias. Entre tanta diplomacia le preguntó despectivamente sobre la muerte de Herman. Dándose cuenta del desinterés y la indiferencia, pensó que no tenía sentido hablarle de la forma trágica como había muerto el teniente Brayle ni de su heroísmo. Le respondió “lo mordió una serpiente”. Es notable que sus cuentos solo describen el horror de la guerra. En El caso de Coulter’s Notch, un capitán prefiere morir con su familia en el sótano de su antigua casa ante la mirada de un regimiento. En El golpe de gracia, aparecen dos hermanos: el sargento Caffal Halcrow y el mayor Creede Halcrow. En confusas circunstancias en el campo de batalla, antes de morir ven como un soldado es atravesado por una espada en el corazón. Un hilillo de sangre que serpentea es la última prueba de vida entre las ropas destrozadas. El libro culmina con una serie de cuentos llenos de curiosidad. Parker Adderson, filósofo trata de un prisionero que pronto será ejecutado, no por espionaje, sino por averiguar datos. En Historia de una conciencia, un aparente civil pasa ante las tropas enemigas con indiferencia, un oficial nota algo raro en él y lo hace llamar. Después de un interrogatorio, el civil termina diciendo que es un espía confederado y un prisionero de ellos con toda tranquilidad. Un tipo de oficial es un cuento sobre el no saber nada y el recibir órdenes. Abren fuego, pero en el fondo cada cual lleva una sabiduría más honda que la simple suma de todo lo que sabe. Un oficial, un soldado. Un ejército está en línea de batalla y a la espera de un ataque, pero los hombres que

53 Aproximaciones literarias

mientras sus ojos se van apagando para siempre. Dado de baja en resaca es otra historia en la pluma de Bierce. Es la historia de un héroe idiota en la batalla de Stones River que siempre se enfrentó al enemigo mostrando su cuerpo sin temor alguno o corriendo con su caballo de frente a las balas enemigas. Su grado era el de teniente y su nombre, Herman Brayle. Su coraje era diferente al de los otros soldados del regimiento de Ohio. Cada cual era valiente a su manera. Su cuerpo parecía volar por los algodonales, en los bosques de cedros cerca de la carrilera, donde no se puso nunca a cubierto. En otras palabras, siempre se exhibió en las batallas. De tanto jugar como un negligente le llegó la muerte. Lo rescataron de entre un montón de cuerpos caídos con la poca sangre caliente que le quedaba. Era un cuerpo tiroteado entre el desgano. El capitán dio la orden de que cada soldado tomara alguna pertenencia y se la llevara de recuerdo. A un amigo cercano le dieron una especie de estuche plano con unas cartas. Dentro de este se destacaba una dirigida a la señorita Mendenhall. El soldado compañero de Herman Brayle llegó un día después de la guerra a donde la amiga de Brayle, en California, y le entregó la carta. Ella era una mujer refinada, culta y, sobre todo, hermosa que vivía en un elegante sector de Rincon Hill. Él tuvo curiosidad: un soldado teniente con el atrevimiento de exponer su vida de semejante forma y, además, dejar una relación misteriosa con Marian Mendenhall… Ante el encuentro y la presentación del antes soldado, ella no se sorprendió para nada. Su fina mirada no se inmutó, y lo escuchó siempre con respeto. Era indiferente a lo que la rodeaba. El antes soldado terminó hablándole del teniente Herman Brayle. “Entre sus

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no combaten nunca están listos. Tantas cosas, para saber que el capitán Graffenreid no había visto en su vida a un enemigo armado. George Thurston es un cuento curioso desde el punto de vista de un narrador en primera persona que va contando con detalles los acontecimientos en el campo de batalla. No se sabe si Bierce es el mismo narrador, que es lo más probable, o si simplemente todos los aconteceres de la guerra buscan un narrador. Un día, Thurston, cansado de la guerra, quiso demostrar muchas cosas. Por ejemplo, que la vida en la guerra no tenía valor y que si recordaba algo de la niñez podría ser feliz. Su mirada se detuvo en un columpio sostenido en el vacío de un espacio alimentado por el viento. Como un niño, el teniente primero George Thurston se dirigió al columpio y se sentó con una ligera alegría de peligro. De inmediato el balanceo fue creciendo y, en un instante, Thurston voló sin prejuicio por los aires. “Una pierna, doblada bajo el cuerpo, estaba rota más arriba de la rodilla, y el hueso se había clavado en la tierra. Tenía reventado el estómago, regada las entrañas. Se había desnucado. Apretaba los brazos cruzados sobre el pecho”. El sinsonte es un cuento extraño, en el que se quiere decir que el heroísmo también es un acto de cobardía. Las guerras son cementerios móviles entre ese heroísmo y cobardía. Lágrimas llenas de pesar salen de ojos confusos que no quieren cerrarse. La naturaleza es un escenario infinito para la muerte. Toda guerra necesita un paisaje, la luna llena, los luceros de la noche, el sol luminoso y hasta los lodazales que se forman en época de invierno. Ahí está el sentido de la guerra, ella se alimenta de la sangre inocente de soldados de los dos bandos. Bierce muestra un panorama desolador que no respeta la condición huma-

na. Deja ver el misterio de un mundo sin esperanza, de un mundo real y cotidiano: la muerte. En uno de sus cuentos, Bierce plantea que “el acto de morir bien puede ser muy desagradable para quien no ha perdido la capacidad de sentir”. Es una ironía que los grandes honren a los grandes. De alguna forma, el ser humano siempre quiere ser reconocido, aunque haya vivido de forma humillante más por su heroísmo que por su dolor. En la guerra, la vida tiene diversas formas. La muerte pasa por una bala, un sablazo, un cañonazo que perfora la misma existencia, y el espíritu se avergüenza de las formas miserables de la vida. O por fusilamiento. Pero también por ser ahorcado, acto propio de las leyes antiguas para ciertos imbéciles que defendieron causas inútiles. Los personajes de Bierce están dentro de estas circunstancias. Difícilmente sobreviven porque las armas de un ejército comparten su desaliento. Los cadáveres son criaturas inservibles. El resto del ejército no quiere estar en el lugar de esas expresiones teatrales, confundidas con la indolencia de la tierra. La tierra es justa, amable y cruel. Estos personajes no tienen oportunidades. La expresión “dados de baja” es un triunfo para el orden político. Solo queda el aliento de la fresca mañana de la cabeza levantada hacia arriba, en el silencio de la noche y la espesura y el ruido ensordecedor de uno que otro cañonazo. Los enemigos de la imaginación pueblan raras malezas para tener motivo y disparar. El sentido instintivo es una virtud en la guerra. En su cuento El sinsonte, se advierte cierta incertidumbre de forma inverosímil. El soldado raso Grayrock, del ejército federal, después de descansar a la sombra de un árbol dispara contra algo. Emociones vanas lo confunden. Regresa al campamento para recibir nuevas órdenes. Piensa en algo que

no lo deja tranquilo, quiere saber por qué disparó. En ese momento, desea volver al sitio y observar el lugar para encontrar respuestas. Disparar sin razón significa algo. El soldado Grayrock vive agotado, el descanso en la guerra es una ilusión. Después de recibir las indicaciones para volver al puesto de centinela, se queda de nuevo dormido cerca del árbol del incidente de los disparos. El sueño aparece como una revelación. Las imágenes son claras. Recuerda su niñez: una región a orillas de un gran río, altos barcos de vapor que lo navegan, carreras con un hermano gemelo para observar la llegada de esas embarcaciones; en la carrera desordenada, recogían manojos de menta hasta subir unas colinas y observar el gran paisaje. Al otro lado del río quedaba el Reino de la Conjetura. Pero al sur podían ver, a

55 Aproximaciones literarias

Bierce muestra un panorama desolador que no respeta la condición humana. Deja ver el misterio de un mundo sin esperanza, de un mundo real y cotidiano: la muerte. En uno de sus cuentos, Bierce plantea que “el acto de morir bien puede ser muy desagradable para quien no ha perdido la capacidad de sentir”. Es una ironía que los grandes honren a los grandes.

la distancia, otra región llamada la Tierra Encantada. Unidos de la mano y del corazón, los dos hermanos recorrían senderos de paz y luz entre días dorados. Un sonido melodioso se escuchaba, la emotiva melodía era la del sinsonte. Dicha melodía bendecía el espíritu del espacio. El alegre pájaro no descansaba en su oficio de músico. Esa melodía parecía ser el alma del paisaje, era la sensación de sentir e interpretar los misterios de la vida y del amor. El sueño terminó bajo un conjunto de lágrimas y confusión de sombras. Seguía dudando porque estaba seguro de que le había disparado a alguien. Él estaba guiado por un sentido instintivo del blanco. Era el rey del tiro en tres ciudades y esto lo convertía en un soldado confiable. Sin embargo, quería llegar hasta las últimas consecuencias. Si era posible, no le importaría ingresar en el campo confederado para averiguar a quien le había disparado. Tenía que encontrar a ese hombre muerto entre matorrales o arbustos. ¿Quién sería? El sinsonte salía de entre espesas arboledas para posarse de forma visible sobre algún tronco desnudo y emitir un conjunto de trinos convertidos en melodías divinas venidas de los cielos galantes donde hay vida, y como una criatura de Dios terminaba alabándolo. El hombre, agotado, se detuvo, descargó su rifle. Observó al ave con respeto y admiración. Un sentimiento profundo y desconocido lo embargó, se llevó las manos a los ojos y se puso a llorar. De forma inmediata, se calmó, se inclinó, recogió el arma y decidió continuar su camino. Al pasar por una brecha, vio dentro de ella un uniforme botado con una gran mancha de sangre hacia la parte del pecho, yacía con indiferencia y como síntoma de muerte. Un rostro pálido se perdía en el tiempo olvidado, todavía tibio engañaba su presencia entre la vida y la muerte. Era

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John Grayrock con una bala en el pecho. El soldado William Grayrock cayó de rodillas al piso y miró con desgracia esa insigne obra de la guerra civil. El sinsonte calló su melodía hermosa y revoleteó confuso y volvió de forma nerviosa a lo alto del ramaje. Y, como lo dice Bierce, “bañado en la gloria roja del poniente”, el pájaro “voló en silencio por los majestuosos espacios del bosque”. Así, Bierce cuenta de forma triste la desaparición de un soldado más en la guerra de secesión de los Estados Unidos: “Cuando esa noche llamaron a lista en el campamento federal, el nombre de William Grayrock se quedó sin respuesta… y no volvió a tenerla nunca”. Ambrose Bierce, dentro de una historia real de su vida, soldado, periodista y escritor, no establece diferencias para contar y hablar de la condición humana. Es un hombre que experimentó la guerra y del

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cual, cumplidos los setenta años, nunca se volvió a saber nada de él, en 1914. Un escritor consagrado con una obra compleja, poética y humana es lo que se encuentra en cada cuento suyo: dolor, angustia, sangre y desesperanza. La guerra como un escenario y material para la inspiración. Su poética es una búsqueda constante dentro de la forma narrativa. Un universo curioso de figuras literarias fluye entre una rara condición libertaria de escritor. En su país, algunos críticos le dieron más el carácter de periodista que de escritor. Pero es gracias al periodismo como Bierce se fundamentó para convertirse en narrador con una técnica y un estilo particular y personal que demuestra en su obra literaria una proyección en una línea del tiempo. Historias de soldados es una colección de cuentos necesarios en la historia de la literatura universal, así de sencillo.

Creación

Poesía

Poemas de Leoncio Luque Ccota

Leoncio Luque Ccota Nació el 2 de abril de 1964 en Huancané (Puno, Perú). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villareal. En 1990, en compañía de algunos amigos, fundó la agrupación poética Noble Katerba, grupo que daría inicio en el Perú a la llamada generación del noventa. Ha obtenido varios reconocimientos en concursos nacionales e internacionales, entre los cuales se destaca el Premio Copé de Oro de la XVI Bienal de Poesía (2013). Entre sus obras publicadas se destacan Más allá de mis ojos (2015) y Exilio interior y otros poemas devastados (2011). Es ganador del Concurso Internacional de Poesía de la Universidad Central 2015. La selección que se presenta a continuación considera todos sus libros publicados hasta el momento.

4.10 Entre piedras y combas

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La vida se deforma en espasmos. Yo tengo una hora precisa para contarte mi vida, Casandra.

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Los cuerpos de pausa furiosa acumulan deudas ajenas, cruzan con el viento, dividen los ojos, de manera que no pueden ver la realidad, sino solo despedida de muerte. El vértigo nos asalta. ¿En cuántos adioses se puede despedir uno

del otro? Acaso ¿setenta veces siete? Tú deberías saberlo: a la fantasía solo se la supera con las ganas de dispararse un tiro en la sien, pero uno se ensucia. De Exilio interior y otros poemas devastados (2014)

Creación

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1.5 Carl Sandburg en Lima Por Lima, Carl Sandburg agita sueños envejecidos a las masas y camina desnudo en su propia sombra, por callejuelas sucias como retratos de penumbra y antorcha. La puerta terca de las tinieblas se cierra como enfurecido párpado a la hora del olvido. Y él sigue caminando, cazando inasequibles estatuas de pisadas e imágenes rupestres de nuestras vidas, recitando estos versos: “Yo soy el pueblo, la chusma, la multitud, la masa; sabéis que todas las grandes obras que existen en el mundo las he hecho yo.” Pero tú ahora ya no estás presente en este caos hermoso que se posa delicado en el escenario de este movimiento. Ruina de mis panoramas. De Por la identidad de las imágenes (1996)

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5.6 Arcoíris

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i Centro giratorio abolido por el tiempo, ii parcela, morada de mis ancestros iii sagrada e inerte, que renace para nombrar los perfiles iv del alma aimara. v Parcelas intocadas que colindan con el principio del mundo andino. vi El mundo es una hermandad de origen oculto vii que construí con Mariano y Benito, amigos de la misericordia, viii a quienes conozco ix desde hace mucho tiempo, x acariciando el viento, la paz de los astros acariciaba sus rostros. xi Nos conocimos jugando por estos cerros azules y verdosos xii a no perdernos en la soledad de la lluvia perpetua xiii que mojaba nuestras vidas, xiv entre eucaliptos y vizcachas agoreras xv que luego han ido desapareciendo, xvi con relámpagos deslumbrantes que conformaban xvii nuestra edad de viento inmaduro xviii y arcoíris como bandera que nos saluda. xix Son quienes nos vigilan antes de sucumbir en nuestra lengua xx y a quienes consideramos amigos xxi en resistir los males de cada día. De Igual que la extensión de tu cuerpo (2013)

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3.17 ¿Te acuerdas? Nos habíamos marchado de repente entre carcajadas socavándonos la voz en este espacio cerrado. ¿Te acuerdas? Seguro que no. Pero aún estamos en esta tierra fértil donde el rumor secreto del poder no nos alcanza. Rechazamos y amamos una y otra vez el canto de los dioses hundido en el oído ajeno.

La selva y el mar soportan la fractura del tiempo; encontramos en el umbral de la agonía antiguos hombres construyendo su regreso. La angustia nos consume en este espacio cerrado y violento donde no gozamos de las palabras que vienen volando. ¿Pero no es eso lo que al final ambicionamos con deseo y sacrificio? ¿No es eso lo que anhelamos después de la ruina, al borde de la confusión, mezclando la guerra de oriente sobre la tierra? La confusión nos recuerda que estamos de más para consolarnos entre gritos. De Crónicas de Narciso (2005)

3.6 Solo polvo El canto enseña a no ser nada y al mismo tiempo todo, final de todo, comienzo de todo. Aquí nacemos y morimos, en este lugar vacío donde nos encontramos como fieles pasajeros de la noche. Aquí asomamos nuestras quejas desgastadas en el tiempo; aquí golpeamos, inmisericordes, a los seres del medioevo que se esconden detrás de nosotros. Aquí peregrinamos con frecuencia sobre el final de la noche sin ozono en que amanece la ciudad.

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Aquí preguntamos quiénes somos destruyendo la vida. como dice alguien? ¿Acaso polvo ¿Acaso polvo como nos responden otros?

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¿Acaso un final agazapado que nos espera y nos conduce a pie como alpargatas dejando huellas frescas en el camino? ¿Acaso voces del pasado que nos alimentan y nos perforan el corazón para morir, haciéndonos estallar el cráneo desnudo en campos desnudos después de la guerra?

El agua se acaba en la sed del desierto. El mundo no vuelve a ser lo mismo en el labio cerrado de los que vienen después. El aire se calienta, del cielo cae poca lluvia, el encanto se borra y nos volvemos angustia, hechos polvo; polvo polvo polvo como la tierra muerta. De Crónicas de Narciso (2005)

La soledad hiela mis venas. El sol se enrosca como una serpiente. alejandro peralta Levántate y olvida este efímero mundo. omar khayyam

En el ayllu Hachasullcata1, en la estancia de Quencha i El susodicho Matías Luque, insuficiente, roído por la muerte, ii ha llamado a los testigos —a familias enteras de esta jurisdicción iii donde ha forjado imágenes de vientos helados, sin cerrojo— a medianoche, antes de que el aliento se enfríe en la garganta, iv v en esta capital aimara, reino del folclore donde ha vivido /despierto como un cuerpo deshabitado entre conjuros del pasado y vi /del presente. vii A los veintinueve días del mes de octubre de mil novecientos viii cuarenta y uno2 ix deja la sombra de invierno, como cuando el cuerpo se enferma x al borde de la fiebre y el deseo raspa el alma inquieta de un ojo /que parpadea. Son las dos de la tarde en pleno viento de agosto, de tardes xi /débiles, xii de balbuceos en que la parca despierta a la muerte xiii —herencia de lo humano, espejo con que uno choca cada /mañana— xiv con el viento trenzado de los eucaliptos, al compás de la coca /que chacchamos xv y que dicta la aspereza de nuestra voz ahogada xvi que devela la frontera de la vida y parece acabar entre insomnios /y duermevelas xvii presentándose a los testigos de la vida, reblandeciendo los /frutos de los insomnios

1 Un ejemplo de la existencia del ayllu en las comunidades lo constituye el de Hachasullcata, al que se integraba la comunidad de Calahuyo. Esta comunidad fue en el pasado una parcialidad que, al lado de otras —denominadas Quencha, Callapani, Accoccoyo, Totorani, Huayrapata, Chacacruz y Azangarillo—, conformaba el indicado ayllu. Dentro del conjunto de dichas parcialidades, una de ellas representaba la capital —en el caso de Hachasullcata, la constituía Azangarillo—, donde se concentraba una autoridad central identificada como el jilakata del ayllu. 2 Fecha de la redacción del testamento.

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5.1 Prólogo a la muerte de Matías Luque

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que nos apuntan con su mirada fatal de soledad entre /despedidas y entelequias, espantando al dueño del manto negro que, debajo de los /cabellos, acaricia la herrumbre de su rostro cetrino, cuando el sueño es la llave de otro sueño mágico sin retorno. Con ruegos de avemarías y cánticos tristes al margen del /cuerpo lloran los presentes, que tal vez no tengan imágenes de acierto en el dolor en que /viven sobre un papel arrugado con noticias antiguas y /amarillas. xxiii Están a su lado, aprovechando la oportunidad de la partida /celestial, xxiv Mariano, Jacinto, Juan, amigos de desengaño, a quienes les /lleva la delantera nada más —que así es la vida, dice /gimiendo—. xxv Ellos, mayores de edad en cosas sólidas, tejen la vida en la /mañana con tacto preciso en la pesca de la vida; xxvi son labradores de amor y hombres crédulos en casamiento xxvii y consejos de desacierto para la vida, y ahora consuelan, /desde esta mañana xxviii en que amanece todo en silencio de vida torpe, xxix esta enfermedad purificadora que es arma secreta para estar /despierto xxx todos los días, con la muerte de teclado en mi pensamiento; xxxi que me consume en melancolía y remordimiento. De Igual que la extensión de tu cuerpo (2013)

1.1 Por la identidad de las imágenes Ya los animales, sagaces, advierten que en el mundo no estamos como en nuestra casa. rainer maria rilke A Feli

¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada si llamo de súbito tu gesto? Pero yo te escribo. Te escribo desde mi oscura cueva, desde Lesbos, desde cualquier sitio. Allí, paciente, cuento las hierbas, mis sueños no encontrados en su sitio, y me consumo en una fiebre jamás conocida por humano. ¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada si llamo de súbito tu gesto? Pero yo te escribo. Te escribo desde mi soledad de funesto humano de oscuros huesos cerca de la luz blanca, cerca de las ramas desechas. Y luego te cuento que todos teníamos un caminar moderado en sombra. Pero también te cuento que había gente que olía a tierra y por las tardes recitaba versos de D’Annunzio casi perfectamente. Poetas danzando en el semicírculo del espacio cósmico, gente danzando y rompiendo el ritmo y la pregunta eterna:

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¿Quién me escucharía en tal soledad de oscura morada si llamo de súbito tu gesto? Cómo he pensado, andando el tiempo, a través del tiempo, para decirte todo, mientras caminábamos por Roma con Catulo, recitando estos versos: “¡Oh, funestas tinieblas del Orco, que devoráis todo lo bello, el mal sea con vosotras, me habéis separado de tan bello gorrión.” Y así era, y así fue. Alguien dirá: qué terrible, pero lo bello es eso: lo terrible. Ese caos que confunde y que es la razón de nuestra vida, de nuestra bella vida.

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(Alguien dirá que no teníamos nada de nada, poeta Catulo. Qué éramos vagos borrachos, desesperados por la nada; que rompíamos violentamente la tranquilidad del sistema, que rompíamos el juego del amor por nada, que colgábamos espantapájaros para los amantes.)

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Pero ahora quién podría escucharnos entre gritos de guerra si somos amenazados por los animales sagaces cuando nadie comprenda, o nadie comprendía entonces, que somos animales deformes, que no estamos amoldados a sus cuerpos y que no respetamos las reglas sociales. Y no queda otra cosa que hacer poesía para romper el círculo de todos los animales funestos bebiendo fuego en el candelabro de vino. De Por la identidad de las imágenes (1996)

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2.1 Martín, Martín ¿Solo esto, para la ventana? Martín, Martín: ¿solo esto, cubriendo la noche, con grandes brazadas de mástiles, tu partida? ¿Dónde tanta luz y cielo escondiendo la mañana a las estrellas? ¿Por qué el paisaje detenido? ¿cuántas veces el silencio? ¿cuánto tiempo tu cuerpo oculto en el horizonte? ¿Por qué tanto sol amaneciendo en tu espalda? Martín, Martín. ¿Por qué tantos recuerdos si no fue posible despedirnos? De En las grietas de tu espalda (2001)

4.8 Las nubes azules Esta ciudad es llanto, musgo de antiguo lamento, palabra vacía. Palabras sin sentido, empedradas de miedo. Ritmo de danza antipoética donde se hurgan deseos vanos de gente que nos mira. Rincón de amor castrado donde las costumbres se calcinan en parques fantasmas sin árboles /de los cuales escapamos entre neblinas tenebrosas.

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Casandra, qué esperamos de esta ciudad de nubes azules / que se fueron hace tiempo hacia exilio de aves que buscan tu fosa nasal para asfixiarte.

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Todo se vuelve marrón arena. Nuestra vida ya no existe. La contaminación se apodera de nuestro cuerpo.

Las lágrimas se evaporan, se secan en pozos que parecen inextinguibles. Cortinas de garúas / socavan nuestra muerte acarician cabellos / deslizándose en charcos de agua putrefacta. El viento convulsiona en la tormenta de arena muerta. El instinto se atasca sin razón. La vida rumorea una guerra por el agua y no entiendo a la gente / buscando morir en estos tiempos de miedo. De Exilio interior y otros poemas devastados (2014)

2.3 Qué de la invitación ¿Qué de los pájaros agoreros bajo la mirada de los hombres? ¿Qué de la bóveda perfecta, la aldea y el paisaje donde viviste? ¿Qué de la invitación que te llega para que conozcas tu tierra marchando al caos? Ya termina la fiesta de la Candelaria, mal o bien. Todo en honor al gigante en alambique de un alcohol infausto; los hombres montados sobre enormes ubres lloran. Hoy es carnaval en el sur, y cambia el temporal. ¿Y tú crees que el mar y los hombres cambien ahora aquí en la tierra? ¿Ahora, todos los que conocen el lugar en que la tierra y el cielo se confunden? Hoy los nombres de tu recuerdo han venido. Los astrólogos también. Y todos los hombres del sur te saludan. De En las grietas de tu espalda (2001)

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Poemas de Nelson Romero Guzmán

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Nelson Romero Guzmán

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Ataco, Tolima, Colombia, 1962. Licenciado en Filosofía y Letras (Universidad Santo Tomás) y magíster en Literatura (Universidad Tecnológica de Pereira y Universidad del Tolima). Es profesor de tiempo completo de la Universidad del Tolima, en el Instituto de Educación a Distancia. Premio Nacional Universitario de Poesía Euclides Jaramillo, Universidad del Quindío (1995); Premio del Concurso Nacional de Poesía Fernando Mejía Mejía, Manizales, por su libro Rumbos (1992); XIV Premio Nacional de Poesía, Universidad de Antioquia, por el libro Surgidos de la luz (2000); Premio Nacional de Poesía, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, por su libro Obras de mampostería (2007); Premio de Poesía Casa de las Américas, por su libro Bajo el brillo de la luna (2015); Premio Nacional de Poesía, Ministerio de Cultura, por el libro Música lenta (2015). Reconocimiento a Escritores del Tolima, Fondo Mixto de Cultura del Tolima (2000). Otras publicaciones. Los libros Días sonámbulos (1988); La quinta del sordo (Universidad Nacional de Colombia, 2006), Grafías del insecto (Universidad del Valle, 2005); Apuntes para un cuaderno secreto (en coautoría con la mexicana Kenia Cano, Biblioteca Libanense de Cultura, 2011). Los ensayos El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (Universidad Tecnológica de Pereira, 2011) y El porvenir incompleto: tres novelas históricas colombianas (Biblioteca Libanense de Cultura, 2011). En el libro colectivo Mientras el tiempo sea nuestro —los otros poetas son Lilia Gutiérrez Riveros, Winston Morales Chavarro, Hernán Vargascarreño y Andrés Berger Kiss— se incluye una muestra considerable de 53 poemas de su autoría. La selección que se presenta a continuación fue realizada por el propio autor.

Erótico meridiano De pronto, tus senos —como el día— empiezan a rotar entre mis manos. De pronto, también, me llaman a la batalla y vas anocheciendo hacia el olvido de los pájaros. De Días sonámbulos (Bogotá: Ediciones Mundo Nuevo, 1988)

Historia de sonámbulos Ningún camino nos llevó a la tierra donde crece el trigo. Tuvimos que aprenderle el sendero a las hormigas para no perdernos. Llevábamos camisas rotas y enhebramos agujas en lo oscuro con la seda robada a los gusanos. Por donde íbamos el sol pintaba nuestras sombras en los muros sin anunciar llegadas. Tanteando, al fin, bajamos a la tierra con mucha hambre de luz entre los ojos y nadie nos enseñó a amasar el trigo. De Rumbos (Manizales: Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía, 1992)

Aladino El mundo es cóncavo. “Vas a nacer rojo”, dijo ella. “Vas a un mundo apagado”, dijo él. “Razones tengo de sobra para ser lámpara”, me dije. Y vine…

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Patria Viajo por tus aires al lado de palomas azules. En tus bases de piedra fundo el verbo. Con tu vaso de polvo me embriago. Me peino frente a la luna clara, en la ventana más oscura de tu reino. Y cada vez veo en mi cara la tuya, como recién salida de un hospital o una taberna. De Obras de mampostería (Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2007)

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Sin escribir escribo. Salto de esta tapia al patio ajeno a robar los melones encendidos. Robo para ser inocente. Que Dios se perdone a sí mismo, si quiere de verdad perdonarme.

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30 La ciega Narcisa enloqueció y dijo: “Estoy en el paraíso”. Ese lugar no existía, hasta que la alucinada lo pronunció, y alguien tomó papel y pluma para escribir su viaje, y para meternos en este embrollo. No se llamó Eva, se llamaba Narcisa, loca y ciega. Nombre bastante usado en la época de las grandes alucinaciones: la serpiente, la manzana, el engaño, el trabajo, el destierro. Alguien escribió mal su versión para condenarnos. En un inquilinato, Narcisa padeció la peor de las crisis de su mente: se vio salir por las costillas del hombre. En ese tiempo trabajaba de jardinera. Las aves la querían, y una vez se enamoró la ciega, hasta que el mismo amor la arrastró, y su mente se fue dando tumbos de hospicio en hospicio, la muchacha pobre, la jardinera. Al nombrarla nos burlamos de su noche. Si algún lugar de verdad fuera el Paraíso, sería una clínica de enfermos mentales, donde estuvo asilada Narcisa. Lo demás es la falsa versión del psiquiatra del Génesis. De Apuntes para un cuaderno secreto (Líbano: Biblioteca Libanense de Cultura, 2011)

Homenaje al Pequeño Larousse Ilustrado Te contemplo en un Pequeño Larousse, ilustrando una definición. La jaula del lenguaje no puede con el destello y el rugido, salta a pedazos, desbarrotada. ¿Cómo detener en la definición la aguja del lenguaje enloquecida en tu cerebro? ¿Cómo mancharon la hoja con tu estampa al lado de lo que no puede definirse? Luego de definida, sigilosa huye la palabra hacia la muerte, es como cerrar una puerta y huir antes de que resucite lo nombrado y te destroce. Quien te nombró debe de estar encerrado en la locura, estará destejiendo su propia jaula, golpeando desesperadamente, sin ayuda, en la puerta de lo definido. El lenguaje es una caja negra, adentro guarda unas orejas, un rugido, un manantial para verse, un sabor a muerte entre la lengua, una jungla, un zarpazo en la carne, pero nada de esto es el tigre. El tigre huye de la necesidad de definir. Las palabras tienen rabo para amarrarse al árbol de lo que nombran. No deberían ser empujadas de la jungla hasta la hacinada celda del diccionario, pero se les corta el rabo para que quepan en la definición. Los forjadores de celdas hacen volar la paloma en el cielo de un estrecho párrafo. Ella tropieza su cuerpo contra los puntos cardinales y, al final, muere desangrada por las aristas de la p a l o m a. Luego ponen al lado la estampa del ave volando al infinito, para encubrir el crimen. El tigre, por sí solo, se (encierra) en un (paréntesis). Entre las aves se abriga para que pasen por encima de su cuerpo los muros de la academia, los acentos mudos, la gutural, la vibratoria que lo cercena, para que así las palabras no lo coronen vanamente. A su cuerpo lo adjetivó el relámpago. De ahí la imposibilidad de ser tomado por asalto. La palabra, transformada en serpiente, lo ha seguido hasta el río, donde él bebe la sangre del crepúsculo, para dejarse comer por él y luego atravesarse en su garganta y decir: “¡lo nombré!”. Pero el tigre es sigiloso y el instinto es el arma contra la trampa de la Palabra vestida de serpiente que no puede inocularle su veneno. Misteriosamente, en ese instante, el tigre y la luz son uno solo y la palabra queda en la orilla del río, tras la desaparición del animal, buscándose a sí misma como la moneda arrojada al laberinto por los falsos reyes, por el dios de la barbarie y los ídolos que pesan el mundo y lo venden al mejor postor. El tigre, devorador de Aladino, conoce la noche y, en los tiempos de peligro, una mitad está en vigilia para cuidar la otra mitad que duerme, pues la palabra —su enemiga sanguinaria— entra a la selva a buscarlo. Ante la imposibilidad de atraparlo, regresa al diccionario con amargura, sin la presa, para volver a ser la definición al lado de la estampa en alguna página de ese desconsolado y Pequeño Larousse.

Creación

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Tigre

Decir sin cantar El niño paga con tres monedas y un pájaro el derecho a la realidad. Sabe que las solas monedas no bastan, que más allá de la moneda hay un valor agregado al precio material de las cosas: y de su mano alarga un pájaro al tendero. Este lo ve volar por la ventana. Es la dicha que al niño le regocija, y que el tendero no entiende ni podrá entender detrás de los mostradores. El vuelo dejó un círculo de satisfacción en la boca del niño y una especie de luz sobre el vidrio que la ira del tendero extinguió.

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De Grafías del insecto (Cali: Universidad del Valle, 2006)

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Tinta de escarabajo El escarabajo huye de mi pluma. Mientras vaya redondeando materia pestilente, el insecto no se deja escribir. Un gran escarabajo hizo la redondez achatada de este planeta, gracias al poder de su imperfección. Cuando el escarabajo se cansa de redondear la materia, se escarabaja, y sueña. Deja de ser escarabajo. El pequeño Larousse informa en sentido figurado: escarabajear es escribir haciendo escarabajos. Yo escribo escarabajos. Y, cuando también me canso de redondear mi propio excremento, me escarabajo, sueño. Escribo en una escalera, el abismo es insecto coleóptero. La tinta de mi pluma no le huye, ni se acuesta a esperar a que el ángel del abismo le quite el peldaño. El escarabajo anda con su mundo bajo el vientre, no vaya a ser que le arrebaten el planeta. Poseo el oficio exquisito del insecto en mi mano: hacer redonda, aunque por un instante, la dicha invisible de una materia inútil.

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Un trazo Tengo la devoción del santo, que se unta las manos de la tinta roja de un insecto para simular que acaba de cometer un crimen. Escribo con esa tinta el cuerpo del delito, describo el escenario, me complazco en dibujar la víctima. Todos los días mato, pero nadie me condena. De Surgidos de la luz (Medellín: Universidad de Antioquia, 2000)

Para una iniciación ¿Quién no hubiera querido ser la mano de Van Gogh? Estos poemas quisieran, por lo menos, revelar al lector los secretos de su oreja mutilada. Por ahora, sueño que estoy sentado sobre la silla que dibujó y que él viene. Viene bajo el cielo de Arles, se me acerca y desenrolla un lienzo transparente a través del cual puedo mirar unas campesinas barriendo en los patios de su infancia. Más allá, veo sembradores de patatas y cuervos que sobrevuelan trigales por cielos de eternidad. Pero, cuando voy a entrar a una casa que me ha dibujado, despierto asomándome por ventanas solares. Antes, el pintor me ha pedido que le lleve a Théo una carta.

Carta Sólo como pan y cerveza. El hambre es de pinceles, de telas... Miro los soles concluir en estas tardes verdes que me aguardan una esperanza, y algo se crispa en el espíritu insaciable. El alba me acoge con brazos blancos y creo comer de las patatas que pinto. El hambre es de colores. Envíame un poco de dinero para ganar los días que vienen, voy a terminar los bordes de un cielo por el que quiero escapar. De La quinta del sordo (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2005)

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El que cultiva flores en las tinieblas

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—Ese hombre, ¿qué hace cultivando flores en las tinieblas? Por maldición no está ahí. No es tampoco ningún torturado consigo mismo, ni está obligado a maravillarnos. Trabaja para que el mundo sea menos vidrio. Dejémoslo debatirse en las tinieblas, y nunca luchemos por entenderlo. No vayamos a borrarle su nublado. Sus manos libres trabajan, no importa si es el color. Él no está ahí por obligación. Dejémoslo en su escenario de sombras, pero existiendo de su propia luz, y nunca lo rebajemos a nuestro desprecio. No sabemos si acaso somos algunos de los huéspedes de su obra y aún nos atrevemos a preguntar de nuevo: —Ese hombre, ¿qué hace cultivando flores en las tinieblas?

Creación

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Carta devuelta ¡Conoce el dificultoso desatino del tonto! ¡Envía a tus hijos a la escuela del Baboseo! william blake

El mensajero llama a la puerta. Trae esta carta urgente: En mi íntimo ser batalla otro ser. He matado la Escuela y de su sangre me valgo para pintar esta otra cosa que es un Manicomio. Lo que era el orden dentro de la Escuela lo transformé en un antro donde el negro alucina la luz sobre las espaldas laceradas de los condenados. Pero, en la Escuela, todos son santos y en sus espaldas la luz no duele, surge indemne en forma de espíritu. Mas, en este antro, el Espíritu se repliega en el caos y tiene fondo humano: humillación, adoración, canto y libertad. La Escuela, su pulcra fachada, recibe la luz en formas y cantos puros, siempre custodiada por ángeles inútiles o retratos de habitantes del paraíso. Quienes se acercan a los locos de mi fachada huyen despavoridos de sus ojos. Dejan allí sus alas cortadas los recién fugados del Taller de los Maestros, que no quieren comprender que el arte es la ofrenda a otros seres, menos ambiciosos y perfectos. En mi íntimo ser batalla otro ser, de negros apetitos. De Música lenta (Bogotá: Arte es Colombia, 2014)

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Lección de culinaria

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Este ha sido el infierno para una mujer: pelar una cebolla. Las hojas en las manos se multiplican delgadísimas. “Hijos, en el corazón de la cebolla está Dios”, decía mi madre para darse consuelo y consolarnos. Ella no hacía uso del cuchillo, pues temía herirle el corazón a Dios. Por tanto, el hambre en la casa era la eternidad. Mi madre no veía la hora en que un ángel aleteara entre sus manos. Por el momento, de esa carne comeríamos. Tiempos en que los ángeles, nuestros guardianes, se transformaban bondadosamente en aves de corral. Pero los tiempos cambian y eso ya no ocurre. Así que un día las cosas empeoraron: nos volvimos transparentes como las mismas hojas de la cebolla. Fue hermoso porque, a través de mi hermano, veía a mi madre en el punto más lejano del universo pelando, sin descanso, esa maldita cebolla. Hasta que llegó al punto oculto del centro, donde estaban las regiones superiores. Pero, por desgracia, Dios había salido un rato del centro de la cebolla. Pobre sirvienta de Dios, mi madre, en los misterios de la cocina. Lo cierto es que nunca pudimos comer en el Reino. Yo no sabía que mi madre, de tanto pelar cebollas, se había convertido una envoltura de cielos transparentes; algo así como un cielo dentro de otro cielo, y este dentro de otro. Recuerdo que no comimos, pero tampoco vimos a Dios. Ahora entiendo que la demasiada religión es la peor de las culinarias. Por fin quiero vengarme de todo esto derribando el Araboth, el árbol del cielo.

Hoja, celeste invisible, ventana que en el aire relampaguea, ¿dijiste “país”? “País en el aire por ti cantado”, yo diría, aún mejor que los pájaros y el viento de tu morada. No dejo de oírte, tus voces secretas me bastan. El espacio, el tiempo en tu poesía son un don. A ninguna otra Colombia, esa misma del cuchillo atravesado en la garganta, la cantaste suave, muda, la cosiste silenciosamente con tu música. La anegada, la de tus ángeles cargados de harapos, a ti debo las canciones, el ritmo, la visión de la altura. Mi ángel no podrá llevar mi pluma hasta tu cima, pero me has dado la paciencia, el silencio para alumbrar un país que no se cansa en la oscuridad de barrer hojas muertas. Nos enseñaste que, sólo cuando se canta, la tierra es de nadie. De Bajo el brillo de la luna (Cuba: Casa de las Américas, 2016)

Crónica en claro de luna El poeta francés René Char, en uno de sus poemas, llamó a la luna “diosa tallada en siete climas diferentes para acceder al macizo superior”. Lo dicho por Char tuvo origen en dos cuadros de Edvard Munch, el titulado Claro de luna, pintado en 1893, y Casa en claro de luna, de 1895. En las dos pinturas aparece la misma luna, pero en años y ciudades diferentes: Berlín y Lubeck. Leamos la crónica que sobre el origen de dichas obras narra a continuación Mónica Graen, según hechos que conmovieron a los habitantes de las dos ciudades:

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Homenaje a la música de Arturo

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Berlín, 1893

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A partir de estos acontecimientos cambia la historia de Berlín. Las entrañas del joven pintor fueron halladas por unos niños engarzadas de la ripias de una cerca formada por paralelas simétricas, detrás de una casa que fuera lujosa, al parecer abandonada, a las afueras de la ciudad. Por arriba del cercado y hacia la derecha, una sombra deja divisar una ventana dando forma a unos túneles o entradas, como únicas posibilidades de que más allá de la pared existe un adentro, una ciudad o un Berlín por nacer. Estos hechos no interesaron a la crónica en su tiempo y vienen a saberse ahora luego de una minuciosa lectura de los cuadros. Los niños, únicos testigos fieles de esta historia, vieron al pintor pasearse esa tarde por la casa en ruinas. Como detestaba tanto el olor de la muerte, por lo que escondía su nariz en las solapas del abrigo, se acostó a esperar la noche sobre unas tablas caídas. Cuando en el horizonte asomó la “diosa tallada en siete climas diferentes”, en la medida en que se hacía más clara y redonda, el pintor miraba asombrado cómo sus propias entrañas se extendían sobre el cercado, blanqueándolo. Berlín, en ese instante, olía a muerte, aunque todos sus habitantes —salvo el pintor y los niños— ignoraran lo ocurrido en la casa en ruinas, lo cual es irrepetible. Se trata, para no enredar el asunto, de uno de los partos más glorioso del pintor. Sólo los niños pudieron ser sus verdaderos testigos, pues un adulto en la escena hubiera arruinado esta bella crónica que la historia del arte mantuviera oculta hasta hoy. Quien aparece en el centro del cuadro es la figura del propio pintor, cortando el cercado, vestido completamente de negro, con los brazos escondidos atrás. En un

lado del cuadro reina la oscuridad completa y, en el otro, la luz precisa algunos rasgos del macabro escenario, dejando ver la ventana y las ripias del cercado con una claridad envidiosa (mientras tanto la rutinaria Berlín se ocupaba de sus asuntos personales y empezaba a cerrar las ventanas como si clausurara todos los hechos de ese día). Así, la luna se veía nacer de las entrañas del pintor. Puesto de pie en el momento del parto, la noche cobijó al artista con su antiguo traje de monasterio. Del rostro redondeado emana la claridad, por lo que los cercados y los postigos de la ventana aparecen completamente iluminados en contraste con la noche de Berlín que ignoró este privilegio. La luna, como es de suponerse, no se deja ver en el cuadro ni en el cielo de la ciudad. Pero si “el macizo superior” del arte no se ocupara de esconderla, los niños huirían decepcionados del lugar o hubieran lanzado contra el pintor las mismas piedras de la casa en ruinas. Tan sólo ellos, a la vez alarmados y sonrientes, vieron nacer por los túneles de la ventana a la nueva Berlín, completamente blanca, como si la ciudad ahora fuera un claro de luna acabado de parir de las mismas entrañas del pintor. Los niños en un acto de inocencia parecían decirnos: El arte verdadero se hace con las entrañas. Desde entonces, Berlín ya no era la misma. Por lo menos, toda la ciudad fue invadida por el claro de luna que emanaba del mundo del cuadro. Quienes no han vivido lo que vivieron los niños, son parte del eclipse del hombre o, lo que es lo mismo, habitan sin saberlo una Berlín que construyeron con sus propias manos, con peldaños para bajar al infierno.

Dos años después, la misma luna nace en Lubeck. En varios apartes del diario del pintor, los colores tienen vida propia. Los verdegrises pueden estar tristes, algunos anuncian calamidades, otros expresan sufrimiento. Él mismo dejó dicho que su pintura era una confesión hecha por su propio albedrío. He aquí los hechos de esta confesión que conmocionaron a Lubeck y que se relacionan con la disputa por una mujer. Munch y Strindberg se enamoraron de una misma mujer, a espaldas del esposo de la infiel. Para expresarle el sufrimiento, que era su amor, el pintor realizó su amarga confesión en su cuadro Casa en claro de luna. En él la presunta amada tiene presencia en dos dimensiones donde a la vez se oculta y se muestra: la claridad y la oscuridad. Sólo en ese espacio compartido puede vivir la enemiga y pertenecer a dos seres a la vez, sin que se entregue completamente a ninguno. Por eso su faldón resplandece en la más osada claridad, como llamarada del deseo, pero el resto del cuerpo se oculta en la noche más ciega. Cuando la mujer se le revela a uno de sus amantes en la oscuridad, al otro se le oculta en la claridad. Nunca se deja ver completa en ninguno de los dos mundos. El amor siempre está al otro lado, donde no se le pueda ver del todo. Aprisionada entre dos noches, la casa anaranjada alza su presencia. Su color son las manchas del deseo. Las dos ventanas sirven de entrada a cada uno de los amantes sigilosos. El resto es un mundo revuelto de os-

curidad, miedo, caos y miseria alrededor de la casa. Pero, realmente, ¿qué ocurría adentro en esa noche cualquiera de 1895? El cuadro, desde luego, no deja ver nada de lo que ocurre en cuartos y pasillos, pero el anaranjado de las paredes narra la calamidad de lo que adentro está sucediendo: un crimen. Strindberg ha asesinado el claro de luna, por celos. Los críticos, que saben participar en los crímenes, dicen ver en la diagonal del cuadro una sombra avanzando en dirección a la falda blanca de la mujer, pero de la cintura hacia arriba, Munch, enfurecido por los celos oculta a su infiel en la noche más horrible, como única posibilidad de hacerla suya. Sin embargo, la figura de afuera es un reflejo de lo que oculta la casa: la luna de Lubeck. Esa noche la diosa no hizo su ronda por la ciudad. Pero, mientras esto ocurría en la mansión abandonada, los habitantes fueron presa de un extraño furor, al punto que muchos terminaron descuartizando en sus habitaciones a sus propias esposas. Cosa que los diarios se abstuvieron de registrar, para que nadie se enterara de la mancha de la Lubeck que toda la vida amaron. Pero la composición del cuadro, construido a partir de un amasijo de manchas verdegrises, oscuras y rojas, se encarga de encubrir uno de los crímenes más bellos de la historia del arte. Si lo miras, sentirás deseos de entrar a la casa, a la que muy pocos han logrado acceder. En sus cuartos y pasillos, los hombres son presa de la locura o de la muerte cuando el claro de luna los invade. A Santiago Mutis Durán De Tablas de salvación (inédito)

Creación

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Lubeck, 1895

Hipótesis de la mosca

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…ni me mueve el infierno tan temido. anónimo

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Soñé que me sostenía por una cuerda al vacío, abajo me esperaba un lago de fuego. Yo sabía que a cualquier momento despertaría, y que eso me iba a salvar de caer. Fue angustioso. Entonces lancé esta hipótesis: El infierno está en los sueños, ¿qué hice el día anterior de ese sueño para merecer ese castigo? Revisando, estirando al sol los trapos sucios de la conciencia, al final del almuerzo yo maté una mosca. Cuando volaba solita, hambrienta, en círculos, yo le caí con el limpión húmedo. Y ella se desprendió, para más desgracia, a una olla de agua hirviendo. Así que hay un paralelo perfecto entre mi sueño en el vacío, el lago de fuego al fondo y la mosca que cayó a la olla de agua caliente. Resultado de la indagación: el infierno existe paralelo a nuestros actos, pero con una variable: La mosca cayó, pero el soñador no. Conclusión: Caer, incluso hasta la muerte, no es lo peor, sino dejar suspendida la conciencia en el vacío. Habrá que indagar si a mayores errores, mayor vacío. Hoy, a la hora del almuerzo, vi a otra mosca. Antes de matarla, pensé en el sueño terrible. Finalmente la maté sin remordimiento. Esta noche la voy a pasar en vela.

guillermo molina morales

España, 1983. Poeta. Su último libro publicado, Estado de emergencia (Hiperión, 2013), ganó el IX Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez. Profesor de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central.

Durante la época colonial, la poesía escrita en España era, junto con la grecolatina, el único modelo posible para la Nueva Granada. Esta realidad continuó, con algunas aperturas, durante el siglo XIX, hasta que el modernismo se encargó de ampliar los horizontes. Así, durante el siglo XX, y gracias a la labor de revistas como Mito, aumentó el contacto con otras regiones del planeta y se relegó la poesía española a la sana posición de “una más” en la lista de influencias. En la época reciente, los contactos entre Colombia y España tienden a ser asimétricos, debido principalmente al poder de la industria editorial de la Península. Con todo, la poesía española que llega a Colombia suele estar sesgada por un problema del que, hasta donde sabemos, ningún país está a salvo: el “amiguismo”. Sin entrar a discutir la calidad de estos poetas-amigos, lo cierto es que están quedando fuera otros nombres que reclaman una mayor atención y que seguramente pasan desapercibidos en el babélico laberinto de internet. El objetivo de esta muestra, por lo tanto, es acercar al público colombiano el trabajo de seis jóvenes poetas españoles

(nacidos entre 1979 y 1988) que no son conocidos en esta orilla y que exploran opciones estéticas diferentes a las habitualmente difundidas. De esta manera pretendo contribuir al diálogo entre ambas regiones y abrir nuevos caminos que podrían interesar al joven creador colombiano. Omitiré reseñas biográficas y bibliográficas, y me limitaré a comentar en unas pocas líneas por qué considero interesantes sus propuestas en nuestro contexto (en espera de que el lector siga, a través de internet, las pistas que más le interesen). Por último, debo reconocer la deuda con generosos informadores españoles sin los cuales esta muestra no hubiera sido posible1.

1 Algunos de los críticos y lectores españoles que respondieron de forma fructífera a nuestra demanda fueron: Alberto Santamaría, Alfredo Saldaña, Ángel Petisme, David Mayor, Jesús Munárriz, Julián Cañizares, Luis Bagué, María Moreno, Mariano Peyrou, Martha Asunción Alonso, Martín Rodríguez Gaona, Nacho Escuín, Pablo López Carballo y Vicente Luis Mora. Cabe anotar, por otro lado, que para evitar el problema del “amiguismo” hemos evitado incluir los poetas que conocemos de forma personal.

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Dislocaciones. Muestra de jóvenes poetas españoles

Juan Andrés García Román (1979) El nombre de García Román comienza a ser bastante conocido, y reconocido, en la poesía española. Su obra lleva al extremo el juego con la tradición literaria y con los recursos lingüísticos, y ha logrado que el pastiche funcione gracias a su inteligencia e ironía. El poema que he elegido nos recuerda a Luis Vidales, quien abrió caminos muy interesantes que todavía no ha terminado de recorrer la poesía colombiana.

Mes de febrero de un solo día Tlan-tlán, tlan-tlán, la campana gira como la falda de una mujer mecánica, llamando a sus gallos mecánicos, que sobre los tejados se vuelven para ver cómo el cielo se ha puesto color ponche.

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Porque las tardes ya se notan, las nubes sacan pecho por todas sus esquinas y ¡¡Brrhhhmmm!! cuatro relámpagos le dan al cielo forma de alambrada.

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Es la hora en que un niño herrumbroso te pide que lo lleves a su casa y te enseña la ramita que tiene en vez de brazo.

¡Ay cómo está raquítica y sin hojas! Pero eso va cambiar. La primavera —una levita antigua que se ha puesto de pie porque la aplauden— está ya de camino. Bhrrrhrrrp eructa el campo de cebada y el tapete de la noche se abate sobre la jaula del mundo, la eterna alcoba en la que el bisabuelo reza junto a la cama de rodillas, apaga la palmatoria que flota sola en el aire y se acuesta y bosteza y se müere y bosteza.

Erika Martínez (1979) Desde la irrupción de la crisis económica en España, cada vez son más los poetas que retoman los temas sociopolíticos en sus obras. Sin embargo, a la declamación heroica y maniquea propia del franquismo (y del antifranquismo) la ha sucedido una poesía más compleja e irónica, acorde con el mundo globalizado actual. El uso del versículo, tan viejo como la Biblia, es otro rasgo que podría ser fructífero en el contexto colombiano, con precedentes como los de Jorge Zalamea y Álvaro Mutis.

Carga y descarga Los técnicos de equipaje caminan erguidos, a cámara lenta, con la figura desdibujada por el calor de los motores. Llevan cascos amarillos para aislarse de un estruendo que tampoco se escucha dentro del avión: película muda a ambos lados de la ventanilla. Los técnicos de equipaje vienen de Bolivia, Marruecos, Zambia. Cargan, descargan maletas que han hecho tantos kilómetros como ellos pero mucho más rápido. Las maletas no necesitan pasaportes, visados, asilo: tienen códigos de barra. Los técnicos de equipaje se fajan la cintura como un luchador de sumo antes de salir al ring. Son hermosos como eran hermosos los proletarios de Pasolini, que los imaginó hedonistas con un clasismo a su manera. Pasolini, al que escupieron, violaron, lincharon; Pasolini, que también era hermoso a su manera. Los técnicos de equipaje visten monos azules aunque la empresa que los contrata cultiva el respeto a la diferencia. Cuando salen llevan todos los mismos vaqueros, zapatillas, camisetas estampadas. El capitalismo es un uniforme. Los técnicos de equipaje son muy feos porque lo perdieron todo y viajaron para comer basura, para cargar, descargar maletas hasta volverse feos. Miran a los pasajeros que los miran a través de la ventanilla y piensan: qué hermosos, qué feos son mientras trasladan nuestras maletas con souvenires procedentes de Bolivia, Marruecos, Zambia, donde fuimos a hacer juegos de supervivencia. Los técnicos de equipaje saben que cuatro maletas pesan igual que el cuerpo de un técnico de equipaje.

Creación

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Pablo López Carballo (1983) López Carballo apuesta por una poesía intelectual, autorreflexiva y fragmentaria; un camino que está dando muy buenos frutos en España. En el poema elegido se perciben de forma clara las diferencias con la poesía paisajística tan común en Colombia, representada magistralmente por Aurelio Arturo. En López Carballo, el énfasis ya no recae en lo contemplado, ni en la comunión con la naturaleza, pues él prefiere problematizar los efectos de la mirada.

La alucinación de las parcelas Todo se ensombrece cuando lo miro. Definir como reptar en semejanzas. En la carencia permanezco quieto. Coloco estacas y aparece el paisaje. Desechando perspectivas el prado deja de ser una parte y se retira en braceos de reloj. A mí también me duelen los objetos.

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Intervenimos. Lo dominamos porque nuestra mirada es el paisaje.

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La autopista por encima del puente, capas geológicas que se diluyen. Un poste sobre el rojo nervadura radial árboles solo la línea de la carretera. Mirar es un punto direccional, un ir de tuberías bifurcándose: subsuelo imaginado. Lo sencillo sería levantar la voz, impedir el troceo. Nunca valemos para esto, solo de lejos. El paralaje quema como el miedo a ser canto. Espacio sin su vacío: buscar lo oscuro lejos de lo claro. Es inútil.

La manutención viaria desequilibra el bloqueo de la imagen, volvemos a tolerarnos a escondidas. Quien quiera que se acerque, deje en silencio la puerta. El sonido es un punto de fuga, un arrastrar fuera del poema. Cal para los rostros. Contrapoder de los objetos para alejarte de ellos.

María Salgado (1984) Habitualmente se considera que el contenido sociopolítico en los poemas es incompatible con la experimentación formal. María Salgado es un excelente ejemplo de la necesidad de reunir ambas exploraciones. A fin de cuentas, no puede haber cambio social si no hay un cambio en la forma de percibir la sociedad, esto es, en el lenguaje que la expresa. Por su propio afán experimentador, que incorpora también otras disciplinas artísticas, además de los juegos tipográficos, resulta especialmente artificioso extraer algo de su obra; lo haremos, sin embargo, con dos fragmentos de ready (2012).

ready La mamá de ready, como la mamá de morrisey, nació en el hospital de madres de Reading donde ellas mismas se cuidan y se peinan el pelo con un tenedor Juntan sus costillas a los radiadores y de ahí extraen el famoso calor de regazo materno Después un señor las abandona a la puerta de un orfanato y algún niño las recoge. Al principio parecen una col, luego una medalla, ellas. Al principio las corta el aire *** estoy lejos de casa, xinesa tú no lo entiendes porque solo eres del Xino

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no habitabas como yo un pequeño bourg ajardinado ennoblecido al pequeño boom desarrollista gracias no venías aquí sin ser de aquí y ahora que estamos aquí tú, si me permites, y yo, que trátame de tú ¿de dónde vienes tú? ¿de Xina?

Berta García Faet (1988) En los últimos años, los jóvenes poetas colombianos, como los del resto del orbe occidental, suelen gustar de la poesía coloquial, confesional, directa, que en realidad tiene ya amplio recorrido (los “nadaístas” y Mario Rivero, por dar ejemplos locales, que podrían remontarse hasta la época colonial). No carece de riesgos este camino, como el de caer en la obviedad, en lo plano, en lo falto de intensidad. Solo maestros como Jaime Jaramillo Escobar logran escapar a ello. Proponemos ahora un ejemplo más contemporáneo, Berta García Faet, quien deslumbra por el acertado manejo de este tono coloquial y aparentemente banal, con el que expresa el desconcierto del sujeto ante el mundo contemporáneo.

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poema sobre mirar el cielo de noche y pensar muchas cosas

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yo que opino que la hipermetropía es una manera legítima de existir y que intento ser buena persona y que estudio mucho ética y metaética y yo que lloro mucho con david hume y con los galgos maltratados y con los viejos maltratados y con la contaminación de las heces de las gallinas y sus obscenas celdas del tamaño de un folio A-4 y sus viscosas fiebres del tamaño de un subcontinente y yo que creo en los tirabuzones de los páramos y yo que ignoro todo y que me pregunto qué hacer sin lenin y sin cielo qué hacer con el mundo y su cabello cardado y reseco y cómo tocar sus huesos arcaicos y su praxis y el humo de su belleza impenetrable y yo que siempre siento la presencia de un muro fratricida del sabor umami de la leche cuando quiero verter una palabra amable y desaliñada en la gorra entreabierta del mendigo o del músico y yo que sé bastante del amor y que lucho activamente aunque con sueño o con sueños excesivos a favor de la pandemia global de perdón y de esperanza que arrase el planeta tierra tal y como lo desconocemos de una vez por todas

David Leo García (1988) David Leo García es un poeta en continua revisión de sí mismo, que nunca deja de experimentar con la palabra, lo que, además de sano, debería ser obligatorio en todo poeta joven. En el proceso está logrando poemas de valor, como el que aquí reproduzco, que nos recuerda parcialmente a los poetas L=A=N=G=U=A=G=E de los Estados Unidos. Sirva esta muestra para invitar a los jóvenes poetas colombianos a un mayor juego con las palabras, desacralizándolas para que así vuelvan a significar.

DÍGAME un color. El verde. Otro. El verde. Una parte de la casa. El aire. Una pregunta. La pregunta. Un escritor. El misterio. ¿Qué asocia con un pájaro? El misterio. ¿Y con un pájaro? La infancia. ¿Y con el césped? La infancia. Dígame un color. No lo sé. Un país. Casi todos. Una enfermedad. Todas salvo la mía. A qué ha venido aquí. Las... ya sabe,

las... qué le voy a decir, ya sabe, lo de siempre. Un instrumento de cuerda. El pentagrama. Una parte del cuerpo. Los pulmones. Una parte de la casa. El deterioro. ¿Un motivo para vivir? Alguno, el deseo. ¿Una enfermedad? La enfermedad. ¿Una cita célebre? “Claro que sí”. ¿Un motivo? Para morir. ¿Un motivo para morir? Ninguno, tal vez. El deseo.

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y yo que sueño excesivamente sueños de carácter excesivamente erótico y a veces perverso y abrupto y que nunca le perdonaré a mi especie auschwitz rosa parks el estado-nación el dinero el niño muerto y yo que olvido mucho y que propongo encender una vela con todos vosotros juntos para recordar todos nuestros olvidos y yo que hurgo en la ranura del logos y no encuentro nada y yo que tengo un progenitor A y un progenitor B y un hermano y una hermana y yo que aun así ignoro todo de la muerte y me pregunto qué cantar cuando anochece y qué cantar que no insulte al famélico o al translúcido o a la mujer bajo las piedras del odio y yo que tirito con virginal desasosiego en el instante crítico de tener que elegir un campo cromático favorito o un animal favorito o un juicio moral verdadero tan solo un juicio moral verdadero yo me río un poco con envidia un poco con amargura sí lo admito me río un poco con amargura un poco con envidia un poco con resentimiento de la seguridad ontológica del hombre medieval, qué enternecedor

Atando anzuelos

Cuento

Jorge Valbuena Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central. Cuento ganador del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá 2014.

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Cada árbol se conoce por su fruto. lucas 6:43

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A La Meca se entra con palanca, por recomendación, por algún conocido que lo ayuda allá con los duros. Vea, si usted quiere, yo le puedo ayudar, pero no directamente, sino que lo pongo en contacto con una persona que le dará todas las indicaciones. Lo que pasa es que a mí ya no me creen. Desde que estoy aquí, lo único que recibo son amenazas y malas razones: que, al menor alarido, me mandan matar, que, si digo algo, soy hombre muerto, que pilas con mis movimientos. Pero yo no soy así, yo no los voy a vender. No necesito hacer eso para que cada uno vaya cayendo, como le pasó a El Pato, a Comejenes, a Erika, a Pastor. Además, no me interesa. Uno no dice nada y vea, solitos los van encontrando en cualquier esquina, rodeados por ellos mismos, mostrando los colmillos que siempre se han guardado. A mí los colmillos me los cortó el amor, o la casualidad, o alguna cosa parecida a eso, porque, aquí donde me ve, yo también debería estar muerto… Eso es lo que creo. Usted allá puede llegar hecho todo un cabrón, que esto es así y asá, y se lleva por delante al que quiera. Y los primeros meses se llena de plata y se gana el respeto de los que van llegando. Y aprende a mandar y hasta se gradúa con honores en la moral y buenas costumbres para esas cosas de robar. Hasta que un día se mira al espejo y se da cuenta de que ya no existe.

Si usted quiere, yo le puedo ayudar, le digo a ese tipo que lo instale en algún grupo, que le den una función, un encargo. Y allá usted si se deja ganar de esa vuelta o viene mejor a hacerme aquí compañía. Porque yo, así como usted, me vine de ese pueblo para conseguir mejores oportunidades y huirle a tanta perseguidera. Pero nada, aquí todo empeora y uno ni se da cuenta. A uno aquí le toca es morder más fuerte el anzuelo para no ahogarse, porque todos llegan huyéndole a un anzuelo y terminan buscando otro. Y ese anzuelo para mí fue La Meca. Uno qué se iba a imaginar que esa tienda a donde llegué, pequeña, toda llena de lucecitas de neón y avisos, “Si no lo tenemos se lo conseguimos”, “Últimos modelos importados para usted”, “No busque más, lo atiende el inventor”, y de marcas de lo último en tecnología, iba a ser lo que es y a convertirse en lo que es ahora. Además, yo nada que ver con tanto aparato. Eso de conocer los últimos modelos, las mejores marcas, los precios en dólares y en euros, las formas de activar y desactivar, de crear un mercado, ¿cuándo? Pero fue lo que encontré. No había nada más. Desde el primer día me di cuenta de que eso no iba para ninguna parte. Todos ahí saben que eso no va para ninguna parte, pero siguen hacia allá. De una, apenas entré, El Pato me ordenó un encargo, ese mismo día, qué contratos ni qué ocho cuartos de eso que dan en todos los trabajos. Por la tarde, después de almorzar, ya estaba en busca de un Samsung Galaxy

dijo. Y me mostró la caja en la que yo había visto el modelo, y ahí estaba ese puto lápiz, al lado de la foto del celular. Estoy seguro de que no fue cuestión de mala observación porque para uno el celular es un teléfono y ya, quién iba a pensar que ya venían hasta con lápices y tajalápices. Yo traté de reírme pensando aceptar mi novatada como algo pasajero, pero a El Pato eso no le hacía gracia. Era como si le escupieran la cara, porque enseguida se ponía histérico, como nunca pasaba, nunca había pasado eso, ese man no era así, usted debe acordarse, así sea un poquito. Yo a El Pato siempre lo tuve cerca desde el colegio porque se las sabía todas, porque siempre le buscaba una solución a todo en ese hueco en el que andábamos, y El Pato ahí arreglando planchas y licuadoras para ayudar en la casa. Nunca supimos cómo aprendió todo eso, pero era como si hubiera nacido entre cables o heredado un taller de electricidad. Hubo un tiempo en el que en el pueblo todos lo necesitaban, todos preguntaban por El Pato cuando no estaba, lo buscaban para “algún arreglito por ahí”. Por esos días uno se imaginaba hasta a los aparatos dentro de las casas, enfermos, preguntándolo. Y El Pato aparecía como un superhéroe a salvar todo lo que se había dañado, y le daban de comer en todas las casas y le mandaban sus recados de puerta en puerta. Hasta que le dio por montar ese parlante en la torre de la iglesia. Usted todavía estaba muy pequeño, no debe acordarse. Era un parlante pegado a un megáfono que El Pato se había encontrado dañado en uno de sus viajes, y se sentó a arreglarlo con ese cuidado que siempre tuvo. Y, como si nada, sin avisar, un domingo la iglesia del pueblo por fin estrenó campanas. Ese día, todos despertamos al tiempo. La gente se acercaba a las ventanas y salía a las puertas como si el sonido de las campanas tuviera rostro y fuera a pasar a saludarnos, como si se tratara de algún temblor. Todos queríamos mirar las calles del

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Note, así lo anoté en un papelito, en buen estado, sin rayones ni marcas, que el cliente lo esperaba a los dos días, que esa era mi prueba, me dijo. Y yo miré el modelo de esa vaina con detalle, porque muchos se parecen, y salí con Pastor, que tenía un encargo diferente ese día. “Usted tiene que ir mirando a la gente con cuidado —me decía— hasta que da en algún lugar de la ciudad con su encargo, ahí, puestecito en bandeja de plata. Y, listo, se pilla bien en qué lugar lo guardan, si es un bolsillo, un bolso o un morral, y busca la forma de traerlo. Si es muy temprano, no arriesgue y busque varias posibilidades. Pero, si ve que se va poniendo difícil, prenda la alarma y láncese. Con las mujeres es más fácil, a algunas el pánico las anestesia, las deja quieticas. ¡Pilas! Si usted no le llega a El Pato con esa vuelta, comienza mal aquí, después lo cogen de gancho para otras pendejadas”. Así fue. Caminé unas ocho cuadras hacia las universidades, hacia el centro, y empecé a mirar quién podía ser. Estaba asustado, recuerdo que pasaba saliva muchas veces y hasta pensaba que los nervios iban a terminar delatándome. Y justo ahí, mientras cruzaba por el frente de una fotocopiadora, vi el encargo: un pelado, gomelito, todo pintoso, caminaba con una chica, con ese celular pegado al oído. Lo dejé andar, me detuve para amarrar mi zapato sin perderlo de vista, lo pensé, calculé la situación, revisé que efectivamente fuera ese el encargo. No podía fallar, miré alrededor, había mucha gente, pero todos iban de afán, cero policías, me lancé, solo fue jalarlo de su mano y correr entre los carros hasta perderme en una esquina. No fue más, tenía la tarea hecha, mi corazón latía entre asustado y decidido, y mi prueba, lista. Pero lo malo fue cuando se lo llevé a El Pato, se lo entregué y empezó a revisarlo con cuidado. Yo pensé que se iba a alegrar y que se iba a lanzar a felicitarme por mi buen inicio. Pero no. “¿Dónde está el lápiz? Esta mierda no la compran sin eso”, fue lo que me

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pueblo atravesadas por esos sonidos. El curita solo ponía el cassette en el radio y empezaban a cimbrar las paredes. El parlante inundaba todo, hasta los platos temblaban cuando estábamos tomando sopa. Era un estruendo que a todos nos ponía alerta. Entonces, se nos olvidó que esa iglesia era solo para misas, y los de la Junta de Acción Comunal armaron viaje para comprar un micrófono y otro parlante, y la gente iba y hablaba allá todo el día, que “están todos cordialmente invitados al bazar del día domingo”, que “las exequias de don Avelino serán en la Funeraria El Recuerdo”, que “la misa de primer aniversario, de segundo, de tercero”… Y ahí fue cuando mataron a Julián, el hermano de El Pato. Nadie se lo esperaba, y medio barrio se fue allá a decir lo que habían visto, a desahogarse, a leer acrósticos y a denunciar a los que suponían eran los culpables. Hasta que una noche se subieron a esa torre, usted ya sabe quién, no voy a nombrarlos aquí, y mucha gente lo dijo, muchos lo saben, y bajaron parlante, micrófono y todo hasta que acabaron con el invento. Al cura y a El Pato les tocó abrirse de allá amenazados. Los que nos quedamos pensábamos que eso iba a ser cosa de sana que sana, una mala temporada y ya. Pero lo cierto es que allá las cosas se jodieron más, véase usted nomás sobrino, ¿a qué vino aquí? Por mí, que

me hubieran dado por muerto y no tener que recibir la visita de medio pueblo aquí en la cárcel para ver cómo les puedo ayudar. Cada uno llega con lo suyo, con su petición, con sus deudas y sus dolores y los depositan acá entre el pan y las frutas que me dejan, como si yo fuera el mismísimo Papa o algo así. Y yo hago lo mismo con todos, me la paso atando anzuelos. Allá los mando, a La Meca, así ya no quieran saber de mí, así hayan desaparecido a El Pato, a Pastor, así yo no sepa ya nada de eso. Esa sigue siendo la única posibilidad que nos queda, la sucursal de dolores que nos dejó tanta mierda. Y así fue la historia. Empezó todo con el tal encarguito chistoso ese, y no se tragaron mis risitas. Me tocó salir a buscar el dichoso lápiz. El Pato no iba a recibirme así nomás, sin tener la tarea completa, que porque el modelo era ese y punto. Entonces esa noche trabajé hasta tarde, hasta que di con eso. Acerté con más tranquilidad, sin problemas ni nervios, solamente impulsado por la necesidad de tener eso y ya, descansar. Lo llevé y se vendió, recibí mi comisión y empecé a entender eso de la competencia. La competencia es como una droga que uno se inventa, porque, entre más rápido se consigue algún encargo, más encargos se dan y mejores comisiones, y en esa rutina ya nos habíamos engolosinado. Los clientes cada vez pedían

otra vez, con plan turístico bajo la manga, hacia alguna parte que nadie había conocido, hacia el mar, hacia otro planeta, era preferible no comentarlo. El día que mataron a Julián en las puertas de la iglesia, cada uno en silencio se preguntó por Bibiana. Ese par nunca se separaba y hasta su propia familia lo único que hizo fue cerrar las ventanas y no salir a buscarla, decidieron darla por muerta, no ponerse a arriesgar a sus hermanas. Nadie la nombró por el parlante cuando salieron a quejarse, cada uno la enterró a su manera en el fondo de cualquier explicación. Que ella estaba muerta, que se había alcanzado a fugar a otro país y se había cambiado de identidad, que había tenido un bebé de Julián y trabajaba en una casa de familia, que la estaban buscando los del efebeí, que se había vuelto loca y estaba en un manicomio; rumores muchos que se tuvieron sobre dónde podía estar. Y yo ya me había olvidado del caso hasta que la vi en La Meca. Casi no la reconozco, me desvió la mirada la primera vez que nos cruzamos, cabello corto, gafas. Ya es otra, mejor que ni la conozca, ni sepa nada de ella, a veces es mejor no saber nada de nada. Sí, datos, sobrino, así es. No me mire con esa cara de extraño porque aquí los datos se venden también, y mejor que cualquier cosa. Pues sí, quién iba a imaginarlo, ya no es el bicho, sino el zumbido lo que cuesta. Y sé que desde que cogieron a media banda a eso es que ahora se dedica La Meca. Eso ya no es una tienda y no ha estado siempre en el mismo lugar, nunca ha tenido lugar. Seguramente, al paso que iban, ya tendrán un local en el cielo, o en el infierno. Vaya uno a saber con qué se va usted ahora a encontrar, sobrino. Porque la cosa empezó a tener otra cara cuando ya no anotábamos la marca del aparato, si el modelo tenía lapicito o no, sino el nombre del que lo llevaba, el lugar dónde podríamos encontrarlo, las vainas que hacía en su vida diaria, las direcciones… Y, sí, usted tiene razón. A lo mejor si nos hubiéra-

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cosas más exclusivas, más difíciles de conseguir, aparatos que yo en mi vida había utilizado o escuchado. Muchos novatos llegaban allá, así peladitos como usted, y empezaba también la historia para ellos, como siguiendo una cartilla. Les hacían la prueba del lápiz y después aumentaba la carga laboral. Y se aprendía a no ser selectivo, sino a robar lo que se viera a la mano para cuando se pidiera con lápices o sin lápices, para sumar comisión. Guardábamos las ganancias en silencio, una parte de todo para mandar a la casa y a la otra casa, con la esperanza de irnos de visita algún día, un fin de semana libre, algún festivo. Pero con el tiempo nos dábamos cuenta de que no podíamos. Allá todas esas fantasías son diferentes, uno mismo es diferente y aprende a serlo. Entre más tiempo pasaba, más adentro estábamos de La Meca, más parte hacíamos de todos sus demonios. Y es que empezamos a recibir encargos de varias partes del país, a tal punto que ya nos íbamos para cualquier sitio, con todo pago, hechos los ejecutivos a hacer trabajos que merecían ser planeados en equipo, días de observación, reuniones, hoteles lujocitos, hasta que ya podíamos dar con el objetivo. Porque empezaron a llegar encargos muy diferentes, cosas que ni el Pato ni Bibiana se imaginaban. Es posible que a usted lo reciba Bibiana, la mujer de El Pato, que quedó a cargo de todo eso, y que su prueba ya no sea de lapicitos y esas pendejadas, sino de datos. ¿Se acuerda de ella? Pues sí, usted qué va a acordarse, si apenas era un peladito desvirolado por ahí. Bibiana desapareció del pueblo cuando mataron a Julián, ella era la novia de Julián, andaban siempre escondidos, juntos y viajando y escondidos. Allá todos sabían que se daban largos viajes y volvían, aparecía un político muerto, alguien amenazado, vacunas, cuentas por saldar. Y no se sabía nada. La parejita no hacía más que viajar sin traer noticias del otro lado del mundo. Pasaban unos cuantos días en casa y desaparecían

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mos dedicado a la labor de detectives, en lugar de andar rapando por ahí huesos, nos habría ido muy bien. Pero es que, sobrino, en esa tiendita a nadie le importa negociar, sino salvarse, a su manera, salvarse. Y nos íbamos días enteros a planear los encargos, y tocaba entrar también a las casas y a las oficinas, raptar los bichos y después llevarlos a que les desvalijaran toda su armadura. Era cosa de arriesgar. La cosa podía ponerse peligrosa, pero la comisión a uno lo impulsaba. Lo que uno se hacía en tres semanas atrapando teléfonos y computadores, obligado a ser atleta por las calles y arriesgando algún tropiezo, con eso de los datos, era recuperado en una hora. Además, para los clientes todo era más rápido y más efectivo que buscar un hacker, ¡un hacker!… Es un mancito que se encarga de meterse a los datos que queremos conseguir, pero con claves electrónicas y vainas satelitales de última tecnología y esas cosas. Nosotros íbamos por otra ruta. Sencillamente robábamos el aparato, se decodificaba en poco tiempo y ya el cliente podía ser dueño y señor de la información que quisiera, de la persona que quisiera, su vecino, su enemigo, su amante. Eso fue todo un éxito. Cualquier persona acudía a nuestro servicio, a todos les era útil. Parecía que todo el mundo estuviera ansioso por husmear bajo la piel de los otros. Ya usted me entenderá, sobrino, cuando le coja el tiro a todo eso y hasta se arme sus propias historias. Pero lo cierto es que ahí no vale la pena ser uno. Cuando uno se mete a eso, hay que olvidarse de todo lo demás, olvidarse de sentimientos y pendejadas de esas y, sobretodo, no quedarse ahí, porque uno termina desapareciendo. Y, ya cuando uno se siente muy lejos de uno mismo, lo mejor es salir, tomar aire y volver a respirar… Cosa que yo no pude, no alcancé, habría podido, pero me quedé buscándole más profundidades al vacío. Estuve a punto de irme, se me había metido en la cabeza la

idea de abrirme de ese negocio, desaparecer y ya, dedicarme a lo mío. Pero llegó ese encargo… Al comienzo, significó para mí lo que podría ser cualquier otro encargo, un caso de rutina. El cliente necesitaba entrar a la cuenta de la señorita, robar un par de datos y ya. Él recibe su parte, yo recibo la mía, nos olvidamos del cliente y la señorita puede denunciar, cambiar sus cuentas, todas las contraseñas, ponerse un guardaespaldas, más seguridad, blablablá. Pero esto era distinto, todo menos matar, yo no quería matar, entre mis planes no estaba volverme un asesino ni nada de eso. Pastor me acompañó en esa labor, pero él ya había roto todos los límites. Hablaba mucho de llegar a las últimas consecuencias, de que una tarea se cumplía costara lo que costara; y, por eso, nunca pude confiar en él ni en nadie ahí. La Meca es una jaula con lobos hambrientos y con la puerta abierta, y yo solo vine a conocer el rugido de la jaula cuando estábamos en medio de esa tarea. Resulta que uno de los clientes para el que ya habíamos trabajado volvió a contactar a El Pato y entonces le compró el paquete completo, “banda ancha” vine a saber que le llamaban. Si lo que usted encontraba en los datos recuperados no le gustaba, podía recurrir a otras opciones: alterar la información, bloquearla o, si era necesario, desaparecer al familiar. Parece sencillo, pero yo ni siquiera estaba enterado de las nuevas ofertas y catálogos de la organización, de esos nuevos lujos que se estaban ofreciendo a diestra y siniestra y de toda la gente rara que entonces estaba entrando a la organización. Esa tarde con Pastor nos tomamos una cerveza, reímos un rato. Fue la última vez que lo vi. Esperamos a que la señorita indicada saliera del trabajo, se me hizo raro que en ese caso nuestro objetivo solo llevara un apodo cualquiera, un sobrenombre, la rubia. La vimos salir, esperamos en la tienda hasta que se alejó un buen trecho de la calle y, casi sin me-

¿acaso no vio que un arma le apuntó y traté de salvarla? No queda mucho tiempo, tiene que irse, alguien la quiere muerta”, fue lo único que alcancé a decir antes de que el celular se apagara. Al otro día compré un cargador para ese modelo. Ya lo conocía muy bien, aunque nunca había tenido uno de esos, y esperé a que volviera a timbrar. Y ahí estaba otra vez la voz de la rubia, desgarrándose, desgarrándome. Que a las doce iba a recibir una llamada importante, que, por favor, le ayudara, que se trataba de asuntos laborales urgentes. Y yo accedí. Solo tenía que decir que la señorita se encontraba ocupada en una reunión y dar un número telefónico, “hasta luego, con mucho gusto, feliz tarde”. Imagínese, sobrino, de ladrón a mandadero. Ni siquiera le había visto los ojos a la rubia y ya era su secretario. “Pero, espérese, usted no debería estar aquí. Piérdase pronto, hay unos matones que la están buscando. Dígame dónde nos podemos encontrar para entregarle su chip y su celular, ¡señorita!”, le repetí las veces que pude, pero el teléfono volvía a sonar. A veces era ella, a veces era nadie. Ella llamaba a pedirme el reporte de las llamadas que había recibido. Todo era muy rápido, la escuchaba agitada, me pedía descripciones de la voz, la hora, las razones que le habían dejado. Números, siempre números… A veces nadie llamaba o alguien no hablaba, solo se quedaba en silencio por varios segundos. La buscaban muchas voces distintas. “La señorita está ocupada en una reunión, gusta dejar la razón”, era todo lo que decía, y ahí empezaba a anotarle direcciones, números, códigos. “¿Quién me quiere matar?… ¿Quién me quiere matar?…”, fue lo último que le escuché. Ya estaba rodeado. Estaba en el cuarto de ese hotel y golpearon a la puerta muy fuerte, policías, armas, sirenas. Me sentí en una película cuando vi todas esas sombras entrando por la ventana. Les entregué el celular creyendo que era todo lo que buscaban. Pensé que en La Meca me habían usado de

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diar palabra, me fui caminando por uno de los andenes con la intención de jalar su bolso y salir a correr lo más que pudiera. Y así fue. Me acerqué, tomé su bolso y ya estaba listo para desaparecer cuando apareció Pastor, detrás de mí, apuntándole con una pistola. “Ya, déjela, ya tengo el bolso, vámonos”, le decía. Pero Pastor no quiso reaccionar, en los ojos se le veía lo decidido que estaba a dispararle. Y entonces yo me abalancé sobre él, lo tumbé al piso golpeándolo, pidiéndole que me explicara lo que pretendía hacer. Pero solo me lanzó un insulto. “Tengo que matarla, cabrón”, me dijo, y salió a correr por una esquina. La gente se había empezado a aglomerar y yo hui por el otro extremo. No sabía si era rencor, odio, dolor o miedo lo que sentía. No sabía quién era, ni yo, ni ella. ¿Por qué la querían matar? El bolso era brillante y a cada paso que daba parecía reflejar todas las luces de la noche. Me detuve, busqué el celular, lo saqué y boté el bolso con todo y lucecitas entre unos matorrales. No sabía hacia dónde ir, no quería saber ya nada de La Meca, ni de El Pato, ni de encargos. Estaba muy confundido. Quería escaparme de todo. Habría perfectamente alcanzado a hacerlo. Esa noche pagué una pensión lejos de donde acostumbraba quedarme y vi el celular de la rubia rebotar durante horas sobre la madera de la mesa de noche. Un número insistente se repetía en la pantalla. La cabeza me daba vueltas. En medio del frío de la noche un sudor se había instalado en el fondo de mí sin señales de aflojar. Al rato, noté que le quedaba poca carga al aparato y decidí contestar. “No sé quién sea usted, pero puede quedarse con el celular. Lo único que le pido es que me devuelva el chip con los datos, los necesito. Tengo cosas ahí muy importantes”, me dijo con una voz dulce y estremecedora, a punto de quebrarse, voz que ya había escuchado otras veces, pero que en ese momento me despertó otra sensación: la sentí cercana, conmovedora, indefensa, mía. “Escúcheme,

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carnada, que me habían vendido, que les había jodido la vuelta y que Pastor había ido allá a envenenar a El Pato. Pero yo estaba tranquilo. Entre estar condenado o no, solo me importaba que la rubia estuviera sana y salva, que el tipo que la quería matar se hubiera quedado viendo un chispero. No sé por qué esa voz que se quebraba me dominó, pensaba en ella, la hacía cantar en mis pensamientos, la desnudaba, me la bebía… Sí, cosa de locos, sobrino. Por eso, a veces pienso que eso fue lo que hice mal, que estoy aquí por eso, que la única condena que merezco es por culpa de sentir. Yo quería ser un salvador para ella, pero no fue así. A veces uno piensa que la historia va a terminar como siempre la ha vivido, como se la han contado desde chiquito. Pero ahí vienen los cambios. Estando aquí vine a entenderlo todo, El Pato, Pastor, el tipo que la quería matar, su exesposo… Me puse a atar cabos. De simple ladrón pasé a ser parte de unos robos millonarios sin saberlo. Bancos enteros robé en una noche, lo que no pude lograr con unos cuantos computadores. ¿Puede creerlo, sobrino? Ríase, tranquilo. Si me hubieran condenado por todo lo que hice en La Meca, estaría purgando una sentencia de unos añitos por un par de robos y esas vainas. Pero no, aquí la cosa es más letal. Vine a ser parte de una orquesta que vaciaba cuentas bancarias en todo el mundo. Y yo que creía que le llevaba la batuta a la pobre rubia, que la iban a matar, que pobrecita. Era el superhéroe que salva a la princesa de las garras de la bestia, y todo resultó ser un cuento chino que nadie se esperaba. Eso de que uno nunca sabe para quién trabaja es muy cierto. A El Pato lo desaparecieron. El cliente que pagaba por el crimen, el exesposo de la rubia, quedó en bancarrota. La rubia alcanzó a lograr su cometido, le exprimió sus cuentas todo lo que pudo. Y entonces el riquito cayó como una plaga sobre La Meca. Puso en evidencia to-

dos los tentáculos en los que nos habíamos ido encerrando a diario. Solo Bibiana alcanzó a escapar, ella nunca estuvo boleteada, El Pato la cuidaba mucho. Se perdió junto a los novatos que apenas estaban pasando las primeras pruebas. Y después me enteré de que Pastor sí alcanzó a matar una noche a un tipo de un taxi que no lo quiso llevar a dónde él le decía. Hasta que lo desaparecieron también. Pastor quería eso y lo hizo en sus horas extras, como un hobby que se quiso dar en un descanso. En cambio, a mí me empezaron a buscar por un radar. Yo, que robaba de todos los modelos, solo vine a conocer de radares aquí encanado. Ahí están las pruebas, grabaciones enteras de las llamadas que me hacía la rubia, mi voz desconocida, cambiada, dominada. Nunca sabré a ciencia cierta qué fue lo que me pasó. En cada sesión, la escuchaba mientras fijaban mi condena, y un temblor me estremecía. Aún siento su forma de robar toda mi tranquilidad, una voz cualquiera, como una enfermedad que me obligaba a perderme de mí… No sé, sobrino, esa gente se salvó, me imagino que la rubia estará bronceándose en alguna playa escondida, pidiendo con su vocecita de ángel un whisky en las rocas… Me gusta imaginarla y cierro los ojos y me sonrío de vez en cuando. Yo soy, yo fui, el puente para su salvación, así me lo repito todos los días, así quiero creérmelo. Por La Meca me preguntan todos los días. Yo solo digo lo que pienso, que solo fui una sombra de un cabaret en ruinas, como dice la canción. Si quiere, yo le puedo ayudar. Es cosa de un par de días cuadrar los anzuelos. Allá es más fácil entrar que salir. Pero hágame caso, enamórese antes de ir allá. Váyase, así se demore en encontrar, pero lárguese lejos hasta que pueda sentir eso en todo su vacío. Piérdase en usted mismo. Quien no sabe lo que es eso, sobrino, nunca va a entender lo que es matar, cometer un crimen, robar. Sin eso todo siempre será una misma miseria.

Andrés Nanclares Abogado de la Universidad de Antioquia. Se gana el pan fabricando fanfreluches aristotélicos para que otros los presenten ante la Sala de Casación de la Corte Suprema de Justicia. Se divierte tocando la espinela y la flauta alemana de cuatro llaves y echándole moscas a la leche de los demás. Vive en Satumaá, una casita de sueños situada en un lugar equidistante entre Masallá y Masacá, dos bellas veredas del Valle de los Descreídos. De repente, murió: que es cuando un hombre llega entero, pronto de sus propias profundidades. Se pasó para el lado claro. La gente muere para probar que vivió. Pero ¿qué es el pormenor de la ausencia? Las personas no mueren. Quedan encantadas. clarice lispector

Lo mismo, copiado, me decía esa tarde Joao en su email. Se refería en él a mi padre, su compañero de cacería en las selvas profundas de Bajirá. Y aludía a él porque el día anterior, al segundo de haber disparado su escopeta de dos cañones contra una bandada de pájaros de la lluvia, mi padre había dicho ¡ay! y se había desplomado sobre el piso de la canoa y había expirado en cámara lenta y su piel se había puesto al instante de color violeta. —Explícame, Joao —le contesté, desconcertada. —Desacostúmbrate a pensar fácil — me dijo, en tono de regaño. En el aeropuerto, ese mismo día, recibí la caja hermética de metal en la que Joao había enviado el cadáver. Enseguida me fui entre lágrimas a la morgue y a la iglesia y al cementerio, y fui sola, sin mi madre, porque ella se había sentido incapaz de afrontar la indiferencia desalmada de la muerte. En los mensajes que más adelante recibí, se me hizo patente que la partida sor-

presiva de su amigo de tantos años, el de las fuertes afinidades y los hondos desacuerdos, había hecho amargo el tono de las palabras de Joao, y supe también de la tristeza de su corazón contraído por el desamparo y la desventura. Y me enteré asimismo de que la escritura de uno de sus cuentos, el que al cabo de los años conocimos con el título de “Los hermanos Dagobé”, había sido suspendida a causa de que la congoja de esos días había enturbiado las luces de su inteligencia y sumido su vida en una revuelta marea marcada por el signo del despojo y la ausencia. Su invitación a dejar de pensar fácil acerca del destino de su amigo me llenó de inquietud. Al fin y al cabo, quien había muerto era mi padre. En su deceso inesperado, y en tan particular circunstancia, había mucho de misterio. La verdad, me dije, y compartí las dudas con mi pobre y desolada madre, algún vínculo tenía que haber entre este doloroso acontecimiento y algo parecido a una fuerza fuera del alcance de nuestro entendimiento. Decidí, entonces, mandarle un mensaje. —Mi papá, Joao —le dije—, no puede haberse pasado para el lado claro. Tuve la ilusión de que me iba a responder cuanto antes. Pero no fue así. Transcurrieron las horas. Pasaron los días.

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El pájaro de la lluvia

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La espera, cada vez más punzante, me hizo pensar que también había muerto. Pero por canales diversos, llegué al convencimiento de que, por fortuna, aún vivía. De pronto, el día menos pensado, encontré en mi portátil esta respuesta: —El lado claro, Maritza, está en el fondo de la pupila del pájaro de la lluvia. Obvio que no entendí. Hablé con mi madre y le pedí que me diera su opinión sobre el significado de estas palabras. No supo qué decirme. Entré a Google y busqué todo lo que había sobre el pájaro de la lluvia. Leí textos y más textos sobre el modo de vivir de esta ave, y miré y volví a mirar cientos de fotografías. Poca claridad, por no decir ninguna, obtuve de esa información. Esta mañana, mientras me aprestaba a desayunar en La Bagatelle de la calle 94, consulté, como todos los días, mi portátil. Entre los múltiples mensajes de condolencia que hallé, vi uno de Joao. Lo abrí de inmediato y me pareció que era extenso y denso. No me daba su pésame ni le enviaba un abrazo a mi madre. Se extendía en explicaciones, como si estuviera loco, sobre la experiencia de lo trascendente. Refería que mi padre nunca había sido consciente de sentirla, puesto que su antiguo oficio de amansador de caballos le había impedido ocuparse de profundidades.

Pero, de todas formas, me decía, siempre tuvo claro que en la mirada de los demás, en la fuerza de arrastre de los ojos de los otros, estaba el encanto vital de hallar la plenitud y entender quiénes somos y qué significamos en el mundo. Al tanteo, quise entender que mi padre, según Joao, y sin que en mi casa lo supiéramos, había vivido de conformidad con un irrefrenable sentido de lo sagrado. Y quise entender también, otra vez al tanteo, que quizás ese sentido de la interrogación y de la espera, esa señal que avistó en los ojos de los pájaros de la lluvia al momento de dispararles, era el mismo sentido de continuidad que había querido darle a su propia muerte. Ninguna de estas respuestas me satisfizo. Pensativa, tomé un sorbo del café caliente que habían acabado de ponerme en la mesa. Miré de reojo la pantalla de mi portátil y vi en ella otro mensaje. Era de Joao. —No te angusties, Maritza —me decía—. Tu padre no ha muerto. Ha quedado encantado en la profundidad de los ojos del pájaro de la lluvia. No supe qué pensar. En la neblina matinal de la calle 94, fijé mis ojos en el humo del café y tuve una visión. Entre ese hilo de humo, sonriendo, estaba mi padre. Y sentí que yo, la hija del amansador de caballos metido a cazador, estaba en él. Sentí que yo, la hija del amansador de caballos metido a cazador, estaba en la insondable profundidad de su mirada.

Fabián Mauricio Martínez González Bucaramanga. Estudió literatura y periodismo. En tres ocasiones ha ganado la Mención de Reconocimiento del Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Externado de Colombia. Fue ganador del II Concurso Nacional de Cuento RCN y MEN. Ha sido finalista, en tres oportunidades, del Concurso de Cuentos La Cueva. Ha sido coordinador de talleres de literatura. Ha publicado los libros Me llamo José Antonio Galán (juvenil), los libros de cuento Una ciudad llamada Bucaramanga y Cuervos en la ventana y la novela El sexo de las salamandras. Trabajos suyos aparecen en diversas colecciones, como Colombia cuenta, Demasiado jóvenes para morir, Todos amábamos a Monina Klevens y otros cuentos (cuentos) y Sucedió en la ciudad (crónicas). Para Jairo Alejandro Mi abuelo me despertó acariciándome la cabeza: —Hora de levantarse, mijo. Con los ojos pegados por las lagañas de las cuatro de la mañana, observé, todavía sumergido en las aguas del sueño, el revuelo que hacían mis padres y tíos. Camisetas, trajes de baño, toallas y pantalonetas formaban montañitas en las camas que poco a poco desaparecían dentro de las maletas. Allí estaba mi familia, dos horas antes de un amanecer de febrero, preparando un viaje al mar. Los preparativos habían comenzado en octubre, en el cumpleaños de mi prima Sabrina. La familia estaba reunida y mi abuelo propuso un viaje a la costa. Los tíos hicieron cálculos mientras los primos correteábamos por la casa cazando arañas y moscas de las ventanas para arrojarlas al retrete y llenábamos de gritos y estampidas los corredores y las escaleras. Los tíos decidieron que febrero era el mejor mes para viajar. Encontraríamos hospedaje a precios económicos y, sobre

todo, tranquilidad para un viaje en familia con los niños pequeños. Recuerdo que era la época en que mis tíos menores todavía no se casaban. Así que solo estábamos en la pandilla de primos, mi hermano Gustavo, mi primo Gaspar, mi prima Sabrina y yo. La noche anterior al viaje, mi mamá, mi tía y mi abuela envolvieron en papel aluminio emparedados de pollo. A mí me encantaba sentarme en la cocina y verlas trabajar. Me gustaba escucharlas hablar sobre cualquier cosa mientras encendían fogones, hervían el pollo, cortaban las cebollas en cuadritos y untaban los panes con mayonesa. Segundos después de que mi abuelo me despertara, sentí las manos tibias de mamá alzándome de la cama: —Es la primera vez que vas a ir al mar, Camilo —me dijo mamá entre sus brazos—. El mar es más grande que tu papá, mucho más grande que tu abuelo —me dijo mamá, y me llenó la cara de besos de camino al baño. Me desnudó y, antes de que pudiera quejarme por el frío, me sumergió en una

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La sangre del mundo

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tina de agua caliente. Agradecí los chorros de agua en la espalda y las caricias de sus dedos en mi pelo. Mamá me sacó de la tina, me cubrió con una toalla y me dejó parado junto al retrete, mientras ayudaba a papá a encontrar sus medias. Mi hermano Gustavo, ya vestido, se cepillaba los dientes en el lavamanos. Terminó de enjuagarse la boca, espió tras la puerta para asegurarse de que mamá no viniera y me dijo: —El mar está lleno de tiburones, ballenas asesinas y anguilas eléctricas. Te vas a morir, Camilo, te vas a morir y nadie va a hacer nada para salvarte —y me pellizcó los brazos antes de salir corriendo. Allí mismo, en las aguas amarillas del retrete, me vi devorado por un pez gigantesco. Me vi flotando en ese minúsculo mar, triturado por unas enormes mandíbulas asesinas. Mamá vino por mí, me llevó a la cama y me vistió. Nos reunimos en el comedor. La abuela repartió huevos duros, almojábanas, panes y tazas de chocolate. El tío Miguel hablaba de parar en pueblos con nombres extraños y almorzar guisado de iguana. —El guisado de iguana es mejor que el pargo frito, el róbalo en salsa o el ceviche de corvina —decía el tío Miguel, con un convencimiento que le brillaba en los ojos. El abuelo, sin mirar al tío Miguel, como mirando el aire sobre las tazas de chocolate, contestó: —Yo prefiero el pescado, no veo la hora de comerme un bocachico frito con patacón —y, apoyando el dorso de su mano derecha sobre su antebrazo izquierdo, nos enseñó de qué tamaño quería su pescado. —Camilito sí va a comer iguana con el tío, ¿cierto? —me preguntó el tío Miguel, mientras mi tía Ángela, su esposa, hacía una mueca de asco. Yo sorbí el chocolate y, lamiéndome el bigote de espuma tornasolada, contesté:

—La iguana no se come, tío… La iguana tomaba café, tomaba café, a la hora del té. Todos rieron, menos mi hermano, que me sacó la lengua y me enseñó su nariz de marrano. Los tíos se levantaron de la mesa y mi prima Sabrina, mi primo Gaspar, mi hermano y yo fuimos a los automóviles. Los tíos llevaban maletas, bolsas y paquetes a los baúles de los coches. Sabrina dormía sobre las piernas de Gaspar, que leía un libro ilustrado sobre payasos. Ahora que lo recuerdo, Gaspar siempre andaba con ese libro, se lo sabía de memoria y no perdía oportunidad de montar pequeños shows para toda la familia. Allí estaba yo, espiando a mis primos desde nuestro carro, mientras mi hermano me empujaba la cabeza contra la ventanilla repitiendo con voz fastidiosa: —Llore, llore, llore, llore. Gustavo estrelló mi nariz contra el cristal. Yo pegué un berrido de oveja y los adultos vinieron en mi auxilio. Mamá me sacó por la ventana y me mimó, mi abuela y mi tía hicieron lo mismo. Papá haló a Gustavo fuera del auto y le pegó dos correazos. —¡No le pegue a su hermano! ¡No ve que es más pequeño! Mamá subió al auto, ajustó una balaca roja en su pelo negro y se recostó en el asiento. Papá cerró su puerta, besó a mamá en los labios y le dio arranque al carro. Mi abuelo comandó la caravana, en su vieja camioneta Ford, secundado por el tío Miguel, en su Fiat 1300, y rematado por nosotros, en aquel inolvidable Renault 4 amarillo. Me quedé dormido luego de ver a través de la ventana potreros con árboles torcidos y vacas a blanco/negro exhalando su aliento de humo de dragón. Soñé que papá tenía los ojos oscuros, la cabeza en punta y un catálogo escalofriante de dientes. Papá me enseñaba sus colmillos y aceleraba. Yo trataba de gritar, pero no podía. El auto iba

Los fines de semana los dedicaba a tallar vidrios en el patio de la casa de los abuelos. Gustavo partió el cuerpo de la libélula en dos. Un líquido viscoso, como leche condensada, brotó del vientre del insecto. Mi hermano arrojó el cadáver por la ventana y limpió sus dedos en el asiento del carro. Pidió una servilleta a mamá y, antes de acabar de limpiar su mano, me la restregó en la nariz. Yo grité, pero mis padres no prestaron atención. Gustavo hizo un agujero en la servilleta y metió uno de sus dedos allí. Sacó su brazo por la ventana y se inventó un Superman enredado en su pequeña mano.

Mamá tenía su hermosa cara colorada por el calor. Sonreía con la misma luz del sol mientras acariciaba la barba de papá, que conducía el auto mientras le daba golpecitos al timón siguiéndole el ritmo a alguna canción de La Sonora Matancera. Los pueblos se multiplicaron, como los niños en calzoncillos bañándose en los

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por una carretera que bordeaba un abismo. Papá sacaba el auto de la carretera y, mientras volábamos por el vacío, saltaba sobre mí y me arrancaba la cabeza de un mordisco. Me desperté sudando. No había nadie en el Renault 4. Temí encontrarme en medio del mar, acechado por la aleta asesina de mi padre. Me incorporé y vi que el Renault 4 estaba firmemente estacionado sobre un campo de tierra. A poca distancia, mi familia almorzaba bajo un kiosco de palma. Mamá vino por mí. Me sacó del auto y me dejó caminar. El suelo no tenía hierba ni plantas. Era pura tierra amarilla en donde varias lagartijas rojas, verdes y azules huían despavoridas al sentirme cerca. Perseguí a las salamandras hasta que me topé con unos niños en calzoncillos. Su piel era oscura como el chocolate y hablaban igual de enredado a la mujer que servía platos de arroz, postas de pescado y patacón. Yo no quería almorzar, quería jugar con los niños y las lagartijas de colores. —Tú no puedes jugar hasta que almuerces —ordenó mamá mientras me metía trozos de pescado en la boca. Me resigné a ver a los niños en calzoncillos corriendo a la orilla de la carretera. Antes de reemprender el viaje, el tío Miguel me llevó a cada uno de los tres autos y me mostró los radiadores. De las rendijas oxidadas de la camioneta Ford, del Fiat 1300 y del Renault 4 pendían libélulas, escarabajos y mariposas muertas. Me alzó sobre cada uno de los capotes y me señaló el parabrisas, que estaba repleto de cadáveres de insectos. Mi hermano Gustavo tomó una libélula del radiador de nuestro Renault 4 y subió al carro. Las líneas y óvalos dibujados en las alas de la libélula nos recordaron los vitrales que el tío Miguel hacía los fines de semana. El tío Miguel era odontólogo, pero su verdadera pasión era diseñar cristales.

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ríos, como las mujeres de sonrisas blancas vendiendo frutas y agua en los peajes, como el desespero de llevar horas y horas en el Renault 4. —¿Ya vamos a llegar? ¿Ya vamos a llegar? ¿Ya vamos a llegar? —Pregunté tantas veces como pude. Papá gritó que me callara. Y, en ese grito, su cabeza se convirtió en la de un tiburón, un tiburón que nos devoraría a todos en el mar. Mi hermano se burló de mí. Me hizo muecas y me pegó una palmada en la cabeza. Luego, me arañó la cara y, en ese momento, me le fui encima como un gato de monte. Le mordí una oreja y, en el caos de sus gritos, los gritos de mamá y la frenada en seco del Renault 4, no me di cuenta de que papá, desenfundaba su correa, abría la puerta, nos sacaba del auto y nos pegaba varias veces, en frente de un grupo de niños barrigones, rodeados de gallinas coloradas y perros flacos de todos los tamaños. —¿Guisadito de iguana, patrón? —le ofreció el papá de aquella familia al papá de la nuestra. Papá nos empujó de vuelta al carro, se sentó frente al timón y, sin decir una sola palabra, emprendió la marcha del Renault 4. Si papá no interviene aquel día, le habría arrancado la oreja a mi hermano, de eso estoy seguro, como también de que Gustavo me hubiera arrancado los ojos. Así, en medio de ese calor, continuamos nuestro largo viaje al mar, muy rezagados de la camioneta de mi abuelo y del Fiat de mi tío, a quienes no volveríamos a ver hasta el final del viaje. Pasamos por un pueblo con cientos de toldos a lado y lado del camino. Toldos vestidos con toallas y hamacas de colores. Los hombres, las mujeres y los niños corrían junto a la ventanilla del carro mostrándonos toallas de Batman, Acuaman y el Chapulín Colorado. El sol descendía y el mundo se fue manchando de fucsias, dorados y rojos.

Aparecieron, a lado y lado de la carretera, laberintos de platanales en los que hombres sin camisa caminaban doblados por el peso de los racimos verdes. Los platanales quedaron atrás y una brisa fresca, más fresca que todas las brisas que yo hubiera sentido, se coló desvergonzada por las ventanillas del Renault 4. Mamá miraba inquieta el horizonte y murmuraba “ya casi niños, ya casi”. Su cabeza muy atenta al panorámico del auto, antes de señalar con su dedo índice la línea inconfundible por la que habíamos viajado tantas horas: —Miren, niños, miren... Una línea perfecta dividía el cielo del mar. Una línea trazada con regla y pulso de relojero. Una línea que contenía al ancho mar. El mar que parecía una enorme mermelada de mora. Un inmenso estanque tumultuoso, espeso y vibrante. Papá orilló el auto unos metros más adelante y, abriendo la puerta, descendió por una suave loma de arena. Mamá corrió detrás de él, lo tomó de la mano y nos llamó a gritos. Gustavo y yo salimos del carro y corrimos sobre las dunas, mientras recibíamos gentiles bofetadas de la brisa cargada de salitre. De cerca, el mar era una monstruosa masa liquida que se revolvía en terribles espumarajos, al tiempo que los alcatraces se zambullían en su jalea para retornar al cielo con peces plateados que les temblaban en los picos. Nos quitamos los zapatos y las medias. Sumergimos los pies en el agua y no tuve miedo de los pececillos diminutos que se paseaban por la orilla. Intenté atraparlos, pero se desvanecían a mis pies como pinceladas de luz. Mi hermano me arrojó una bola de arena en el cuello. Yo hice varios proyectiles y se los lancé en el pecho. Nos perseguimos por la orilla lanzándonos escupitajos de agua salada, revolcándonos en la playa bajo el atardecer más bello de nuestras vidas.

ballenas asesinas ni anguilas eléctricas, con ese monstruo encrespado por el que habíamos viajado tanto tiempo y recién veníamos a conocer. Mi hermano y yo, agarrados al borde de la ventanilla, señalábamos los buques en el horizonte, mientras papá nos explicaba por qué los barcos no se hundían en las aguas. La sangre del mundo corría entre nosotros. Mi hermano y yo comprendimos aquella tarde de febrero que, pasara lo que pasara, no importaba qué, no importaba cuándo, seguiríamos mirando ese mismo mar desde la ventanilla del viejo auto de papá por el resto de nuestras vidas.

La tierra del olvido ana maría puentes pulido

Mientras el cielo se pintaba de los colores del atardecer, doña Eloísa se disponía a volver a su casa. En sus manos llevaba la bolsa de compras, y en el bolsillo, la libreta de apuntes. Cuando llegó, tachó “Ir de compras” de la lista. Cocinó y tachó “Preparar ajiaco”. Y se acostó sin comer, porque había olvidado escribir “Cenar” en la libreta. A sus ochenta años, eran muchas las cosas que Eloísa no podía hacer por sí sola, entre ellas recordar. Su doctor había resuelto no recetarle más pastillas; decía que “a esas alturas de la vida era mejor remedio olvidar”, y le dio la libreta que llevaría hasta la muerte. Era una libreta de hojas amarillas y pasta dura. Doña Eloísa la había dividido en dos partes. La primera la diligenciaba todos los días apenas se levantaba, allí escribía su rutina (que era básicamente la misma todos los días) y, cuando finalizaba las tareas, las iba tachando de la lista. Un día había olvi-

dado tachar “desayunar”, y comió arepa y tinto durante todo el día hasta que sospechó que, o había olvidado un detalle, o no podía dejar de recordar algo. La segunda parte de la libreta consistía en unas escasas diez hojas; esta sección estaba destinada a las cosas que doña Eloísa había de recordar siempre: que el año tiene 365 días, que para el dolor de espalda basta con una aromática, que en caso de sentirse mal llamara al número esbozado en la hoja, que un día habría de morirse y que su esposo ya había muerto. Esa última nota le sacaba de aprietos cuando, después de gritar su nombre por toda la casa, comprendía por qué no le respondía. Pero había algo que doña Eloísa nunca pudo olvidar: catorce nombres y la certeza de un vientre seco. Aseguraba que el Espíritu Santo le había revelado los catorce nombres de los catorce hijos que llevó en su vientre pero que nunca vieron la luz. Y por

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Papá nos levantó con sus enormes brazos y nos llevó de vuelta al Renault 4. —Hora de alcanzar al abuelo, niños. De cabeza, con el mundo al revés, atrapado por el codo de papá, vi a mamá colgada del cuenco del cielo, caminando por la playa, trayendo nuestras cosas en sus manos, con una sonrisa hecha de sal. Vi a mi hermano junto a mí, tenía su cabeza sobre la espalda de papá y lo amé con la sencillez con la que se aman a las nubes, las olas o los árboles. En el Renault 4, compartimos la ventana que daba al mar, embelesados con ese gigante que no parecía contener tiburones,

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eso llevaba colgadas al cuello catorce cadenitas de metal barato, una por cada vástago, que más que adornos parecían las cadenas que la atarían toda la vida a sufrir por lo que nunca fue. Dirigir su día por tareas simples anotadas en papel le dejaba gran tiempo libre. Era entonces cuando entraba en esos estados de somnolencia, de epifanías improductivas, pensaba y moldeaba en su mente ideas absurdas y brillantes, pero que permanecían un par de minutos con ella y luego desaparecían para siempre, sin convertirse jamás en voz ni en tinta sobre papel. Una vecina, que ya había notado el carácter soñador de doña Eloísa, le había aconsejado en más de una ocasión compartir esas ideas. —Vea que a usted no le faltan las buenas ideas —le insistía—. Debería escribir y pedirle a alguien que le ayude a publicar. —A nadie le hace falta lo que yo piense —respondía Eloísa de mala gana. —Para los jóvenes y los niños nunca están de más unas palabras de quien ha vivido más que ellos. —No, a ellos no vale decirles nada. A esa edad no se ha aprendido a escuchar. —Se ha aprendido a leer, por lo menos. —Pero no a recordar. Estamos condenados a olvidar y vivir en el olvido toda la vida.

—¿Entonces lo guardará todo para usted? —Es lo único que es mío, aunque sea poco. Lo que la gente no sabía es que esa genialidad oculta de doña Eloísa no era cosa de la vejez, ni mucho menos de la experiencia; esa chispa siempre había estado con ella. Desde pequeña había notado que pensaba y divagaba cosas que los demás no llegaban a imaginar. A veces escribía en trozos sueltos de papel cuentos, poemas y breves ensayos, pero luego los guardaba y dejaba que se perdieran. No permitía que nadie leyera sus líneas porque, las pocas veces que había mostrado sus obras, sentía que le veían el alma. Por eso prefirió la vida de una persona ordinaria. Optó por ser un fantasma, no dejar huella. Ser un soplo de vida ordinario. Solía pensar que haber aprisionado ese talento en el olvido la había condenado a no recordar nada, a perderse como sus ideas. Y entonces entendió su esterilidad: no estaba hecha ni para ser madre de sus propios pensamientos. De ahí que la muerte no fuera motivo de preocupación. Empezó a morir en vida cuando olvidó cuál era su nombre, cuando olvidó los motivos para existir... porque nunca pudo dar nada. Le daba lo mismo si moría hoy o mañana. Es más, un día llegó a preguntarse por qué aún no había muerto.

—¿No eres muy conversadora, verdad? —insistió. La Parca se limitó a extender su mano, como si pidiera algo. Y Eloísa supo qué era lo que quería. Del bolsillo sacó, con mano firme, la libreta y se la entregó. Poco a poco la distancia entre ambas fue haciéndose más pequeña. Doña Eloísa solo alcanzó a sentir cuando Ella puso sus helados dedos sobre su frente y luego nada más. Con su dedo esquelético, La Muerte tachó “Morir” de la libreta. La guardó bajo la túnica y marchó de regreso, con paso solemne, a la tierra del olvido.

Epístola* laura camila latorre

Camino vacilante de vuelta a casa. Abro la puerta, y el comedor está inundado de facturas, cartas, peticiones, rechazos de trabajo y… una citación del juzgado: el lugar donde se supone que debo cenar está volviéndome loco. No he comido desde hace dos días, no estoy a dieta, no es una huelga, no es un ayuno, simplemente no tengo hambre. Cuarenta y cinco cervezas, entre ayer y hoy. No estoy ebrio ni sobrio. No tengo sueño, porque estoy haciendo algo todo el tiempo desde el martes, hoy es sábado. Las ojeras no me favorecen. Pero al carajo, no me importa. Ayer me despidieron del trabajo porque no les servían personas deprimidas. No tenía idea de que para redactar cartas de amor hay que estar feliz. Ahora lo sé. Mis ideas oscilaban entre “Ojalá duremos toda * IV Concurso Nacional de Cuento para bachilleres.

la vida… No, mejor: ojalá mueras mañana” y “Hoy estas hermosa, es un buen día para verte, follarte e irme”. —Tus frases son descaradas y apáticas, hombre —dijeron los que dirigían la compañía. Trabajaba allí porque el trabajo de la abogacía está jodido con eso de que somos deshonestos y unos ladrones… Pero es nuestro maldito trabajo, no podemos hacerlo gratis. No funciona así. —Esa es la precisa descripción del desamor —contesté—. Ustedes quieren que venda una falsa idea sobre cómo se siente estar enamorado y no voy a hacerlo. Quiero decir que el amor también trae dolor a sus alrededores, que también lastima y te deja marcas. El amor no es malo, pero nos iría mejor si vendiéramos cartas de desamor en vez de la mierda barata que ustedes quieren hacerle creer a la gente.

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—¿Flaca, tampoco puedes recordar? ¿También te olvidaste de mí? —decía con frecuencia. *** Una noche, mientras tomaba tinto y pensaba en nada, sintió frío. Quiso buscar una manta, pero al intentar levantarse, se encontró con que su cuerpo perezoso la ataba a la mecedora, y fue en ese intento de luchar con su cuerpo cuando la vio. Estaba junto al marco de puerta, mirándola sin ojos. Era como le habían dicho: una túnica negra abrigaba su cuerpo huesudo, alta y delgada, no podía verle la cara, quizá era mejor así. —¿Qué quieres, flaca? —le preguntó con tranquilidad. Pero no le contestó.

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—La gente triste y enojada no quiere entregar cartas —dijo el sujeto al que llamaba jefe, pero yo lo interrumpí. —¿Qué sabe usted de la gente triste? —le espeté—. Usted nunca ha amado a nadie, solo se acuesta con prostitutas —no me agradaba mucho, era un hombre rico y alcohólico —. La gente triste quiere entregar más cartas y decir más cosas que las personas felices. La felicidad solo nos permite ver todo tan hermoso que no deja espacio libre para pensar. Las personas que están cabreadas con el mundo piensan demasiado, lo que los hace querer escribir, así no tengan talento —había olvidado que estaba con esas personas, y hablé de más, ¡qué demonios! —Entonces vaya a escribir para otras personas. Y me quedé sin trabajo. Habría preferido renunciar, pero es tarde. Iba a ir a mi casa, pero me distraje y terminé en un bar a las dos de la tarde (me despidieron como al mediodía). Bebí cerveza hasta vomitar, y luego bebí más. Salí del bar, pálido y despeinado. Me senté en una banca del parque y vi como anochecía. Escuché música el resto del día. Los audífonos se me perdieron en alguna parte y tuve que escucharla públicamente en mi celular. Algunas canciones me hacían sentir mal. Otras, peor. Algunas me reconfortaban y otras me hacían enojar mucho. Con otras pensaba cosas como “algún día voy a tener sexo escuchando esta canción”. Y con todas llegaba a la conclusión de que la extrañaba mucho. Me quedé dormido. Cuando desperté, eran las cuatro de la mañana de hoy. Volví a sentarme (estaba acostado en la silla) y observé mis zapatos como por diez minutos, eran azules, grandes y estaban sucios.

Me levanté con dolor de cabeza y fui a comprar más cervezas. Caminé sin rumbo por largo tiempo. Pasé por el cementerio. “Vanessa Fuentes”, “Daniela Heredia”, “Uriah Pedrad” fueron algunos nombres que leí en algunas lápidas y que quise memorizar sin motivo alguno. Ahora me pregunto cómo murieron esas personas. De repente ya estaba mirando el mismo lugar que miraba hace tres días: la misma lápida, sin flores, con una mancha de sangre. La observé por una hora. No había nada nuevo, por más minutos que pasaran. Era la misma mierda. Su nombre sonaba más inexistente con el pasar de los días, un frío absurdo me recorría todo el cuerpo. “En memoria de María Quintero, que murió cuando no debía”. Qué estupidez: todos mueren cuando no deben. En esa lápida se veía absolutamente ridícula esa frase. Es cierto, murió inesperadamente, pero en el momento en el que debía morir… Al menos para ella era el momento exacto para morir. Ella lo decidió. Que las personas ignoren que la gente se está muriendo cada segundo es cosa de ellos, no mía. Desde que nacemos ya estamos muriendo, y las personas dicen cosas como “lo siento”. Pero ¿qué demonios sienten? Me molesta hacer preguntas que nadie puede responder. —Te extraño, María —digo al aire—. Extraño que respondas mis preguntas y que me veas a los ojos. Extraño todo de ti —un nudo, en la garganta y agua, en mi mejilla, el duelo no termina. Salí del cementerio con un cuerpo más pesado, como si me hubiese puesto una armadura. Caminé vacilante de vuelta a casa. Abrí la puerta, y el comedor estaba inundado de facturas, cartas, peticiones, rechazos de trabajo y… una citación del juzgado: el lugar donde se supone que debo cenar está

Un suspiro más al aire y ya casi concluyo. Estoy en el sexto piso, en donde María y yo vivíamos, ella siempre, yo a veces. Resuelvo que suicidarme no sería condecorado con una frase en mi lápida como la que los padres de María escogieron para ella, así que yo he decidido resbalar. De un sexto piso no, sería un cliché. He decidido que, como quiero tiempo antes de morir, cuanto más alto, mejor. Espero que alguien encuentre esta carta, no para que la comparta, solo quiero que la lea, que sepa que el amor me trajo de vuelta y que el amor me lleva con él. María y yo llevábamos seis años juntos. No le di motivos para irse e igual lo hizo. Yo llevo seis meses sin ella. No tengo motivos para vivir e igual lo hago. No más. Posdata: dieciocho pisos me parecen suficientes para recordar lo que es memorable. Solo ella. Laura Quintero, quien encontró la carta de Simón y no sabe si murió.

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volviéndome loco. No he comido desde hace dos días, no estoy a dieta, no es una huelga, no es un ayuno, simplemente no tengo hambre. Después de escribir todo esto, me doy cuenta de que sí estoy ebrio. Traté de dormir. Pero, después de un intento inútil, me levanté de la cama y empecé a escribir. No sé si para alguien, pero sin duda es para mí. No puedo dejar de ver la lápida en mi memoria. No puedo dejar de pensar en los últimos días que viví con ella y trato de retroceder para ver qué hice mal. Pero no encuentro nada más grave que mi existencia. Dicen que María murió cuando no debía porque era joven. Pero yo sé que murió cuando ella quería, la vi suicidarse. No fue un accidente. Fue un suicidio, me lo dijo con los ojos cuando traté de detenerla. En la declaración, yo dije que no sabía bien que había pasado, así que concluyeron que la mujer de la que estaba enamorado se había resbalado del sexto piso, en donde vivía. Yo la vi tirarse.

La cuentista clásica Katherine Anne Porter Katherine Anne Porter. 1890-1980. Narradora y ensayista. Trabajó en publicidad para ayudarse a vivir. Publicó los libros Judas en flor y otros cuentos, Pálido caballo, pálido jinete, La torre inclinada y otros cuentos y La nave de los locos. Fue ganadora de los premios National Book Award, 1965, y el Pulitzer, 1969 (los más importantes otorgados en Estados Unidos a una obra literaria). Obtuvo tres nominaciones al Premio Nobel. Nació en Texas y vivió en Nueva York. Se casó la primera vez a los 16 años y, después, se casó en otras tres oportunidades. En uno de sus matrimonios, hizo un viaje en barco a Europa, de cuya experiencia se originó La nave de los locos (1962), novela más vendida en ese año en Norte América. Con Eudora Welty, Dorothy Parker, Flannery O’Connor, Carson McCullers y Edith Wharton, conforma lo más grande del equipo de mujeres narradoras de los Estados Unidos; pero más allá del grupo femenino, está entre los mejores narradores de todos los tiempos.

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La cuerda

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A los tres días de haberse instalado en el campo, él regresó del pueblo andando, con una cesta de provisiones y un rollo de cuerda de veintidós metros. Ella, secándose las manos en su delantal verde, salió a su encuentro. Tenía el pelo revuelto y la nariz escarlata por el sol; él le dijo que su aspecto ya era el de una campesina de toda la vida. A él se le pegaba al cuerpo la camisa de franela gris y tenía los pesados zapatos llenos de polvo. Ella le aseguró que parecía el personaje rural de una representación teatral. ¿Se había acordado del café? Ella había estado esperando durante todo el día el café. Habían olvidado comprarlo al hacer su encargo a la tienda el primer día.

¡Caramba, no, no lo había comprado! ¡Dios, tendría que volver! Sí, si en ello le fuera la vida, sin duda regresaría, pero pensó que tenía todo lo demás. Ella le recordó que eso se debía únicamente a que él no bebía café. De lo contrario, lo hubiese recordado. Imaginaos que se quedase sin cigarrillos. Entonces ella vio la cuerda. ¿Para qué era? Pues bien, él pensaba que podía servir para tender ropa o algo. Y, naturalmente, ella le preguntó si creía que iban a poner una lavandería. Ya tenían una de quince metros colgada ante sus ojos. ¿De verdad que no se había dado cuenta? Para ella, afeaba el paisaje. Él comentó que una cuerda podía servir para un montón de cosas. Ella quiso saber para qué, que le diera un ejemplo. Él lo

desgracia. Había pensado hacer filetes para la cena. No había hielo, la carne no se podía guardar. Él quiso saber por qué ella no podía terminar de romper los huevos en un tazón y colocarlos en un lugar fresco. ¡Lugar fresco! Si era capaz de encontrarle uno, ella estaría encantada de ponerlos allí. Bien, entonces, a él le parecía perfectamente posible cocinar la carne al mismo tiempo que los huevos y luego calentarla al día siguiente. La idea sencillamente la escandalizó. Carne recalentada cuando podían muy bien comerla recién hecha. Sucedáneos, sobras e improvisaciones, ¡hasta con la carne! Él le frotó un poco la espalda. En realidad, no era tan importante, ¿no, querida? A veces, cuando estaban de buen humor, él le frotaba la espalda y ella se arqueaba y ronroneaba. Esa vez siseó y estuvo a punto de arañarlo. Él se disponía a decir que seguramente se podrían arreglar de alguna manera cuando ella se volvió y dijo que si le decía que se podrían arreglar de alguna manera, no dudaría en darle una bofetada. Él se tragó esas palabras al rojo vivo y su cara ardió. Levantó la cuerda para colocarla en el estante más alto. Ella no quería tenerla en el estante más alto, donde colocaban frascos y latas; decididamente, no quería que estuviese ocupado por tantos metros de cuerda. Había soportado todo el desorden que era capaz de soportar en el piso de la ciudad; al menos, ahí había espacio y se proponía tener las cosas en orden. Bien, en ese caso, él quería saber qué estaban haciendo el martillo y los clavos allí. Y por qué los había puesto allí cuando sabía muy bien que él necesitaba aquel martillo y aquellos clavos arriba para fijar los marcos de las ventanas. Ella no hacía más que retrasarlo todo y duplicar el trabajo con su insensata costumbre de cambiar las cosas de lugar y esconderlas. Estaba segura de no haberle oído bien y, si hubiese tenido alguna razón para creer

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consideró unos segundos, pero no se le ocurrió nada. Podían esperar y ver, ¿no? Se necesita toda clase de chismes raros allí en el campo. Ella dijo que sí, que así era, pero que creía que justo en aquel momento, cuando cada centavo era valioso, parecía tonto comprar más cuerda. Eso era todo. No quería decir nada más. Al principio no había comprendido por qué él creía que era necesaria. ¡Ya está bien, diablos! La había comprado porque quería y basta. Ella pensó que esa era una razón suficiente y no podía entender por qué él no lo había dicho desde el principio. Indudablemente, serían útiles veintidós metros de cuerda. Aunque no le venía ninguna a la cabeza en ese momento, había cientos de utilidades. Desde luego. Como él había dicho, en el campo esas cosas siempre son necesarias. Pero se sentía un tanto decepcionada con lo del café y, ¡oh, mira, mira, mira los huevos! ¡Oh, no, están todos rotos! ¿Qué les había puesto encima? ¿No sabía que no hay que poner peso alguno sobre los huevos? Chafar, quién los había chafado, quería saber él. ¡Qué tontería! Él, sencillamente, los había llevado en la cesta junto con las otras cosas. Si se habían roto, era culpa del hombre de la tienda. Aquel hombre debía saber mejor que nadie que no había que poner cosas pesadas encima de los huevos. Ella creía que había sido la cuerda. Era lo más pesado del paquete. Lo había visto claramente cuando él llegaba de la tienda y la cuerda destacaba como un enorme envoltorio encima de todo. Él deseaba que el mundo entero diese fe de que eso no era cierto. Había cargado con la cuerda en una mano y con la cesta en la otra, ¿y de qué le servía a ella tener ojos si no era capaz de sacarles más provecho? En cualquier caso, ella señaló que al menos una cosa estaba clara: no habría huevos para el desayuno. Y tendrían que hacer un revuelto para la cena. Era una verdadera

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que él iba a fijar los marcos de las ventanas aquel verano, habría dejado el martillo y los clavos exactamente donde él los había puesto: en medio del suelo del dormitorio, para poder pisarlos bien en la oscuridad. Y ahora, si él no se llevaba aquello de allí, lo arrojaría todo al pozo. ¡Oh, de acuerdo, de acuerdo!... ¿Podría ponerlo en el armario? Desde luego que no, había escobas y fregonas y recogedores, ¿y por qué no podía encontrar un lugar para la cuerda fuera de su cocina? ¿No se había parado a pensar que había siete habitaciones dejadas de la mano de Dios en la casa y solo una cocina? Él quiso saber qué tenía que ver. ¿Y comprendía ella que estaba haciendo el ridículo? ¿Y por quién le tomaba? ¿Por un idiota de tres años? El problema era que ella necesitaba de alguien más débil para acosarlo y oprimirlo. Justo en aquel momento él deseaba desesperadamente tener un par de niños sobre los que ella pudiera descargarse. Quizá así conseguiría algún descanso. Ante ese comentario, a ella se le mudó el rostro. Le recordó que había olvidado el café y comprado un inútil trozo de cuerda. Y cuando ella consideraba todas las cosas que en realidad necesitaban para que aquel sitio fuese siquiera decentemente adecuado para vivir bien, se echaba a llorar, eso era todo. Se la veía tan desamparada, tan perdida y desesperada, que él no podía creer que un simple trozo de cuerda fuera el causante de todo el jaleo. ¿Qué era lo que ocurría, por el amor de Dios? Oh, ¿le haría él el favor de callarse y salir y quedarse fuera, si podía, durante cinco minutos? Claro, así lo haría. Si ella lo deseaba se quedaría fuera indefinidamente. Dios, sí, no había nada que él desease más que marcharse y no volver nunca. Ella no entendería en su vida qué le retenía entonces. Era una oportunidad estupenda. Ahí estaba ella, clavada, lejos de cualquier ferrocarril, con una casa medio vacía entre

las manos, ni un centavo en el bolsillo y todo por hacer en el mundo; parecía el momento elegido por Dios para que él escapara de allí. Estaba sorprendida de que no se hubiera quedado en la ciudad, como de costumbre, hasta que ella hubiese salido y, después de que ella hubiera terminado con todo el trabajo, llegara él para hacer como que ponía las cosas en orden. Era su truco habitual. Él tenía la impresión de que las cosas estaban yendo demasiado lejos. Saliéndose un tanto de madre, si a ella no le importaba que lo dijera así. ¿Por qué demonios se había quedado en la ciudad el verano anterior? Para hacer media docena de trabajos extras y conseguir el dinero que le había enviado. De eso se trataba. Ella sabía perfectamente que no podían haberlo hecho de otra manera. Aquella vez había estado de acuerdo con él. Y esa había sido la única ocasión en que le había dejado hacer las cosas por sí misma. Oh, él podría contárselo a su bisabuela. Ella tenía cierta idea de lo que le había retenido en la ciudad. Mucho más que una idea, si él quería saberlo. ¿De modo que ella iba a remover otra vez todo aquello? Pues bien, podía pensar lo que quisiera. Estaba cansado de dar explicaciones. Quizá hubiese parecido ridículo, pero sencillamente había mordido el anzuelo y ¿qué más podía hacer? Era imposible creer que ella fuese a tomárselo en serio. Sí, sí, sabía qué pasaba con un hombre: si se le dejaba libre un minuto, con toda seguridad alguna mujer lo raptaría. ¡Y, naturalmente , él no podía herir sus sentimientos negándose! Pues bien, ¿qué la enojaba? ¿Olvidaba que le había dicho que aquellas dos semanas sola en el campo habían sido las más felices en cuatro años? ¿Y cuánto tiempo llevaban casados cuando lo dijo? ¡De acuerdo, calla! Si creía que aquello no había sido un golpe bajo...

presión de que él intuía cuál era el momento perfecto para dejarla en la estacada. Quería que sacaran los colchones al sol, pero si se disponían a hacerlo, al menos tendrían para tres horas. Él debía de haberle oído decir por la mañana que tenía la intención de airearlos. De modo que, por supuesto, se marchaba y le dejaba todo el trabajo. Dedujo que él creía que el ejercicio le haría bien. Bueno, él tan solo iba a buscar su café. Una caminata de seis kilómetros por un kilo de café era algo ridículo, pero él estaba perfectamente dispuesto a hacerlo. La adicción la estaba destrozando, pero si ella quería destruir su vida, no había nada que él pudiera hacer al respecto. Si creía que era el café lo que la estaba destrozando, ella le felicitaba; debía de tener una conciencia condenadamente tranquila. Con la conciencia tranquila o no, él no veía por qué los colchones no podían esperar hasta el día siguiente. Y de todos modos, por el amor de Dios, ¿vivían en la casa o iban a permitir que la casa los llevara a la muerte? Ella palideció al oír eso y su rostro se puso lívido en torno a la boca. Su actitud parecía intimidatoria, y le recordó que el cuidado de la casa no era más obligación de uno que de otro; ella tenía otras cosas que hacer y a ese ritmo, ¿cuándo creía que iba a encontrar tiempo para hacerlas? ¿Iba a empezar de nuevo? Sabía tan bien como él que su trabajo proporcionaba ingresos regulares mientras que el de ella era solo ocasional. Si dependieran de lo que ella hacía... ¡y ya era hora de que lo comprendiera con toda claridad de una vez por todas! Definitivamente, ese no era el problema. La cuestión era si, cuando ambos estuvieran trabajando a la vez, habría o no división del trabajo doméstico. Ella simplemente quería saberlo, pues tenía que hacer sus planes. Pues bien, él creía que todo estaba arreglado. Era un hecho que él iba a

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Ella no había querido decir que estuviese contenta porque él se encontrara lejos. Había querido decir que se había sentido feliz poniendo la maldita casa bonita y en condiciones para él. Eso era lo que había querido decir ¡y ahora, mira! Sacando a relucir algo que ella había dicho hacía un año, únicamente para justificarse por haber olvidado el café y roto los huevos y comprado un condenado trozo de cuerda que no podían permitirse comprar. En realidad pensó que ya era hora de abandonar el tema y que solo quería dos cosas en el mundo. Quería que él sacara esa cuerda de debajo de sus pies y volviera al pueblo y consiguiera café y, si era capaz de recordarlo, trajera un estropajo de aluminio para las sartenes y dos barras más para cortinas y, si hubiese en el pueblo, guantes de goma, pues tenía las manos en carne viva, y una botella de leche de magnesia de la farmacia. Él contempló el atardecer azul oscuro abrasador sobre las laderas de las colinas, se enjugó la frente, suspiró profundamente y dijo que, si ella fuese capaz de esperar tan solo un minuto por alguna cosa, él volvería. Había dicho eso, ¿no?, justo en el momento en que se dieron cuenta de que lo había olvidado. Oh, sí, de acuerdo... vete. Ella iba a limpiar las ventanas. ¡El campo era tan hermoso! Dudaba de que tuvieran un momento para disfrutarlo. Él se refería a marcharse, pero ni siquiera se atrevía a insinuarlo pues ella, una melancólica incurable, no creería que volvería al cabo de unos días. ¿No recordaba nada agradable de los otros veranos? ¿No se habían divertido siempre de alguna manera? Ella no tenía tiempo para hablar de eso, y ¿le haría el favor de no dejar esa cuerda por ahí para que tropezara? Él la cogió, pues se había deslizado de la mesa, y salió con ella bajo el brazo. ¿Se marchaba justo entonces? Seguramente. Eso pensó ella. A veces tenía la im-

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ayudar. ¿No lo había hecho siempre, durante los veranos? ¿Lo había hecho? Oh, ¡lo había hecho! ¿Y cuándo y dónde y haciendo qué? ¡Dios, qué broma tan divertida! Hasta tal punto era divertida la broma que el rostro de ella se tornó ligeramente púrpura y estalló en una carcajada. Rió tanto que tuvo que sentarse y al final un torrente de lágrimas brotó de sus ojos y rodó hacia las alzadas comisuras de sus labios. Él se precipitó hacia ella, la obligó a ponerse en pie y trató de echarle agua en la cabeza. El cucharón colgaba de un clavo por una cuerda y al tirar él la rompió. Entonces trató de sacar agua con una mano mientras luchaba con la otra. Así que dejó de intentarlo y, en su lugar, la sacudió. Ella, haciendo un gran esfuerzo, se soltó de sus manos, gritándole que cogiera su cuerda y se fuera al infierno. Sencillamente lo había abandonado; y corrió. Él oyó sus zapatillas de tacón haciendo ruido y tropezando en las escaleras. Salió, rodeó la casa y se internó en el sendero; de pronto se dio cuenta de que tenía una ampolla en el talón y de que sentía arder la camisa. Las cosas estallan tan repentinamente que no se sabe cuándo han comenzado. Se ponía hecha una furia por nada. Era terrible, maldición, ni una pizca de sensatez. Cuando estaba así daba lo mismo hablar con un colador que con esa mujer. ¡Que le condenasen si tenía que pasar toda su vida dándole la razón! Y bien, ¿qué iba a hacer? Devolvería la cuerda y la cambiaría por otra cosa. Las cosas se acumulaban, las cosas eran gigantescas y no se podían mover, ni seleccionar, ni eliminar. Están por ahí y se pudren. La devolvería. Diablos, ¿por qué? Él la quería. Al fin y al cabo, ¿qué era? Un trozo de cuerda. Imaginad a alguien que se preocupe más por un trozo de cuerda que por los sentimientos de un hombre. ¿Qué derecho tenía ella a

protestar por eso? Recordó todas las cosas inútiles, sin sentido, que compraba para sí misma. ¿Por qué? Porque quería, ¡por eso! Se detuvo y eligió una piedra grande junto al camino. Cuando regresara, pondría la cuerda detrás de ella en la caja de herramientas. Ya había oído hablar de la cuerdecita bastante para el resto de su vida. Cuando regresó, ella estaba apoyada en el buzón, a un lado del camino, esperando. Era bastante tarde; el olor a filete asado le llegó, flotando en el aire fresco. La cara de la mujer era joven, tersa y de buen color. Su rebelde y gracioso cabello negro estaba revuelto. Le saludó con un gesto desde lejos y él se apresuró. Ella gritó que la cena estaba lista y esperando, ¿tenía hambre? Ya lo creo que tenía hambre. Ahí estaba el café. Lo alzó para que lo viese. Ella miró su otra mano. ¿Qué era lo que tenía allí? Bueno, era otra vez la cuerda. Él se detuvo de golpe. Tenía el propósito de cambiarla, pero había olvidado hacerlo. Ella quiso saber por qué había de cambiarla, si tanto deseaba tenerla. ¿No era ahora agradable el aire y bueno el estar allí? Ella caminó junto a él sujetándose con una mano en su cinturón de cuero. Tironeaba y le empujaba un poco al andar y se apoyaba en su cuerpo. Él la rodeó con su brazo libre y le dio una palmadita en el estómago. Intercambiaron cautelosas sonrisas. ¡Café, café para los tortolitos! Él se sintió como si le trajera un hermoso regalo. Era un amor, creía la mujer con toda firmeza, y de haber tenido su café por la mañana no se hubiese comportado de modo tan sorprendente... Había un chotacabras, imagínate, totalmente fuera de estación, que se posaba en el manzano silvestre y llamaba solo a los demás. Tal vez su hembra lo hubiese abrumado. Tal vez. Tenía la esperanza de oírlo una vez más, amaba los chotacabras... Él sabía cómo era ella, ¿no? Claro, él sabía cómo era ella.

Fotografía

Nereo López en Nueva York, 2006. foto de Oscar Frasser

Nereo López: los primeros pasos de un maestro de la fotografía eduardo márceles daconte

Escritor, curador de artes visuales y periodista cultural. Autor de Nereo López: testigo de su tiempo (2002), Los recursos de la imaginación: artes visuales de la región andina de Colombia (2011) y El umbral de fuego (2015).

A diferencia de muchos fotógrafos, Nereo nació lejos de una cámara fotográfica, en Cartagena de Indias, en el barrio San Diego, con más precisión, en la calle Segunda de Badillo, el 1.º de septiembre de 1920. No alcanzó a conocer a su papá, Vicente López, que murió cuando él tenía solo seis años de edad. Como su mamá, Carmen Meza Brum, descendiente de inmigrantes alemanes, sufría de asma. Tuvo que irse a vivir a Arenal, un pueblo cercano a Carta-

gena, que tenía un clima más seco y resultaba más conveniente para la deteriorada salud de su madre. Cuando Nereo contaba once años, su madre también murió, de modo que lo dejó a él y a sus dos hermanas, Ana Araceli y Bertila (Betty) López Meza, en la más completa orfandad. Sus hermanas tuvieron la suerte de ser criadas por sus madrinas. La madrina de Nereo, sin embargo, consideró que era mejor que el varón entrara a un seminario y así

un niño, tenía doce años, y no alcanzaba a levantar las pesadas láminas. Así que tuvo que dejar ese trabajo e irse a vivir con su tía Regina Meza y su hijo, pero allí tampoco pudo acomodarse. En su opinión, había adquirido un complejo de orfandad que le hacía rechazar cualquier regaño u observación como ofensivos. Por aquella época, uno de sus tíos tenía una flota de buses urbanos y Nereo encontró albergue en uno de esos buses. Dormía sobre la banca de atrás hasta las cuatro de la madrugada, cuando se presentaba el chofer a trabajar. Mientras el bus hacía sus primeros viajes de mañana, Nereo permanecía en una gasolinera, donde aprovechaba para bañarse con la manguera de lavar automóviles. Más tarde, Garita, el chofer del bus, y el cobrador (en la Cartagena de aquel tiempo los buses llevaban uno a bordo), a quien llamaban El Flaco, lo recogían para ir a desayunar.

Río Amazonas, 1965

Puerto fluvial de Barrancabermeja, 1957

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se hizo. A pesar de su empeño, a los pocos meses Nereo se dio cuenta de que la férrea disciplina de un seminario no estaba hecha para su temperamento y una noche sin luna se escapó con un compañero. Se refugió en una pequeña finca cercana a Cartagena, pero fue descubierto y llevado de vuelta al seminario, en donde el prefecto de disciplina, un sacerdote bonachón, consideró que era un error mantener al joven encerrado contra su voluntad. Empezó, entonces, para Nereo, una vida solitaria, rodando de sitio en sitio, hasta que llegó a vivir con Constanza Gómez, una prima de su madre. Ella intentó encarrilar al muchacho por el camino de un trabajo que lo llevó a la Base Naval de Cartagena a trabajar como pailero, es decir, la persona que se encarga de mover las planchas metálicas para la construcción de embarcaciones. Los capataces no tardaron en darse cuenta de que Nereo era todavía

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San Andrés Isla, 1959

ban con denunciarlos por creer que el oficial era el de contrabando. Uno de esos días, Nereo conoció a Miguel Arenas, que trabajaba en el Cine Rialto, frente al Pasaje Leclerc, sobre la Calle Larga, donde se encontraba la cantina. El funcionario de Cine Colombia no tardó en encariñarse con aquel desamparado muchacho de la cantina. Pero, para tristeza de Nereo, tiempo más tarde su amigo fue trasladado a Barranquilla.

El cine El portero del Cine Rialto siempre entraba a echarse un trago en la cantina antes de empezar a trabajar. Con el tiempo se hizo amigo del muchacho y comenzó a dejarlo entrar gratis a ver las películas, muchas veces en compañía de sus amigos, entre quienes se encontraban Manuel Zapata Olivella, Hernando Franco Bossa y Tole Schuster. A esa pandilla de jóvenes tra-

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Armado de paciencia, Nereo estudiaba en un parque mientras esperaba a que abrieran el colegio. A la hora del almuerzo, Garita y El Flaco volvían por él y luego Nereo regresaba al plantel hasta las cinco de la tarde, cuando terminaba su jornada escolar. Entonces tenía que deambular por la ciudad en un puesto asignado por el chofer hasta las once de la noche, cuando guardaban el bus. Los domingos ocupaba el puesto de cobrador para ganarse unos pesos. Así, andando el tiempo, Nereo aprendió a conducir autobús. Además de los buses, el tío tenía una pequeña cantina. Y, durante las vacaciones y los días de asueto, Nereo trabajaba allí y hacía buen negocio rebajando el alcohol puro a la categoría de ron y agregándole semillas de anís y cáscaras de naranja, un licor que se volvió el favorito de la clientela. Tuvo tanto éxito que, cuando servían el ron oficial, pues también había que consumirlo, los clientes protestaban y hasta amenaza-

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Piropos callejeros, Bogotá, sin fecha

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Corraleja (serie Rojo más Rojo), Sucre, 1967

Bogotá-Girardot (serie El Tren), 1958

De adolescente, la ambición de Nereo era ingresar de grumete, o aprendiz de marinero, para hacer la carrera de oficial de marina en la Base Naval de Cartagena. Pero el destino le tenía reservada una sorpresa. Los buses de su tío empezaron a hacer el recorrido hasta Barranquilla, la metrópolis del Caribe colombiano que parecía inalcanzable. En aquel tiempo, la carretera entre las dos ciudades era una trocha por donde se transitaba durante ocho horas. Aprovechando esta coyuntura, Nereo se comunicó con su viejo amigo Miguel Arenas para solicitarle que le ayudara a encontrar un puesto en Cine Colombia. Pero no era fácil para un joven de catorce o quince años conseguir un trabajo en la distribuidora de películas más importante del país. De modo que, con verdadera pesadumbre, Arenas tuvo que excusarse, ya que sentía un real afecto por aquel muchacho huérfano. Pero Nereo nunca se ha dejado intimidar por los obstáculos. Su obstinación empezó a dar frutos el día que Arenas, qui-

Pero Nereo nunca se ha dejado intimidar por los obstáculos. Su obstinación empezó a dar frutos el día que Arenas, quizás cansado de su insistencia, le ofreció el cargo de portero del lujoso y recién inaugurado Teatro Murillo, en donde tenía que ponerse un uniforme de mariscal de campo.

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viesos se le conocía con el nombre de Los Mets, mucho tiempo antes de que existiera en Nueva York un equipo de béisbol con el mismo nombre. Hijo de Jacobo Schuster, un inmigrante de Polonia, Tole, que en realidad se llamaba Antonio, se comportaba como el financista del grupo, entre otras cosas porque siempre tenía dinero para invitar a sus compañeros. También tenían el truco de conservar el talón de las entradas para colarse gratis el día que coincidiera el color. Sin duda, hay un fuerte vínculo entre esa temprana afición por el cine y la vocación de Nereo por la fotografía. De esa época recuerda películas como la primera versión de Ben Hur, protagonizada por Ramón Novarro. También recuerda que el telón del teatro estaba en la mitad de la sala, de modo que media audiencia veía el derecho y la otra media, el revés del filme, lo que resulta bien curioso si pensamos que en los primeros años de la década de los treinta la mayoría de las películas que llegaban a Cartagena eran mudas con títulos explicativos. En ese momento Cartagena era una ciudad pequeña. Así que, si bien Nereo vivía en la calle San Juan de Getsemaní, se encontraba con sus amigos en las retretas del Parque Centenario, donde flirteaban con las chicas o se iban juntos al cine. Las diversiones de los muchachos eran muy sanas. Después de la función, caminaban hasta el Polo Norte, donde vendían los mejores helados de la ciudad. Allí, recuerda Nereo, Tole tuvo que venir en más de una ocasión en auxilio de sus amigos, cuando observaba que alguno, sin tener los recursos suficientes para pagar la cuenta del consumo, trataba de que le aceptaran como prenda por el saldo su pluma Parker, una posesión valiosa en ese tiempo, y así evitar la vergüenza frente a las invitadas, ante quienes querían lucirse.

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zás cansado de su insistencia, le ofreció el cargo de portero del lujoso y recién inaugurado Teatro Murillo, en donde tenía que ponerse un uniforme de mariscal de campo. Sin embargo, el talento y la simpatía de Nereo fueron motivos suficientes para que, al cabo de un mes, ascendiera al Departamento de Publicidad, en donde se preparaban las cuñas de los programas y se recibía y distribuía el material de propaganda, como fotografías y carteles, para divulgar los es-

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Niña andina, sin fecha

trenos. Además, este departamento era el responsable de velar por el buen estado de las películas antes de su proyección. Para Nereo, este trabajo no tenía un horario definido. Su interés estaba completamente centrado en conocer los intríngulis del negocio cinematográfico. A los nueve meses de estar en Cine Colombia, se inauguró el Cine Rialto, una sala al aire libre sobre la antigua calle Las Vacas, en Barranquilla. Nereo confiaba en que fuera nom-

Primer contacto con la fotografía Un día que Nereo se encontraba trajinando con sus obligaciones administrativas, llegó su amigo Hernando Franco Bossa con una cámara fotográfica y le pidió que se la guardara mientras salía de viaje. Los ecos huracanados de la Segunda Guerra Mundial llegaban al país y, por razones de seguridad, estaba prohibido viajar en avión con un equipo fotográfico. De esta manera, tan inesperada como premonitoria, Nereo tuvo su primer contacto con una herramienta que, andando el tiempo, sería su profesión. Era una cámara alemana de fuelle Agfa, y empezó a tomar fotos sin ningún conocimiento. Por supuesto, esas primeras tomas fueron un desastre. Se fue entonces a visitar a su amigo Jimmy Scopell, dueño de un almacén de artículos fotográficos en Barranquilla, que le recomendó que comprara un manual de instrucción fotográfica Kodak para que empezara a ahondar en los secretos del oficio. Ese fue el verdadero inicio del periplo que lo conduciría, en un futuro,

a ser uno de los fotógrafos más connotados de Colombia. A medida que estudiaba el manual, Nereo se empezó a interesar más y más por la fotografía y comenzaron a surgirle inquietudes. Entonces, intensificó sus visitas a Scopell, que de manera generosa compartía sus conocimientos técnicos con el ansioso aprendiz. El capítulo final del manual estaba dedicado a las fórmulas para revelar rollos y Nereo encontró allí un problema difícil de resolver. En esa ocasión, decidió acudir a un pariente de su esposa, uno de esos fotógrafos que iban de pueblo en pueblo tomando fotografías para cédulas, y este se tomó el tiempo necesario para enseñarle a revelar una película en el cuarto oscuro. De manera rudimentaria, utilizando los platos de la cocina, pues durante la guerra escaseaban los implementos para cuarto oscuro, Nereo empezó a investigar por su cuenta el proceso de revelar, aprovechando la noche en un lugar de su vivienda que acondicionó para ese fin. Siguiendo las instrucciones del manual, construyó una ampliadora de cartón con una cámara de fuelle. También comenzó a coleccionar libros sobre fotografía, los que compraba cada vez que iba al almacén de Scopell o donde los encontrara, hasta llegar a tener una biblioteca especializada que hoy alcanza, según inventario reciente, cerca de 1800 volúmenes. Mientras tanto, seguía ejerciendo su labor de supernumerario en Cine Colombia, un trabajo en el que, en realidad, no tenía horario. Se encargaba de todos los oficios de la sala, desde seleccionar y proyectar la película, hasta la publicidad y el sonido. Un día que un técnico verificaba la resonancia de los parlantes en el teatro, Nereo se puso a escuchar y comentó la calidad del sonido. Impresionado por su buen oído, el técnico empezó a utilizarlo desde enton-

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brado operador de casilla, o proyeccionista, pero se sintió defraudado cuando nombraron a su cuñado, el esposo de su hermana Ana Araceli. Venciendo su proverbial timidez, se atrevió a manifestar que él estaba esperanzado en conseguir esa plaza. Arenas respondió con una risotada: “No sea pendejo —le dijo—, usted va de administrador, va a ser jefe de su cuñado”. Así empezó a cimentar su reputación de tener buen ojo para seleccionar películas que garantizaban una excelente programación. En poco tiempo su fama lo llevó a ser nombrado administrador supernumerario y comenzó a ir de teatro en teatro para salvarlos de la quiebra. Se volvió entonces un amuleto de la buena suerte para Cine Colombia en Barranquilla.

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Flautista en Carnaval de Barranquilla, sin fecha

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ces como consejero para la calibración de las cornetas en los cines de la ciudad. Para esa época, ya Miguel Arenas había sido trasladado a la zona de Bogotá, la más importante de la empresa, aunque la sede oficial era Medellín. Cuando vino para la inauguración del nuevo Teatro Colombia, una sala cerrada con grandes ventiladores en el centro de Barranquilla, Nereo aprovechó para solicitarle un traslado a la capital. Pero Arenas, siempre cauteloso, lo instó a que permaneciera en Barranquilla hasta que apareciera una oportunidad. No obstante, lo invitó a Bogotá a conocer la sede principal. Nereo se hospedó en un hotelito frente al recién inaugurado Teatro Colombia, hoy Jorge Eliécer Gaitán, sobre la carrera séptima, y, por primera vez, tuvo la oportunidad de conversar con los dirigentes de la empresa. Uno de esos días de 1947, ya de regreso, en Barranquilla, llegó de visita Jorge Osorio Gil, abogado de la compañía. En el curso de su primera conversación con Nereo, Osorio le propuso ir como administrador general de la zona sur de Santander, con sede en Barrancabermeja, en

Vapor en el río Magdalena, Barrancabermeja, 1947

donde, a raíz de un arqueo de caja, se había detectado un desfalco. Al incipiente fotógrafo esta plaza desconocida le pareció un reto y la oportunidad de demostrar la experiencia que había ganado en los cines de Barranquilla. El nombramiento era de urgencia, tenía que partir en dos días, pues en la ciudad petrolera lo esperaban con impaciencia.

Barrancabermeja El Teatro Libertador de Barrancabermeja era amplio, tenía un segundo piso que estaba dividido entre un palco abajo y un apartamento trasero con oficina, en donde se hospedaba y trabajaba el administrador. En el momento de posesionarse Nereo, esta sala, arrendada por Cine Colombia, estaba totalmente desprestigiada entre la comunidad, debido a su mal sonido y a la pésima calidad de sus proyecciones. Nereo empezó a trabajar con tesón, pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el cine no prosperaba. Fue necesario insistir hasta el cansancio para que por fin le encargaran al hijo del dueño de la sala, con quien ya ha-

mejoras introducidas, la concurrencia aumentó hasta hacerse rentable. La gerencia de Cine Colombia estaba contenta con el giro que había tomado la sala. Mientras tanto, Nereo siguió incrementando su afición por la fotografía. Y sus amigos de los campamentos petroleros empezaron a pedirle que les revelara sus rollos de película, cosa que hacía con gusto, ya que sentía un verdadero amor por el oficio. Para entonces también había mejorado su equipo fotográfico, con una cámara Leica de 35 mm, una Rolleiflex y otra de 4×5. Llegó el momento en que empezó a cobrar por el revelado, para pagar los costos del material. Y, cuando se hizo muy grande el pedido, decidió montar al lado del teatro un almacén de artículos fotográficos, como aquel de Jimmy Scopell en Barranquilla, en donde había iniciado su aprendizaje. Como fanático de la “pelota caliente”, con el dinero que ganaba fundó un equipo de béisbol, cuyo desempeño contribuyó a popularizar el deporte en la capital petrolera. Si bien Barranca es una ciudad santandereana, la mayoría de sus habitantes son inmigrantes del litoral Caribe que conservan la afición por este popular deporte, y en esa época cada campamento petrolero tenía su equipo. La revista La Antorcha saludó esta empresa deportiva con la publicación de una foto del joven administrador y de uno de los integrantes del equipo, así como con una nota: El ambiente deportivo de Barranca se tonificará con la fundación de un nuevo conjunto de béisbol. No sabemos qué nombre llevará el equipo ya en plena organización, pero sí tenemos el placer de estampar el nombre de nuestro amigo don Nereo López como el del fundador y organizador de ese conjunto [...]. La Dirección de esta revista aprovecha la ocasión para agradecer al señor Nereo López la ayuda prestada a La Antorcha me-

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bía entablado una amistad, que armara un buen sistema de sonido. Cuando se estrenó el nuevo equipo, con la película Mujer, basada en una canción de Agustín Lara, sonó tan bien que Nereo se puso en contacto con Discos Fuentes para que le enviaran cada semana las grabaciones recientes y, en contraprestación, anunciaba en la pantalla: “La música que escuchan es cortesía de Discos Fuentes”. Con este primer paso, se empezó a enderezar el destino del teatro, porque, desde antes de la función, los espectadores escuchaban la música rumbera que se tocaba en la sala y, después, se popularizaba en el resto de la ciudad. Si bien Nereo llegó solo a Barranca, una vez instalado trajo a su esposa, la cartagenera Sarita Cordero Leal, con quien tuvo dos hijos: Álvaro y Nereida. En poco tiempo, el flamante administrador empezó a moverse en los círculos sociales más influyentes de la ciudad. Se hizo socio fundador del Club Cardales, nombre derivado de una ciénaga que forma el río Magdalena detrás del puerto fluvial, a través del cual contribuyó a hacer obras en beneficio de la comunidad. Sin embargo, a medida que crecía su popularidad, también comenzó a deteriorarse su matrimonio. Nereo era una persona carismática que atraía a amigos y admiradoras. Pero tal cosa no encajaba bien con su esposa, que, ante el intenso horario que exigía su trabajo como administrador del cine, así como ante las demandas de su afición a la fotografía y las actividades deportivas y sociales de un mujeriego insobornable, desarrolló unos celos furiosos. En esa época, estaba en boga el mambo de Dámaso Pérez Prado, y su esposa se quejaba, con razón, de sus andanzas y calaveradas en las fiestas en las que él, asiduo bailarín, era el centro de un núcleo de celebrantes. Bajo su administración, el Teatro Libertador empezó a ganar terreno. Con las

diante sus magníficas fotografías. Como ya es de dominio general, Nereo es un magnífico reportero gráfico, cuyas instantáneas han adornado en varias oportunidades esta revista. (La Antorcha, 5 de septiembre de 1951)

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En efecto, entre las primeras fotografías que Nereo publicó en Barrancabermeja se encontraban imágenes deportivas tanto en La Antorcha, como en Barranca Deportiva y el Diario Gráfico. El miércoles 31 de octubre de 1951 se publicó una en particular que muestra al orgulloso equipo “Nereo, Estudio Fotográfico”, integrado por Santander Ortiz, José Foster, Guillermo Ennis, Hernando Galvis, Tito Camargo, Solongel Rodríguez, Arturo Palomino, José Camargo, Luis Téllez, Fortunato Machuca y José Tovar. Un poco antes de esto, en la publicación Santanderes, cuyo lema era “Revista de expresión santandereana al servicio de Colombia”, había aparecido un perfil que sintetizaba de manera contundente la incipiente trayectoria fotográfica de Nereo:

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Desde hace tres largos años se encuentra radicado en la ciudad de Barrancabermeja el ya prestigioso fotógrafo cartagenero Nereo López, nuestro colaborador gráfico en ese puerto. Nereo es un hombre joven, sencillo, con una abrumadora personalidad de artista que lo distingue a primera vista entre los de su profesión. Ha infundido a su personalidad el juvenil desasosiego espiritual que lo mantiene en la búsqueda permanente de motivos panorámicos y de tipos étnicos y sociales para captar con su máquina fotográfica. Nereo es, antes que todo, un estudioso de su profesión. De la etapa del retrato propiamente dicho ha pasado al campo intuitivo, pudiera decirse, de la fotografía, campo que exige condiciones sensoriales e intelectivas, recreación amorosa en el desentrañamiento de la expresión estética y la verdad plástica de las figuras y paisajes. (Santanderes, febrero-marzo de 1951)

Desde esta reseña inicial de su trabajo, se advierten los intereses que dominarán para siempre la vocación artística de Nereo. La semblanza de aquella época es precisa en detallar los temas que enfocaba el naciente fotógrafo: En esta función —que tiene para él un alto significado deleitante— emplea la mayor parte de su tiempo, ora en su estudio de la ciudad, o ya recorriendo las callejas del puerto, en contacto con los tipos humanos de braceros o bogas, de marineros y trabajadores del petróleo. Otras veces, no importa la hora, con luz de sol o de luna, se suma al laboreo de la pesca para presenciar la faena en toda su intensidad gráfica. Así, y como resultado de su vocación, exhibe Nereo un archivo completísimo de fotografías que relievan en todos sus rasgos visibles los principales aspectos del puerto, desde el esfuerzo humano del obrero que mantiene tensa la soga metálica del barco, pasando por las escenas movibles de la pesquería, hasta la serena presencia de los panoramas cambiantes del río Magdalena, con sus muelles, sus barcos y sus lanchas. Su obra comienza a despertar interés entre los entendidos y amigos de la fotografía moderna, de la reseña gráfica periodística. (Santanderes, febrero-marzo de 1951)

En su almacén de artículos fotográficos, Nereo organizó también un pequeño estudio que en poco tiempo ganó una numerosa clientela. Si bien era todavía un fotógrafo aficionado, sin instrucción precisa sobre iluminación o las técnicas necesarias para lograr un buen retrato, era un mago de la intuición con un eficaz equipo. Y las mujeres, en especial, se emperifollaban y maquillaban en exceso para retratarse, aunque después tuvieran dificultad para reconocerse en la fotografía. Sin embargo, los celos de la competencia no tardaron en sembrar cizaña en

Creación

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Cusco (serie El Tren), Perú, 1960

el normal desarrollo de sus actividades comerciales. Para evitar la inquina y desembarazarse del estrés que tal situación causaba, decidió concentrar todos sus esfuerzos en sus intereses fotográficos independientes, su equipo de béisbol y su trabajo administrativo. El ambiente político de la ciudad también conspiraba para inquietar a Nereo. Un año después de llegar a Barrancabermeja, el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, había caldeado los ánimos. Los conservadores armados intimidaban, torturaban e incluso ejecutaban a quienes consideraran enemigos de su doctrina. Eran los inicios de una época funesta que llegaría ser conocida como La Violencia, por el estado de degradación a que llegó el conflicto. En esa atmósfera de incertidumbre, los oportunistas del momento empezaron

a asediarlo para exigirle entradas gratis al teatro. Por supuesto, Nereo se negó de manera obstinada hasta que empezaron a llegar las amenazas. Recuerda que por las noches circulaba una camioneta con altavoces que instigaba a los conservadores a “castigar” liberales. Y, a medida que crecía la inseguridad, algunas personas comenzaron a preguntarle por su filiación política. Como siempre, Nereo trató de mantenerse al margen de la política, pero su posición suscitó todo tipo de sospechas. Una madrugada llegaron personas a rastrillar las rejas del teatro con los revólveres, gritando que necesitaban que fuera a tomar una fotografía “a las buenas o a las malas”. A pesar de sus protestas, Nereo no tuvo otra alternativa que vestirse y dejarse llevar en un jeep hasta el Hotel Pipatón, en donde tuvo que fotografiar un retrato de Laureano Gómez con un grupo de conservadores que

se entretenían con sus pistolas en medio de una aterradora borrachera. Finalmente, Nereo tuvo la suerte de que militarizaran la zona y de que el comandante del Ejército, que oficiaba de policía, fuera un fanático de la fotografía y católico de misa diaria. El coronel Acosta visitaba su almacén para revelar sus rollos, hacía preguntas o solicitaba consejos sobre fotografía. Aprovechando la amistad que entablaron, un día Nereo le expuso la situación de desamparo en que se encontraba por las amenazas recurrentes. “Usted sabe, coronel —le dijo en tono confidencial—, si dejo pasar a todo el mundo, se me llena el teatro y sin recursos económicos termino en la calle”. El militar se manifestó sorprendido con esta revelación, pero con decisión solidaria se propuso hallar a los responsables y puso coto a la zozobra por la que atravesaba su amigo fotógrafo.

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La fotografía como actividad profesional

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Fue en esta coyuntura cuando Nereo empezó a pensar en profesionalizar su afición y se matriculó en un curso de especialización de fotografía por correspondencia en una escuela de Nueva York. Por esa época, un día desembarcó en el puerto el escritor Manuel Zapata Olivella, que iba para Barranquilla en uno de esos hermosos barcos fluviales que surcaban el río Magdalena. Nereo estaba en el muelle cuando vio desembarcar a su viejo compañero de infancia. El encuentro de estos dos amigos, que no se habían visto en largos años, fue de intensa emoción para ambos. Después de los saludos y los recuerdos, Nereo invitó a Zapata Olivella a visitar el teatro que administraba. Una vez allí, el escritor quedó impresionado con el trabajo que Nereo había

hecho en el teatro, pero se impresionó aún más cuando lo llevó al segundo piso. Lo primero que vio fue una fotografía del Salto de Tequendama. “¿De quién es esta toma?”, preguntó Zapata. “Es mía —respondió Nereo—. Es más, mira todas estas fotos que tengo aquí”. Asombrado al ver las fotografías, que revelaban una sensibilidad especial, Zapata Olivella exclamó: “Nereo, ¡tú tienes aquí una mina!”. Zapata insistió en llevarse una selección para escribir un reportaje sobre el encuentro con su viejo amigo de infancia. Lo que hizo fue llevarlas donde Gabriel Trillas, un español exilado de la guerra civil de su país que se desempeñaba como jefe de redacción de la revista Cromos en Bogotá. “Cargado con aquel tesoro —recuerda Zapata— deslumbré al español Trillas en Cromos, que dio al traste con la anónima pasión del administrador de una sala de cine ribereña. ‘¿Este tipo quién es?’, me preguntó. ‘Dile que siga colaborando con nosotros’”. Zapata Olivella también le mostró las fotos a José el Mono Salgar en El Espectador. Y solo fue cuestión de tiempo para que entre todos conspiraran para que Nereo mostrara sus imágenes. La primera fotografía que apareció en el diario capitalino fue publicada el 22 de enero de 1952. Y el 27 de enero se lee: “Foto enviada desde Barranca”. La revista Cromos incluyó su primera imagen el 22 de noviembre de 1952. Y el 13 de diciembre el editor expresó: “Fotos tomadas por Nereo, el extraordinario fotógrafo de la costa”. El 24 de mayo de 1953, el Magazín Dominical, de El Espectador, dedicó la portada a una de sus fotografías, titulada Sancocho. Y una semana antes, el 16 de mayo, Cromos ilustró su portada con una bella imagen del legendario vapor David Arango, que tiempo después sucumbiría bajo las llamas de un criminal incendio.

Muestra de transfografías (fotografía experimental)

Marta Traba, 1964

Escalera al cielo, sin fecha

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Cuando regresó a Barranquilla, en 1952, Nereo fue nombrado corresponsal de El Espectador, cuyos jefes de redacción y de fotografía, el Mono Salgar y Alberto Garrido, respectivamente, ya conocían el trabajo que había adelantado durante su permanencia en Barranca. Como fotógrafo independiente, trabajó en todo tipo de proyectos. Uno de los más rentables era el de los álbumes de boda, que incluían una secuencia de fotografías que narraban la boda y una portada bordada con cordones de seda. Esto se volvió tan famoso que matrimonio que se respetara tenía que incluir en su presupuesto el álbum fotográfico de Nereo; un nombre que, en la Barranquilla de los años cincuenta, estaba asociado a un trabajo de calidad artística y que permitía, además, entretener

San Pedro Pescador, Canal del Dique, Atlántico, sin fecha

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Ese era el estímulo que Nereo necesitaba para lanzarse de lleno a la fotografía. Renunció a su trabajo como administrador del teatro en Barrancabermeja y, con el dinero de la cesantía y las prestaciones sociales, se fue a Nueva York a presentar su tesis de grado en la especialización de fotografía de niños. En Nueva York, divorciado ya de su primera esposa, el tiempo le alcanzó para conocer a Ester, una bella dama con quien se casó para formalizar una fugaz alianza que se había iniciado a raíz del interés que suscitaba en la “gringa” el exotismo de esa Colombia, con su selva, sus montañas, sus playas y caudalosos ríos, aderezada, además, con las maravillosas historias que Nereo le contaba a la luz de una chimenea en Manhattan, en medio de un nevado invierno.

gráfico de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez en Estocolmo (1982); su paso como corresponsal gráfico de la famosa revista brasileña O’Cruzeiro, en donde se publicaron destacados reportajes gráficos; los numerosos premios nacionales e internacionales que acreditan la calidad de su trabajo fotográfico; hasta la última etapa de su vida en Nueva York (2000 a 2015), en donde incursionó en la fotografía digital con estimulantes propuestas gráficas, sin olvidar su prodigiosa creatividad consignada en una veintena de libros que dejó publicados o inéditos para futuras ediciones.

Nereo López y Eduardo Marceles en el estudio del fotógrafo en New York, 2012

127 Creación

la ilusión de que las fotos fueran publicadas en El Espectador. A partir de esta etapa de su vida como fotógrafo, su fama empezó a crecer de manera ininterrumpida, pasando por su integración al Grupo de Barranquilla y sus fotos de La Cueva; su participación como protagonista y director de fotografía de La langosta azul, que ha pasado a la historia como la primera película con un argumento surrealista que se haya realizado en Colombia y América Latina (1954); su cobertura especial de la visita del Papa Paulo VI a Bogotá, a clausurar el Congreso Eucarístico Internacional de 1968; el cubrimiento

Crónica

Carne frita con arroz y tajadas (o la última comida de un condenado a muerte) andrea salgado

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Mención por calidad del testimonio autobiográfico, Premio Nacional de Crónica Ciudad de Bogotá 2010.

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Nací cuando mis hermanos ya eran adultos, de tal manera que me convertí en la niña consentida de la casa y era tal el apego de mi madre hacia mí, que fui yo misma quien tuve que suplicarle a los cinco años que ya era hora de que me enviara a la escuela. Partí llevando una lonchera de metal de Fresita: yogur y un sánduche de jamón, queso y mermelada, hecho en una de esas sanducheras de hierro que se ponen directamente sobre el fuego. Fue un día extraño. Casi todos los niños de primero de primaria tenían siete años, así que me sacaban una cabeza en estatura. Yo era un parche pequeñito y de otro material, y todo por culpa de mi madre. Semanas atrás, cuando me alistaba para iniciar mi vida académica, fui con ella a comprar el uniforme. Al llegar al almacén, se escandalizó por la pobre calidad de la tela y la confección, así que compró una del mismo azul pero mucho más fina y le pidió a su prima, la costurera más prestigiosa de Sevilla, Valle, que lo hiciera a mi medida. Por si fuera poco, en vez de los zapatos marca Grulla tenía yo las últimas zapatillas Reebok negras, enviadas desde Nueva York por mi tía. “Es un desperdicio, mija, comprar un par de zapatos negros adicionales, además mire qué toscos se ven esos zapatos, le salen ampollas, mejor póngase los que mandó Nidia”, había dicho mamá. La mía era una escuela pública, y mientras todos se veían normales con su uniformes

y sus zapatos marca Grulla, ahí estaba yo, el bicho raro con jardinera de prenses perfectos, dos trenzas largas y negras coronadas con cintas azules y mis zapatos de Volver al futuro. Me senté en la primera fila para no sentir la mirada de nadie y al descanso salí al patio sola con mi lonchera. Rosario, una niña con el pelo corto como un niño, salió detrás de mí y sin decir nada se sentó conmigo en el patio. Las dos sacamos los contenidos de nuestras loncheras. Ella traía arroz, carne frita y aguapanela, y yo con mi sanduchito y ese yogur tan fuera de lugar como yo misma. Con el paso del tiempo nos volvimos amigas e intercambiábamos la comida. Moría por la lonchera de Rosario. Hace un par de años, en una de mis visitas al pueblo, paramos con unos amigos en un puesto de arepas. “¿Andrea?”, me dijo una señora acuerpada y de pelo corto como un hombre. “Soy yo, Rosario, ¿se acuerda de mí?”. “Hola, cómo está, ¿este es su negocio?, tanto tiempo, claro, claro que me acuerdo”. Contesté una sarta de estupideces, roja hasta el pelo. Ahí estaba Rosario de nuevo con el uniforme de verdad y yo pequeñita, con mis telas finas y mis tenis extranjeros. Si estuviera condenada a muerte pediría de última comida una carne frita encebollada con arroz blanco, tajadas maduras, tomate pintón en rodajas, una arepa blanca y un vaso de aguapanela fría con limón.

andrea salgado

A los dieciséis, después de terminar el colegio, me fui a vivir a Nueva York. Me había graduado muy joven y mis papás, atemorizados por los atentados del narcotráfico que ocurrían en las principales ciudades de Colombia, decidieron que era mejor que viajara un par de años y aprendiera inglés antes de comenzar la universidad. Tan pronto llegué a La Guardia Community College, ñoña que siempre he sido, hice un pacto conmigo misma: no establecería amistad con ningún hispanohablante que me impidiera aprender inglés. Así que me hice amiga de una japonesa de veintisiete años que, junto con su esposa, me convirtió en su Tamagotchi. Sonomi tenía una vida que a mí, bajada con espejo desde las profundidades de los Andes colombianos, me parecía de ficción: Sonomi era una make-up artist (maquillista profesional) y su vida transcurría en el círculo de la moda de Nueva York. Me arrastraba a los estudios, al backstage de los desfiles, conocía modelos, fotógrafos, músicos, actrices y una fauna diversa y multicultural. Nos movilizábamos, ella en patineta y yo en mi patines en línea; rastreábamos tendencias; me cortaba el pelo, me hacía pruebas de maquillaje y, en general, efectuó en mí un cambio de look desde el alma. Todo lo que la rodeaba era estéticamente perfecto y equilibrado. Los fines de semana me quedaba en su casa en Lexington Avenue, y con su esposo, Obi, productor en aquel entonces de hip hop, me llevaban a comer a alguno de los restaurantes que aparecían en las guías. El asunto consistía en rastrear lo más étnico, lo más regional, lugares secretos

y pequeños, escondidos entre los rascacielos de Manhattan. En Nueva York, y gracias a Sonomi y su marido, comí comida hindú, jamaiquina, vietnamita, koreana, szechuan, griega, japonesa, mexicana, hawaiana y otras que ni recuerdo. Y gracias a Sonomi descubrí que la comida no era solo olores y sabores, sino un despliegue visual y táctil, un arte de lo efímero, pero de todas maneras una experiencia intensa que debía ser vivida en toda su elegancia y armonía. En su cocina, cuando no nos encontrábamos con ánimo de salir, ensayábamos diferentes recetas. Yo le enseñé a hacer sudados, fríjoles, lentejas y arepas de la Areparina. El sudado lo preparábamos con papas criollas que conseguía congeladas en una tienda colombiana en Jackson Heights y la carne la cortábamos en pequeños bastones. Todo debía poder ser comido con palitos chinos. Por su parte, Sonomi me enseñó a preparar algunas cosas, pero sobre a todo a comer curries japoneses o coreanos explosivamente picantes. Yo lloraba, reía de que se me escurrieran las lágrimas, y me metía otra cucharada de curry con arroz. Nunca me ha gustado dejarme vencer por la comida. Practico los sabores como un deporte extremo, siempre dándoles una segunda oportunidad, hasta que afino los músculos y puedo disfrutarlos a plenitud. La última vez que vi a Sonomi fue en el 2008. La visité en su casa en South Old, un suburbio en Long Island, al costado opuesto de los Hamptons, donde vive una comunidad comprometida con los alimentos orgánicos y la sostenibilidad.

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Onigiris (bolas de arroz para la autoestima)

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En las calles no se ve ni un solo almacén, ni un solo restaurante de cadena. Cuando fue madre, Sonomi, siguiendo la tradición japonesa, abandonó su profesión para dedicarse totalmente a la crianza de su hijo. Fue extraño verla, sin su patineta, sin su marido hip-hopero, que ahora se dedicaba a producir música para filmes japoneses y ya no sonreía, ya nada parecía divertirlo. Me quedé con ella tres días. El primero fuimos hasta Manhattan a un restaurante etíope (la tendencia de aquel entonces en Nueva York). Sobre una injera, una especie de pancake de textura elástica, ponen diferentes guisos que uno come con la mano. Muy básico, casi como nuestros sudados colombianos pero con más especias. El segundo día cocinó para mí, una mesa impecable, dolía de lo hermosa, todo en su sitio, cuencos y más cuencos formando una sinfonía. El plato central era tempura de mariscos, pero también había un poco de sopa de miso con tofu fresco, arroz blanco; pequeños cuencos de porcelana con rábano blanco rallado y jengibre en conserva, y como era por los días de la Navidad, unos pequeños pescados ahumados y dulces con textura de caramelo que los japoneses envían como regalo en las festividades. Los mariscos los habíamos comprado al atardecer, directamente en la pescadería del puerto. Los pescadores todavía estaban bajando la carga cuando parqueamos el carro. En la comida, tan pronto Obi mordió el primer langostino, declaró que la masa no estaba perfecta, que la tonta de Sonomi había arruinado el baño de María invertido, que debía haber quedado más esponjoso y firme, y que no se iba a comer semejante

porquería. Todo eso dijo, o por lo menos eso fue lo que Sonomi me tradujo después de que él se encerrara a trabajar en su estudio. Sonomi, Kai (el hijo) y yo terminamos de comer en silencio. El tercer día, al desayuno, antes de que me llevara a la estación del tren, Sonomi preparó bolas de arroz para la lonchera del pequeño Kai. La colita del langostino asomaba por uno de los costados, un pedazo de alga tostada en teriyaki la envolvía para que uno la cogiera sin ensuciarse las manos. Kai entró en la cocina justo cuando Sonomi empacaba las bolas de arroz en la lonchera y dio un gritico de felicidad tipo anime; le salieron emoticones de la emoción. Sonomi sonrió al ver al niño y espantó de su cara el rastro de la tristeza por el episodio con el marido la noche anterior. Empacó dos bolas para mi viaje de regreso a Nueva York. Me fui de la casa de Sonomi algo triste, pensando en cómo nos cambia el tiempo. Años más tarde, en Austin, Texas, me descubrí preparando hermosas bolas de arroz rellenas de langostinos para llevar al trabajo de mierda que tenía como editora en Pearson Education, una especie de fábrica del conocimiento, inhumana y absurda. Me reconfortaba al almuerzo, mientras todos comían su comida de microondas, el sabor limpio del arroz y los langostinos crudos, el dulce-salado-crocante del alga tostada en teriyaki, el equilibrio de la forma, lo mucho que yo me quería a mí misma para proporcionarme semejante banquete solitario. Me imaginaba como una sailor moon, flotando entre los condenados del sistema, brillante, bella, invencible, dándole un mordisco a la perfección de arroz.

Nelson Romero Guzmán y la forma suprema de edificar el arte julio césar rodríguez

Esta entrevista que compartimos con ustedes es una muestra de esos encuentros poéticos que, desde el más allá, se tejen con los hilos del más acá. En este, a la vez que compartimos “con los ojos del iluminado” la poesía y el pensamiento del poeta Nelson Romero Guzmán, aprovechamos para dar inicio a esta primera jornada del homenaje a Carlos Obregón, en sus cincuenta años bajo la sombra de los olmos. ¿Qué es para usted la poesía? No hay una definición concreta alrededor de la poesía justamente porque hay muchas formas de expresar la poesía a través del lenguaje. Y no solo del lenguaje, de su expresión lingüística, sino de diferentes tipos de lenguaje: plástico, sonoro… Y, por lo demás, existen diferentes maneras de experimentar con el lenguaje, de tal suerte que la definición se escapa al concepto. Pero podría decir que lo que exige la poesía es una creación, una revelación del mundo a través del lenguaje. El pequeño Larousse informa en sentido figurado: escarabajear es escribir haciendo escarabajos. Yo escribo escarabajos, y, cuando también me canso de redondear mi excremento, me escarabajo, sueño. (Tinta de escarabajo)

La poesía es ver el mundo de otra manera. Es ver lo no visto, es ver aquello que el mundo oculta, pero siempre trasgrediendo justamente las normas que sostienen a ese

mundo. En esto consiste la creación: en la transgresión, en el divertimento, en el juego. Un gato en mi escritura no me deja /escribir. Le lanzo tres versos para espantarlo, pero él los desescribe en /perfectos arañazos. Es más que una escritura negra, llena de / pelos, con los ojos del iluminado. Cuando en la casa huele a /infierno, es porque el gato ya empieza a escribir. Lo sé /cuando se ovilla con las palabras que no permitirá que nadie escriba /porque pertenecen al mundo de sus propios misterios. Sabe, más que /los críticos, que la escritura es un robo despiadado… (Centinela)

¿Cómo fue su nacimiento como poeta? Comencé a asombrarme por la palabra, por la poesía, cuando estudiaba en el colegio, en mi pueblo natal, Ataco, Tolima. Me escapaba de las clases de química, de física, para meterme en la biblioteca a leer poesía, a leer literatura. Y, por eso, aún no tengo la conciencia de ser bachiller de verdad. Me pasé la vida en el ocio de la lectura y también de la escritura. Lo que era el orden dentro de la Escuela /lo transformé en un antro donde el negro alucina la luz /sobre las espaldas laceradas de los condenados. Pero en la /Escuela todos son santos y en sus espaldas la luz no duele, surge /indemne en forma de espíritu. […]

131 Creación

Entrevista

En mi íntimo ser batalla otro ser. He /matado la Escuela y de su sangre me valgo para pintar esta /otra cosa que es un manicomio. […] En mi íntimo ser batalla otro ser de /negros apetitos. (Carta devuelta)

¿Cómo empezó a tener conciencia sobre la poesía?

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Creo que he tenido conciencia de la poesía como el arte de la dificultad. Es muy difícil escribir poesía. Sin embargo, vivimos en un país donde todo mundo dice ser poeta. Pero es muy difícil hablar de grandes poetas, que lo son, como Vallejo, como Neruda, en sus buenos momentos. Como los grandes poetas de la Generación del 27. Como Vicente Huidobro y tantos poetas que en realidad lo son. Y creo que ese ha sido mi mayor asombro.

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Pintar la locura de los girasoles /y hacer que iluminen la oscuridad del hombre. Esa es la Grandeza. Lo demás se subasta fácil como las telas /de holán. Pero nada más cercano a la gloria que un girasol que está muerto y nos alumbra. (Para un homenaje)

Cuando se escapaba a leer poesía, ¿cuáles fueron esos primeros poetas que descubrió? Tuve una malformación, pero en el fondo fue una formación. ¿Por qué digo una malformación? Porque en ese tiempo leí únicamente los poetas que aparecían en los manuales de literatura de los colegios. Recuerdo que el autor era Lucila González de Chávez. Y lo que se publicaba allí era esa poesía tradicional, todavía muy conservadora, muy clasicista, muy romántica, muy enaltecedora del Yo íntimo.

Después fui irrumpiendo en otras lecturas que le aportaban más a lo que era realmente la poesía y el arte… A mí Baudelaire me transformó, Rimbaud me transformó… Y, en español, Vallejo fue para mí un poeta esencial y Vicente Huidobro, principalmente. También la primera vanguardia. I. ¿La simetría de Dios en la piel del tigre fue otro de tus grabados, terrible Blake? XIV. Dios pela una cebolla, el Diablo pela una cebolla, ¿quién llegará primero al corazón? XVI. Abro el libro, pero el tigre ya se ha ido. Sigo sus huellas. (Blake)

¿Qué les debe a estas lecturas? En este proceso de lectura y de escritura, lo que uno hace es corregirse en cierta forma y enriquecerse a través de los autores que uno lee. El concepto de poesía va cambiando a través del tiempo, a través de esa experiencia de lectura y a través del ensayo, principalmente. El poeta tiene que leer ensayos acerca de la poesía. Tiene que leer filosofía, pienso yo. Tiene que leer arte. El poeta tiene que tener una sensibilidad para esas otras formas de expresión, pues esta justamente ha sido la enseñanza de la poesía moderna. Baudelaire, Rimbaud, Shelley, los poetas románticos, Hölderlin fueron poetas que escribieron poesía, crearon mundos, pero también reflexionaron acerca del acto de escribir, reflexionaron acerca de la palabra. Creación y reflexión son dos actos que no pueden separarse —y la crítica—. Cuando Hölderlin escribe poemas en su /cabaña, el viento se le lleva el techo. Es cuando mira la hoja vacía en que /escribe y dice “¿para qué?” El poeta escribe su poema último con la /pluma partida. Luego, en el punto más alto de su locura,

Pero creo que lo que más me asombra de la poesía no es solo su belleza a través de la imagen, sino que esa imagen esté llena y sea capaz de resignificar el mundo, que sea capaz de reinterpretarlo, que sea capaz de verlo de otra forma. Y no solo de verlo desde un Yo íntimo, personal, sino desde ese Yo otro. Ese Yo que somos Todos. Tengo las manos teñidas de rojo, luego /de pintar mi autorretrato. Me pinté en el infierno. En ningún otro /lugar están todos los óleos. Sólo en la tempestad de esos colores /pude dibujarme. A mi lado, la cena abandonada, y el rojo entre mis /manos. Siento miedo al saberme el autor de mí mismo. (El relato del Conde Harry Kessler)

En su obra hay un diálogo con la pintura, ¿por qué no nos habla de la relación poesía-pintura a propósito de la relación poesía-poema? En la poesía colombiana hay una tendencia temática a expresar la poesía a través del lenguaje plástico, a través de la pintura. Yo me aventuré a expresar la pintura a través de la poesía por medio de esos pintores que son canónicos, pero que, a su vez, son marginales, como Van Gogh o como Goya. Y estos pintores lo que han hecho es ver el mundo a través de la marginalidad, a través de la escisión, a través de la locura. Incluso a través de la enfermedad. Sólo como pan y cerveza. El hambre es /de pinceles, de telas… Miro los soles concluir en estas tardes /verdes que me aguardan

una esperanza, y algo se crispa en el /espíritu insaciable. El alba me acoge con brazos blancos y creo /comer de las patatas que pinto. El hambre es de colores. Envíame un /poco de dinero para ganar los días que vienen. Voy a terminar los /bordes de un cielo por el que quiero escapar. (Carta)

Y es así como estos grandes pintores, que tienen una postura negativa frente a lo estético, son grandes pintores y, a su vez, grandes poetas, porque no necesariamente los creadores tienen que ser poetas en pintura o poetas en poesía. Y ellos me enseñaron eso… Entonces escogí a esos poetas pintores, que realmente tienen un mundo, un drama interior, porque la poesía es eso también: un drama interior (“En mi íntimo ser batalla otro ser de negros apetitos”); pero no para retratarlos, no tanto para ubicarme de una manera contemplativa con el lenguaje a través del poema, sino como una manera de reencarnarlos por medio de la palabra. Me aterro cuando salen corriendo de esta casa todos los personajes y me dejan solo. Entonces tomo el pincel y regreso a mi /ocupación: volverme a hacer. (Autorretrato)

De ahí surgió un momento que tuve con mi poesía, porque creo que he ido cambiando de formas con la poesía. Leyendo sus poemas sobre Van Gogh, Goya, pareciera que el poeta que escribe entrara en los cuadros que pinta y se sentara en la silla, por ejemplo. ¿Cómo hace usted para habitar ese mundo pictórico? Aprendí de la poesía moderna, y de Baudelaire principalmente, que “mi grandeza existe en no tener corazón”. Baudelaire separó el yo biográfico del yo estético. Por eso,

133 Creación

/la devuelve a sus dioses, sin darles las gracias, con un “¿para /qué?”. Y con el fuego guardado para tiempos /de escasez quema la cabaña. (En tiempos de miseria Hölderlin prende fuego a su cabaña)

cuando escribo, me ubico en ese “Yo soy Otro”, en la posibilidad de ser “El Otro”. Y, en este caso, en ser el pintor. Digo una palabra y su sombra proyecta una escalera. Por ella subo a las altas basílicas de la luz, apuntillo el cielo y cuelgo los girasoles de Van Gogh para que la eternidad sea un lienzo purísimo. (Instalación al aire libre)

En el desdoblamiento de ese yo, el poema va surgiendo… Pero yo nunca digo: “Voy a escribir un poema que va a empezar así y que va a terminar asá”. Tengo un gran mural, el esquema. Sé sobre lo que voy a escribir, voy poniendo la primera frase y el poema se va dando. Y en muchos de estos casos está ese Van Gogh íntimo de las cartas a su hermano Théo. Y es allí, en estos textos, donde lo estoy viendo dentro del cuadro. Es decir, es meterse por medio del lenguaje dentro del mundo de su obra.

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¿Quién no hubiera querido ser la mano /de Van Gogh?

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Estos poemas quisieran, por lo menos, /revelar al lector secretos de su oreja mutilada. Por ahora, /sueño que estoy sentado sobre la silla que dibujó y que él /viene; viene bajo el cielo de Arles, se me acerca y /desenrolla un lienzo transparente a través del cual puedo /mirar a unas campesinas barriendo en los patios de su infancia. /Más allá, sembradores de patatas y los cuervos sobrevolando /trigales por cielos de eternidad. Pero, cuando voy a entrar a /una casa que me ha dibujado, despierto asomándome por ventanas /solares.

Antes, el pintor me ha pedido que /le lleve a Théo una carta. (Para una iniciación)

En poesía existe el poeta que reflexiona sobre su obra, ¿usted tiene alguna arte poética? Creo que una de las grandes tendencias de la poesía moderna es ubicarse dentro de la poesía misma. Es decir, la poesía que reflexiona sobre la poesía a través de la poesía. Entonces esto no es algo que solo yo hago. Es una tendencia moderna y contemporánea del poeta. Estos poemas que leí, Tinta de escarabajo y Centinela, son el símbolo del poeta y son justamente como una arte poética. En mi libro Grafías del Insecto, creo que es donde mejor está simbolizada esta arte. Poseo el oficio exquisito del insecto en /mi mano: hacer redonda, aunque por un instante, /la dicha invisible de una materia inútil. (Tinta de escarabajo)

¿Por qué la cercanía de su obra con la locura? Creo que la marginalidad y el absurdo son una forma suprema de edificar el arte. Pero no hablo de una locura como una enfermedad mental, sino como una desorganización, incluso consciente, del yo que es capaz de fragmentar la realidad a través del lenguaje. No hablo de esa locura de la estulticia, sino de esa locura de la ingeniosidad para crear y, casi siempre, desde allí, desde esa negatividad, mirar al mundo y enriquecerlo. La ciega Narcisa enloqueció y dijo: /“estoy en el paraíso”. Ese lugar no existía hasta que la /alucinada lo pronunció y alguien tomó papel y pluma para /escribir su viaje, y para meternos en este embrollo.

De todos los grabados expuestos en la /galería, el rey ha terminado enamorándose de La enfermedad de la /razón. Esa escena de moribundos —según lo ha dicho— parece expresar la /maravilla de quien perdió en la tierra todo consuelo. (Carta de un crítico inédito a Goya)

Háblenos del ensayo, ¿cómo es ese trabajo suyo, el de un poeta que reflexiona sobre la poesía de otro, en este caso específico, sobre Álvaro Mutis, Aurelio Arturo, Ramón Cote Lamus y Carlos Obregón? He venido haciendo reseñas sobre libros. Publiqué durante muchos años, en las páginas culturales del periódico Nuevo Día, notas sobre poesía, sobre grandes poetas y sobre poetas colombianos de diferentes épocas. Pero últimamente he hecho ensayos, principalmente de la poesía colombiana a partir de Carlos Obregón, un poeta que se está empezando a reconocer y que fue muy difundido en España1. El silencio gira en torno de la espiga. La espiga asciende, palpa, escucha. Y, en el filo del exilio, la noche florece fervorosamente.

Y estas reflexiones me han servido mucho para conocer un poco más la poesía colombiana y para atar ciertos cabos acerca de lo que pienso sobre la poesía misma y sobre el mundo construido en particular por Carlos 1

A partir de acá, y hasta el final de la entrevista, todos los poemas que se citan hacen parte de la obra poética de Carlos Obregón.

Obregón y por la poesía colombiana; que, eso pienso, empezó a ser grande a partir de la revista Mito, en la cual estuvo Carlos Obregón creando, justamente, esos espacios imaginarios, a pesar de ser espacios vívidos, afectivos: una de las grandes rupturas de la poesía colombiana con la tradición. A veces, al caer la noche, temo entrar con mi cuerpo en tu vasto silencio. Y, sin embargo, entre los cirios hay algo que ya es mío. Tu misterio está en todo. Estás solo y te amas.

Y, sobre Carlos Obregón específicamente, ¿cómo llegó a encontrase con su obra? Comencé a leerlo en antologías de la poesía colombiana. Es un poeta del cual siempre se habla, pero del que poco se escribe. Y me asombró que todas las antologías lo incluían, pero no había un estudio, una investigación acerca de él. Entonces empecé a leer su obra, que fue publicada por Procultura en el año 1985. Ahí fue cuando comencé a indagar sobre sus obras y a ampliar ese trabajo de investigación y reflexión. Y debo decir que fue mucho lo que aprendí en este ejercicio ensayístico. Rezar es preguntarse por qué la hierba /crece, por qué el trigo gravita santamente en /su espiga, por qué la tierra se entrega en su /alabanza cuando mi ser la cubre.

¿Y el ensayo qué importancia tiene para usted? Es muy importante el ensayo hoy porque existen ensayos que son capaces de impulsar la creación. Hablo, por ejemplo, de los

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La poesía es distinta a esa literatura edificante, que no parte del absurdo, sino de entregarnos una moraleja, de enseñar al hombre a ser bueno, a edificarlo… Y creo que esa literatura no se ha identificado con las grandes obras. Por eso, en ese sentido, pienso la locura o el mal cuando escribo.

libros de Bachelard o de los ensayos de Octavio Paz. Pero, sobre todo, Bachelard: su publicación en los años ochenta propició en la poesía colombiana toda una serie de libros, incluso sobre la poética del espacio. Y de estas imágenes de la poética del espacio surgieron libros sobre la casa, tema que retoma Bachelard en sus ensayos para explicar la fenomenología de la imagen. De ahí es de donde surgen libros como La casa, de Víctor López Rache, Premio Nacional de Poesía, y obras de Piedad Bonnett, que también llegó a escribir sobre el tema. Si nosotros miramos minuciosamente los ensayos de Bachelard que se publicaron en Colombia en esa época, y la difusión que se hizo de este género a través del Magazín Dominical, podremos observar cómo la poesía se nutre del ensayo.

Roca viva en milenios, llama de piedra contra el tiempo, conjuro matutino tras el rezo del mar, tras el silencio. Rito del ser bajo la ausencia. Roca del sol sediento extiende su clamor, su santa guerra. Desde el alma domina el ángel que atestigua el verbo sumergido, unidad que se adora, y lo proyecta.

Bogotá, D. C., 23 de abril de 2013

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Como estamos recordando a Carlos Obregón, tras sus cincuenta años de muerte, ¿podría, para concluir, leernos un poema del poeta bogotano?

Una de las imágenes más recurrentes en la obra de Carlos Obregón es Es Vedrà. Es Vedrà es una roca inmensa en las Islas Baleares de casi cuatrocientos metros de altura. Y este lugar se convirtió, en la simbología, para Carlos Obregón, como en el centro del mundo, como en el viaje que realiza el poeta a través de su libro Distancia destruida y su llegada justamente a este lugar sagrado.

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Stavros, The Island of Es Vedrà off the Spanish island of Ibiza. CC BY 3.0.

El cine como (re)invención de la cotidianidad: el caso de Rapsodia en Bogotá, de José María Arzuaga (1963) alberto bejarano

Doctor en Filosofía de la Universidad París VIII e investigador en estética y literatura comparada del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá: alberto. [email protected]; [email protected].

Resumen En esta ponencia nos internamos en un día de la vida de Bogotá a través del mediometraje documental Rapsodia en Bogotá (1963), del español José María Arzuaga, en el que se interroga la ciudad como un cuerpo en vigilia. Para ello nos apoyaremos en la lectura del cine que propone Derrida, como “oscilación” y “fantasmagoría” de lo real. Palabras clave: ciudad, crítica de cine, documental, Jacques Derrida, teoría del cine.

Ficha técnica

Rapsodia en Bogotá Año:

1963

Producción:

Cinesistema

Guion y dirección:

José María Arzuaga

Fotografía:

Juan Martín

Escenografía:

Ángel Arzuaga

Asistente general de producción:

Pablo Salas

Locución:

Jorge A. Vega

Formato:

35 mm, color

Duración:

27 min

Este artículo es la tercera parte de un trabajo en curso sobre el lugar (no-lugar) de

lo anónimo, de los “John Doe”, de los extras, de los gozques en Bogotá a través del cine. La primera parte obtuvo el premio de ensayo sobre cine en Idartes en 2010 y fue publicado en el libro colectivo Bogotá fílmica (Bejarano, “Naturaleza muerta con gozques”); en esa ocasión me concentré en el análisis de los noticieros cinematográficos de los hermanos Acevedo en los años veinte. La segunda parte fue presentada en marzo pasado en el ciclo de charlas Zona C de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, y consistía en interrogar otras partes del archivo Acevedo a la luz de Didi-Huberman. En esta ocasión me interesa continuar esta exploración sobre el cine en los espacios y personajes “grises” de la ciudad a través del mediometraje del español José María Arzuaga Rapsodia en Bogotá (1963). Para ello, entiendo el concepto de espectralidad como una intervención, una operación de des-creimiento de las imágenes a la manera de Derrida: Desde el momento en que hay representación novelesca, o ficción cinematográfica, hay un fenómeno de creencia que es sostenido por la representación. La espectralidad, en cambio, es un elemento en el que la creencia no es asegurada ni desmentida. Por esta razón creo que hay que unir el

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Cine

problema de la técnica con el de la fe, en el sentido religioso y fiduciario, es decir, el crédito concedido a la imagen. Y al fantasma. En griego, y no solo en griego, fantasma designa a la imagen y al aparecido. El fantasma es un espectro. (Derrida 4)

Ante esta película, una primera mirada se concentra en los aspectos más directos visibles en ella, en interrogar los focos más testimoniales de la Bogotá de los sesenta, tal como lo han hecho destacados críticos del cine colombiano, desde Hernando Salcedo Silva y Martínez Pardo hasta los más recientes comentarios surgidos a partir de la restauración y exhibición de la cinta en los últimos cinco años1. Una buena síntesis de su recepción puede verse en esta cita de Zuluaga:

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Rapsodia en Bogotá es evidencia material de una ciudad que ya no existe. Urbanistas, arquitectos o investigadores sociales pueden encontrar aquí preciosos índices de la ciudad de los años sesenta que tras el remezón del Bogotazo se sacudía sus viejos hábitos y se entregaba, aparentemente obsequiosa, a una radical transformación. Rostros, objetos, mobiliario, los contrastes de la moda como reflejo de un cambio

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1 Según Umbarila: “Tanto en Arzuaga como en Gaviria, vemos claras referencias a la idea de ciudad. Arzuaga no lo oculta con su Rapsodia en Bogotá (1963), imágenes de la ciudad sobre la Rhapsody in Blue de Gershwin, no me extrañaría que Arzuaga, influenciado por el Neorrealismo italiano, buscara dar cuenta de la ciudad a través de personajes marginales; y quién mejor puede dar cuenta de ella, sino quien se ve abocado a sus calles”. Según Zuluaga: “La selección de imágenes del documental está a tono con las políticas desarrollistas implementadas en Latinoamérica en las décadas de los cincuenta y sesenta, como una de las tantas respuestas de las élites y los gobiernos frente al pánico de una posible extensión del comunismo en la región, a partir del modelo de la triunfante Revolución cubana. En esta selección hay claros indicios del progreso material de la ciudad, pero también de aquellos márgenes que falta por integrar o poner en cintura, siempre bajo una mirada vigilante que aquí es la de una cámara fisgona y entrometida, pero que bien puede ser la del Estado”.

generacional y cultural de largo aliento, la publicidad, los lugares emblemáticos o los olvidados son unas entre muchas señales guardadas en esta cápsula del tiempo. (Zuluaga)

En esta perspectiva se ha estudiado la película desde su restauración por Patrimonio Fílmico Colombiano en 2009. El foco privilegiado ha sido remontarse a la influencia neorrealista que el mismo Arzuaga expresó en varias entrevistas. Se trata, en últimas, de una película que propone una visión contrastada de la ciudad: por un lado, el paso del progreso, y por otro, la periferia que va siendo arrasada por la metrópolis moderna. Como lo expresa Torres en la presentación de la película restaurada: Rhapsody in blue - Rhapsody in Bogotá es el título original de este documento audiovisual conocido como Rapsodia en Bogotá. Trascurre en un tiempo circular durante el cual se registra un día —de un amanecer a otro amanecer—, en la vida de la cotidianidad urbana de Bogotá y de sus habitantes, a comienzos de los años sesenta del pasado siglo. El respaldo musical de la Rapsodia in Blue y Un americano en París, obras sinfónicas del compositor estadounidense George Gershwin, con sus acordes sincopados, hacen de contrapunto a las imágenes. (Torres)

El mismo Arzuaga rememora su relación con el neorrealismo en estos términos — aunque lo que más nos interesa subrayar aquí es su expresión deambular—: Termino la secundaria y empiezo a deambular. Me voy a Francia y a Italia y regreso a España. Me inscribo en una escuela de derecho y estoy poco tiempo allí porque no me interesaba realmente. Yo quería ser arquitecto. pero era una carrera demasiado costosa. Entonces empiezo a buscar por los lados de la poesía, el teatro, la pintura... [Luego] empezamos a ver las películas del neorrealismo italiano, Roma Cittá Aperta, El limpiabotas, Ladrón de bicicletas. ¡Ese

Ahora bien, mi intención es penetrar en el misterio de otros contrapunteos, más espectrales, menos territorializados. Una ciudad no es solo una ciudad recordada o “imaginada”, es también una ciudad perdida, extraviada entre lo “visto”, lo “no visto” y lo irremediablemente ido. Una ciudad no es la visualización efectiva, aparentemente “fáctica”, de cosas y seres: es más bien un misterio hecho de fantasmas que habitaron en ella y siguen moviéndose gracias al cine en los espacios renombrados por nosotros, a posteriori. Apoyado en Derrida, parto de esta definición: “Una imagen, sobre todo en el cine, es siempre pasible de interpretación: el espectro es un enigma, y los fantasmas que desfilan por las imágenes constituyen misterios” (Derrida 3). La idea no es, pues, describir los contrastes ya mencionados. Mi hipótesis de lectura de Rapsodia en Bogotá es revisitar la cinta como un diálogo espectral con las imágenes, donde la cotidianidad sobrepasa la concepción de “invención” y se sumerge en una capa de “reinvención” espectral. En este sentido, cuando nos acercamos a archivos, en este caso fílmicos, no vamos hacia un “objetivo”, sino que somos atravesados por ese “objetivo”, vemos proyecciones y hacemos proyecciones. Para Derrida:

mos que esta rapsodia es una prolongación de la famosa melodía “Rapsodia in blue” de Gershwin (1924), que a la vez ha sido reproyectada en la inolvidable escena de baile de “Un americano en París” de Minelli y Gene Kelly en 1951 y en la mítica “Manhattan” de Woody Allen de 1979. En el origen griego de la palabra “rapsodia” se evoca el carácter fragmentario del género y del interprete, una rapsodia y un rapsoda interpretan fragmentos (en un primero momento desprendidos de los poemas de Homero). Es decir, hay una obra primera que da lugar a “suites”, a variaciones. En nuestro caso, la primera obra es la melodía de Gershwin y la rapsodia intermedia, entre Gershwin, Kelly y Allen, es la bogotana de 1963. Tanto en Minelli y Kelly como en Allen todo se juega en torno a una inmersión romántica en el espíritu de una ciudad: en los primeros es París; en el segundo, Nueva York. En nuestra rapsodia en Bogotá, estamos en un punto intermedio: no es del mismo tipo de las películas señaladas. Son trozos más desordenados, por el carácter mismo de la producción de Arzuaga. Esto le da otro gusto, otra relación con la ciudad, más intermitente, más misterioso. Hay supervivencias de la imagen que se salen del foco presupuestado y de la recepción acostumbrada. Tal como lo señala Didi-Huberman en una entrevista:

No creo que haya archivos que conserven solamente [...]. El archivo es una violenta iniciativa de autoridad, de poder, es una toma de poder para el porvenir, preocupa el porvenir; confisca el pasado, el presente y el porvenir. Sabemos muy bien que no hay archivos inocentes. (Derrida 2)

En la historia no hay una fuente. No hay relación causa-consecuencia sino una suerte de río que fluye. El origen no esta aquí —en la imagen vertical— sino en estos trazos desordenados. Es una revuelta. Hay dos modelos. El que yo prefiero es el modelo de supervivencia que tiene una concepción radical de la raíz. (Macón)

Si asumimos Rapsodia en Bogotá no como un simple paseo más o menos pintoresco sobre la Bogotá de los sesenta, sino como una confiscación en el sentido de Derrida, ¿en qué tipo de rapsodia incursionamos? Recorde-

Si desplazamos nuestra mirada hacia los márgenes de la película, podemos captar mejor la espectralidad que tenemos frente a nosotros: ¿qué es lo que vemos?, ¿qué proyectamos en esos fragmentos de ciu-

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cine me deslumbró! (“Reportaje a José María Arzuaga”)

dad? Tal vez podamos ser rapsodas de esa rapsodia, deambular por las imágenes como detectives salvajes que no operan en busca de descifrar un misterio, sino para prolongarlo más. Hay un aura en Rapsodia en Bogotá, una mirada caleidoscópica que se resiste a ser puro testimonio de vida y nos sugiere tímidamente que incursionemos en ella como espectros, como proyectores, y no como meros espectadores pasivos. Para Derrida:

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Ya que la dimensión espectral no es la del viviente ni la del muerto, ni la de la alucinación, ni la de la percepción, la modalidad del creer relacionada con ella debe ser analizada de modo absolutamente original. Esta fenomenología no era posible antes del cinematógrafo pues esta experiencia del creer está ligada a una técnica particular, la del cine, siendo histórica en su totalidad. Con esa aura suplementaria, esa memoria particular que nos permite proyectarnos en los films de antaño. Es por esto que la visión del cine es tan rica. Permite ver aparecer nuevos espectros aun manteniendo en la memoria (y proyectándolos sobre la pantalla a su vez) los fantasmas que habitaban los films ya vistos. (Derrida 3)

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Recordemos cuáles fueron los otros puntos de partida de Arzuaga: Con Rapsodia en Bogotá hay una cierta mística. Son noches enteras esperando determinados momentos. Es una película más personal, hecha con cuidado. Después los productores la mutilaron. Tenía 27 minutos, la remontaron y la dejaron en doce o quince minutos. El corto sobre el incendio de Avianca tiene un valor documental interesante. Estábamos haciendo unas tomas aéreas para Historia de dos ciudades y vimos el incendio, entonces obturamos la cámara y registramos el suceso. (“Reportaje a José María Arzuaga”)

Rapsodia en Bogotá nos permite llevar a cabo ejercicios de “des-confiscación” de las imágenes, resistiéndonos a revisitarla a partir de los elementos más evidentes, como lo hemos sugerido desde el principio. La espectralidad de la mirada supone rechazar de plano la “inocencia” de los archivos, bien sea por ser demasiado publicitarios o por ser de denuncia; nos conduce más bien a reconfigurar nuestra relación con los archivos asumiéndolos no como puntos de llegada de la historia desde donde contemplamos el pasado, sino como puntos intermedios, problemáticos, inciertos y en buena medida enigmáticos. ¿Qué pasaría, por lo tanto, si no vemos Rapsodia en Bogotá desde una preconcepción documental? Ese deambular de veinticuatro horas en la vida de una ciudad puede que responda a otras cartografías de lo sensible. Hay una composición casi abstracta en el fluir de las imágenes, en la espectralidad de los tambores, los tragos y las luces de neón que iluminan una ciudad que nunca habíamos visto así. Mejor que sean pedazos que no podemos ubicar en lugares o personas concretas. La potencia de esta rapsodia radica en su dimensión irreductible, en que las parejas no bailan al ritmo de Gershwin (¿de Lucho Bermúdez en el viejo Cuban Jazz Café del sótano de la Jiménez?). Esa discordancia desmedida y arbitraria contiene su poética. Ese desfase entre las imágenes y la música no corresponde al romanticismo de Minelli y Allen. Tan solo el doble amanecer del borracho que no duerme con la ciudad y se retira por un costado del Cementerio Central nos da la pauta de lo que puede ser esta rapsodia en Bogotá... Tan solo esas hojas de periódico que vuelan sin destino nos dejan captar algo de lo confiscado.

Bejarano, Alberto. “Naturaleza muerta con gozques”. En Bogotá fílmica. Bogotá: Idartes, 2013. Derrida, Jacques. “El cine y sus fantasmas”. Entrevista por Antoine de Baecque y Thierry Jousse (traducida por Fernando La Valle). Cahiers du Cinéma 556 (abril de 2001). Disponible en http://goo.gl/ xXm0r1. Macón, Cecilia. “Georges DidiHuberman: ‘Yo no sé lo que es el arte’” (entrevista). La Nación, 31 de octubre de 2014. Disponible en http://goo.gl/ DK7Afw.

“Reportaje a José María Arzuaga”. Cinemateca. Cuadernos de Cine Colombiano 5 (1982). Disponible en http://goo.gl/CnYUaa. Torres, Rito. “Pormenores de un gran cortometraje” (2009). Disponible en http://goo.gl/27IQVv. Umbarila, J. D. “Sobre la idea de lugar en la obra de José María Arzuaga y Víctor Gaviria”, en el blog Cátedra Cinemática (2014). Disponible en http://goo.gl/ YJIe1C. Zuluaga, P. “El blues de la ciudad. Rapsodia en Bogotá de José María Arzuaga”. Iletrada. Revista de Capital Cultural (virtual) (2010). Disponible en http://goo.gl/Jah3Ob.

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Bibliografía

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Libros

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Sobre De artes y oficios, de Luz Mary Giraldo

De artes y oficios Luz Mery Giraldo Taller de Edición Rocca Bogotá, 2015

La mente funciona de un modo extraño: mientras leía los últimos versos de De artes y oficios, recordé las primeras páginas de La insoportable levedad del ser. En ellas, Kundera cita a Parménides y su teoría de que el mundo se divide entre principios contradictorios: la luz y la sombra, lo sutil y lo tosco, el calor y el frío, el ser y el no ser. Cerré el libro de Giraldo y me quedé ensimismado un buen rato, preguntándome por qué mi mente había hecho tal asociación. No tardé en intuir una respuesta: a través de sus poemas, la autora había logrado unir dos principios muchas veces contradictorios: la profundidad y la sencillez. ¿Por qué contradictorios? Porque, por desgracia —y esto vale tanto para la vida como para el arte—, lo profundo suele ir de la mano de cierta dosis de altanería y pomposidad que poco ayuda a tender puentes con el otro; y a la sencillez se la confunde a menudo con lo ligero, lo trivial, lo prescindible. El logro de Luz Mary Giraldo no se remite al medio centenar de poemas que componen De artes y oficios: buena parte de su obra poética y de su pensamiento crítico transitan en equilibrio perfecto entre esos dos polos de difícil conjugación. En ese espíritu, reabrí el libro para repasar una estrofa que me había conmovido especialmente:

Acaricio cada instante, lo saboreo, lo guardo en la memoria como quien envuelve migas de pan para la última noche de invierno.

Y allí estaba: lo profundo y lo sencillo resumidos en un puñado de versos. ¿Cómo logran estos poemas unir con tanta naturalidad los extremos de un mismo lazo? ¿Cuál es el secreto detrás de la alquimia? Creo que, como les sucede a los grandes poetas, ni siquiera Luz Mary lo sabe. A fin de cuentas suele haber mucho de inconsciencia en la inspiración del artista, a tal punto que a menudo es él mismo su primer espectador. Pero podría arriesgar que no bastan el talento y el trabajo para escribir un libro como De artes y oficios. Hace falta algo más. Apostaría a que sus poemas son también resultado y consecuencia de una vida vivida a pleno, con el cuerpo entero de cara a las dichas…, pero también a esos golpes que pretenden quebrarnos y derrumbarnos. Con su sabia poesía, basada en una experiencia vital reveladora, Luz Mary Giraldo alcanza la aspiración de todo artista auténtico: rozar, alcanzar y, al fin, abrazar la belleza. pablo di marco

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La insaciabilidad Marco Tulio Aguilera Garramuño Editorial de la Universidad Veracruzana Veracruz, 2014

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Quienes tuvimos la suerte o desgracia de caer en el vicio de la escritura sabemos que debemos escapar de los adjetivos grandilocuentes tanto como de la peste. Sin embargo, es imposible analizar la obra de Aguilera sin utilizar términos como soberbia, ególatra, brillante, vanidosa, única, autorreferencial. Como era de esperar, su última novela no escapa de esta premisa; es más: la subraya y reafirma con creces. En tiempos en los que pareciera que cualquier persona capaz de decir dos palabras de corrido tiene derecho a ser considerada “artista”, Aguilera comete un acto casi revolucionario: escribe terriblemente bien. No me avergüenza decir que leer las primeras páginas de La insaciabilidad retrasó la escritura de mi nueva novela. La prosa de Aguilera —magnética, pulida, juguetona; cálida a pesar de ser filosa como una daga— me hizo dudar por algunos días de mi propia capacidad para llevar adelante mi trabajo. Una pluma rica basta y sobra para sostener cualquier novela, pero La insaciabilidad tiene el agregado de ofrecernos un puñado de personajes inolvidables —y vuelvo a disculparme por el uso de adjetivos grandilocuentes—, entre los cuales se destacan Ventura y Trilce.

Tomado de goo.gl/tzvZA8

Sobre La insaciabilidad, de Marco Tulio Aguilera

Ventura es un escritor de mediana edad, megalómano, talentoso, triste y felizmente desgarrado por un pequeño harén de mujeres que lo aman y detestan en partes iguales: Estás solo, Ventura, completamente solo, y nadie te va a salvar de eso, porque tu soledad se basa en el convencimiento de que no existe una sola persona que alcance tu estatura.

Y como sé que la polémica será inevitable, me anticipo a ella y aclaro que me niego a debatir si la novela es (o no) autobiográfica, o si Ventura es (o no) el alter ego del propio Aguilera. Es una discusión inútil que dejo de lado por trillada e inconducente. Toda buena novela es una misteriosa alquimia de verdad y mentira, y ya todos sabemos que cuando hablamos de literatura no hay nada más mentiroso que la verdad y nada más verdadero que la mentira. El mismo Aguilera nos recuerda la frase de Flaubert que dice que “toda gran novela debe tener por lo menos un gran personaje femenino”. La insaciabilidad lo tiene en la figura de Trilce: una adolescente reflejo de su despampanante madre (amante de Ventura) y virtuosa del violín, instrumento del amor del que Ventura no logra

equivoco, ya no hablo del deseo de Ventura sino del mío propio hacia esa niña diabólicamente angelical— y sospeché que ese deseo no sería saciado. Solo puedo decir que me equivoqué: Aguilera paga hasta su última promesa y, con elegante y sutil maestría, nos demuestra que una clase de violín puede encerrar tanto erotismo como las obras completas de Sade, los Trópicos de Henry Miller o La historia del ojo de Georges Bataille. Un logro no menor en tiempos en los que la venerable literatura erótica se encuentra reducida a clichés garabateados sobre papel picado. Intuyo que Marco Tulio Aguilera — presumido, cabrón, terco, pero también derecho y talentoso hasta la exasperación— escribe con un solo fin: responderse a sí mismo si es un gran artista o apenas un farsante. Yo sé muy bien la respuesta pero jamás se la diré. Pretendo que siga escribiendo con pasión hasta el último día de su vida, para deleite de este pequeño grupo de desquiciados que todavía somos capaces de excitarnos, maldecir, reír a carcajadas y también llorar ante la lectura de una buena historia. pablo di marco

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obtener más que sonidos huecos. Trilce es un personaje magnético, de veras memorable, y ruego que la novela llegue pronto al cine para ver cómo sus realizadores resuelven el desafío de trasladar a esta niña a la pantalla. Podría asegurar que la Lolita que enamoró a Jeremy Irons en la película que recreó el clásico de Nabokov es apenas cartón pintado en comparación al potencial que ofrece Trilce. La pluma de Aguilera vuelve a Ventura y a Trilce tan reales que el lector de la novela, aun apartando sus ojos del libro, es capaz de oírlos susurrar o gritar en su oído. Y no se me ocurre mayor elogio: un escritor es, ante todo, un pequeño Dios capaz de crear vida con apenas imaginación, tinta y papel; y los deseos satisfechos e insatisfechos de sus criaturas deben hacerse obligatoriamente carne en la piel del lector. Y fue en relación con los deseos insatisfechos que llegó mi primer reparo. En algún momento de mi lectura intuí una falencia: Aguilera no me daría lo que prometía. Una novela es una promesa, y es el autor, por medio de sus personajes, quien está obligado a saldarla. La insaciabilidad, página tras página, no hacía otra cosa más que hacer crecer en proporciones descomunales mi deseo por Trilce —sí, no me

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El juego favorito Leonard Cohen Edhasa Barcelona, 2011

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Leonard Cohen es novelista judío, poeta y cantautor; es una figura mundial de la literatura y del folk de los años sesenta y setenta. Nació en Montreal, Canadá (1934). Además de escribir El fuego favorito (1963), novela que nos ocupa en estas líneas, ha publicado las novelas El libro de Desiderio, A mil besos de profundidad, Libro del anhelo y Hermosos vencidos, así como conjuntos de poemas tales como Comparemos mitologías —inspirado en Federico García Lorca, por el que siempre ha manifestado admiración—, La caja de las especias y Flores para Hitler. Se licenció en literatura en la Universidad McGill de Montreal. En 1956 se hizo acreedor de una subvención del Canadá Council para escribir un libro. Recibió el Príncipe de Asturias de Letras en el año 2011. En toda su obra, los temas recurrentes son la persecución de los judíos, las relaciones de pareja y la religión. El juego favorito (Buenos Aires: Edhasa, 2009), considerada una de las diez novelas canadienses del siglo XX y XXI, ha sido comparada con El guardián entre el centeno, de Salinger, y El extranjero, de Camus. Sin embargo, es una obra inclasificable, es como si formara un género en sí mismo. La novela cuenta con un protagonista, Lawrence Breavman, que a lo largo de

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“La vida contada como una balada interminable”: El juego favorito, de Leonard Cohen

la trama va de la infancia a la adultez. La historia se compone de cuatro partes. En la primera mitad (libros I y II), con un estilo lírico, de oraciones breves, párrafos mínimos, escuetos y secos, reconocemos los actos y deseos del protagonista a través de un narrador en tercera persona que suele utilizar el estilo indirecto libre en muchos pasajes. Cuenta la infancia y adolescencia de Breavman, hijo único de una familia judía acomodada de Montreal que experimenta tanto la muerte de su padre como la viudez de su madre. Además de eso, vamos conociendo las inquietudes de Breavman: el amor, el sexo opuesto, la amistad y la religión. Al lado de su amigo Krantz aprende a ver el mundo de una manera irónica y romántica a la vez. En ese sentido, es una novela de iniciación vital. El personaje principal examina a las personas que están junto a él y que forman parte de una generación que se revela contra el mundo de sus padres. La pérdida de la figura paterna y materna y sus fantasías sobre el deseo de hacer lo que el instinto le pide le crean conflictos en muchos de los ámbitos de su vida. Su adolescencia la desarrolla enfrentado al mundo del adulto de la posguerra. A través de diálogos intencionadamente inconexos, por momentos pretenciosos,

seductora como la pérdida de su libertad. Amor y libertad entran en contradicción, agitan el mar interior de su personalidad. Las referencias a la sociedad que se hacen en aquella época son mordaces, lúcidas e incisivas. En la tensión interna de Brevman, que es lo que mueve la novela, la soledad del hombre es irremediable y se liga a la existencia del cuerpo. Se reconoce que no es solo la soledad del alma, sino también la soledad que está ligada a la que impone la existencia del cuerpo. No se penetra el cuerpo del otro para ser uno, sino que se experimenta la absoluta imposibilidad de la unión. De eso se concluye que el mundo no es más que una ilusión. De ahí, también, la presencia del sexo (Lisa, Shell, Támara, Patricia) como intento de superación de esas barreras. En medio de todas las imposibilidades del acaecer humano (las charlas con su amigo Krants no son lo mismo, la madre se convierte en una intratable idishe mame), hay una especie de isla de sosiego y esperanza para el protagonista: el consuelo que es Martin, entre retrasado y superdotado, en cuyo peculiar comportamiento Brevman encuentra esperanza. Lo capta como un ser auténticamente libre de sufrimiento y soledad. Hasta cuando Martin muere trágicamente y todo se desbarranca. Vale la pena leer una novela como esta. Allí se conjuga lo sagrado y lo profano, la Biblia y la carne, la mujer y la muerte, Dios y el sexo. Todo ello de una manera lúcida y artística, como una balada interminable, según lo expresa el jurado del premio Príncipe de Asturias. jairo restrepo galeano

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el narrador construye la ridiculez y grandeza del hombre superando todo tipo de solemnidad. Durante noches de aventura con Krants, su confidente, los amores del mundo femenino empiezan a entrar y a salir de su vida. Crece en el orden práctico, se torna cínico y huye de Montreal a Nueva York, deja atrás idealismos y se compromete más con el arte. En los libros III y IV, la poesía cede ante la acción narrativa, los párrafos pierden en color poético y ganan en extensión. Breavman es un joven emigrado a Nueva York con toda la carga de sus obsesiones. Conoce a Shell, “la persona más bella”, que se convertirá en su gran amor, además de volverse su pareja. Ella le descubre el amor y sus exigencias, con todo lo que implica hacerse hombre en una sociedad que no le proporciona claridad a su existencia. En el mundo introspectivo del personaje, hay momentos surrealistas con enfoques poéticos reflexivos al estilo avant garde. El protagonista no es cualquier persona ni cualquier personaje. Aunque comprende que el amor y la vida en pareja reportan felicidad y comodidades que le dispersan un tanto su soledad, entiende esa dicha seductora como un lugar en el que se pierde la libertad: amor y libertad se contradicen. Cohen trata tal agitación en la conducta de Breavman de manera sútil, sin explicitaciones ni obviedades. El amor y la vida en pareja ofrecen evidentes felicidades y comodidades que le ayudan a escapar de la soledad que tanto sufre y teme. Pero, de algún modo, Breavman concibe esta dicha

El gran problema de esta historia era cómo contarla

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William Ospina Penguin Random House Bogotá, 2015

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Los días del verano que nunca llegó en 1816 —debido a los trastornos climáticos causados por la erupción en Indonesia del volcán Tambora—, cuando del 16 al 19 de junio se hospedaron en la villa Diodati, cerca del lago de Ginebra en Suiza, Lord Byron, Mary Wollstonecraft Godwin, Percy Bysshe Shelley, Claire Clairmont, la condesa Potocka, Matthew Lewis y John Polidori (entre otros), y allí, en medio de una atmósfera fantasmagórica, Lord Byron propuso que cada uno escribiera una novela de terror. Así nacieron entonces y para siempre Frankenstein o el moderno Prometeo de la después conocida como Mary Shelley, y El vampiro de John Polidori, que han sido suficientemente narrados y explorados. Hasta hoy. Y lo seguirán siendo. ¿Cómo volver a narrar, entonces, “historias tan viejas que estaban ya cubiertas de musgo y retorcidas como raíces”? ¿Cómo volver a narrar lo que ya se sabe, lo que ya ha sido explorado y estudiado hasta la saciedad? Una de las más fascinantes versiones de los últimos años es Fake (2003), del cubano Alberto Garrandés. William Ospina (Padua, Colombia, 1954) encontró la respuesta al ver que la única manera posible era no inventar nada y hacer de los azares biográficos, temporales y geográficos, la materia de un viaje perso-

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El año del verano que nunca llegó

nal alrededor de la historia, la geografía, los lugares y los libros que rodean los sucesos de estos tres días. No solo ignoramos para dónde va sino que a cada giro todo en ella se mezcla con todo y los protagonistas más apartados se juntan de pronto sin que nadie haya pretendido unirlos, como si todo obedeciera a una conjura secreta, a un plan oculto gobernado por alguien, que traza rutas secundarias en los planos del laberinto, que superpone sombras y transparenta espejos y duplica destinos.

La clave está en reconocer que “nadie es capaz de reconstruir una historia si no hay hilos secretos que la enlazan con su propia vida”. Los vasos comunicantes nos llevan a un recorrido del cual no podemos ni queremos desprendernos, pues al reconocerlos nos reconocemos. Ese es el gran logro de este libro (¿novela, diario de viajes, autobiografía, ensayo?): hacernos partícipes de la investigación y contagiarnos de la misma curiosidad y extrañeza que habitan al autor. Descubrimos que nada es gratuito, que todo sucede por algo, que cuando un tema (o cualquier cosa) nos obsesiona no hay que buscarlo, pues siempre llega a nuestro encuentro, se topa y cruza con nosotros, nos rodea, porque de alguna manera extraña estamos destinados a él. “El radar

dudas y preguntas que nos llevarán a otras lecturas, porque todo se relaciona con todo. La clave, el secreto, está en querer ver la figura. P. D.: Para este librero fue un placer descubrir que la biografía de Lord Byron de André Maurois, publicada por la Editorial Aguilar, que le consiguió hace años al autor de este libro cumplió su cometido en este viaje fantasmagórico e infinito. álvaro castillo granada

Dora Bruder Patrick Mondiano Seix Barral Barcelona, 2009

En la memoria del ser humano existen recuerdos dolorosos bien difíciles de borrar. Están los recuerdos del propio contexto: de la calle, del barrio, de la familia, recuerdos personales que afectan de manera directa. Y están también los recuerdos que afectan a la distancia. Recuerdos que a veces tienen más peso, que no afectan a uno, ni a dos, ni a cientos, sino que se hacen inmortales en la mente de naciones enteras y que, a pesar de no tocarnos en la piel, de no percibirlos cerca, se sienten como si fueran vividos en carne propia. Recuerdos no vividos, recuerdos

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Una sombra que no deja de posarse

de lejanas décadas, pero que se construyen por anécdotas, por la huella pronunciada que dejan, que roban la calma y que, precisamente por su carga no solo histórica y política, sino también emocional, producen dolor en cualquiera. Este es el caso de Patrick Modiano, que, obsesionado por el fenómeno nazi durante la Segunda Guerra Mundial, hace un retrato a distancia de lo que fue este capítulo doloroso para la historia del hombre. Y no particularmente en su obra Dora Bruder (2009, Barcelona, Seix Barral), sino en toda

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del azar” (como escribió el poeta Armando Orozco) es algo que no debemos esperar o comprender, sino más bien ver. Y en El año del verano que nunca llegó se trata, sobre todas las cosas, de que al mirar “esos fragmentos muertos que había que ensamblar para tener una noción de la vida” descubrimos que las fuentes de las que salen las historias se nutren tan solo de tiempo. Y el tiempo y lo que hagamos con él y en él es lo que define nuestra vida. Vale la pena adentrarse en los meandros de esta historia. Saldremos llenos de

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su producción literaria, la cual se concentra en este tema, que funciona como motivo recurrente. Escarba en él como si fuera suyo, le da vida desde diferentes ángulos, con el objetivo de dejar un testimonio y, quizás, para dar fin a un duelo que aún palpita en muchos corazones. Modiano nace justamente cuando acaba la guerra, en 1945, tan solo unos meses después de la rendición alemana. No obstante, el escritor asume como propio este tema, pues considera que encarna su prehistoria personal. Su padre, de ascendencia italiana judía, y su madre, belga, se conocieron en la Francia ocupada, por lo que tuvieron que aguantar el peso de esta sombra que cada vez se hacía más imponente. Huyeron de este monstruo aterrador que los perseguía sin una razón aparente. Así pues, además de crecer en el ambiente lúgubre de la posguerra, el pasado de sus padres fue profundamente marcado por el nazismo. Por esa razón, Modiano tuvo de entrada un fuerte interés en este. A manera de reportaje periodístico, Modiano reconstruye la historia de Dora Bruder, una chica que nació en Francia y que fue desaparecida en medio de la turbulenta ocupación. Treinta años después, el protagonista y autor encuentra un recorte de periódico de un “se busca” y emprende todo un viaje al pasado para resolver el mis-

terio de la desaparición de Dora, una joven de quince años. Aunque Modiano no encuentra una fuente confiable y determinante que le ayude a develar el misterio, es su búsqueda exhaustiva, la recolección de datos hallados en informes y cartas, la que le ayuda a hacer una reconstrucción lógica de los hechos. Son sus supuestos los que también le van dando ritmo al caso. En todo caso, definitivamente entra una tercera variable: los inevitables vacíos históricos, la falta de información que afecta la construcción del relato; pero que es tarea del lector llenar. Esta es la sombra del nazismo, que aún deja su pesada marca en el recuerdo. Y Dora Bruder es la que la aviva. Con voz silenciosa habla no solo por ella, sino por toda una comunidad que fue devastada por un odio injustificado, llevado a los extremos. Dora Bruder es, quizás, el reflejo de lo que habría sido Modiano si hubiera nacido unos años atrás, pues las numerosas coincidencias sirven de vasos comunicantes que conectan ambas historias. Este relato, que funciona como crónica, resulta ser una especie de autobiografía ficcional que pone a su autor en una época temida, pero que le intriga profundamente. adrián lópez borchardt

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Matías Luque i ii iii iv v vi vii viii ix x xi xii xiii xiv xv xvi xvii xviii xix xx xxi xxii

Por la izquierda se circunscribe, como dije, con el terreno del mismo testador: Matías Luque Aruquipa, de cansadas articulaciones, ahora, pero con ganas de vivir por siempre (aunque hoy seas tarde para mi vida).

ISSN: 0120-1301 DISTRIBUCIÓN GRATUITA

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Dejo todo para no llevarme nada, solo testimonio de existencia como estrella en extinción, de que viví un cierto tiempo rebosante de muchos bienes que desaparecieron luego, como la vida. Acompañado de una inspiración profunda y hondo recuerdo, espero alguien lo lea, a pesar del tiempo que transcurra desde mi existencia terrena hasta los que hoy leen estos poemas fingidos desde el carnaval de la vida.

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Leoncio Luque Ccota, Perú, 1964. Del libro Dejo mi sombra: entrega de memorias (2015), ganador del Concurso Internacional de Libro de Poesía “Fernando Charry Lara” (2015), Universidad Central.

El miedo en el espejo del siglo XX Un enigmático narrador en la guerra de secesión de los Estados Unidos, o Ambrose Bierce FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES, HUMANIDADES Y ARTE Departamento de Humanidades y Letras

Nereo López: los primeros pasos de un maestro de la fotografía ISSN: 0120-1301

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